Érase un rico que se vestía de púrpura y de seda y que organizaba unos banquetes impresionantes todos los días. Y érase también un pobre que se llamaba Lázaro, que estaba tirado en el suelo a la puerta del rico, con el cuerpo lleno de llagas, y tan hambriento que se hubiera conformado con que le dejaran comerse las migajas que caían al suelo de la mesa del rico; y, era tal su indefensión que hasta los perros venían a lamerle las .llagas. Cuando se murió aquel pobrecito, los mismísimos ángeles vinieron a llevarle al Seno de Abraham. En cuanto al rico, también se murió, y le enterraron. Estaba en el Infierno entre tormentos, y miró hacia arriba y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su Seno; y el rico se puso a dar voces: «¡Padre Abraham, compadécete de mí, y manda a Lázaro que moje la puntita del dedo en agua y me refresque un poquitín la lengua, porque estoy sufriendo tormento en este fuego!» Pero Abraham le contestó: «Hijo, acuérdate de que tú recibiste todos los bienes en la vida, y Lázaro no recibió más que males. Así que ahora él recibe cosas buenas, y tú tormentos. Además, hay una gran sima infranqueable entre nosotros y vosotros que hace imposible el que se pueda pasar de aquí allí, o de allí aquí. » El rico entonces le dijo: «Entonces, por favor, Padre, mándale a la casa de mi padre donde están mis cinco hermanos, para que les advierta de la verdad y no vengan a este lugar de tormento.» YAbraham le contestó: «i Ya tienen a Moisés y a los profetas! ¡Que les presten atención!» Y el rico siguió suplicando: «Eso no es bastante. Pero si se les aparece un muerto, se arrepentirán.» Y Abraham le contestó: «Si no hacen caso de Moisés y de los profetas, tampoco se convencerán si resucita un muerto.» Lucas 16: 19-31
Esta parábola está tan perfectamente construida que no le sobra ni una sola frase. Vamos a fijarnos en los personajes:
(i) En primer lugar tenemos al rico, al que a veces se le llama Dives, que quiere decir «rico» en latín. Cada frase añade algún detalle al lujo en que vivía. Vestía púrpura y lino fino, que es la descripción de las ropas del sumo sacerdote, que costaban una inmensa fortuna. Celebraba banquetes suntuosos todos los días; la palabra que se usa aquí indica los manjares que harían las delicias de un gastrónomo. Y así todos los días. No cabe duda de que así quebrantaba el cuarto mandamiento, que dispone que se ha de trabajar seis días (Éxodo 20:9).
En un país y época en que la gente corriente tendría suerte si comía carne una vez a la semana después de trabajar seis días, Dives es el prototipo del indolente ricachón. Lázaro habría querido recoger las migajas que caían de la mesa de Dives; y es que en aquel tiempo no se usaban tenedores ni cuchillos ni servilletas, sino que se comía con las manos y, en las casas de los ricos, las manos se limpiaban restregándolas con pan, que caía al suelo. De eso querría hartarse Lázaro.
(ii) En segundo lugar, tenemos a Lázaro. Es curioso que es el único personaje de las parábolas que tiene un nombre, que es la forma latina de Eleazar, que quiere decir Dios es mi ayuda. Era un mendigo, y estaba cubierto de llagas ulcerosas, y en tal estado que ni siquiera se podía defender de los perros callejeros que le asediaban con sus lametones.
Esta es la escena en este mundo, que cambia bruscamente para que veamos lo que sucede en el mundo venidero: allí Lázaro está en el Cielo y Dives en el Infierno. Naturalmente, la descripción del más allá refleja las ideas de los judíos de aquel tiempo, no necesariamente las de los cristianos de ahora. ¿Cuál había sido el pecado de Dives? ¡Al fin y al cabo no había mandado que quitaran a Lázaro de su puerta! Y, al parecer, no se oponía a que se le dieran las migas del pan que se tiraba de la mesa.
Tampoco le daba de patadas cuando pasaba. No era deliberadamente cruel con él. El pecado de Dives fue que no se preocupó ni lo más mínimo de Lázaro, que le consideró parte del entorno y aceptó como lo más natural que Lázaro estuviera tirado a su puerta, sufriendo la enfermedad y el hambre, mientras él se regodeaba en el lujo. Como ha dicho alguien: «No fue tanto lo que hizo, sino lo que no hizo, lo que le llevó al Infierno.» El pecado de Dives era que podía ver el sufrimiento y la necesidad del mundo a su alrededor, y no sentir que nada le tocara el corazón, ni hacer nada para remediarlo. Sufrió las consecuencias de haber sido insensible.
‹Parece excesivamente duro que no se le concediera que se advirtiera a sus hermanos; pero es un hecho que, si uno tiene la Palabra de Dios, y ve el dolor y la necesidad y no se siente llamado a ofrecer alivio o ayuda pudiendo hacerlo, nada le hará cambiar.
Es una seria advertencia que el pecado de Dives no fuera lo que hizo mal, sino lo que no hizo. El Evangelio deja bien claro que el pecado está en ver el bien que se puede hacer, y no hacerlo (Santiago 4:17).