Ministerio basado en principios bíblicos para servir con espíritu de excelencia, integridad y compasión en nuestra comunidad, nuestra nación y nuestro mundo.
Publicado por: Pastor Lionel Valentín Calderónen octubre 18, 2021
Así que salió para ponerse en camino, se le acerco entonces un hombre joven y arrodillado a sus pies, le dijo: Maestro bueno, ¿qué obras buenas debo hacer para conseguir la vida eterna? El cual le respondió: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino solo Dios. Por lo demás, si quieres entrar en la vida eterna, guarda los mandamientos. Le dijo él: ¿Qué mandamientos? Respondió Jesús: No matarás; no cometerás adulterio; no hurtarás; no levantarás falsos testimonios; honra a tu padre y a tu madre; y ama a tu prójimo como a ti mismo. Y le dijo el joven: Todos esos los he guardado desde mi juventud; ¿qué más me falta? Y Jesús mirándole de hito en hito, mostró quedar prendado de él, y le dijo: Una cosa te falta aún, si quieres ser perfecto, anda y vende cuanto tienes, y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; ven después, y sígueme. Habiendo oído el joven estas palabras, se retiró entristecido; y era que tenía muchas posesiones. Y echando Jesús una ojeada alrededor de sí, dijo a sus discípulos: En verdad os digo que difícilmente un rico entrara en el reino de los cielos, difícil cosa es que los que ponen su confianza en las riquezas entren en el reino de Dios. Y aún os digo más: Es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de los cielos. Oídas estas proposiciones, los discípulos estaban muy maravillados, diciendo entre sí: Según esto, ¿quién podrá salvarse? Pero Jesús, mirándolos blandamente, les dijo: Para los hombres es esto imposible, mas no a Dios; pues para Dios todas las casas son posibles. Tomando entonces Pedro la palabra, le dijo: Bien ves que nosotros hemos abandonado todas las cosas y te hemos seguido; ¿cuál será, pues, nuestra recompensa? Mas Jesús le respondió: En verdad as digo, que vosotros que me habéis seguido, el día de la resurrección universal, cuando el Hijo del hombre se sentará en el solio de su majestad, vosotros también os sentaréis sobre doce sillas, y juzgareis las doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado casa o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, y esposas, o hijos, o heredades por causa de mi nombre, y del mensaje de salvación, recibirá en este siglo, y aún en medio de las persecuciones, cien veces más en bienes más sólidos, y poseerá después la vida eterna. Y muchos que eran los primeros en este mundo, serán los últimos; y muchos que eran los últimos, serán los primeros. Mateo 19:16-30; Marcos 10:17-31; Lucas 18:18-30
Aquí tenemos una de las historias más conocidas y apreciadas del Evangelio. Una de las cosas más interesantes acerca de ella es la manera que la mayor parte de nosotros, inconscientemente, reunimos diferentes detalles tomados de los diferentes evangelios para tener el cuadro completo. Por lo general la llamamos la Historia del Joven Rico, o del Joven Gobernante.
Todos los evangelios nos dicen que este hombre era rico, porque ese es el detalle característico de la historia; pero solo Mateo dice que fuera joven (Mateo 19:20, 22); y sólo Lucas dice que fuera un gobernador (Lucas 18:18). Es interesante comprobar que, inconscientemente, nos hemos hecho una escena compuesta con elementos tomados de los tres evangelios (Mateo 19:16-22; Marcos 10:17-22; Lucas 18:18-23).
Hay otro detalle interesante en esta historia. Mateo altera la pregunta que el hombre Le hizo a Jesús. Tanto Marcos como Lucas dicen que la pregunta fue: « ¿Por qué Me llamas bueno? No hay nadie que sea bueno más que Dios» (Marcos 10:18;Lucas 18:19). Mateo dice: «¿Por qué Me preguntas acerca de lo bueno? -le dijo Jesús-. No hay más que Uno que es bueno» (Mateo 19:17).
(La versión Reina-Valera comete aquí un error, aunque en la edición del ‘95 lo corrige en una nota, como otras versiones modernas). El de Mateo es el último de los tres primeros evangelios, y su respeto a Jesús es tal que no puede soportar presentar a Jesús haciendo la pregunta: « ¿Por qué Me llamas bueno?» Eso casi le sonaba como si Jesús rechazara que se Le llamara bueno, así que lo cambió por: «por qué Me preguntas acerca de lo bueno?» a fin de evitar la posible irreverencia.
Esta historia enseña una de las lecciones más profundas, porque contiene la base total de la diferencia entre la idea correcta y la equivocada de lo que es la religión.
El hombre que vino a Jesús estaba buscando lo que él llamaba la vida eterna. Estaba buscando la felicidad, la satisfacción, la paz con Dios. Pero la misma manera de hacer la pregunta le delató. Él preguntó: « ¿Qué debo yo hacer?» Estaba pensando en términos de obras. Era como los fariseos: pensaba en términos de reglas y normas. Estaba pensando en engrosar su balance de crédito con Dios cumpliendo las obras de la Ley. Está claro que no sabía nada de una religión de gracia, así que Jesús trató de conducirle al punto de vista correcto.
Jesús le contestó en sus propios términos. Le dijo que cumpliera los mandamientos. El hombre Le preguntó qué clase de mandamientos. A eso Jesús citó cinco de los diez mandamientos. Aquí hay dos cosas importantes acerca de los mandamientos que Jesús escogió citar.
La primera es que eran todos de la segunda tabla, los que tratan no de nuestro deber para con Dios, sino de nuestro deber para con los hombres. Son los mandamientos que gobiernan nuestras relaciones personales, y nuestra actitud para con nuestros semejantes.
La segunda es que Jesús cita un mandamiento, como si dijéramos, fuera de sitio. Cita el mandamiento de honrar a los padres el último, cuando de hecho debería ser el primero. Está claro que Jesús quería hacer hincapié especialmente en ese mandamiento. ¿Por qué? ¿No sería porque este joven se había hecho rico y había tenido éxito en su carrera, y luego se había olvidado de sus padres, que puede que fueran muy pobres? Puede que subiera en el mundo, y que se medio avergonzara de los de su propio hogar; y también puede que se justificara a sí mismo perfectamente mediante la ley del korbán que Jesús había condenado tan irremisiblemente (Mateo 15:1-6; Marcos 7:9-13). Estos pasajes muestran que él podía muy bien haber hecho eso, y todavía pretender que había obedecido los mandamientos. En el mismo mandamiento que cita, Jesús le está preguntando a este joven cuál era su actitud para con sus semejantes y para con sus padres; es decir, cómo eran sus relaciones personales.
La respuesta del joven fue que él había cumplido esos mandamientos; y sin embargo había todavía algo que él sabía que debía tener y no tenía. Así que Jesús le dijo que lo vendiera todo, que se lo diera a los pobres y que Le siguiera.
Sucede que tenemos otro relato de este incidente en el Evangelio según los Hebreos, que fue uno de los evangelios primitivos, que no logró entrar en el Nuevo Testamento. Su relato nos da una información adicional valiosa. Aquí está: El segundo de los ricos Le dijo: «Maestro, ¿Qué buena cosa puedo yo hacer para vivir?» Él le dijo: «Oh hombre, cumple la Ley y los Profetas. » Él Le contestó: «Los he guardado.» El le dijo: «Ve, vende todo lo que posees, y distribúyeselo a los pobres, y ven, sígueme.» Pero el hombre rico empezó a rascarse la cabeza, y no le agradó. Y el Señor le dijo: «¿Cómo dices tú: “He guardado la Ley y los Profetas”? Porque está escrito en la Ley: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”; y he aquí, muchos de tus hermanos, hijos de Abraham, se visten de harapos, se mueren de hambre, y tu casa está llena de muchas cosas buenas; pero ninguna de ellas sale hacia ellos. »
Aquí está la clave de todo el, pasaje. El Joven Rico pretendía haber cumplido la Ley. En un sentido legalista, aquello podría ser cierto; pero en el sentido espiritual, no lo era, porque su actitud hacia sus semejantes era errónea. En último análisis, su actitud era totalmente egoísta. Fue por eso por lo que Jesús le hizo enfrentarse con el desafío de vender todo y dárselo a los pobres. Este hombre era prisionero de sus posesiones de tal manera que nada que no fuera una incisión quirúrgica para separarle de ellas sería suficiente. Si una persona considera sus posesiones como algo que le ha sido dado exclusivamente para su propia comodidad y conveniencia, son una cadena que le hace falta romper; si viera sus posesiones como un medio para ayudar a otros, serían su corona.
La gran verdad de esta historia radica en la manera en que ilumina el sentido de la vida eterna. La vida eterna es la vida de Dios. La palabra eterno es aiómos, que no quiere decir lo que dura para siempre, sino algo que corresponde a Dios, o que pertenece a Dios, o que es una característica de Dios. La gran característica de Dios es que Él, de tal manera amó, que dio. Por tanto, la esencia de la vida eterna no es una observancia calculada cuidadosamente de los mandamientos y las reglas y las normas; la vida eterna se basa en una actitud de amor y generosidad sacrificial para con nuestros prójimos. Si quisiéramos encontrar la vida eterna, la felicidad, el gozo, la paz de la mente y la serenidad del corazón, no sería amontonando una balanza de crédito con Dios, guardando mandamientos y observando leyes y normas; sería reproduciendo la actitud del amor y del cuidado de Dios para con nuestros semejantes. Seguir a Cristo y en gracia y generosidad servir a las personas por las cuales Cristo murió son la misma cosa.
Por último, el Joven Rico volvió la espalda con gran tristeza. No aceptó el desafío, porque tenía muchas posesiones. Su tragedia era que amaba las cosa& más que a las personas; y se amaba a sí mismo más de lo que amaba a otros. Cualquier persona que ponga las cosas por delante de las personas, y al yo antes que a los demás, debe volver la espalda a Jesucristo.
El peligro de la riqueza
Jesús les dijo a Sus- discípulos: -Esto que os digo es la pura verdad: ¡Qué difícil le es a un rico entrar en el Reino del Cielo! Y otra vez os lo repito: Es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reinó del Cielo. Cuando los discípulos oyeron esto, se quedaron alucinados. Entonces, ¿qué rico conseguirá salvarse? -dijeron. Y Jesús Se los quedó mirando, y les dijo: -Para los hombres, es imposible; pero a Dios todas las cosas Le son posibles.
El caso del Joven Rico arrojaba una luz clara y trágica sobre el peligro de la riqueza; ahí estaba un hombre que había hecho la gran repulsa porque tenía muchas posesiones. Jesús ahora pasa a hacer hincapié en este peligro. «Es difícil les dijo para un rico entrar en el Reino del Cielo.»
Para ilustrar lo difícil que era, puso una metáfora gráfica. Dijo que le era tan difícil a un rico entrar en el Reino del Cielo como le sería a un camello pasar por el ojo de una aguja. Se han propuesto diversas explicaciones ala imagen que Jesús trazó.
El camello era el animal más grande que conocían los judíos. Se dice que algunas veces había dos puertas en las ciudades amuralladas. Una era la gran puerta principal por la que entraba y salía todo el tráfico y el comercio. Al lado había a veces una portezuela baja y estrecha. Cuando la principal estaba cerrada y guardada por la noche, la única manera de entrar en la ciudad era por la puerta pequeña, por la que hasta una persona casi no podía pasar erguida. Se dice que a veces llamaban a la portezuela «el ojo de la aguja.» Así que se sugiere que Jesús estaba diciendo que le era tan difícil a un rico entrar en el Reino del Cielo como a un corpulento camello pasar por la portezuela por la que casi no podía entrar una persona.
Hay otra sugerencia muy atractiva. La palabra griega para camello es kamélos; y la palabra griega para una guindaleza de barco es kamilos. Fue característico del griego helenístico que los sonidos vocálicos tendieron a perder sus diferencias claras, y a parecerse más entre sí. En ese griego casi no habría ninguna diferencia notoria entre los sonidos de la é y de la i. Los dos se pronunciarían como la i en castellano. Así que lo que Jesús puede que dijera es que le era tan difícil a un rico entrar en el Reino del Cielo como sería enhebrar una aguja de coser con una guindaleza. Esa también sería una metáfora clara.
Pero lo más probable es que Jesús utilizara la metáfora literalmente, y que de hecho dijera que le era tan difícil a un rico entrar en el Reino del Cielo como a un camello pasar por el ojo de una aguja. ¿Por qué esa extrema dificultad? Las riquezas tienen tres efectos principales en la actitud de una persona.
(i) La riqueza produce una falsa independencia. Si uno tiene una buena provisión de bienes de este mundo, puede que se crea capaz de resolver cualquier situación que se le pueda presentar.
Hay un ejemplo claro de esto en la carta a la Iglesia de Laodicea en Apocalipsis. Laodicea era la ciudad más rica de Asia Menor. Fue destruida por un terremoto en el año 90 a.C. El gobierno romano ofreció ayuda y una gran suma de dinero para reconstruir los edificios afectados. Laodicea rehusó, diciendo que ella era muy suficiente para resolver la situación por sí misma. «Laodicea -dijo el historiador romano Tácito se levantó de sus ruinas totalmente con sus propios recursos y sin ninguna ayuda nuestra» El Cristo Resucitado oyó decir a Laodicea: « Yo soy rica, he prosperado, y no me hace falta nada» (Apocalipsis 3:17). El dramaturgo inglés Walpole acuñó el cínico epigrama de que todo hombre tiene su precio. Si un hombre es rico, se figura que todo tiene un precio, y si quiere algo, no tiene más que comprarlo; y que si se le presenta una situación difícil, puede encontrar la salida. Puede llegar a pensar que puede comprar el derecho a la felicidad y la exclusión de la aflicción. Así es que llega a pensar que Dios no le hace ninguna falta, y que es perfectamente capaz de resolverse la vida por sí mismo. Llega un punto cuando descubre que eso es una ilusión, que hay cosas que no se pueden comprar con dinero, y cosas de las que el dinero no nos puede salvar. Pero siempre existe el peligro de que las muchas posesiones produzcan la falsa independencia que considera -hasta que se entera de lo contrario- que ha eliminado la necesidad de Dios.
(ii) La riqueza encadena al hombre a este mundo. « Donde esté vuestro tesoro -dijo Jesús-, allí estará también vuestro corazón» (Mateo 6:21). Si todo lo que una persona desea se encuentra en este mundo, si todos sus intereses están aquí, no piensa nunca en el otro mundo ni en el más allá. Si una persona tiene un interés demasiado grande en la Tierra, puede llegar a olvidarse de que hay un Cielo. Después de una visita a un cierto castillo y estado rico y lujoso, el doctor Johnson observó sobriamente: «Estas son las cosas que le hacen a uno difícil morir.» Es perfectamente posible que un hombre esté tan interesado en cosas terrenales que olvide las celestiales, que esté tan involucrado en las cosas que se ven que olvide las cosas que no se ven -y ahí está la tragedia, porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.
(iii) La riqueza tiende a hacer a la persona egoísta. Por mucho que tenga una persona, es humano desear tener todavía más; porque, como se ha dicho epigramáticamente: «Suficiente es siempre un poco más de lo que se tiene.» Además, una vez que uno ha disfrutado de comodidad y lujo, siempre tiende a temer el día en que los pueda perder. La vida se convierte en una pelea preocupada y tensa para retener lo que se tiene. El resultado es que, cuando uno se hace rico, en vez de tener el impulso de dar, a menudo tiene el de retener. Su instinto es amasar más y más cosas, porque cree que le darán la seguridad. El peligro de la riqueza es que tiende a hacer que uno se olvide de que pierde lo que guarda, y gana lo que da.
Pero Jesús no dijo que era imposible que un rico entrara en el Reino del Cielo. Zaqueo era uno de los hombres más ricos de Jericó, e inesperadamente encontró la entrada (Lucas 19:9). José de Arimatea era rico (Mateo 27:57); Nicodemo debe de haber sido muy rico, porque compró especias para ungir el cuerpo muerto de Jesús que costaban el rescate de un rey (Juan 19:39). No son los que tienen riqueza los que quedan excluidos. No es que la riqueza sea un pecado -pero están en peligro. La base de todo el Cristianismo es un sentimiento imperioso de necesidad; cuando una persona tiene muchas cosas en la Tierra, corre peligro de creer que no necesita a Dios; cuando una persona tiene pocas cosas en la Tierra, a menudo se arroja en los brazos de Dios porque no tiene otro al que acudir.
Respuesta sabia a pregunta errónea
Entonces Pedro Le dijo a Jesús: Fíjate: Nosotros lo hemos dejado todo para seguirte. ¿Qué vamos a sacar? Jesús le contestó: -Cuando se regeneren todas las cosas, y cuando el Hijo del Hombre Se siente en Su trono glorioso, vosotros también, los que Me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos, o tierras por Mi nombre, recibirá el ciento por uno y entrará a poseer la vida eterna.- Pero muchos que estaban los primeros estarán los últimos, y muchos que estaban los últimos estarán los primeros.
Habría sido natural, humanamente hablando, no hacer caso de la pregunta de Pedro, y hasta darse por ofendido. En cierto sentido, era una pregunta de lo más impertinente. Para decirlo claro, Pedro estaba preguntando: «¿Qué vamos a sacar por seguirte?» Jesús podría muy bien haber dicho que los que Le siguieran con esa actitud no tenían ni la menor idea de lo que era seguirle. Y sin embargo, era una pregunta natural. Es verdad que habría una reprensión implícita en la parábola que Jesús contó a continuación; pero no le echó la bronca a Pedro. Aceptó su pregunta, y de ella dedujo tres grandes leyes de la vida cristiana.
(i) Siempre es verdad que el que comparte la campaña de Cristo compartirá la victoria de Cristo. En las campañas humanas, muchas veces resulta que los soldados que pelearon en la batallas son olvidados en cuanto termina la guerra y se ha ganado la victoria, porque ya no se necesitan para nada. En las campañas humanas ha sido verdad muchas veces que los hombres que lucharon para hacer un país en el que los héroes pudieran vivir, encontraron que ese mismo país se había convertido en un lugar en el que los héroes se podían morir de hambre. Eso no pasa con Jesucristo. El que comparte la campaña de Cristo, compartirá el triunfo de Cristo; y el que lleva la Cruz, llevará la corona.
(ii) Es siempre cierto que el cristiano recibirá mucho más de lo que haya tenido que dejar; pero lo que reciba no serán posesiones materiales, sino una nueva compañía, humana y divina.
Cuando uno se hace cristiano, entra en una nueva comunidad humana. Mientras exista una iglesia cristiana, un cristiano no debe tener falta de amigos. Si su decisión por Cristo ha supuesto tener que renunciar a amigos, también debería querer decir que ha entrado en un círculo más amplio de amistad que el que conoció antes. Debería ser cierto que no hay apenas ningún pueblo o aldea o ciudad en ningún sitio en el que el cristiano se pueda sentir solo. Porque donde hay una iglesia, hay una comunidad en la que él tiene derecho a incorporarse.
Puede que el cristiano que es forastero sea demasiado tímido para introducirse como es debido; puede que la iglesia del lugar al que ha llegado el forastero se haya convertido en un club privado más de la cuenta, para abrirle sus brazos y sus puertas. Pero, si el ideal cristiano se está haciendo realidad, no hay lugar en todo el mundo con una iglesia cristiana en el que el cristiano individual se pueda sentir- solo o aislado. Simplemente por el hecho de ser cristiano ha entrado a formar parte de una compañía que se extiende hasta los últimos confines de la Tierra.
Además, cuando uno se hace cristiano entra en una nueva comunidad divina. Entra a poseer la vida eterna, la vida que es la misma vida de Dios. De otras cosas podrá verse separado un cristiano, pero nunca puede estar separado del amor de Dios en Cristo Jesús su Señor.
(iii) Por último, Jesús establece que habrá sorpresas en las asignaciones finales. Los baremos de Dios no son como los de los hombres, aunque no sea nada más que porque Dios ve los corazones de las personas. Hay un nuevo mundo en el que se han de enderezar los tuertos del antiguo; hay una eternidad para rectificar los malentendidos del tiempo. Y puede que los que fueron humildes en la Tierra sean grandes en el Cielo, y que los que fueron grandes en este mundo sean humildes en el mundo por venir.
Aquí tenemos una de las historias más gráficas de los evangelios.
(i) Tenemos que fijarnos en cómo llegó el hombre, y cómo le recibió Jesús. Llegó corriendo y se postró a los pies de Jesús. Es algo sorprendente lo que hizo este joven aristócrata rico, echándose a los pies de un profeta pobre de Nazaret, que estaba a punto de convertirse en un fuera de la ley. «¡Maestro bueno!» -empezó a decirle. Y Jesús le contestó inmediatamente: « ¡No Me adules! ¡No Me llames bueno! ¡Guarda esa palabra para Dios!» Parece como si le echara un jarro de agua fría a su joven entusiasmo. Aquí tenemos una lección. Está claro que este hombre vino a Jesús en un momento de emoción desbordante.
También está claro que Jesús ejercía una atracción personal sobre él. Jesús hizo dos cosas que cualquier evangelista o predicador o maestro debería tener presentes e imitar en su trato con las personas.
Primero le dijo: «¡Detente y piensa! Estás muy acalorado y rebosando de emoción! Yo no quiero arrollarte en un momento de emoción. Piensa tranquilamente en lo que estás haciendo.» Jesús no le estaba echando un jarro de agua fría, sino le estaba diciendo, antes que nada, que calculara el precio.
Segundo, en efecto le dijo: «No puedes hacerte cristiano por sentimentalismo hacia Mí. Debes poner la mirada en Dios.»
Predicar, enseñar, siempre quieren decir comunicar la verdad por medio de la personalidad, y ahí está el peligro más grande que asedia a los grandes maestros: que el alumno, el discípulo, el joven seguidor, tenga una vinculación personal con el maestro o el predicador, y crea que está en relación con Dios. El maestro y el predicador nunca deben señalarse a sí mismos; siempre deben señalar a Dios. En toda verdadera pedagogía hay una cierta auto-obliteración. Cierto que no podemos excluir la personalidad y una cálida lealtad personal, ni lo haríamos si pudiéramos. Pero el asunto no puede acabar aquí. El maestro y el predicador son a
fin de cuentas meros indicadores que señalan a Dios.
(ii) Ninguna otra historia evangélica establece tan claramente como esta la verdad cristiana esencial de que no basta con ser respetable. Jesús citó los mandamientos que eran la base de una vida decente. El hombre no dudó en decir que los había cumplido todos. Fijémonos en una cosa: con una sola excepción, todos los mandamientos eran negativos, y esa única excepción se refería sólo al círculo familiar. En efecto, lo que el hombre estaba diciendo era: « Yo no le he hecho nunca ningún daño a nadie.» Y sería cierto; pero la verdadera pregunta es: « ¿Qué has hecho tú por nadie?» Y la pregunta a este hombre era aún más incisiva: «Con todas tus posesiones, con toda tu riqueza, con todo lo que tú podrías dar, ¿qué bien positivo les has hecho a los demás? ¿Cuánto te has apartado de tu camino para ayudar y consolar y fortalecer a otros como podrías haberlo hecho?» La respetabilidad, en conjunto, consiste en no hacer nada malo; el Cristianismo consiste en hacer algo por los demás. Ahí era precisamente donde este hombre -como tantos de nosotros- fallaba.
(iii) Así es que Jesús le enfrentó con un desafío. Le dijo: « Desmárcate de esa respetabilidad moral. Deja de considerar la bondad como algo que consiste en no hacer cosas. Tómate a ti mismo y todo lo que tienes, y entrégalo todo para bien de los demás. Así y entonces encontrarás la verdadera felicidad en el tiempo y en la eternidad.» Aquel hombre no pudo hacerlo. Tenía muchas posesiones, que nunca se le había pasado por la cabeza que pudiera dar; y cuando se le sugirió, no pudo. Probablemente no había robado nunca, ni defraudado a nadie -pero tampoco había sido nunca, ni podía ponerse en situación de ser, positiva y sacrificialmente generoso.
Puede que sea respetable no quitarle nunca nada a nadie. Lo cristiano es dar siempre lo más posible. En realidad, Jesús estaba confrontando a este hombre con una cuestión básica y esencial: « ¿Hasta qué punto quieres el verdadero Cristianismo? ¿Lo quieres lo suficiente como para renunciar a tus posesiones?» Y el hombre tuvo que contestar sinceramente: «Lo quiero, pero no hasta ese punto.»
Robert Louis Stevenson, en The Master of Ballantrae, hace un retrato del amo que deja su hogar ancestral en Durrisdeer por última vez. Hasta él está triste. Está hablando con el fiel mayordomo de la familia. « ¡Ah, M’ Keller! -le decía-. ¿Crees que no tengo nunca ningún remordimiento?» « No creo -contestó M’ Keller- que usted podría ser tan malo si no tuviera toda la maquinaria para ser bueno.» «No toda -dijo el amo-. En eso estás en un error. La enfermedad de no querer. »
Era la enfermedad de no querer suficientemente la que supuso una tragedia para el que vino corriendo a Jesús. Es la enfermedad que sufrimos la mayoría. Todos queremos la bondad, pero hasta cierto punto, y muy pocos suficientemente como para pagar el precio. Jesús, al mirarle, le amó. Había muchas cosas en la mirada de Jesús.
(a) Estaba la llamada del amor. Jesús no estaba enfadado con él. Le amaba demasiado para eso. No era la mirada de la ira, sino la del amor.
(b) Estaba el desafío de la caballerosidad. Era una mirada que trataba de sacar al hombre de una vida cómoda, respetable y segura, e introducirle en la aventura de ser un caballero cristiano.
(c) Era la mirada del desencanto. Y ese desencanto era el más doloroso de todos: el de ver que un hombre escogía deliberadamente no ser lo que hubiera podido ser y se le ofrecía llegar a ser.
Jesús nos mira con la llamada del amor, y con el desafío de la aventura caballeresca del camino cristiano. Que no tenga Dios que mirarnos con el dolor por una persona amada que rehúsa ser lo que podría haber sido y estaba en sus posibilidades llegar a ser.
Jesús miró a Su alrededor y les dijo a Sus discípulos: -¡Qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que tienen dinero! Sus discípulos se quedaron alucinados con Sus palabras. Entonces Jesús repitió lo que había dicho: -¡Chicos, qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que confían en el dinero! Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios.
Ellos estaban alucinados a tope, y Le dijeron: -Entonces, ¿quién se va a poder salvar? Jesús se los quedó mirando, y les dijo: -Para un hombre es imposible, pero no para Dios. Todas las cosas son posibles para Dios.
El aristócrata que no había aceptado el desafío de Jesús se había marchado triste, y sin duda Jesús y Sus discípulos le siguieron con la mirada hasta que se perdió en la distancia. Entonces Jesús Se volvió y miró a Su alrededor a Sus hombres. «¡Qué difícil les es -les dijo- entrar en el Reino de Dios a los que tienen dinero!» La palabra que se usa para dinero es jrémata, que Aristóteles definía como « todas aquellas cosas cuyo valor se mide por el dinero.»
Tal vez nos preguntemos por qué este dicho sorprendió tanto a los discípulos. Dos veces se subraya su sorpresa. La razón era que Jesús estaba poniendo patas arriba los baremos judíos corrientes. La moralidad popular judía era bien sencilla. Se creía que la prosperidad era señal de que se era buena persona. Si uno era rico, era porque Dios le había honrado y bendecido. La riqueza era una prueba de la excelencia del carácter de la persona y del favor de Dios. El salmista lo resumía: « Joven fui y me he hecho viejo, y no he visto a ningún justo desamparado, ni a sus descendientes pidiendo limosna» (Salmo 37:25).
¡No nos sorprende que los discípulos se sorprendieran! Creerían que, cuanto más próspera fuera la vida de un hombre, tanto más seguro estaría de entrar en el Reino. Así es que Jesús repitió Su dicho de una manera ligeramente diferente para aclarar lo que quería decir: « ¡Qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que confían en el dinero!»
Nadie ha visto más claramente que Jesús los peligros de la prosperidad material.
¿Cuáles son esos peligros?
(i) Las posesiones materiales tienden a hacer que se apegue a este mundo el corazón del hombre. Tiene tantos intereses en él, está tan involucrado en él, que le es difícil dejar de pensar en él, y le es especialmente difícil salir de él. El doctor Johnson estaba una vez visitando un famoso castillo y sus maravillosos jardines. Después de verlo todo, se volvió a sus amigos y les dijo: «Estas son*las cosas que le hacen a uno difícil morir.» El peligro de las posesiones es que fijan los pensamientos e intereses de la persona a este mundo.
(ii) Si el principal interés de la persona está en las cosas materiales, esto tiende a hacerle pensar en todo en términos de precio. La mujer de un pastor de ovejas de las montañas escribió a un periódico una carta sumamente interesante. Sus hijos se habían criado en la soledad de las montañas. Eran sencillos y naturales. Luego su marido consiguió un trabajo en el pueblo, y los niños se fueron introduciendo en la nueva vida. Cambiaron muy considerablemente -a peor. El último párrafo de su carta rezaba: « ¿Qué es preferible para la educación de un niño: la falta de cosas mundanas, pero con mejores modales y pensamientos sencillos y sinceros, o todo lo mundano, con el hábito de hoy en día de saber el precio de las cosas pero no su verdadero valor?» Como decía Antonio Machado: « Sólo un necio – confunde valor y precio.»
Si el interés principal de una persona está en las cosas materiales pensará en términos de precio y no en términos de valor; pensará en términos de lo que se puede conseguir con dinero. Y bien puede ser que olvide que hay cosas más valiosas en este mundo que el dinero, que hay cosas que no tienen precio, y que hay cosas preciosas que no se compran con dinero. Es fatal el empezar a pensar que todo lo que vale la pena tiene un precio en dinero.
(iii) Jesús habría dicho dos cosas de las posesiones materiales.
(a) Son la piedra de toque de una persona. Por cada cien personas que pueden soportar la adversidad no hay más que una que pueda soportar la prosperidad. La prosperidad puede hacer a una persona muy fácilmente arrogante, orgullosa, satisfecha de sí misma, mundana. Hay que ser una persona como Dios manda para soportarla dignamente.
(b) Es una responsabilidad. Una persona siempre será juzgada por dos baremos: Cómo obtuvo su riqueza, y cómo la usa.
Cuanto más tenga, mayor será la responsabilidad que se le imponga. ¿Usará lo que tiene egoísta o generosamente? ¿Lo usará como si fuera el dueño indiscutible, o recordando que es Dios Quien se lo ha dejado en depósito?
La reacción de los discípulos fue que, si lo que Jesús estaba diciendo era cierto, era prácticamente imposible salvarse.
Entonces Jesús resumió en pocas palabras toda la doctrina de la salvación. «Si -dijo- la salvación dependiera de los esfuerzos de una persona, sería imposible; pero la salvación es el don de Dios, y todas las cosas son posibles para Dios.» El que confía en sí mismo y en su riqueza nunca puede estar seguro de salvarse. El que confía en el poder salvador y en el amor redentor de Dios puede entrar gratis en la salvación. Este es el pensamiento que expresó Jesús, y lo que Pablo escribió en todas sus cartas. Y esta es la verdad que sigue siendo para nosotros la base fundamental de la fe cristiana.
Cristo no queda en deuda con nadie
Pedro se puso a decirle a Jesús: -¡Fíjate! Nosotros lo hemos dejado todo para ser Tus seguidores. -Os diré la pura verdad -les contestó Jesús-: No hay nadie que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos, o tierras por causa de Mí o del Evangelio, que no recupere cien veces más en este tiempo presente, hogares, hermanos, hermanas, madres, hijos, tierras, con persecuciones, y en el mundo venidero la vida eterna. Pero muchos que están los primeros serán los últimos, y los últimos, primeros.
Pedro había estado dándole vueltas a la cosa en su cabeza y, como le era característico, no podía callar la boca. Acababa de ver a un hombre rechazar el « ¡Sígueme!» de Jesús. Acababa de oírle decir a Jesús que ese hombre, por su reacción, se había excluido del Reino de Dios. Pedro no podía por menos de trazar el contraste entre aquel hombre y él mismo y sus amigos.
Al contrario de lo que había hecho aquel hombre, que había rehusado la invitación de Jesús a seguirle, él y sus amigos la habían aceptado; y Pedro, con esa casi silvestre sinceridad suya, quería saber lo que él y sus amigos iban a sacar. La respuesta de Jesús cae en tres secciones.
(i) Dijo que nadie renunciará nunca a nada por causa de Él y de Su Buena Noticia que no lo recupere multiplicado por cien.
Aquello fue un hecho repetido en las vidas de muchos de los primeros cristianos. La conversión al Cristianismo de un hombre le podía suponer la pérdida de hogar y amigos y parientes, pero su entrada en la Iglesia Cristiana le introducía en una familia mucho más amplia y numerosa unida por lazos espirituales.
Lo vemos hecho realidad en la vida de Pablo. Sin duda, cuando Pablo se hizo cristiano, le cerraron en la cara las puertas de su propia casa, y su familia le proscribió. Pero igualmente sin duda hubo ciudad tras ciudad, pueblo tras pueblo, aldea tras aldea en Europa y en Asia Menor donde él podía encontrar un hogar donde se le esperara y una familia en Cristo que le recibiera. Es curioso cómo usa los términos familiares. En Romanos 16:13, dice que la madre de Rufo había sido tan buena como una madre para él; en Filemón 10 habla de Onésimo como el hijo que le ha nacido en la cárcel.
Así sucedería con todos los cristianos en los primeros tiempos. Cuando su propia familia los excluía, entraban en la familia más amplia de Cristo.
Cuando Egerton Young predicó por primera vez el Evangelio a los amerindios de Saskatchewan, la idea de que Dios fuera Padre fascinaba a hombres que hasta entonces no habían pensado en Dios nada más que en relación con el trueno y el rayo y las tormentas. El viejo jefe le preguntó a Egerton Young: «¿Te he oído bien llamar a Dios “Padre nuestro”?» «Es verdad que lo he dicho» -le contestó el misionero. «¿Es Dios tu Padre?» -preguntó de nuevo el jefe. « Sí» -contestó Egerton. « Y -prosiguió el jefe-, ¿es Él también mi Padre?» « No te quepa la menor duda»- le contestó Young. De pronto se le iluminó el rostro al jefe, y extendió los brazos mientras decía como si hubiera hecho un descubrimiento maravilloso: « ¡Entonces, tú y yo somos hermanos!»
Una persona puede tener que sacrificar vínculos que le son muy queridos al convertirse a Cristo; pero entonces se convierte en miembro de una familia y de una fraternidad que abarca la Tierra y el Cielo.
(ii) Jesús añadió dos cosas. La primera, añadió las sencillas palabras « y persecuciones.» Automáticamente, estas palabras sacan todo el tema del mundo del quid pro quo. Descartan la idea de una recompensa material por un sacrificio material. Nos dicen dos cosas. Nos presentan la absoluta honradez de Jesús. Él no ofrecía nunca gangas. Decía claramente que el ser cristiano es una cosa costosa. Jesús nunca usó el soborno para invitar a que Le siguieran, sino el desafío. Es como si dijera: « Puedes estar seguro de que recibirás Tu recompensa, pero tendrás que mostrarte lo suficientemente grande y gallardo para obtenerla.»
La segunda cosa que Jesús añadió, fue la referencia al mundo venidero. Él nunca prometió que habría en este mundo de espacio y tiempo una especie de revisión final del ejercicio y cierre de cuentas. Jesús no llamaba a las personas a ganar las recompensas del tiempo. Las llamaba a ganar las bendiciones de la eternidad. Este no es el único mundo que Dios tiene para cumplir Sus compromisos.
(iii) Entonces Jesús añadió un epigrama de advertencia: « Pero muchos que están los primeros serán los últimos, y los últimos, primeros.» Esta era en realidad una advertencia a Pedro. Puede ser que por entonces Pedro estuviera calculando su propia valía y su propia recompensa, y valorándolas bien alto. Lo que Jesús estaba diciendo era: « El baremo definitivo del juicio es el de Dios. Muchos puede que ocupen una buena posición en el juicio del mundo, pero el juicio de Dios trastocará el del mundo. Todavía más: muchos puede que se consideren muy importantes a su propio juicio, y descubran que la valoración que Dios hace de ellos es muy diferente.» Es una advertencia contra el orgullo. Es la advertencia de que los juicios definitivos son los de Dios, que es el único Que conoce la motivación de los corazones humanos. Es una advertencia de que el juicio del Cielo puede que trastrueque las dignidades de la Tierra.
Este aristócrata se dirigió a Jesús de una manera totalmente inusitada. En toda la literatura judía no se encuentra ningún caso de un rabino al que se llamara «Maestro bueno.» Los rabinos decían siempre que «no hay nada que sea bueno más que la ley.»
El dirigirse así a Jesús sonaba a cumplido exagerado, y Jesús empezó por hacer volver los pensamientos a Dios. Jesús siempre reconocía que su poder y su mensaje procedían de Dios. Cuando los nueve leprosos no volvieron, Jesús se entristeció, no porque no habían vuelto a darle las gracias a Él, sino a Dios (Lucas 17:18).
No hay duda que este aristócrata era un buen hombre; pero reconocía en lo íntimo de su corazón que algo faltaba en su vida.
La respuesta de Jesús fue que si quería encontrar todo lo que estaba buscando tenía que vender sus posesiones y distribuir el producto entre los pobres, y entonces seguir a Jesús. ¿Por qué hizo aquella demanda precisamente a aquel hombre? Cuando el gadareno al que curó Jesús le pidió que le dejara ser seguidor suyo, le contestó que volviera a su casa (Lucas 8:38s). ¿Por qué le dio al aristócrata un consejo diferente?
En un evangelio apócrifo que se llama El Evangelio según los Hebreos, que se ha perdido en su mayor parte, uno de los fragmentos cuenta este incidente de forma que nos da una clave. «El otro hombre rico le dijo a Jesús: -Maestro, ¿qué cosa buena debo hacer para vivir de veras? -Hombre, obedece la ley y los profetas – le respondió Jesús. -Ya lo he hecho -añadió el hombre. -Entonces, ve – le dijo Jesús- , vende todo lo que tienes, distribúyelo entre los pobres, y ven a seguirme. » El rico entonces empezó a rascarse la cabeza, porque no le gustaba este mandamiento. El Señor le dijo: -¿Cómo dices que has obedecido la ley y los profetas? En la ley está escrito: «Ama a tu prójimo como a ti mismo.» Y fíjate que hay muchos hermanos tuyos, hijos de Abraham, que se están muriendo de hambre, y tú tienes la casa llena de cosas buenas, y no les das ni una a los pobres. Y Jesús se volvió a decirle a su discípulo Simón, que estaba sentado a su lado: -Simón, hijo de Jonás: le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a,un rico entrar en el Reino de los Cielos.
Aquí tenemos el secreto y la tragedia de aquel aristócrata. Llevaba una vida egoísta. Era rico, pero no daba nada. Su verdadero dios era la comodidad, y a lo que daba culto era a sus posesiones y a su riqueza. Y por eso Jesús le dijo que tenía que darlo todo. Muchos ricos usan la riqueza que tienen para darles a sus semejantes lo que necesitan para vivir mejor. Pero este hombre no lo usaba más que para sí. Si el dios de una persona es aquello a lo que da todo su tiempo, pensamiento, energía y devoción, entonces el dios de este hombre era la riqueza. Si había de encontrar la verdadera felicidad, tenía que librarse de todo aquello, y vivir para los demás con la misma intensidad con la que había vivido antes para sí mismo.
Jesús siguió diciendo que le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios. Los rabinos solían hablar de un elefante que quisiera pasar por el ojo de una aguja como un ejemplo de algo imposible o absurdo. Pero el ejemplo de Jesús puede que tuviera uno de estos dos orígenes:
(i) Se dice que al lado de la gran puerta de Jerusalén por la que entraba todo el tráfico había una puertecilla suficientemente ancha y alta para que pudiera pasar por ella una persona; y se dice que a esa puertecilla la llamaban «ojo de aguja», y de ahí el ejemplo del camello que quería entrar y no cabía.
(ii) La palabra griega para camello es kamelos, y ya en aquel tiempo se pronunciaría lo mismo que kamilos, que quería decir soga de barco. Puede que Jesús quisiera decir que sería más fácil enhebrar una aguja con una guindaleza que entrar un rico en el Reino de Dios.
En cualquier caso se trata de una exageneración graciosa que nos han conservado los tres sinópticos, como cuando Jesús dijo que los escribas y fariseos hipócritas « colaban el mosquito y se tragaban el camello» (Mateo 23:24).
¿Por qué? Las posesiones tienden a encadenar el corazón a este mundo y a no dejar que se piense en nada más. No tiene por qué ser pecado el tener riquezas, pero sí entraña un peligro y una gran responsabilidad.
Pedro mencionó que él y sus compañeros lo habían dejado todo para seguir a Jesús; y Jesús prometió que nadie dejaría nada por el Reino de Dios que no recibiera mucho más. Todos los cristianos sabemos que es verdad. Alguien dijo al misionero David Livingstone que cuántos sacrificios había hecho, porque había pasado muchas pruebas y dolores, perdido a su mujer y arruinado su salud en África. Y Livingstone le contestó: «¿Sacrificios? ¡No he hecho ningún sacrificio en toda la vida!»
Al que sigue a Cristo puede que le esperen y le pasen cosas que el mundo consideraría malas; pero todas ellas producen una paz y una felicidad que el mundo no puede ni dar ni quitar.
Evangelista. Autor de Vida de Jesús un Evangelio Armonizado; Sancocho Cristiano Vols.: I-IV y Bendiciones Cristianas Vols.: I y II. Libre entre los hombres, esclavo y siervo de Nuestro Señor Jesucristo