Entonces, como hemos entrado en la debida relación con Dios por medio de la fe, disfrutamos de estar en paz con Él mediante nuestro Señor Jesucristo. Por medio de Él, por la fe, estamos en posesión de una introducción a esta Gracia en la que nos sentimos seguros; así que, encontramos nuestra gloria en la esperanza de la gloria de Dios. Y no sólo eso, sino hallamos que las dificultades conducen a la gloria; porque sabemos que la oposición produce entereza; la entereza, carácter; el carácter, esperanza; una esperanza que no es ilusoria, porque el Espíritu Santo Que se nos ha dado ha derramado el amor de Dios en nuestros corazones.
Aquí tenemos uno de esos grandes pasajes líricos de Pablo, en el que canta el íntimo gozo de su confianza en Dios. La confianza de la fe realiza lo que nunca podría conseguir el esfuerzo por producir las obras de la Ley: le da al hombre la paz con Dios. Hasta que vino Jesús, nadie podía sentirse realmente cerca de Dios.
Algunos han llegado a pensar en Dios, no como el Bien supremo, sino como el mal supremo. Antonio Machado escribió en su poema El dios ibero: «¡Señor, por Quien arranco el pan con pena, sé tu poder, conozco mi cadena! ¡Oh dueño de la nube del estío que la campiña arrasa, del seco otoño, del helar tardío, y del bochorno que la mies abrasa!»
Algunos han considerado a Dios como el supremo forastero, el totalmente inalcanzable. En uno de los libros de H. G. Wells se encuentra la historia de un hombre de negocios que tenía la mente tan tensa que estaba al borde de la locura. Su médico le dijo que lo único que podía salvarle era encontrar la paz que da la relación con Dios. «¡Qué! -dijo el hombre- ¿Pensar en Ése, allá arriba, en relación conmigo? ¡Más fácil me parecería refrescarme el gaznate con la Vía Láctea, o chocar los cinco con las estrellas!» Para él Dios era totalmente inasequible. Rosita Forbes, la viajera, cuenta que se refugió en el templo de un pueblo chino porque no tenía otro lugar. En medio de la noche se despertó y vio, a la luz de la luna que entraba de refilón por las ventanillas, los rostros de las imágenes de los dioses, en los cuales no había más que gestos despectivos, burlones y sarcásticos hacia los humanos, como si los odiaran.
Sólo cuando nos damos cuenta de que Dios es el Padre de nuestro Señor Jesucristo entra en nuestra vida esa intimidad con Él, esa nueva relación que Pablo llama justificación.
Por medio de Jesús, dice Pablo, tenemos acceso a esta Gracia en la que nos sentimos seguros. La palabra que usa para acceso es prosagógué. Es una palabra que sugiere dos imágenes:
(i) Es la palabra corriente para introducir a una persona a la presencia de la realeza; y es también la palabra que se usa para el adorador que se acerca a Dios. Es como si Pablo dijera: «Jesús nos introduce a la presencia de Dios mismo; nos abre la puerta de acceso a la presencia del Rey de reyes. Y cuando se abre esa puerta, lo que encontramos es la Gracia; no condenación, ni juicio, ni venganza; sino la prístina, inmerecida, increíble amabilidad de Dios.»
(ii) Pero prosagógué nos presenta otra escena. En el griego posterior es la palabra para el lugar donde atracan los barcos, puerto o muelle. Si la tomamos en este sentido, quiere decir que mientras tratemos de depender de nuestros propios esfuerzos nos encontramos a merced de las tempestades, como los marineros que luchan con un mar que amenaza tragárselos irremisiblemente; pero ahora que hemos oído la Palabra de Cristo, hemos llegado por fin al puerto de la Gracia de Dios, y conocemos la calma que viene de depender, no de lo que podemos hacer por nosotros mismos, sino de lo que Dios ha hecho por nosotros.
Gracias a Jesús tenemos entrada a la presencia del Rey de reyes y al puerto de la Gracia de Dios. Cuando Pablo acaba de decir esto, se le presenta la otra cara de la moneda. Todo esto es cierto, y es la misma gloria; pero sigue sucediendo que en esta vida los cristianos lo tenemos muy difícil. Era difícil ser cristiano en Roma. A1 recordarlo, Pablo presenta un gran clímax: « La oposición dice- produce entereza.» La palabra que usa para oposición es thlipsis, que quiere decir literalmente opresión. Hay un montón de cosas que pueden oprimir a un cristiano: necesidades, estrecheces, dolor, persecución, rechazamiento y soledad. Todo lo que oprime, dice Pablo, produce entereza. La palabra que usa para entereza es hypomoné, que quiere decir más que aguante: es el espíritu que puede vencer al mundo, que no se limita a resistir pasivamente, sino que vence activamente las pruebas y tribulaciones de la vida.