En sociedades como la israelita en las que el valor de la mujer se medía por su habilidad para concebir hijos, no tenerlos, a menudo, conducía a dificultades personales y vergüenza. Para Elisabet, su esterilidad significó soledad y sufrimiento, sin embargo, permaneció fiel a Dios.
Elisabet y Zacarías provenían de familias sacerdotales. Cada año Elisabet tenía que separarse de su esposo durante dos semanas a fin de que este fuera al templo de Jerusalén a realizar sus tareas de sacerdote. Después de uno de esos viajes Zacarías volvió emocionado y mudo. Su noticia era una sorpresa maravillosa. ¡Sus sueños perdidos serían una emocionante realidad! Pronto Elisabet quedaría embarazada, y sabía que aquel era el regalo de Dios que tanto habían anhelado
Las noticias corrían raudas entre la familia. Casi cien kilómetros al norte en Nazaret, María, la parienta de Elisabet, también sorpresivamente descubrió que estaba encinta. Poco después de recibir el mensaje del ángel de que daría a luz al Mesías, María fue a visitar a Elisabet. De pronto, las unieron los dones únicos que Dios les había concedido. Elisabet sabía que el Hijo de María sería aún mucho más importante que el de ella, porque Juan sería su mensajero.
Cuando el niño nació, Elisabet insistió en el nombre que Dios le había dado: Juan. Cuando Zacarías escribió que estaba de acuerdo, recuperó el habla y todos en el pueblo se preguntaban qué llegaría a ser aquel niño extraordinario.
Elisabet susurraba alabanzas al cuidar aquel regalo de Dios. Al saber lo de María tiene que haberle maravillado lo oportuno que es Dios. Las cosas marchaban incluso mucho mejor de lo que ella hubiera podido planear. En nuestras vidas, debemos recordar que Dios tiene las riendas de todo. ¿Cuándo hizo la última pausa para reconocer que Dios determina el momento en los hechos de su vida?
La maternidad es un privilegio doloroso. La joven María tuvo el privilegio único de ser madre del mismo Hijo de Dios. Aun así, los dolores y el placer de su maternidad los comprenden cualquier madre. María fue el único ser humano presente en el nacimiento de Jesús que también actuó como testigo de su muerte. Lo vio llegar como su bebé y lo vio morir como su Salvador.
Hasta la sorpresiva visita de Gabriel, la vida de María se desarrollaba tan bien como ella esperaba. Hacía poco se había comprometido con un carpintero de la localidad, José, y esperaba la vida de casada. Sin embargo, la vida de María cambiaría para siempre.
Los ángeles no suelen concertar citas antes de su visita. Como si la felicitaran como la ganadora de un concurso en el que nunca participó, María encontró el saludo del ángel intrigante y su presencia estremecedora. Lo que escuchó de inmediato fueron las noticias que casi cada mujer en Israel esperaba oír: su hijo sería el Mesías, el Salvador prometido. María no dudó del mensaje, pero preguntó cómo sería posible la concepción. Gabriel le respondió que el bebé sería el Hijo de Dios. Su respuesta era una que Dios espera pero no recibe de muchas personas: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra”. Más adelante, su cántico de gozo a Elisabet muestra lo mucho que conocía a Dios, sus pensamientos estaban llenos con las palabras del Antiguo Testamento.
Pocas semanas después de su nacimiento, llevaron a Jesús al templo para dedicarlo a Dios. Allí José y María se encontraron con dos profetas, Simeón y Ana, que reconocieron en el niño al Mesías y alabaron a Dios. Simeón mencionó a María algunas palabras que quizás esta recordó muchas veces en los años siguientes: “Una espada traspasará tu misma alma” (Luk_2:35). Gran parte del doloroso privilegio de la maternidad sería ver a su Hijo rechazado y crucificado por la gente que vino a salvar.
Podemos imaginar que aunque hubiera sabido lo que sufriría al ser la madre de Jesús, hubiera respondido lo mismo. ¿Está usted, como María, dispuesto a que Dios lo use?
José y María se maravillaron por tres razones: Simeón dijo que Jesús era un don de Dios; lo reconoció como el Mesías; y agregó que Jesús sería la luz para todo el mundo. Esta era, al menos, la segunda vez que recibían a María con una profecía relacionada con su Hijo; la primera fue cuando Elisabet la recibió como la madre de su Señor
Simeón profetizó que Jesús sería una señal paradójica. Algunos caerían por causa de El, mientras que otros se levantarían. Con Jesús no habría una posición neutral, la gente lo aceptaría con alegría o lo rechazaría por completo. Como la madre de Jesús, sufriría debido al rechazo generalizado que El enfrentaría. Esta es la primera nota triste en el Evangelio de Lucas.