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Jesús dice a sus discípulos que pueden orar por cualquier cosa

La mañana siguiente, volviendo a la ciudad, tuvo hambre. Y viendo una higuera junto al camino, se acercó a ella; en la cual, no hallando sino solamente hojas, le dijo: Nunca jamás nazca de ti fruto; y la higuera quedó luego seca. Lo que viendo los discípulos, se maravillaron y decían: ¿Cómo se ha secado en un instante? Y respondiendo Jesús , les dijo: Tened confianza en Dios. En verdad os digo que si tenéis fe y no andáis vacilando, no solamente haréis esto de la higuera, sino que cualquiera que dijere a este monte: Quítate de ahí, y échate al mar, no vacilando en su corazón, sino creyendo que cuanto dijere se ha de hacer, así se hará. Por tanto, os aseguro, que todas cuantas cosas pidiereis en la oración, tened fe de conseguirlas, y se os concederán. Mas al poneros a orar, si tenéis algo contra alguno, perdonadle el agravio, a fin de que vuestro Padre que está en los cielos, también os perdone vuestros pecados. Que si no perdonáis vosotros, tampoco vuestro Padre celestial os perdonará vuestras culpas. En verdad os digo, todo cuanto pidiereis en la oración, como tengáis fe, lo alcanzaréis. Mateo 21: 18-22; Marcos 11: 20-26

El camino de la higuera

Pocos sinceros lectores de la Biblia negarán que este es tal vez el pasaje que nos hace sentimos más incómodos de todo el Nuevo Testamento. Si lo tomamos literalmente, nos muestra a Jesús en una acción que es incompatible con todo lo que creemos de Él. Debemos, por tanto, acercarnos a este pasaje con un sincero deseo de descubrir la verdad que contiene y con el valor de pensar hasta resolverlo.

Marcos también nos cuenta esta historia (Marcos 11:1214, 20s), pero con una diferencia notable. En Mateo, la higuera se secó inmediatamente. En griego, parajréma, que la antigua Reina-Valera traducía por luego con el sentido clásico de inmediatamente. Por otra parte, en Marcos no le sucedió nada al árbol en seguida, y fue solo la mañana siguiente cuando iban pasando por allí, cuando los discípulos vieron que la higuera se había secado. De la existencia de estas dos versiones de la historia podemos concluir sin lugar a duda que el relato experimentó algunos cambios; y, puesto que Marcos es el evangelio más antiguo, es igualmente claro que su versión debe de estar más próxima a los hechos históricos.

Es necesario entender los hábitos de crecimiento y producción de la higuera. La higuera es el favorito de todos los árboles. La descripción de la Tierra Prometida era cuna tierra de trigo y cebada, de viñas y de higueras» (Deuteronomio 8: 8). Las granadas y los higos fueron parte de los tesoros que trajeron los exploradores para mostrar la maravillosa fertilidad de la tierra (Números 13:23). El panorama de paz y prosperidad que es corriente en todo el Antiguo Testamento es la descripción de un tiempo en el que cada uno se sentará bajo su propia parra y bajo su propia higuera (1 Reyes 4:25; Miqueas 4:4; Zacarías :10). La descripción de la ira de Dios es la del día en que herirá y destruirá las higueras (Salmo 105:33; Jeremías 8:13; Oseas -2:12). La higuera, era el símbolo mismo de la fertilidad y la paz y la prosperidad: La higuera misma es un árbol de aspecto agradable; su tronco puede tener hasta 1 metro de diámetro. Alcanza una altura de 5 a 8 metros; y la copa puede extenderse de 8 a 10 metros.

Su sombra era, por tanto, muy apreciada: En Chipre, cómo en los otros países mediterráneos, se ven higueras a la puerta de las casas de campo, y Tristram nos cuenta que a menudo se refugiaba a su sombra para encontrar alivio al calor. Es corriente que las higueras den sombra a los pozos, lo que hace que se encuentren agua y sombra en el mismo sitio. A menudo era a la sombra de una higuera donde uno buscaba tranquilidad para meditar y orar; por eso se sorprendió Natanael de que Jesús se hubiera fijado en él cuando estaba debajo de la higuera (Juan 1:48). Pero es el hábito de la higuera de producir fruto lo que es pertinente aquí. La higuera es única en dar dos cosechas al año, las brevas y los higos. La primera la da en las ramas viejas. Muy al principio del año aparecen pequeños bultitos verdes al final de las ramas. Se llaman pagguim, que son los que llegarán a ser las brevas: Estos brotes de fruto aparecen en abril, pero no son comestibles. Poco a poco aparecen las hojas y se abren las flores; y otra cosa única acerca de la higuera es que está en la plenitud de fruto y hoja y flor todo al mismo tiempo; eso sucede en junio; ninguna higuera da nunca fruto en abril; eso sería demasiado pronto. El proceso se repite con las ramas nuevas, y la segunda cosecha está lista para el otoño.

Lo más raro de esta historia es doble. Primero, nos dice que una higuera estaba llena de hojas en abril. Jesús estaba en Jerusalén para la Pascua; la Pascua caía el 15 de abril; y este incidente tuvo lugar una semana antes. La segunda cosa es que Jesús esperaba encontrar higos en la higuera cuando no podía tenerlos; y Marcos especifica: «Porque no era tiempo de higos» (Marcos 11:13).

La dificultad de esta historia no es tanto la de la posibilidad, sino una dificultad moral; y es doble. Primero, vemos a Jesús maldiciendo una higuera por no hacer lo que no podía hacer. El árbol no podía haber producido fruto la segunda semana de abril, y sin embargo vemos que Jesús lo maldijo por no tener fruto. Segundo, vemos a Jesús usando sus poderes milagrosos para sus propios fines.

Eso es precisamente lo que decidió no hacer nunca en las tentaciones del desierto. Jesús se negó entonces a hacer que las piedras se convirtieran en pan para satisfacer Su propia hambre. La verdad escueta es esta: Si hubiéramos leído que alguien había maldecido una higuera por no dar higos en abril, hubiéramos dicho que era un gesto de petulancia malhumorada, que surgía de una desilusión personal. En Jesús, eso nos resulta inconcebible; por tanto debe de haber alguna explicación.

¿Cuál?. Algunos han encontrado la explicación en las siguientes líneas. En Lucas tenemos la parábola de la higuera estéril. Por dos veces, el hortelano pidió que se tuviera paciencia con ella; por dos veces se le concedieron misericordia y espera; por último, en vista de que seguía sin dar fruto, fue destruida (Lucas 13:6-9). Lo curioso es que Lucas tiene la parábola, pero no cuenta este incidente de la higuera que se secó. Mateo y Marcos tienen este incidente, pero no cuentan la parábola. Parece que los evangelistas se dieron cuenta de que si incluían la una no tenían por qué incluir la otra. Se sugiere que la parábola de la higuera estéril se malentendió y se convirtió en un incidente real. La confusión cambió una historia que Jesús contó en una acción que Jesús realizó.

Eso no es imposible ni mucho menos; pero nos parece que la verdadera explicación se debe buscar en alguna otra parte. Y ahora vamos a buscarla.

Promesa sin cumplimiento

Cuando estábamos estudiando la entrada de Jesús en Jerusalén vimos que los profetas acostumbraban hacer acciones simbólicas; que, cuando presentían que las palabras no penetraban, hacían algo dramático que las hiciera penetrar en las conciencias. Supongamos que hubiera alguna acción simbólica en esta historia. Jesús, supongamos, iba de camino a Jerusalén. Junto al camino vio un árbol frondoso. Era perfectamente legítimo coger higos, si hubiera habido algunos. La ley judía lo permitía (Deuteronomio 23:34s), y Thomson, en La Tierra y el Libro, nos dice que, aun en tiempos modernos, las higueras al borde del camino son propiedad común. Jesús se acercó a la higuera sabiendo muy bien que no podía tener fruto, y sabiendo muy bien que algo raro le pasaría para tener ese aspecto.

Podría ser una de dos cosas. La higuera podría haber vuelto a su estado silvestre, como les sucede a los rosales que se vuelven a veces escaramujos. O podría ser un árbol enfermo de algo. Entonces Jesús dijo: «Este árbol nunca producirá fruto; de seguro que se secará.» Era el diagnóstico de Alguien que conocía la Naturaleza. Y al día siguiente se confirmó que el diagnóstico de la experta mirada de Jesús era perfectamente correcto.

Si esta fue una acción simbólica, tenía por finalidad enseñar algo. Lo que pretendía enseñar eran dos cosas acerca de la nación judía.

(i) Enseñaba que la inutilidad invita al desastre. Esa es una ley de vida. Cualquier cosa que es inútil lleva camino de ser eliminada; todas las cosas pueden justificar su existencia solamente cumpliendo el fin para el que fueron creadas. La higuera era inútil; por tanto, estaba condenada.

La nación de Israel había sido creada con un solo propósito: que de ella viniera el Ungido de Dios.

Él había venido; la nación había fracasado al no reconocerle; más: estaba a punto de crucificarle. La nación había fracasado en su propósito, que era recibir y reconocer al Hijo de Dios; por tanto estaba condenada.

El fracasar en la realización del propósito de Dios trae como consecuencia el desastre. Cualquier persona es juzgada en el mundo en términos de utilidad. Aun si una persona está impedida en la cama, puede ser de la mayor utilidad por su paciente ejemplo y su oración.

Nadie tiene por qué ser inútil; y el que es inútil está abocado al desastre.

(ii) Enseñaba que la profesión sin práctica está condenada. El árbol tenía hojas. Las hojas eran el reclamo de tener higos; aquella higuera no tenía higos; su pretensión era falsa; por tanto fue condenada. La nación judía profesaba tener fe en el propósito de Dios, pero en la práctica estaba tras la vida del Hijo de Dios; por tanto, estaba condenada.

La profesión sin la práctica no era solamente la maldición de los judíos; ha sido a lo largo de los siglos la maldición de la Iglesia. Durante sus primeros días én África del Sur, en Pretoria, Gandhi hizo investigaciones con el Cristianismo. Fue a una iglesia cristiana varios domingos; pero nos dice: «La congregación no me hizo la impresión de ser especialmente religiosa, no era una asamblea de almas devotas, sino parecían más bien personas mundanas que iban a la iglesia para pasar el rato o para cumplir con una costumbre.» Por tanto Gandhi concluyó que no había nada en el Cristianismo que él no tuviera ya, y la Iglesia Cristiana se perdió a Gandhi, lo que tuvo consecuencias incalculables para la India y para el mundo.

La profesión sin la práctica es algo de lo que todos somos más o menos culpables. Produce un daño incalculable a la Iglesia Cristiana, y está condenado al desastre, porque produce una fe que no puede hacer más que secarse. Bien podemos creer que Jesús usó la lección de una higuera enferma y degenerada para decirles a los judíos -y a nosotros- que la inutilidad invita al desastre, y la profesión sin práctica está condenada. Eso es seguramente lo que quiere decir esta historia, porque no podemos pensar que Jesús, literal y físicamente, maldijera una higuera por no dar fruto en una estación en que no le era posible darlo.

La dinámica de la oración

Este pasaje concluye con ciertas palabras de Jesús acerca de la dinámica de la oración. Si estas palabras se entienden mal, no pueden producir sino quebranto; pero si se entienden correctamente no pueden producir sino poder.

En ellas Jesús dice dos cosas: Que la oración puede eliminar montañas, y que, si pedimos con fe, recibiremos. Está abundantemente claro que estas promesas no se han de tomar física y literalmente. Ni Jesús mismo ni ningún otro trasladó jamás una montaña física, geográfica, mediante la oración. Más aún, muchas y muchas personas han pedido con fe apasionada que algo sucediera o que no sucediera, que algo les fuera concedido o que alguien no tuviera que morir; y aquellas oraciones no fueron contestadas afirmativamente. ¿Qué es entonces lo que Jesús nos promete acerca de la oración?

(i) Promete que la oración nos da la capacidad para hacer. La oración nunca fue una evasión fácil; no consistió nunca en dejarle a Dios las cosas para que Él las haga por nosotros. La oración es poder. No es pedirle a Dios que haga algo; es pedirle que nos capacite para hacerlo nosotros. La Oración no es seguir el camino más fácil; es la manera de recibir poder para seguir el camino difícil.

Es el canal por el que nos llega el poder para asumir y arrostrar y eliminar montañas de dificultad por nosotros mismos con la ayuda de Dios. Si fuera simplemente un método para que las cosas se nos hagan, la oración nos sería muy perjudicial, porque nos volvería blandos, perezosos e ineficaces. La oración es el medio por el que recibimos poder para hacer cosas por nosotros mismos. Por tanto, nadie debe orar y luego sentarse y esperar; debe orar, y levantarse y obrar; pero descubrirá que, cuando lo haga así, una nueva dinámica entrará en su vida, y que es cierto que con Dios todas las cosas son posibles, y lo imposible se convierte en algo que se puede hacer.

(ii) La oración es capacidad para aceptar, y al aceptar, transformar. No está diseñada para traer liberación de una situación; sí para capacitar para aceptarla y transformarla: Hay dos grandes ejemplos de esto en el Nuevo Testamento.

Uno es el ejemplo de Pablo. Desesperadamente pidió ser librado del aguijón que tenía en su carne. No fue librado de esa situación; fue capacitado para aceptarla; y en aquella misma situación descubrió la fortaleza que se hacía perfecta en su necesidad y la gracia que era suficiente para asumir todas las cosas. En esa fuerza y gracia la situación fue no solamente aceptada sino transformada en gloria (2 Corintios 12:1-10).

El otro es el de Jesús mismo. En Getsemaní oró que pasara de Él aquel cáliz, y ser librado de la situación agónica en que se encontraba; esa petición no podía serle concedida, pero en aquella oración Jesús encontró la capacidad para aceptar la situación; y al ser aceptada, la situación fue transformada, y la agonía de la Cruz condujo directamente a la gloria de la Resurrección. Debemos recordar siempre que la oración no trae liberación de una situación; trae su conquista. La oración no es una manera de huir de una situación, sino el medio por el que podemos arrostrarla caballerosamente.

(iii) La oración trae la capacidad para soportar. Es natural e inevitable que, en nuestra necesidad humana y con nuestros corazones y debilidades, haya cosas que temamos no poder soportar.

Vemos alguna situación desarrollarse; vemos algún suceso trágico aproximarse con un fatalismo sombrío; vemos alguna tarea acechándonos de frente que obviamente va a demandar más de lo que nosotros podemos aportar. En tales momentos, nuestro sentir inevitable es que no podemos soportar aquello. La oración no elimina la tragedia, ni nos proporciona una evasión, ni la exención de la tarea; nos hace capaces de soportar lo insoportable; de arrostrar lo inaceptable; de llegar más allá de nuevas posibilidades sin sucumbir.

Mientas la oración sea una evasión, no cosecharemos más que desilusiones; pero cuando la consideremos el medio para conquistar y la dinámica divina, sucederán cosas.

Marcos: Las leyes de la oración

Ahora volvemos a los dichos de Jesús que Marcos incluye en la historia de la maldición de la higuera. Ya hemos notado más de una vez que algunos dichos de Jesús se quedaron indeleblemente grabados en la memoria de los oyentes, pero se olvidó la ocasión en que los había dicho. Este es uno de ellos. El dicho acerca de la fe que puede mover montañas aparece también en Mateo 17.20 y en Lucas 17:6, y en cada uno de los evangelios aparece en un contexto totalmente diferente. La razón es que Jesús probablemente lo dijo más de una vez, y el contexto original se olvidó a menudo. El dicho acerca de la necesidad de perdonar a nuestros semejantes se encuentra en Mateo 6:12 y 14, otra vez en un contexto totalmente diferente. Debemos considerar estos dichos independientemente del incidente particular en que se incluyen, como reglas generales que Jesús estableció repetidamente.

Este pasaje nos da tres reglas acerca de la oración.

(i) Debe ser una oración de fe. La frase acerca de trasladar montañas era una frase judía bastante corriente. Se aplicaba especialmente a suprimir, o superar, dificultades. Se usaba especialmente en referencia a los maestros sabios. Un buen maestro que pudiera eliminar las dificultades con que se enfrentaba la mente de sus estudiantes se llamaba un eliminador de montañas. Uno que oyó enseñar a un famoso rabino dijo que «vio a Resh Lajish como si estuviera quitando montañas de en medio.» Así que la frase quiere decir que, si tenemos verdadera fe, la oración es un poder que puede resolver cualquier problema, y capacitarnos para enfrentarnos con cualquier dificultad y vencerla. Eso parece muy sencillo, pero conlleva dos cosas.

La primera, implica que debemos estar dispuestos a llevarle a Dios nuestros problemas y dificultades. Esa es ya en sí una prueba muy real, porque algunas veces nuestros problemas consisten en que queremos obtener algo que no deberíamos ni desear, o que queremos encontrar la manera de hacer algo que no deberíamos ni pensar en hacer, que queremos justificarnos por hacer algo a lo que no deberíamos dedicar nuestro esfuerzo ni pensamiento. Uno de las grandes pruebas de cualquier problema es sencillamente decir: «¿Puedo realmente llevárselo a Dios, y pedirle Su ayuda?» Lo segundo, implica que debemos estar dispuestos a aceptar la dirección de Dios cuando Él nos la ofrezca. Es la cosa más corriente del mundo el pedir consejo cuando todo lo que uno quiere realmente es que se le dé la aprobación a alguna opción que ya está decidido a llevar a cabo. Es inútil ir a Dios para pedir Su dirección a menos que estemos dispuestos a ser lo bastante obedientes como para aceptarla. Pero si Le llevamos a Dios nuestros problemas y somos lo bastante humildes y valientes como para aceptar Su dirección, se nos da el poder que puede conquistar las dificultades de pensamiento y de ejecución.

(ii) Debe ser una oración expectante. Es un hecho universal que cualquier cosa que se emprende en un espíritu de expectación confiada tiene más de doble posibilidades de éxito. El enfermo que va al médico y no tiene ninguna confianza en el tratamiento que le prescriba tiene muchas menos posibilidades de ponerse bien que el que tiene confianza en que el médico le puede curar. Cuando oramos, no debemos hacerlo meramente por rutina. No debe ser nunca nuestra oración un rito sin esperanza.

James Bums cita una escena del libro de Leonard Merrick Conrad in quest of his youth -Conrad ala busca de su juventud: «¿Crees tú que las oraciones se contestan alguna vez? -preguntó Conrad-. He mandado para arriba muchas toda mi vida, y siempre he hecho un esfuerzo por convencerme de que alguna oración se me había contestado antes. Pero lo sabía muy bien. Sabía en lo más íntimo que ninguna había sido contestada. Cosas que yo quería me vinieron; pero, lo digo con toda reverencia, demasiado tarde . …» El señor Inquetson se pasó la fina mano por las cejas. «Una vez -empezó en tono confidentei ba yo, paseando con un amigo por la calle Grosvenor. Era por el tiempo de primavera, cuando les da a los inquilinos por darle una capa de pintura a sus casas, y llegamos a una escalera que estaba apoyada contra una casa que estaban pintando. Al pasar por el lado de fuera de la escalera, mi amigo se descubrió, y le hizo un gesto de saludo. Conocerás esa superstición. Él era un graduado, hombre de cultura por encima de lo normal. Yo le dije: «¿Pero es que tú crees en esa tontería?» Él dijo: «N-no, no es que lo crea; pero nunca doy nada por sentado.»» De pronto, el tono del vicario cambió, y se hizo solemne, inquietante y devoto: «Creo, señor, que la mayor parte de la gente aplica al orar el principio de mi amigo: No creen en la oración, pero no descartan la posibilidad de que funcione alguna vez.»

Hay mucha verdad en esto. Para muchas personas la oración es, o un rito piadoso, o una esperanza desesperada. Pero debería ser una cuestión de ardiente expectación. Puede que nuestro problema sea que lo que queremos de Dios sea nuestra respuesta, y no reconocemos Su respuesta cuando llega.

(iii) Debe ser una oración de amor. La oración de un amargado no puede atravesar el muro de su propia amargura. ¿Por qué? Si hemos de hablar con Dios, tiene que haber algún contacto entre nosotros y Él. No puede haber ninguna intimidad entre dos personas que no tienen nada en común. El principio fundamental de Dios es el amor, porque Dios es amor. Si el principio determinante del corazón de una persona es la amargura, levanta una barrera entre sí y Dios. Para que la oración de tal persona sea contestada tendrá que pedirle a Dios que le limpie el corazón de ese espíritu de amargura, y le infunda el espíritu del amor. Entonces podrá hablar con Dios, y Dios podrá contestarle.

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