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Curación de un endemoniado

Al llegar adonde estaban sus demás discípulos, los vio rodeados de una gran multitud, y a los escribas disputando con ellos. Y todo el pueblo, luego que vio a Jesús, se llenó de asombro y de pavor; y acu­dieron todos corriendo a saludarle. Y Él les preguntó: ¿Sobre qué altercabais entre vosotros? A lo que respondiendo uno de ellos, dijo: Maestro, yo he traído a ti un hijo mío, poseído de cierto espíritu, que lo ha dejado mudo; el cual, dondequiera que le toma, le tira contra el suelo, y le agita con violentas convulsiones y le hace echar espuma por la boca, y crujir los dientes, y le hace dar alaridos, y que se vaya secando, y con dificultad se aparta de él, después de desgarrarle sus carnes; pedí a tus discípulos que le lanzasen, y no han podido. Jesús, en respuesta, dijo: ¡Oh raza incrédula y perversa! ¡Hasta cuando he de vivir con vosotros! ¡Hasta cuando habré de sufriros! Traédmelo acá. Se lo trajeron. Y apenas vio a Jesús, cuando el espíritu empezó a agi­tarlo con violencia; y tirándose contra el suelo, se revolcaba, echando espumarajos. Jesús preguntó a su padre: ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? Desde la niñez, respondió, y muchas veces le ha precipi­tado en el fuego y en el agua, a fin de acabar con él; pero si puedes algo, socórrenos, compadecido de nosotros. A lo que Jesús le dijo: Si tú puedes creer, todo es posible para el que cree. Y luego el padre del muchacho, bañado en lágrimas, exclamó dicien­do: ¡Oh Señor, yo creo; ayuda tú mi incredulidad! Viendo Jesús la gente que iba acudiendo, amenazó al espíritu inmun­do, diciendo: Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando, sal de este mu­chacho, y no vuelvas más a entrar en él. Y dando un gran grito, y atormentando horriblemente al joven, salió de él dejándolo como muerto; de suerte que muchos decían: Está muer­to. Pero Jesús, cogiéndolo de la mano, le ayudó a alzarse, y se levantó. Y el muchacho quedó curado desde aquel momento, y Jesús lo devol­vió a su padre. Con lo que todos quedaban pasmados del gran poder de Dios y no cesaban de admirar las cosas que Jesús hacía. Entonces los discípulos hablaron aparte a Jesús, y Le dijeron: ¿Por qué no hemos podido nosotros echarle? Les respondió Jesús: Porque tenéis poca fe. Pues ciertamente os aseguro que si tuviereis fe tan grande como un granito de mostaza, podríais decir a ese monte: Trasládate de aquí allá, y se trasladará; y nada os será imposible. Y además, que esta casta de demonios no se lanza sino mediante la ora­ción y el ayuno. Mateo 17: 14-21; Marcos 9: 14-29; Lucas 9: 37-43

Tan pronto como bajó Jesús de la gloria celestial se encontró con un problema terrenal y una demanda práctica. Un hombre había traído a su hijo epiléptico a los discípulos cuando Jesús estaba ausente. Mateo describe al chico con el verbo seléniazesthai, que quiere decir literalmente afectado por la luna, lunático. Como era normal en aquel tiempo, el padre atribuía la condición del chico a la influencia maligna de espíritus inmundos. Tan seria era su condición que ponía en peligro su persona, y a otras. Casi podemos oír el suspiro de alivio cuando apareció Jesús, e inmediatamente se hizo cargo de una situación que había estado totalmente fuera de control.

Con una fuerte y enérgica palabra mandó salir al demonio, y el chico quedó curado. Esta historia está llena de cosas significativas.

(i) No podemos por menos de conmovernos ante la fe del padre del chico. Aunque los discípulos habían recibido poder para echar demonios (Mateo 10:1), aquí tenemos un caso en que fallaron notoriamente en público: Y .sin embargo, a pesar del fracaso de los discípulos, el padre no dudó nunca del poder de Jesús. Es como si se dijera: «Si consigo llegar al mismo Jesús, mi necesidad y mi problema estarán solucionados.»

Aquí hay algo muy conmovedor; y hay algo que es muy universal y actual: Hay muchos que creen que la iglesia, los que profesan ser los discípulos de Jesús en su día y generación, han fracasado y son impotentes para resolver los males de la situación humana; y sin embargo, en el fondo; tienen el sentimiento: « Si pudiéramos llegar más allá de Sus seguidores humanos, si pudiéramos pasar al otro lado de la fachada de la iglesia y el fracaso de la iglesia, si pudiéramos llegar hasta el mismo Jesús, podríamos recibir las cosas que necesitamos.»Es al mismo tiempo nuestra condenación y nuestro desafío el que todavía en nuestro tiempo, aunque hay muchos que han dejado de creer en la iglesia, no han perdido del todo la fe en el Señor Jesucristo.

(ii) Aquí vemos las demandas constantes que se Le hacían a Jesús. Viniendo directamente de la gloria de la cima del monte, Se enfrentó con el sufrimiento humano. Inmediatamente después de escuchar la voz de Dios, vino a oír las demandas angustiosas de la necesidad humana. La persona que más se parece a Cristo en el mundo es la que nunca encuentra que sus semejantes son una molestia. Es fácil sentirse cristiano en el momento de la oración y la meditación; es fácil sentirse cerca de Dios cuando estamos de espaldas al mundo. Pero eso no es religión: es evasión. La religión real es levantarse después de haber estado de rodillas ante Dios para salir al encuentro de las personas y de los problemas de la situación humana. La verdadera religión consiste en recibir la fuerza de Dios para transmitírsela a otros. La verdadera religión incluye tanto el encuentro con Dios en el lugar secreto como encontrarse con la gente en el mercado. La verdadera religión quiere decir presentarle nuestras propias necesidades a Dios, no para disfrutar de la paz y de la tranquilidad y de la comodidad sin molestias, sino para ser capacitados generosa, efectiva y poderosamente para resolver las necesidades de los demás. Las alas de la paloma no son para el cristiano que quiere seguir a Su Maestro haciendo el bien.

(iii) Vemos aquí el dolor de Jesús. No es que Jesús dijera que quería librarse de Sus discípulos. Es que Él dice: «¿Cuánto tiempo voy a tener que estar con vosotros hasta que lleguéis a comprender?»No hay nada más propio de Cristo que la paciencia. Cuando nos parece que vamos a perderla paciencia ante las locuras y las necedades humanas, recordemos la infinita paciencia de Dios con los extravíos y las deslealtades y la indocilidad de nuestra propia alma.

(iv) Vemos aquí la necesidad central de la fe, sin la cual nada puede suceder. Cuando Jesús habló de desplazar montañas, estaba usando una frase que los judíos conocían muy bien. Un gran maestro que pudiera realmente presentar y exponer las Escrituras y explicar y resolver las dificultades, recibía el nombre de un desarraigador, o hasta un pulverizador de montañas. Deshacer, desarraigar y pulverizar montañas eran imágenes que se usaban para resolver las dificultades. Jesús nunca pretendió que se tomara esto literalmente en su sentido físico. Después de todo, una persona normal no se encuentra frecuentemente en la necesidad de tener que desplazar montañas físicas. Lo que quería decir era: «Si se tiene suficiente fe, todas las dificultades se pueden resolver, y cumplir hasta la tarea más difícil.»La fe en Dios es el instrumento que permite a las personas eliminar las colinas de dificultades que bloquean el camino.

Esto era la clase de cosa que Pedro había querido evitar. En la cumbre de la montaña, en la presencia de la gloria, Pedro había dicho: « ¡Qué estupendamente se está aquí!»Y había propuesto que hicieran tres cabañuelas para Jesús y Moisés y Elías, y se quedaran allí. ¡La vida era tanto mejor, tanto más cerca de Dios, allí en la cumbre! ¿Para qué volver a bajar?

Pero es parte de la misma esencia de la vida que tenemos que bajar de la cumbre. Se ha dicho que en religión debe haber soledad, pero no solitariedad. La soledad es necesaria para mantener contacto con Dios; pero, si una persona, en busca de la soledad esencial, se desconecta de sus semejantes, cierra los oídos a sus llamadas pidiendo ayuda, cierra su corazón al clamor de sus lágrimas, eso no es religión. La soledad no está diseñada para hacernos solitarios, sino para hacernos más capaces de salir al encuentro y atender a las demandas de la vida cotidiana.

Jesús descendió a una situación delicada. Un padre había traído a los discípulos a su hijo, que era epiléptico. Todos los síntomas estaban claros. Los discípulos habían sido totalmente incapaces de resolver el caso, y aquello les había ofrecido a los escribas una buena oportunidad. La incapacidad de los discípulos era una ocasión de primera para ridiculizarlos, no sólo a ellos, sino también a su Maestro. Eso era lo que hacía la situación tan delicada, y eso es lo que hace cualquier situación humana tan delicada para el cristiano: su conducta, sus palabras, su capacidad o incapacidad para resolver las exigencias de la vida, se usan como medida, no sólo para juzgarle a él, sino para juzgar a Jesucristo.

A. Victor Murray escribe en su libro sobre La educación cristiana: «Hay algunos que ponen los ojos en blanco cuando hablan de la Iglesia: Es una sociedad sobrenatural, el Cuerpo de Cristo, la Esposa impoluta, la Guardiana de los oráculos de Dios, la bendita Compañía de los redimidos, y otros cuantos títulos románticos más, ninguno de los cuales tiene nada que ver con lo que los de fuera pueden ver por sí mismos en la parroquia de Santa Ágata, o en la iglesia metodista de la calle Mayor.»

No hacen al caso las profesiones altisonantes que pueda hacer uno, porque por lo que se le juzga es por sus acciones; y al juzgarle a él, se juzga a su Maestro. Esa era la situación en este pasaje.

Entonces llegó Jesús. Cuando la gente Le vio, se maravillaron. No tenemos que pensar que todavía Le quedara algo de la gloria de la Transfiguración. Eso habría sido una contradicción de Sus propias instrucciones de que acuello se mantuviera secreto. La multitud había pensado que El estaba muy lejos, en las solitarias laderas de Hermón. Habían estado tan enfrascados en la discusión que no se habían dado cuenta de que Se les estaba acercando; y ahora precisamente, en el momento oportuno, allí estaba Jesús entre todos ellos. Lo que les sorprendió fue Su llegada repentina, inesperada y oportuna.

Aquí aprendemos dos cosas acerca de Jesús.

(i) Estaba dispuesto a enfrentarse con la Cruz, y estaba dispuesto a enfrentarse con los problemas corrientes que se Le presentaran. Es una de las características de la naturaleza humana que podemos arrostrar los grandes momentos críticos de la vida con honor y dignidad, pero permitimos que las exigencias de la rutina cotidiana nos fastidien e irriten. Podemos arrostrar los golpes demoledores de la vida con un cierto heroísmo, pero dejamos que nos inquieten las pequeñas molestias. Muchas personas pueden encarar un gran desastre o una gran pérdida con tranquila serenidad, y sin embargo pierden los estribos si la comida no es de su gusto o el tren se retrasa. Lo maravilloso de Jesús es que podía encarar serenamente la Cruz, y con igual calma enfrentarse con las cosas normales de la vida día a día. La razón era que no Se reservaba a Dios sólo para las grandes crisis, como hacemos muchos; sino recorría con Él los senderos diarios de la vida.

(ii) Había venido al mundo para salvar al mundo; y, sin embargo, podía entregarse totalmente para ayudar a una sola persona. Es más fácil predicar el evangelio del amor a la humanidad que amar a los pecadores no tan amables. Es fácil sentir un afecto sensiblero hacia la raza humana, y encontrar demasiado molesto ayudar a uno de sus miembros individuales. Jesús tenía el don, y un don de categoría regia es este, de darse a Sí mismo totalmente a cada persona con quien estuviera en contacto en cada momento determinado.

El clamor de la fe

Este pasaje empieza con un grito que se Le escapó del corazón a Jesús. Había estado en la cumbre de la montaña, y había encarado la tremenda tarea que Le esperaba. Había decidido jugarse la vida por la redención del mundo; y ahora había descendido, para encontrarse con Sus seguidores más íntimos, Sus propios elegidos, derrotados y perplejos e inútiles e ineficaces. La situación, por un momento, debe de haber desalentado aun a Jesús. Debe de haberse dado cuenta repentinamente de lo que cualquier otro habría llamado una labor imposible. Por un momento casi desesperaría de conseguir cambiar la naturaleza humana, y hacer de los hombres del mundo hombres de Dios.

¿Cómo arrostró aquel momento de desesperación? « ¡Traedme acá al muchacho!», dijo. Cuando no podemos resolver una situación límite, lo mejor que podemos hacer es resolver la situación inmediata. Era como si Jesús dijera: «No sé cómo llegar a cambiar a estos discípulos Míos; pero puedo de momento ayudar a este chico. Voy a empezar con la tarea presente, y no desesperarme por el futuro.»
Una y otra vez, esa es la manera de evitar la desesperación. Si nos sentamos y nos ponemos a pensar en el estado del mundo, puede que caigamos en la depresión; así es que, pongámonos en acción en nuestro pequeño rincón del mundo. A veces puede que nos desesperemos de la iglesia; entonces, entremos en acción en nuestra pequeña parcela de la iglesia. Jesús no se sentó desanimado y paralizado por la lentitud mental de Sus hombres. Se encargó de la situación inmediata. La mejor manera de evitar el pesimismo y la desesperación es aplicarnos a lo que podemos hacer de momento -y siempre hay algo que se puede hacer.

Para el padre del muchacho, Jesús estableció las condiciones de un milagro. «Al que cree -le dijo Jesús- todas las cosas le son posibles.»Era como si Jesús dijera: «La curación de tu muchacho depende, no de Mí, sino de ti.»Esta no es especialmente una verdad teológica, sino una verdad universal. El enfrentarnos con algo en un espíritu de desesperanza es convertirlo en un caso desesperado; el enfrentarnos con algo en un espíritu de fe es hacerlo posible. Cavour dijo una vez que lo que necesita por encima de todo un hombre de estado es « un sentido de las posibilidades.»La mayor parte de nosotros estamos asediados por un sentimiento de las imposibilidades, y por eso precisamente no suceden los milagros.

La actitud general del padre del muchacho es muy reveladora. Originalmente había venido buscando al mismo Jesús. Como Jesús estaba en la cumbre de la montaña, había tenido que tratar con los discípulos, y su experiencia con ellos había sido descorazonadora. Se le tambaleó tanto la fe, se le debilitó tanto que, cuando vino a Jesús, todo lo que pudo decir fue: «Ayúdame, si puedes.»Y entonces, cara a cara con Jesús, de pronto se le inflamó la fe otra vez. « ¡Sí que creo! -Clamó-. Si hay todavía en mí algo de desaliento, todavía algunas dudas, quítamelas, y lléname de una fe inquebrantable.»Algunas veces sucede que se obtiene menos de lo que se esperaba de alguna iglesia o de algunos siervos de la iglesia. Cuando nos sucede eso, debemos ir más allá de la iglesia al Señor de la Iglesia, más allá del siervo de Cristo a Cristo mismo. La iglesia puede que a veces nos dé un chasco, y que los siervos de
Dios en la tierra nos fallen; pero, cuando conseguimos llegar al mismo Jesucristo, Él nunca nos desilusiona.

Tan pronto como Jesús bajó del monte, le asaltaron las exigencias y los desengaños de la vida. Un hombre había acudido a los discípulos en busca de ayuda, porque su hijo único padecía de un mal horrible, que se atribuía a la influencia maligna de un demonio. La palabra que se usa en el versículo 42 es muy gráfica: «Cuando se iba acercando el chico, el demonio le arrojó al suelo y le convulsionó.»Es la palabra que se usa cuando un boxeador o un luchador derriba a su contrario. Debe de haber sido algo horrible el ver al chico retorciéndose en el suelo, y los discípulos no habían podido hacer absolutamente nada. Pero cuando llegó Jesús, resolvió la situación con absoluto dominio, y le devolvió el chico a su padre completamente curado.

Dos cosas quedan claras.

(i) El momento en el monte era absolutamente necesario, pero no se podía prolongar. Pedro, sin darse cuenta de lo que estaba diciendo, sugirió quedarse allí en aquella gloria con Moisés y Elías en unos refugios que hubieran podido hacer; pero tenían que bajar. A veces se nos conceden momentos que quisiéramos prolongar indefinidamente; pero, después de un tiempo en la cima del monte, tenemos que volver a la lucha y a la rutina de la vida. Ese momento tiene por objeto darnos las fuerzas para la vida diaria.

Después de la gran confrontación con los profetas de Baal en el Monte Carmelo, Elías tuvo que poner tierra por medio. Se fue al desierto y allí, bajo un enebro, se echó a dormir, y un ángel le preparó la comida por dos veces. Y entonces viene la frase: «Se levantó, pues, y comió y bebió; y fortalecido con aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches»(1 Reyes 19:1-8). Debemos acudir a la cima del monte de la presencia de Dios, no para quedarnos allí, sino para proseguir, en la fuerza de ese tiempo, muchos días. Se decía del gran explorador el capitán Scott, que era cuna extraña mezcla de soñador y de hombre práctico, y nunca más práctico que cuando acababa de salir de uno de sus sueños:»No podemos prolongar indefinidamente el momento de la cima, pero tampoco podemos vivir sin ese momento.

(ii) Aquí se nos muestra con toda claridad la absoluta suficiencia de Jesús. Cuando Él llegó, la situación estaba fuera de control. La impresión que sacamos es que la gente iba de acá para allá sin saber qué hacer. Los discípulos estaban desbordados, y el padre del chico estaba desanimado y desesperado. A esta escena de desorden llega Jesús, se hace cargo de la situación al instante, y trae la calma. A menudo nos encontramos en situaciones así en las que todo está descontrolado: sólo el Señor de la vida puede solucionar la vida con su absoluta suficiencia y ponerlo todo bajo control.

(iii) Y aquí también termina el incidente con Jesús señalando a la Cruz. Había sido un momento triunfal: Jesús había dominado al demonio y admirado a la gente; y en ese momento, cuando todos estaban dispuestos a aclamarle, Jesús les dice que se dirige a la muerte. Habría sido fácil seguir por el camino del éxito popular; pero la grandeza de Jesús se vio en que lo rechazó, y escogió la Cruz. Él no quiso evitar la Cruz a la que llamó a sus seguidores.

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