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Jesús purifica el Templo

Como ya se acercaba la fiesta de la Pascua de los judíos, Jesús fue a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de novillos, ovejas y palomas, y a los que estaban sentados en los puestos donde se le cambiaba el dinero a la gente. Al verlo, Jesús tomó unas cuerdas, se hizo un látigo y los echó a todos del templo, junto con sus ovejas y sus novillos. A los que cambiaban dinero les arrojó las monedas al suelo y les volcó las mesas. A los vendedores de palomas les dijo: ¡Saquen esto de aquí! ¡No hagan un mercado de la casa de mi Padre! Entonces sus discípulos se acordaron de la Escritura que dice: “Me consumirá el celo por tu casa.” Los judíos le preguntaron: ¿Qué prueba nos das de tu autoridad para hacer esto? Jesús les contestó: Destruyan este templo, y en tres días volveré a levantarlo. Los judíos le dijeron: Cuarenta y seis años se ha trabajado en la construcción de este templo, ¿y tú en tres días lo vas a levantar? Pero el templo al que Jesús se refería era su propio cuerpo. Por eso, cuando resucitó, sus discípulos se acordaron de esto que había dicho, y creyeron en la Escritura y en las palabras de Jesús. Jesús conoce a todos Mientras Jesús estaba en Jerusalén, en la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en él al ver las señales milagrosas que hacía. Pero Jesús no confiaba en ellos, porque los conocía a todos. No necesitaba que nadie le dijera nada acerca de la gente, pues él mismo conocía el corazón del hombre. Juan 2:13-25

Poco después, Jesús se puso en camino para celebrar la fiesta de la Pascua en Jerusalén. La Pascua era el 15 de Nisán. Según la ley, todos los varones que vivieran a menos de veinticinco kilómetros de Jerusalén estaban obligados a asistir.

Aquí nos encontramos con un detalle muy interesante. A primera vista parece que la cronología de la vida de Jesús en el Cuarto Evangelio no coincide con la de los otros tres, en los que no se nos dice que Jesús fuera a Jerusalén más que una vez. La fiesta de la Pascua cuando tuvo lugar Su crucifixión es la única que mencionan, y Su única visita a Jerusalén a excepción de la que hizo cuando fue al templo de muchacho. Pero Juan nos cuenta no menos de tres pascuas la de este pasaje, la de Juan 6:4 ya estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos., y la de Juan 11:55 Faltaba poco para la fiesta de la Pascua de los judíos, y mucha gente de los pueblos se dirigía a Jerusalén a celebrar los ritos de purificación antes de la Pascua. Además, según la narración de Juan, Jesús estaba en Jerusalén en una fiesta innominada en Juan 5:1, Algún tiempo después, los judíos celebraban una fiesta, y Jesús volvió a Jerusalén., era la fiesta de los Tabernáculos en Juan 7:2, Pero como se acercaba la fiesta de las Enramadas, una de las fiestas de los judíos, en Juan 7:10, Pero después que se fueron sus hermanos, también Jesús fue a la fiesta, aunque no públicamente, sino casi en secreto., y en la fiesta de la Dedicación en Juan 10:22, Era invierno, y en Jerusalén estaban celebrando la fiesta en que se conmemoraba la dedicación del templo..

De hecho, en los otros tres evangelios el ministerio principal de Jesús tiene lugar en Galilea; en el Cuarto, Jesús pasa sólo períodos breves en Galilea: Juan 2:1-12 (Estos versículos se refieren a las Bodas de Caná, discutidos anteriormente); Juan 4:43; Pasados esos dos días, Jesús salió de Samaria y siguió su viaje a Galilea. Juan 5:1; Algún tiempo después, los judíos celebraban una fiesta, y Jesús volvió a Jerusalén.; Juan 6:1; Después de esto, Jesús se fue al otro lado del Lago de Galilea, que es el mismo Lago de Tiberias.; Juan 7:14 Hacia la mitad de la fiesta, Jesús entró en el templo y comenzó a enseñar.; y su actividad principal es en Jerusalén.

Lo cierto es que no hay aquí ninguna contradicción. Lo que pasa es que nos cuentan la historia desde diferentes puntos de vista. No se contradicen, sino que se complementan. Mateo, Marcos y Lucas se concentran en el ministerio en Galilea, y Juan, en Jerusalén: Aunque los otros tres nos hablan sólo de una visita a Jerusalén y de una Pascua allí, implican que tiene que haber habido muchas otras. En la última visita nos presentan a Jesús llorando por Jerusalén: «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos como una gallina que junta a sus polluelos debajo de las alas, pero no quisiste!» (Mateo 23:37). Jesús no habría podido decir eso si no hubiera dirigido repetidas llamadas a Jerusalén, no podría decirlo si aquella visita fuera la primera. No debemos hablar de contradicciones entre el Cuarto Evangelio y los otros tres, sino usar los cuatro para tener una información lo más completa posible de la vida de Jesús.

Pero sí hay una dificultad que no debemos soslayar. Este pasaje nos refiere el incidente conocido como La Purificación del Templo: Juan lo coloca al principio del ministerio de Jesús, mientras que los otros tres evangelistas lo ponen al final: Jesús entró en el templo y echó de allí a todos los que estaban vendiendo y comprando. Volcó las mesas de los que cambiaban dinero a la gente, y los puestos de los que vendían palomas; Mateo 21:12; Después que llegaron a Jerusalén, Jesús entró en el templo y comenzó a echar de allí a los que estaban vendiendo y comprando. Volcó las mesas de los que cambiaban dinero a la gente, y los puestos de los que vendían palomas; y no permitía que nadie pasara por el templo llevando cosas y se puso a enseñar; Marcos 11:15-17; Cuando Jesús entró a la ciudad de Jerusalén, fue al templo y comenzó a sacar a todos los vendedores que estaban allí Lucas 19:-45. Esta diferencia requiere una explicación, y se han propuesto varias:

(i) Se ha sugerido que Jesús purificó el templo dos veces, una al principio y otra al final de Su ministerio. No resulta muy convincente porque, si hubiera hecho algo tan sorprendente una vez, no es probable que hubiera tenido la posibilidad de hacerlo otra vez. Su reaparición en el templo habría sido la señal para que se tomaran tales precauciones que la repetición habría resultado imposible.

(ii) Se ha sugerido que Juan es el que tiene razón. Pero el suceso encaja mucho mejor al final del ministerio de Jesús. Es una secuela natural del ardiente coraje de Jesús en la Entrada Triunfal, y un preludio previsible de la Crucifixión. Si tenemos que escoger entre la cronología de Juan y la de los otros tres evangelistas, debemos escoger la de estos.

(iii) Se ha sugerido que, cuando murió Juan, su evangelio no estaba terminado del todo; que dejó varios relatos en hojas sueltas de papiro, sin encuadernar. Y se ha sugerido que la que contenía este relato se traspapeló y se insertó posteriormente en un lugar que no era el que le correspondía. Esto es posible, pero no probable, porque supone que el que ordenó el manuscrito no conocía el orden correcto ni los otros evangelios.

(iv) Debemos tener presente siempre que Juan, como ha dicho alguien, tiene más interés en la verdad que en los detalles. No era su propósito escribir una biografía cronológica de Jesús; sino sobre todo, mostrar que Jesús es el Hijo de Dios y el Mesías.

Es probable que Juan estuviera recordando las profecías acerca de la venida del Mesías. «…Y vendrá súbitamente a Su templo el Señor a Quien vosotros buscáis, y el Ángel del Pacto a Quien deseáis vosotros. ¡He aquí viene, dice el Señor de los Ejércitos! ¿Y quién podrá soportar el tiempo de Su venida? ¿O quién podrá quedar en pie cuando Él se manifieste? Porque Él es como fuego purificador, y como detergente de lavadores… para purificar a los hijos de Leví… hasta que Le,,, ofrezcan al Señor las ofrendas correctas. Entonces Le será grata al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados y los tiempos antiguos» (Malaquías 3:1-4). En la mente de Juan resonaban estas tremendas profecías. Su interés principal no era contar cuándo limpió Jesús el templo, sino que de hecho lo hizo como estaba profetizado del Mesías prometido. Lo más verosímil es que Juan colocara este incidente emblemático aquí, en el frontispicio de su historia, para presentar a Jesús como el Mesías de Dios, Que había venido para purificar el culto y abrir la puerta de acceso a Dios. No es la fecha el interés principal de Juan, eso era lo de menos. Su interés supremo era demostrar que las acciones de Jesús nos le presentan como el Prometido de Dios.

Justamente al principio nos muestra a Jesús actuando como el Mesías de Dios.

La indignación de Jesús

Fijémonos ahora en por qué actuó Jesús de esa manera. Su indignación es una cosa aterradora, la figura de Jesús con el azote de cuerdas inspira el máximo temor. Debemos ver qué fue lo que le movió a aquella manifestación de indignación al rojo vivo en los atrios del templo.

La Pascua era la más importante de todas las fiestas judías. Como ya hemos visto, la ley establecía que todos los varones judíos adultos que vivieran a no más de veinticinco kilómetros de Jerusalén estaban obligados a asistir. Pero no eran sólo los judíos de Palestina los que venían para la Pascua; en aquel tiempo los judíos estaban diseminados por todo el mundo, y no olvidaban su fe ancestral y su madre patria, y era el sueño y el propósito de todos ellos, estuvieran donde estuvieran, el celebrar la Pascua en Jerusalén por al menos una vez en la vida.

Aunque nos suene a exageración, es probable que tantos como dos millones y cuarto de judíos se reunieran a veces en la Ciudad Santa para celebrar la Pascua.

Había un impuesto que tenían que pagar todos los judíos de diecinueve años para arriba. Era el tributo del templo. De que todos cumplieran dependía el que el ritual y los sacrificios del templo se pudieran llevar a cabo día tras día. El impuesto era de medio siclo. Debemos recordar cuando hablemos de dinero que en aquel tiempo, el salarió de un obrero era el equivalente de menos de diez pesetas al día. El medio siclo eran unas quince, así es que era el sueldo de día y medio. Para todos los efectos prácticos, en Palestina se usaban muchos tipos de moneda: las de plata de Roma; Grecia, Egipto, Tiro y Sidón y de la misma Palestina, todas estaban en circulación y eran válidas. Pero el tributo del templo se tenía que pagar en siclos galileos o en los del santuario, que eran las únicas monedas judías; las demás eran paganas y, por tanto, inmundas. Valían para pagar las otras deudas, pero no la que se tenía con Dios.

Los peregrinos llegaban de todas las partes del mundo con toda clase de monedas; así es que, en los atrios del templo se colocaban los cambistas. Si hubieran sido honrados, habrían estado cumpliendo una finalidad justa y necesaria; pero lo que hacían era cobrar una moneda más por cada medio siclo, es decir, una sexta parte más, y otra moneda más por cada medio siclo que tuvieran que devolver al cambiar monedas mayores. Si, por ejemplo, venía alguien con una moneda que equivaliera a dos siclos, tenía que pagar una moneda para que se la cambiaran, y otras tres para que le devolvieran el cambio de tres medios siclos. En otras palabras: que los cambistas le sacaban el sueldo de un día por la operación.

El tributo del templo y el sistema de cambio de moneda se elevaban a cantidades fantásticas. La renta anual del templo se ha calculado en 20,000,000 de pesetas, y las ganancias de los cambistas 2,000,000 pero téngase presente que el sueldo de un obrero serían unas 10 pesetas diarias. Cuando Crasso capturó Jerusalén y saqueó la tesorería del templo en el año 54 a.C. se llevó 500,000,000 de pesetas sin llegar a agotarlo. El que los cambistas cobraran comisión cuando cambiaban las monedas de los peregrinos no se veía mal. El Talmud establecía: «Es menester que cada uno tenga medio siclo para pagar su cuota. Por tanto, cuando trae un siclo para cambiarlo por dos medios siclos está obligado a dejar que el cambista saque algún beneficio.» La palabra para comisión era kollybas, y a los cambistas se los llamaba kollybistai. Esta palabra kollybos dio origen al personaje de comedia que se llama Kollybos en griego y Collybus en latín, equivalentes al famoso usurero shakesperiano Shylock. Lo que exasperaba a Jesús era que los cambistas abusaran de los modestos peregrinos de la Pascua con comisiones exorbitantes. Era una injusticia social flagrante y desvergonzada y, lo que es peor, se perpetraba en nombre de la verdadera religión.

Además de los cambistas estaban los que vendían becerros, corderos y palomas. Era corriente que una visita al templo fuera acompañada de un sacrificio. Muchos peregrinos querrían hacer una ofrenda de acción de gracias por haber hecho un buen viaje a la Santa Ciudad; además, la mayor parte de los acontecimientos de la vida y de la familia de los judíos tenían su sacrificio apropiado.

Parecería por tanto que se ofrecía una ayuda natural para que se pudieran comprar las víctimas para los sacrificios en los atrios del templo. Podría haber sido así; pero la ley imponía el que los animales que se ofrecieran fueran perfectos y sin defecto. Las autoridades del templo, tenían inspectores (mumjeh) que examinaban las víctimas antes del sacrificio. La inspección ya costaba una ma’ah. Si el fiel compraba el animal fuera del templo se lo podían rechazar en la inspección; ya se podía estar seguro de que le encontrarían algún defecto que les permitiera declararlo no apto.

Se podría pensar que aquello no habría importado mucho; pero es que un par de palomas podía costar sólo el equivalente de diez pesetas aunque, recordemos: ese era el sueldo de un día, mientras que en el templo costarían no menos de ciento cincuenta pesetas. Aquí había otro abuso descarado a costa de los pobres y humildes peregrinos, a los que se obligaba a pasar por el aro de comprar sus víctimas en el templo si querían hacer un sacrificio… Y de nuevo lo peor del caso era que aquella injusticia se agravaba por el hecho de que se perpetraba en nombre de la más pura religión.

Estas eran las cosas que despertaban la indignación de Jesús. Se nos dice que hizo un azote de cuerdas. Jerónimo pensaba que la actitud de Jesús ya haría que no hiciera falta usarlo. «Una ardiente luz estelar fulguraban Sus ojos, y la majestad de la divinidad resplandecía en Su rostro.» Precisamente porque amaba a Dios, Jesús amaba a los hijos de Dios, y le era imposible permanecer impasible contemplando cómo se abusaba de aquella manera de los adoradores de Jerusalén.

Fue la explotación de los peregrinos por parte de gente sin conciencia lo que movió a Jesús a aquella manifestación de indignación; pero la historia de la purificación del templo responde a razones todavía más profundas por las que Jesús dio aquel paso tan drástico.

No hay dos evangelistas que coincidan exactamente al darnos las palabras de Jesús. Cada uno de ellos nos conserva su versión personal. Y es al reunir todos los relatos como obtenemos una idea clara de lo que dijo Jesús. Así es que vamos a empezar por recordar las diferentes formas en que nos han transmitido los evangelistas las palabras de Jesús, en la versión Reina-Valera. Mateo nos las transmite de la siguiente manera: «Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecha cueva de ladrones» (Mateo 21:13). Marcos pone: «Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones, mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones» (Marcos 11:1:7):; Lucas dice: «Mi casa es casa de oración; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones» (Lucas 19:46). Y aquí Juan: «Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado».(Juan 2:16).

Jesús tenía por lo menos tres razones para hacer lo que hizo:

(i) Actuó así porque se estaba profanando la casa de Dios.

En el templo se daba a Dios un culto sin reverencia. La reverencia es una cosa instintiva. El artista Edward Seago nos cuenta que llevó a dos niños gitanos a visitar una catedral de Inglaterra. Eran unos chiquillos muy traviesos en circunstancias normales; pero, desde el momento en que entraron en la catedral, estuvieron sorprendentemente tranquilos y callados; y luego, todo el camino hasta llegar a la casa. Hasta la tarde no volvieron a sus habituales travesuras. En sus corazones naturalmente indisciplinados había una reverencia instintiva.

El culto sin reverencia puede ser una cosa terrible. Puede que sea un «culto» que se hace rutinaria o formalmente, las oraciones más solemnes se pueden leer como las listas de las subastas. Puede que sea un «culto» que no tiene en cuenta la santidad de Dios y que suena como si según la frase de H. H. Farmer- «el adorador se llevara muy bien con la Divinidad.»

Puede que sea un culto para el que no están preparados ni el que lo dirige ni la congregación. Puede que sea el uso de la casa de Dios para fines y con medios en los que se olvida la reverencia y la verdadera función de la casa de Dios. En aquel atrio de la casa de Dios de Jerusalén se regatearían los precios, se discutirían las monedas viejas o desgastadas… En fin, que habría ruidos y gestos y discusiones más propios de un mercado. Puede que esa forma de irreverencia no sea corriente ahora; pero hay otras formas de ofrecerle a Dios un culto irreverente.

(ii) Jesús hizo lo que hizo para mostrar que toda esa parafernalia de sacrificios animales era totalmente impertinente. Hacía siglos que venían diciéndolo los profetas. «¿Para qué me sirve, dice el Señor, la multitud de vuestros sacrificios? ¡Estoy harto de holocaustos de carneros y de sebo de animales cebados; no Me gusta la sangre de los toros, de las ovejas o de los chivos… No Me traigáis más ofrendas vanas» (Isaías 1:11-17). «Porque cuando saqué a vuestros padres de Egipto no les dije nada ni les di mandamientos acerca de holocaustos y sacrificios» (Jeremías 7:22). «Con sus ovejas y con sus vacas andarán buscando al Señor, pero no Le encontrarán» (Oseas 5: 6). «Les encantan los sacrificios; sacrifican carne y la comen, pero el Señor no Se complace en ellos» (Oseas 8:13). «Porque Tú no te complaces en sacrificios; si yo hubiera de ofrecer holocaustos, a Ti no Te agradaría» (Salmo 51:16). Un coro de voces proféticas denunciaba la impertinencia de los holocaustos que humeaban constantemente en los altares de Jerusalén. Jesús actuó así para demostrar que ningún sacrificio animal podrá nunca realizar la reconciliación de la humanidad con Dios.

No estamos totalmente libres de esa tendencia hoy en día. Es cierto que no Le ofrecemos a Dios sacrificios de animales; pero podemos identificar Su culto con la instalación de vidrieras de colores o de un órgano más sonoro, o con piedra o madera tallada, cuando el verdadero culto brilla por su ausencia. No es que estas cosas sean condenables, ¡lejos de eso! A menudo, ¡gracias a Dios!, son ofrendas de corazones fieles y agradecidos. Cuando ayudan a la verdadera devoción; cuentan con la bendición de Dios; pero cuando son su sustituto, hastían el corazón de Dios.

(iii) Había todavía otra razón para que Jesús actuara de aquella manera. Marcos añade un curioso detalle que no se encuentra en los otros evangelios: «Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones» (Marcos 11:17), siguiendo con la cita de Isaías 56:7: …Yo los traeré a mi monte sagrado y los haré felices en mi casa de oración. Yo aceptaré en mi altar sus holocaustos y sacrificios, porque mi casa será declarada casa de oración para todos los pueblos. El templo constaba de una serie de atrios que conducían al templo propiamente dicho y al Lugar Santísimo. La primera parte era el Atrio de los Gentiles; luego venía el Atrio de las Mujeres; después, el de los Israelitas; por último, el de los Sacerdotes. Toda esa compraventa se hacía en el Atrio de los Gentiles que era el único al que podían acceder los que no fueran israelitas. A partir de aquel lugar les estaba prohibida la entrada. Así que si había algún gentil cuyo corazón Dios hubiera tocado, podía llegar al Atrio de los Gentiles para meditar y orar y buscar a Dios. El Atrio de los Gentiles era el único lugar, de oración que conocía.

Las autoridades del templo y los comerciantes judíos estaban convirtiendo el Atrio de los Gentiles en un lugar de confusión y jaleo en el que era prácticamente imposible orar. Los mugidos de los becerros, los balidos de las ovejas, el zureo y el revoloteo de las palomas, los gritos de los vendedores, el tintineo de las monedas, los pregones y los regateos… todo eso combinado convertía el Atrio de los Gentiles en un lugar donde no se podía dar culto a Dios. El jaleo del atrio exterior del templo les cerraba el acceso a la presencia de Dios a los gentiles que Le buscaran. Tal vez era eso lo que más angustiaba a Jesús, y puede que por eso Marcos nos conservara la frase que nos lo indica. A Jesús se Le conmovían las entrañas porque en la Casa de Oración se le cerraba el acceso a la presencia de Su Padre a los que Le buscaban sinceramente.

¿Hay algo en la vida de nuestra iglesia: esnobismo, exclusividad, frialdad, falta de hospitalidad, tendencia a hacer de la congregación un club cerrado, arrogancia, tiquismiquis que excluye al sincero buscador? Recordemos la indignación de Jesús contra los que les hacían difícil, o imposible, a los buscadores extranjeros el establecer contacto con Dios.

El nuevo Templo

Sus discípulos se acordaron de que hay una Escritura que dice: «Porque el celo por Tu Casa me ha consumido.»

Entonces los judíos le interrogaron: –¿Qué señal nos das para justificar tal actuación? Destruid este Templo –les contestó Jesús–, y lo levantaré en tres días. –Hace ahora cuarenta y seis años que se está construyendo el templo –Le objetaron– , ¿y Tú lo vas a levantar en tres días? Pero Él se refería al Templo de Su Cuerpo. Así que cuando resucitó; Sus discípulos se acordaron de que Jesús había dicho esto, y creyeron la Escritura y lo que Jesús les había dicho.

Era inevitable que una intervención como la de la purificación del templo provocara una reacción inmediata en los que la presenciaron. No era la clase de cosa que uno puede contemplar con total indiferencia. Era demasiado sorprendente y revolucionario.

Aquí tenemos dos reacciones. La primera es la de los discípulos, que se acordaron de las palabras del Salmo 69:9 Me consume el celo por tu casa; en mí han recaído las ofensas de los que te insultan.. La cosa es que ese salmo se suponía que se refería al Mesías; que, cuando viniera, se consumiría de celo por la casa de Dios. El que este versículo les viniera a la memoria era señal de que se estaban dando cuenta cada vez más de que Jesús era el Mesías. Ese gesto no le correspondía a nadie más que al Mesías, y ellos ya habían llegado a la convicción de que Jesús era de hecho el Ungido de Dios.

La segunda reacción fue la de los judíos, una reacción muy natural. Le preguntaron a Jesús qué derecho tenía para actuar de esa manera, y le exigieron que presentara inmediatamente Sus credenciales por medio de algún milagro. La cosa era que reconocían que la acción de Jesús indicaba que Él se presentaba como el Mesías. Siempre se había esperado que, cuando viniera el Mesías, demostraría que era Él haciendo algunos milagros. Los falsos mesías que surgían a veces prometían separar las aguas del Jordán y derribar los muros de la ciudad con su palabra. La idea popular del Mesías era que vendría haciendo milagros; así es que los judíos dijeron a Jesús: «Con esta acción Te has proclamado públicamente como Mesías. Demuéstranos que lo eres haciendo algún milagro.» La contestación de Jesús presenta el mayor problema de este pasaje. ¿Qué fue lo que dijo exactamente? ¿Y qué quería decir? Debemos tener presente que la contestación: «Destruyan este templo, y en tres días volveré a levantarlo» contiene la interpretación que escribió Juan mucho después. No podía por menos de leer entre líneas en este pasaje ideas que eran realmente el resultado de setenta años de meditación y de experiencia con el Cristo Resucitado. Como dijo Ireneo hace mucho: «Ninguna profecía se entiende del todo hasta después de su cumplimiento.» Entonces, ¿qué fue lo que dijo Jesús realmente, y lo que quiso decir?

No cabe la menor duda que Jesús dijo algo que se parecía mucho a esto, palabras que podrían tergiversarse maliciosamente con una finalidad destructiva. En el juicio de Jesús se presentaron unos testigos falsos que dijeron en Su contra: «Este tipo dijo: «Yo soy capaz de destruir el templo de Dios, y edificarlo otra vez en tres días» (Mateo 26:61). La acusación que se fraguó contra Esteban era: «Le hemos oído decir que ese tal Jesús de Nazaret destruirá este lugar y cambiará las costumbres que nos transmitió Moisés» (Hechos 6:14).

Hay dos cosas que debemos recordar y relacionar. La primera, que es seguro que Jesús no dijo nunca que destruiría el templo material y luego lo reconstruiría. Sí es verdad que Jesús preveía el final del templo. A la Samaritana le dijo: –Créeme, mujer, que llega la hora en que ustedes adorarán al Padre sin tener que venir a este monte ni ir a Jerusalén. Porque se le adoraría en Espíritu y en Verdad. (Juan 4:21). Y la segunda, que la Purificación del templo, como ya hemos visto, fue una manera dramática de enseñar que todo el culto del templo, con su ritual y sacrificios, era impertinente –y no servía para guiar a las personas hacia Dios. Está claro que Jesús esperaba que desapareciera el templo; que Él había venido para hacer innecesario y obsoleto su culto, y que, por tanto, Él no iba a sugerir que lo reedificaría.

Ahora debemos volver a Marcos. Como otras muchas veces, encontramos aquí la frasecilla extra sugestiva e iluminadora.

Marcos transcribe la acusación contra Jesús de la siguiente manera: «Yo destruiré este templo que está hecho con las manos, y en tres días edificaré otro no hecho con manos» (Marcos 14:58). Lo que Jesús quería decir realmente era que Su venida había puesto fin a todo ese sistema organizado y hecho por los hombres de dar culto a Dios, y había puesto en su lugar un culto espiritual; que Él había puesto fin a todo ese asunto de los sacrificios animales y del ritual sacerdotal, y había puesto en su lugar un acceso directo al Espíritu de Dios que no necesitaba un templo elaborado y hecho a mano ni un ritual de incienso y sacrificios ofrecidos por manos humanas. La advertencia de Jesús era: «El culto de vuestro templo, vuestro complicado ritual, vuestros pródigos sacrificios animales han llegado a su fin, porque Yo he venido.» Y Su promesa era: « Yo os daré un camino para llegar a Dios sin toda esta elaboración y ritual humanos. Yo he venido para destruir este templo de Jerusalén y hacer que toda la Tierra sea un templo en el que la humanidad pueda experimentar la presencia del Dios viviente.»

Los judíos lo vieron. Fue el año 19 a.C. cuando Herodes empezó a edificar su maravilloso templo, y no fue hasta el año 64 d.C. cuando se concluyó la edificación. Hacía cuarenta y cuatro años que se había empezado, y aún faltaban otros veinte para que se terminara. Jesús escandalizó a todos los judíos al decirles que toda aquella grandeza y esplendor, y todo el dinero y la habilidad que se habían derrochado en él, eran completamente irrelevantes; que Él había venido para indicar a la humanidad el camino que conduce a Dios sin necesidad de ninguna clase de templo.

Algo así debe de haber sido lo que dijo Jesús; pero en años sucesivos Juan vio mucho más que eso en las palabras de Jesús.

Vio nada menos que una profecía de la Resurrección; y Juan tenía razón. La tenía por una razón básica: porque toda la redondez de la Tierra no podría llegar a ser el Templo del Dios viviente hasta que Jesús fuera liberado del cuerpo y estuviera presente el todas partes; y hasta que estuviera con los Suyos en todo lugar y tiempo hasta el fin del mundo.

Es la presencia del Cristo resucitado y viviente lo que hace que todo el mundo sea el Templo de Dios. Así es que Juan dice que, cuando los discípulos de Jesús se acordaron de Sus palabras, vieron en ellas una promesa de la Resurrección. No lo habían visto antes; ni podían; fue solamente su propia experiencia del Cristo viviente lo que les mostró al cabo del tiempo toda la hondura de lo que había dicho Jesús.

Por último Juan dice que «creyeron la Escritura.» ¿Qué Escritura? Juan se refiere a aquella Escritura que se cernía sobre la Iglesia Primitiva: «No permitirás que Tu Santo experimente la corrupción» (Salmo 16:10). Pedro la citó el día de Pentecostés: Así que, viendo anticipadamente la resurrección del Mesías, David habló de ella y dijo que el Mesías no se quedaría en el sepulcro ni su cuerpo se descompondría. (Hechos 2:31); Pablo la citó en Antioquía: Por eso dice también en otro lugar: ‘No permitirás que se descomponga el cuerpo de tu santo siervo. (Hechos 13:35). Expresaba la confianza de la iglesia en el poder de Dios y en la Resurrección de Jesucristo.

Tenemos aquí la verdad imponente de que nuestro contacto con Dios, nuestro acceso a Su presencia, no depende de nada que podamos hacer con nuestras manos o diseñar con nuestras mentes. En las calles, en el hogar, en el trabajo, en las montañas, en las carreteras, en la iglesia, tenemos nuestro templo íntimo: la presencia del Cristo Resucitado que está siempre con nosotros por todo el mundo.

El que ve el corazón

Cuando Jesús estaba en Jerusalén para la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en Su nombre, porque veían las señales que hacía; pero Jesús mismo no Se les confiaba, porque los conocía a todos y no tenía necesidad de que nadie Le atestiguara cómo era una persona; porque Él sabía muy bien lo que hay en la naturaleza humana: Juan no nos relata ninguna de las maravillas que realizó Jesús en Jerusalén aquella Pascua; pero Jesús hizo muchos milagros allí y entonces, y hubo muchos que, al contemplar Sus obras, creyeron en Él. La pregunta que Juan está contestando aquí es: Si hubo muchos que creyeron en Jerusalén desde el mismo principio, ¿por qué no desplegó Jesús Su bandera allí y entonces y declaró abiertamente Quién era?

La respuesta es: Jesús conocía demasiado bien la naturaleza humana; sabía que había muchos para los que Él no era más que una maravilla de nueve días; sabía que había muchos que se sentían atraídos por las cosas sensacionales que hacía; sabía que no había nadie que entendiera el camino que había escogido; sabía que había muchos que Le habrían seguido mientras siguiera haciendo milagros y maravillas y señales, pero que, si empezara a hablarles de servicio y de autonegación, de rendirse a la voluntad de Dios, o de una cruz y la necesidad de asumirla, se Le habrían quedado mirando con una mirada ausente y Le habrían dejado solo.

Una de las grandes características de Jesús era que no quería seguidores que no supieran y aceptaran clara y definitivamente lo que implicaba el seguirle a Él. Se negó a aprovecharse de la popularidad del momento. Si Se hubiera confiado a la gente de Jerusalén, Le habrían proclamado Mesías allí y entonces, y habrían esperado la clase de acción material que esperaban que tomara el Mesías. Pero Jesús era un Líder que se negaba a invitar a la gente a que Le aceptara hasta que hubieran comprendido lo que aquello implicaba. Insistía en que las personas supieran lo que estaban haciendo.

Jesús conocía la naturaleza humana. Conocía la fragilidad e inestabilidad del corazón. Sabía que una persona se podía sentir arrebatada en un momento de emoción, y volverse atrás cuando descubriera lo que realmente suponía la decisión. Sabía el hambre de sensaciones que hay, en la naturaleza: humana. No quería una multitud vitoreando sin saber por qué, sino una compañía reducida de supiera lo que hacía y estuviera dispuesta a seguirle hasta el final.

Hay algo que debemos notar en este pasaje, porque tendremos ocasión de encontrarlo una y otra vez. Cuando Juan habla de los milagros de Jesús los llama señales. El Nuevo Testamento usa tres palabras diferentes para las obras maravillosas de Dios y de Jesús, cada una de las cuales nos dice algo de lo que es realmente un milagro.

(i) Usa la palabra teras. Teras quiere decir sencillamente algo maravilloso. Es una palabra que no tiene absolutamente ninguna significación moral. Un truco de prestidigitador podría ser un teras. Un teras era simplemente algo inexplicable que le dejaba a uno boquiabierto. El Nuevo Testamento no usa nunca esta palabra sola refiriéndose a las obras de Dios o de Jesús.

(ii) Usa la palabra dynamis. Dynamis quiere decir literalmente poder; de ella deriva la palabra dinamita. Se puede referir a cualquier clase de poder extraordinario: del poder de crecimiento, de los poderes de la naturaleza, del poder de una medicina ,y del del genio de un hombre. Siempre tiene el sentido de un poder efectivo que produce resultados y que puede reconocer cualquier persona.

(iii) Usa la palabra sémeion. Sémeion, de la que se derivan semáforo, semántica y otras muchas, quiere decir señal. Es la palabra favorita de Juan. Para él un milagro no era simplemente un hecho sorprendente, ni el resultado de un poder extraordinario, sino una señal. Es decir: le decía algo a la gente de la Persona Que lo había hecho; revelaba algo de Su carácter; descubría algo de Su naturaleza; era una acción que permitía comprender mejor y más plenamente cómo era el Que lo hacía. Lo más importante para Juan en los milagros era que decían algo acerca de la naturaleza y el carácter de Dios. Jesús usaba Su poder para sanar a los enfermos, alimentar a los hambrientos, consolar a los afligidos; y el hecho de que Jesús usara Su poder de esa manera era una señal de que Dios Se preocupa de los dolores y las necesidades de la humanidad. Para Juan, los milagros eran señales del amor de Dios.

En cualquier milagro hay tres cosas: la maravilla que deja a las personas alucinadas, sorprendidas y atemorizadas; el poder efectivo que puede remediar un cuerpo quebrantado, una mente desquiciada, un corazón herido, y la señal que nos habla del amor que hay en el corazón del Dios Que hace esas cosas.

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