En cierto sentido, Hechos es el libro más importante del Nuevo Testamento. La verdad pura y simple es que, si no contáramos con Hechos, no tendríamos ninguna información acerca de la Iglesia Primitiva, fuera de la que pudiéramos deducir de las cartas de Pablo.
Hay dos maneras de escribir la Historia. Una consiste en procurar trazar el curso de los acontecimientos de semana en semana o de día en día; y otra que, como si dijéramos, nos abre una serie de ventanas y nos permite vislumbrar algunos momentos decisivos y personalidades relevantes de cada período. El Libro de los Hechos sigue la segunda fórmula.
Casi siempre le llamamos Los Hechos de los Apóstoles. Pero este libro no nos da, ni pretende darnos, un relato exhaustivo de los hechos de los apóstoles. Aparte de Pablo, sólo se mencionan tres, salvo en la lista que aparece en el capítulo primero. En Hechos 12:2 se nos dice en una breve frase que Herodes mandó ejecutar a Santiago, el hermano de Juan. Juan aparece algo más en la narración, pero nunca hace uso de la palabra. El libro nos da sólo verdadera información sobre Pedro, que muy pronto desaparece de la escena como protagonista. En el original no hay artículo Los delante de Hechos; una traducción correcta del título podría ser Hechos de varones apostólicos; y lo que pretende es darnos una serie de hazañas típicas de las figuras heroicas de la Iglesia Primitiva.
El autor del libro
Aunque su nombre no aparece en el libro, desde el principio de la Historia de la Iglesia siempre se ha mantenido que su autor era Lucas. Acerca de él sabemos realmente muy poco; sólo se le menciona tres veces en el Nuevo Testamento: Colosenses 4:14; Filemón 24, y 2 Timoteo 4:11. De estas referencias podemos deducir dos cosas seguras: la primera es que era médico; y la segunda, que era uno de los más apreciados colaboradores y leales amigos de Pablo, porque fue su compañero en su último encarcelamiento. Podemos deducir también que era gentil. En Colosenses 4:11 termina la lista de recuerdos y saludos de los que son de la circuncisión, es decir, de los judíos; y en el versículo 12 empieza una nueva lista, que suponemos que incluirá a los gentiles. Según esta deducción nos encontramos con el hecho interesante de que Lucas fue el único autor gentil del Nuevo Testamento.
Podríamos haber supuesto que Lucas era médico porque usa términos médicos con mucha naturalidad. En Lucas 4:35, hablando del que tenía el espíritu de un demonio inmundo, dice: « … cuando el demonio le había tirado al suelo», y usa el término médico correcto para convulsiones. En Lucas 9:38, hablando del que le pidió a Jesús: « ¡Maestro, por favor, mira a mi hijo…!», usa el término médico convencional para hacer un reconocimiento. El ejemplo más curioso se encuentra en el dicho acerca del camello y el ojo de la aguja. Los tres evangelios sinópticos nos lo conservan (Mateo 19:24; Marcos 10:25, y Lucas 18:25); pero para aguja, tanto Marcos como Mateo usan la palabra griega más corriente para designar la aguja de sastre o de casa, rafis. Sólo Lucas usa beloné, que quiere decir aguja de cirujano. Era médico, y los términos técnicos de los médicos eran los que se le ocurrían de una manera natural.
El destinatario del libro
Lucas dedicó tanto su Evangelio como Hechos a un cierto Teófilo (Lucas 1:3; Hechos 1:1). No sabemos realmente quién era Teófilo. En Lucas 1:3 se le llama «excelentísimo Teófilo». Este título, como « su excelencia», parece indicar un alto dignatario del gobierno romano. Tenemos tres posibilidades:
(i) Es posible que Teófilo no sea realmente un nombre propio. En aquellos días era peligroso ser cristiano. El nombre Teófilo viene de dos palabras griegas: Theos, que quiere decir Dios, y filein, que quiere decir amar. Es posible que Lucas se refiriera a uno que ama a Dios sin mencionar su verdadero nombre para no comprometerle.
(ii) Si Teófilo era una persona real, debe de haber sido un alto dignatario romano. Tal vez Lucas le dedicó sus libros para mostrarle que el Cristianismo era una cosa maravillosa y que los cristianos eran buenas personas. Es posible que Lucas tratara de influir en un gobernante romano para que no persiguiera a los cristianos.