Ministerio basado en principios bíblicos para servir con espíritu de excelencia, integridad y compasión en nuestra comunidad, nuestra nación y nuestro mundo.

Logo

Jesús habla a sus discípulos acerca de la oración

 Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos. Y les dijo: Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal. Les dijo también: ¿Quién de vosotros que tenga un amigo, va a él a medianoche y le dice: Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío ha venido a mí de viaje, y no tengo qué ponerle delante; y aquél, respondiendo desde adentro, le dice: No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis niños están conmigo en cama; no puedo levantarme, y dártelos? Os digo, que aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo por su importunidad se levantará y le dará todo lo que necesite. Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿o si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan? Lucas 11.1-13, Mateo 6: 9-15 

Enséñanos a orar

Era costumbre que los rabinos enseñaran a sus discípulos una oración sencilla para uso frecuente. Juan el Bautista lo había hecho con sus discípulos, y ahora le pedían a Jesús los suyos que Él también les enseñara una oración. Aquí tenemos la versión de la Oración Dominical que nos da Lucas. Es más corta que la de Mateo, pero nos enseña todo lo que necesitamos saber acerca de cómo y qué pedir en oración.

(i) Empieza llamando a Dios Padre. Es la manera característicamente cristiana de dirigirnos a Dios (cp. Gálatas 4:6; Romanos 8:15; 1 Pedro 1:17). La primera palabra ya nos dice que al orar no nos estamos dirigiendo a alguien que no está dispuesto a ayudarnos, sino a un Padre que se complace en suplir las necesidades de sus hijos.

(ii) En hebreo el nombre quiere decir mucho más que el nombre propio de una persona. Quiere decir la totalidad del carácter de la persona que se nos ha revelado y que conocemos. El salmo 9:10 dice: «Los que conocen tu Nombre ponen en Ti su confianza.» Eso quiere decir mucho más que saber que el nombre de Dios es Jehová. Quiere decir que, los que conocen todo el carácter y la mente y el corazón de Dios, ponen en Él su confianza con alegría.

(iii) Debemos fijarnos especialmente en el orden de la Oración Dominical. Antes de pedir nada para nosotros mismos, Dios y su gloria y el respeto que le es debido ocupan el primer lugar. Sólo cuando damos a Dios el lugar que le corresponde se colocan todas las cosas en su debido lugar.

(iv) La oración incluye toda la vida.

(a) Incluye la necesidad presente. Nos dice que pidamos nuestro pan cotidiano; es decir, el alimento para el día que oramos. Esto nos recuerda la antigua historia del maná en el desierto (Éxodo 16:11-21): sólo se podía recoger lo necesario para la necesidad del día. No nos tenemos que preocupar del futuro desconocido, sino de «vivir al día».

(b) Incluye los pecados pasados. Cuando oramos, no podemos olvidarnos de pedirle perdón a Dios, porque todos somos pecadores ante la santidad de Dios.

(c) Incluye las pruebas futuras. Tentación quiere decir situación de prueba, e incluye mucho más que la seducción al pecado: todas las situaciones que constituyen un desafío y una prueba a la integridad y fidelidad de una persona. No podemos librarnos de ellas, pero las podemos arrostrar en comunión con Dios.

Alguien ha dicho que la Oración Dominical se puede usar de dos maneras diferentes en nuestra vida devocional: si la usamos al principio, despierta toda clase de deseos santos que nos conducen por los auténticos senderos de la oración; y si la usamos al final, resume y completa todas las peticiones que traemos a la presencia de Dios.

Pedid y recibiréis

Jesús les dijo también: -Supónte que un amigo tuyo te viene a casa a medianoche y te dice desde la puerta: «Oye, amigo: déjame tres panes; que un amigo mío ha llegado de viaje a casa, y no tengo nada que darle de comer. » Y supónte que tú le dices desde dentro: «¡Déjame en paz, que ya he atrancado la puerta y tengo a los chicos conmigo en la cama! ¡No puedo ahora levantarme a dártelos!» Te aseguro que, si no te levantas a dárselos porque es tu amigo, acabarás por levantarte y darle todo lo que sea si el otro sigue insistiendo y molestándote. Y por eso os digo Yo: Pedid hasta que se os dé; buscad hasta encontrar; llamad hasta que se os abra la puerta. Porque el que sabe pedir, acaba recibiendo; el que sabe buscar, acaba encontrando, y al que sabe llamar a la puerta, al fin se le abre. Si tu hijo te pide pan a ti que eres su padre, ¿verdad que no le darás una piedra? O si te pide pescado, ¿a que no le das en vez una serpiente? ¿O si un huevo, un alacrán? Pues si vosotros, que sois malos, les sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más dará vuestro Padre celestial el Espíritu Santo a los que se lo pidan!

Los viajeros solían ir de camino hasta bien entrada la tarde para evitar el calor del mediodía.~n la historia de Jesús, un viajero de ésos había llegado en medio de la noche a casa de un amigo. En Oriente, la hospitalidad es un deber sagrado; no se salía del paso dándole al recién llegado cualquier cosa, sino que había que ofrecerle una buena comida.

Cuando un viajero llegaba a las tantas, el dé la casa se podía encontrar en un apuro para cumplir el sagrado deber de la hospitalidad; sobre todo si tenía la panera vacía. Aunque era de noche, éste fue a pedirle ayuda a un amigo, que ya había atrancado la puerta. En Oriente uno no llamaría a una puerta cerrada si no fuera un caso de grave necesidad. Por la mañana, se abrían las puertas y no se cerraban en todo el día; pero si ya estaba cerrada la puerta, era señal de que no se debía molestar. Pero el amigo importuno no se daba por vencido.

Las casas de los pobres en Palestina no tenían nada más que una habitación, con un ventanuco para ventilar. El suelo era de tierra pisonada cubierta con cañas o paja. La habitación estaba dividida en dos partes, no mediante una pared, sino con una especie de plataforma; dos terceras partes de la habitación estaban a nivel del suelo, y el otro tercio estaba un poco elevado; allí era donde estaba el brasero, encendido toda la noche, alrededor del cual dormía toda la familia, no en camas, sino en esterillas.

Era corriente que las familias fueran numerosas, y dormían juntitas para darse calor. A1 levantarse uno molestaba a toda la familia. Además, en las aldeas era costumbre meter en la casa por la noche el ganado, corrientemente gallinas y cabras.

¿Todavía nos sorprende que el hombre de la casa no quisiera levantarse? Pero el amigo necesitado seguía llamando sin vergüenza (eso es lo que quiere decir la palabra en el original), hasta que el de dentro, con toda la comunidad inquieta para entonces, acababa por levantarse a darle lo que necesitaba.

«Esta historia -diría Jesús- os enseñará algo acerca de la oración.» La lección de esta parábola no es que debemos persistir en la oración, que tenemos que aporrear la puerta de Dios hasta que no tenga más remedio que darnos lo que le pedimos, como si Dios no estuviera dispuesto a molestarse. La lección aparece clara precisamente por contraste.

Parábola quiere decir poner una cosa al lado de otra. Si ponemos dos cosas una al lado de la otra para explicar una lección, ésta se puede deducir del hecho de que las dos cosas se parecen, o del hecho de que una es la contraria de la otra. La lección aquí se deduce, no de la semejanza, sino del contraste. Lo que Jesús quiere decir es que «si la insistencia desvergonzada y molesta de un supuesto amigo acaba por obligar a otro supuesto amigo egoísta y comodón a levantarse de la cama comunal y darle lo que necesita, ¡cuánto más Dios, que es un Padre modelo, suplirá las necesidades de sus hijos! « Si vosotros -añade Jesús-, que sois malos, sabéis darles cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más Dios, que es el Padre perfecto!»

Lo dicho no nos exime de la insistencia en la oración. Después de todo, la prueba de la realidad y la sinceridad de nuestro deseo está en la pasión con que lo pedimos. Pero esto no quiere decir que le tenemos que sacar las cosas a la fuerza a un Dios despreocupado, sino que acudimos a un Dios que conoce nuestras necesidades aún mejor que nosotros, y cuyo corazón está henchido de amor generoso hacia nosotros. Si no recibimos lo que pedimos, no es porque Dios es tacaño y nos lo niega, sino porque tiene algo mejor para nosotros. No hay tal cosa como una oración incontestada. La respuesta puede no ser la que queríamos o esperábamos; pero, aun cuando no se nos conceda lo que pedimos, la respuesta viene de la sabiduría y el amor de Dios.

Cómo no orar

Antes de adentrarnos en la manera en que se debe orar es bueno tener claro la maner en que no se debe orar.

(i) La liturgia judía proveía oraciones fijas para todas las ocasiones. Sería difícil encontrar un suceso o una situación de la vida que no tuviera su fórmula de oración particular. Había oraciones para antes y después de cada comida; en relación con la luz, el fuego, el rayo; al ver la luna nueva, cometas, lluvia, tempestad, el mar, lagos, ríos; al recibir buenas noticias, al estrenar nuevos muebles, al entrar o salir de una ciudad, etc., etc. Todo tenía su oración. Está claro que aquí hay algo infinitamente precioso. Revela la intención de que todo lo que suceda en la vida se traiga a la presencia de Dios. Pero, precisamente porque las oraciones se prescribían tan meticulosa y literalmente, todo el sistema se prestaba al formulismo, y el peligro era que se musitaran las oraciones dándoles muy poco sentido.
La tendencia era repetir rutinariamente la oración correcta en el momento correcto. Los grandes rabinos lo reconocían y trataban de evitarlo. «Si una persona -enseñaban- dice sus oraciones para salir del paso, eso no es orar.» « No consideres la oración un deber formal, sino un acto de humildad para obtener la misericordia de Dios.» Rabí Eliezer estaba tan preocupado con el peligro del formulismo que tenía la costumbre de componer una oración nueva todos los días, para que fuera siempre algo fresco. Está muy claro que esta clase de peligro no está confinada a la religión judía. Hasta los que empiezan siendo momentos devocionales pueden acabar en el formalismo de un punto rígido y ritualista del horario.

(ii) Y además, el devoto judío tenía horas fijas de oración. Eran la tercia, la sexta y la nona, es decir, las nueve de la mañana, las doce del mediodía y las tres de la tarde. Se encontrara donde se encontrara estaba obligado a orar. Podría ser, sin duda, que se acordara de Dios genuinamente; pero también podría ser que estuviera cumpliendo con un formalismo habitual. Los musulmanes tienen la misma costumbre. Se cuenta que un musulmán iba persiguiendo a un enemigo con la daga desenvainada para matarle. El almuédano hizo la llamada; el hombre se paró, desenrolló su esterilla de oración, se arrodilló y rezó todo lo deprisa que pudo; luego se levantó y siguió con su persecución asesina. Es precioso esto de acordarse de Dios por lo menos tres veces al día; pero existe el peligro muy real de que se haga esto tres veces al día hasta sin pensar en Dios.

(iii) Existía la tendencia a relacionar la oración con ciertos lugares, y especialmente con la sinagoga. Es innegablemente cierto que hay algunos lugares en los que se siente a Dios más cerca; pero había algunos rabinos que llegaban hasta a decir que la oración no era eficaz a menos que se ofreciera en el templo o en la sinagoga. Así se produjo la costumbre de ir al templo a las horas de oración. En los primeros días de la Iglesia Cristina, hasta los discípulos de Jesús pensaban en estos términos, porque leemos que Pedro y Juan se dirigían al templo a la hora de la oración (Hechos 3:1). Aquí también había un peligro: el de pensar que Dios estaba confinado a ciertos lugares sagrados, y olvidar que toda la Tierra es el templo de Dios. Los más sabios de los rabinos vieron este peligro. Decían: «Dios le dice a Israel: Orad en la sinagoga de vuestra ciudad; si no podéis, orad en el campo; si no podéis, orad en vuestra casa; si no podéis, orad en la cama; si no podéis, meditad en vuestro corazón estando en vuestra cama, y guardad silencio.» El problema de cualquier sistema no está en el sistema, sino en los que lo usan. Uno puede hacer de cualquier sistema de oración un medio de devoción o un puro formulismo, practicándolo rutinaria e inconscientemente.

(iv) Los judíos tenían una tendencia indudable a alargar las oraciones. Esa tendencia tampoco es exclusiva de los judíos. En los cultos escoceses del siglo XVIII, la longitud se interpretaba como devoción. En aquellos cultos escoceses había una lectura bíblica versículo por versículo que duraba una hora, y un sermón que duraba otra hora. Las oraciones eran largas e improvisadas. El doctor W. D. Maxwell escribe: « La eficacia de la oración se medía por el ardor y la fluidez, y no menos por su férvida longitud.» El rabí Leví decía: «El que hace oraciones largas es oído.» Otra máxima era: «Cuando los justos hacen oraciones largas, sus oraciones son oídas.»

Había -y todavía hay- una especie de idea inconsciente de que si aporreamos suficientemente la puerta de Dios, contestará; que se Le puede hablar, y hasta dar la lata a Dios, hasta que nos haga caso. Los rabinos más sabios eran conscientes de este peligro. Uno de ellos decía: «Está prohibido alargar innecesariamente la alabanza del Santo. Se nos dice en los Salmos: «¿Quién puede expresar las poderosas obras del Señor, o proclamar toda su alabanza?» (Salmo 106:2). Según esto, sólo el que puede, puede alargarse y mostrar su alabanza pero nadie puede.» «Sean siempre pocas las palabras de un hombre delante de Dios, como se dice: «No te precipites con tu boca ni se apresure tu corazón a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en el cielo y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras» (Eclesiastés 5:2).» « La mejor adoración consiste en guardar silencio.» Es fácil confundir la verborrea con la piedad, y la labia con la devoción; y en ese error caían muchos judíos, y otros.

(v) Había otras formas de repetición que los judíos, como otros pueblos orientales, eran propensos a usar y abusar. Los pueblos orientales tenían la costumbre de autohipnotizarse mediante la incesante repetición de una frase o hasta de una palabra. En 1 Reyes 18:26 leemos que los profetas de Baal se pasaron medio día gritando: « ¡Baal respóndenos!» En Hechos 19:34 leemos que el gentío efesio estuvo dos horas gritando: «¡Grande es la Artemisa de los efesios!» Algunos musulmanes se pasan horas y horas repitiendo una palabra sagrada, corriendo en círculos hasta que se provocan un éxtasis, y caen por último inconscientes y agotados. Los judíos lo hacían con la Semá `. Es como sustituir la oración por el autohipnotismo. Había otra forma en que la oración judía caía en las repeticiones. Se apilaban todos los títulos y adjetivos imaginables cuando se Le dirigía una oración a Dios. Una de las más famosas empieza: ¡Bendito, alabado y glorificado, exaltado, ensalzado y honrado, magnificado y laudado sea el nombre del Santo! Hay una oración judía que empieza con dieciséis adjetivos diferentes que se aplican al nombre de Dios. Existía una clase de intoxicación con las palabras. Cuando uno empieza a pensar más que en qué decir en cómo decirlo, se le muere la oración en los labios.

(vi) El último fallo que Jesús les encontraba a algunos de los judíos era que.hacían las oraciones para que la gente los viera. El método judío de la oración facilitaba el que se cayera en la ostentación. Los judíos oraban de pie, con los brazos extendidos, las palmas de las manos hacia arriba y la cabeza inclinada. Había que hacer oración a las 9 de la mañana, a las 12 del mediodía y a las 3 de la tarde. Había que hacerla donde uno se encontrará, y le era fácil al que quisiera el asegurarse de que a esas hora estaría en alguna esquina despejada, o en alguna plaza abarrotada de gente, para que todo el mundo viera lo piadoso que era orando. Le era fácil a uno detenerse en los peldaños de la entrada de la sinagoga, y hacer allí su oración larga y elocuentemente para que todo el mundo se admirara de su excepcional piedad. Era fácil representar una escena de oración a la vista del público.

Los más sabios de los rabinos judíos comprendían plenamente y condenaban incansablemente esta actitud. «Una persona hipócrita atrae la ira de Dios sobre el mundo, y su oración no es escuchada.» «Cuatro clases de personas no perciben el resplandor de la gloria de Dios: los burladores, los hipócritas, los mentirosos y los calumniadores.» Los rabinos decían que nadie puede orar de veras a menos que tenga el corazón sintonizado para ello. Establecían que para la perfecta oración se necesitaba antes una hora de preparación personal, y una hora de meditación después.

Pero el sistema judío de oración se prestaba a la ostentación si había orgullo en el corazón de un hombre. Jesús establece dos grandes reglas de la oración.

(i) Insiste en que toda verdadera oración se ha de dirigir a Dios. El fallo verdadero de los que Jesús criticaba era que le ofrecían la oración a la galería, y no a Dios. Cierto gran predicador describió una vez una oración elaborada y adornada que se hizo en una iglesia de Boston como «la oración más elocuente que se ofreciera jamás a una audiencia de Boston.» El «orador» se había preocupado más de impresionar a la congregación que de establecer contacto con Dios. Tanto en la oración privada como en la pública, no debemos albergar ningún pensamiento en la mente ni deseo en el corazón aparte de Dios.

(ii) Insiste en que debemos tener presente que el Dios a Quien oramos es un Dios de amor, Que está más dispuesto a contestar de lo que nosotros estamos a pedir. No tenemos que sacarle los dones o la gracia como si no estuviera dispuesto a concedérnoslos. No acudimos a un Dios al Que hay que engatusar, o dar la lata, o bombardear para que conteste a nuestras oraciones, sino a Uno Cuyo único deseo es dar. Cuando recordamos eso, no hay duda de que es suficiente acudir a Dios con un suspiro de deseo en el corazón, y en los labios las palabras: «Hágase Tu voluntad.»

La oración del discípulo

Así que orad de esta manera: Padre nuestro del Cielo, que Tu nombre sea tenido por santo; venga Tu Reino; que Tu voluntad se haga, como en el Cielo, así en la Tierra; danos hoy el pan para este día; perdónanos nuestras deudas como nosotros se las perdonamos a nuestros deudores; y no nos metas en tentación, sino líbranos del maligno.

Porque, si les perdonáis a vuestros semejantes sus ofensas, también vuestro Padre celestial os perdonará a vosotros las vuestras; pero si no les perdonáis a vuestros semejantes sus ofensas, tampoco os perdonará las vuestras vuestro Padre. Antes de empezar a pensar en la Oración Dominical en detalle, hay algunos hechos generales que nos vendrá bien recordar.

Debemos advertir, antes de nada, que esta es una oración que Jesús les enseñó a Sus discípulos. Tanto Mateo como Lucas lo dejan bien claro. Mateo pone todo el Sermón del Monte en el contexto de la enseñanza de Jesús a Sus discípulos (Mateo 5:1); y Lucas nos dice que Jesús les enseñó esta oración a Sus discípulos a petición de uno de ellos (Lucas 11:1). Hacemos bien en llamarla La Oración Dominical, porque fue el Señor -Dominus- Quien nos la enseñó y legó como algo Suyo; pero es una oración que no puede hacer suya más que un discípulo de Jesús; que sólo uno que ha reconocido a Jesucristo como su Salvador y Señor puede tomar en sus labios con sentido.

La Oración Dominical no es la oración de un niño, como se la suele considerar; de hecho, no tiene sentido para un niño. Tampoco es la Oración Familiar, como se la llama a veces, a menos que por familia entendamos la familia de la Iglesia.

La Oración Dominical se nos presenta específica y definidamente como la oración del discípulo, y solo en los labios de un discípulo adquiere su pleno significado. Para decirlo de otra manera: sólo la puede hacer suya la persona que sabe lo que está diciendo en ella, y no lo puede saber a menos que haya entrado en el discipulado.

Debemos advertir el orden de las peticiones de la Oración Dominical. Las primeras tres tienen que ver con Dios y con Su gloria; las tres siguientes se refieren a nuestras necesidades. Es decir, que se empieza por darle a Dios el lugar supremo que Le corresponde, y después, y sólo después, nos volvemos hacia nosotros y nuestras necesidades. Sólo cuando se Le da a Dios el lugar que Le corresponde, todo lo demás pasa a ocupar el lugar que le corresponde. La oración no debe ser nunca un intento de forzar la voluntad de Dios a nuestros deseos, sino siempre un intento de someter nuestra voluntad a la de Dios.

La segunda parte de la oración, la que trata de nuestras necesidades, tiene una unidad preciosamente ensamblada. Trata de las tres necesidades esenciales de la persona humana, y las tres esferas del tiempo en que se mueve. Primero, pide pan, lo que necesita para mantener la vida, y de esta manera presenta las necesidades del presente ante el trono de Dios. Segundo, pide perdón, y así trae el pasado a la presencia de Dios. Y tercero, pide ayuda en la tentación, y deja así el futuro en las manos de Dios. En estas tres breves peticiones se nos enseña a depositar el pasado, el presente y el futuro en el estrado de la gracia de Dios.

Pero esta oración no se limita a presentarle a Dios la totalidad de la vida; también es una oración que trae la totalidad de Dios a nuestras vidas. Cuando pedimos pan para sostener nuestra vida terrenal, esa petición dirige nuestro pensamiento inmediatamente a Dios el Padre, Creador y Sustentador de toda la vida. Cuando pedimos perdón, esa petición nos dirige el pensamiento inmediatamente a Dios el Hijo, Jesucristo nuestro Salvador y Redentor. Y cuando pedimos ayuda en las tentaciones futuras, esa petición dirige inmediatamente nuestro pensamiento a Dios el Espíritu Santo, el Confortador, iluminador, Guía y Guardián de nuestras almas.

De la manera más maravillosa, esta breve segunda parte de la Oración Dominical toma el presente, el pasado y el futuro, y los presenta a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; es decir, a Dios, en toda Su plenitud. Jesús nos enseña en la Oración Dominical a presentar la totalidad de la vida a la totalidad de Dios, y a traer la totalidad de Dios a la totalidad de la vida.

El padre en el cielo

Padre nuestro que estás en el Cielo.

Bien se podría decir que la palabra Padre aplicada a Dios es un resumen breve de la fe cristiana. El gran valor de esta palabra Padre está en que establece todas las relaciones de esta vida.

(i) Establece nuestra relación con el mundo invisible. Los misioneros nos dicen que uno de los más grandes desahogos que el Cristianismo trae a la mente y al corazón paganos es la certeza de que hay un solo Dios. Los paganos creen que hay innumerables dioses, que cada corriente o río, árbol o valle, colina o bosque, y todas las fuerzas de la naturaleza tienen su propio dios. El pagano vive en un mundo infestado de dioses. Todavía más: Todos estos dioses son celosos y tacaños y hostiles. Hay que aplacarlos, y uno no puede nunca estar seguro de no haber omitido nada del honor debido a alguno de ellos. La consecuencia es que el pagano vive en terror de los dioses; está «asediado y no ayudado por su religión.»

La leyenda griega más significativa sobre los dioses es la de Prometeo. Prometeo era un dios. Corrían los días antes de que la humanidad poseyera el fuego; y la vida sin fuego era fría, triste e incómoda. Por piedad, Prometeo tomó el fuego del cielo y se lo dio como un regalo a la humanidad.

Zeus, el rey de los dioses, se airó extraordinariamente de que la humanidad recibiera este regalo; así
que se apoderó de Prometeo y le encadenó a una roca en medio del mar Adriático, donde era atormentado con el calor y la sed del día, y el frío de la noche. Y todavía más: Zeus preparó un buitre que le rasgara el hígado a Prometeo, que volvía a crecer, solamente para ser destrozado otra vez.

Eso fue lo que le sucedió a un dios que trató de ayudar a la humanidad. Toda esta concepción se basa en la convicción de que los dioses son celosos, vengativos, y tacaños; y lo que menos- les interesa hacer es ayudar a los humanos. Esa es la idea pagana de la actitud del mundo invisible hacia la humanidad. Los paganos se sienten asediados por el miedo a una horda de dioses celosos, crueles y tacaños. Así pues, cuando descubren que el Dios al Que Jesucristo nos ha venido a revelar tiene el nombre y el corazón de Padre, eso trasforma completamente todas las cosas del mundo. Ya no tenemos por qué temblar de miedo ante una horda de dioses celosos; podemos descansar en el amor de un Padre.

(ii) Establece nuestra relación con el mundo visible, este mundo del espacio y el tiempo en el que vivimos. Es fácil pensar que este mundo es hostil. Hay circunstancias y eventualidades en la vida; hay leyes férreas del universo que quebrantamos a nuestro riesgo; hay sufrimiento y muerte; pero, si podemos estar seguros de que detrás de este mundo hay, no un dios caprichoso, celoso, y burlón, sino un Dios cuyo nombre es Padre, entonces, aunque todavía haya muchas cosas que nos parezcan oscuras, todo es ahora soportable porque detrás de todo está el amor. Siempre nos ayudará creer que este mundo está organizado, no para nuestra comodidad, sino para nuestro entrenamiento.

Tomemos, por ejemplo, el dolor. Puede parecer algo malo; pero el dolor tiene su lugar en el orden de Dios. Algunas veces sucede que una persona está constituida tan anormalmente que es incapaz de sentir el dolor. Una persona así es un peligro para sí misma, y un problema para todos los demás. Si no hubiera tal cosa como el dolor, nunca sabríamos si estamos enfermos, y a menudo nos moriríamos antes de que se pudieran dar pasos para tratar la enfermedad. Esto no es decir que el mal no puede convertirse en una cosa mala; pero es decir que innumerables veces el dolor es la lucecita roja de Dios que nos avisa de un peligro en el camino.

Lessing solía decir que, si se le permitiera hacerle una pregunta a la Esfinge, sería: «¿Es éste un universo amigable?» Si podemos estar seguros de que el Dios que creó este mundo es Padre, entonces podremos también estarlo de que éste es fundamentalmente un universo amigable. Llamar a Dios Padre es establecer una nueva relación con el mundo en que vivimos.

(iii) Si creemos que Dios es Padre, esto establece nuestra relación con nuestros semejantes. Si Dios es Padre, es el Padre de todos los seres humanos. La Oración Dominical no nos enseña a decir Mi Padre; nos enseña a decir Padre nuestro. Es muy significativo el hecho de que en la Oración Dominical no aparecen las palabras yo, mi, y mío; es verdad decir que Jesús vino para quitar esas palabras de nuestra vida y poner en su lugar nosotros, y nuestro. Dios no es la posesión exclusiva de ninguna persona. La misma frase Padre nuestro implica la eliminación del yo. La paternidad de Dios es la única base para la fraternidad humana.

(iv) Si creemos que Dios es Padre, esto establece nuestra relación con nosotros mismos. Hay veces que uno se desprecia y se odia a sí mismo, se reconoce como la criatura más miserable que se arrastra por la tierra. El corazón conoce su propia, amargura, y nadie conoce la indignidad de una persona mejor que ella misma.

Mark Rutherford proponía añadir otra bienaventuranza: «Bienaventurados los que nos sanan de despreciarnos a nosotros mismos.» Benditos sean los que nos devuelven nuestro propio respeto. Eso es precisamente lo que hace Dios. En esos momentos terribles, tenebrosos y crudos, todavía nos podemos recordar a nosotros mismos que, aunque no le importemos a ninguna otra persona, Le importamos a Dios; que, en la infinita misericordia de Dios somos linaje regio, hijos del Rey de reyes.

(v) Si creemos que Dios es Padre, eso establece nuestra relación con Dios. No es que eso excluya Su santidad, majestad y poder. Eso no hace a Dios menos Dios; pero nos hace asequibles esa santidad, y . majestad, y poder. Hay una antigua historia romana que nos habla de un emperador que estaba entrando en Roma en triunfo. Tenía el privilegio, que Roma concedía a sus grandes héroes, de hacer marchar sus tropas por las calles de Roma, con todos los trofeos y prisioneros que había capturado. El emperador iba desfilando con sus tropas. Las multitudes, alineadas en todas las calles, le vitoreaban. Los corpulentos legionarios alineaban los bordes de las calles para mantener en su sitio a la gente. En cierto punto de la ruta triunfal había una plataforma en la que estaban sentadas la emperatriz y su familia, para ver al emperador pasar en toda la gloria de su triunfo. En la plataforma, con su madre estaba el hijo menor del emperador, un chiquillo. Cuando se acercaba el emperador, el chico saltó de la plataforma, se abrió paso entre la multitud, regateó su paso entre las piernas de los legionarios y salió al centro de la carretera al encuentro de la carroza de su padre. Un legionario se inclinó y le detuvo, tomándole en sus brazos: «No puedes hacer eso, chico -le dijo-. ¿Es que no sabes quién va en esa carroza? ¡ES el emperador! No puedes dirigirte a ella.» El chiquillo le contestó riendo: «Puede que sea tu emperador -le dijo-, pero es mi padre.» Ese es exactamente el sentir del cristiano para con Dios. La santidad, la majestad y el poder son los de Aquel a Quien Jesús nos ha enseñado a llamar Padre nuestro.

Hasta ahora hemos estado pensando en las dos primeras palabras que dirigimos a Dios -Padre nuestro; pero Dios no es solamente nuestro Padre: Es nuestro Padre Que está en el Cielo. Estas palabras tienen una importancia capital. Nos conservan dos grandes verdades.

(i) Nos recuerdan la santidad de Dios. Es fácil convertir en sensiblería toda la idea de la paternidad de Dios, haciéndola una excusa para una religiosidad cómoda y permisiva. « Es un buen tipo, y le da todo igual.» Como dijo Heine de Dios: «Dios me perdonará. Para eso está.» Si dijéramos sólo Padre nuestro y nos paráramos ahí, podríamos tener alguna disculpa; pero es a nuestro Padre del Cielo a Quien nos dirigimos. El amor está presente, pero la santidad también.

Es extraordinario lo rara vez que Jesús usa la palabra Padre refiriéndose a Dios. El evangelio de Marcos es el más antiguo, y por tanto el más próximo a un reportaje de lo que Jesús dijo e hizo; y en el evangelio de Marcos Jesús llama a Dios Padre sólo seis veces, y nunca fuera del círculo de los discípulos. Para Jesús, la palabra Padre era tan sagrada que casi no podía soportar el usarla; y no la podía usar a menos que fuera entre los que ya habían captado algo de lo que quería decir.

No debemos usar nunca la palabra Padre refiriéndonos a Dios con ligereza, superficialidad y sentimentalismo. Dios no es un padre de manga ancha que cierra los ojos tolerantemente a todos los pecados y faltas y errores. Este Dios a Quien llamamos Padre, es el Dios al Que debemos acercarnos con reverencia y adoración, y temor y admiración. Dios es nuestro Padre del Cielo, y en Dios se dan en perfecta armonía el amor y la santidad.

(ii) Nos recuerdan el poder de Dios. En el amor humano se da muy a menudo la tragedia de la frustración. Puede que amemos a una persona, y sin embargo seamos incapaces de ayudarla a conseguir algo o a dejar algo. El amor humano puede ser intenso -y sin embargo impotente.

Cualquier padre con un hijo extraviado, o cualquier enamorado con una amada errática lo sabe muy bien. Pero cuando decimos Padre nuestro -del Cielo, ponemos juntas dos cosas. Colocamos el amor de Dios al lado del poder de Dios. Nos decimos que el poder de Dios siempre está motivado por el amor de Dios, y nunca se ejerce sino para nuestro bien; nos decimos que el amor de Dios está respaldado por el poder de Dios, y que, por tanto, su propósito no puede ser nunca frustrado ni derrotado. Pensamos en términos de amor, pero es el amor de Dios. Cuando oramos Padre nuestro del Cielo debemos recordar siempre la santidad de Dios y el amor de Dios que se mueven en amor, y el amor que está detrás del poder invencible de Dios.

La santificación del nombre

Que Tu nombre sea tenido por santo. «Santificado sea Tu nombre» -probablemente es cierto que, de todas las peticiones de la Oración Dominical, ésta es la nos sería más difícil explicar. Así que, en primer lugar, concentrémonos en el sentido determinado de las palabras.

La palabra que traducimos por santificar es el verbo griego haguiázesthai, relacionado con el adjetivo haguios, que quiere decir tratar a una persona o cosa como haguios. Haguios es la palabra que traducimos corrientemente por santo; pero el sentido básico de haguios es diferente o separado. Algo que es haguios es diferente de otras cosas: Una persona que es haguios es separada de las otras personas. Así, un templo es haguios porque es diferente de los otros edificios.

Un altar es haguios porque existe para un propósito diferente del de las cosas ordinarias. El día del Señor es haguios porque es diferente de otros días. Un sacerdote es haguios porque está separado para un ministerio especial. Así que, esta petición quiere decir: « Que el nombre de Dios se trate de una manera diferente de los otros nombres; que se dé al nombre de Dios una posición que sea absolutamente única.»

Pero hay algo que añadir a esto. En hebreo, el nombre no quiere decir simplemente el nombre propio por el que se conoce a una persona -Juan o Santiago, o el nombre que sea. En hebreo, el nombre quiere decir la naturaleza, el carácter, la personalidad de la persona en tanto en cuanto nos es conocida o revelada. Esto resulta claro cuando vemos cómo usan la expresión los autores bíblicos.

El salmista dice: «En Ti confiarán los que conocen Tu nombre» (Salmo 9:10). Está claro que esto no quiere decir que los que saben que Dios se llama Jehová pondrán en Él su confianza. Quiere decir los que saben cómo es Dios, los que conocen la naturaleza y el carácter de Dios. El salmista dice: «Unos presumen de carros de combate y otros de caballería; pero nuestro orgullo es el nombre del Señor nuestro Dios» (Salmo 20:7). Está claro que esto no quiere decir que en tiempos difíciles el salmista se acordará de que Dios se llama Jehová. Quiere decir que, en tales momentos, algunos confían en las ayudas y defensas humanas y materiales; pero el salmista se acordará de la naturaleza y el carácter de Dios; se acordará de cómo es Dios, y ese recuerdo le dará confianza.

Así que, tomemos estas dos cosas y pongámoslas juntas. Haguiázesthai, que se traduce por santificar, quiere decir considerar como diferente, dar un lugar único y especial. El nombre› es la naturaleza, el carácter, la personalidad de la persona en tanto en cuanto nos es conocida y revelada.

Por tanto, cuando oramos: «Santificado sea Tu nombre,» queremos decir: «Capacítanos para darte el lugar único y soberano que merecen Tu naturaleza y carácter.»

La oración por la reverencia

¿Hay alguna palabra en español que quiera decir darle a Dios el lugar único y soberano que requieren Su naturaleza y carácter? La hay, y es reverencia. Pedimos ser capacitados para reverenciar a Dios como Dios merece ser reverenciado. En toda auténtica reverencia de Dios hay cuatro elementos esenciales.

(i) A fin de reverenciar a Dios, debemos creer que Dios existe. No podemos reverenciar a alguien que no exista; debemos empezar por estar seguros de la existencia de Dios. Para la Biblia, Dios es un axioma. Un axioma es un hecho autoevidente que no necesita demostración, sino que es la base de todas las otras pruebas. Por ejemplo: «La línea recta es la distancia más corta entre dos puntos;» o: «las líneas paralelas son las que, hallándose en un mismo plano, no se encuentran nunca.» Estos son axiomas.

Los autores bíblicos habrían dicho que era superfluo intentar demostrar la existencia de Dios, porque ellos experimentaban la presencia de Dios en todos los momentos de su vida. Habrían dicho que un hombre no necesita demostrar que Dios existe más de lo que necesita demostrar que existe su mujer. Se encuentra con ella y convive con ella todos los días, y así con Dios.

Pero supongamos que necesitáramos demostrar que Dios existe usando nuestras propias mentes para hacerlo; ¿por dónde empezaríamos? Podríamos empezar por el mundo en que vivimos. El antiguo argumento de Paley no está todavía totalmente desfasado. Supongamos que una persona va andando por un camino. Tropieza con el pie con un reloj que está en el suelo. Supongamos que esa persona no había visto un reloj en la vida; no sabía lo que era eso. Lo recoge; ve cómo está hecho y la colocación en su interior de ruedecillas y muelles. Ve que está andando y funcionando de una manera deliciosamente ordenada, y que las manillas se mueven alrededor de la esfera con una regularidad obviamente predeterminada. ¿Qué es lo que se dice? No se dice: «Todos estos metales y piezas diversas han llegado aquí del fin del mundo por casualidad, y se han hecho ruedas y muelles por casualidad, y se han reunido en este mecanismo por casualidad, y se dan cuerda y se ponen en marcha a sí mimos por casualidad, llegando a este funcionamiento obviamente ordenado por casualidad.» No; sino dice: « Me he encontrado un reloj; de modo que tiene que existir un relojero.»

Un orden presupone una mente. Cuando miramos al mundo vemos una máquina inmensa que funciona con orden. El Sol sale y se pone en sucesión invariable. Las mareas tienen su flujo y reflujo cronométricamente. Las estaciones se suceden en orden. Cuando miramos al mundo no tenemos más remedio que decir: «Tiene que existir el Relojero.» La existencia del mundo nos empuja a reconocer la de Dios. Como decía sir James Jeans: « Un astrónomo no puede ser ateo.» El orden dei universo revela la mente de Dios que está detrás.

Podríamos empezar por nosotros mismos. Lo único que el ser humano no ha llegado a crear es la vida. Puede alterar y cambiar y reorganizar las cosas; pero no puede crear un ser viviente. ¿De dónde, entonces, nos hemos sacado la vida? De nuestros padres. ¿Y ellos, de dónde se sacaron la suya? De los suyos. ¿Y ellos? La vida tiene que haber empezado alguna vez en el mundo; tiene que venir de fuera del mundo, porque nosotros no podemos crearla. Y, de nuevo, el misterio de la vida nos empuja a Dios.

Cuando miramos a nuestro interior, y al mundo exterior, nos sentimos empujados hacia Dios. Como decía Kant hace mucho: «Dos cosas nos sobrecogen de admiración: la ley moral dentro de nosotros mismos, y los cielos estrellados por encima de nosotros.» Y nos empujan hacia Dios.

(ii) Antes de reverenciar a Dios tenemos que creer, no solamente que Dios existe, sino también tenemos que saber cómo es Dios. No se podía sentir reverencia por los dioses griegos, con sus amoríos, y celos, y rivalidades, y odios, y adulterios, y trampas y villanías. No se pueden reverenciar dioses caprichosos, inmorales, impuros. Pero en el Dios que Jesucristo nos ha venido a revelar hay tres grandes cualidades. Hay santidad; hay justicia, y hay amor. Debemos reverenciar a Dios, no sólo porque existe, sino por ser el Dios Que sabemos que es.

(iii) Pero puede que una persona crea que hay Dios; puede que esté intelectualmente convencida de que Dios es santo, justo y amoroso; y puede que todavía no Le reverencie. Porque para tenerle reverencia es menester ser conscientes permanentemente de Dios. Reverenciar a Dios es vivir en un mundo que está lleno de Dios, una vida que sucede en Su presencia. Esta consciencia no se limita a la iglesia, ni a los llamados lugares santos; tiene que ser una consciencia que nos acompaña siempre y en todas partes. El salmista lo expresa bellamente: Señor: Tú me has escudriñado, y me conoces. Sabes cuándo estoy en reposo, y cuándo en acción. Comprendes mis pensamientos antes de que los tenga. Has escudriñado mi conducta y mi carácter, y tienes a la vista los planos de mis planes. Aun antes de que profiera una palabra, Tú, Señor, ya sabes lo que iba a decir. Estás presente en mi pasado y en mi futuro, y mantienes Tu mano sobre mí en cada momento. El saber esto es demasiado maravilloso para mí; es algo sublime, y más allá de lo que puedo comprender. ¿Adónde me podría ir para desligarme de Tu Espíritu? ¿Adónde podría huir que no estuviera en Tu presencia? Si subiera al Cielo, es allí donde Tú estás; y si me ocultara en el seol, allí me encontrarías. Si tomara las alas del alba, e hiciera mi morada al otro lado del mar, aun allí sería Tu mano la que me guiara, y Tu diestra la que me cobijara. Si-dijera: «¡Seguro que la oscuridad me esconderá!, » hasta en la noche Te sería tan visible como al mediodía; porque las tinieblas tampoco encubren de Tu vista: y la noche Te es tan clara como el día. ¡Lo mismo Te dan las tinieblas que la luz! (Salmo 139:1-12).

Dios en la iglesia, y en el campo, y en el hogar; Dios en el taller, y en la tienda, y en la mina; Dios entre los pucheros y en medio del tráfico… Lo malo es que, para la mayoría, la consciencia de Dios es algo espasmódico, con altibajos, presencias y ausencias. Reverencia quiere decir la consciencia constante de Dios.

(iv) Todavía nos falta otro ingrediente de la reverencia. Tenemos que creer que Dios existe; tenemos que saber qué clase de Dios es; debemos ser siempre conscientes de Dios. Pero puede que una persona tenga todo esto, y no tenga todavía reverencia. A todo esto hay que añadir la obediencia y la sumisión a Dios. Reverencia es conocimiento más sumisión. Lutero preguntaba en su catecismo: « ¿Cómo es santificado el nombre de Dios entre nosotros?» Y su respuesta era: «Cuando tanto nuestra vida como nuestra doctrina son verdaderamente cristianas.» Es decir: cuando nuestro convencimiento intelectual y todas nuestras acciones están perfectamente sometidas a la voluntad de Dios.

El saber que Dios existe, el saber la clase de Dios que es, el ser siempre consciente de Dios y el serle siempre obediente -esa es la reverencia y lo que pedimos cuando oramos: « Santificado sea Tu nombre.» Que Dios reciba la reverencia que merece por Su carácter y Su naturaleza.

El reino de Dios y la voluntad de Dios

Venga Tu Reino; que Tu voluntad se haga, como en el Cielo, así en la Tierra.

La frase El Reino de Dios es característica de todo el Nuevo Testamento. Es una de las frases que más se usan en la oración, y en la predicación, y en la literatura cristiana. Por tanto, es de importancia capital que sepamos lo que quiere decir.

Es evidente que el Reino de Dios era central en el mensaje de Jesús. La primera vez que apareció Jesús en el escenario de la Historia fue cuando llegó a Galilea predicando la Buena Noticia del Reino de Dios (Marcos 1:14). Jesús mismo describía la predicación del Reino como la obligación que se Le había impuesto: «Vamos a los lugares vecinos para que predique también allí, porque para esto he venido» (Marcos 1:38; Lucas 4:43). La descripción que nos hace Lucas de la actividad de Jesús es que Él iba por todas las aldeas y pueblos predicando y mostrando la Buena Noticia del Reino de Dios (Lucas 8:1). Está claro que tenemos que tratar de entender el significado del Reino de Dios.

Cuando así lo hacemos nos encontramos con algunos hechos paradójicos. Encontramos que Jesús hablaba del Reino de tres maneras diferentes. Hablaba del Reino como ya existente en el pasado. Decía que Abraham, Isaac y Jacob, y todos los profetas estaban en el Reino (Lucas 13:28; Mateo 8: I1). Por tanto está claro que el Reino se remonta largo tiempo en la Historia. Jesús hablaba del Reino como presente: « El Reino de Dios -decía- está en medio de vosotros» (Lucas 17:21). Así que el Reino de Dios es una realidad presente aquí y ahora. Y hablaba del Reino de Dios como futuro, porque Él enseñó a orar por la venida del Reino en esta Su propia oración. ¿Cómo puede ser el Reino pasado, presente y futuro a la vez? ¿Cómo puede ser el Reino al mismo tiempo algo que existió, que existe y cuya venida estamos obligados a pedir? Encontramos la clave en esta doble petición de la Oración Dominical. Una de las características más corrientes del estilo literario hebreo es la que se conoce técnicamente como el paralelismo. En hebreo se tendía a decir la misma cosa dos veces. Se decía de una manera, y luego de otra que repetía o ampliaba o explicaba la primera. Casi en cada versículo de los Salmos encontramos este paralelismo en acción. Los versículos se dividen en dos partes por el centro; y la segunda parte repite o amplía o explica la primera parte.

Vamos a tomar algunos ejemplos, y la cosa nos resultará clara: Dios es nuestro amparo y fortaleza -nuestro pronto auxilio en las tribulaciones (Salmo 46:1). ¡El Señor de los ejércitos está con nosotros!
– ¡Nuestro refugio es el Dios de Jacob! (Salmo 46:7). Del Señor es la Tierra y su plenitud, – el mundo y los que en él habitan (Salmo 24:1).

Ahora apliquemos este principio a las dos peticiones de la Oración Dominical. Pongámoslas en paralelo: Venga Tu Reino, – hágase Tu voluntad en la Tierra como en el Cielo.

Supongamos que la segunda petición explica, y amplía y define la primera. Entonces tenemos la perfecta definición del Reino de Dios: El Reino de Dios es una sociedad en la Tierra en la que la voluntad de Dios se hace tan perfectamente como en el Cielo. Aquí tenemos la explicación de cómo el Reino de Dios puede ser pasado, presente y futuro, todo al mismo tiempo. Cualquier persona que en cualquier momento de la Historia hizo perfectamente la voluntad de Dios, estaba en el Reino; cualquier persona que hace perfectamente la voluntad de Dios, está en el Reino; pero, como el mundo está muy lejos de ser un lugar en el que voluntad de Dios se haga perfecta y universalmente, la consumación del Reino está todavía en el futuro, y es todavía algo por lo que debemos orar. El estar en el Reino es obedecer la voluntad de Dios. Inmediatamente vemos que el Reino no es una cosa que tiene que ver primariamente con las naciones y los pueblos y los países, sino con cada uno de nosotros. El Reino es, de hecho, la cosa más personal del mundo. El Reino demanda la sumisión de mi voluntad, mi corazón, mi vida. El Reino viene sólo cuando cada uno de nosotros hace su propia y personal decisión y sumisión.

Un chino cristiano hacía la conocida oración: « Señor, aviva a Tu Iglesia, empezando por mí.» Y nosotros podríamos parafrasearla y decir: «Señor, trae Tu reino, empezando por mí.» Orar por el Reino del Cielo es pedir que nosotros sometamos totalmente nuestras voluntades a la voluntad de Dios.

Por lo que acabamos de ver resulta claro que la cosa más importante del mundo es obedecer la voluntad de Dios; y la petición más importante del mundo es: «Hágase Tu voluntad.» Pero queda igualmente claro que la actitud mental y el tono de voz con que se haga esta petición supone toda la diferencia del mundo.

(i) Se puede decir «hágase Tu voluntad» con un tono de resignación derrotada, no porque se quiere decir, sino porque se ha aceptado el hecho de que no se puede decir otra cosa; se puede decir porque se ha aceptado el hecho de que Dios es demasiado poderoso; y es inútil darnos de cabezazos contra las murallas del universo. Se puede decir pensando solamente en el poder ineludible de Dios, Que nos tiene en un puño. Como decía `Umar Jayyám: Como con piezas de ajedrez Él juega en tablero de días y de noches moviéndolas, les da jaque y las mata y las mete en la caja sin reproches. No admite noes, ni ayes, ni preguntas; . de un lado a otro mueve el Jugador, y cuando te derriba en el tablero, del resultado Él solo es sabedor. Una persona puede que acepte la voluntad de Dios por la sola razón de que se ha dado cuenta de que no puede hacer otra cosa.

(ii) Se puede decir «hágase Tu voluntad» con un tono de amargo resentimiento. Swinbume hablaba de sentir el pisotón de los férreos pies de Dios, y del mal supremo: Dios. Beethoven estaba solo cuando murió; y se dice que cuando encontraron su cuerpo tenía los labios echados hacia atrás con una mueca de rabia y los puños cerrados como amenazando a Dios y al Cielo. Puede que uno considere a Dios su enemigo, pero un enemigo tan fuerte que es imposible resistirle. Por tanto, puede que se acepte la voluntad de Dios, pero con un resentimiento amargo y una rabia difícilmente contenida.

(iii) Se puede decir «hágase Tu voluntad» con perfecto amor y confianza. Se puede decir gozosa y voluntariamente, sea cual sea esa voluntad. Debería ser fácil para un cristiano decir así «hágase Tu voluntad;» porque el cristiano puede estar absolutamente seguro de dos cosas acerca de Dios.

(a) Puede estar seguro de la sabiduría de Dios. Algunas veces, cuando queremos edificar o alterar o reparar algo, se lo consultamos al técnico. Puede que haga algunas sugerencias, y muchas veces acabamos diciendo: «Bueno, pues hágalo como le parezca. Usted es el experto.» Dios es el experto en la vida, y Su dirección no nos descarriará nunca. Cuando mataron al reformista escocés Richard Cameron, le cortó la cabeza y las manos un cierto Murray y las llevó a Edimburgo. « Su padre estaba en la cárcel por la misma causa. El enemigo se las llevó para añadirle más dolor en su dura situación, y le preguntó si las conocía. Tomando la cabeza y las manos de su hijo que eran muy hermosas (de una complexión como la suya) las besó y dijo: «Las conozco, las conozco. Son las de mi hijo, mi querido hijo. Es el Señor. Buena es la voluntad del Señor, Que no puede hacernos daño ni a mí ni a los míos, sino que ha hecho que el bien y la misericordia nos sigan todos los días de nuestra vida.» Cuando uno puede hablar así, cuando está totalmente seguro de que sus tiempos están en las manos de la infinita sabiduría de Dios es fácil decir: «Hágase Tu voluntad.»

(b) Puede estar seguro del amor de Dios. Los cristianos no creemos en un dios caprichoso y burlón, ni en un fatalismo ciego y cruel. Thomas Hardy acaba su novela Tess con las sombrías palabras: «El Presidente de los Inmortales había terminado su juego divertido con Tess.» Pero nosotros creemos en un Dios Cuyo nombre es amor. Como dice el himno de Juan Bautista Cabrera: Cual bálsamo que mitiga – tenaz y acerbo dolor es para el alma angustiada – saber que Dios es amor. Venero que proporciona – riquezas de gran valor es para el alma salvada – sentir que Dios es amor.

Y como decía Pablo: «El Que no nos escatimó ni aun a Su propio Hijo, sino que Le entregó por todos nosotros, ¿no nos dará también con El todas las cosas?» (Romanos 8:32). No se puede mirar a la Cruz y seguir dudando del amor de Dios; y cuando se está seguro del amor de Dios, es fácil decir: «Hágase Tu voluntad.»

Nuestro pan cotidiano

Danos hoy el pan para este día. Uno pensaría que ésta es la única petición de la Oración Dominical sobre cuyo significado no puede haber la menor duda. Parece ser la más sencilla y directa de todas. Pero es un hecho que muchos intérpretes han ofrecido muchas interpretaciones de ella. Antes de considerar su significado más sencillo y obvio, veamos algunas de las otras explicaciones que se han propuesto.

(i) El pan se ha identificado con el de la Mesa del Señor. Desde un principio, la Oración Dominical se ha conectado íntimamente con la Mesa del Señor. En los órdenes de culto más antiguos que poseemos, siempre se establecía que la Oración Dominical se dijera en algún momento de la celebración de la Comunión. De ahí que algunos hayan tomado esta petición como una oración para que se nos conceda el privilegio diario de sentarnos a la Mesa del Señor, y de comer el alimento espiritual que recibimos allí.

(ii) El pan se ha identificado con el alimento espiritual de la Palabra de Dios, como cantamos en himnos cristianos: Así es que esta petición se ha tomado como una oración por la verdadera enseñanza, la verdadera doctrina, la verdad esencial, que están en las Escrituras y la Palabra de Dios, y que son sin duda comida para la mente y el corazón y el alma de toda persona creyente.

(iii) El pan se ha considerado que representa al mismo Jesús. Jesús se llamó a sí mismo el pan de la vida (Juan 6:33-35), y ésta se ha tomado como una oración para que podamos alimentarnos diariamente de Él, Que es el pan vivo. Así que esta petición se ha interpretado como una oración para que también nosotros seamos animados y fortalecidos con Cristo, el pan vivo.

(iv) Esta petición se ha tomado en un sentido puramente judío. El pan se ha tomado como el pan del Reino Celestial. Lucas nos dice que uno de los presentes Le dijo a Jesús: «¡Bienaventurado el que coma pan en el Reino de Dios» (Lucas 14:15). Los judíos tenían una idea algo extraña pero tremendamente inspiradora. Creían que cuando viniera el Mesías y amaneciera la edad de oro, habría lo que llamaban el banquete mesiánico, del que participarían los escogidos de Dios. Los cuerpos de los monstruos Behemot y Leviatán proveerían los platos de carne y de pescado en ese banquete. Sería como una especie de fiesta de bienvenida que Dios ofrecía a Su pueblo. Así que, esto se ha tomado como una petición de participar en el banquete mesiánico final del pueblo de Dios.

Aunque no tenemos por qué estar de acuerdo en que cualquiera de estas explicaciones contiene el sentido de esta petición, tampoco tenemos por qué rechazar ninguna de ellas como falsa. Cada una contiene su propia verdad y aplicación. La dificultad en la interpretación de esta petición se aumentaba por el hecho de que había una duda considerable en cuanto al sentido de la palabra epiúsios, que se suele traducir por cotidiano. El hecho extraordinario era que, hasta hace poco, no se había encontrado ningún otro lugar en que apareciera esta palabra en toda la literatura griega. Orígenes lo advirtió, y hasta mantenía que Mateo se había inventado la palabra. Por tanto, no se podía estar seguro de lo que realmente quería decir. Pero no hace mucho, se descubrió el fragmento de un papiro que contenía esta palabra; ¡y el trocito de papiro era precisamente la lista de la compra de una mujer! Al lado de uno de los artículos estaba la palabra epiúsios, para acordarse de comprar las provisiones para el día siguiente. Así que, muy sencillamente, lo que esta petición quiere decir es: «Dame las cosas que necesitamos para comer el día que viene. Ayúdame a conseguir las cosas que tengo en la lista de la compra cuando salga esta mañana. Dame las cosas que necesitamos para comer cuando vuelvan los chicos de la escuela, y los hombres del trabajo. Concédenos que nuestra mesa no esté vacía cuando nos sentemos juntos hoy.» Esta es una oración sencilla para que Dios nos supla con las cosas que necesitamos para el día que tenemos por delante.

Cuando vemos que ésta es. una sencilla petición por las necesidades de cada día, de aquí surgen
algunas verdades tremendas.

(i) Esto quiere decir que Dios se cuida de nuestros cuerpos. Jesús nos lo mostró; Él pasó mucho tiempo sanando enfermedades y satisfaciendo el hambre física. Estaba angustiado cuando se daba cuenta de que el gentío que le había seguido a lugares solitarios se encontraba muy lejos de su casa y no tenía nada que comer. Haremos bien en tener presente que Dios tiene interés en nuestros cuerpos. Cualquier enseñanza que minimiza, y desprecia, y calumnia el cuerpo, es equivocada. Podemos ver lo que Dios piensa de nuestros cuerpos cuando recordamos que El mismo, en Jesucristo, asumió un cuerpo humano. El Cristianismo aspira, no sólo a la salvación del alma, sino a la salvación de toda la persona: cuerpo, mente y espíritu.

(ii) Esta petición nos enseña a pedir el pan nuestro de cada día, o el pan para el día que tenemos por delante. Nos enseña a vivir al día, y no preocuparnos o estar ansiosos acerca del futuro distante y desconocido. Cuando Jesús enseñó a sus discípulos a hacer esta petición, sin duda Su mente se retrotraía a la historia del maná en el desierto (Éxodo 16:1-21). Los israelitas no tenían nada que comer en el desierto, y Dios les envió el maná, el pan del cielo; pero con una condición: tenían que recoger sólo lo suficiente para sus necesidades inmediatas. Si trataban de recoger demasiado, y almacenarlo, se les echaba a perder. Tenían que darse por satisfechos con tener lo suficiente para el día. Como decía un rabino: «La porción para el día-cada día, porque el Que creó el día creó el sustento para el día.» Y otro rabino decía: «El que posee lo que puede comer hoy, y dice: «¿Qué voy a comer mañana?,» es un hombre de poca fe.» Esta petición nos habla de vivir al día. Nos prohíbe la angustiosa preocupación tan característica de la vida que no ha aprendido a confiar en Dios.

(iii) Por implicación, esta petición Le da a Dios el lugar que Le corresponde. Reconoce que es de Dios de Quien recibimos el alimento necesario para sostener la vida. Ningún ser humano ha sido nunca capaz de crear una semilla que creciera. Un hombre de ciencia puede analizar una semilla y conocer sus elementos constituyentes, pero ninguna semilla sintética puede crecer. Todas las cosas vivas vienen de Dios. Lo que comemos, por tanto, es un regalo que nos hace Dios.

(iv) Esta petición nos recuerda muy sabiamente cómo funciona la oración. Si uno hiciera esta oración, y luego se sentara tranquilamente a esperar que el pan le cayera del cielo en las manos, seguro que se moriría de hambre. Nos recuerda que la oración y el trabajo van de la mano, y que cuando oramos debemos pasar a trabajar para hacer que nuestras oraciones se hagan realidad. Es verdad que la semilla viva viene de Dios; pero también es verdad que tenemos la obligación de cultivarla. A Dick Sheppard le encantaba contar la siguiente historia: «Érase un hombre que tenía una parcela; la había obtenido con mucho sacrificio, y con . mucho trabajo la había limpiado de piedras y de toda clase de malas hierbas, había labrado y enriquecido la tierra convenientemente hasta que le produjo las flores y hortalizas .más estupendas. Una tarde le estaba enseñando su parcela a un piadoso amigo. Éste le dijo: -Es maravilloso lo que Dios puede hacer con un terrenito así, ¿verdad.? -Sí -dijo el hombre que había hecho todo el trabajo-. ¡Pero tendrías que haber visto esta parcela cuando Dios la estaba cuidando Él solo!» La generosidad de Dios y el trabajo humano deben combinarse. La oración, como la fe, sin las obras es cosa muerta. Cuando hacemos esta petición, reconocemos dos verdades básicas: Que sin Dios no podemos hacer nada, y que sin nuestro esfuerzo y cooperación Dios no puede hacer nada por nosotros.

(v) Debemos advertir que Jesús no nos enseñó a pedir: «Dame mi pan cotidiano.» Nos enseñó a pedir: «Danos nuestro pan cotidiano.» El problema del mundo no es que no haya bastante para todos; hay bastante para dar y tomar. El problema no está en la provisión de las cosas esenciales de la vida, sino en su distribución. Esta oración nos enseña a no ser nunca egoístas en nuestras oraciones. Es una oración que podemos ayudarle a Dios a contestarnos compartiendo lo que tenemos con otros menos afortunados. Esta oración no se refiere exclusivamente a recibir nuestro pan cotidiano; también incluye el compartirlo con otros.

Perdón, humano y divino

Perdónanos nuestras deudas como nosotros se las perdonamos a nuestros deudores. Porque, si les perdonáis a vuestros semejantes sus ofensas, también vuestro Padre celestial os perdonará a vosotros las vuestras; pero si no les perdonáis a vuestros semejantes sus ofensas, tampoco os perdonará las vuestras vuestro Padre.

Antes que uno pueda hacer suya honradamente esta petición de la Oración Dominical, debe darse cuenta de que necesita hacerla. Es decir: Antes de que una persona puede hacer esta petición debe tener sentimiento de pecado. El pecado no es una palabra popular hoy en día. A los hombres y a las mujeres más bien les fastidia que los llamen, o que los traten como pecadores que merecen el infierno.

Lo malo es que casi todo el mundo tiene una idea equivocada del pecado. Están de acuerdo en que un ladrón, un borracho, un asesino, un adúltero, un blasfemo, son pecadores; pero ellos no son culpables de ninguno de estos pecados; viven una vida decente, normal y corriente, respetable y nunca han estado en peligro de que los llevaran a juicio, o a la cárcel. Por tanto creen que eso del pecado no tiene nada que ver con ellos.

El Nuevo Testamento usa cinco palabras diferentes para pecado.

(i) La palabra más corriente es hamartía. Ésta era en su origen una palabra relacionada con el tiro, y quiere decir no dar en el blanco. Hamartía era fallar el tiro. Por tanto, pecado es fallar en ser lo que nos habría sido posible y teníamos capacidad para llegar a ser. Charles Lamb nos presenta un personaje llamado Samuel le Grice. Le Grice era un joven brillante que nunca llegó a ser lo que prometía. Lamb dice que hubo tres etapas en su carrera. Hubo un tiempo cuando la gente decía: «Éste hará algo.» Hubo un tiempo en que la gente decía: «Podría hacer algo si quisiera.» Hubo un tiempo en que la gente decía: «Podría haber hecho algo, si hubiera querido.» Edwin Muir dice en su Autobiografía: « Al llegar a una cierta edad, todos nosotros,. buenos y malos, estamos apesadumbrados a causa de poderes que había en nosotros que nunca se han hecho realidad; porque, en otras palabras, no somos lo que debiéramos.»

Eso es exactamente hamartía; y ésa es precisamente la situación en que todos nos encontramos. ¿Somos tan buenos maridos o esposas como podríamos ser? ¿Somos tan buenos hijos o hijas como podríamos ser? ¿Somos tan buenos trabajadores o empresarios como podríamos ser? ¿Hay alguien que pretenda ser todo lo que hubiera podido ser, o haber hecho todo lo que hubiera podido hacer? Cuando nos damos cuenta de que pecado quiere decir errar el blanco, fracasar en la empresa de ser todo lo que nos habría sido posible y teníamos capacidad para llegar a ser, entonces está claro que cada uno de nosotros es un pecador.

(ii) La segunda palabra para pecado es parábasis, que quiere decir literalmente traspasar. El pecado es pasarse de la raya que separa el bien y el mal. ¿Estamos siempre del lado debido de la línea que divide la honestidad de la deshonestidad? ¿No ha habido nunca en nuestras vidas ningún detalle deshonesto?

¿Estamos siempre del lado debido de la línea que divide la verdad de la falsedad? ¿Es que no hemos tergiversado o evadido o distorsionado nunca la verdad, con nuestra palabra o actitud o silencio o inhibición?

¿Estamos siempre del lado debido de la línea que divide la amabilidad y la cortesía del egoísmo y la aspereza? ¿Es que no ha habido nunca en nuestras vidas ninguna acción o palabra desamable o descortés? Cuando pensamos en estos términos, no hay ninguno que pueda pretender haberse mantenido siempre del lado debido de la línea divisoria.

(iii) La tercera palabra para pecado es paraptóma, que quiere decir deslizarse al otro lado. Es lo que le pasa a uno en un suelo resbaladizo o helado. No es tan deliberado como parábasis, pero sin duda es algo que todos hemos experimentado. Una y otra vez decimos que se nos ha escapado una frase, o un gesto; una y otra vez hay algo que nos hace perder el equilibrio, un impulso o una pasión que se ha apoderado de nosotros momentáneamente haciéndonos perder el control. Los mejores de nosotros pueden deslizarse así al pecado cuando una situación nos sorprende con la guardia baja.

(iv) La cuarta palabra para pecado es anomía, que quiere decir ilegalidad. Anomía es el pecado de la persona que sabe lo que debe hacer, y sin embargo no lo hace o hace lo contrario; el pecado de la persona que conoce la ley, pero que la quebranta. El primero de todos los instintos humanos es el de hacer lo que nos gusta; y por tanto llegan a la vida de cualquier persona momentos cuando querría saltarse las normas y desafiar las leyes y hacer o tomar lo prohibido. En Mandalay, Kipling hace decir al viejo soldado: Mándame adonde sea al Este de Suez donde los mejores son como los peores, donde no existen los Diez Mandamientos y uno puede provocar una hambruna.

Aunque haya algunos que puedan decir que no han quebrantado nunca los Diez Mandamientos, no hay nadie que pueda decir que no ha querido quebrantar ninguno de ellos.

(v) La quinta palabra para pecado es ofeiléma, que es la que se usa en el cuerpo de la Oración Dominical; y que quiere decir deuda. Quiere decir faltar al pago de lo que se debe, dejar de hacer lo que es debido. No puede haber ninguna persona que se atreva nunca a pretender haber cumplido plenamente su deber para con Dios y para con sus semejantes: No existe tal perfección en la humanidad.

Cuando llegamos a ver lo que es realmente el pecado, nos damos cuenta de que es una enfermedad universal que padecemos todas las personas. La respetabilidad externa a la vista de los demás, y la pecaminosidad interna a la vista de Dios puede que vayan mano a mano. Ésta, de hecho, es una petición de la Oración Dominical que todo ser humano necesita hacer.

Uno no sólo tiene que darse cuenta de que necesita hacer esta petición de la Oración Dominical; también necesita darse cuenta de lo que está haciendo cuando la hace. De todas las peticiones de la Oración Dominical, ésta es la más aterradora.

«Perdónanos nuestra deudas como nosotros se las perdonamos a nuestros deudores.» El sentido literal es: «Perdónanos nuestros pecados en la misma proporción en que nosotros perdonamos a los que han pecado contra nosotros.» En los versículos 14 y 15, Jesús dice de la manera más clara posible que si perdonamos a otros, Dios nos perdonará; pero si nos negamos a perdonar a otros, Dios se negará a perdonarnos. Por tanto, está totalmente claro que, si hacemos esta petición con una grieta abierta con una desavenencia sin zanjar en nuestra vida, le estamos pidiendo a Dios que no nos perdone.

Si decimos: «No le perdonaré nunca a Fulano lo que me ha hecho;» si decimos: « No perdonaré nunca lo que Fulano me ha hecho,» y pasamos a tomar esta petición en nuestros labios, estamos deliberadamente pidiéndole a Dios que no nos perdone. Como ha dicho alguien: « El perdón, como
la paz, es uno e indivisible.» El perdón humano y el divino están inseparablemente intercomunicados. Nuestro perdón a nuestros semejantes y el perdón de Dios a nosotros no se pueden separar; están intervinculados y son interdependientes. Si pensáramos en lo que estamos diciendo cuando hacemos esta petición habría veces que no nos atreveríamos a hacerla.

Cuando Robert Louis Stevenson vivía en las Islas del Mar del Sur solía hacer el culto familiar por las mañanas. Siempre terminaba con la Oración Dominical. Una mañana, en medio de la Oración Dominical, se puso en pie -había estado de rodillas- y salió de la habitación. Su salud era siempre muy precaria, y su mujer salió detrás de él pensando que podría sentirse mal. «¿Te pasaba algo?» -Le dijo. «Sólo una cosa -dijo Stevenson-: Que no estoy en condiciones de hacer la Oración Dominical hoy.» Nadie está en condiciones de hacer la Oración Dominical cuando su corazón esté dominado por un espíritu de resentimiento. Si uno no ha arreglado las cosas con sus semejantes, tampoco las puede arreglar con Dios.

Si ha de haber este perdón cristiano en nuestra vida, son necesarias tres cosas.

(i) Debemos aprender a comprender. Siempre hay una razón para que alguien haga algo. Si está antipático o descortés o de mal genio, a lo mejor es porque está preocupado o angustiado. Si nos trata con suspicacia o desagrado, a lo mejor es que ha entendido mal o le han informado mal acerca de algo que hemos dicho o hecho. Puede que sea víctima de su entorno o de su herencia. Puede que tenga tal temperamento que la vida le resulte difícil, y las relaciones humanas le sean un problema. El perdón nos sería mucho más fácil si hiciéramos un esfuerzo por comprender, antes de permitirnos condenar.

(ii) Debemos aprender a olvidar. Mientras sigamos dándole vueltas al desprecio o a la ofensa, no hay esperanza de que lleguemos a perdonar. Decimos a menudo: «No puedo olvidar lo que me hizo Fulano;» o: « No me olvidaré nunca de cómo me trató Mengano,» o « se me trató en tal lugar.» Son dichos peligrosos, porque podemos llegar a hacer que nos sea humanamente imposible el perdonar. Podemos imprimirlo indeleblemente en nuestra memoria.

Una vez, el famoso hombre de letras escocés Andrew Lang escribió y publicó algo muy amable acerca de un libro de un autor novel, que se lo pagó con un ataque de insultos y calumnias. Como tres años después, Andrew Lang estaba parando con el poeta laureado Robert Bridges. Robert vio que Andrew leía un cierto libro, y le dijo: «Ese es otro libro de aquel cachorro desagradecido que se portó tan vergonzosamente contigo.» Pero, para su sorpresa, descubrió que a Andrew Lang ni siquiera le sonaba el asunto. Se había olvidado completamente de aquel ataque insultante y calumnioso. El perdonar, dijo Bridges, era la señal de un gran hombre; pero el olvidar era sublime. Solo el espíritu purificador de Cristo puede quitar de entre nuestros recuerdos las viejas amarguras que debemos olvidar.

(iii) Debemos aprender a amar. Ya hemos visto que el amor cristiano, agapé, es esa benevolencia inconquistable, esa buena voluntad invencible que no buscará nunca nada más que el bien supremo de la persona amada, sin tener en cuenta cómo nos trata ni lo que nos hace. Ese amor puede venir a nosotros solamente cuando Cristo, Que es ese amor, viene a morar en nuestro corazón -y no vendrá si no Le invitamos. Para ser perdonados tenemos que perdonar, y esa es una condición que sólo el poder de Cristo nos puede ayudar a cumplir.

La tentación como prueba

Y no nos metas en tentación, sino líbranos del maligno.

Hay dos cuestiones de significado de palabras que debemos resolver antes de empezar el estudio de esta petición en detalle.

(i) A oídos modernos la palabra tentar siempre tiene un mal sentido; siempre quiere decir tratar de inducir al mal. Pero en la Biblia, el verbo peirazein se traduciría mejor por la palabra probar que por tentar. En el Nuevo Testamento, tentar a una persona no es tanto tratar de inducirla al pecado como probar su fuerza y su lealtad y su habilidad para el servicio.

En el Antiguo Testamento tenemos el relato de cuando Dios probó la lealtad de Abraham haciendo que le demandaba el sacrificio de su hijo único Isaac. En la antigua versión ReinaValera la historia empezaba: « Y aconteció después de estas cosas, que tentó Diosa Abraham» (Génesis 22:1). Está claro que aquí la palabra tentar no puede querer decir que Dios tratara de inducir a Abraham al pecado.

Quiere decir más bien poner a prueba su lealtad y obediencia. Cuando leemos el relato de las tentaciones de Jesús, vemos que empieza: «Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo» (Mateo 4:1). Si tomamos aquí la palabra tentar en el sentido de inducir al pecado, hacemos al Espíritu Santo un cómplice en la conspiración de obligar a Jesús a pecar. Una y otra vez en la Biblia encontraremos que la palabra tentar contiene la idea de probar por lo menos tanto como la idea de tratar de hacer caer en pecado.

Así es que aquí tenemos una de las grandes verdades preciosas acerca de la tentación. La tentación no está diseñada para hacernos caer, sino para hacernos más fuertes y mejores personas; no para hacernos pecadores, sino para hacernos buenos. Puede que fallemos en la prueba, pero no es eso lo que se pretende. Se espera que surjamos más fuertes y más puros.

En cierto sentido la tentación no es el castigo de haber nacido, sino la gloria de ser una persona humana. Cuando se va a usar un metal en un gran proyecto de ingeniería se somete a tensiones y presiones muy por encima de las que se supone que tendrá que soportar nunca. Así tiene que ser probada una persona antes de que Dios pueda usarla totalmente en Su servicio.

Todo esto es cierto; pero también lo es que la Biblia nunca pone en duda la existencia de un poder del mal en el mundo. La Biblia no es un libo especulativo, y no discute el origen de ese poder del mal; pero sabe que está ahí. Es seguro que esta petición de la Oración Dominical no debe traducirse por: «Líbranos del mal,» sino: «Líbranos del maligno.» La Biblia no considera el mal como un principio abstracto o como una fuerza impersonal, sino como un poder activo y personal en oposición a Dios.

El desarrollo de la idea de Satanás en la Biblia es de gran interés. En hebreo, la palabra satán quiere decir simplemente un adversario. Se usa a menudo de seres humanos. El adversario de una persona es su satán. Los filisteos tenían miedo de que David se volviera su satán (1 Samuel 29:4); Salomón declara que Dios le ha dado tanta paz y prosperidad que no queda ningún satán que se le oponga (1 Reyes 5:4); David considera a Abisai su satán (2 Samuel:19:22). En todos estos casos satán quiere decir un adversario o un enemigo. De ahí la palabra satán pasa a significar uno que presenta acusaciones en un juicio contra otro. De ahí, por así decirlo, esta palabra deja la Tierra y se va al Cielo. Los judíos tenían la idea de que en el Cielo había un ángel que estaba a cargo de establecer el juicio contra una persona, una especie de ángel fiscal: y esa llegó a ser la visión de Satán. En esa etapa, Satán no es un poder malvado, sino parte de la judicatura celestial. En Job 1: 6, Satán se menciona entre los hijos de Dios: « Un día acudieron a presentarse delante del Señor los Hijos de Dios, y entre ellos vino también Satán.» En esta etapa, Satán es el fiscal celestial correspondiente a la raza humana.

Pero no hay tanto trecho entre presentar el caso contra una persona y urdir un caso contra una persona. Y ese es el siguiente paso. El otro nombre de Satán, o Satanás, es el Diablo; y Diablo viene de la palabra griega Diábolos, que es la palabra corriente para un calumniador. Así es como Satán llega a ser el Diablo, el calumniador par excellence, el adversario de la humanidad, el poder que se propone hacer fracasar los propósitos de Dios y destruir a la humanidad. Satán llega a representar todo lo que está en contra de la humanidad y de Dios. De ese poder destructor es del que Jesús nos enseña a pedirle a Dios que nos libre. El origen de ese poder no se discute; no se presentan especulaciones. Como alguien ha dicho: «Si uno se despierta y ve que la casa está ardiendo, no se sienta en un sillón para escribir o leer un tratado sobre el origen del incendio en las casas particulares, sino aplica todo su conocimiento y habilidad a extinguir el fuego y salvar su hogar.» Así que la Biblia no pierde el tiempo con especulaciones acerca del origen del mal, sino nos equipa para pelear la batalla contra el mal que está sin duda ahí.

El ataque de la tentación

La vida está siempre en el punto de mira de la tentación; pero ningún enemigo se puede lanzar a una invasión si no cuenta con una cabeza de puente. ¿Dónde encuentra la tentación su cabeza de puente? ¿De dónde proceden nuestras tentaciones? Si estar advertido es estar preparado; y si sabemos de dónde es probable que venga el ataque, tendremos más posibilidades de vencer.

(i) Algunas veces el ataque de la tentación nos llega de fuera de nosotros. Hay personas que son una mala influencia. Otras, en cuya compañía sería sumamente difícil hasta sugerir una acción deshonesta; y otras en cuya compañía seria de lo más fácil hacer lo que no se debe. Cuando el poeta escocés Robert Bums era joven fue a Irvine para aprender a trabajar con el lino. Allí conoció a un cierto Robert Brown, que había visto mucho mundo y tenía una personalidad fascinante. Bums nos dice que le admiraba y se esforzaba en imitarle. Bums prosigue: «Era el único hombre que he conocido que era más idiota que yo cuando la Mujer era la estrella Polar… Hablaba de cierta debilidad de moda con ligereza, aunque hasta entonces yo la había mirado con horror… En eso su amistad me hizo mucho daño.» Hay amistades y compañías que nos pueden hacer mucho daño en un mundo tentador, cada persona debe tener cuidado cuando escoge sus amigos y la sociedad en que se va a mover. Se les deben dar a las tentaciones que vienen de fuera, cuantas menos oportunidades, mejor.

(ii) Uno de los trágicos hechos de la vida es que las tentaciones nos pueden venir de los que nos aman; y esas son las tentaciones más difíciles de resistir. Vienen de personas que nos quieren, y que no tienen la menor intención de hacernos daño. Puede que uno sepa que debería seguir un cierto plan de acción; puede que sienta una verdadera vocación por una cierta carrera; pero el seguir ese impulso puede suponer impopularidad y riesgo; el asumir esa vocación puede llevar consigo renunciar a todo lo que el mundo llama éxito. Puede suceder que, en tales circunstancias, los que aman a esa persona traten de disuadirla de actuar como ella cree que debe, y lo hagan porque la aman. Aconsejan precaución, prudencia, sensatez; no quieren verle tirar por la borda sus buenas posibilidades, y tratan de impedirle lo que ella considera que debe hacer.

Tennyson cuenta en Gareth and Lynette la historia de Gareth, el hijo más joven de Lot y Bellicent. Gareth quiere unirse a sus hermanos en el servicio del Rey Arturo, pero Bellicent, su madre, no quiere que lo haga. « ¿No te da pena de mi soledad?» -le pregunta. Su padre, Lot, es viejo y está «como un tronco ya casi quemado del todo.» Sus dos hermanos han ido a la corte de Arturo. ¿Debe él ir también? Si se queda en casa, su madre le organizará las cacerías, y le encontrará una princesa que sea su esposa y le haga feliz: Precisamente porque le amaba, quería mantenerle en casa; el tentador estaba hablando con la misma voz del amor: -Oh madre ¿Cómo puedes mantenerme atado a ti? ¡Qué vergüenza! Hombre soy entero, y he de vivir cual tal. ¿Perseguir ciervos, o seguir a Cristo el Rey?

Vivir puro, decir verdad, enderezar el mal, seguir al Rey:.. Si no, ¿para qué nací? El mozo marchó, a pesar de que la voz del amor le tentaba a quedarse.

Eso fue lo que le sucedió a Jesús. «Los enemigos de un hombre -dijo Jesús- serán los de su casa» (Mateo 10:36). Vinieron a tratar de llevársele a casa, porque creían que había perdido la cabeza. (Marcos 3:21). Les parecía que estaba echando a perder su vida y su carrera; les parecía que estaba haciendo una locura, y trataron de detenerle. Algunas veces las tentaciones más amargas nos hablan con la voz del amor.

(iii) La tentación puede venir de una manera muy extraña, especialmente a los jóvenes. Casi todos nosotros tenemos una extraña manía que, por lo menos en cierta compañía, nos mueve a parecer peores de lo que somos. No queremos parecer blandos ni beatos. Antes preferiríamos parecer de cuidado, aventureros peligrosos, gente de mundo y nada inocentones Agustín tiene un pasaje famoso en sus Confesiones: «Entre mis iguales me daba vergüenza ser menos desvergonzado que otros cuando los oía presumir de sus maldades..: y yo me complacía, no sólo en el placer de la acción, sino en la alabanza… Me presentaba peor de lo que era, para no ser menos, y si en algo no había pecado como los más pervertidos decía que había hecho lo que no había hecho para que no se burlaran de mí.» Muchas personas se han permitido alguna libertad o se han metido en algún hábito por no parecer menos experimentados en las cosas del mundo que los de la pandilla con quienes iban. Una de las grandes defensas contra la tentación es sencillamente el coraje de ser auténticos.

(iv) Pero la tentación no viene sólo de fuera de nosotros; algunas veces también viene de nuestro interior. Si no hubiera nada en nosotros a lo que la tentación pudiera apelar, entonces sería incapaz de vencernos. En cualquiera de nosotros hay un punto débil; y es a ese al que la tentación lanza su ataque.

El punto vulnerable es distinto en todas las personas. Lo que es una tentación rabiosa para uno, no le afecta para nada a otro. Sir James Barrie tiene una comedia que se llama La Voluntad. El señor Devizes, abogado, se da cuenta de que un anciano empleado que llevaba muchos años a su servicio, parecía muy enfermo. Le preguntó si le pasaba algo. El anciano le dijo que su médico le había informado de que estaba sufriendo de una enfermedad fatal e incurable.

Devizes (incómodo).- Estoy seguro de que no es… lo que usted se teme. Cualquier especialista se lo diría.

Surtees (sin levantar la vista).- Ya he ido a uno… señor… ayer.

Devizes.- ¿Y qué?

Surtees.- Es… eso, señor.

Devizes.- No puede ser que esté seguro.

Surtees.- Sí, señor.

Devizes.- Una operación…

Surtees.- Ya es demasiado tarde, me dijo. Si se me hubiera operado hace tiempo, podría tener alguna posibilidad.

Devizes.- Pero usted no lo tenía entonces.

Surtees.- No tenía conocimiento, señor; pero dice que estaba ahí todo el tiempo, siempre dentro de mí, un punto negro, tan pequeño como la cabeza de un alfiler, pero esperando extenderse y destruirme cuando llegara su tiempo.

Devizes (impotente).- Parece una cosa terriblemente injusta.

Surtees (humildemente).- No lo sé, señor. Dice que casi todo el mundo tiene un punto de esa clase, y que si no hacemos algo acaba con nosotros.

Devizes.- No. No. No.

Surtees.- Lo llamaba «la maldita cosa.» Creo que quería decir que deberíamos saberlo, y estar en guardia.

En toda persona hay un punto débil que, si no se tiene cuidado, puede acabar con ella. En algún lugar de nuestra persona hay un fallo de temperamento, algún instinto o pasión tan fuerte que puede que en cualquier momento rompa la traílla, algún detalle de nuestra naturaleza que hace que lo que es un placer para otros sea una amenaza para nosotros. Deberíamos darnos cuenta, y no bajar la guardia.

(v) Pero, aunque parezca extraño, la tentación viene a veces, no de nuestro punto débil, sino de nuestro punto fuerté. Si hay algo de lo que tengamos la costumbre de decir: « Eso es algo que yo no haría jamás,» ¡cuidado! Ya nos advierte la sabiduría popular: «Nunca digas: «¡De esa agua no beberé»!» .La Historia está llena de casos de castillos que se asaltaron precisamente por donde se consideraban tan inexpugnables que no, necesitaban guardia. Nada le ofrece una ocasión mejor a la tentación que el exceso de . confianza. Debemos mantener la vigilancia en nuestros puntos más débiles y en los más fuertes.

La defensa contra la tentación

Hemos pensado en el ataque de la tentación. Vamos a considerar ahora nuestras defensas contra ella.

(i) Está la sencilla defensa de la propia dignidad. Cuando la vida de Nehemías estaba en peligro, se le sugirió que dejara el trabajo y se encerrara en el templo hasta que pasara el peligro. Y él respondió: «¿Un hombre como yo ha de huir? ¿Y quién que fuera como yo se metería en el templo para salvar la vida? ¡No entraré!» (Nehemías 6:11). Uno puede dar la espalda a muchas cosas, pero no a sí mismo. No tiene más remedio que vivir con sus recuerdos, y el de haber perdido la dignidad es intolerable. Una vez le aconsejaron al presidente Garfield, de los Estados Unidos, que siguiera un curso de acción muy rentable, aunque no honorable. Se le dijo: «Nadie se enterará.» Y contestó: « El presidente Garfield lo sabrá, y no tengo más remedio que dormir con él.» Cuando somos tentados, bien podemos defendernos diciendo: « ¿Y una persona como yo va a hacer eso?»

(ii) Está la defensa de la herencia. Uno no puede faltar fácilmente a sus tradiciones y a su herencia, que son el producto y el esfuerzo de generaciones. Cuando Pericles, el mayor de los estadistas de Atenas, iba a dirigirle la palabra a la asamblea de los ciudadanos, siempre se decía para sus adentros: «Pericles, recuerda que eres ateniense y vas a dirigirte a los atenienses.» Una de las hazañas épicas de la II Guerra Mundial fue la defensa de Tobruk. Los soldados de la Coldstream Guard se abrieron paso para salir, pero sólo un puñado de ellos sobrevivieron, y parecían sombras de hombres. La R.A.F. (Fuerzas Aéreas Reales) se hicieron cargo de los doscientos supervivientes de los dos batallones. Uno de los oficiales de los Guards estaba en el comedor, y uno de la R.A.F. le dijo: «Después de todo, como soldados de los Guards no podíais haber hecho otra cosa que intentar lo imposible.» Y otro añadió: «Debe de ser terrible ser de los Guards; porque la tradición te obliga a seguir adelante cualesquiera que sean las circunstancias.»

El poder de la tradición es uno de los más grandes de la vida. Pertenecemos a un país, a una escuela, a una familia, a una iglesia. Lo que hagamos afectará a lo que hemos recibido. No podemos traicionar la tradición que hemos heredado.

(iii) Está la defensa de los que amamos y nos aman. Muchos se meterían en pecado si fueran ellos los únicos que habrían de sufrir las consecuencias; pero los salva el temor al dolor que causarían a sus seres amados.

Laura Richards tiene la siguiente parábola: Un hombre estaba sentado a la puerta de su casa fumando la pipa, y su vecino se sentó a su lado y empezó a tentarle: -Eres pobre -le dijo el vecino- y estás en el paro. Aquí tienes la manera de vivir mejor. Será un trabajillo fácil, y te dará dinero, y no es menos honrado que muchas cosas que hace la gente respetable todos los días. Serás un estúpido si desperdicias una ocasión como esta. Vente conmigo, y zanjaremos la cuestión en seguida. En aquel momento llegó su esposa a la puerta de la chabola con el niño en los brazos. -¿Me puedes tener al bebé un minuto? – le preguntó- . Está inquieto, y yo tengo que tender la ropa.

El hombre tomó ad niño y se le puso en las rodillas. Mientras le tenía así, el niño le miró, y parecía decirle con los ojos: -Soy carne de tu carne, y alma de tu alma. Donde tú me guíes, te seguiré. Dirige el camino, padre. Mis pisadas seguirás a las tuyas. Entonces el hombre se volvió al vecino, y le dijo: – ¡Vete de aquí, y no vuelvas en la vida!

Una persona podría estar dispuesta a pagar las consecuencias del pecado si no tuviera que pagarlas más que ella. Pero si se da cuenta de que su pecado les quebrantará el corazón a otros que ama, eso le será de ayuda para resistir la tentación.

(iv) Está la defensa de la presencia de Jesucristo. Jesús no es el personaje de un libro; es una presencia viva. A veces preguntamos: «¿Qué harías si de pronto te encontraras con que Jesús estaba a tu lado? ¿Cómo vivirías si Jesús fuera un huésped de tu casa?» Pero la realidad de la fe cristiana es que Jesucristo está a nuestro lado, y es el huésped de nuestro hogar. Su presencia es constante, y por tanto debemos llevar una vida que sea digna de que Él la vea. Tenemos una gran defensa frente a la tentación en el recuerdo de la constante presencia de Jesucristo.

Deja el primer comentario

Otras Publicaciones que te pueden interesar