Acercándose a Jerusalén, luego que llegaron a Betania, a la vista de Befage, al pie del monte de los Olivos, despachó Jesús a dos discípulos, diciéndoles: Id a esa aldea que se ve enfrente de vosotros, sin más diligencia encontraréis un asna atada, y su burrito can ella en el cual nadie ha montado hasta ahora, desatadlos, y traédmelos. Que si alguno os dijera algo, respondedle que los necesita el Señor; y al punto os los dejara llevar›. Idos los discípulos, hallaron el burrito atado fuera, delante de una puerta, a la entrada de dos caminos o en una encrucijada, de la misma manera que les había dicho, y lo desataron. Al desatarlo, les dijeron los dueños de el: ¿Que hacéis?, ¿por qué desatáis ese burro? Los discípulos respondieron conforme a lo que Jesús les había mandado, y se lo dejaron llevar. Y trajeron el asna y el pollino, y los aparejaron con sus vestidos, y le hicieron sentar encima. Y una gran muchedumbre tendía por el camino sus vestidos; otros cortaban ramos u hojas de los árboles, y los ponían por donde había de pasar. Pero estando ya cercano a la bajada del monte de los Olivos, todos los discípulos en gran numero, transportados de gozo, comenzaron a alabar a Dios en alta voz por todos los prodigios que habían visto, y tanto las gentes que iban delante, como las que venían detrás, clamaban diciendo: ¡Hosanna, salud y gloria! ¡Hosanna, al Hijo de David! ¡Bendito sea el que viene en nombre del Señor, el rey de Israel! ¡Bendito sea el reino de nuestro padre David que vemos llegar ahora! ¡Hosanna en lo mas alto de los cielos! Con esto algunos de los fariseos, que iban entre la gente, Ie dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos. Les respondió el: En verdad os digo, que si estos callan, las mismas piedras darán voces. Todo esto sucedió en cumplimiento de lo que dijo el profeta: Decid a la hija de Sión: Mira que viene a ti tu rey lleno de mansedumbre, sentado sobre un asna y su burrito, hijo de la que está acostumbrada al yugo. Los discípulos por entonces no reflexionaron sobre esto; mas cuando Jesus hubo entrado en su gloria, se acordaron que tales cosas estaban escritas de el, y que ellos mismos las cumplieron. Al llegar cerca de Jerusalén, poniéndose a mirar esta ciudad, derramó lágrimas sobre ella, diciendo: ¡Ah! si conocieses también tú, por lo menos este día que se te ha dado, lo que puede atraerte la paz; mas ahora está todo ello oculto a tus ojos. La lástima es que vendrán unos días sobre ti, en que tus enemigos te circunvalarán, y te rodearán, y te estrecharán por todas partes, y te arrasarán, con los hijos tuyos, que tendrás encerrados dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra; por cuanto has desconocido el tiempo en que Dios te ha visitado. Cuando entró en Jerusalén, se conmovió toda la ciudad, diciendo muchos: ¿Quién es este? A lo que respondían las gentes: Este es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea. Mateo 21: 1-11; Marcos 11: 1-11; Lucas 19: 28-44; Juan 12: 12-19
Con este pasaje nos introducimos en el último acto de la vida de Jesús; y aquí tenemos un momento dramático de veras en un doble sentido.
Era el tiempo de la Pascua, y Jerusalén y todo el país de alrededor estaba abarrotado de peregrinos. Treinta años después, un gobernador tuvo que hacer el censo de los corderos que se mataron en Jerusalén para la Pascua, y descubrió que su número se aproximaba al cuarto de millón.
La norma de, la Pascua era que tenían que reunirse por lo menos diez: personas para cada cordero, lo que quiere decir que en esa Pascua hubo en Jerusalén más de dos millones y medio de personas.
La ley era que todos los varones judíos que vivieran en un radio de cuarenta kilómetros de Jerusalén tenían que venir a la Pascua; pero no solo venían judíos de Palestina, sino de todos los rincones del mundo para estar presentes en la mayor de sus fiestas nacionales. Jesús no podía haber escogido un momento más dramático. Se dirigió a una ciudad abarrotada de gente y cargada de expectaciones religiosas.
No creemos que esta fuera una decisión repentina de Jesús, adoptada casualmente en un momento. Era algo que había preparado de antemano. La impresión que nos hace el relato es que Él estaba llevando a cabo planes que había preparado de antemano. Envió a sus discípulos «a la aldea» para recoger la asna y su asnillo. Mateo menciona Betfagué solamente; pero Marcos menciona también a Betania (Marcos 11:1). Sin duda se trataba de Betania. Jesús ya había hecho los preparativos para que Le prepararan una asna y su asnillo, porque debe de haber tenido muchos amigos en Betania; y la frase: « El Maestro los necesita» parece haber sido una contraseña convenida para que los amos de los animales supieran que había llegado la hora convenida por Jesús.
Así es que Jesús entró cabalgando en Jerusalén. El hecho de que el asno no se había usado nunca antes es especialmente apropiado para el santo propósito. La becerra roja que se usaba en ceremonias de purificación debía ser un animal «sobre el cual no se había puesto yugo» (Números 19:2; Deuteronomio 21:3); la carreta en el que se llevaba el arca del Señor había de ser una que no se hubiera usado antes para ningún otro propósito (1 Samuel 3:7). La especial santidad de la ocasión se subrayaba por el hecho de que en el asna no había cabalgado antes ninguna persona.
La multitud recibió a Jesús como Rey. Extendieron sus túnicas a Su paso. Eso había sido lo que habían hecho los amigos de Jehú cuando le proclamaron rey (2 Reyes 9:13). Arrancaron ramas de los árboles y ondearon ramas de palmera. Eso es lo que habían hecho cuando entró en Jerusalén Simón Macabeo después de una de sus más notables victorias (1 Macabeos 13:51).
Recibieron a Jesús con el saludo que se daba a los peregrinos que venían ala fiesta: «¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!» (Salmo 118:26).
Gritaban: « ¡Hosanna!» Debemos tratar de comprender lo que esto quería decir. Hosanna quiere decir salva ahora, y era la llamada de auxilio que un pueblo en angustia dirigía a su rey o a su Dios.
Es realmente una cita del Salmo 118:25: « ¡Sálvanos, Te suplicamos, oh Señor!» La frase «¡Hosanna en las alturas!» debe de querer decir: « ¡Que hasta los ángeles en lo más alto de las alturas del Cielo griten a nuestro Dios: “¡Salva ahora!”»
Puede que la palabra hosanna hubiera perdido algo de su sentido original, y se hubiera convertido en un grito de bienvenida y aclamación, como « ¡Hola!» Pero esencialmente es un grito de un pueblo pidiendo liberación y ayuda en el día de su angustia; es el clamor del pueblo oprimido a su Salvador y Rey.
La intención de Jesús
Podemos suponer que las acciones y los gestos de Jesús en este incidente eran programados y deliberados. Estaba siguiendo un método para despertar las conciencias que estaba íntimamente relacionado con los métodos de los profetas. Una y otra vez en la historia religiosa de Israel, cuando un profeta presentía que las palabras no conseguían penetrar la barrera de la indiferencia o la incomprensión, presentaba su mensaje en una acción dramática que la gente no podía por menos de ver y entender. De entre los muchos ejemplos que encontramos en el Antiguo Testamento vamos a escoger dos de los más sobresalientes.
Cuando se vio claro que el reino no podría soportar los excesos y extravagancias de Roboam, y que Jeroboam estaba destinado a representar el nuevo poder, el profeta silonita Ahías eligió una manera dramática para predecir el futuro. Se puso una capa nueva, y salió a encontrar a Jeroboam a solas; tomó la capa nueva, y la rasgó en doce piezas; luego tomó diez de ellas y se las dio a Jeroboam, y se quedó con dos; con esta acción dramática anunció que diez de las doce tribus estaban a punto de rebelarse apoyando a Jeroboam, mientras que solo dos seguirían fieles a Roboam (1 Reyes 11:29-32). Aquí tenemos el mensaje profético presentado en forma dramática.
Cuando Jeremías se convenció de que Babilonia estaba a punto de conquistar Palestina, a pesar de lo confiado que estaba el pueblo, hizo coyundas y yugos, y los envió a Edom, a Moab, a Amón, a Tiro y a Sidón; y se colocó un yugo al cuello para que todos lo vieran. Mediante esta acción dramática presentó claramente el hecho de que nada sino la esclavitud los esperaba (Jeremías, 27:1-6); y cuando Hananías, el falso profeta con un optimismo equivocado, quiso mostrar que creía que las premoniciones sombrías de Jeremías estaban totalmente equivocadas, tomó el yugo de los hombros de Jeremías y lo rompió (Jeremías 28:1Os).
Los profetas tenían la costumbre de expresar su mensaje en forma dramática cuando presentían que las palabras no eran suficientes. Y eso fue lo que hizo Jesús cuando entró en Jerusalén.
Hay dos alegorías tras la acción dramática de Jesús.
(i) Está la visión de Zacarías 9:9, en la que el profeta vio venir al Rey a Jerusalén «humilde, cabalgando sobre un asno, sobre un Jóllino hijo de asna.» En primera instancia, la acción dramática de Jesús era una presentación deliberada como Mesías. Se estaba ofreciendo a Sí mismo al pueblo, en un momento en que Jerusalén estaba hirviendo de judíos de todo el país y de todo el mundo, como el Ungido de Dios. Veremos a continuación lo que Jesús quería decir con Su presentación; pero no hay duda de que eso fue lo que hizo.
(ii) Puede que hubiera otra intención en el gesto de Jesús. Uno de los mayores desastres de la historia judía fue la captura de Jerusalén por Antíoco Epífanes, hacia 175 a.C. Antíoco estaba decidido a erradicar el judaísmo y a introducir en Palestina la manera de vivir y la religión griega.
Profanó el templo ofreciendo carne de puerco en el altar, y sacrificios al Zeus Olímpico, y hasta convirtiendo las cámaras del templo en prostíbulos públicos. Fue entonces cuando los Macabeos se rebelaron contra él, consiguiendo por último rescatar su tierra. A su debido tiempo Jerusalén fue rescatada y el templo profanado fue restaurado y purificado y rededicado. En 2 Macabeos 10:7 leemos acerca del regocijo de aquel gran día: «Por tanto tomaron ramas, brotes tiernos, y palmas, y cantaron salmos al Que les había permitido purificar Su santo lugar.» Aquel día la gente llevaba palmas y ramas y cantaba salmos; es casi la misma descripción de la reacción de la multitud que recibió a Jesús en Jerusalén.
Es por lo menos posible que Jesús conociera aquello, y que entrara en Jerusalén con la intención de purificar la Casa de Dios como lo había hecho Judas Macabeo doscientos años antes. Eso fue exactamente lo que hizo Jesús. Bien puede ser que estuviera diciendo en forma dramática, no solamente que El era el Ungido de Dios, sino también que había venido a limpiar la Casa de Dios de los abusos que profanaban su culto. ¿No había dicho Malaquías que el Señor vendría repentinamente a Su templo? (Malaquías 3:1). Y en su visión de juicio, ¿no había visto Ezequiel que el terrible juicio de Dios empezaría en el santuario? (Ezequiel 9:6).
Las credenciales del Rey
Para concluir nuestro estudio de este incidente, observemos a Jesús en el centro de la escena. Nos muestra tres cosas acerca de Él.
(i) Nos muestra Su coraje. Jesús sabía perfectamente bien que estaba entrando en una ciudad hostil. Por muy entusiasmada que se mostrara la multitud, las autoridades Le odiaban y habían jurado eliminarle; y eran ellas las que tenían la última palabra. En tales circunstancias, cualquiera habría considerado que el valor era compatible con la prudencia; y, si Jesús tenía que ir a Jerusalén, bien hubiera podido entrar a cubierto de la noche, y dirigirse a Su refugio por las calles traseras. Pero Jesús entró en Jerusalén de una manera que Le colocaba en el centro del escenario, y atraía todas las miradas. En Sus últimos días hubo en todas Sus acciones un desafío magnífico y sublime; y aquí empieza el último acto al arrojar el guante y desafiar a las autoridades para que llegaran con Él a lo peor de sus planes.
(ii) Nos muestra Sus credenciales. Jesús se presentó con toda claridad como el Mesías de Dios, como el Ungido de Dios. También probablemente mostró Sus credenciales como el Purificador del templo. Si Jesús Se hubiera conformado con proclamarse profeta, lo más seguro es que no Le habrían quitado la vida. Pero Él no podía darse por satisfecho con nada menos que el lugar que Le correspondía. Con Jesús es todo o nada. Hemos de reconocerle como Rey, o no recibirle de ninguna manera.
(iii) Igualmente nos muestra Su invitación. No era sentarse en un trono lo que pretendía, sino ser Rey de los corazones. Vino humildemente y cabalgando sobre un asnillo. Debemos tener cuidado de entender el verdadero sentido de ese gesto. En Occidente, el burro es una acémila despreciable; pero en Oriente el asno se consideraba un animal noble. Era corriente que un rey entrara en una ciudad cabalgando sobre un asno; pero en ese caso era señal de que venía en son de paz. El caballo era la montura para la guerra; el asno era la montura para la paz. Así que cuando Jesús Se presentó como Rey, Se presentó como Rey de Paz. Mostró que había venido, no para destruir, sino para amar; no para condenar, sino para salvar; no por la fuerza de las armas, sino por la del amor.
Así pues, a la misma vez, vemos el coraje de Cristo, las credenciales de Cristo, la invitación de Cristo. Era Su última invitación a que Le abrieran, no las puertas de sus palacios, sino las de sus corazones.
Marcos
Cuando iban llegando, ya cerca de Jerusalén, a Betfagué y a Betania, Jesús mandó por delante a dos de Sus discípulos diciéndoles: -Entrad en la aldea que tenéis enfrente, y, en cuanto entréis encontraréis un borriquillo atado en el que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traédmelo. Y si alguien os pregunta por qué estáis haciéndolo, decidle: «El Señor lo necesita; e inmediatamente lo devolverá. » Ellos se adelantaron, y encontraron el borriquillo atado ala entrada de una casa en plena calle, y lo desataron. Y algunos de los que estaban por allí les dijeron: -¿Qué estáis haciendo desatando el borriquillo? Y ellos les dijeron lo que Jesús les había dicho que dijeran, y los dejaron marcharse.
Hemos llegado a la última etapa del viaje de Jesús. La había precedido la retirada alrededor de Cesarea de Filipo en el extremo Norte; luego habían pasado un tiempo en Galilea; habían estado después en las montañas de Judea y en Transjordania; habían pasado por Jericó, y ahora llegaban a Jerusalén.
Tenemos que fijarnos en algo sin lo cual la historia es casi ininteligible. Cuando leemos los tres primeros evangelios, tenemos la idea de que esta fue la primera visita de Jesús a Jerusalén. Están interesados en contarnos la historia de la obra de Jesús en Galilea. Debemos tener presente siempre que los evangelios son muy cortos; en su corto espacio se apiña la obra de tres años, y los autores no tenían más remedio que seleccionar las cosas en las que querían insistir y de las que tenían un conocimiento especial. Y cuando leemos el cuarto evangelio, encontramos a Jesús frecuentemente en Jerusalén (Juan 2:13; 5:1; 7:10). De hecho encontramos que Jesús subía regularmente a Jerusalén para las grandes fiestas. No hay ninguna contradicción en este punto. Los tres primeros evangelios están interesados especialmente en el ministerio de Jesús en Galilea; y el cuarto, en el de Judea. Sin embargo, también los primeros tres contienen indicaciones de que Jesús visitaba Jerusalén con cierta frecuencia. Tenemos Su estrecha amistad con Marta y María y Lázaro, una amistad que supone muchas visitas. Tenemos el hecho de que José de Arimatea era un amigo secreto Suyo. Y, sobre todo, tenemos el dicho de Jesús en Mateo 23:37, de que Jesús había querido a menudo reunir a los habitantes de Jerusalén como la gallina reúne a sus polluelos debajo de las alas, pero ellos Se lo habían impedido. Jesús no podría haber dicho eso si no fuera porque había hecho más de una llamada, que había recibido una fría respuesta. Esto explica el incidente del borriquillo. Jesús no dejaba las cosas para el último momento. Sabía lo que iba a hacer, y tiempo atrás había hecho los preparativos con un amigo. Cuando envió por delante a dos de Sus discípulos, les dio una consigna que había concertado de antemano: « El Señor lo necesita.» Esto no fue una decisión, improvisada y repentina de Jesús. Fue algo hacia lo que se había ido desarrollando toda Su vida.
Betfagué y Betania eran aldeas cercanas a Jerusalén. Probablemente Bet fagué quiere decir casa de higos, es decir, región abundante en higueras y el comercio de los higos; y Bet-ania quiere decir casa de dátiles, por razones parecidas. Deben de haber estado muy cerca de Jerusalén, porque sabemos por la ley judía que Betfagué era una de un círculo de aldeas que marcaban el límite de lo que se podía andar en sábado, es decir, cosa de un kilómetro; mientras que Betania era uno de los lugares dormitorio para los peregrinos de la Pascua cuando Jerusalén estaba llena.
Los profetas de Israel habían tenido a veces una manera característica de presentar su mensaje. Cuando las palabras resultaban insuficientes, recurrían a la acción dramática, como si dijeran: « Si no queréis oír, no tendréis más remedio que ver» (Cp. especialmente 1 Reyes 11:30-32). Estas acciones dramáticas eran lo que podríamos llamar advertencias o sermones representados. Ese método fue el que Jesús empleó aquí. Su acción fue una presentación dramática deliberada de Sus credenciales como Mesías.
Pero debemos fijarnos bien en lo que estaba haciendo. Había un dicho del profeta Zacarías (Zacarías 9: 9): « ¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Da voces de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene a ti, justo y salvador, pero humilde, cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna.» Todo el impacto está en que el Rey venía en son de paz. En Palestina, el asno no era una acémila despreciada, sino un animal noble. Cuando un rey iba a la guerra, su montura era un caballo; pero cuando iba en son de paz, cabalgaba en un asno. Ahora el burro es el paradigma del desprecio divertido, pero en los tiempos de Jesús era una montura de reyes. Pero debemos advertir la clase de Rey que Jesús proclamaba ser. Vino manso y humilde, pacíficamente y para traer la paz. Le saludaron como Hijo de David, pero no Le comprendieron.
Fue hacia este tiempo cuando se escribió el poema hebreo Los salmos de Salomón. Representan la clase de hijo de David que esperaban los judíos. Aquí tenemos su descripción: Míralo, Señor, y suscítales un rey, un hijo de David, – en el momento que tú elijas, oh Dios, para que reine en Israel tu siervo. Rodéale de fuerza, para quebrantar a los príncipes injustos, – para purificar a Jerusalén de los gentiles que la pisotean, destruyéndola, para expulsar con tu justa sabiduría a los pecadores de tu heredad, – para quebrar el orgullo del pecador como vaso de alfarero, para machacar con vara de hierro todo su ser, para aniquilar a las naciones impías con la palabra de su boca, para que ante su amenaza huyan los gentiles de su presencia – y para dejar convictos a los pecadores con el testimonio de sus corazones. (Salmos de Salomón 17:21-25).
Esa era la clase de poesías con las que los judíos alimentaban y alentaban sus esperanzas. Esperaban a un rey que guerreara y derrotara y destruyera. Jesús lo sabía, y vino manso y humilde, cabalgando en un borriquillo.
Cuando Jesús entró cabalgando aquel día en Jerusalén, presentó Sus credenciales como Rey, pero como Rey de la Paz. Su acción estaba en contradicción con todo lo que la gente esperaba y deseaba.
El que viene
Le trajeron el borriquillo a Jesús, y pusieron sus mantos sobre él y montaron a Jesús encima. Muchos de ellos extendieron sus mantos por la carretera, y otros cortaban ramas en los campos y las extendían sobre la carretera. Y unos iban delante y otros detrás sin dejar de gritar: – ¡Salva ahora! ¡Bendito sea el Reino de nuestro padre David que viene! ¡Envía Tu salvación desde las alturas del Cielo!
El asnillo que trajeron no lo había montado nunca nadie. Eso era idóneo, porque una acémila que hubiera de usarse para un propósito sagrado no podía haberse usado antes para un uso corriente. Así se estipulaba, por ejemplo, de la ternera roja cuyas cenizas limpiaban de la contaminación (Números 19:2; Deuteronomio 21:3).
El cuadro que se nos presenta es el de un populacho que no sabía lo que hacía. Nos muestra a una multitud de personas que creían en la realeza en términos de conquista, que era lo que pensaban desde hacía mucho tiempo. Curiosamente recuerda la entrada de Simón Macabeo en Jerusalén 150 años antes, después de aplastar a los enemigos de Israel en batalla: «Y a los veinte y tres días del mes segundo del año ciento y setenta y uno, entró en ella con alabanzas, y con ramos de palma, con arpas, y órganos, y címbalos, e himnos, y cantares, por cuanto el enemigo grande de Israel había sido quebrantado» (1 Macabeos 13:51,13.0.). Le querían dar a Jesús una bienvenida de conquistador, pero no se hacían idea de la clase de conquistador que Él quería ser.
Los mismos gritos de la multitud demostraban por dónde iban sus pensamientos. Cuando extendían sus mantos por el suelo delante de Él hacía exactamente lo mismo que había hecho la multitud cuando el sanguinario Jehú fue ungido rey (2 Reyes 9:13). Gritaban: «¡Bendito el Que viene en el nombre del Señor!» Era una cita del Salmo 118:26, que debería leerse con una puntuación diferente: « ¡Bendito en el nombre del Señor sea el Que viene!»
Hay aquí tres cosas acerca del grito en las que debemos fijarnos.
(i) Era el saludo normal que se dirigía a los peregrinos cuando llegaban al Templo con ocasión de las grandes fiestas.
(ii) «El Que viene» era el Mesías. Cuando los judíos hablaban del Mesías se referían a Él como El Que viene.
(iii) Pero es todo el origen del salmo del que procedían las palabras lo que las hacía tremendamente sugestivas. En el año 167 a.C. había surgido un rey extraordinario en Siria que se llamaba Antíoco. Había concebido la idea de que su deber era ser misionero del helenismo, e introducir la manera griega de vivir, el pensamiento griego y la religión griega hasta donde le fuera posible; hasta, si era necesario, por la fuerza. Trató de hacerlo en Palestina.
Por un tiempo sojuzgó Palestina. El tener un ejemplar de la Ley o el circuncidar a un niño eran crímenes que se castigaban con la muerte. Profanó los atrios del Templo. De hecho, hasta instituyó el culto del dios griego Zeus donde se había adorado a Jehová. Como un insulto deliberado ofreció carne de cerdo en el gran altar de los holocaustos. Convirtió las cámaras que bordeaban los atrios del Templo en burdeles. Hizo, en fin, todo lo que pudo por desarraigar la fe judía.
Fue entonces cuando se rebeló Judas Macabeo; y después de una alucinante carrera de victorias, expulso de Palestina a Antíoco y purificó y consagró de nuevo el Templo, un acontecimiento que conmemoraba, y todavía conmemora, la Fiesta de la Dedicación, en hebreo Januká. Y es muy probable que el Salmo 118 se escribiera para conmemorar aquel gran día de purificación, y para celebrar la victoria que había obtenido Judas Macabeo. Es el salmo de un conquistador.
Una y otra vez vemos la misma tendencia en este incidente. Jesús había proclamado ser el Mesías; pero de tal manera que trataba de mostrar al pueblo que sus ideas acerca del Mesías estaban descaminadas; pero el pueblo no lo veía. Su bienvenida era la que habría correspondido, no al Rey del amor, sino al conquistador que hubiera derrotado a los enemigos políticos del reino de Israel.
En los versículos 9 y 10 aparece la palabra hosanna. Esta palabra se suele entender equivocadamente. Se cita y se usa como si fuera una alabanza; pero es una simple transcripción de la palabra hebrea que quiere decir ¡Salva ahora! Aparece en exactamente la misma forma en 2 Samuel 14:4 y 2 Reyes 6:26, donde expresa el clamor del pueblo que pide ayuda y protección por parte del rey. Cuando el gentío gritaba hosanna, no era un grito de alabanza a Jesús, que es lo que parece cuando lo citamos o usamos, sino un grito que se dirigía a Dios para que irrumpiera y salvara a Su pueblo ahora que el Mesías había venido.
Ningún otro episodio nos muestra tan claramente como este el tremendo coraje de Jesús. En aquellas circunstancias, uno podría haber esperado que Jesús Se introdujera en Jerusalén de incógnito, y Se mantuviera a cubierto de las autoridades, que estaban dispuestas a eliminarle. En vez de eso, entró de tal manera que atrajo la atención de toda la gente. Una de las cosas más peligrosas que una persona puede hacer es dirigirse a un pueblo y decirle que todas sus ideas están equivocadas. Cualquiera que intente desarraigar los sueños nacionalistas de un pueblo se está buscando problemas. Pero eso fue precisamente lo que hizo Jesús. Aquí Le vemos haciendo la última llamada del amor, y haciéndola con un coraje verdaderamente heroico.
La calma antes de la tempestad
Y Se adentró en Jerusalén y entró en el Templo. Después de mirarlo todo alrededor, como ya era tarde, Se fue a Betania con los Doce.
Este sencillo versículo nos muestra dos cosas que eran características de Jesús.
(i) Nos muestra a Jesús decidiendo Su táctica. Todo el ambiente de los últimos días era de deliberación. Jesús no Se estaba metiendo inconscientemente en peligros desconocidos. Todo lo hacía con los ojos bien abiertos. Cuando miró todo alrededor era como un general que estudiará la fuerza del enemigo y sus propios recursos para la batalla decisiva.
(ii) Nos muestra cómo recibía Jesús Su fuerza. Volvió a la paz de Betania. Antes de enfrentarse con los hombres buscó la presencia de Dios. El secreto de Su coraje era que tenía un encuentro con Dios cada día antes de salir al encuentro con los hombres.
Este breve pasaje nos muestra también algo acerca de los Doce. Todavía estaban con Él. Por entonces ya se habían dado cuenta perfectamente de que Jesús estaba jugándose la vida. Así les parecía a ellos. Algunas veces los criticamos por su falta de lealtad en los últimos días; pero es una prueba a su favor que, comprendiendo tan poco lo que estaba pasando, todavía se mantuvieron con Él.
Lucas
Después de decir estas cosas, Jesús se adelantó en el camino de subida a Jerusalén. Y sucedió cuando llegaron al monte que se llama de los Olivos cerca de Betfagé y de Betania, que Jesús mandó por delante a dos discípulos suyos con estas instrucciones: -Dirigios a la aldea de enfrente y, a la entrada, encontraréis citado un borriquillo que todavía no ha montado nadie. Lo desatáis, y os lo traéis. Y si os pregunta alguien que por qué lo estáis haciendo, le decís: «Porque el Señor lo necesita.» Los que mandó Jesús fueron y lo encontraron todo como les había dicho Jesús. Cuando estaban desatando el borriquillo, les preguntaron los dueños: -¿Por qué estáis desatando el borriquillo? -Porque el Señor lo necesita -contestaron. Y se lo trajeron a Jesús, y pusieron sus mantos encima del borriquillo, y ayudaron a Jesús a montar. Y cuando echó a andar alfombraron con sus mantos el camino por donde había de pasar. Cuando llegaron cerca del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos no pudieron ya contener la alegría, y se pusieron a dar voces alabando a Dios por todos los acontecimientos maravillosos que habían presenciado; y gritaban: – ¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el Cielo y gloria en las Alturas! Algunos fariseos que iban entre la gente le dijeron a Jesús: – ¡Maestro, diles a tus discípulos que se contengan! -¡Os aseguro – les contestó Jesús– -, que si ellos se callan gritarán las piedras!
De Jerusalén a Jericó no hay más que 28 kilómetros, así es que Jesús ya estaba llegando a la meta. Jerusalén, el final del viaje, estaba ahí delante. Los profetas, cuando las palabras no producían efecto, cuando la gente se resistía a recibir o a aceptar el mensaje, recurrían a algún gesto dramático para que nadie dejara de enterarse. Tenemos ejemplos de tales acciones dramáticas en 1 Reyes 11:29-31; Jeremías 11:1-11; 27:1-11; Ezequiel 4:1-3; S:1-4.
(i)Algo así era lo que Jesús se proponía hacer entonces: entrar en Jerusalén cabalgando de una manera que le hiciera comprender a todo el mundo que Él era el Mesías, el Rey Ungido por Dios. Tenemos que fijarnos en algunos detalles de la entrada de Jesús en Jerusalén.
Nos da la impresión de que aquella no fue una acción improvisada, sino algo cuidadosamente preparado. Jesús no dejaba las cosas para el último momento. Lo más seguro es que ya hubiera llegado a un acuerdo con los dueños del borriquillo. «Porque el Señor lo necesita» era la consigna convenida de antemano.
(ii) Fue un gesto de glorioso desafío y de valor superlativo. Ya entonces los líderes judíos le habían puesto precio a su cabeza (Juan 11:57). Habría sido natural que, si Jesús tenía que ir a Jerusalén, entrara de incógnito y secretamente; pero lo hizo de una manera que le colocó en el centro de atención de toda la ciudad. Es algo sobrecogedor el pensar en un hombre a cuya cabeza se había puesto precio, un proscrito, cabalgando a cara descubierta en la capital de forma que todos pudieran verle y saber que estaba allí. Es imposible exagerar el valor de Jesús.
(iii) Fue una declaración deliberada de su derecho al trono, en cumplimiento de la profecía de Zacarías 9: 9. Pero, hasta en este acto, Jesús subrayó el carácter del Rey que pretendía ser. El asno no era en Palestina la acémila humilde de otros países, sino un animal noble. Los reyes iban a caballo a la guerra; cuando iban en son de paz usaban el asno. Al escoger su montura, Jesús se ofrecía como rey de amor y de paz, y no como el héroe militar y conquistador que la gente esperaba.
(iv) Fue la última invitación. Jesús vino, como si dijéramos, con los brazos abiertos, como diciendo: « ¿Me queréis ahora aceptar como vuestro Rey?» Antes de que el odio de los hombres le tragara totalmente, una vez más los confrontó con la invitación del amor.
Juan
Al día siguiente, todo el gentío que estaba en Jerusalén para la fiesta se enteró de que Jesús iba de camino para allá. Entonces cortaron ramas de palmera, y salieron a recibirle. Y no dejaban de gritar: -¡Hosanna! ¡Benito el que viene en el nombre del Señor, Que es el Rey de Israel! Jesús se encontró un borriquillo, y se sentó sobre él, como dice la Escritura: «¡No tengas miedo, hija de Sión! ¡Mira: tu Rey está llegando, sentado sobre un pollino!» En aquel momento los discípulos no comprendieron lo que quería decir todo aquello; pero, después que Jesús fue glorificado, se acordaron de todo lo que le hicieron, y de que ya estaba escrito acerca de El.
La multitud que estaba con Él daba testimonio de cómo había llamado a Lázaro de la tumba y le había resucitado. Fue precisamente porque oyeron que había realizado aquella señal por lo que la multitud salió a recibirle. A eso los fariseos se dijeron unos a otros: -¡Ya veis que las medidas que habéis tomado no han servido para nada! ¡Fijaos! ¡Todo el mundo se va tras Él!
La Pascua, Pentecostés y Tabernáculos eran las tres fiestas de guardar de los judíos. Para la Pascua venían a Jerusalén judíos de todo el mundo. Dondequiera que viviera un judío, su ambición era celebrar una Pascua en Jerusalén. Hasta el día de hoy y a lo largo de todas las edades, cuando los judíos celebran la Pascua en su lugar de residencia, dicen: « ¡Este año aquí; pero el que viene, en Jerusalén!»
Por entonces, Jerusalén y todos los pueblos de alrededor estaban abarrotados de peregrinos. En cierta ocasión se hizo un censo de los corderos que se mataron para la fiesta de la Pascua, y se alcanzó la cifra de 256.000. Tenían que ser un mínimo de diez personas por cordero; así que, si los números eran correctos, tiene que haber habido unas 2,700.000 personas en Jerusalén y alrededores aquel año. De modo que, aunque la cifra fuera exagerada, sigue siendo verdad que la población de Jerusalén se multiplicaba en esas fechas.
Se habían divulgado noticias y rumores de que Jesús, el que había resucitado a Lázaro, estaba de camino hacia Jerusalén.
Había dos multitudes: la que acompañaba a Jesús desde Betania, y la que salió a su encuentro de Jerusalén; y deben de haber fluido juntas como una doble marea de la mar. Jesús llegaba cabalgando en un borriquillo. Cuando la gente le encontraba, le recibía como a un conquistador. Y la vista de la tumultuosa bienvenida sumió a las autoridades en las profundidades de la desesperación; porque parecía que nada de lo que ellos hicieran podía detener la avalancha de los seguidores de Jesús. Este incidente evangélico es tan importante que debemos hacer todo lo posible para comprender qué fue exactamente lo que sucedió.
(i) Algunos de la multitud no eran más que espectadores. ¡Ahí iba uno que, según se decía, había resucitado a un muerto! Y muchos habían salido, sencillamente, a ver a una figura sensacional. Siempre es posible atraer gente por un tiempo con sensacionalismo y una publicidad astuta; pero no suele durar. Muchos de los que aquel día consideraban a Jesús sensacional, aquella misma semana pedirían su muerte.
(ii) Muchos de la multitud vitoreaban a Jesús como a un conquistador. En el fondo, esa era la atmósfera dominante de toda la escena. La saludaban con las palabras: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, que es el Rey de Israel!» La palabra Hosanna quiere decir en hebreo ¡Salva ahora!; y el grito de la gente era casi precisamente el equivalente de: «¡Dios salve al Rey!»
Las palabras con las que dieron la bienvenida a Jesús son iluminadoras. Son una cita del Salmo 118:25-26. Ese salmo tenía muchas referencias que no podían por menos de estar presentes en la mente de la mayoría. Era el último salmo del grupo conocido como Hallel (113-118). La palabra hallel quiere decir ¡Loado sea Dios!, y estos son salmos de alabanza.
Formaban parte de las primeras cosas que se aprendían de memoria los chicos judíos. Se cantaban a menudo en los cultos de alabanza y acción de gracias del templo; y eran parte del ritual de la Pascua. Además, este salmo en particular estaba íntimamente relacionado con el ritual de la fiesta de los Tabernáculos, en el que los adoradores llevaban manojos de palmera, arrayán y sauce que se llamaban lulab. Iban todos los días al templo con ellos. Todos los días de la fiesta daban la vuelta al altar mayor de los holocaustos, una vuelta los seis primeros días y siete el último; y, conforme iban marchando, cantaban triunfalmente versículos de este salmo, y especialmente estos mismos. De hecho, es posible que este salmo se compusiera para cantarlo en la primera celebración de los Tabernáculos cuando Nehemías acabó de reconstruir los muros y la ciudad, y los judíos volvieron a su patria desde Babilonia y pudieron celebrar otra vez los cultos en el templo (Nehemías 8:14-18). Este era, sin duda, el salmo de las grandes ocasiones, y la gente lo sabía muy bien.
Además, éste era el salmo del conquistador por excelencia. Para dar un ejemplo: estos mismos versículos los cantó y gritó la población de Jerusalén al dar la bienvenida a Simón Macabeo cuando volvió de conquistar Acra, rescatándola de cien años de dominio sirio. Sin duda, cuando la multitud cantaba ese salmo, estaba dando la bienvenida a Jesús como el Libertador Ungido por Dios, el Mesías esperado. Y no hay duda de que le recibían como conquistador. Para ellos sería una cuestión de tiempo el que sonaran las trompetas llamando a las armas, y la nación de Israel se lanzaba a la tan esperada victoria sobre Roma y el mundo entero. Jesús se acercaba a Jerusalén en olor de multitud y entre sus gritos que le aclamaban como el conquistador que estaban esperando; lo que le dolería profundamente, porque le veían precisamente como lo que Él había rehusado ser.
La bienvenida al rey
(iii) En una situación semejante está claro que Jesús no se podía dirigir a la multitud. No habría podido alcanzar con su voz a una audiencia tan extensa y enfervorizada; así es que hizo algo que todo el mundo podía ver: entró en Jerusalén montado en un borriquillo.
Aquello tenía dos significados.
(a) Primero: era presentarse claramente como el Mesías. Fue una representación dramática de las palabras del profeta Zacarías. Juan no da la referencia porque citaría de memoria. Zacarías había dicho: « ¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Da voces de júbilo, hija de Jerusalén! ¡Mira a tu Rey que viene a ti, triunfante y victorioso, humilde y cabalgando en un asno, en un borriquillo hijo de asna!» (Zacarías 9:9). A1 cumplir así la profecía, Jesús se presentaba como el Mesías sin dejar lugar a ninguna clase de dudas.
(b) Pero, segundo: se presentaba como un Mesías de una cierta clase. No debemos malentender esta escena. Entre nosotros, el asno es un animal pobre y despreciado, pero en el Este se le consideraba noble. El juez Jair tenía treinta hijos que cabalgaban en asnos (Jueces 10:4). Ajitófel, también usaba la misma montura (2 Samuel 17:23). Mefiboset, el príncipe heredero hijo de Saúl, vino a ver a David montado en un asno (2 Samuel 19:26). El sentido es que un rey se presentaba montado a caballo cuando iba en son de guerra, pero en un asno cuando iba en son de paz. La acción de Jesús era una señal de que Él no era la figura bélica que muchos soñaban, sino el Príncipe de Paz. Nadie lo comprendió así entonces, ni siquiera sus discípulos, que deberían haber tenido más discernimiento. Todos tenían la mente llena de una clase de histeria multitudinaria. Aquí estaba el Que había de venir; pero ellos esperaban al Mesías de sus sueños de grandeza y de sus fantasías nacionalistas; no esperaban al Mesías que Dios les habían enviado. Jesús trazó un cuadro dramático de lo que Él pretendía ser; pero nadie entendió su
simbolismo.
(iv) Entre bastidores estaban las autoridades judías. Se sentían fracasados y desesperados: nada de lo que pudieran hacer parecía bastar para detener el impacto de Jesús. «¡Todo el mundo se va tras El!» En este dicho de las autoridades tenemos otro ejemplo de la ironía dramática en la que Juan es un maestro. No hay otro autor en el Nuevo Testamento que pueda decir más con menos palabras. Fue porque Dios amó tanto al mundo por lo que Jesús vino al mundo; y aquí, sin darse cuenta del alcance de sus palabras, sus enemigos están diciendo que el mundo entero se va tras Él. En la sección siguiente, Juan nos va a contar cómo llegaron unos griegos a Jesús. Los primeros representantes de ese mundo más amplio, los primeros buscadores de fuera, están a punto de aparecer. Las autoridades judías estaban diciendo algo que era mucho más verdad de lo que ellos pensaban.
No podemos dar por terminado nuestro estudio de este pasaje sin hacer referencia al detalle más sencillo y más conmovedor de todos. Rara vez, si alguna, se ha producido en toda la Historia de la humanidad un despliegue tan magnífico de valentía consciente como la de Jesús en la Entrada Triunfal. Debemos tener presente que Jesús era ya un fuera de la ley, y que las autoridades estaban decididas a acabar con Él. La prudencia más elemental habría bastado para aconsejarle que se diera la vuelta y se refugiara en Galilea o en el desierto. Si tuviera que entrar en Jerusalén de todas formas, la precaución más elemental le habría exigido hacerlo de incógnito y buscándose escondites bien seguros. Pero Jesús entró en Jerusalén de tal manera que todas las miradas se enfocaron en su persona. Fue una acción del valor más superlativo, porque desafiaba a todo lo que la humanidad le pudiera hacer; y fue la acción del amor más superlativo, porque fue la última apelación del amor antes del final.