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Jesús y Nicodemo

Había un fariseo llamado Nicodemo, que era un hombre importante entre los judíos. Este fue de noche a visitar a Jesús, y le dijo: Maestro, sabemos que Dios te ha enviado a enseñarnos, porque nadie podría hacer los milagros que tú haces, si Dios no estuviera con él. Jesús le dijo: Te aseguro que el que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le preguntó: ¿Y cómo puede uno nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso podrá entrar otra vez dentro de su madre, para volver a nacer? Jesús le contestó: Te aseguro que el que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de padres humanos, es humano; lo que nace del Espíritu, es espíritu. No te extrañes de que te diga: ‘Todos tienen que nacer de nuevo.’ El viento sopla por donde quiere, y aunque oyes su ruido, no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así son también todos los que nacen del Espíritu. Nicodemo volvió a preguntarle: ¿Cómo puede ser esto? Jesús le contestó: ¿Tú, que eres el maestro de Israel, no sabes estas cosas? Te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos, y somos testigos de lo que hemos visto; pero ustedes no creen lo que les decimos. Si no me creen cuando les hablo de las cosas de este mundo, ¿cómo me van a creer si les hablo de las cosas del cielo? “Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo; es decir, el Hijo del hombre. Y así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también el Hijo del hombre tiene que ser levantado, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Juan 3:1-15

La mayor parte de las veces vemos a Jesús rodeado de personas corrientes; pero aquí le vemos en contacto con uno de la aristocracia de Jerusalén. Hay algunas cosas que sabemos de Nicodemo.

(i) Nicodemo tiene que haber sido rico. Cuando Jesús murió, Nicodemo trajo para preparar Su cuerpo para la sepultura «una mezcla de mirra y áloes que pesaba unas cien libras» (Juan 19:39), que sólo podría comprar uno que fuera rico.

(ii) Nicodemo era fariseo. En muchos sentidos los fariseos eran las mejores personas de todo el país. Nunca fueron más de seis mil; formaban lo que se llamaba una jaburá o hermandad. Se ingresaba en esa hermandad comprometiéndose delante de tres testigos a consagrar su vida al cumplimiento de todos los detalles de la ley tradicional.

¿Qué quería decir eso? Para los judíos, la Ley era la cosa más sagrada del mundo. La Ley eran los cinco primeros libros del Antiguo Testamento. Creían que era la perfecta Palabra de Dios. El añadirle o sustraerle una sola palabra era pecado mortal.

Ahora bien: si la Ley era la Palabra completa y perfecta de Dios, eso quería decir que contenía todo lo que una persona necesitaba saber para vivir una vida buena, si no explícitamente, por lo menos implícitamente. Si no todo se encontraba en ella con todas las letras, tenía que ser posible deducirlo. La Ley tal como se encontraba consistía en un conjunto de grandes principios, amplios y nobles, que cada uno tenía que aplicar a su vida. Pero para los judíos posteriores eso no era suficiente.

Decían: «La Ley es completa; contiene todo lo necesario para vivir una vida buena; por tanto, en la Ley tiene que haber una regla que gobierne cualquier incidente posible de cualquier momento posible para cualquier persona posible.» Así es que se dedicaron a extraer de cada principio de la Ley un número incalculable de reglas y normas para gobernar cualquier situación imaginable de la vida. En otras palabras: cambiaron la Ley de los grandes principios en un legalismo de reglas adicionales interminables.

El mejor ejemplo de lo que hacían se ve en la ley del sábado. En la Biblia se nos dice sencillamente que hemos de acordarnos del sábado para mantenerlo corno un día santo y no hacer en él ningún trabajo, ni uno mismo ni sus criados y animales. No contentos con eso, los judíos de tiempos posteriores se dedicaron hora tras hora y generación tras generación a definir lo que es un trabajo y a hacer la lista de todas las cosas que se pueden o no se pueden hacer en sábado. La Misná es la codificación de la ley tradicional. Los escribas se pasaban la vida deduciendo estas reglas y normas. En la Misná, la sección acerca del sábado ocupa no menos de veinticuatro capítulos. El Talmud es el comentario de la Misná, y en el Talmud de Jerusalén la sección dedicada a las leyes del sábado ocupa sesenta y cuatro columnas y media; y en el Talmud de Babilonia, ciento cincuenta y seis páginas de doble folio. Y se nos dice que un rabino pasó dos años y medio estudiando, uno de los veinticuatro capítulos de la Misná sobre el sábado.

La clase de cosa que hacían era algo así: Atar un nudo en sábado era hacer un trabajo; pero había que definir qué era un nudo. «Los siguientes son los nudos que es pecado hacer: el nudo de los conductores de camellos y el de los marineros; y tan pecado es si se atan como si se desatan.» Por otra parte, los nudos que se pueden atar y desatar con una sola mano estaban permitidos. Además, «una mujer puede atarse la abertura de la enagua y las cintas de la cofia o de la faja, las correas de los zapatos o sandalias y de los pellejos del vino o del aceite.» Ahora veamos lo que sucedía: Supongamos que un hombre quería bajar, al pozo el cubo para sacar agua el sábado; no podía atarle la cuerda, porque era ilegal hacer un nudo en una cuerda el sábado; pero lo podía atar al cinturón de su mujer para bajarlo, porque el nudo del cinturón sí era legal. Esas eran cosas de vida o muerte para los escribas y fariseos; eso era la religión, la manera de servir y agradar a Dios.

Tomemos el ejemplo de viajar en sábado. Éxodo 16:29 dice: «Estese, pues, cada uno en su lugar, y nadie salga de él en el séptimo día.» Así que lo que se podía viajar el sábado se limitaba a dos mil codos, es decir, algo menos de un kilómetro. Pero, si se ataba una cuerda de lado a lado al final de una calle, toda la calle se consideraba la casa de uno, y se podía recorrer el kilómetro a partir de la cuerda. O, si se depositaban alimentos suficientes para una comida el viernes antes de la puesta del sol, que era cuando empezaba el sábado, en algún lugar, ése se convertía técnicamente en la casa de esa persona, que podía contar desde allí la distancia que podía recorrer en sábado. Las reglas y reglamentos y las exenciones se amontonaban hasta el infinito.

Tomemos el ejemplo de llevar una carga. Jeremías 17:2124 decía: «Guardaos por vuestra vida de llevar carga en el día de reposo.» Entonces había que definir lo que era una carga; y se decía que era «comida comparable a un higo seco, el vino necesario para mezclarlo en una copa, un sorbo de leche, la miel que se pondría en una herida, el aceite necesario para ungir un miembro pequeño, el agua necesaria para disolver un colirio,» etc., etc. Así que se tenía que decidir si una mujer podía llevar un broche en sábado o no, si se podía llevar una pierna o una dentadura postiza, o si eso sería llevar una carga. ¿Se podía levantar una silla, o llevar en brazos a un niño? Y así se prolongaban indefinidamente las discusiones y las disposiciones.

Los escribas eran los que deducían todas estas reglas, y los fariseos, los que dedicaban la vida a cumplirlas. Está claro que, por muy equivoco que estuviera un hombre, tenía que tomarlo muy en serio para proponerse obedecer cada una de todos esos millares de reglas: Y eso era precisamente lo que hacían los fariseos. El nombre de fariseos quería decir separado, un hombre aparte; y los fariseos eran los que se separaban de la vida ordinaria para observar todos los detalles de la ley de los escribas.

Nicodemo era fariseo, y es sorprendente que quisiera hablar con Jesús un hombre: que tenía esa idea de la bondad y que estaba entregado a esa clase de vida porque estaba convencido de que era la manera de agradar a Dios.

(iii) Nicodemo era uno de los gobernadores de los judíos.

La palabra es arjón. Esto quiere decir que eran un miembro el sanedrín, que era el tribunal supremo de los judíos que estaba formado por setenta miembros. Por supuesto que, bajo el dominio romano; sus poderes estaban muy limitados; pero seguían siendo considerables. En particular, el sanedrín tenía jurisdicción religiosa sobre todos los judíos del mundo, y uno de sus deberes era examinar y dictaminar en el caso de que surgiera un falso profeta. Así que resulta todavía más sorprendente el que Nicodemo quisiera hablar con Jesús.

(iv) Es posible que Nicodemo perteneciera a una familia judía distinguida. Allá por el año 63 a.C., cuando los romanos y los judíos habían estado en guerra, el líder judío Aristóbulo envió a un cierto Nicodemo como embajador al emperador romano Pompeyo. Mucho más tarde, en los terribles últimos días de Jerusalén, el que negoció la rendición de la guarnición fue un cierto Gorión, hijo de Nicomedes o Nicodemo. Puede que estos dos personajes históricos pertenecieran a la misma familia de nuestro Nicodemo, y que la suya fuera una de las familias más distinguidas de Jerusalén. -Si era así, es verdaderamente maravilloso que este aristócrata – judío viniera a hablarle de su alma a este profeta ambulante que no había sido más que un carpintero en Nazaret.

Fue por la noche cuando vino Nicodemo a Jesús, lo que puede haber sido por una de dos razones.

(i) Puede que fuera por precaución: Puede que Nicodemo no estuviera dispuesto a comprometerse viniendo a Jesús de día. No le podemos condenar por eso. Bastante sorprendente es ya que un hombre de su categoría viniera a Jesús, como y cuando fuera. Era infinitamente mejor venir de noche que no venir. Fue un milagro de la gracia de Dios el que Nicodemo venciera sus prejuicios y principios y sentido de la vida lo suficiente como para venir a Jesús.

(ii) Pero puede que fuera por otra razón. Los rabinos decían que la mejor hora para estudiar la Ley era por la noche, cuando no se presentaban distracciones. Durante el día Jesús estaba siempre rodeado de gente. Puede ser que Nicodemo viniera a Jesús por la noche porque quería hablar a solas y sin interrupciones con Él.

Nicodemo era un hombre con inquietudes, con muchos honores pero con un gran vacío en su vida. Vino a hablar con Jesús a ver si encontraba la luz en las tinieblas de la noche.

Cuando Juan nos relata las conversaciones que tuvo Jesús con algunas personas, sigue un cierto esquema. Aquí lo vemos muy claro. El interlocutor dice algo: Maestro, sabemos que Dios te ha enviado a enseñarnos, porque nadie podría hacer los milagros que tú haces, si Dios no estuviera con él. Jesús contesta de una forma que resulta difícil de entender: Te aseguro que el que no nace de nuevo,[al no puede ver el reino de Dios. El interlocutor lo toma en otro sentido: ¿Y cómo puede uno nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso podrá entrar otra vez dentro de su madre, para volver a nacer? Jesús se lo dice de otra manera que es todavía más difícil de entender: Te aseguro que el que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Y sigue a continuación una exposición e interpretación: Lo que nace de padres humanos, es humano; lo que nace del Espíritu, es espíritu…. Juan usa este método para que veamos cómo llegaban las personas a comprender por sí mismas, y para que nosotros hagamos lo mismo.

Cuando Nicodemo se encontró a solas con Jesús Le dijo que nadie podía por menos de sentirse impresionado con las señales y milagros que realizaba Jesús. Jesús le contestó que lo realmente importante no eran las señales y los milagros, sino el cambio radical en la vida de una persona, que sólo se podría describir como un nuevo nacimiento.

Cuando Jesús dijo que es necesario nacer de nuevo Nicodemo no Le entendió, y su confusión procedía del hecho de que la palabra que la versión Reina-Valera traduce por de nuevo, en griego anóthen, tiene tres sentidos diferentes.

(i) Puede querer decir desde el principio, totalmente, de arriba a abajo.

(ii) Puede querer decir de nuevo, otra vez, en el sentido de por segunda vez.

(iii) Puede querer decir de arriba, y, por tanto, de Dios. No nos es posible indicar todos esos sentidos en una sola palabra española; pero los tres están incluidos en la frase nacer de nuevo. Nacer de nuevo es experimentar un cambio tan radical que es como un nuevo nacimiento; es que le pase a uno en el alma algo que sólo se puede describir como nacer totalmente de nuevas otra vez; y ese proceso no es el resultado del esfuerzo humano, sino de la gracia y el poder de Dios.

Cuando leemos este pasaje nos parece que Nicodemo entendió la palabra de nuevo solamente en el segundo sentido, es decir, en el más literal. ¿Cómo puede uno que ya es mayor, dijo, meterse otra vez en el seno materno y nacer por segunda vez? Pero la reacción de Nicodemo no era tan simple. Había una gran ansia insatisfecha en su corazón; y es como si dijera, con un anhelo sincero y profundo: «Tú hablas de nacer de nuevo, de ese cambio radical y fundamental que necesitamos. Yo sé que es necesario; pero, en mi experiencia, es imposible. No hay nada que yo desee más que eso; pero es como si me dijeras a mí, un hombre hecho y derecho, que me meta en el vientre de mi madre y nazca otra vez.» No ponía en duda el que tal cambio fuera deseable, eso lo sabía y reconocía Nicodemo demasiado bien, sino que fuera posible. Nicodemo se enfrentaba con el eterno problema del que quiere cambiar, pero no puede cambiarse a sí mismo.

Esta frase nacer de nuevo o renacer recorre todo el Nuevo Testamento. Pedro habla de renacer por la gran misericordia de Dios: Alabemos al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia nos ha hecho nacer de nuevo por la resurrección de Jesucristo. Esto nos da una esperanza viva, (1 Pedro 1:3); y también de renacer, no de simiente corruptible, sino incorruptible: Pues ustedes han vuelto a nacer, y esta vez no de padres humanos y mortales, sino de la palabra de Dios, que es viva y permanente. (1 Pedro 1:23). Santiago nos dice que Dios nos hizo renacer por la Palabra de verdad: Él, porque así lo quiso, nos dio vida mediante el mensaje de la verdad, [al para que seamos los primeros frutos de su creación. (Santiago 1:18). En la Carta a Tito se nos habla del lavamiento de la regeneración. Algunas veces se expresa esta misma idea como una muerte seguida de una resurrección o recreación.

Pablo dice que los cristianos hemos muerto con Cristo y resucitado a una nueva vida: ¿Qué diremos entonces? ¿Vamos a seguir pecando para que Dios se muestre aún más bondadoso? ¡Claro que no! Nosotros y a hemos muerto respecto al pecado; ¿cómo, pues, podremos seguir viviendo en pecado? ¿No saben ustedes que, al quedar unidos a Cristo Jesús en el bautismo, quedamos unidos a su muerte? Pues por el bautismo fuimos sepultados con Cristo, y morimos para ser resucitados y vivir una vida nueva, así como Cristo fue resucitado por el glorioso poder del Padre. Si nos hemos unido a Cristo en una muerte como la suya, también nos uniremos a él en su resurrección. Sabemos que lo que antes éramos fue crucificado con Cristo, para que el poder de nuestra naturaleza pecadora quedara destruido y ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado. Porque, cuando uno muere, queda libre del pecado. Si nosotros hemos muerto con Cristo, confiamos en que también viviremos con él. Sabemos que Cristo, habiendo resucitado, no volverá a morir. La muerte ya no tiene poder sobre él. Pues Cristo, al morir, murió de una vez para siempre respecto al pecado; pero al vivir, vive para Dios. Así también, ustedes considérense muertos respecto al pecado, pero vivos para Dios en unión con Cristo Jesús. (Romanos 6:1-11). Y habla de los que se han convertido hace poco como bebés en Cristo: yo, hermanos, no pude hablarles entonces como a gente madura espiritualmente, sino como a personas débiles, como a niños en cuanto a las cosas de Cristo. Les di una enseñanza sencilla, igual que a un niño de pecho se le da leche en vez de alimento sólido, porque ustedes todavía no podían digerir la comida fuerte. ¡Y ni siquiera pueden digerirla ahora (1 Corintios 3:1-2). El que una persona esté en Cristo, es decir, sea cristiana es como si hubiera sido creada totalmente de nuevo: Por lo tanto, el que está unido a Cristo es una nueva persona. Las cosas viejas pasaron; se convirtieron en algo nuevo. (2 Corintios 5:17). Una nueva creación tiene lugar en Cristo: De nada vale estar o no estar circuncidados; lo que sí vale es el haber sido creados de nuevo. (Gálatas 6:15).

El que está dando los primeros pasos en Cristo es un niño: Al cabo de tanto tiempo, ustedes y a deberían ser maestros; en cambio, necesitan que se les expliquen de nuevo las cosas más sencillas de las enseñanzas de Dios. Han vuelto a ser tan débiles que, en vez de comida sólida, tienen que tomar leche. Y los que se alimentan de leche son como niños de pecho, incapaces de juzgar rectamente. La comida sólida es para los adultos, para los que y a saben juzgar, porque están acostumbrados a distinguir entre lo bueno y lo malo. (Hebreos 5:12-14). Esta idea del nuevo nacimiento o de la nuevas creación aparece en todo el Nuevo Testamento. Ahora bien, esta idea no les sonaría extraña en absoluto a los primeros lectores del Nuevo Testamento. Los judíos la usaban al hablar de los que procedían del paganismo y aceptaban el judaísmo mediante la oración, el sacrificio, el bautismo y la circuncisión: eran nacidos de nuevo. «El prosélito que abraza el judaísmo -decían los rabinos- es como un niño, recién nacido.» Tan radical era el cambio que todos los pecados que hubiera cometido antes se le habían perdonado, por que ahora era una persona diferente. En teoría se afirmaban aunque es de esperar que no se llevara nunca a cabo, que tal hombre se podía casar con su madre o con su hermana, porque todos sus lazos familiares anteriores quedaban anulados. Los judíos hablaban del nuevo nacimiento.

Los griegos también conocían muy bien esa idea. Las religiones más reales de los griegos de entonces eran los misterios. Esas religiones se basaban en el mito de algún dios que sufría, moría y resucitaba. Se hacían representaciones de su pasión. Los iniciados pasaban por un largo período de preparación, instrucción, ascetismo y ayuno. Entonces se representaba el drama con una música y un ritual impresionante, incienso y todo lo que pudiera influir en las emociones.

En la representación, el que tomaba parte en aquella forma de culto se identificaba con el dios de tal manera que pasaba por los mismos sufrimientos y compartía el triunfo y la vida divina del dios. Las religiones mistéricas ofrecían una unión mística con algún dios. Cuando se experimentaba aquella unión, el iniciado era, en el lenguaje de los misterios, un nacido de nuevo. Los misterios herméticos tenían como parte de sus creencias básicas que «No puede haber salvación sin regeneración.» Apuleyo, que se sometió a la iniciación, dijo que había pasado por «una muerte voluntaria,» y que mediante ella había alcanzado «su nuevo nacimiento espiritual,» y era «como nacido de nuevo.» Muchos de los ritos de iniciación de los misterios tenían lugar a medianoche, cuando muere y renace el día. En los misterios frigios, al iniciado, después de su iniciación, le daban leche, como si fuera un niño recién nacido.

El mundo antiguo conocía muy bien la idea del renacimiento y la regeneración. Lo anhelaba y buscaba por todas partes. La más famosa de todas las ceremonias misteriosas era el taurobolium. El candidato se metía en un pozo, que se cubría con una rejilla. Sobre esta se degollaba un toro, cuya sangre bañaba al iniciado; y cuando salía del pozo era renatus in aeternum, renacido para la eternidad. El Cristianismo trajo precisamente lo que todo el mundo estaba buscando.

¿Qué quiere decir para nosotros el nuevo nacimiento? En el Nuevo Testamento, y especialmente en el Cuarto Evangelio, hay cuatro ideas íntimamente relacionadas: el nuevo nacimiento; el Reino del Cielo, en el que nadie puede entrar a menos que nazca de nuevo; llegar a ser hijos de Dios, y la vida eterna. La idea del nuevo nacimiento no es exclusiva del pensamiento del Cuarto Evangelio. En Mateo encontramos la misma gran verdad expresada aún más sencilla y gráficamente: «Si no os volvéis y os hacéis como niños no entraréis en el Reino del Cielo» (Mateo 18:3). Estas ideas encierran la misma verdad.

Nacer de nuevo

Vamos a empezar por El Reino del Cielo. ¿Qué quiere decir? Su mejor definición la encontramos en el Padre Nuestro, también conocido como Oración Dominical que contiene dos peticiones paralelas: Venga Tu Reino, Hágase Tu voluntad, como en el Cielo, así también en la Tierra.

Es característico del estilo hebreo el decir las cosas de dos maneras algo diferentes, la segunda de las cuales explica y amplía la primera. En los Salmos encontramos innumerables ejemplos de esta forma poética que se conoce técnicamente como paralelismo: Dios es nuestro amparo y fortaleza, Nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos aunque la tierra sea removida, Y se traspasen los montes al corazón del mar; Aunque bramen y borboteen sus aguas, Y tiemblen los montes a causa de su ímpetu. Jehová de las ejércitos está con nosotros; Nuestro refugio es el Dios de Jacob (Salmo 46:1-3, 7). Lávame más y más de mi maldad, Y límpiame de mi pecado (Salmo 51:2). En lugares de delicados pastos me hará descansar; Junto a aguas de reposo me pastoreará (Salmo 23:2).

Apliquemos ese principio a las dos peticiones de la Oración Dominical: la segunda completa y explica la primera, y así llegamos a la definición del Reino del Cielo como una sociedad en la que la voluntad de Dios se hace en la Tierra tan perfectamente como en el Cielo. Estar en el Reino del Cielo es, por tanto, llevar una vida en la que lo sometemos todo voluntariamente a la voluntad de Dios; es haber llegado a una situación en la que aceptamos la voluntad de Dios de una manera perfecta y completa.

Ahora vamos a fijarnos en la condición de hijos. En un sentido, es un privilegio tremendo. A los que creen se les concede el derecho de llegar a ser hijos de Dios: Pero a quienes lo recibieron y creyeron en él, les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios. (Juan 1:12).
Pero es de la misma esencia de la condición de hijos la obediencia. «Si Me amáis, guardad mis mandamientos.» «El que tiene Mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama…» (Juan 14:15 y 21). La esencia de la condición de hijos es el amor, y la esencia del amor es la obediencia. No podemos ser sinceros si decimos que amamos a una persona y hacemos cosas que hieren y entristecen su corazón. Ser hijos es un privilegio del que se participa solamente cuando se rinde una obediencia perfecta. Así pues, ser hijos de Dios y estar en el Reino de Dios son la misma cosa. Los hijos de Dios y los ciudadanos de Su Reino son las personas que han aceptado completa y libremente la voluntad de Dios.

Ahora fijémonos en la vida eterna. Es mejor llamarla eterna que perdurable. Lo principal de la vida eterna no es simplemente una cuestión de duración. Está claro que una vida que se prolongara indefinidamente podría ser un infierno lo mismo que un cielo. La idea que subyace en la vida eterna es la de una cierta calidad de vida. ¿Cuál? Hay sólo Uno al Que se le puede aplicar este adjetivo eterno (aiónios), y es Dios. La vida eterna es la clase de vida que vive Dios, la vida de Dios. El entrar en la vida eterna es llegar a participar de la clase de vida que es la vida de Dios. Es estar por encima de todo lo meramente humano y pasajero, y entrar en el gozo y la paz que pertenecen solamente a Dios. Está claro que no se puede entrar en esa íntima comunión con Dios a menos que Le ofrezcamos el amor, la devoción y la obediencia que Le son debidos y que nos introducen en ella.

Aquí tenemos, pues, tres grandes concepciones gemelas: entrar en el Reino del Cielo, llegar a ser hijos de Dios y participar de la vida eterna; y las tres dependen y son productos de la obediencia perfecta a la voluntad de Dios. Aquí es donde se introduce la idea del nuevo nacimiento: es lo que enlaza y armoniza estas tres concepciones. Está claro que, tal como somos y dependiendo de nuestras fuerzas somos absolutamente incapaces de rendir a Dios esa perfecta obediencia; sólo cuando la gracia de Dios llega a tomar posesión de nosotros y nos cambia podemos darle a Dios la reverencia y la devoción que Le debemos. Nacemos de nuevo por medio de Jesucristo; es cuando Le entregamos nuestros corazones y vidas cuando se produce el cambio:

Cuando eso sucede, nacemos de agua y del Espíritu. Aquí hay dos ideas. El agua es el símbolo de la limpieza. Cuando Jesús toma posesión de nuestras vidas, cuando Le amamos con todo nuestro corazón, nuestros pecados pasados son perdonados y olvidados. El Espíritu es el símbolo del poder. Cuando Jesús toma posesión de nuestras vidas, no es sólo que nuestros pecados pasados son perdonados y olvidados; si eso fuera todo, podríamos volver otra vez a arruinar la vida, pero entra en ella un nuevo poder que nos permite ser lo que por nosotros mismos no podríamos ser, y hacer lo que por nosotros mismos no podríamos hacer. El agua y el Espíritu representan la limpieza y la fortaleza del poder de Cristo que borra el pasado y da la victoria en el futuro.

Por último, en este pasaje Juan establece una gran ley. Lo que nace de la carne es carne, y lo que nace del Espíritu es espíritu. La persona humana no es nada más que carne, y sus posibilidades se limitan a las de la carne. Por sí misma no puede salir de la frustración y del fracaso; eso lo sabemos muy bien, es el hecho universal de la experiencia humana. Pero la esencia misma del Espíritu es un poder y una vida que están por encima de la vida y el poder humanos, y cuando el Espíritu toma posesión de nosotros, la vida derrotada de nuestra naturaleza humana se transforma en la vida victoriosa de Dios.

Nacer de nuevo es experimentar un cambio tan total que sólo se puede describir como re-nacimiento o re-creación. Este cambio se produce cuando amamos a Jesús y Le dejamos entrar en nuestro corazón. Entonces se nos perdona el pasado y el Espíritu nos capacita para el futuro; entonces podemos aceptar la voluntad de Dios de veras. Y entonces llegamos a ser ciudadanos del Reino del Cielo, e hijos de Dios, y a entrar en la vida eterna, que es la vida misma de Dios.

La obligación de saber y el derecho de hablar

El no comprender puede ser por varias razones. Puede ser porque no se ha llegado al nivel de experiencia y de conocimientos necesarios para poder captar la verdad. «El que no sabe es como el que no ve», decimos. Si alguien se encuentra en esa situación, nuestro deber es hacer todo lo posible para explicarle las cosas, para que pueda captar el conocimiento que se le ofrece. Pero hay veces que no se entiende porque no se quiere entender: «No hay peor ciego que el que se niega a ver.» Una persona puede cerrar la mente para no ver una verdad que no quiere reconocer o aceptar.

¿Era así Nicodemo? La enseñanza acerca del nuevo nacimiento que procede de Dios no debería haberle parecido extraña. Ezequiel, por ejemplo, había hablado repetidas veces del corazón nuevo que ha de ser creado en los seres humanos: «Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis; casa de Israel?» (Ezequiel 18:31). «Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros» (Ezequiel 36:26). Nicodemo era un experto en la Sagrada Escritura, y los profetas habían escrito mucho acerca de la experiencia de la que estaba hablándole Jesús. Si una persona no quiere renacer, le resultará incomprensible lo que quiere decir el nuevo nacimiento. Si uno no quiere cambiar, le cerrará voluntariamente los ojos y la mente y el corazón al poder que le puede cambiar.

En última instancia, lo que pasa con tantos de nosotros es sencillamente que, cuando viene Jesús a ofrecerse a cambiarnos yrecrearnos, Le decimos más o menos: «No, gracias; estoy perfectamente así, y no quiero cambiar.» Nicodemo tuvo que replegarse otra vez a la defensiva. Lo que dijo era algo así como: «Ese renacimiento del que estás hablando puede que no sea imposible, pero no puedo entender cómo funciona.»

La punta de la contestación de Jesús está en que la palabra griega para espíritu, pneuma, también quiere decir viento: Lo mismo sucede con la palabra hebrea rúaj, que también quiere decir espíritu y viento. Así es que Jesús le dijo a Nicodemo: «Tú puedes oír y sentir el viento (pneuma); pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Puede que no entiendas cómo y por qué sopla el viento, pero puedes sentirlo. Puede que no entiendas de dónde viene la tempestad ni adónde va, pero puedes observar sus efectos en las nubes y los árboles. Hay muchas cosas del viento que no puedes entender, pero sus efectos están a la vista.» Y prosiguió: «El Espíritu (Pneuma) es exactamente lo mismo. Puede que no sepas cómo obra; pero puedes ver Sus efectos en las vidas humanas.»

Jesús decía: «Esto no es nada teórico. Hablamos de lo que hemos visto de hecho. Podemos señalar a muchas personas que han nacido de nuevo por el poder del Espíritu.» El doctor John Hutton solía citar el caso de un obrero que había sido un borracho empedernido y se había convertido. Sus compañeros hicieron todo lo posible por ridiculizarle. «No nos dirás que puedes creer en los milagros y en cosas por el estilo –le decían–. Por ejemplo, que Jesús convirtió el agua en vino».

«No sé si convirtió el agua en vino cuando estaba en Palestina –contesto–; pero sé que en mi casa ha convertido el alcohol en muebles y ropa y comida sana.»

Hay un montón de cosas en este mundo que usamos todos los días sin saber cómo funcionan. Son los menos entre nosotros los que saben cómo funcionan la electricidad, la radio, la televisión y hasta el coche, entre otras muchas cosas; pero no por eso decimos que no existen. Muchos de nosotros usamos un coche aunque no tenemos más que una ligerísima idea de lo que pasa debajo del capó; aunque no entendemos del todo cómo funciona, eso no nos impide usarlo y disfrutar de todas sus ventajas.

Puede que no entendamos cómo obra el Espíritu, pero Su efecto en las vidas de las personas está a la vista de todo el mundo. El argumento incontestable a favor del Evangelio son las vidas cambiadas de los que lo han aceptado. Nadie debiera descartar una fe que es capaz de hacer que los malos se hagan buenos. Jesús dijo a Nicodemo: «He tratado de ponértelo fácil. He usado ejemplos humanos sencillos tomados de la vida diaria, y no has entendido. ¿Cómo esperas entender las cosas profundas si hasta las más sencillas te resultan incomprensibles?»

Hay aquí una seria advertencia para todos nosotros. Es fácil tomar parte en grupos de discusión, ponerse a estudiar y a leer libros, a discutir intelectualmente el Cristianismo; pero lo esencial es experimentar el poder del Evangelio. Es verdad que es importante tener una comprensión intelectual del orbe de la verdad cristiana; pero es mucho más importante tener una experiencia vital del poder de Jesucristo. Cuando un paciente está bajo tratamiento médico, o tiene que ser operado, o se le recetan ciertas medicinas, no tiene necesidad de conocer todo el orbe de la anatomía, ni cómo actúan la anestesia o los fármacos en su cuerpo para recuperar la salud. El noventa y nueve por ciento de los pacientes experimentan la curación sin ser capaces de decir cómo se realizó. En un sentido, el Evangelio actúa así. Encierra un misterio, pero no porque desafía a la comprensión intelectual; es el misterio de la redención.

Al leer el Cuarto Evangelio resulta difícil saber cuándo terminan las palabras de Jesús y empiezan las del evangelista. Juan ha pasado tanto tiempo pensando en las palabras de Jesús que pasa imperceptiblemente de ellas a sus propios pensamientos acerca de ellas. Es casi seguro que las últimas palabras de este pasaje son de Juan. Es como. si alguien preguntara: «¿Qué derecho tiene Jesús a decir esto? ¿Cómo podemos estar seguros de que es cierto?» La respuesta de Juan es sencilla y terminante: «Jesús –dice– descendió del Cielo para comunicamos la verdad de Dios. Y, después de compartir la. vida de la humanidad y morir por ella; volvió a Su gloria.» Juan aseguraba que Jesús tenía derecho a hablar así porque conocía personalmente a Dios, porque había venido directamente del Cielo a la Tierra y porque lo que Él decía no era sino la verdad de Dios, porque Jesús era y es la encarnación de la Mente de Dios.
El Cristo elevado

Y de la misma manera que Moisés puso en alto la serpiente en el desierto, así es menester que levanten al Hijo del Hombre; para que todos los que crean en Él puedan tener la vida eterna.

Juan recuerda una historia extraña del Antiguo Testamento que se encuentra, en Números 21:4-9. Los israelitas salieron del monte Hor en dirección al Mar Rojo, dando un rodeo para no pasar por el territorio de Edom. En el camino, la gente perdió la paciencia y empezó a hablar contra Dios y contra Moisés. Decían: –¿Para qué nos sacaron ustedes de Egipto? ¿Para hacernos morir en el desierto? No tenemos ni agua ni comida. ¡Ya estamos cansados de esta comida miserable! El Señor les envió serpientes venenosas, que los mordieron, y muchos israelitas murieron. Entonces fueron a donde estaba Moisés y le dijeron: –¡Hemos pecado al hablar contra el Señor y contra ti! ¡Pídele al Señor que aleje de nosotros las serpientes! Moisés pidió al Señor que perdonara a los israelitas, y el Señor le dijo: –Hazte una serpiente como esas, y ponla en el asta de una bandera. Cuando alguien sea mordido por una serpiente, que mire hacia la serpiente del asta, y se salvará. Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso en el asta de una bandera, y cuando alguien era mordido por una serpiente, miraba a la serpiente de bronce y se salvaba. Aquella historia impresionó vivamente a los israelitas. En tiempos posteriores aquella imagen de la serpiente se convirtió en un ídolo, y tuvieron que destruirla en tiempo del rey Ezequías, porque la gente había empezado a darle culto: Quitó los lugares altos, quebró las imágenes, rompió los símbolos de Asera e hizo pedazos la serpiente de bronce que había hecho Moisés, porque hasta entonces los hijos de Israel le quemaban incienso; y la llamó Nehustán. (2 Reyes 18:4). A los mismos judíos les alucinaba este incidente, porque tenían absolutamente prohibido el hacer imágenes. Los rabinos lo explicaban diciendo: «No era la serpiente de bronce lo que daba la vida. Cuando Moisés la puso en alto, los moribundos pusieron su confianza en el Que le había mandado a Moisés que lo hiciera. Era Dios mismo el Que los sanaba.» El poder sanador no estaba en la serpiente; esta, no era más que un objeto que les hacía volver el pensamiento a Dios; y, cuando lo hacían, se ponían buenos.

Juan tomó aquella vieja historia y la usó como una parábola profética de lo que había de suceder con Jesús. Dijo: «Pusieron en alto la serpiente; los moribundos la miraban; su pensamiento volvía a Dios, y por el poder de aquel Dios en Quien ponían su confianza se curaban. Así es como era necesario que Jesús fuera levantado: para que, cuando los que estamos heridos por el pecado volvamos a El nuestro pensamiento y creamos en El, encontremos la vida eterna.»

Hay aquí un detalle maravillosamente sugestivo. El verbo levantar es hypsún. Lo curioso es que se usa de Jesús en un doble sentido: en el de ser levantado en la Cruz, y en el de ser elevado a la gloria cuando ascendió al Cielo. Se usa de la Cruz en Juan 8:28; Cuando ustedes levanten en alto al Hijo del hombre, reconocerán que yo Soy, y que no hago nada por mi propia cuenta; solamente digo lo que el Padre me ha enseñado.; en Juan 12:32: Pero cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo.; y se usa de la Ascensión de Jesús al Cielo en Hechos 2:33: Después de haber sido enaltecido y colocado por Dios a su derecha y de haber recibido del Padre el Espíritu Santo que nos había prometido, él a su vez lo derramó sobre nosotros. Eso es lo que ustedes han visto y oído.; Hechos 5:31: Dios lo ha levantado y lo ha puesto a su derecha, y lo ha hecho Guía y Salvador, para que la nación de Israel se vuelva a Dios y reciba el perdón de sus pecados.; Filipenses 2:9: Por eso Dios le dio el más alto honor y el más excelente de todos los nombres,. Hubo una doble elevación de Jesús cuando acabó Su vida en la Tierra: fue levantado en la Cruz, y fue elevado a la gloria; y las dos están inseparablemente relacionadas: ninguna podría haber sucedido sin la otra. Para Jesús la Cruz era el camino a la gloria. Si la hubiera evadido o evitado, como podría haber hecho fácilmente, no habría sido glorificado. Y lo mismo nos sucede a nosotros. Podemos, si queremos, escoger el camino fácil; podemos, si queremos, evitar la cruz que nos corresponde a todos los cristianos; pero si lo hacemos, perdemos la gloria. Es una inquebrantable ley de vida que sin cruz no hay corona.

En este pasaje hay dos expresiones con cuyo sentido nos tenemos que enfrentar. No nos será posible extraerlo en su totalidad, porque es más del que nunca podremos descubrir; pero debemos tratar de captar lo más posible.

(i) Está la frase que se refiere a creer en Jesús. Quiere decir por lo menos tres cosas.

(a) Quiere decir creer con todo nuestro corazón que Dios es como Jesús nos ha revelado que es. Quiere decir que Dios nos ama, se preocupa de nosotros y que lo que quiere hacer con nuestros pecados es perdonárnoslos. No era fácil para los judíos el creer eso. Veían a Dios como Alguien que les imponía Sus leyes y que los castigaba si las quebrantaban. Veían a Dios como el Juez, y a las personas como reos de muerte. Veían a Dios como Uno que exige sacrificios y ofrendas; para llegar a Su presencia había que pagar un precio inasequible. Era difícil pensar en Dios, no como un Juez dispuesto a imponer el castigo, ni como el capataz que exige una tarea irrealizable, sino como el Padre que nada anhela más que el que Sus hijos rebeldes vuelvan a casa: Costó la vida y la muerte de Jesús el decírnoslo. No podemos empezar a ser cristianos hasta que nuestro corazón crea esta Buena Noticia.

(b). ¿Cómo podemos estar seguros de que Jesús sabía lo que estaba diciendo? ¿Qué garantía se nos ofrece de que es cierta una Noticia tan maravillosa? Aquí llegamos al segundo artículo de nuestra fe. Tenemos que creer que Jesús es el Hijo de Dios, que, en Él está la Mente de Dios, que Él conocía a Dios tan bien y estaba tan cerca de Él y era una sola cosa con Él, que nos puede revelar plenamente la verdad acercó de Dios.

(c) Pero el creer tiene un tercer elemento. Creernos que Dios es un Padre amante porque creemos que Jesús es el Hijo de Dios y que por tanto lo que nos dice acerca de Dios es verdad. Entonces aparece e1 tercer elemento: Tenemos que jugarnos el todo por el todo a que lo que Jesús nos dice es la verdad. Tenemos que hacer todo lo que Él nos dice; tenemos que obedecer todo lo que Él nos manda. Cuando Él nos dice que tenemos que rendirnos incondicionalmente a la misericordia de Dios, lo tenemos que hacer. Tenemos que tomarle la palabra a Jesús. Hasta la cosa más insignificante de la vida se ha de hacer en obediencia incondicional a Él.

Así es que creer en Jesús tiene tres elementos: Creer que Dios es nuestro Padre amante; creer que Jesús es el Hijo de Dios y por tanto nos dice la verdad acerca de Dios y de la vida, y obedecer incondicionalmente a Jesús.

(ii) La segunda gran expresión es la vida eterna. Ya hemos visto que la vida eterna es la misma vida de Dios mismo. Pero preguntémonos lo siguiente: Si tenemos la vida eterna, ¿qué es lo que tenemos? ¿Qué es eso de entrar en la vida eterna? Tener la vida eterna es algo que envuelve en paz todas las relaciones de la vida.

(a) Nos da la paz con Dios. Ya no estamos arrastrándonos servilmente ante un tirano, o tratando de escondernos de un juez implacable: estamos en casa con nuestro Padre:

(b) Nos da la paz con nuestros semejantes. Si hemos, sido perdonados tenemos que ser perdonadores. Esto nos permite ver a las personas como Dios las ve. Nos hace miembros de una gran familia unida en amor.

(c) Nos da la paz con la vida. Si Dios es Padre, Dios dirige todas las cosas para bien. Lessing solía decir que si se le permitiera hacerle una pregunta a la esfinge que lo sabía todo sería: «¿Es este un universo amigable?» Cuando creemos en Dios como Padre también creemos que Su mano paternal no causará jamás a Sus hijos lágrimas innecesarias. Puede que no entendamos del todo la vida, pero no viviremos sumidos en el resentimiento nunca más.

(d) Nos da la paz con nosotros mismos: En último análisis nos tenemos más miedo a nosotros mismos que a nada más. Conocemos nuestros puntos flacos; conocemos la fuerza de las tentaciones; conocemos nuestras obligaciones y las exigencias de nuestra propia vida. Pero ahora sabemos que nos enfrentamos a todo con Dios. No vivimos solos, sino Cristo vive en nosotros. Hay una paz que tiene su cimiento en una fuerza suficiente para vivir: la de Cristo.

(e) Nos da la seguridad de que la paz más profunda de esta vida no es más que una sombra de la paz por venir. Nos da una esperanza y una meta hacia la que nos dirigimos. Nos da una vida gloriosamente maravillosa ya aquí y, sin embargo, al mismo tiempo, una vida en la que lo mejor está por venir.

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