Y habiendo marchado de allí atravesaron la Galilea; y no quería darse a conocer a nadie. Entretanto iba instruyendo a sus discípulos, y les dijo nuevamente Jesús: Grabad en vuestro corazón lo que voy a deciros. El Hijo del hombre ha de ser entregado en manos de los hombres y le matarán, resucitará al tercer día. Con lo cual los discípulos se afligieron sobremanera. Ellos no comprendían como podía ser esto que les decía, ni se atrevían a preguntárselo. Mateo 17: 22-23; Marcos 9: 30-32; Lucas 9: 44,45
Este pasaje marca un hito en el camino. Jesús había salido de las regiones del Norte, donde había estado a salvo, y estaba dando el primer paso hacia Jerusalén y la Cruz. Ahora no quería verse rodeado de multitudes. Sabía muy bien que, a menos que pudiera escribir Su mensaje en los corazones de Sus escogidos, había fallado. Cualquier maestro puede dejar a la posteridad una serie de proposiciones; pero Jesús sabía que eso no era suficiente. Tenía que dejar tras Sí un equipo de personas en las que estuvieran escritas esas proposiciones. Tenía que asegurarse antes de salir de este mundo en cuerpo, que había algunos que entendían, aunque fuera vagamente, lo que Él había venido a decir.
Esta vez, la tragedia de Su advertencia es aún más punzante. Si la comparamos con el pasaje anterior, en el que Él predijo Su muerte (Marcos 8:31), vemos que aquí añade una frase: «El Hijo del Hombre es entregado en manos de hombres.» Había un traidor en la pequeña compañía, y Jesús lo sabía. Podía ver lo que se estaba fraguando en la mente de Judas. Puede que pudiera verlo mejor que el mismo Judas. Y cuando Él dijo: « El Hijo del Hombre es entregado en manos de hombres,» no estaba anunciando sólo un hecho y haciendo una advertencia, sino que estaba dirigiendo una última llamada al hombre en cuyo corazón se estaba formando el propósito traidor.
Pero todavía los discípulos no comprendían. Lo que no comprendían era el detalle de la Resurrección. Para entonces eran conscientes de la atmósfera de tragedia; pero hasta que llegó el final no captaron la seguridad de la Resurrección. Aquello era una maravilla demasiado grande para ellos; una maravilla que solamente captarían cuando llegara a ser un hecho consumado.
Aunque no entendían, tenían miedo de hacer más preguntas. Era como si supieran tanto que tuvieran miedo de saber más. Puede que una persona reciba el veredicto de su médico; que se dé cuenta de que el sentido general del veredicto es malo, pero no entiende todos los detalles, y tiene miedo de hacer preguntas por la sencilla razón de que tiene miedo de saber más. Los discípulos estaban en ese caso.
Algunas veces nos sorprende que no pudieran captar lo que se les decía tan claro. La mente humana tiene un mecanismo maravilloso de defensa para rechazar lo que no quiere saber. ¿Somos nosotros tan diferentes de ellos? Una y otra vez hemos escuchado el mensaje cristiano. Conocemos la gloria de aceptarlo y la tragedia de rechazarlo; pero muchos están tan lejos como siempre de darle su plena confianza y modelar sus vidas de acuerdo con él. Las personas todavía aceptamos las partes del mensaje cristiano que nos gustan y nos van bien, y nos resistimos a comprender el resto.
Había sido un momento triunfal: Momentos antes Jesús había dominado al demonio y admirado a la gente; y en ese momento, cuando todos estaban dispuestos a aclamarle, Jesús les dice que se dirige a la muerte. Habría sido fácil seguir por el camino del éxito popular; pero la grandeza de Jesús se vio en que lo rechazó, y escogió la Cruz. Él no quiso evitar la Cruz a la que llamó a sus seguidores.