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Los líderes religiosos intentan arrestar a Jesús

Oyeron los fariseos estas conversaciones que el pueblo tenía acerca de él: y así ellos, como los príncipes de los sacerdotes, despacharon ministros para prenderle. Pero Jesús les dijo: Todavía estaré con vosotros un poco de tiempo y después me voy a aquel que me ha enviado. Vosotros me buscaréis y no me hallaréis; y adonde yo voy a estar, vosotros no podéis venir. Sobre lo cual dijeron los judíos entre sí: ¿A dónde irá éste, que no le hayamos de hallar? ¿Se irá quizá por entre las naciones esparcidas por el mundo a predicar a los gentiles? ¿Qué es lo que ha querido decir con estas palabras: Me buscaréis, y no me hallaréis; y a donde yo voy a estar, no podéis venir vosotros? En el último día de la fiesta, que es el más solemne, Jesús se puso en pie, y en alta voz decía: Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba. Del seno de aquel que cree en mí, manarán, como dice la Escritura, ríos de agua viva. Esto lo dijo por el Espíritu Santo, que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no se había comunicado el Espíritu Santo, porque Jesús todavía no estaba en su gloria. Muchas de aquellas gentes, habiendo oído estos discursos de Jesús, decían: Este ciertamente es un profeta; éste es el Cristo , o Mesías, decían otros. Mas algunos replicaban: ¿Por ventura el Cristo ha de venir de Galilea? ¿No está claro en la Escritura que del linaje de David, y del lugar de Betlehem donde David moraba, debe venir el Cristo ? Con esto se suscitaron disputas entre las gentes del pueblo sobre él. Había entre la muchedumbre algunos que querían prenderle; pero nadie se atrevió a echar la mano sobre él. Y así los ministros o alguaciles volvieron a los sumos sacerdotes y fariseos. Y éstos les dijeron: ¿Cómo no le habéis traído? Respondieron los ministros: Jamás hombre alguno ha hablado tan divinamente como este hombre. Le dijeron los fariseos: ¿Qué, también vosotros habéis sido embaucados? ¿Acaso alguno de los príncipes o de los fariseos ha creído en él? Sólo ese populacho, que no entiende de la ley, es el maldito. Entonces Nicodemo, aquel mismo que de noche vino a Jesús , y era uno de ellos, les dijo: ¿Por ventura nuestra ley condena a nadie sin haberle oído primero, y examinado su proceder? Le respondieron: ¿Eres acaso tú como él, galileo? Examina bien las Escrituras, y verás cómo no hay profeta originario de Galilea. Juan 7.32-52

Algunos de la multitud creyeron que Jesús era el Ungido de Dios, porque nadie podría hacer obras más importantes que las que estaba haciendo Jesús. Esa había sido la prueba que había usado el mismo Jesús cuando Juan el Bautista estaba en duda sobre si era Él el Que había de venir o si tenían que esperar a otro. Cuando Juan Le mandó sus mensajeros, la respuesta de Jesús fue: « Id a decirle a Juan lo que habéis oído y visto» (Mateo 11:1-6). El mismo hecho de que hubiera algunos que estaban vacilando en la misma línea de la aceptación movió a las autoridades a la acción. Enviaron alguaciles, probablemente la policía del templo, a arrestar a Jesús. Jesús dijo que estaría con ellos poco tiempo más, pero que llegaría un día cuando Le buscaran, no para detenerle, sino para obtener lo que sólo Él podría darles, pero sería demasiado tarde.

Jesús quería decir que volvería al Padre, de Quien ellos se habían desligado por su desobediencia. Pero Sus oyentes no Le entendieron.. Hacía siglos que los judíos estaban desperdigados por todo el mundo. En alguna ocasión los habían exiliado a la fuerza; en otras épocas de desgracia nacional habían tenido que emigrar al extranjero. Había un término que incluía a todos los judíos que vivían fuera de Palestina, que era diáspora, la dispersión, que todavía se sigue usando para describir a los judíos que viven fuera de la Tierra de Israel. Es la palabra que usa aquí la gente: « ¿Será que Jesús se va a ir a la Diáspora? O, todavía más extraño: ¿será capaz de irse a predicar a los griegos y así perderse entre las masas del mundo gentil? ¿Se irá tan lejos que no Le podamos recuperar?» Es sorprendente el que lo que se presentaba como una absurda sugerencia llegara a ser una profecía. Los judíos lo decían como algo inaceptable e increíble; pero, con el paso de los años, llegó a ser una bendita realidad: el Cristo Resucitado se lanzó a la conquista de todo el mundo gentil.

Este pasaje nos pone cara a cara con la promesa y la advertencia de Jesús. Había dicho: « ¡Buscad y hallaréis!» (Mateo 7:7). Ahora dice: «Me buscaréis, pero no Me encontraréis» (versículo 34). Mucho tiempo atrás, el antiguo profeta había unido las dos frases en un dicho maravilloso: «Buscad al Señor mientras puede ser hallado» (Isaías SS: 6). Una de las características de esta vida es que el tiempo es limitado. La fortaleza física decae, y hay cosas que uno puede hacer a los treinta años que ya no puede hacer a los sesenta. El vigor mental se debilita, y hay tareas intelectuales que se pueden acometer en la juventud pero que están vedadas en la madurez. La fibra moral pierde flexibilidad lo mismo que la muscular; y, si una persona se deja dominar por algún hábito, puede que llegue el día en que ya no se pueda librar de él, aunque al principio lo hubiera podido desterrar de su vida fácilmente.

Así sucede entre nosotros y Jesucristo. Lo que Él le estaba diciendo a Sus oyentes entonces era: «Podéis despertar a un sentimiento de vuestra necesidad demasiado tarde.» Una persona puede estar rechazando a Cristo tanto- tiempo que, al final, ya ni siquiera siente Su atractivo; el mal llega a ser su bien, y el arrepentimiento; imposible. Mientras el pecado todavía nos duele, y la bondad inasequible todavía nos atrae, la oportunidad de buscar y hallarse nos sigue ofreciendo. Pero tenemos que tener cuidado, no sea que nos acostumbremos al pecado de tal manera que ya no nos demos cuenta de que estamos pecando, y descuidemos a Dios tanto que ya nos olvidemos hasta de que existe. Para entonces ya ha muerto el sentimiento de necesidad; y si esto nos falta, ya no podemos hacer nada, porque si no podemos buscar, no podremos encontrar. La única cosa que no nos podemos permitir perder nunca es el sentimiento de pecado.

La fuente de Agua Viva

El último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y llamó en alta voz: -¡El que tenga sed, que venga a Mí a beber! Como dice la Escritura: «El que crea en Mí, ríos de agua viva correrán por sus entrañas. » Aquello lo dijo refiriéndose al Espíritu Que habían de recibir los que creyeran en Él; porque aún no había Espíritu, porque Jesús todavía no había sido glorificado. Cuando Le oyeron decir aquello, algunos de la multitud dijeron: – ¡Éste es, sin duda, el Profeta prometido! -¡Éste es el Ungido de Dios! -decían otros. -¿Es que puede venir de Galilea el Ungido de Dios? -objetaban otros- . ¿Es que no dice la Escritura que el Ungido de Dios es descendiente de David, y que será de Belén, el pueblo de donde era David?

Así es que había división de opiniones entre la multitud acerca de Jesús. Algunos habrían querido arrestarle, pero nadie Le puso la mano encima.

Todos los acontecimientos de este capítulo tuvieron lugar durante la fiesta de los Tabernáculos; y, para entenderlos adecuadamente debemos conocer el significado y un poco del ritual de aquella fiesta. La fiesta de los Tabernáculos -o de las cabañuelas, Diccionario de la Real Academia Española- era la tercera de las tres grandes fiestas judías de guardar a las que estaban obligados a asistir todos los varones que vivieran a menos de veinticinco kilómetros de Jerusalén: la Pascua, Pentecostés y Tabernáculos. Caía corrientemente a finales de septiembre, el 15 del séptimo mes hebreo. Como todas las grandes fiestas judías, tenía un doble significado.

En primer lugar, tenía un significado histórico. Recibió su nombre del hecho de que, mientras duraba, las familias salían de sus casas y vivían en chozas. Durante la fiesta, surgían chozas por todas partes: en las azoteas de las casas, en las calles, en las plazas públicas, en los jardines y en los parques y hasta en los mismos atrios el templo. La ley establecía que las chozas no podían tener una estructura permanente, sino ser hechas sólo para la ocasión. Las paredes eran de ramas o frondas, capaces de proteger del tiempo pero dejando pasar el sol. La cubierta era de paja o cañas, pero trenzadas de tal manera que se pudieran ver las estrellas desde dentro. El significado histórico de todo esto era recordarle al pueblo de una manera inolvidable que en su pasado habían sido peregrinos por el desierto sin techo sobre sus cabezas (Levítico 23:40-43). El propósito era «que vuestras generaciones sepan que Yo hice habitar en chozas al pueblo de Israel cuando lo saqué de la tierra de Egipto.» En su origen duraba siete días, pero en tiempos de Jesús ya se le había añadido el octavo.

En segundo lugar, tenía una significación agrícola. Era sobre. todo una fiesta de acción de gracias por la cosecha. Algunas veces se la llamaba la fiesta de la cosecha (Éxodo 23:16; 34:22); y era la más popular de todas. Por esa razón, a veces se la llamaba simplemente la fiesta (1 Reyes 8:2), y a veces la fiesta del Señor (Levítico 23:39). Las sobrepasaba a todas. La gente y la liturgia hebrea la llamaban «la fiesta de nuestra alegría», porque marcaba el final de todas las cosechas, ya que para esa fecha ya se habían segado la cebada y el trigo y vendimiado las uvas. Como establecía la ley, tenía que celebrarse «cuando hayas recogido los frutos de tus labores del campo» (Éxodo 23:16); había que guardarla «cuando hayas hecho la cosecha de tu era y de tu lagar» (Deuteronomio 16:13,16): No se daban las gracias sólo por una cosecha, sino por todas las cosas buenas de la naturaleza que hacían la vida posible y feliz. En el sueño del nuevo mundo de Zacarías sería ésta la fiesta que se celebraría en todas partes (Zacarías 14:16-18). Josefo la llamaba «la fiesta más santa y grande entre los judíos» (Antigüedades de los judíos, 3:10:4). No era una fiesta sólo para los ricos, sino que se establecía que el siervo, el extranjero, la viuda y el pobre habían de participar de la alegría general.

Había una ceremonia que se incluía especialmente en esta fiesta. Se les decía a los fieles que tomaran «ramas con fruto de árbol hermoso, ramas de palmeras, ramas de árboles frondosos y de sauces de los arroyos» (Levítico 23:40). Los saduceos decían que esta era una descripción de los materiales de los que había que hacer las chozas; y los fariseos, que los participantes en- la fiesta tenían que traer estas cosas cuando venían al templo. Naturalmente, el pueblo seguía la interpretación de los fariseos, porque les daba oportunidad de participar personalmente en la fiesta de la alegría. Una ceremonia especial está íntimamente relacionada con este pasaje y con las palabras de Jesús. Seguramente la tendría en mente cuando habló, y es posible que hasta sirvió de escenario natural a Sus palabras. Todos los días de la fiesta venía al templo la gente con sus ramas de palmera y de sauce, y formaba con ellas una especie de pasillo que daba la vuelta al altar mayor. A1 mismo tiempo, un sacerdote llevaba una vasija de oro de tres logs de capacidad (litro y medio) al estanque de Siloé y la llenaba de agua. Luego volvía y entraba por la puerta del Agua mientras la gente recitaba Isaías 12:3: « ¡Sacad con gozo aguas de las fuentes de la salvación!» El agua se subía al altar del templo y se derramaba como una libación al Señor. Mientras tanto, el coro de los levitas con acompañamiento de flautas cantaba el hallel, es decir, los salmos 113-118: Cuando llegaban a las palabras «Alabad al Señor porque Él es bueno» (Salmo 118:1), y también a las palabras « Oh Señor, sálvanos ahora» (Salmo 118:25), y por último a las palabras finales «Alabad al Señor porque El es bueno» (Salmo 118:29), los que participaban en el culto gritaban y mecían las ramas hacia el altar. Toda aquella ceremonia dramática era una acción de gracias por el don de Dios del agua, y una oración por la lluvia, y un recuerdo de cuando salió agua de la roca cuando el pueblo estaba en el desierto. El último día de la fiesta, esta ceremonia era especialmente impresionante, porque daban siete vueltas al altar en memoria de la marcha de siete vueltas alrededor de las murallas de Jericó, que cayeron e Israel conquistó la ciudad.

En ese contexto, y tal vez en ese mismo momento, resonó la voz de Jesús: «¡El que tenga sed; que venga a Mí a beber!» Es como si Jesús dijera: «Estáis dando gracias y gloria a Dios por el agua que calma la sed de vuestro cuerpo. Venid a Mí, y satisfaré la sed de vuestra alma.» Estaba usando aquel momento dramático para trasladar el pensamiento de la gente a la sed de Dios y de las cosas eternas.

Después de haber reconstruido el trasfondo vivo de este pasaje, debemos ahora considerarlo más en detalle. La promesa de Jesús nos presenta un poco de problema. Dijo: « El que crea en Mí, ríos dé agua viva correrán por sus entrañas.» E introduce esta proclama diciendo: «Como dice la Escritura.» No se ha conseguido identificar esta cita de manera satisfactoria; y la cuestión es: ¿Qué quiere decir? Hay dos posibilidades diferentes.

(i) Puede que se refiera a la persona que viene a Jesús y Le acepta: tentará en su interior un río de agua refrescante. Sería otra manera de decir lo que le dijo Jesús a la Samaritana: « El agua que Yo les daré se convertirá en un manantial de agua en su interior saltando a borbollones para darles la vida eterna» (Juan 4:14). Sería otra manera de expresar el hermoso dicho de Isaías: «El Señor te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas cuyas aguas nunca faltan» (Isaías 58:11). El sentido sería que Jesús podía dar a las personas el caudal vivificador del Espíritu Santo.

Los judíos localizaban los pensamientos y las emociones en diferentes partes del cuerpo. El corazón era la sede de la inteligencia; los riñones y el vientre, de las emociones íntimas. Como dice. el autor de Proverbios: «El espíritu humano es la lámpara del Señor, la cual escudriña todas sus entrañas» (Proverbios 20:27). E§to querría decir que Jesús prometía la corriente purificadora, refrescante y vivificadora del Espíritu Santo, que limpia y revitaliza nuestros pensamientos y sentimientos. Es como si Jesús dijera: «Venid a Mí y aceptadme; y pondré en vosotros, por Mi Espíritu, una nueva vida que os dará pureza y satisfacción, la clase de vida que habéis deseado siempre y que nunca habéis tenido.» Sea cual sea la interpretación que tomemos, es absolutamente seguro que lo que representa ésta es verdad.

(ii) La otra interpretación es que « los ríos de agua viva correrán por sus entrañas» se refiere al mismo Jesús (y a Su Cuerpo, que es la Iglesia). Puede que sea una descripción del Mesías que Jesús cita de alguna escritura que no podemos localizar. Los cristianos siempre han identificado a Jesús con la roca que dio agua a los israelitas en el desierto (Éxodo 17:6). Pablo también aplicó esa figura a Cristo (1 Corintios 10:4). Juan nos dice que, cuando un soldado abrió el costado de Jesús en la Cruz con su lanza, salió agua con sangre (Juan 19:34). El agua representa la purificación que recibimos en el Bautismo, y la sangre el sacrificio expiatorio de la Cruz representado en la Santa Cena. Este símbolo del agua vivificadora que viene de Dios se encuentra a menudo en.el Antiguo Testamento (Salmo 105:41; Ezequiel47:1,12). Joel nos presenta un cuadro maravilloso: «Y saldrá una fuente de la casa del Señor» (Joel 3:18). Bien puede ser que Juan esté pensando en Jesús como la fuente de la que fluye la corriente purificadora. El agua es aquello sin lo cual no puede existir la vida; y Cristo es el único sin el Cual la humanidad no puede vivir ni enfrentarse con la muerte. De nuevo, sea cual sea la interpretación que tomemos, esto también es verdad.

Ya sea que tomemos esta figura como refiriéndose a Cristo o a los cristianos, quiere decir que de Cristo fluye la fuerza y el poder y la purificación que nos dan la vida en el sentido más auténtico de la palabra.

En este pasaje hay algo sorprendente. La versión Reina Valera y casi todas las demás lo suavizan, pero el mejor texto original dice sorprendentemente en el versículo 39: «Porque aún no había Espíritu.» ¿Qué quiere decir eso? Vamos a considerarlo de la siguiente manera: un gran poder puede existir mucho antes de que se descubra, como ha sucedido con la electricidad o la fuerza atómica; no somos los seres humanos los que lo hemos inventado, sino sólo descubierto. El Espíritu Santo ha existido siempre; pero no llegó a ser una realidad en la Iglesia hasta el día de Pentecostés. Como se ha dicho acertadamente: «No podía haber Pentecostés sin Calvario.» Es necesario conocer a Jesús antes de experimentar el Espíritu.

Antes, el Espíritu había sido un Poder; pero ahora. es una Persona, porque ha llegado a ser para nosotros nada menos que la presencia del Señor Resucitado, siempre con nosotros. En esta frase aparentemente alucinante, Juan no quiere decir que el Espíritu no existiera, sino que fue necesaria la vida y la muerte de Jesucristo para abrir las compuertas del Espíritu para que llegara a ser real y vivificador para todo el mundo. Debemos fijarnos en cómo termina este pasaje. Algunos tomaron a Jesús por el Profeta que había prometido Moisés (Deuteronomio 18:15). Otros creyeron que era el Ungido de Dios. Y se produjo una discusión sobre si el Mesías tenía que venir de Belén o no. Esa es la tragedia: la gran experiencia espiritual acabó en la aridez de una discusión teológica.

Eso es lo que tenemos que evitar a toda costa. Jesús no es un tema que hay que discutir, sino Alguien a Quien hay que conocer y amar. Si tenemos una opinión acerca de Él y otro tiene otra, eso no importa con tal de que ambos Le conozcamos como nuestro Salvador y Le aceptemos como nuestro Señor. Aunque expliquemos nuestra experiencia espiritual de diferente manera, eso no debe dividirnos; porque lo importante es la experiencia, y no la explicación que le demos.

Admiración involuntaria y tímida defensa

A eso volvieron los alguaciles a los principales sacerdotes y los fariseos, y éstos les dijeron: -¿Por qué no os Le habéis traído para acá? Los alguaciles contestaron: -¡Jamás ha hablado nadie como este Hombre! – ¡No os habréis descarriado vosotros también! -les replicaron los fariseos- . ¿Acaso ha creído en Él alguien de las autoridades? ¿O de los fariseos? ¡Claro que no! Pero esa chusma que no conoce la Ley, maldita sea, esos son los que sí creen en Él. Nicodemo, que era uno de ellos (el que había venido a Jesús antes), les dijo: -¿Es que nuestra Ley condena a nadie sin haberle permitido antes exponer su caso y sin haber obtenido información de primera mano sobre lo que está haciendo? -¡No serás tú otro galileo como Él! -replicaron- . ¡Investiga y convéncete de que no hay profeta que salga de Galilea!

Aquí tenemos algunas reacciones espontáneas a Jesús.

(i) La reacción de los alguaciles fue de sorprendida admiración. Habían acudido con la intención de arrestar a Jesús, y habían vuelto sin Él porque en la vida habían oído a nadie hablar como Él. Realmente, el escuchar a Jesús es una experiencia sin igual para cualquier persona.

(ii) La reacción de los principales sacerdotes y los fariseos fue de desprecio. Los fariseos usaban una frase para describir a la gente normal y corriente que no observaba los millares de reglitas de la ley ceremonial. Los llamaban `am ha-áretz, la gente de la tierra, y los despreciaban olímpicamente. El casar a una hija con uno de ellos era como exponerla atada a una fiera salvaje. «Las masas que no conocen la Ley son malditas.» La ley rabínica decía: «Se establecen seis cosas con respecto a la gente de la tierra: no des testimonio a su favor; no aceptes su testimonio; no les confíes ningún secreto; no los nombres tutores de ningún menor; no los pongas a cargo de fondos de caridad, y no los aceptes como compañeros en ningún viaje.» A los fariseos les estaba prohibido invitar o aceptar una invitación de ninguno de la gente de la tierra. Estaba establecido que, hasta donde fuera posible, ni se les comprara ni se les vendiera nada. En su orgullo aristocrático, esnobismo intelectual y soberbia espiritual, los fariseos miraban por encima del hombro a las personas sencillas. Su razonamiento era: « Ninguno de los intelectuales y piadosos ha creído en Jesús. Sólo Le aceptan los ignorantes.» Es terrible el que una persona se crea demasiado culta o demasiado buena para necesitar a Jesucristo. Y es algo que sigue pasando.

(iii) La reacción de Nicodemo. Fue una reacción tímida, porque no defendió abiertamente a Jesús. Sólo se atrevió a citar algunas máximas legales que eran pertinentes. La Ley establecía que todos tenían derecho a que se les hiciera justicia (Éxodo 23:1; Deuteronomio 1:16); y parte de la justicia era y es que se le permita a uno exponer su caso, y no condenarle por información de segunda mano. Los fariseos pretendían saltarse la Ley; pero está claro que Nicodemo no llevó su protesta más adelante. El corazón le decía que debía defender a Jesús, pero la cabeza le decía que no se buscara líos. Los fariseos le lanzaron unos tópicos de los suyos, y le dijeron que no podía salir ningún profeta de Galilea, y hasta se burlaron de él preguntándole si es que tenía algo que ver con «esa gentuza». Y, al parecer, él no dijo nada más.

Es frecuente el que uno se encuentre en una situación en la que le gustaría defender a Jesús y confesar su fe. A menudo se hace una defensa tibia, y después hay que callarse. En la defensa de Jesús es mejor dejarse llevar por un corazón arriesgado que por una cabeza calculadora. El estar por Cristo firmes puede que nos traiga burlas y nos haga impopulares; hasta puede que nos reporte perjuicios, rechazamiento y sacrificio. Pero sigue en pie el hecho de que Jesús dijo que del que diga que es de Jesús delante de la gente, Él también dirá que es Suyo delante de Su Padre; y del que diga que no es de Jesús, El también dirá que no es Suyo ante Su Padre. La lealtad a Cristo puede suponer una cruz en la Tierra, pero seguro que reportará una corona en la eternidad.

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