Entonces Jesús comenzó a reprender a los pueblos donde había hecho la mayor parte de sus milagros, porque no se habían vuelto a Dios. Decía Jesús: «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho entre ustedes, ya hace tiempo que se habrían vuelto a Dios, cubiertos de ropas ásperas y ceniza. Pero les digo que en el día del juicio el castigo para ustedes será peor que para la gente de Tiro y Sidón. Y tú, Cafarnaúm, ¿crees que serás levantado hasta el cielo? ¡Bajarás hasta lo más hondo del abismo! Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que se han hecho en ti, esa ciudad habría permanecido hasta el día de hoy. Pero les digo que en el día del juicio el castigo para ti será peor que para la región de Sodoma.» En aquel tiempo, Jesús dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste de los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido.» «Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie conoce realmente al Hijo, sino el Padre; y nadie conoce realmente al Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera darlo a conocer. Vengan a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos y cargas, yo los haré descansar. Acepten el yugo que les pongo, y aprendan de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontrarán descanso. Porque el yugo que les pongo y la carga que les doy a llevar son ligeros.» Mateo 11:20-30
Cuando Juan llegaba al final de su evangelio, escribió una frase en la que indicaba lo imposible que era escribir un relato completo de la vida de Jesús: «Hay también muchas otras cosas que hizo Jesús; las cuales, si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir» (Juan 21:25).
Este pasaje de Mateo es una prueba de la verdad de ese dicho. Corazín era probablemente un pueblo que estaba a una hora de viaje al norte de Caferrnaum; Betsaida era una aldea de pescadores en la orilla occidental del Jordán, precisamente en el punto en que el río entraba por el extremo norte del lago, y claro que en estos pueblos sucedieron las cosas más tremendas, y sin embargo no tenemos de ellas ni el más mínimo relato. No se dice nada en los evangelios de lo qué hizo Jesús ni de las maravillas que realizó en estos lugares, aunque deben de haber sido de las más notables. Un pasaje como éste nos muestra lo poco que sabemos de Jesús; nos muestra -y es algo que debemos tener siempre presente que en los evangelios no tenemos más que una mínima selección de las obras de Jesús. Las cosas que no sabemos acerca de Jesús son mucho más numerosas que las que sabemos.
Debemos poner cuidado para captar el acento de la voz de Jesús cuando dijo esto. La Reina-Valera traduce: «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida!» La palabra griega para «ay de», que hemos traducido por «pobre de» es uai, que expresa una piedad dolorida por lo menos tanto como una amenaza. Éste no es el acento de uno que esté furioso porque se ha ofendido su dignidad; no es el acento de uno que esté ardientemente enfadado porque le han insultado. Es el acento del dolor, del lamento, del que ha ofrecido a unas personas la cosa más preciosa del mundo y se la han despreciado. La condenación que Jesús hace del pecado es ira santa; pero la indignación viene, no de una dignidad ofendida, sino de un corazón quebrantado.
¿Cuál fue entonces el pecado de Corazín, de Betsaida, de Cafarnaum?, ¿Ese pecado que era peor que el de Tiro y Sidón, y Sodoma y Gomorra? Tiene que haber sido muy serio, porque Tiro y Sidón fueron denunciadas repetidas veces por su maldad: Profecía contra Tiro: Las naves de Tarsis están gimiendo, porque el puerto ha sido destruido. El puerto a donde se llegaba de Chipre ha sido arrasado. La gente de Tiro y los comerciantes de Sidón guardan silencio. Sus agentes atravesaban el mar y sus aguas inmensas. Sacaban sus ganancias del grano de Sihor, de las cosechas del Nilo, y comerciaban con las naciones. Llénate de vergüenza, Sidón, fortaleza del mar, pues tendrás que decir: «Ya no tengo dolores de parto, ya no doy a luz. ya no tengo hijos que criar ni hijas que educar.» Cuando llegue la noticia a los egipcios, se llenarán de angustia por lo que le pasó a Tiro. Dirán: «Váyanse a Tarsis, pónganse a gemir, habitantes de la costa.» ¿Es esta la ciudad de origen tan antiguo y tan amiga de las diversiones? ¿Es esta la que viajaba para establecerse en lejanas regiones? ¿Quién decretó esto contra Tiro, la ciudad real, cuyos comerciantes eran príncipes, y sus negociantes los más poderosos de la tierra? El Señor todopoderoso lo decretó para humillar todo orgullo y dejar por el suelo a todos los poderosos de la tierra. Pueblo de Tarsis, ponte a cultivar la tierra, que el astillero ya no existe. El Señor extendió su mano sobre el mar, hizo temblar a las naciones y mandó destruir las fortificaciones de Canaán. y dijo a Sidón: «Déjate de diversiones, muchacha violada. Aunque resuelvas pasar hasta Chipre, tampoco allí encontrarás descanso.» Miren esta tierra, tierra destinada a naves. Los caldeos levantaron torres y demolieron los palacios de Sidón, los convirtieron en ruinas. Ellos fueron los culpables, no Asiria. Pónganse a gemir, naves de Tarsis, porque su fortaleza ha sido destruida.En ese tiempo Tiro será echada al olvido durante setenta años, el tiempo que dura la vida de un rey. Al cabo de esos setenta años se le aplicará a Tiro lo que dice aquella canción de la prostituta: «Prostituta olvidada, toma tu arpa, recorre la ciudad, toca buena música, entona muchos cantos, a ver si se acuerdan de ti.»
Al cabo de setenta años el Señor volverá a ocuparse de Tiro. Ella volverá a alquilarse y se prostituirá con todos los países de la tierra. Pero las ganancias de su comercio serán consagradas al Señor; no serán guardadas ni almacenadas, sino que serán dadas a los que sirven al Señor, para que (Isaías 23); «Por eso yo, el Señor, digo: Tiro, yo me declaro tu enemigo. Haré que muchas naciones se levanten contra ti, como levanta el mar sus olas, y que destruyan tus murallas y echen abajo tus torres. Hasta el polvo barreré de su lugar, y solo dejaré una roca pelada. En medio del mar quedará, como un lugar para poner las redes a secar. yo, el Señor, lo afirmo. Tiro será saqueada por las naciones, y sus colonias en tierra firme caerán a filo de espada. Entonces reconocerán que yo soy el Señor. «Yo, el Señor, digo: Voy a hacer venir del norte a Nabucodonosor, rey de Babilonia, el rey más poderoso, para que ataque a Tiro. Vendrá con caballos, y carros, y jinetes, y con muchas tropas reunidas. (Ezequiel 26:3-7); «Tú, hombre, entona un canto fúnebre al rey de Tiro, y dile: ‹Esto dice el Señor: Tú eras modelo de perfección, lleno de sabiduría y de perfecta belleza. Estabas en Edén, el jardín de Dios, adornado de toda clase de piedras preciosas: rubí, crisólito, jade, topacio, cornalina, jaspe, zafiro, granate y esmeralda; tus joyas y aretes eran de oro, preparados desde el día en que fuiste creado. Te dejé al cuidado de un ser alado, estabas en el monte santo de Dios y caminabas entre las estrellas. Tu conducta fue perfecta desde el día en que fuiste creado hasta que apareció en ti la maldad. Con la abundancia de tu comercio te llenaste de violencia y de pecado. Entonces te eché de mi presencia; te expulsé del monte de Dios, y el ser alado que te protegía te sacó de entre las estrellas. Tu belleza te llenó de orgullo; tu esplendor echó a perder tu sabiduría. yo te arrojé al suelo, te expuse al ridículo en presencia de los reyes. Tantos pecados cometiste y tanto te corrompiste con tu comercio, que llegaste a profanar tus templos. Entonces hice brotar en medio de ti un fuego que te devorara. Todos pueden verte ahora en el suelo, convertido en cenizas. Todas las naciones que te conocen se espantan al verte. Te has convertido en algo terrible; ¡para siempre has dejado de existir!› El Señor se dirigió a mí, y me dijo: «Tú, hombre, vuélvete hacia Sidón y habla en mi nombre contra ella. Dile: ‹Esto dice el Señor: yo me declaro tu enemigo, Sidón; en medio de ti voy a ser glorificado. y cuando ejecute la sentencia contra ti y demuestre así mi santidad, se reconocerá que yo soy el Señor. (Ezequiel 28:12-22). Sodoma y Gomorra eran y son el prototipo de la iniquidad.
Cuál fue entonces el pecado de Corazín, de Betsaida, de Cafarnaum?
(i) Fue el pecado de los que olvidan las responsabilidades del privilegio.
A las ciudades de Galilea se les había concedido un privilegio que no habían tenido nunca Tiro y Sidón, o Sodoma y Gomorra; porque las ciudades de Galilea habían visto y oído a Jesús en persona. No podemos condenar a alguien que no ha tenido nunca la oportunidad de saber; pero si uno que ha tenido todas las oportunidades para conocer el bien obra el mal, merece la condenación. No condenamos a un niño por lo que condenaríamos a un adulto; no condenaríamos a un salvaje por una conducta que condenaríamos en una persona civilizada; no esperamos que el que se ha criado en la pobreza de un barrio de chabolas viva la vida de una persona que ha vivido siempre en un hogar bueno y cómodo. Cuanto mayores son nuestros privilegios, mayor es nuestra condenación si fallamos en asumir las responsabilidades y aceptar las obligaciones que conllevan estos privilegios.
(ii) Era el pecado de la indiferencia. Estas ciudades no atacaron a Jesucristo; no le echaron de su entorno; no trataron de crucificarle; simplemente no le prestaron atención.
No hacer caso puede ser tan mortal como la persecución. Un autor escribe un libro; se lo manda a los críticos; algunos puede que lo alaben, otros puede que lo condenen; no importa, siempre que le presten atención; la única cosa que puede dejar a un libro tan muerto como una piedra es que no se le preste la menor atención para hacerle una crítica positiva o negativa.
Un pintor hizo un cuadro de Cristo en pie en uno de los famosos puentes de Londres. Le representó con las manos extendidas en actitud de llamada o invitación a la gente que pasaba a Su lado sin prestarle atención. Sólo una joven enfermera demostraba darse cuenta de Su presencia. Ahí tenemos la situación moderna de muchos países hoy en día. No hay hostilidad hacia el Cristianismo; ni deseo de destruirlo: sólo una total indiferencia. Se relega a Cristo al nivel de los que no importan. La indiferencia también es un pecado, y de los peores, porque la indiferencia mata. No quema viva una religión: la mata por congelación. No la decapita; le quita la vida despacito por asfixia.
(iii) Así que nos encontramos cara a cara con una gran verdad amenazadora: también es un pecado no hacer nada.
Hay pecados de acción, que se cometen; pero también los hay de inacción, que se omiten. El pecado de Corazín, Betsaida y Cafarnaum fue el pecado de no hacer nada. La defensa de muchos es alegar: «¡Yo no he hecho nunca nada!» Esa puede que sea su condenación.
El acento de autoridad
En aquel tiempo, Jesús, lleno de alegría por el Espíritu Santo, dijo dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste de los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido. Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie conoce realmente al Hijo, sino el Padre; y nadie conoce realmente al Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera darlo a conocer.
Aquí Jesús está hablando por propia experiencia, la experiencia de que los rabinos y los sabios de Su tiempo Le rechazaban, mientras que las personas sencillas Le aceptaban.
A los intelectuales no les decía nada, pero los humildes Le recibían. Debemos hacer lo posible por entender lo que Jesús quería decir aquí. Está muy lejos de condenar la actividad intelectual; lo que condena es el orgullo intelectual. Como dice Plummer: «El corazón, no la cabeza, es el hogar del Evangelio.» No es la inteligencia lo que le cierra la puerta, sino el orgullo. No es la necedad lo que le admite, sino la humildad. Uno puede ser tan sabio como Salomón; pero si no tiene sencillez, confianza e inocencia, se excluye a sí mismo.
Los mismos rabinos veían el peligro del orgullo intelectual; reconocían que a menudo la gente sencilla estaba más cerca de Dios que los rabinos más eruditos. Tenían una parábola acerca de esto: «Una vez estaba el rabino Beroká de Chuza en el mercado de Lapet cuando se le apareció Elías. El rabino le preguntó: «¿Hay alguno entre los que están en el mercado que esté destinado a participar de la vida del mundo venidero?» En un principio Elías le dijo que no había nadie; pero luego señaló a un hombre, y dijo que ese participaría de la vida del mundo venidero. Rabí Beroká se dirigió a él, y le preguntó qué hacía. «Soy carcelero -le contestó-, y mantengo separados a los hombres de las mujeres. Por las noches pongo mi cama entre los hombres y las mujeres para que no se cometa nada indebido.» Elías señaló a otros dos hombres, y dijo que ellos también participarían de la vida por venir. Rabí Beroká les preguntó lo que hacían. «Somos juglares -le contestaron-, y cuando vemos a alguno que está abatido, le animamos; y cuando vemos a dos que se están peleando, tratamos de ponerlos en paz.»» Los que hacían cosas sencillas, como el carcelero que mantenía a los presos debidamente y los que hacían aflorar la sonrisa y la paz, estaban en el Reino.
Aquí también había una historia rabínica: «Una vez se declaró una epidemia en Sura, pero en la vecindad de la residencia de Rab (un famoso rabino) no hubo ningún caso. La gente creyó que eso era debido a los méritos de Rab; pero en un sueño se les dijo… que era por los méritos de uno que había estado dispuesto a prestar una azada y una pala a otro que quería hacer una tumba. Una vez se produjo un incendio en Drokeret, pero la vecindad de rabí Huna no sufrió daño. La gente pensó que era debido a los méritos de rabí Huna,… pero se les hizo saber en un sueño que había sido por los méritos de una cierta mujer que calentaba su horno y lo ponía a disposición de sus vecinos.» El hombre que le prestó las herramientas a otro que las necesitaba, y la mujer que ayudaba a sus vecinos en lo que podía no tenían ninguna categoría intelectual, pero sus sencillas obras de amor humano ganaron la aprobación de Dios. Las distinciones académicas no son necesariamente distinciones a los ojos de Dios.
Este pasaje termina con las credenciales más gloriosas que hizo jamás Jesús, y que figuran en el centro de la fe cristiana: que El es el único que puede revelar a Dios a la humanidad. Otros puede que sean hijos de Dios; pero Él es El Hijo. Juan lo expresa de una manera poco diferente cuando nos cuenta que Jesús dijo: «El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre» (Juan 14:9). Lo que Jesús quiere decir es: « Si queréis ver cómo es Dios, si queréis ver la mente de Dios, el corazón de Dios, el carácter de Dios, si queréis ver la actitud total de Dios hacia la humanidad, ¡miradme a Mí!» Los cristianos estamos convencidos de que en Jesucristo y sólo en Él podemos ver cómo es Dios; y es también la convicción cristiana que Jesús puede dar ese conocimiento a todo el que sea suficientemente humilde y confiado para recibirlo.
El acento de la compasión
Vengan a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos y cargas, y yo los haré descansar. Acepten el yugo que les pongo, y aprendan de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontrarán descanso. Porque el yugo que les pongo y la carga que les doy a llevar son ligeros.
Jesús hablaba a personas que estaban tratando desesperadamente de encontrar a Dios, y tratando desesperadamente de ser buenas, pero que estaban encontrándolo imposible, y que se hallaban sumidas en el agotamiento y la desesperación.
Les dice: «Venid a Mí todos los que estáis rendidos bajo vuestras cargas.» Para un judío ortodoxo, la religión era cosa de cargas. Jesús dijo de los escribas y los fariseos: «Atan cargas pesadas e insoportables, y se las ponen a los demás sobre los hombros» (Mateo 23:4). Para un judío, la religión era cosa de reglas interminables. Se vivía en una selva de normas que regulaban todas las situaciones de la vida. Se tenía que estar escuchando constantemente: « No hagas eso.» Hasta los rabinos se daban cuenta de eso.
Hay una clase de parábola lóbrega que se pone en boca de Koré, que muestra lo impositivas y pesadas e imposibles que podían llegar a ser las demandas de la Ley: «Había una pobre mujer en la vecindad que tenía dos hijas y un campo. Cuando empezaba a arar, Moisés (es decir, la Ley de Moisés) le decía: «No debes arar con un buey y un asno juntos.» Cuando empezaba a trillar, él le decía: «Dame para la ofrenda elevada, y el primero y el segundo diezmos.» Ella se sometía a la ordenanza, y se lo daba todo. ¿Qué hizo entonces la pobre mujer? Vendió el campo, y se compró dos ovejas para vestirse con su lana y sacar algún provecho de los corderos. Cuando tuvieron los corderos, Aarón (es decir, el sacerdocio) vino y le dijo: «Dame los primogénitos.» Ella cumplió la decisión, y se los dio: Cuando llegó el tiempo de esquilar, y se puso a esquilar sus ovejas, vino Aarón y le dijo: «Dame las primicias de la lana de las ovejas» (Deuteronomio 18:4). Entonces ella pensó: «No puedo resistir a este hombre. Mataré mis ovejas y me las comeré.» Cuando hizo la matanza, llegó Aarón y le dijo: «Dame la pierna, las quijadas y el cuajar.» (Deuteronomio 18:3). Entonces ella le dijo: «Ni siquiera matándolas estoy a salvo de ti. Pues, venga: las consagro por voto» Y entonces Aarón le dijo: «En ese caso me pertenecen enteras.» (Números 18:14). Y se marchó con ellas y la dejó llorando con sus dos hijas.»
Esta historieta es una parábola de las demandas continuas que hacía la Ley sobre las personas en todas las circunstancias de la vida. Esas demandas eran, sin duda, una carga.
Jesús nos invita a tomar Su yugo sobre nuestros hombros. Los judíos usaban la palabra yugo con el sentido figurado de someterse a algo. Hablaban del yugo de la Ley, el yugo de los mandamientos, el yugo del Reino, el yugo de Dios. Pero puede ser que Jesús tomara las palabras de esta invitación de algo mucho más próximo a Su hogar.
Dijo: « Mi yugo es fácil.» La palabra fácil es jréstós en griego, que quiere decir realmente que encaja bien. Los yugos de los bueyes se hacían en Palestina, como en España, de madera; se llevaba el buey al carpintero para que le tomara las medidas; luego se desbastaba la madera, y se llevaba otra vez al buey para probárselo: se le ajustaba bien, para que no le hiciera daño en la testuz al paciente animal. Es decir: que el yugo se hacía a medida, como una prenda de vestir, para que le encajara bien al buey.
Cuenta una leyenda que Jesús hacía los mejores yugos de bueyes de toda Galilea, y que iban a Su taller de todas partes a comprarle los yugos para los animales. En aquellos días, como ahora en muchos sitios, los talleres tenían lemas y carteles encima de la puerta; y se ha sugerido que los del taller de Jesús eran un yugo y la frase «Mis yugos encajan bien». Es posible que Jesús estuviera usando aquí un cuadro de Su taller de carpintero de Nazaret en el que trabajó fielmente durante Sus años de silencio.
Jesús dice: «Mi yugo encaja bien.» Lo que esto quiere decir es: «La vida que Yo te doy no es una carga que te desuelle; tu misión está diseñada a tu medida para que te vaya bien.» Lo que quiera que sea que Dios nos proponga encajará exactamente con nuestras necesidades y habilidades.
Jesús dice: «Mi carga es ligera.» Como decía un rabino: «Mi carga se ha convertido en mi canción.» No es que sea siempre fácil de llevar; pero se nos impone con amor; se nos propone llevarla con amor; el amor hace ligeras hasta las cargas más pesadas. Cuando recordamos el amor de Dios, cuando nos damos cuenta de que nuestra carga es amar a Dios y amar a nuestros semejantes, entonces nuestra carga se convierte en nuestra canción.
Se cuenta que uno se encontró una vez a un chiquillo que llevaba a cuestas a otro aún más pequeño, que era cojo. «Esa es mucha carga para que tú la lleves,» le dijo el hombre. Y el chiquillo respondió: « No es una carga, señor; es mi hermanito.» La carga que se impone con amor y se lleva con amor es siempre ligera.