Pero los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado. Y cuando le vieron, le adoraron; pero algunos dudaban. Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura, haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado. Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán, y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén. 28: 16-20; Marcos 16: 15-18
La gloria de la Promesa Final
Aquí llegamos al final de la historia evangélica, y escuchamos las últimas palabras que les dijo Jesús a Sus hombres. Y en esta última reunión con ellos, Jesús hizo tres cosas. .
(i) Les dio la seguridad de Su poder. No había absolutamente nada que estuviera fuera del peder del Que había muerto y conquistado la muerte. Ahora estaban al servicio de un Señor Cuya autoridad en el Cielo y en la Tierra era indiscutible.
(ii) Les dio una comisión. Los envió a hacer al mundo entero Su discípulo. Se ha sugerido, y se puede discutir hasta la saciedad, que la mención del bautismo puede que se haya elaborado posteriormente. El hecho indiscutible es que la comisión de Jesús es ganar a toda la humanidad para Él.
(iii) Les prometió una presencia. Tiene que haber sido una cosa alucinante para aquellos once humildes galileos el que Jesús los mandara a la conquista del mundo. Aunque lo estaban escuchando, tiene que haberles fallado el corazón. Pero, tan pronto como se les dio la orden, la promesa se hizo realidad. Fueron enviados -y nosotros lo mismo- a la más grande tarea de la Historia; pero con ellos estaba la más grande Presencia del universo.
Volvemos a repetir lo dicho en ocasión anterior: El gran interés de este pasaje es la descripción que nos da del deber de la Iglesia. La persona que escribió esta conclusión sin duda creía que la Iglesia tenía ciertas tareas que cumplir que le había asignado Jesús.
(i) La Iglesia tiene una tarea de predicación. Es el deber de la Iglesia, y eso quiere decir de todo cristiano, el contar la historia de la Buena Noticia de Jesús a los que no la hayan oído. El deber cristiano consiste en ser heraldos de Jesús.
(ii) La Iglesia tiene una tarea sanadora. Aquí tenemos un hecho que nos encontramos una y otra vez. El Cristianismo se preocupa de los cuerpos, y no solamente de las almas. Jesús quería traer salud al cuerpo y al alma.
(iii) La Iglesia tiene una fuente de poder. No tenemos que tomar estas palabras literalmente. No tenemos por qué creer que el cristiano ha de tener literalmente el poder de coger serpientes venenosas y de beber líquidos venenosos sin que le pase nada. Pero por detrás de este lenguaje pintoresco está la convicción de que el cristiano está lleno de un poder para enfrentarse con la vida que otros no poseen.
(iv) La Iglesia no se encuentra sola para realizar su tarea. Cristo siempre obra con ella y en ella y a través de ella. El Señor de la Iglesia sigue en la Iglesia y es el Señor poderoso.