Principio de la buena noticia de Jesús el Mesías, el Hijo de Dios. Juan era aquel de quien Dios había dicho por medio del profeta Isaías: Envío mi mensajero delante de ti, para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: «Preparen el camino del Señor; ábranle un camino recto. Todo valle será rellenado, todo cerro y colina será nivelado, los caminos torcidos serán enderezados, y allanados los caminos disparejos. Todo el mundo verá la salvación que Dios envía» Mateo 3:1-6
Era el año quince del gobierno del emperador Tiberio, y Poncio Pilato era gobernador de Judea. Herodes gobernaba en Galilea, su hermano Filipo gobernaba en Iturea y Traconítide, y Lisanias gobernaba en Abilene. Anás y Caifás eran los sumos sacerdotes. Por aquel tiempo, Dios habló en el desierto a Juan, el hijo de Zacarías. y Juan pasó por todos los lugares junto al río Jordán. La ropa de Juan estaba hecha de pelo de camello, y se la sujetaba al cuerpo con un cinturón de cuero; su comida era langostas y miel del monte. Y así se presentó Juan el Bautista en el desierto de Judea. En su proclamación decía: a todos que debían volverse a Dios y ser bautizados, para que Dios les perdonara sus pecados. «Después de mí viene uno más poderoso que yo, que ni siquiera merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua; pero él los bautizará con el Espíritu Santo» La gente de Jerusalén y todos los de la región de Judea y de la ciudad de Jerusalén salían a oírlo. Confesaban sus pecados, y Juan los bautizaba en el río Jordán.
Cuando la gente salía para que los bautizara Juan vio que muchos fariseos y saduceos iban donde él y les dijo: “¡Raza de víboras! ¿Quién les ha dicho a ustedes que van a librarse del terrible castigo que se acerca? Pórtense de tal modo que se vea claramente que se han vuelto al Señor, y no presuman diciéndose a sí mismos: ‘Nosotros somos descendientes de Abraham’; porque les aseguro que incluso a estas piedras Dios puede convertirlas en descendientes de Abraham. El hacha ya está lista para cortar los árboles de raíz. Todo árbol que no da buen fruto, se corta y se echa al fuego.
Entonces la gente le preguntó: — ¿Qué debemos hacer? Juan les contestó: — El que tenga dos trajes, dele uno al que no tiene ninguno; y el que tenga comida, compártala con el que no la tiene.
Se acercaron también para ser bautizados algunos de los que cobraban impuestos para Roma, y le preguntaron a Juan: —Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?
Juan les dijo: No cobren más de lo que deben cobrar. También algunos soldados le preguntaron: —Y nosotros, ¿qué debemos hacer?
Les contestó: No le quiten nada a nadie, ni con amenazas ni acusándolo de algo que no haya hecho; y confórmense con su sueldo.
La gente estaba en gran expectativa, y se preguntaba si tal vez Juan sería el Mesías; pero Juan les dijo a todos: «Yo, en verdad, los bautizo con agua; pero viene uno que los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Él es más poderoso que yo, que ni siquiera merezco desatarle la correa de sus sandalias. Trae su aventador en la mano, para limpiar el trigo y separarlo de la paja. Guardará el trigo en su granero, pero quemará la paja en un fuego que nunca se apagará.»
De este modo, y con otros muchos consejos, Juan anunciaba la buena noticia a la gente. Mateo 3:1-12; Marcos 1: 2-8; Lucas 3:1-18
El surgimiento de Juan fue como el repentino resonar de la voz de Dios. En aquel tiempo los judíos habían aceptado tristemente el hecho de que la voz profética ya no se dejaba oír. Decían que hacía cuatrocientos años que no había profetas. Como ellos mismos decían, «no se escuchaba la voz, y no había nadie que respondiera.» Pero en Juan volvió a resonar la voz. Ahora debemos preguntarnos cuáles eran las características de Juan y de su mensaje.
(i) Denunciaba intrépidamente el mal cuando y dondequiera que lo encontraba. Si era el mismo rey Herodes el que pecaba contrayendo un matrimonio malvado e ilegal, Juan le reprendía. Si los escribas y los fariseos, los líderes del judaísmo ortodoxo, los jerarcas de la iglesia de aquellos tiempos, estaban inmersos en un formalismo ritualista, Juan no dudaba en declararlo. Si la gente corriente vivía volviéndole las espaldas a Dios, Juan se lo decía.
Siempre que Juan veía el mal -en el estado, en la iglesia, en la sociedad-, lo denunciaba. Era como una luz que iluminaba los lugares tenebrosos; era como el viento de Dios que barría todo el país. Se decía de un famoso periodista que era grande, pero que nunca cumplió plenamente la obra que hubiera podido llevar a cabo, que «no se indignaba lo suficiente.» Hay siempre un lugar en el mensaje cristiano para la advertencia y para la denuncia. «La verdad -decía Diógenes- es como la luz para los ojos irritados.» «El que no ofende nunca a nadie -decía- nunca le hace ningún bien a nadie.»
Puede que haya habido tiempos en los que la Iglesia ha tenido demasiado cuidado de no ofender; pero hay situaciones en las que ya ha pasado la hora de la cortés suavidad, y ha llegado la de la reprensión terminante.
(ii) Convocaba urgentemente a la gente a la justicia. El mensaje de Juan no era una mera denuncia negativa; era una positiva presentación de las exigencias morales de Dios. No sólo denunciaba el mal que se hacía; también emplazaba al bien que se debía hacer. No sólo condenaba a los hombres por cómo eran; también los desafiaba a ser como podían ser. Era como una voz que convocaba a cosas más elevadas. No sólo reprendía el mal, sino también presentaba el bien.
Puede que haya habido tiempos en los que la Iglesia estaba demasiado ocupada en decirle a la gente lo que no tenía que hacer, y demasiado poco en presentarle la cima del ideal cristiano.
(iii) Juan venía de Dios. Procedía del desierto. Llegó hasta los hombres después de años de solitaria preparación con Dios. Como decía Alexander Maclaren, «fue como si Juan saltara a la palestra plenamente desarrollado y armado.» Y traía, no algunas opiniones personales suyas, sino un mensaje de Dios. Antes de hablar a los hombres había estado largo tiempo en comunión con Dios.
El predicador, el maestro de voz profética, debe siempre venir a presentarse ante los hombres de la presencia de Dios.
(iv) Juan señalaba más allá de sí mismo. Era no solamente una luz que iluminaba el mal, una voz que reprendía el pecado; era también un indicador hacia Dios. No era a sí mismo al que quería que miraran, sino quería prepararlos para que reconocieran al Que había de venir.
Los judíos creían que Elías volvería antes de que llegara el Mesías, y que sería el heraldo del Rey en Su venida. «Yo os envío al profeta Elías antes que llegue el día grande y terrible del Señor» Malaquías 4:5. Juan llevaba una ropa de pelo de camello, sujeta con un cinturón de cuero a la cintura. Esa era la descripción de cómo había ido vestido Elías. 8 Ellos le respondieron: Era un hombre cubierto de pelo, con un cinturón de cuero ceñido a sus lomos. Y él dijo: Es Elías tisbita. 2 Reyes 1:8.
Mateo le conecta con una profecía de Isaías 40:3. 3 Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios. En los tiempos antiguos en Oriente, las carreteras eran muy malas. Había un proverbio oriental que decía: «Hay tres situaciones miserables: la enfermedad, el hambre y el viajar.» Antes de ponerse en camino para un largo viaje, se aconsejaba: «Pagar las deudas, proveer para la familia, hacer regalos de despedida, devolver todos los depósitos y hacer acopio de dinero y de buen humor para el viaje; y, por último, decir adiós a todos.» Las carreteras ordinarias no eran más que senderos. No estaban en absoluto pavimentadas, porque el suelo de Palestina es duro, y soporta el tráfico de mulas, borricos, bueyes y carretas. Un viaje por esas carreteras era toda una aventura, y, por supuesto, algo que no se hacía nada más que cuando no se tenía más remedio.
Había algunas carreteras pavimentadas y construidas artificialmente. Josefo, por ejemplo, nos refiere que Salomón cubrió las calzadas que iban a Jerusalén de basalto negro para facilitarles el viaje a los peregrinos y «para hacer alarde del buen estado de la economía de su gobierno.» Todas las carreteras trazadas y pavimentadas las construían los reyes y para el uso de los reyes. De ahí que se las llamara «calzadas reales.» Se mantenían en buen estado de conservación sólo si el rey las necesitaba para sus viajes. Antes de que llegara el rey a una zona, se pregonaba un mensaje para que la gente tuviera la carretera real en orden para la visita del rey.
Juan estaba preparándole el camino al Rey. El predicador y el maestro de voz profética no llaman la atención a sí mismos, sino a Dios. Lo que se propone no es que la gente se fije en su propia inteligencia, sino en la majestad de Dios. El verdadero predicador se hace invisible en su mensaje.
La gente reconocía a Juan como profeta, aun cuando hacía muchos años que no se escuchaba la voz profética, porque era una luz que alumbraba las cosas malas, una voz que convocaba a la justicia, un indicador que señalaba hacia Dios; y porque tenía en sí esa autoridad incontestable que irradian los que vienen de la presencia de Dios a presentarse ante los hombres.
Juan vino anunciando un bautismo de arrepentimiento. Los judíos estaban familiarizados con las abluciones (Acción de purificarse por medio del agua, según ritos de algunas religiones) rituales. Los capítulos del 11 al 15 de Levítico nos las detalla. «Los judíos -dice Tertulianose lavan todos los días porque todos los días están contaminados.» El lavamiento simbólico y el de purificación estaban entretejidos en la misma textura del ritual judío. Un gentil era inmundo por necesidad, porque nunca había cumplido nada de la ley judía. Por tanto, cuando un gentil se hacía prosélito, es decir, cuando se convertía a la fe judía, tenía que someterse a tres cosas. La primera era la circuncisión, que era la señal del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento; la segunda, se tenía que ofrecer un sacrificio por él, porque estaba necesitado de reconciliación con Dios, y sólo la sangre podía hacer expiación por su pecado; y la tercera, tenía que someterse al bautismo, que simbolizaba su purificación de toda la contaminación de su vida pasada. Por tanto, naturalmente, el bautismo no consistía en rociar con un poco de agua, sino en un baño en el que todo el cuerpo se sumergía.
Los judíos conocían el bautismo; pero lo sorprendente del bautismo de Juan era que él, siendo judío, estaba pidiéndole a los judíos que se sometieran, cuando se suponía que los gentiles eran los únicos que lo necesitaban. Juan había hecho el tremendo descubrimiento de que no era el ser judío en el sentido racial lo que hacía ser miembro del pueblo escogido de Dios; un judío podía encontrarse en exactamente la misma posición que un gentil; no la vida judía, sino la vida limpia era lo que pertenecía a Dios.
El bautismo iba acompañado de la confesión. En cualquier vuelta a Dios, la confesión ha de hacerse a tres personas.
(i) Una persona tiene que hacerse la confesión a sí misma. Es parte de la naturaleza humana el cerrar los ojos a lo que no queremos ver, y sobre todo a nuestros propios pecados. Alguien contó de la siguiente manera cómo dio el primer paso hacia la gracia. Cuando se estaba afeitando una mañana, se miró la cara al espejo, y de pronto se dijo: «¡Eres un cerdo asqueroso!» Y desde ese día empezó a ser otro hombre.
Cuando el hijo pródigo se marchó de casa se creería un tipo simpático y aventurero. Antes de dar el primer paso de vuelta al hogar tuvo que mirarse a sí mismo y decirse: «Me levantaré, y volveré a casa, y le diré a mi padre que soy un desastre.» No hay nadie en todo el mundo a quien nos cueste más trabajo enfrentarnos que a nosotros mismos; y el primer paso al arrepentimiento y a la debida relación con Dios es reconocernos a nosotros mismos nuestro pecado.
(ii) Una persona debe hacer confesión a los que ha ofendido o defraudado. No servirá de mucho el decirle a Dios que lo sentimos hasta que les digamos que lo sentimos a los que hemos ofendido y dañado. Las barreras humanas tienen que desaparecer antes que las barreras divinas.
En la iglesia del Este de África, un hombre y su mujer eran miembros de un grupo. Uno de ellos vino e hizo confesión de que había una pelea en su casa. En seguida el pastor dijo: «No deberías haber venido a confesar esa pelea aquí; deberías haberla resuelto, y entonces venir a confesarla.» Muchas veces puede que nos resulte más fácil hacerle la confesión a Dios que a otras personas. Pero no puede haber perdón sin humillación.
(iii) Uno debe hacer confesión a Dios. El final del orgullo es el principio del perdón. Es cuando uno dice: «He pecado,» cuando Dios tiene ocasión de decir: «Yo te perdono.» No es el que desea encontrarse con Dios en igualdad de términos el que descubre el perdón, sino el que se arrodilla en humilde confesión y musita avergonzado: «Dios, ten piedad de mí, pecador.
Para Lucas, el surgimiento de Juan el Bautista fue una de las bisagras que hicieron girar a la Historia. Hasta tal punto lo considera un acontecimiento importante que lo fecha con no menos de seis datos diferentes.
(i) Tiberio fue el sucesor de Augusto, y por tanto el segundo emperador romano: No después del año 116 12 d.C., Augusto le hizo su colega en el gobierno del imperio, pero no llegó a ser único emperador hasta el año 14 d.C. Por tanto, el año decimoquinto de su mandato imperial sería 28-29 d.C. Lucas empieza a fechar el surgimiento de Juan el Bautista en relación con la historia universal, es decir, con el Imperio Romano.
(ii) Los tres datos siguientes que nos da Lucas se refieren a la organización política de Palestina. El título de tetrarca quiere decir literalmente gobernador de la cuarta parte. En provincias como Tesalia o Galacia, que estaban divididas en cuatro zonas o áreas, se llamaba tetrarca al gobernador de cada una de ellas; pero más tarde el término se hizo más general, y quería decir el gobernador de una parte cualquiera. Herodes el Grande murió el año 4 a.C. después de un reinado de alrededor de 40 años.
Dividió el reino entre tres de sus hijos, y los romanos dieron su aprobación en principio.
(a) A Herodes Antipas le correspondieron Galilea y Perea. Este reinó del 4 a.C. al 39 d.C., y por tanto Jesús vivió durante su reinado, y gran parte de su vida transcurrió en sus dominios de Galilea.
(b) A Herodes Felipe le correspondieron Iturea y Traconítida. Este reinó del 4 a.C. al 33 d.C. Edificó Cesarea de Filipo, a la que le dio su nombre.
(c) A Arquelao le correspondieron Judea, Samaria y Edom. Fue un rey rematadamente malo. Los judíos acabaron por pedir a Roma que lo quitara; y Roma, que estaba impaciente con los continuos problemas de Judea, accedió e instaló a un procurador o gobernador. Así fue como los romanos llegaron a gobernar dírectamente Judea. En este tiempo Pilato era el gobernador romano (25-37 d.C.). Así es que Lucas nos da en una frase, a vista de pájaro, la división del reino que había pertenecido a Herodes el Grande.
(iii) De Lisanias no se sabe prácticamente nada.
(iv) Después de la situación internacional y de la situación en Palestina, Lucas se refiere a la situación religiosa y fecha el surgimiento de Juan el Bautista en el sumo sacerdocio de Anás y Caifás. Nunca hubo dos sumos sacerdotes al mismo tiempo; así es que, ¿qué nos quiere decir Lucas al darnos los dos nombres? El sumo sacerdote era al mismo tiempo el cabeza religioso y civil de la comunidad. En la antigüedad, el puesto de sumo sacerdote había sido hereditario y de por vida; pero con la venida de los romanos había estado sujeto a toda clase de intrigas. El resultado fue que entre los años 37 a.C. y 26 d.C. hubo no menos de veintiocho sumos sacerdotes diferentes. Anás fue sumo sacerdote del 7 al 14 d.C., y por tanto no ocupaba el puesto en este tiempo; pero le sucedieron no menos de cuatro de sus hijos, y Caifás era su yerno. Por tanto, aunque Caifás era oficialmente el sumo sacerdote, Anás era el que mandaba por detrás. Fue por eso por lo que Jesús fue llevado a Anás en primer lugar después de su detención, …y le llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, que era sumo sacerdote ese año. Juan 18:13, aunque entonces no era el sumo sacerdote. Lucas asocia su nombre con el de Caifás porque, aunque éste era entonces el sumo sacerdote, Anás era la figura sacerdotal más influyente en el país.
Los versículos 4-6 son una cita de Isaías 40: 3-5 Una voz clama: Preparad en el desierto camino al Señor; allanad en la soledad calzada para nuestro Dios. Todo valle sea elevado, y bajado todo monte y collado; vuélvase llano el terreno escabroso, y lo abrupto, ancho valle. Entonces será revelada la gloria del Señor, y toda carne a una la verá, pues la boca del Señor ha hablado.
En Oriente, cuando un rey se proponía visitar parte de sus dominios, enviaba un mensajero por delante para decirle a la gente que preparara los caminos. Juan el Bautista es ese mensajero del Rey; pero la preparación en la que insistía era la de los corazones y las vidas. -¡Viene el Rey! -decía-. ¡Arreglad, no las carreteras, sino vuestras vidas! Todos tenemos el deber de hacer que nuestras vidas estén en regla para que las vea el Rey.
El mensaje de Juan: la amenaza
En el mensaje de Juan había amenaza y había promesa. Todo su mensaje estaba lleno de ilustraciones vívidas. Juan llama a los fariseos y a los saduceos raza de víboras, y les pregunta que quién les ha aconsejado huir de la ira venidera. Puede que haya aquí una de dos imágenes.
Juan conocía el desierto. Había en algunos sitios yerbajos secos y espinos achaparrados por la falta de humedad. Algunas veces se producía un fuego, que se extendía rápidamente por la hierba seca y los arbustos resecos como la yesca. Y adelantándose al fuego se veían escabullirse a toda prisa las serpientes y los alacranes y todos los animalejos que tenían su hábitat en la poca maleza disponible. El río de fuego los echaba de sus guaridas, y corrían como locos huyendo de la quema.
Pero puede que haya aquí otra imagen. Hay muchos animalillos en un campo de trigo: ratones de campo, ratas, conejos, pájaros. Pero cuando llegan los segadores, los echan de sus nidos y guaridas y, como el campo queda al descubierto, tienen que huir para salvar la vida.
Es en estas escenas en las que está pensando Juan. Si los fariseos y los saduceos venían buscando de veras el bautismo, eran como esas alimañas escabulléndose del fuego que se les echaba encima o de la hoz del segador que estaba poniendo fin a su precaria seguridad.
Juan les advierte que no les va a servir de nada alegar que Abraham es su padre. Para los judíos ortodoxos esa era una afirmación alucinante. Para los judíos, Abraham era único. Tan único era en su bondad y en el favor de Dios que sus méritos bastaron, no sólo para él mismo, sino también para todos sus descendientes. Había allegado tal tesoro de méritos que no podían agotar todas las pretensiones y necesidades de todos sus descendientes. Así es que los judíos creían que simplemente por ser judíos, sin ningún mérito propio, estaban a salvo en la vida por venir. Decían: «Todos los israelitas tienen segura su porción en el mundo venidero.» Hablaban de «los méritos liberadores de los padres.» Decían que Abraham se sentaba a las puertas de la gehena para darle la vuelta a cualquier israelita que resultara haber sido destinado a sus terrores. Decían que eran los méritos de Abraham lo que permitía que los barcos navegaran a salvo por los mares; lo que hacía que la lluvia descendiera sobre la tierra; lo que hizo que Moisés pudiera acceder al Cielo para recibir la Torá; lo que hizo que David fuera oído. Los méritos de Abraham eran suficientes hasta para los malvados. «Si tus hijos -decían de Abraham- no fueran más que cuerpos muertos, sin venas y sin huesos, ¡tus méritos les serían suficientes!»
Era ese espíritu lo que Juan estaba reprendiendo. Puede que los judíos lo llevaran al último extremo, pero siempre hay que advertir que no se puede vivir del capital espiritual del pasado. Una edad degenerada no puede esperar obtener la salvación gracias a un pasado heroico; y un mal hijo no puede alegar a su favor los méritos de sus piadosos padres.
Así que Juan, otra vez, vuelve a la metáfora de la cosecha. A1 final de la estación, el guarda de las viñas y de las higueras y de los olivos pasaría revista a sus árboles; y quitaría de en medio los que no habían dado fruto. No harían más que esquilmar el terreno. La inutilidad siempre invita al desastre. La persona que es inútil para Dios y para sus semejantes corre un grave peligro y está bajo condenación.
El mensaje de Juan: la promesa
Pero inmediatamente después de la amenaza de Juan venía la promesa -que también contenía una amenaza. Como ya hemos dicho, Juan señalaba más allá de sí mismo a Uno que había de venir. De momento, Juan disfrutaba de una gran reputación, y blandía una influencia muy poderosa. Sin embargo dijo que no merecía ni llevarle las sandalias al que había de venir y llevar las sandalias era una labor de esclavo.
La actitud total de Juan era de auto-obliteración, no de autoexaltación. Él reconocía que su importancia consistía en que era un indicador que señalaba al que había de venir. Dijo que el que había de venir los bautizaría con el Espíritu Santo y con fuego.
A lo largo de toda su historia, los judíos había estado esperando el tiempo en que había de venir el Espíritu. Ezequiel oyó decir a Dios: «Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros… Pondré dentro de vosotros Mi Espíritu, y haré que andéis en Mis estatutos y que guardéis Mis preceptos y los pongáis por obra» Ezequiel 36:26. «Pondré Mi Espíritu en vosotros y viviréis» Ezequiel 37:14. «No esconderé más de ellos Mi rostro; porque habré derramado sobre ellos de Mi Espíritu sobre la casa de Israel, dice el Señor Dios» (Ezequiel 39:29). «Porque Yo derramaré aguas sobre el sequedal, ríos sobre la tierra seca. Mi Espíritu derramaré sobre tu descendencia, y Mi bendición sobre tus renuevos» Isaías 44:3. «Después de esto derramaré Mi Espíritu sobre todo ser humano» Joel2:28.
Entonces, ¿qué es el don y la obra del Espíritu de Dios? Al tratar de contestar esta pregunta debemos recordar que tenemos que hacerlo en términos hebreos. Juan era judío, y hablaba a los judíos. Pensaba y hablaba, no en los términos de la doctrina cristiana del Espíritu Santo, sino en los de la doctrina judía del Espíritu.
(i) La palabra hebrea para espíritu es rúaj, y rúaj, como pneuma en griego, quiere decir no sólo espíritu, sino también aliento. El aliento es la vida; y por tanto, la promesa del Espíritu es la promesa de la vida. El Espíritu de Dios alienta la vida de Dios en las personas. Cuando el Espíritu de Dios entra en nosotros, nuestra vida cansada, desvaída y derrotada desaparece, y una oleada de nueva vida entra en nosotros y nos hace nuevas criaturas.
(ii) Esta palabra rúaj no sólo quiere decir aliento, sino también viento. Es la palabra que designa el viento de la tempestad, el poderoso turbión que una vez oyó Elías. Viento quiere decir poder. La tempestad de viento se lleva los navíos por delante y desarraiga los árboles. El viento tiene un poder irresistible. El Espíritu de Dios es el Espíritu de poder. Cuando el Espíritu de Dios entra en un hombre, su debilidad se reviste del poder de Dios. Es capaz de hacer lo irrealizable, y de arrostrar lo imposible, y de soportar lo insoportable. Se desvanece la frustración, y llega la victoria.
(iii) El Espíritu de Dios se conecta con la obra de la creación. Fue el Espíritu de Dios quien, moviéndose sobre las aguas, volvió el caos un cosmos, cambió el desorden en orden, e hizo el mundo de las nieblas increadas. El Espíritu de Dios puede re-crearnos a nosotros. Cuando el Espíritu de Dios penetra en una persona, el desorden de la naturaleza humana se convierte en el orden de Dios; nuestras vidas embarulladas, desordenadas, descontroladas, las introduce el Espíritu en la armonía de Dios.
(iv) Los judíos atribuían al Espíritu algunas funciones especiales. El Espíritu traía la verdad de Dios a las personas. Todo nuevo descubrimiento en cualquier reino del pensamiento es un don del Espíritu. El Espíritu penetra en la mente, y convierte las suposiciones humanas en certeza divina, y cambia la ignorancia humana en conocimiento divino.
(v) El Espíritu capacita a las personas a reconocer la verdad de Dios cuando la ven. Cuando el Espíritu entra en nuestro corazón, nos abre los ojos. Quita los prejuicios que antes nos tenían ciegos. Elimina la propia voluntad que nos tenía en la oscuridad. El Espíritu capacita a la persona para ver.
Tales son los dones del Espíritu como los vio Juan, y tales los que traería el Que había de venir.
El mensaje de Juan: promesa y amenaza
Hay una palabra y una imagen en el mensaje de Juan que combinan la promesa y la amenaza. Juan dice que el Bautismo del que había de venir sería de fuego. En esto del Bautismo de fuego hay tres ideas.
(i) Está la idea de la iluminación. El destello de una llamarada lanza una luz en medio de la noche e ilumina los rincones oscuros. La llama del faro guía al marino al puerto y al viajero a su destino. En el fuego hay luz y guía. Jesús es la luz del faro que guía a la humanidad a la verdad y la dirige a su hogar en Dios.
(ii) Está la idea del calor. Un hombre eminente fue descrito como uno que encendía la chimenea en las habitaciones frías. Cuando llega Jesús a la vida de una persona, enciende su corazón con el calor del amor hacia Dios y hacia sus semejantes. El Cristianismo es la religión del corazón ardiente.
(iii) Está la idea de la purificación. En este sentido, la purificación conlleva destrucción, porque la llama purificadora destruye todo lo falso y deja lo auténtico. La llama templa y fortalece y purifica el metal. Cuando Cristo llega a la vida de una persona, la purga de toda la escoria del mal. Algunas veces tiene que suceder mediante experiencias dolorosas; pero, si creemos que en todas las experiencias de la vida Dios coopera con todas las cosas para nuestro bien, saldremos de ellas con un carácter limpio y purificado de forma que, puros de corazón, podamos ver a Dios.
Así pues, la palabra fuego contiene la iluminación, el calor y la purificación que trae consigo la venida de Jesucristo a nuestro corazón.
Pero hay también una imagen que contiene una promesa y una amenaza: la imagen de la era de la trilla. El bieldo era un palo largo que acababa en un transversal con cuatro puntas de madera que se usaba, como rastrillo hasta hace muy poco en España, para aventar el cereal después de la trilla, lanzándolo al aire de manera que el grano fuera cayendo en un montón mientras que la brisa se llevaba más lejos la paja. Después, el grano se recogía y almacenaba, y la paja se usaba como yesca para encender, cualquier fuego, como el del horno.
La venida de Cristo implica por necesidad separación. Las personas pueden, o aceptarle, o rechazarle. Cuando se encuentran frente a frente con Él, se enfrentan con una elección que no se puede evitar ni posponer indefinidamente. Están por o contra El. Y es precisamente esa elección lo que determina el destino. La separación se hace por la reacción ante Jesucristo.
En el Cristianismo no hay manera de evitar la decisión eterna. En el verde prado de Bedford, Juan Bunyan oyó la voz que le levantó de repente y le dejó mirando a la eternidad: «¿Dejarás tus pecados e irás al Cielo, o seguirás con tus pecados e irás al infierno?» En último análisis esa es la elección de la que nadie se puede evadir.
El mensaje de Juan: la demanda
En la predicación de Juan había una demanda básica: «¡Arrepentíos!» 2 y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. Mateo 3:2. Esa fue también la demanda básica del mismo Jesús, que inició Su ministerio proclamando: «¡Arrepentíos y creed la Buena Noticia!» Marcos 1:15. Haremos bien en tratar de entender lo que quiere decir esta demanda básica del Rey y de Su heraldo.
Hay que advertir que tanto Jesús como Juan usan la palabra arrepentíos sin explicar su significado. La usan con la seguridad de que los oyentes la conocen y entienden. Veamos cuál era la doctrina judía acerca del arrepentimiento. Para los judíos, el arrepentimiento era algo esencial en toda fe religiosa y en toda relación con Dios. G. F. Moore escribe: «El arrepentimiento es la sola, pero inexorable, condición para recibir el perdón de Dios y ser restaurados a Su favor, y el perdón y el favor divino nunca se le niega al que está genuinamente arrepentido.» Y también escribe: «Que Dios remite plena y gratuitamente los pecados del penitente es una doctrina cardinal del judaísmo.» Los rabinos decían: «Grande es el arrepentimiento, porque trae sanidad al mundo. Grande es el arrepentimiento, porque alcanza al trono de la gloria.» C. G. Montefiori escribió: «El arrepentimiento es el gran nexo mediatorial entre Dios y el hombre.»
La Ley fue creada dos mil años después de la Creación; pero los rabinos enseñaban que el arrepentimiento era una de las seis cosas que fueron creadas antes que la Ley; las seis eran: el arrepentimiento, el paraíso, el infierno, el glorioso trono de Dios, el templo celestial y el nombre del Mesías. «Uno -puede disparar una flecha a unos pocos estadios, pero el arrepentimiento alcanza hasta el trono de Dios.»
Hay un famoso pasaje rabínico que coloca el arrepentimiento por delante de todo lo demás: «¿Quién es como Dios un maestro de pecadores que los conduce al arrepentimiento?» Recorriendo las distintas partes del Antiguo Testamento, le preguntaron primero a la Sabiduría: «¿Cuál será el castigo de los pecadores?» La Sabiduría contestó: «El mal persigue a los pecadores» Proverbios 13:21. Entonces le preguntaron a la Profecía; y esta contestó: «El alma que peque esa morirá» Ezequiel 18:4. Después le preguntaron a la Ley, que contestó: «Que ofrezca un sacrificio» Levítico 1:4. Por último Le preguntaron directamente a Dios, y Él contestó: «Que se arrepienta, y obtendrá la expiación. Hijos Míos, ¿qué es lo que Yo os pido? Buscadme y viviréis Amós 5:4.»
Así es que, para los judíos, la única puerta de acceso a Dios es la del arrepentimiento. La palabra hebrea que se usa corrientemente para el arrepentimiento es teshúbá, que es el nombre de la raíz shúb que quiere decir volver. Arrepentirse es volverle la espalda al pecado y volverse hacia Dios.
George Fletcher Moore escribe: «El sentido primario transparente del arrepentimiento en el judaísmo es siempre un cambio de actitud del hombre hacia Dios; y, en la conducta de la vida, una reforma religiosa y moral del pueblo y del individuo.» C. G. Montefiore escribe: «Para los rabinos, la esencia del arrepentimiento radicaba en un total cambio de mentalidad tal que conducía a un cambio de vida y de conducta.» El cordobés Maimónides, la mayor autoridad judía de la Edad Media, define así el arrepentimiento: « ¿Qué es el arrepentimiento? Es que el pecador abandona su pecado y lo arroja de sus pensamientos y decide totalmente en su mente no cometerlo otra vez. Como está escrito: «Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos» Isaías 55:7.
G. F. Moore señala muy interesante y certeramente que: «El arrepentimiento para vida es una gracia salvadora por la cual el pecador, movido por un sincero sentimiento de pecado, y aprehensión de la misericordia de Dios (en Cristo), se vuelve de veras, con dolor y aborrecimiento de su pecado, se vuelve de él a Dios, con pleno propósito y esfuerzo de nueva obediencia.»
Una y otra vez la Biblia habla de este volver la espalda al pecado, y este volverse hacia Dios. Ezequiel lo expresa diciendo: «Vivo Yo, dice el Señor Dios, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino y que viva. ¡Volveos, volveos de vuestros malos caminos! ¿Por qué habéis de morir, casa de Israel?» Ezequiel 33:11. Jeremías 31:18 lo expresa de la siguiente manera: «Conviérteme, y seré convertido, porque Tú eres el Señor mi Dios». Y Oseas dice: «Vuelve, Israel, al Señor tu Dios… Llevad con vosotros palabras de súplica, volved al Señor» Oseas 14:1.
En todo esto se ve claramente que, en el judaísmo, el arrepentimiento incluye una demanda ética. Es un volverse del mal hacia Dios, con un cambio correspondiente de conducta. Juan estaba claramente enmarcado en la tradición de su pueblo cuando demandaba que sus oyentes produjeran frutos dignos del arrepentimiento. Hay una hermosa oración sinagoga que dice: «Haznos volver, oh Padre, a Tu Ley; acércanos, oh Rey, a Tu servicio; devuélvenos a Tu presencia en perfecto arrepentimiento. Bendito seas Tú, oh Señor, que Te deleitas en el arrepentimiento.» Pero ese arrepentimiento había de mostrarse en un verdadero cambio de vida.
Un rabino, comentando Jonás 3:10, escribió: «Hermanos, no se dice de los ninivitas que Dios vio su cilicio y su ayuno, sino que Dios vio sus obras, que se volvieron de su mal camino.» Los rabinos decían: «No seáis como los necios, que, cuando pecan, ofrecen un sacrificio pero no se arrepienten.
Si uno dice: «Pecaré y me arrepentiré, pecaré y me arrepentiré», no se le permite arrepentirse.» Hay una lista de cinco pecados imperdonables que incluye: «Los que pecan para arrepentirse, y los que se arrepienten mucho pero siempre vuelven a pecar.» Decían: «Si uno tiene una cosa inmunda en las manos, aunque se las lave en todos los mares del mundo nunca será limpio; pero si arroja la cosa inmunda, le bastará con un poco de agua.» Los maestros judíos hablaban de lo que llamaban «las nueve normas del arrepentimiento,» las nueve cosas necesarias para que un arrepentimiento lo sea de verdad. Las encontraron en la serie de mandamientos de Isaías 1:16: « Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de Mis ojos, dejad de hacer lo malo, aprended a hacer el bien, buscad el derecho, socorred al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda.» Ben Sirá escribe en el Eclesiástico: «No digáis: Pequé, y ¿qué fatiga me ha venido? Porque el Señor es paciente; no te dejará. Del perdón del pecado no te asegures del todo, para añadir pecados a pecados. Y no digas: Grande es Su misericordia; Él me perdonará la multitud de mis pecados. Porque así la ira como la misericordia vendrá de Él apresuradamente; y Su enojo descansará sobre los pecadores. No tardes de volverte al Señor, ni lo dilates de día en día» Eclesiástico 5:4-8. Y en otro lugar: «El que se lava por haber tocado un muerto, y otra vez lo toca, ¿de qué le sirve su lavatorio? Así el hombre que ayuna por sus pecados, y va otra vez a cometer los mismos, ¿quién oirá sus oraciones? ¿O de qué le sirvió su afligirse? Eclesiástico 34:29-30.
Los judíos mantenían que el verdadero arrepentimiento se manifiesta, no en un mero dolor sentimental, sino en un verdadero cambio de vida -y los cristianos, lo mismo. Los judíos mantenían que el verdadero arrepentimiento produce frutos que demuestran su autenticidad -y también los cristianos.
Pero los judíos tenían todavía más cosas que decir acerca del arrepentimiento, y debemos pasar a considerarlas.
Hay una nota casi aterradora en la demanda ética de la idea judía del arrepentimiento, pero hay también en ella otras cosas consoladoras. El arrepentimiento siempre es posible. «El arrepentimiento es como el mar decían-: uno se puede bañar en él a cualquier hora.» Puede que haya veces cuando hasta las puertas de la oración están cerradas; pero las puertas del arrepentimiento no se cierran nunca.
El arrepentimiento es totalmente esencial. Hay una historia de una especie de discusión que Abraham tuvo con Dios. Abraham le dijo a Dios: «Tú no puedes agarrar los dos cabos del cordón al mismo tiempo. Si quieres estricta justicia, el mundo no puede subsistir. Si quieres conservar el mundo, la estricta justicia no puede permanecer.» El mundo no puede continuar existiendo sin la misericordia de Dios y la puerta del arrepentimiento. Si no hubiera más que la justicia de Dios, sería el fin de todas las personas y de todas las cosas. Tan esencial es el arrepentimiento que, para hacerlo posible, Dios cancela Sus propias demandas: «Amado es el arrepentimiento ante Dios, porque por causa de él Dios cancela Sus propias palabras.» La amenaza de la destrucción del pecador queda cancelada al aceptar Dios el arrepentimiento del pecador por sus pecados.
El arrepentimiento dura toda la vida. Mientras hay vida, hay posibilidad de arrepentirse. «Dios extiende Su mano bajo las alas de Su carroza celestial para rescatar al arrepentido del poder de la justicia.» Rabí Simeón ben Yojai dijo: «Si un hombre hubiera sido completamente justo todos los días de su vida, y se rebelara al final, destruye todo lo anterior, porque dicho está: «La justicia del justo no lo librará el día que se rebele» Ezequiel 33:12; y si un hombre ha sido un completo malvado todos los días de su vida, y se arrepiente al final, Dios le recibe; porque dicho está: «Y la impiedad del impío no le será estorbo el día que se vuelva de su impiedad» Ezequiel 33:12. Muchos dicen- pueden introducirse en el mundo para venir sólo después de años y años; mientras que otros lo ganan en una hora.» Muchos buscan y hallan la misericordia, como decía Cervantes, «puesto ya el pie en el estribo»; o, como dice un poeta inglés, «entre el estribo y el suelo,» es decir, en el acto de desmontar.
Tal es la misericordia de Dios que recibirá aun el arrepentimiento tácito. Rabí Eleazar decía: «La costumbre del mundo es que, cuando un hombre ha insultado a su prójimo en público, y pasado el tiempo quiere reconciliarse con él, el otro le dice: «Tú me insultaste públicamente, ¿y ahora quieres que nos reconciliemos en privado los dos solos? ¡Vete a traer a todos los que estaban presentes cuando me insultaste, y me reconciliaré contigo!» Pero Dios no es así. Una persona puede plantarse en el mercado, y blasfemar, mientras el Santo dice: “Arrepiéntete entre nosotros dos, y Yo te recibiré.”» La misericordia de Dios está abierta a la persona que está tan avergonzada de sí misma que no puede mostrarle su vergüenza nada más que a Dios.
Hay mudos que dicen: «Yo perdono, pero no olvido.» Dios no se olvidó de nada, porque es Dios; pero Su misericordia es tal que no solo perdona, sino, aunque parezca increíble, también olvida el pecado del penitente: «¿Qué Dios hay como Tú, que perdone la maldad y olvide el pecado del remanente de Su heredad?» Miqueas 7:18. «Yo, Yo soy Quien borro tus rebeliones por amor de Mí mismo, y no Me acordaré de tus pecados» Isaías 43:25. «Porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado» Jeremías 31:34.
Pero lo más maravilloso es que Dios sale hasta la mitad del camino, y más aún, para encontrar al penitente: «Volveos lo más que podáis, y Yo os saldré al encuentro hasta ese punto del camino.»
Los rabinos, desde su cima más alta, vislumbraron al Padre que, en Su amor, salió corriendo para darle la bienvenida a Su hijo pródigo. Sin embargo, hasta recordando toda Su misericordia, queda en pie el caso de que, en el verdadero arrepentimiento, es necesario hacer reparación hasta donde se pueda. Los rabinos decían: « Hay que reparar la injuria, y hay que buscar y recibir el perdón. El verdadero penitente es el que tiene la misma oportunidad de cometer el mismo pecado otra vez, en las mismas circunstancias, y no lo comete.» Los rabinos subrayaban una y otra vez la importancia de las relaciones humanas, y de rectificarlas cuando es necesario.
Hay un curioso pasaje rabínico. « El que es bueno con el Cielo y no con sus semejantes, es un mal tsaddiq. Un tsaddiq es un hombre íntegro. El que es malvado contra el Cielo y contra sus semejantes es un pecador de lo peor. El que es malvado contra el Cielo, pero no contra sus semejantes no es un pecador de lo peor.»
Precisamente porque la reparación es tan necesaria es por lo que el que enseña a otros a pecar es el peor de los pecadores; porque no puede hacer reparación, ya que no puede decir nunca hasta dónde ha llegado su pecado y a cuántos ha llegado a influenciar.
La reparación no es lo único necesario en un verdadero arrepentimiento; también lo es la confesión. Una y otra vez nos encontramos esa demanda en la Biblia. «El hombre o la mujer que cometa cualquiera de los pecados con que los hombres son infieles contra el Señor… confesará su pecado que cometió» Números 5:6. «El que oculta sus pecados no prosperará; pero el que los confiesa y se aparta de ellos alcanzará misericordia» Proverbios 28:13. «Mi pecado Te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: “Confesaré mis rebeliones al Señor” y Tú perdonaste la maldad de mi pecado» Salmo 32: 5. Es la persona que dice que es inocente, y que se niega a admitir que ha pecado, la que es condenada Jeremías 2:35 35 aún dices: «Soy inocente, ciertamente su ira se ha apartado de mí.» He aquí, entraré en juicio contigo porque dices: «No he pecado.» Maimónides propone la fórmula que se puede usar para confesar el pecado: « Oh Dios, he pecado, he obrado iniquidad, he transgredido delante de Ti, y he hecho esto y esto. Estoy apenado y avergonzado de mi obra, y no la haré nunca más.» El verdadero arrepentimiento necesita la humildad de admitir y confesar el pecado.
No hay ningún caso desesperado para el arrepentimiento, ni ninguna persona a la que le resulte imposible arrepentirse. Los rabinos decían: «Que nadie diga: «Como he pecado, no tengo remedio.» Que confíe en Dios y se arrepienta, y Dios le recibirá.» El ejemplo clásico de una aparentemente imposible reforma fue el caso de Manasés: dio culto a los baales, introdujo dioses extraños en Jerusalén, y hasta sacrificó niños a Moloc en el valle de Hinnom. Luego fue llevado cautivo a Asiria donde, encadenado, se humilló al Dios de sus padres, oró y fue atendido y volvió a Jerusalén. «Entonces reconoció Manasés que el Señor es Dios» 2 Crónicas 33:13. Algunas veces requiere la amenaza de Dios y Su disciplina el hacerlo, pero nadie está fuera del poder de Dios para recuperarle.
Hay una última creencia judía en relación con el arrepentimiento, y es la que debe de haber estado en la mente de Juan. Algunos, a lo menos, de los maestros judíos enseñaban que si Israel se pudiera arrepentir perfectamente aunque solo fuera por un día, vendría el Mesías. Era solo la dureza de corazón de la gente lo que retrasaba la venida del Redentor de Dios al mundo.
El arrepentimiento era el centro mismo de la fe judía, como lo es también de la fe cristiana; porque el arrepentimiento es cambiar de sentido en la vida volviéndonos del pecado hacia Dios, y hacia la vida que Dios quiere que vivamos.
Está claro que el ministerio de Juan era poderosamente eficaz, porque acudían a escucharle y a someterse a su bautismo. ¿Por qué razón hizo Juan tal impacto en su nación?
(i) Era un hombre que vivía su mensaje. No sólo sus palabras, sino toda su vida era una protesta. Había tres cosas en él que marcaban la realidad de su protesta contra la vida contemporánea.
(a) Estaba el lugar en que vivía: el desierto de Judea. Entre el centro de Judea y el mar Muerto se extiende uno de los desiertos más terribles del mundo. Es un desierto de piedra caliza; parece informe y retorcido; hierve bajo un calor agobiante; la roca está ardiendo -y abrasada, y suena a hueca cuando se pisa como si hubiera un horno gigantesco por debajo; se extiende hacia el mar Muerto, y de pronto desciende en precipicios e in escalables hasta la misma orilla. En el Antiguo Testamento se lo llama a veces Yeshimón, que quiere decir la devastación. Juan no era un habitante de la ciudad. Era un hombre del desierto y de sus soledades y desolaciones. Era un hombre que se daba la oportunidad de escuchar la voz de Dios.
(b) Estaba la ropa que llevaba: una túnica tejida de pelo de camello sujeta por la cintura con un cinto de cuero. Así era como había vestido Elías: Ellos le respondieron: Era un hombre cubierto de pelo, con un cinturón de cuero ceñido a sus lomos. Y él dijo: Es Elías tisbita. (2 Reyes 1:8). Al ver a este hombre, uno se acordaba, no de los oradores de moda del momento, sino de los antiguos profetas, que vivían al borde de las grandes sencilleces y evitaban los lujos blandos y afeminados que matan el alma.
(c) Estaba la comida de que se alimentaba: langostas y miel silvestre. Resulta que las dos palabras se prestan a dos interpretaciones. Las langostas podían ser los saltamontes que la Ley permitía comer: «De ellos podéis comer éstos: la langosta según sus especies, la langosta destructora según sus especies, el grillo según sus especies y el saltamontes según sus especies. (Levítico 11:22); pero también puede que fuera una especie de judía o fruto seco, el jarob, la algarroba, que era el alimento de los más pobres de los pobres. La miel puede que fuera la que hacían las abejas silvestres; o puede que fuera una especie de sabia dulce que destila la corteza de algunos árboles. No importa mucho lo que quieran decir las palabras exactamente. En cualquier caso, la dieta de Juan era de lo más simple.
Así surgió Juan. La gente tenía que prestarle atención a un hombre así. Se decía de Carlyle que «predicó el Evangelio del silencio en veinte volúmenes.» Muchos vienen con un mensaje que niegan con sus vidas, con una cómoda cuenta corriente y predicando que no se deben hacer tesoros en la Tierra. Muchas personas exaltan las bendiciones de la pobreza desde un hogar confortable y aun lujoso. Pero en el caso de Juan, el hombre era el mensaje, y por eso le escuchaba la gente.
(ii) Su mensaje era eficaz porque le decía a la gente lo que ya sabía en lo más íntimo del corazón, y le traía lo que estaba esperando en lo más hondo del alma.
(a) Los judíos tenían un dicho: «Si Israel cumpliera la Ley de Dios perfectamente un solo día, el Reino de Dios se haría realidad.» Cuando Juan convocó al pueblo al arrepentirme estaba invitando a una decisión que todos sabían en lo más íntimo de su corazón que debían hacer. Mucho tiempo antes Platón había dicho que la educación no consistía en decirle a la gente cosas nuevas, sino en extraer de su memoria lo que ya sabía. Ningún mensaje es tan eficaz como el que habla la propia conciencia de la persona, y ese mensaje llega a se casi irresistible cuando el que lo presenta es una persona que tiene derecho a hablar.
(b) El pueblo de Israel era plenamente consciente de que hacía trescientos años que había estado callada la voz de la profecía. Estaba esperando alguna auténtica palabra de Dios; Y en Juan la oyó. Al experto se le puede reconocer en cualquier estrato de la vida. Un famoso violinista nos dice que tan pronto como Toscanini llegaba al atril la orquesta sentía una ola de autoridad que fluía de él hacia ella. Reconocemos enseguida al médico que tiene verdadera ciencia. Reconocemos instantáneamente al conferenciante que domina su tema. Juan había venido de Dios, y no lo podía por menos de notar cualquier que le oyera.
(iii) Su mensaje era efectivo porque él era totalmente humilde. Su propio veredicto acerca de sí mismo era que no merecía hacer ni la labor de un esclavo. Las sandalias estaba hechas sencillamente de una suela de material que se sujetaba al pie con unas correas que pasaban entre los dedos. Lascarreteras no estaban pavimentadas. En tiempo seco estaba llenas de polvo, y en tiempo húmedo, de barro. El quitarle la; sandalias al que llegaba a la casa era algo que no correspondía nada más que a un esclavo. Juan no esperaba nada para sí mismo, y sí todo para el Cristo al Que proclamaba. Se olvidaba totalmente de sí mismo, se entregaba totalmente, se perdía totalmente en su mensaje, y eso era lo que hacía que la gente le escuchara.
(iv) Su mensaje era eficaz porque señalaba a algo y a alguien más allá de sí mismo. Le decía a la gente que su bautismo los empapaba de agua, pero el que venía lo empapa del Espíritu Santo; y mientras el agua podía limpiar el cuerpo de una persona, el Espíritu Santo podía limpiar su vida interior y corazón.
El doctor G. J. Jeffrey tenía una ilustración favorita: Cuando estaba haciendo una llamada telefónica por medio del operador y había algún retraso, el operador solía decir: «Estoy tratando de ponerle a usted en contacto.» Y cuando estaba establecido el contacto, el operador se desvanecía y le dejaba en contacto directo con la persona con la que quería hablar.
El único propósito de Juan era no ocupar él mismo el centro de la escena, sino tratar de poner a las personas en contacto con Uno Que era más grande y poderoso que él. Y la gente le escuchaba porque él no se señalaba a sí mismo, sino al Que todas las personas necesitaban.
Aquí tenemos el mensaje de Juan al pueblo. En ningún lugar queda más evidente la diferencia que hay entre Juan el Bautista y Jesús; porque el mensaje de Juan no era Evangelio, es decir, buena noticia, sino una noticia aterradora.
Juan había vivido en el desierto. La superficie del desierto estaba cubierta de ramas y matojos secos como la yesca. A veces una chispa prendía, y se armaba un incendio en el desierto, y salían las víboras de sus grietas, escabulléndose de la quema. Con ellas comparaba Juan a los que venían a bautizarse.
Los judíos no tenían la menor duda de que en la economía de Dios había una cláusula referente a una nación privilegiada. Mantenían que Dios juzgaría a las demás naciones con una medida, y a los judíos con otra. De hecho, creían que un judío estaba a salvo del juicio simplemente por serlo. Los hijos de Abraham estaban exentos del juicio. Juan les decía que no hay tal cosa como privilegios raciales; que la vida, no el linaje, era lo que Dios consideraba en el juicio.
Hay tres cosas que sobresalen en el mensaje de Juan.
(i) Empezaba demandando a los hombres que compartieran lo que tenían con los que no tenían. Era un Evangelio social, que anunciaba que Dios no absolverá nunca al que está contento de tener de más cuando otros tienen de menos.
(ii) Mandaba a los hombres, no que dejaran su trabajo, sino que cumplieran con su trabajo como era debido: que el publicano fuera un buen publicano, y el soldado un buen soldado. Lo que Dios manda es que le sirvamos allí donde Él nos ha colocado.
Hay un espiritual negro que dice: Hay un Rey y Gran General, que está a punto de llegar, y me hallará sachando algodón cuando venga. Ya se oyen sus legiones a la carga en los campos del cielo, y me hallará sachando algodón cuando venga. Hay un Hombre al que echaron a la cuneta, y le torturaron hasta matarle, y me hallará sachando algodón cuando venga. Fue odiado y rechazado, burlado y crucificado, y me hallará sachando algodón cuando venga. ¡Cuando venga, cuando venga! Le coronarán los santos y los ángeles cuando venga, y le gritarán ¡Hosana! al Hombre que negaron los hombres, y yo me arrodillaré entre mi algodón cuando venga.
Juan estaba convencido de que donde todos podemos servir mejor a Dios es en nuestro trabajo diario.
(iii) Juan estaba bien seguro de que él no era más que el precursor. El Rey estaba todavía por venir, y con Él vendría el juicio. El bieldo era entonces una gran pala plana con la que se echaba hacia arriba lo trillado; el grano, más pesado, caía al suelo, y la brisa aventaba la paja. Así como se separa el trigo de la paja, el Rey separaría a los buenos de los malos.
Así describía Juan el juicio, un juicio que el hombre podía pasar con confianza si había cumplido sus deberes con los demás y había hecho bien su trabajo cotidiano. Juan era un predicador supremamente efectivo. Una vez le dieron a Chalmers la enhorabuena por un sermón, pero él contestó: «Sí, ¿pero para qué sirvió?»
Está claro que Juan predicaba la acción y la producía. No se metía en disquisiciones teológicas, sino predicaba la vida.