Debes darte cuenta de esto: en los últimos días vendrán tiempos difíciles. La Iglesia original vivía en una era en la que se presentía un final inminente; se esperaba la Segunda Venida en cualquier momento. El Cristianismo se había acunado en el judaísmo y pensaba naturalmente sobre todo en imágenes y en términos judíos. El pensamiento judío tenía una concepción básica. Los judíos dividían toda la historia del tiempo en esta era presente y la edad por venir. Esta edad presente era totalmente mala; y la edad por venir sería la edad de oro de Dios. Entre ambas estaba el Día del Señor, un día en que Dios intervendría personalmente y sacudiría el mundo a fin de hacerlo de nuevo. Aquel Día del Señor iría precedido por un tiempo de terror, cuando el mal se reuniría para dar el asalto final contra el bien, y el mundo se sacudiría hasta sus cimientos morales y físicos. Pablo está pensando en este pasaje en términos de estos últimos días.
Dice que en ellos se producirán tiempos difíciles. Difícil es la palabra griega jalepós. Es la palabra griega normal para difícil, pero tiene algunos usos que explican el significado que tiene aquí. Se usa en Mateo 8:28 para describir los dos demoníacos gergesenos que le salieron al encuentro a Jesús de entre las tumbas. Eran violentos y peligrosos. La usaba Plutarco para describir lo que llamaríamos una herida fea. Lo usaban los escritores antiguos de astrología para describir lo que llamaríamos una conjunción amenazadora de los cuerpos celestes. Conlleva esta palabra la idea de amenaza y de peligro. En los últimos días vendrían tiempos que amenazarían la misma existencia de la Iglesia Cristiana y de la misma bondad, una especie de último asalto tremendo del mal antes de su derrota final.
En las descripciones judías de estos últimos tiempos terribles obtenemos exactamente la misma clase de pintura que vemos aquí. Vendría una especie de florecimiento terrible del mal, cuando parecería que los mismos fundamentos de la moral eran sacudidos. En la literatura intertestamentaria obtenemos cuadros como este: Por tanto, hijos míos, sabed que en los últimos tiempos vuestros hijos abandonarán la sencillez y se adherirán a deseos insaciables; despojándose de la inocencia, se adscribirán a la malicia; olvidarán los mandamientos del Señor, se harán seguidores de Beliar. Abandonarán la agricultura, y seguirán sus técnicas malvadas. Serán dispersados entre los gentiles, y servirán a sus enemigos. (Testamento de Isacar, 6:1-2).
En 2 Baruc tenemos una descripción todavía más gráfica del caos moral de los últimos tiempos: La honorabilidad se volverá desvergüenza, y la virtud se rebajará hasta hacerse despreciable, y la probidad será destruida, y la belleza se tornará fealdad… y la envidia surgirá en los que no se tenían en cuenta, y la pasión se apoderará de los pacíficos, y muchos serán incentivados a la ira para dañar a muchos; y se levantarán ejércitos para derramar sangre, y todos acabarán pereciendo juntos. (2 Baruc 27).
En este cuadro que Pablo traza está pensado en términos familiares para los judíos. Se iba a producir un despliegue final de las fuerzas del mal.
Ahora tenemos que reciclar estas viejas pinturas en términos modernos. Nunca se pretendió que fueran nada más que visiones; hacemos violencia al pensamiento judío y al cristiano primitivo si los tomamos con un literalismo crudo. Pero es verdad que atesoran la verdad permanente de que alguna vez tiene que venir la consumación cuando el mal se enfrente con Dios en una colisión frontal y se produzca el triunfo definitivo de Dios.
Las características de la impiedad
Porque la gente vivirá una vida centrada en el yo; serán amadores del dinero, fanfarrones, arrogantes, dados a los insultos, desobedientes a sus padres, desagradecidos, descuidados hasta de la decencia más básica de la vida, sin afectos humanos, implacables en el odio, revolcándose entre calumnias, ingobernables en sus pasiones, salvajes, no sabiendo lo que es el amor al bien, traidores, osados en palabra y en obra, hinchados de orgullo, amadores del placer como su dios.
Mantendrán una apariencia externa de religión, pero desmentirán su eficacia. Evita a tales personas.
Aquí tenemos una de las descripciones más terribles que nos da el Nuevo Testamento de cómo sería un mundo impío, con las terribles cualidades de la impiedad desplegadas en una serie macabra. Veámoslas una a una.
No es ninguna casualidad que la primera de esta características sea una vida centrada en el yo. El adjetivo que se usa es filautos, que quiere decir amador de uno mismo. El amor del yo es el pecado básico del que fluyen todos los demás. En el momento en que una persona pone su propia voluntad en el centro de su vida, las relaciones divinas y humanas se destruyen, y se hacen imposibles la obediencia a Dios y la solidaridad con las personas. La esencia del Cristianismo no es la entronización, sino la rendición del yo.
Las personas se convertirían en amadoras del dinero (filárguyros). Debemos recordar que el trabajo de Timoteo se centraba en Éfeso, tal vez el mayor mercado del mundo antiguo. En aquellos días el comercio tendía a fluir a lo largo de los grandes ríos; Éfeso se encontraba en la desembocadura del río Caístro, y dominaba el comercio de una de las tierras interiores más ricas de toda Asia Menor. En Éfeso se encontraban algunas de las carreteras más importantes del mundo antiguo. Estaba la gran ruta comercial del valle del Eúfrates que pasaba por Colosas y Laodicea y vertía la riqueza del Oriente en el regazo de Éfeso. Estaba la carretera del Norte de Asia Menor y Galacia que venía vía Sardis. Estaba la carretera del Sur que concentraba el comercio del valle del Meandro en Éfeso. Se llamaba a Éfeso « la Casa del Tesoro del mundo antiguo,» «la Feria de las Vanidades de Asia Menor.» Se ha señalado que es posible que el autor de Apocalipsis estuviera pensando en Éfeso cuando escribió el inquietante pasaje que describe el mercado humano: «Mercadería de oro y plata; de piedras preciosas y perlas; de lino fino, púrpura, seda y escarlata; de toda madera olorosa, todo objeto de marfil, todo objeto de madera preciosa; de cobre, hierro y mármol; canela y especias aromáticas; incienso, mirra y olíbano; vino y aceite; flor de harina y trigo; bestias y ovejas; caballos y carros; esclavos y almas de hombres» (Apocalipsis 18:12s). Efeso era la ciudad de una civilización próspera y materialista; era la clase de ciudad donde una persona podía perder el alma fácilmente.
Hay peligros cuando se identifica la prosperidad con las cosas materiales. Se ha de recordar que una persona puede perder su alma mucho más fácilmente en la prosperidad que en la adversidad; y lleva camino de perder su alma cuando juzga el valor de la vida por la cantidad de cosas que posee.
En estos terribles días la gente será fanfarrona y arrogante. Los escritores griegos solían poner juntas estas dos palabras; son las dos pintorescas.
Fanfarrón tiene una etimología interesante. Es la palabra alazón, que deriva de alee, que quiere decir un vagabundo. En un principio el alazón era un charlatán ambulante. Plutarco usa la palabra para describir a un curandero. El alazón era un charlatán que iba por ahí con medicinas y encantos y métodos de exorcismo que pretendía que eran panaceas para todas las enfermedades.
Todavía se pueden ver personas así en las ferias y en los mercados de algunos lugares, pregonando las virtudes de una pócima que tiene propiedades milagrosas. Luego la palabra amplió su significado hasta querer decir fanfarrón.
Los moralistas griegos escribieron muchas cosas acerca de esta palabra. Las Definiciones Platónicas describían el nombre correspondiente (alazonía) como: «la pretensión de cosas buenas que una persona no posee realmente.» Aristóteles (Ética a Nicómaco 7:2) definía al alazón como «el hombre que pretende poseer cualidades maravillosas que no tiene realmente, o que posee en menor grado del que pretende.» Jenofonte nos relata cómo Ciro, el rey persa, definía el alazón: « El nombre alazón parece aplicarse a los que pretenden ser más ricos o más valientes de lo que son, y a los que prometen hacer lo que no pueden hacer, y especialmente cuando es evidente que lo hacen para conseguir algo u obtener alguna ganancia» (Jenofonte: Ciropedia 2,2,12). Jenofonte dice en las Memorabilia que Sócrates condenaba irremisiblemente a tales impostores. Sócrates solía decir que se podían encontrar en todos los estratos de la vida, pero que los peores exponentes estaban en la política. «Con mucho el mayor fantoche de todos, y el más peligroso, es el que ha convencido a su ciudad de que está capacitado para dirigirla.»