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Carta a los Romanos

La palabra hablada

De una cosa debemos darnos cuenta en estas cartas. Pablo hacía lo que la mayoría de la gente de su tiempo: no escribía él mismo las cartas, sino se las dictaba a un amanuense, y añadía al final su firma, a veces con algunas palabras más. (Conocemos el nombre de uno de los que escribieron para Pablo: en Romanos 16:22, Tercio, el amanuense, introduce su propio saludo antes del final de la carta). En 1 Corintios 16:21 Pablo dice: «Esta es mi firma, mi autógrafo, para que estéis seguros de que esta carta os la mando yo.» (Ver también Colosenses 4:18; 2 Tesalonicenses 3:17).

Esto explica un montón de cosas. Algunas veces es difícil entender a Pablo porque sus frases no terminan nunca, la gramática se quiebra y se enreda la construcción. No debemos figurárnosle sentado tranquilamente a su mesa de despacho, puliendo cuidadosamente cada frase; sino más bien recorriendo de un lado a otro la habitación, soltando un torrente de palabras, mientras su amanuense se daba toda la prisa que podía para no perder ni una. Cuando Pablo componía sus cartas, tenía presentes en su imaginación a las personas a las que iban destinadas, y se le salía del pecho el corazón hacia ellas en palabras que se atropellaban en su ansia de comunicar y ayudar.

Introducción a la carta a los romanos; la epístola que es diferente

Hay una diferencia indiscutible entre la Carta a los Romanos de Pablo y otra cualquiera de sus cartas. El que haya leído antes, digamos, las Cartas a los Corintios, notará la diferencia inmediatamente, tanto de ambiente como de método. Una parte considerable de ella es debida a un hecho básico: cuando Pablo escribió Romanos se estaba dirigiendo a una iglesia en cuya fundación no había tenido arte ni parte y con la que no había tenido contacto personal. Esto explica por qué en Romanos hay tan pocas de las alusiones a los problemas prácticos que abundan en las otras cartas. Por eso Romanos, a primera vista, parece mucho más impersonal. Como dijo Dibelius, «es la menos condicionada por la situación momentánea de todas las cartas de Pablo.» Para decirlo de otra manera: Romanos es la que más se parece a un tratado teológico. En casi todas las otras cartas Pablo está saliendo al paso de algún problema inmediato, de alguna situación apremiante, de algún error extendido, de algún peligro amenazador, que se cernían sobre la iglesia a la que estaba escribiendo. Romanos es la que se acerca más a una exposición sistemática de la posición teológica del mismo Pablo independientemente de cualquier conjunto de circunstancias inmediatas.

Testamentaria y profiláctica

Por eso dos grandes investigadores le han aplicado a Romanos dos adjetivos muy iluminadores:

(a) Sanday la llamó «testamentaria ». Es como si Pablo hubiera escrito en Romanos su última voluntad y testamento; como si hubiera destilado en esa carta la quintaesencia de lo que creía y predicaba. Roma era la ciudad más grande del mundo, la capital del Imperio más grande que se había conocido. Es posible que Pablo no hubiera estado nunca allí, ni supiera si iría alguna vez. Pero, al escribir a la iglesia de tal ciudad, era comprensible que expusiera la esencia y el corazón de su fe.

(b) Burton llamó a Romanos «profiláctica» -es decir, algo que protege de una infección. Pablo había visto muy a menudo el daño y los problemas que podían causar las ideas erróneas, las nociones tergiversadas, las concepciones equivocadas de la fe y la doctrina cristiana. Por tanto quería enviarle a la iglesia de la ciudad que era el centro del mundo una carta que edificara su fe de tal manera que, si le llegaban infecciones, tuvieran en la verdadera palabra de la doctrina cristiana una defensa poderosa y efectiva. Se daba cuenta de que la mejor protección contra la infección de la falsa doctrina era y es el antiséptico de la verdad.

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