Hay un dicho que todos debemos creer: Si uno aspira al cargo de supervisor de la iglesia, es un trabajo digno el que se ha propuesto. El supervisor debe ser un hombre que no esté sujeto a críticas. Debe haber estado casado solamente una vez; debe ser sobrio, prudente, de buenos modales, hospitalario y con capacidad para la enseñanza. No debe ser excesivamente aficionado al vino, ni ser la clase de persona que se enfrenta con otros, sino debe ser amable y pacífico y libre del amor al dinero. Debe tener su casa en orden, manteniendo a sus hijos bajo control con completa dignidad. (Si uno no sabe dirigir su propia casa, ¿cómo va a estar a cargo de la congregación de Dios?) No debe ser un converso reciente, no sea que se enorgullezca con un sentimiento de su propia importancia, y caiga así en la misma condenación que el diablo. Debe haberse ganado el respeto de los de fuera de la Iglesia, para que no caiga en críticas y en lazo del diablo.
Éste es un pasaje muy importante desde el punto de vista del gobierno eclesiástico. Trata del hombre al que la versión Reina-Valera y muchas otras traducciones llaman el obispo, y que hemos traducido por supervisor.
En el Nuevo Testamento hay dos palabras que describen a los dirigentes principales de la Iglesia, es decir, los encargados que se habían de encontrar en todas las congregaciones y de cuya conducta y administración dependía su buena marcha.
(i) Estaba el hombre que se llamaba el anciano (presbyteros). El cargo de anciano es el más antiguo de todos los de la Iglesia. Los judíos tenían sus ancianos, y remontaban su origen a la situación en que Moisés, en el tiempo de la peregrinación por el desierto, nombró a 70 hombres para que le ayudaran en la tarea de controlar y cuidarse del pueblo (Números 11:16). Todas las sinagogas tenían sus ancianos, que eran los verdaderos dirigentes de la comunidad judía. Presidían el culto de la sinagoga; administraban reprensión y disciplina cuando era necesario; zanjaban los pleitos que en otros países se habrían llevado a los tribunales. Entre los judíos los ancianos eran hombres respetables que ejercían una supervisión paternal sobre los asuntos espirituales y materiales de cualquier comunidad judía. Pero los judíos no eran los únicos que tenían el cargo de anciano. El cuerpo rector de los espartanos se llamaba la guerusía, que quiere decir la junta de los ancianos. El Parlamento de Roma se llamaba el Senado, que viene de sénex, que quiere decir un anciano. En Inglaterra los hombres que se cuidaban de los asuntos de la comunidad se llamaban aldermen, que quiere decir ancianos. En los tiempos del Nuevo Testamento todas las aldeas de Egipto tenían sus ancianos que se cuidaban de los asuntos de la comunidad. Los ancianos tenían una larga historia, y tenían un lugar importante en la vida de casi todas las comunidades.
(ii) Pero algunas veces el Nuevo Testamento usa otra palabra, epískopos, que se suele traducir por la palabra que ha dado en español, obispo, y que quiere decir literalmente supervisor o superintendente. Esta palabra también tiene una historia larga y honrosa. La Septuaginta, la versión griega del Antiguo Testamento, la usaba para describir a los capataces, que estaban a cargo de las obras públicas y los proyectos de edificación (2 Crónicas 34:17). Los griegos la usaban para describir a los hombres nombrados para ir de la ciudad madre a regular los asuntos de una colonia recién fundada en algún lugar lejano. La usaban para describir lo que nosotros llamaríamos comisionados, nombrados para poner en orden los asuntos de una ciudad. Los romanos la usaban para describir a los magistrados nombrados para supervisar la venta de los alimentos dentro de la ciudad de Roma. Se usa de los delegados especiales nombrados por un rey para ver que las. leyes que había establecido se cumplían. Epískopos siempre implica dos cosas: Primera, la supervisión de algún área o esfera de trabajo, y segunda, la responsabilidad o algún poder ante autoridad superior.
La cuestión es: ¿Qué relación había en la Iglesia Primitiva entre el anciano, presbyteros, y el supervisor, epískopos.
La investigación moderna mantiene prácticamente unánimemente que en la Iglesia Original el presbyteros y el epískopos eran lo mismo. La base para esa identificación es:
(a) Los ancianos se nombraban en todas las iglesias. Después del primer viaje misionero Pablo y Bernabé eligieron ancianos en todas las iglesias que habían fundado (Hechos 14:23). A Tito se le instruye que nombre y ordene ancianos en todas las ciudades de Creta (Tito 1:5).
(b) Las cualificaciones de un presbyteros y las de un epískopos son idénticas en todos los sentidos (1 Timoteo 3:2-7; Tito 1:6-9). (c) Al principio de Filipenses, Pablo dirige sus saludos a los obispos y los diáconos (Filipenses 1:1). Es totalmente imposible que Pablo no mandara saludos a todos los ancianos que, como ya hemos visto, había en todas las iglesias; y por tanto los obispos y los ancianos deben ser la misma clase de personas en la iglesia. (d) Cuando Pablo estaba haciendo su último viaje a Jerusalén, mandó llamar a los ancianos de Éfeso para que se reunieran con él en Mileto (Hechos 10:17), y en el curso de su conversación con ellos les dice que Dios los ha hecho episkopoi para alimentar la Iglesia de Dios (Hechos 20:28). Es decir: Se dirige precisamente al mismo cuerpo de hombres, primero como ancianos, y luego como obispos o supervisores. Cuando Pedro está escribiendo a los suyos, les habla como un anciano a ancianos (1 Pedro 5:1), y entonces pasa a decir que su función es supervisar el rebaño de Dios (1 Pedro 5: 2), y la palabra que usa para supervisar, es el verbo episkopein, del que deriva epískopos. Toda la evidencia del Nuevo Testamento contribuye a demostrar que el presbyteros y el epískopos, el anciano y el obispo o supervisor, eran lo mismo y los mismos.