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Hechos 4: El arresto

Mientras Pedro y Juan estaban hablándole a la gente, se presentaron en su búsqueda los sacerdotes con el jefe de la policía del Templo, y los saduceos, que se molestaban de que los discípulos se hicieran los maestros del pueblo; y más aún, porque proclamaban que en Jesús se había producido una resurrección. Así es que los arrestaron y los metieron en la cárcel con la intención de juzgarlos al día siguiente, porque se les había echado encima la tarde. Pero muchos de los que habían oído la predicación de Pedro se convirtieron, de manera que ya había en la Iglesia algo así como cinco mil hombres.

La curación del cojo había tenido lugar en una parte del área del Templo que siempre estaba llena de gente. No es extraño que el suceso hiciera que se concentrara allí la atención general.

La puerta Hermosa era la que comunicaba el atrio de los Gentiles con el de las Mujeres. El atrio de los Gentiles era no sólo el más grande, sino también el más abarrotado de gente de todos los atrios del Templo, porque hasta allí podían entrar personas de todas las naciones, siempre que observaran las reglas normales del decoro y el respeto. Era allí donde tenían sus mostradores los cambistas, y sus puestos los vendedores de animales para los sacrificios. Dando la vuelta a la parte exterior del área del Templo había dos grandes pórticos que se juntaban formando un ángulo recto en la esquina del atrio de los Gentiles. Uno era el pórtico Real, y el otro, el de Salomón. Estos también estaban llenos de gente que había venido a dar culto a Dios, a aprender y a hacer turismo. No cabe duda de que los acontecimientos que habían tenido lugar allí alcanzarían la más amplia publicidad.

En este escenario tan abarrotado de gente se presentaron los sacerdotes, el jefe de la policía del Templo y los saduceos. El personaje que llama la versión Reina-Valera el jefe de la guardia del Templo, era un funcionario que se llamaba el Sagán. Era el brazo derecho del Sumo Sacerdote, y tenía a su cargo la supervisión del orden en el Templo. Cuando había alguna aglomeración era inevitable que el Sagán se presentara en escena con la policía del Templo. En esta ocasión también vinieron con él los saduceos, que formaban la clase aristocrática o adinerada. No eran muchos, pero sí muy influyentes. Lo sucedido les molestaba mucho por dos razones: la primera, porque no creían en la Resurrección, que era lo que los apóstoles estaban proclamando; y la segunda, porque eran ricos aristócratas y colaboracionistas. Hacían lo posible por mantenerse en buenas relaciones con los romanos para conservar su riqueza y posición. El gobierno romano era muy tolerante en general; pero en casos de insurrección era tajante. Los saduceos estaban seguros de que, si no se le paraban los pies a los apóstoles, habría disturbios y desórdenes, con consecuencias funestas para su posición. Así es que se propusieron cortar en su principio aquel brote peligroso; y esa fue la causa de que Pedro y Juan fueran arrestados tan pronto. Tenemos aquí el ejemplo terrible de un partido que, para mantener su posición privilegiada, se niega a escuchar la verdad, y a dejar que otros la escuchen.

Hechos 4: 5-12: Ante el sanedrín

Al día siguiente hubo una reunión de las fuerzas vivas: los ancianos y los escribas, el sumo sacerdote Anás y Caifás y Juan y Alejandro y todos los de las familias de los sumos sacerdotes. Hicieron comparecer a Pedro y Juan, y empezó el interrogatorio: -¿Con qué potestad y en nombre de quién habéis actuado?

Entonces Pedro, totalmente bajo la inspiración del Espíritu Santo, les contestó: -Jefes del pueblo y ancianos de Israel: Puesto que hoy se nos está interrogando acerca del favor que le hemos hecho a un enfenno, y cómo ha sido posible que recibiera la salud total, daos por enterados todos vosotros y toda la nación de Israel de que esto se ha hecho en el Nombre del Mesías Jesús de Nazaret, al Que vosotros mismos crucificasteis y Dios ha resucitado. ¡Sí: es gracias a Jesús que se os puede presentar el enfermo, completamente curado! Jesús es «la Piedra que desechasteis despectivamente vosotros, constructores, que se ha convertido en la Piedra clave que sustenta todo el edificio.» La Salvación no está en ningún otro; su Nombre es el único en toda la creación que se ha dado a la humanidad para que pueda salvarse.

El tribunal ante el que comparecieron Pedro y Juan era el Sanedrín, el tribunal supremo de los judíos. Aun bajo el dominio de Roma, el Sanedrín tenía autoridad para arrestar. Lo único que no podía hacer era dictar sentencia de muerte, excepto en el caso único de que un gentil penetrara en la parte reservada del Templo.

Había setenta y un miembros en el Sanedrín. El sumo sacerdote era, ex oficio, el presidente. Entre los miembros había sacerdotes, que eran casi todos saduceos, cuyo único propósito era retener el status quo para que no peligraran su posición y emolumentos. Estaban también los escribas, que eran los expertos en la ley tradicional; los fariseos, fanáticos cumplidores de dicha ley, y los ancianos, que eran hombres respetados de la comunidad.

También formaban parte del Sanedrín los que se describen como los de las familias de los sumos sacerdotes; algunas veces se los llama principales o jefes de los sacerdotes. Eran de dos clases. La primera, los ex sumos sacerdotes; en los grandes días del pasado, el sumo sacerdocio había sido hereditario y vitalicio; pero en tiempo de los romanos era objeto de intrigas, soborno y corrupción, y los sumos sacerdotes ascendían y caían de tal forma que, entre los años 37 a.C. y 67 d.C. hubo no menos de 28. Pero, a veces, hasta después de depuesto, seguía siendo el poder tras el trono. Segunda clase: aunque el sumo sacerdocio había dejado de ser hereditario, seguía siendo prerrogativa de unas pocas familias. De los 28 mencionados, todos menos 6 pertenecían a 4 familias sacerdotales. Los miembros de estas familias tenían un prestigio especial, y se les llamaba principales sacerdotes.

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