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La matanza de los niños

Al darse cuenta Herodes de que aquellos sabios lo habían engañado, se llenó de ira y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo que vivían en Belén y sus alrededores, de acuerdo con el tiempo que le habían dicho los sabios. Así se cumplió lo escrito por el profeta Jeremías: «Se oyó una voz en Ramá, llantos y grandes lamentos. Era Raquel, que lloraba por sus hijos y no quería ser consolada porque y a estaban muertos.» Mateo 2:16-18

Ya hemos visto que Herodes era un genio en el arte del asesinato. No había hecho más que subir al trono y ya empezó aniquilando el sanedrín, el tribunal supremo de los judíos. Más tarde hizo una matanza improvisada de trescientos oficiales de la corte. Después mató a su mujer Mariamne, a la madre de ésta, Alejandra, a su propio primogénito Antípater, a otros dos hijos suyos, Alejandro y Aristóbulo. Y a la hora de su muerte hizo los preparativos para la matanza de muchos nobles de Jerusalén.

No se podía esperar que Herodes aceptara tranquilamente la noticia de que había nacido un Niño que llegaría a ser Rey. Ya hemos leído cómo inquirió cuidadosamente de los sabios cuándo habían visto la estrella. Aun entonces, estaba deduciendo astutamente la edad del niño para dar los pasos para eliminarle, y en este punto puso sus planes en acción rápida y salvajemente. Dio la orden de que todos los niños de dos años para abajo de Belén y sus aledaños fueran asesinados.

Hay dos cosas que debemos notar. Belén no era un pueblo grande, y el número de los niños no pasaría de los veinte o treinta. No debemos pensar en términos de centenares. Es verdad que esto no hace el crimen de Herodes nada menos terrible, pero debemos hacernos una idea clara.

En segundo lugar, hay algunos críticos que mantienen que esta matanza no puede haber tenido lugar, porque no se menciona en ningún otro lugar fuera de este único pasaje del Nuevo Testamento. El historiador judío Josefo, por ejemplo, no lo menciona. Hay dos cosas que se deben decir. La primera, como acabamos de ver, es que Belén era un lugar relativamente pequeño, y estaba en una zona en la que el asesinato era tan corriente que la matanza de veinte o treinta bebés no causaría gran conmoción, y querría decir muy poco salvo para las afligidas madres de Belén.

En tercer lugar, Macaulay, en su historia, indica que el famoso autor de diarios Evelyn, que fue de lo más asiduo y voluminoso reportero de acontecimientos contemporáneos, nunca menciona la matanza escocesa de Glencoe. El hecho de que algo no se mencione, ni siquiera allí donde uno esperaría que se mencionara, no es prueba concluyente de que no sucediera. Todo este incidente es tan típico de Herodes que no tenemos por qué dudar que Mateo nos transmitió la verdad.

Aquí tenemos una terrible ilustración acerca de lo que hacen algunos para librarse de Jesucristo. Si una persona está empeñada en seguir los dictados de su propia voluntad, y ve en Cristo a Alguien que es probable que le cierre el camino de su ambición y se oponga a sus métodos, su deseo será eliminar a Cristo; y luego se lanzará a las cosas más terribles, porque si no llega a destrozar los cuerpos de la gente, es seguro que destrozará su corazón. Los hombres buscan las iglesias y religiones que se acomoden a sus vicios y defectos.

De nuevo vemos la manera característica que tiene Mateo de usar el Antiguo Testamento. Cita Jeremías 31:15: «Así ha dicho el Señor: Voz fue oída en Ramá, llanto y lloro amargo: Es Raquel que llora a sus hijos, y no quiso ser consolada acerca de sus hijos, porque perecieron.»

El versículo de Jeremías no tiene ninguna relación con la matanza de los niños que hizo Herodes. La escena de Jeremías es la siguiente. Jeremías retrataba al pueblo de Israel llevado en cautiverio. En su triste caminar hacia una tierra ajena pasaron Ramá, que era donde estaba enterrada Raquel; y Jeremías retrata a Raquel llorando, aun en su tumba, por la suerte que ha sobrevenido al pueblo. Cuando te apartes hoy de mí, hallarás a dos hombres cerca del sepulcro de Raquel, en el territorio de Benjamín, en Selsa, y te dirán: «Las asnas que fuiste a buscar han sido halladas. Y he aquí, tu padre ha dejado de preocuparse por las asnas y está angustiado por vosotros, diciendo: ‹¿Qué haré en cuanto a mi hijo?›» 1 Samuel 10:2

Mateo está haciendo lo que hace a menudo. En su ansiedad, encuentra una profecía donde no la había. Pero, de nuevo, debemos recordar que lo que a nosotros nos parece extraño no se lo parecería a aquellos para los que Mateo estaba escribiendo entonces.

Herodes, rey de los judíos, dio muerte a todos los niños menores de dos años, con la idea obsesiva de matar a Jesús, el rey recién nacido. Se manchó las manos con sangre, pero no logró dañar a Jesús. Era rey por mandato humano, Jesús lo era por mandato divino. Nadie puede alterar los planes de Dios.

Herodes temía que aquel rey recién nacido algún día lo destronara. No comprendía la razón de la venida de Cristo. Jesús no quería el trono de Herodes, sino ser el Rey en la vida de Herodes. Quería darle una vida eterna, no quitarle su vida presente. La gente hoy, a menudo, teme que Jesús le quite algo, cuando en realidad quiere darle verdadera libertad, paz y gozo.

Raquel fue la esposa de Jacob, uno de los grandes hombres de Dios en el Antiguo Testamento. De los doce hijos de Jacob salieron las doce tribus de Israel. Raquel fue sepultada cerca de Belén.

 

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