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2 Timoteo 4: Las bases para la llamada de Pablo

Te encargo delante de Dios y de Jesucristo, Que va a juzgar a los vivos y a los muertos -te encargo por su aparición y por Su Reino- proclama la Palabra; sé insistente en sazón y en desazón; convence, reprende, exhorta, y hazlo todo con una paciencia y una enseñanza que no fallen nunca. Porque vendrá un tiempo cuando las personas se negarán a escuchar la sana doctrina, y que más bien, por tener oídos que tienen que estar vibrando constantemente con novedades, se enterrarán bajo una montaña de maestros cuya enseñanza esté de acuerdo con sus propios deseos de cosas prohibidas. Apartarán el oído de la verdad y lo prestarán a historias extravagantes. En cuanto a ti, sé estable en todas las cosas; acepta los sufrimientos que se te echen encima; haz el trabajo de un evangelista; no dejes sin cumplir ningún acto de servicio.

Conforme Pablo se aproxima al final de su carta, quiere animar y desafiar a Timoteo para que cumpla con su tarea. Para ello le recuerda tres cosas acerca de Jesús.

(i) Jesús es el Juez de los vivos y de los muertos. Algún día se someterá a prueba la obra de Timoteo, por nadie más que por Jesús mismo. Un cristiano debe hacer todo su trabajo de tal manera que se lo pueda ofrecer a Cristo. No le deben preocupar ni la crítica ni el veredicto de la gente. La única cosa que anhela es el « ¡Bien hecho!» de Jesucristo. Si todos nosotros hiciéramos nuestro trabajo en ese espíritu la diferencia sería incalculable. Nos libraría de ese espíritu suspicaz que se ofende ante la crítica; nos libraría del espíritu superimportante que se preocupa del prestigio y de los derechos personales; nos libraría del espíritu egocéntrico que exige gracias y alabanzas por cada acción; y nos libraría aun de darnos por ofendidos por la ingratitud humana.

(ii) Jesús es el Conquistador Que ha de volver. « Te encargo -dice Pablo- por Su aparición. La palabra original es epifáneia. Epifáneia se usaba de dos maneras. Se usaba de la intervención manifiesta de algún dios; y se usaba especialmente en relación con el emperador romano. Su entronización era su epifaneia; y en particular -y éste es el trasfondo del pensamiento de Pablo aquí- se usaba de su visita a cualquier provincia o ciudad. Está claro que cuando el emperador iba a visitar algún lugar, todo se ponía en perfecto orden. Se barrían las calles y se adornaban las casas y se ponían al día todos los trabajos para que el lugar estuviera apto para la epifáneia. Así es que Pablo le dice a Timoteo: «Tú sabes lo que sucede cuando una ciudad está esperando la epifáneia del emperador; tú estás esperando la epifáneia de Jesucristo. Haz tu trabajo de tal manera que todas sus partes estén dispuestas para cuando El aparezca.» El cristiano debe ordenar su vida de tal manera que en cualquier momento esté dispuesto para la venida de Cristo.

(iii) Jesús es el Rey. Pablo exhorta a Timoteo a actuar recordando el Reino de Jesucristo. Llega el día cuando los reinos del mundo serán el Reino del Señor; así que Pablo le dice a Timoteo: « Vive y trabaja de tal manera que quedes como un ciudadano fiel cuando venga el Rey.» Nuestro trabajo debe ser tal que pueda resistir el escrutinio de Cristo. Nuestras vidas deben ser tales que reciban la aparición del Rey. Nuestro servicio debe ser tal que demuestre la realidad de nuestra ciudadanía en el Reino de Dios.

El deber del cristiano

Puede que haya pocos pasajes en el Nuevo Testamento en los que se presenten los deberes del maestro cristiano tan claramente como aquí.

El maestro cristiano debe ser insistente. El mensaje que presenta es literalmente una cuestión de vida o muerte. Los maestros que consiguen de veras que su mensaje haga impacto son los que tienen esta nota de seriedad en su voz. Spurgeon sentía una admiración tremenda por Martineau, que era un unitario y por tanto negaba la divinidad de Jesucristo en la que Spurgeon creía con intensidad apasionada. Alguien le dijo en una ocasión a Spurgeon: «¿Cómo puede usted admirar a Martineau? Usted no cree lo que él predica.» « No -dijo Spurgeon- pero él sí.» Cualquier persona con esta nota de urgencia en su voz demanda, y captará, la atención de su audiencia.

El maestro cristiano debe ser insistente. Ha de presentar las prerrogativas de Cristo « en sazón y en desazón.» Como ha dicho alguien: «Aprovecha o crea tu oportunidad.» Como decía Teodoro de Mopsuesto: « El cristiano debe considerar cada momento una oportunidad para hablar de Cristo.» Se decía de George Morrison, de la Iglesia de Wellington en Glasgow, que para él, empezara la conversación donde empezara llegaba directamente a Cristo. Esto no quiere decir que no escojamos nuestro tiempo para hablar, porque debe haber cortesía en la evangelización lo mismo que en cualquier otro contacto humano; pero sí quiere decir que tal vez seamos demasiado tímidos para hablarles a otros de Jesucristo. Pablo pasa a hablar del efecto que debe producir el testimonio cristiano.

Debe convencer. Debe hacer que el pecador se dé cuenta de su pecado. Walter Bagehot dijo una vez: «El camino a la perfección pasa por una serie de disgustos.) De una manera u otra hay que hacer que el pecador sienta disgusto por su pecado. Epicteto traza un contraste entre el filósofo falso, que no busca más que la popularidad, y el filósofo verdadero, cuya única meta es el bien de los oyentes. El filósofo falso maneja la adulación y fomenta la autoestima. El verdadero filósofo dice: «Venid a que se os diga que vais por mal camino.» « La clase del filósofo -decía- es un quirófano; cuando sales de ella no debieras sentir placer, sino dolor.» Alcibíades, el joven de moda brillante pero mimado en Atenas, solía decirle a Sócrates: «Sócrates, te odio porque cada vez que me encuentro contigo me haces verme tal como soy.» La primera cosa esencial es hacer que una persona se vea tal como es.

Debe reprender. En los grandes días de la Iglesia había una magnífica intrepidez en su voz; y por eso sucedían cosas. E. F. Brown cuenta un incidente de la India. Cierto noble joven en los apartamentos del virrey en Calcuta se hizo famoso por su mala vida. El obispo Wilson cierto día se puso sus vestiduras rituales, se dirigió a la casa del gobierno y le dijo al virrey: «Excelencia: Si el señor… no se marcha de Calcuta antes del domingo que viene, le denunciaré desde el púlpito de la Catedral.» Antes que llegara el domingo aquel joven había desaparecido.

Ambrosio de Milán fue una de las grandes figuras de la Iglesia Primitiva. Era amigo íntimo del emperador Teodosio, que era cristiano pero tenía un genio de mil demonios. Ambrosio no tenía pelos en la lengua para decirle la verdad al emperador. «¿Quién -preguntaba- se atreverá a deciros la verdad si no lo hace un sacerdote?» Teodosio había nombrado a uno de sus amigos íntimos, Botérico, gobernador de Tesalónica. Botérico, un buen gobernador, tuvo ocasión de meter en la cárcel a un famoso auriga por conducta infame. La popularidad de aquellos aurigas era increíble y el populacho armó un alboroto y mató a Boterich. Teodosio estaba loco de ira.

Ambrosio intercedió con él para que fuera justo en su castigo, pero Rufino, el Ministro de Estado, atizó aposta su ira de tal manera que Teodosio envió órdenes de que se hiciera una masacre de venganza. Más tarde retiró la orden, pero demasiado tarde para que la nueva orden llegara a Tesalónica a tiempo. El teatro estaba abarrotado con las puertas cerradas y los soldados de Teodosio fueron abriéndose paso por el interior matando hombres mujeres y niños durante tres horas. Más de siete mil personas fueron muertas. La noticia de la masacre llegó a Milán, y cuando Teodosio se presentó en el culto de la Iglesia el domingo siguiente, Ambrosio le negó la entrada. El Emperador pidió perdón. Ocho meses después volvió a la Iglesia, y de nuevo Ambrosio le negó la entrada. Por último el emperador de Roma tuvo que postrarse en el suelo con los penitentes antes de que se le permitiera participar del culto con la Iglesia otra vez. En sus grandes días la Iglesia era intrépida para reprender.

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