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2 Corintios 6: Borrasca de problemas

Hacemos nuestro trabajo procurando no poner obstáculos en el camino de nadie, porque no queremos que el ministerio se convierta en blanco de críticas. En todo tratamos de dar muestras de la dignidad que nos corresponde como ministros de Dios: soportando adversidades, cercados de dolorosas opresiones, en los inevitables dolores de la vida, en ansiedad, sufriendo azotes, en la cárcel, en tumultos, en trabajos, en insomnios y ayunos, con pureza, con conocimiento, con paciencia, con amabilidad, con el Espíritu Santo, con amor sincero, declarando la verdad, por el poder de Dios, con las armas de la integridad ofensivas y defensivas, con honra o con deshonra, de mala o de buena reputación; nos tienen por engañadores, pero somos auténticos; como si no se nos conociera, aunque nos conocen perfectamente; como moribundos, ¡pero seguimos vivos!; como castigados, pero no muertos; como apesadumbrados, pero siempre gozosos; como pobres, pero enriqueciendo a muchos; como si no tuviéramos nada, aunque lo poseemos todo.

En todos los azares y avatares de la vida, Pablo no se preocupaba nada más que de presentarse como ministro útil y sincero de Jesucristo. Aunque presenta sus credenciales, con la mirada de la mente recorre lo que llamaba Crisóstomo «la borrasca de problemas» por la que había pasado y en la que se debatía todavía. Cada una de las palabras de este tremendo catálogo, que alguien ha llamado « el himno del heraldo de la salvación,» representa una experiencia de la vida aventurera del apóstol Pablo.

Empieza con un término triunfal de la vida cristiana: resistencia (hypomoné). A veces se traduce por paciencia; pero no describe la actitud mental del que se sienta en un rincón con los brazos cruzados y la cabeza gacha, y deja que le pase por encima un torrente de problemas con resignación pasiva. Hypomoné describe más bien la capacidad de soportar las adversidades con tal actitud triunfante que las convierte en acicates. Crisóstomo le dedica a esta virtud un gran panegírico. La llama «la raíz de todos los bienes, la madre de la piedad, el fruto que nunca se agria, una fortaleza inexpugnable, un puerto a salvo de tormentas» y «la reina de las virtudes, el fundamento de las buenas acciones, paz en la guerra, calma en la tempestad, seguridad en el peligro.» Es la habilidad valerosa y triunfante que supera el límite de la resistencia sin rendirse, y recibe lo inesperado con ánimo. Es la alquimia que transforma la tribulación en fortaleza y gloria.

Pablo menciona a continuación tres grupos de situaciones, cada uno con tres cosas en las que se practica esta resistencia victoriosa.

(i) Están los conflictos internos de la vida cristiana.

(a) Las cosas que nos oprimen dolorosamente. La palabra que usa es thlípsis, que originalmente expresaba la simple presión física que sufre una persona. Hay cosas que abruman el espíritu humano, tales como las tristezas, que son una carga insoportable para el corazón, y las desilusiones, que parecen querer estrujarlo. La resistencia triunfante puede con todo.

(b) Los inevitables dolores de la vida. La palabra griega (anánké) quiere decir literalmente las necesidades de la vida. Algunas cargas se pueden evitar, pero otras no. Hay algunas cosas que no hay más remedio que soportar. Son el dolor en todas sus formas, porque sólo se verá libre de él la vida que nunca haya conocido el amor; y la muerte, que es la suerte de todo ser humano. La resistencia triunfante le permite a una persona arrostrar todo lo que implica ser persona.

(c) La ansiedad. La palabra que usa Pablo (stenojóría) quiere decir literalmente un paso demasiado estrecho. Se usa de un ejército atrapado en un desfiladero que no permite ni maniobrar ni escapar. Se puede usar de un navío sorprendido por una tempestad que no le deja seguir adelante ni volver atrás. Hay momentos en los que parece que una persona está en una situación en que los muros de la vida se estrechan, amenazando con aplastarla. Pero también entonces la resistencia triunfante le permite respirar la amplitud del Cielo.

(ii) Están las tribulaciones externas de la vida.

(a) Azotes. Para Pablo, la vida cristiana conllevaba no sólo sufrimientos espirituales, sino también físicos. Es un hecho que, si no hubiera sido por los que estuvieron dispuestos a sufrir el tormento del fuego y de las fieras, hoy no existiría el Cristianismo. Todavía el ser cristianos supone para algunos vivir en constante agonía; y siempre es verdad que «la sangre de los mártires es la semilla de la Iglesia.»

(b) Cárceles. Clemente de Roma nos dice que Pablo estuvo en la cárcel no menos de siete veces. Por Hechos sabemos que, antes de escribir a los corintios, había estado preso en Filipos; y después, en Jerusalén, Cesarea y Roma. El cuadro de honor de los cristianos que han estado presos por su fe se extiende desde el siglo I hasta el XX. Siempre ha habido cristianos dispuestos a perder su libertad antes que abandonar su fe.

(c) Tumultos. Una y otra vez encontramos cristianos que tienen que enfrentarse, no con la severidad de la ley, sino con la violencia de la multitud. John Wesley nos cuenta lo que le sucedió en Wednesbury cuando una multitud se le echaba encima como una riada. «Era en vano intentar hablarles, porque hacían un ruido como el mar en tempestad. Así es que me arrastraron hasta que llegamos al pueblo; entonces vi que estaba abierta la puerta de una casa grande, e intenté entrar; pero uno me agarró de los pelos y tiró de mí hacia el centro del gentío. No se detuvieron hasta que me habían llevado por toda la calle principal, de un lado a otro del pueblo.» George Fox cuenta lo que le sucedió en Tickhill: « Me encontré al sacerdote y a casi todos los principales de la parroquia en el coro. Me dirigí a ellos y me puse a hablarles; pero en seguida se me echaron encima; cuando yo estaba hablando, uno de los funcionarios echó mano a la biblia y me pegó en la cara con ella con tanta fuerza que me puse a sangrar abundantemente al pie del campanario. Entonces la gente se puso a chillar: « ¡Sacadle de la iglesia!» Y, después de sacarme, me dieron una gran paliza, me tiraron al suelo y luego por encima del seto, y después me arrastraron por una casa hasta la calle, tirándome piedras y pegándome mientras me arrastraban de forma que yo estaba cubierto de sangre y de barro… Sin embargo, cuando me pude poner en pie otra vez, les declaré la Palabra de vida, y les mostré los frutos de sus maestros, que deshonraban el Cristianismo.» La multitud ha sido muchas veces enemiga del Cristianismo; pero ahora no es tanto su violencia, sino su burla y desprecio sarcástico lo que tienen que soportar los cristianos.

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