El día había amanecido lluviosos. Mientras desayunábamos mi esposa me preguntó si asistiría a la Iglesia a pesar de la lluvia, a lo que contesté en la afirmativa y en tono de broma le dije que yo no era de cartón. Es que no sé, me dijo, es que presiento que algo malo va a suceder.
Besos y abrazos, como siempre me esperaban a la entrada del Templo, acompañados del acostumbrado Dios te bendiga, que recibía mi acostumbrada contestación: lo hizo tempranito en la mañana, antes de levantarme ya lo había hecho.
Serían más o menos a las 10:45 am. El Pastor había comenzado su sermón. Un tema que nunca pierde actualidad y por demás fascinante: ¿Estás preparado para entrar al Reino de los cielos? Irónicamente con su habitual tono de voz acababa de formular la pregunta cuando un hombre armado de una ametralladora AK-47 se abrió paso entre la feligresía. Pude identificar la ametralladora por las muchas veces que habían salido fotos de ella en los rotativos del país.
De inmediato dio órdenes a los Ujieres de que no permitieran la entrada de nadie más o los mataría. A paso firme se dirigió al Altar y bruscamente le quitó el micrófono al Pastor. Con voz firme anunció que estaba harto de los llamados Cristianos y que estaba allí para asesinar a los verdaderos Cristianos.
—No tengo nada contra las visitas ni contra los que están aquí por complacer la familia. Unicamente me interesan los Cristianos. Esos que dicen que estarían dispuestos a dar su vida por el Señor. Así que los que no estén dispuestos a morir por Jesucristo pueden levantarse y abandonar el Templo.
Dio instrucciones a los Ujieres para abrir las puertas y dejar salir a los que así quisieran hacerlo. Permanecí sentado pidiéndole al Señor me diera fortaleza para aceptar su Voluntad y mientras recordaba las palabras de mi esposa esa mañana de que algo malo iba a suceder vi como la Iglesia se quedó prácticamente vacía. Toda mi vida pareció proyectarse ante mí en fracciones de segundos.
La voz del hombre me trajo nuevamente a la realidad.
—Si alguno de ustedes, Ujieres quiere abandonar el Templo este es el momento. Al salir cierren la puerta por fuera.
Así lo hicieron y entonces el hombre nos ordenó alabar el nombre de Dios en voz alta mientras movía la ametralladora de un lado a otro como buscando por dónde comenzar a disparar.
— Griten a viva voz: Veo los Cielos abriéndose y la Gloria de Dios descendiendo sobre mí.
Con un movimiento brusco, agarrando al Pastor por la camisa lo levantó de su silla llevándolo a empujones hacia el micrófono.
— Pastor, le dijo, puede ahora continuar con su Servicio. Aquí sólo quedamos los verdaderos Cristianos.
Y soltando la ametralladora, que resultó ser de juguete, se unió a los que nos habíamos quedado y comenzó a alabar el Sagrado y Bendito nombre de Dios.
Al llegar la Policía –me imagino que alguien de los que abandonó el Templo debió llamarla– únicamente encontró a un puñado de Cristianos alabando y glorificando al Señor.