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La ceguera de Manolito

Manolito era bello como un Adonis. Cuando Manolito paseaba las muchachas suspiraban embelesadas y los muchachos, de envidia, se mordían la lengua. Manolito, sin embargo, suspiraba embelesado por tener un auto lujoso y, de envidia, se mordía la lengua cuando algún joven pasaba por su lado conduciendo uno de ellos.

Manolito estudiaba Medicina en la gran universidad de una ciudad vecina a su pueblo con la ayuda económica de una tía paterna muy rica que se había prometido a sí misma convertirlo en el primer profesional de la familia.

La madre de Manolito lavaba y planchaba ropa ajena para poder sostener económicamente el hogar. El papá de Manolito había perdido recientemente la visión y, para ayudar a su esposa, vendía billetes de lotería en la esquina de un gran almacén del pueblo. Manolito, sin embargo, había dejado de hablarle a su padre. Consideraba Manolito que la ceguera de su padre se debía a un castigo de Dios por tener muy corta visión para los negocios: si su padre hubiese sido más arriesgado la familia de Manolito sería ahora una de las más ricas del pueblo y él tendría dinero y varios autos lujosos.

La mañana del lunes, antes de volver a la gran ciudad, Manolito estuvo de visita en su casa y se quedó a comer. Manolito observó con asombro que mientras él comía dos muslos de pollo, arroz, frijoles y pan acompañados de una cerveza light su madre y sus seis hermanos comían humildemente frijoles fritos con un poco de arroz y un pedazo muy pequeño de tortilla de maíz. Su hermana mayor le dijo entonces: «Mira, Lindo, para que tú puedas estudiar y andar pavoneándote como un galán disque millonario aquí en casa nosotros casi no comemos».

Manolito, después que comió, tomó su maleta de viaje y se dirigió un poco turbado a la parada de buses. Al pasar por la esquina del parque alcanzó a divisar a su padre que en esos momentos vendía un billete de lotería a la mamá de una de las jóvenes más lindas del pueblo. Manolito, avergonzado y para evitar que alguien lo viera, tomó apresuradamente un atajo y cruzó con prisa la calle. Manolito no advirtió que un gran camión le venía encima.

Llevado de emergencia por almas caritativas al hospital público más cercano Manolito tuvo que ser sometido de forma inmediata a una arriesgada cirugía.

La mañana del martes el cirujano principal, quien era nuevo en el pueblo y prácticamente no conocía a nadie, cuando pasó a visitar a Manolito le dijo: «Joven, gracias a Dios que al fin usted despertó y ha podido contemplar otro nuevo día. Usted está vivo gracias en primer lugar a Dios y, en segundo lugar, a ese valiente señor que insistió en ser donante anónimo. Al traerlo aquí debíamos operar de inmediato y no teníamos sangre de su tipo. Usted sabe que su tipo de sangre casi no aparece y es muy difícil de conseguir. Ese señor, sin embargo, se empeñó en donar a pesar de su aspecto frágil dos pintas de su sangre. Donaba con tanta alegría que todos nos extrañamos. Nos relató que a pesar de no saber a quien le donaba su sangre él tenía tantas ganas de vivir ya que toda su ilusión era que su hijo que estudiaba Medicina se especializara en Oftalmología y que albergaba la esperanza de que con los avances de la ciencia él le ayudaría en un futuro a recuperar su visión. Alguien por ahí me contó que su hijo es un ingrato y hasta se avergüenza de él. A quien Usted le debe la vida es un pobre señor ciego que vende lotería casi al frente donde lo atropellaron. Cuando salga del hospital y se encuentre en buenas condiciones no sería malo que pase a agradecerle por lo que hizo por usted. La verdad que tal como dice Jesucristo que no hay amor más grande que el de aquel que da la vida por sus amigos».

Manolito sintió que un fuego muy grande le calentaba las mejillas y un torrente de lágrimas brotó de sus ojos.

Querido amigo o amiga, de casualidad, ¿Conoces tú a Manolito? Bueno, tal vez no lo conoces, pero quizás alguna vez le has comprado lotería al papá de Manolito.

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