Al final de un paseo Manuel y Luis, dos amigos cristianos, llegaron a una colina que se imponía sobre un próspero y largo valle. Asombrados por la belleza del paisaje, se detuvieron. Todo parecía tranquilo, pero Manuel, un tanto preocupado, dijo a su amigo:
— Estoy contento de conocer al Señor que creó estas maravillas, pero ¿qué responder a quienes nos dicen fríamente: Si hubiese un Dios, no permitiría el sufrimiento…?
Luis se quedó pensativo, con la mirada fija en el horizonte, pero acabó respondiendo:
— Hay un error de razonamiento. ¡La existencia de Dios no tiene nada que ver con el sufrimiento!
— Es cierto, asintió Manuel.
— La existencia de Dios, del Creador, se deduce de la propia existencia del mundo y de nosotros mismos. La Biblia afirma que el poder de Dios se discierne por medio de la inteligencia…
— Sí, el sufrimiento sólo puede ponerse en relación con la bondad y la justicia de Dios, no con su existencia. Digan lo que digan los hombres, éstos deben tener en cuenta a un Dios que existe y que los juzgará.
— Exactamente, dijo Luis. Dios es amor, a pesar de todo el mal que veamos. Mostró que nos amaba cuando Jesús, el único justo, sufrió por nosotros los injustos.