Después de esto, Jesús salió y se fue de allí otra vez a la orilla del lago; la gente se acercaba a él, y él les enseñaba. Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, que estaba sentado en el lugar donde cobraba los impuestos para Roma. Jesús le dijo: Sígueme. Entonces Mateo se levantó y dejándolo todo siguió a Jesús. Más tarde, Leví hizo en su casa una gran fiesta en honor de Jesús. Sucedió que Jesús estaba comiendo en la casa, y muchos de los que cobraban impuestos para Roma, y otra gente de mala fama, llegaron y se sentaron también a la mesa junto con Jesús y sus discípulos pues eran muchos los que lo seguían. Algunos maestros de la ley, que eran fariseos, del mismo partido, al ver que Jesús comía con todos aquellos, comenzaron a criticar y preguntaron a los discípulos: ¿Cómo es que su maestro come con cobradores de impuestos y pecadores? Jesús lo oyó y les dijo: Los que están buenos y sanos no necesitan médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan el significado de estas palabras: ‘Lo que quiero es que sean compasivos, y no que ofrezcan sacrificios. Pues yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores para que se vuelvan a Dios. Mateo 9:9-13; Marcos 2:13-17; Lucas 5:27-32
No se puede pensar en nadie que fuera menos «apostolable» que Mateo. Era lo que se llama tradicionalmente un publicano; los publicanos eran los cobradores de impuestos, y se los llamaba así porque manejaban dinero y fondos públicos.
El imperio romano tenía el problema de diseñar un sistema de cobro de impuestos lo más barato y eficaz posible. Lo consiguió subastando el derecho a cobrar impuestos en cada zona. El que compraba ese derecho se comprometía a entregarle al gobierno romano una cierta cantidad; todo lo que cobrara de más era su comisión.
Está claro que este sistema se prestaba a graves abusos. La gente no sabía realmente cuánto tenía que pagar en aquel tiempo en que no había periódicos ni radio ni televisión, ni tenía derecho a apelar en contra del publicano. El resultado era que muchos publicanos se enriquecían abusando ilegalmente de sus derechos. El sistema había dado lugar a tantos abusos que ya se había cambiado en Palestina antes del tiempo de Jesús; pero había que seguir pagando impuestos, y seguían los abusos.
Había tres impuestos: legales. Estaba el impuesto sobre la tierra, que obligaba al pago de una décima parte de los cereales y un quinto de las frutas y vino al gobernador, en dinero o en especie.
Estaba el impuesto sobre la renta, que era del uno por ciento de los ingresos. Estaba el impuesto personal, que tenía que pagar todo varón desde los 14 hasta los 65 años de edad, y las hembras desde 12 hasta 65. Esos eran impuestos estatutarios que no podían usar fácilmente los publicanos para hacerse ricos.
Pero además de estos había un montón de impuestos diversos. Estaba el impuesto del dos y medio al doce y medio por ciento sobre todas las mercancías que se importaran o exportaran. Había que pagar un impuesto para usar las carreteras principales, cruzar los puentes, y entrar en los mercados, pueblos o puertos. Había que pagar un impuesto por los animales de carga, y por las ruedas y los ejes de los carros. Había impuestos por la compra y por la venta de mercancías. Había algunos productos que eran monopolio del gobierno; por ejemplo, en Egipto, el comercio del nitrato, la cerveza y el papiro estaba totalmente bajo el control del gobierno.
Aunque se había dejado el antiguo método de subastar los impuestos, se necesitaba un montón de gente para cobrarlos. Los funcionarios encargados de ello se contrataban entre los provinciales. A menudo eran voluntarios. Lo corriente era que en cada distrito hubiera una persona responsable de cada impuesto, y -no le era difícil a esa persona forrarse los bolsillos además de cobrar lo legalmente estipulado.
A estos. publicanos se -les tenía un odio feroz. Se habían puesto al servicio de los conquistadores de su nación, y amasaban sus fortunas a expensas de las desgracias de sus compatriotas. Eran notoriamente deshonestos. No sólo despellejaban a sus propios compatriotas, sino que hacían todo lo posible por defraudar al gobierno, y tenían unos impuestos florecientes aceptando sobornos de los ricos que querían ahorrarse los impuestos que tenían que pagar.
En todos los países se odia a los cobradores de impuestos,: pero el odio de los judíos era doblemente violento. Los judíos eran nacionalistas furibundos; pero lo que más los excitaba era su convicción religiosa de que Dios era su único Rey, y que el pagarle impuestos -a ningún gobernador humano era una infracción de los derechos de Dios y un insulto a Su Majestad. La ley judía excomulgaba de la sinagoga a los publicanos, los incluía entre las cosas y los animales inmundos, y les aplicaba Levítico 20:5; entonces yo me pondré en contra de esa persona y de su familia, y los separaré de la comunidad junto con todo aquel que lo siga en su adoración a Moloc., se les impedía ser testigos en los juicios, y se metía en el mismo saco a los ladrones, asesinos y publicanos.
Cuando Jesús llamó a Mateo, llamó a un hombre que todos odiaban. Aquí tenemos uno de los grandes ejemplos que hay en el Nuevo Testamento del poder de Jesús para ver en una persona, no sólo lo que era, sino lo que podría llegar a ser. No ha habido nunca nadie que tuviera tanta fe en las posibilidades de la naturaleza humana como Jesús.
Cafarnaum estaba en el territorio de Herodes Antipas, y la más probable es que Mateo no estuviera al servicio de los romanos sino de Herodes. Cafarnaum era el punto de unión de muchas carreteras. En especial la gran carretera de Egipto a Damasco, la carretera de la costa, pasaba por Cafarnaum. Era allí donde entraba en los dominios de Herodes con fines comerciales; y sin duda Mateo era uno de los empleados de aduana que cobraba los impuestos de todas las mercancías y productos que entraban y salían por aquel territorio.
No tenemos por qué pensar que Mateo no había visto nunca antes a Jesús. Sin duda habría oído del joven galileo Que traía un mensaje que cortaba la respiración de puro nuevo, Que hablaba con una autoridad que no se había conocido nunca, y Que contaba entre Sus amigos a hombres y mujeres que habrían evitado con asco las buenas personas ortodoxas de entonces. Probablemente Mateo Le habría oído desde las afueras de la multitud, y habría sentido que le vibraba el corazón en el pecho. Tal vez Mateo se había planteado anhelantemente si todavía estaría a tiempo de hacerse a la vela hacia un nuevo mundo dejando su vieja vida y su vieja vergüenza para empezar de nuevo. Y un día se encontró con Jesús allí delante de él, y Le oyó larzarle el desafío, y Mateo aceptó aquel desafío, y se levantó, y lo dejó todo, y siguió a Jesús.
Debemos fijarnos en lo que perdió Mateo, y en lo que encontró. Perdió un cómodo trabajo, y encontró un destino. Perdió unos buenos ingresos, y encontró la dignidad. Perdió una cómoda seguridad, y encontró una aventura como no soñara nunca. Puede que si aceptamos el desafío de Cristo nos encontremos más pobres de cosas materiales. Puede que tengamos que renunciar a las ambiciones del mundo. Pero sin duda encontraremos una paz y un gozo y un interés en la vida que nunca habíamos conocido. En Jesucristo se encuentran riquezas que superan con creces todo lo que se pueda abandonar por Él.
Debemos fijarnos en lo que dejó Mateo, y en lo que tomó. Dejó el puesto de los impuestos, pero se llevó una cosa: su pluma. Aquí tenemos un ejemplo luminoso de cómo puede usar Jesús cualesquiera dones que uno pueda llevarle. No es probable que ningún otro de los Doce tuviera soltura con la pluma. Los pescadores galileos no es de esperar que tuvieran una habilidad especial en eso de colocar debidamente las palabras; pero Mateo, sí. Y este hombre, cuyo trabajo le había entrenado en el uso de la pluma, usó esa habilidad para componer el primer manual de las enseñanzas de Jesús, que figura entre los libros más importantes que se hayan escrito en el mundo.
Cuando Mateo dejó el puesto de los impuestos aquel día renunció a mucho en sentido material, pero espiritualmente recibió en herencia una fortuna incalculable.
Jesús no se limitó a llamar a Mateo para que fuera uno de Sus hombres y seguidores, sino que se sentó a la mesa con hombres y mujeres como Mateo, con cobradores de impuestos y «pecadores».
Aquí surge una pregunta muy interesante: ¿Dónde tuvo lugar esta comida en la que fueron comensales Jesús y los cobradores de impuestos y los pecadores? Lucas es el único que especifica que fue en la casa de Mateo o Leví. Si nos atenemos al relato de Mateo y Marcos, podría muy bien haber sido en casa de Jesús, o en la casa en que estaba parando. Si fue en la casa de Jesús, Su dicho resulta aún más impactante: «Yo no he venido a llamar -a invitar- a justos, sino a pecadores.»
La palabra que se usa en el original es kalein, que es la que se usa corrientemente en griego para invitar a un huésped a una casa o para una comida. En Mateo 22:1-10; Jesús comenzó a hablarle a la gente una vez más por medio de historias. Les dijo: El reino de Dios es como un rey que ofreció una boda para su hijo. El rey envió a sus siervos para que les dijeran a los invitados que vinieran. Pero los invitados no querían ir. El rey envió otra vez a sus siervos y les dijo: ‘Díganles a los invitados que todo está listo, que se mataron las reses y los animales engordados. Todo está preparado. ¡Que vengan a la boda! Pero los invitados no hicieron caso. Uno se fue a trabajar en su tierra, otro se fue a sus negocios y otros ataron a los siervos del rey, los torturaron y los mataron. El rey se enfureció, envió a sus soldados y ellos mataron a los asesinos y quemaron su ciudad. Entonces el rey les dijo a sus siervos: ‘La boda está lista, pero los que se invitaron no la merecían. Vayan, pues, a las esquinas de las calles e inviten a todo el que encuentren para que venga’.Los siervos salieron a las calles. Reunieron a todos los que pudieron encontrar sin importar que fueran buenos o malos y el salón se llenó de invitados.; al igual que en Lucas 14:15-24: Cuando uno de los que estaba comiendo con él escuchó esto, dijo: -Afortunado el que participe en la cena en el reino de Dios. Entonces Jesús le dijo: -Un hombre estaba preparando una gran cena e invitó a mucha gente. Cuando llegó la hora de la cena, mandó a un siervo a decirles a los invitados: ¡Vengan, que todo está listo! Pero uno tras otro, todos empezaron a inventar excusas. El primero dijo: Compré unas tierras y ahora debo ir a revisarlas. Por favor discúlpame’ Otro dijo: Compré cinco parejas de animales de trabajo y ahora debo ir a probarlos. Por favor discúlpame. Otro dijo también: Me acabo de casar y no puedo ir. Cuando el siervo regresó, le contó a su patrón lo que le habían dicho. El patrón se enojó mucho y le dijo: ¡Ve rápido a las calles y a los callejones de la ciudad y trae a la cena a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos! Después el siervo le dijo: Patrón, he hecho lo que me has ordenado y todavía hay espacio para más gente. Entonces le dijo al siervo: Ve a los caminos y veredas, y haz venir a toda la gente para que se llene mi casa. Porque te digo que ninguno de los que habían sido invitados probará mi cena.; en la parábola de la Gran Cena se nos dice que los invitados rechazaron la invitación, y fueron los pobres, cojos, mancos y ciegos los que vinieron de los caminos y de los vallados a sentarse a la mesa del Rey.
Puede que Jesús estuviera diciendo: «Cuando hacéis una fiesta, invitáis a los religiosos y a los beatos; pero cuando la hago Yo, invito a los que son conscientes de su pecado y tienen más necesidad de Dios.»
Fuera en casa de Mateo o en la que estaba parando Jesús, fue un escándalo para los escribas y fariseos ortodoxos. Hablando en general, los habitantes de Palestina se dividían en dos clases: los ortodoxos que cumplían rígidamente la ley tradicional en sus más mínimos detalles, y los que no, todos los demás. La segunda clase la llamaban los de la primera la gente de la tierra; y al ortodoxo le estaba prohibido hacer un viaje con ninguno de los otros, o hacer ningún trato comercial, o darle o recibir de él nada, o hacerles o aceptar de ellos ninguna invitación. Al estar en compañía de gente así, Jesús estaba haciendo algo que los «piadosos» de su tiempo no hartan nunca.
La defensa de Jesús fue perfectamente sencilla; simplemente dijo que Él estaba donde más se Le necesitaba. Sería un médico miserable si no fuera nada más que a las casas de los que gozaran de buena salud; el lugar de un médico está donde la gente está enferma; su gloria y su misión es ir adonde se le necesite.
Diógenes fue uno de los grandes maestros de la antigua Grecia. Amaba la virtud, y tenía una lengua mordaz. No se cansaba de comparar la decadencia de Atenas, donde pasó la mayor parte de su vida, con la vigorosa sencillez de Esparta. Un día, alguien le dijo: «Si te gusta tanto Esparta y tan poco Atenas, ¿por qué no te marchas de Atenas y te vas a Esparta: Y él respondió: «Aparte de lo que yo quiera, debo estar donde se me necesita más.» Eran los «pecadores» los que necesitaban a Jesús, y por eso estaba entre ellos.
Cuando Jesús dijo «Yo no he venido a invitar a los “justos”, sino a los pecadores,» debemos entender lo que quería decir. No decía que hubiera gente tan buena que no necesitara nada de Él; y todavía menos que Él no tuviera interés en los buenos. Este es un dicho muy comprimido. Jesús decía: « Yo no he venido a invitar a los que están tan satisfechos consigo mismos -que están convencidos de que no necesitan la ayuda de nadie; sino a los que son conscientes de su pecado y se dan cuenta de que necesitan desesperadamente un Salvador.» Estaba diciendo: «Los únicos que aceptan mi invitación son los que reconocen lo mucho que Me necesitan.»
Aquellos escribas y fariseos tenían una idea de la religión que no está muerta ni mucho menos.
(i) Estaban más interesados en mantener su propia «santidad» que en ayudar a otro con sus pecados. Eran como médicos que se negaran a visitar a los enfermos por miedo a que les contagiaran la enfermedad. Se mantenían a distancia del pecador con fastidioso puritanismo; no querían tener nada que ver con los tales. Su religión era egoísta en esencia. Les preocupaba mucho más salvar sus almas que contribuir a que se salvaran las de otros. Y habían olvidado que esa era la manera más segura de perder sus propias almas.
(ii) Estaban más interesados en criticar que en animar. Estaban más interesados en señalar las faltas de otras personas que en ayudarlas a conquistarlas. Cuando un médico descubre una enfermedad especialmente repugnante, que le revolvería el estómago a cualquiera que la mirara, no se llena de repugnancia, sino de deseo de ayudar. Nuestra primera reacción no debería ser nunca el condenar al pecador, sino el ayudarle.
(iii) Profesaban una bondad que desembocaba en la condenación más bien que en el perdón y en la simpatía. Estaban más dispuestos a dejarle a uno en la cuneta que en tenderle una mano para que saliera de ella. Eran como médicos que estuvieran interesados en diagnosticar la enfermedad, pero que no tuvieran el menor interés en curarla.
(iv) Profesaban una religión que consistía en una ortodoxia externa más bien que en una ayuda práctica. A Jesús Le encantaba el dicho de Oseas 6:6 que decía que Dios desea la misericordia más que el sacrificio, porque lo citó más de una vez: Ustedes no habrían condenando a gente inocente si supieran el significado de lo que dice en las Escrituras: ‘Yo no quiero sacrificios, sino que ustedes tengan compasión’. (Mateo 12:7). Uno puede que cumpla diligentemente con todos los pasos de la piedad ortodoxa; pero, si nunca hace lo más mínimo para ayudar a otro ser humano en su necesidad, no es una persona cristiana.
Cautelosa e inexorablemente la puerta de la sinagoga se le iba cerrando a Jesús. Los guardianes de la ortodoxia judía le habían declarado la guerra. Ahora Jesús enseñaba, no en l sinagoga, sino a la orilla del lago. Su iglesia estaría al aire libre sin más techumbre que el cielo azul, y con la colina o la barca de pesca como púlpito. El Hijo de Dios fue excluido de lo que se consideraba la casa de Dios.
Jesús iba paseando por la orilla del lago y enseñando. Esa era una de las maneras más corrientes de enseñar que tenía los rabinos. Cuando los rabinos judíos iban de camino de un lugar a otro o se daban un paseo al aire libre, sus discípulos se agrupaban a su alrededor andando con ellos y escuchando la que les decían. Jesús estaba haciendo lo que cualquier rabino.
Galilea era uno de los grandes centros de comunicaciones del mundo antiguo. Se ha dicho que «Judea no estaba de camino a ningún sitio; Galilea estaba de paso a todo el mundo.» Palestina era una tierra puente entre Europa y África; todo el tráfico terrestre tenía que pasar por ella. La gran carretera del mar iba desde Damasco, pasando por Galilea, por Cafarnaum, por debajo del Carmelo, a lo largo de la llanura de Sarón, pasando por Gaza y hacia Egipto. Era una de las grandes carreteras del mundo. Otra carretera iba desde Acre en la costa, atravesaba el Jordán y seguía hacia Arabia y las fronteras del imperio, una carretera transitada constantemente por regimientos y caravanas.
Palestina estaba dividida por aquel tiempo. Judea era una provincia romana bajo un procurador romano; Herodes Antipas, uno de los hijos de Herodes el Grande, gobernaba Galilea; el territorio hacia el Este que incluía Gaulonítida, Traconítila y Batanea, era gobernado por Felipé, otro de los hijos de Herodes. De camino entre el territorio de Felipe y el de Herodes, Cafarnaum era la única población que encontraba el viajero. Por tanto, era como un pueblo fronterizo; y de ahí que fuera también un centro aduanero. En aquellos días se pagaban impuestos de importación y exportación, y Cafarnaum tiene que haber sido un lugar donde se cobraban. Allí era donde trabajaba Mateo. Es verdad que él no estaba, como Zaqueo, al servicio de los romanos; era un funcionario de Herodes Antipas; pero era igualmente un odiado publicano. (La versión Reina-Valera sigue usando esta palabra heredada de la Vulgáta via Biblia del Oso y otras traducciones de la Reforma. «Publicano, del latín publicanus, era entre los romanos, arrendador de los impuestos o rentas públicas y de las minas del estado», como dice el Diccionario de la Real Academia Eespañola.
Esta historia nos revela algunas cosas tanto de Mateo como de Jesús.
(i) Mateo era un hombre muy odiado. Los cobradores de impuestos nunca son populares en ninguna comunidad, pero en el mundo antiguo eran odiados. Hasta un escritor griego como Luciano asocia a los cobradores de impuestos con «adúlteros, alcahuetes, aduladores y sicofantas (el término sicofanta designa a un individuo bajo y despreciable, buscando obtener una posición mediante la adulación).» Jesús quiso al que nadie quería. Le ofreció Su amistad al que todos se habrían avergonzado de considerar su amigo.
(ii) Mateo tiene que haber sido en aquel momento un hombre con un gran vacío en el corazón. Tiene que haber oído acerca de Jesús, o probablemente había escuchado Su mensaje desde el borde de la multitud; y algunas veces tiene que haberle vibrado el corazón. No podría haberse dirigido a los buenos ortodoxos de su tiempo. Para ellos eran inmundo y se habrían negado a relacionarse con él.
Hugh Redwood nos cuenta la historia de una mujer que vivía en el distrito de los astilleros de Londres, que venía a la reunión de señoras. Había estado viviendo con un chino, y tenía un bebé mestizo que llevaba con ella. Le gustaba la reunión y volvía una y otra vez. Entonces el pastor se dirigió a ella y le dijo: «Debo pedirle que no vuelva por aquí.» La mujer le devolvió la pregunta con la mirada; y él le contestó: «otras mujeres dicen que dejarán de venir si usted continua viniendo.» Ella se le quedó mirando con una sorpresa dolorida y le dijo: «Señor, ya sé que soy una pecadora; ¿pero no hay ningún sitio adonde pueda ir una pecadora?» Afortunadamente el Ejército de Salvación encontró a aquella mujer y la rescató para Cristo.
Eso era precisamente lo que Mateo tenía que arrostrar lo que encontró a Uno que vino al mundo a buscar y a salvar 1 que se había perdido.
(iii) Esta historia nos dice algo acerca de Jesús. Fue cuando iba paseando por la orilla del lago cuando llamó a Mateo. Como decía un gran profesor: «Hasta cuando estaba dándose un paseo estaba buscando oportunidades.» Jesús no estaba nunca fuera de servicio. Si podía encontrar a una persona para Dios mientras se estaba dando un paseo, la encontraba. ¡Qué cosecha podríamos reunir si buscáramos gente para Cristo cuando vamos andando por ahí!
(iv) De todos los discípulos, Mateo fue el que renunció a más. Literalmente lo dejó todo para seguir a Jesús. Pedro y Andrés, Santiago y Juan podían volver a la pesca. Siempre habría peces que pescar y siempre podrían volver a su antiguo trabajo; pero Mateo quemó las naves definitivamente. En una sola acción, en un momento del tiempo, con una rápida decisión, se excluyó de su trabajo para siempre; porque una vez que se dejaba el trabajo de cobrador de impuestos, ya no se podía recuperar. Requiere un gran hombre el hacer una gran decisión; y sin embargo, a toda vida le llega el momento de decidir.
Cierto hombre famoso tenía la costumbre de darse largos paseos por el campo en Dartmoor. Cuando llegaba a un arroyo demasiado ancho para cruzarlo fácilmente, lo primero que hacía era tirar la chaqueta al otro lado. Así se comprometía a no darse la vuelta. Hacía la decisión de pasar al otro lado, y se aseguraba de no claudicar.
Mateo fue un hombre que se lo jugó todo por Cristo, y no se equivocó.
(v) De su decisión sacó Mateo por lo menos tres cosas.
(a) Salió con las manos limpias. Desde aquel momento podía mirarle a la cara a todo el mundo. Puede que fuera mucho más pobre, y que la vida le resultara mucho más dura, y que se le acabaran los lujos y las comodidades; pero desde aquel momento tuvo las manos limpias; y, porque tenía las manos limpias, tenía la mente en paz.
(b) Perdió un trabajo, pero consiguió otro mucho mejor. Se ha dicho que Mateo lo dejó todo menos una cosa: la pluma. Los investigadores no creen que el Primer Evangelio, tal como lo tenemos ahora, sea obra de Mateo; pero sí creen que incorpora uno de los más importantes documentos de toda la Historia, el primer compendio escrito de las enseñanzas de Jesús, y que ese documento sí fue escrito por Mateo. Con su mente ordenada, su manera metódica de trabajar, su familiaridad con la pluma, Mateo fue el primer hombre que le dio al mundo un libro de las enseñanzas de Jesús.
(c) Lo curioso es que la decisión repentina de Mateo le proporcionó la única cosa que estaría buscando – le trajo una fama inmortal y universal. Todo el mundo conoce el nombre de Mateo como el de uno que hizo posible que se conociera la historia de Jesús. Si Mateo se hubiera negado a aceptar la llamada de Jesús, se le habría recordado localmente por un cierto tiempo como seguidor de una profesión despreciable que todos odiaban; al aceptar la llamada de Jesús ganó una fama internacional como el hombre que nos dejó el primer compendio de las enseñanzas de Jesús. Dios nunca se queda corto con el que se lo juega todo por Él.
Cuando Mateo se entregó a Jesús, Le invitó a su casa. Le parecía lo más natural, una vez que había descubierto a Jesús por sí mismo, el compartir su gran descubrimiento con sus amigos -y sus amigos eran como él. No podían ser de otra manera. Mateo había escogido un trabajo que le excluía de la sociedad de todas las personas ortodoxas y respetables, y había tenido que buscar sus amigos entre los marginados como él. Jesús aceptó encantado aquella invitación; y aquellos marginados de la sociedad decente buscaron Su compañía.
No hay nada que pueda mostrar mejor la diferencia que había entre Jesús, y los escribas y los fariseos y las buenas personas ortodoxas de Su tiempo. Estos no eran la clase de gente cuya compañía habría buscado un pecador. Le habrían mirado con una actitud de condenación y de superioridad arrogante. Se le habrían helado hasta los huesos en tal compañía aun antes de ser admitido en ella.
Había una clara diferencia entre los que guardaban la Ley y los que aquellos llamaban la gente de la tierra, que eran las personas corrientes que no cumplían todas las reglas y normas de los escribas. Los primeros tenían prohibida toda relación con los segundos en absoluto. No debían hablar con ellos, ni hacer un viaje con ellos. El casar a una hija con uno de ellos les parecía tan horrible como entregársela a una fiera. No debían aceptar hospitalidad de ninguno de ellos ni ofrecérsela. Por el hecho de ir a la casa de Mateo y sentarse a la mesa en compañía de aquella gente, Jesús estaba desafiando los convencionalismos ortodoxos de Su tiempo.
No tenemos que suponer ni por un momento que todas esos fueran pecadores en el sentido moral de la palabra. La palabra pecador (hamartólós) tenía dos significados. Quería decir una persona que quebrantaba la Ley moral; pero también querían decir una persona que no cumplía la ley de los escribas. El hombre que cometía adulterio y el que comía cerdo eran pecadores los dos; el que era culpable de robo o asesinato y el que no se lavaba las manos todas las veces que requería el ritual eran ambos pecadores. Entre los invitados de Mateo probablemente habría muchos que habían quebrantado la Ley moral y que iban por libres en la vida; pero sin duda se incluían muchos cuyo único pecado era que no observaban las reglas y normas de los escribas.
La actitud de los judíos ortodoxos para con los pecado se componía realmente de dos cosas.
(i) Se componía de desprecio. «El hombre ignorante de la Ley -decían los rabinos- no puede nunca ser piadoso.» El filósofo griego Heráclito era un aristócrata arrogante. Un cierto Escritor se propuso poner en verso los discursos de Heráclito para que la gente menos intelectual pudiera leerlos y entenderlos. La reacción de Heráclito se plasmó en un epígrafe «Heráclito soy. ¿Por qué me arrastráis arriba y abajo, vosotros ignorantes? No fue para vosotros para los que yo trabajé, y sí para los que me entienden. Uno de ellos a mis ojos vale treinta mil, mientras que las hordas innumerables no valen lo que uno de ellos.» La masa no le inspiraba más que desprecio. Los escribas y los fariseos despreciaban a las personas corrientes; Jesús las amaba. Los escribas y los fariseos se colocaban en sus pequeños pedestales de piedad ritualista, y miraban por encima del hombro al pecador; Jesús se acercaba a él, y al sentarse a su lado le elevaba.
(ii) Se componía de miedo. Los judíos ortodoxos le tenían un miedo terrible al contagio del pecado; tenían miedo de que se les pegara algo malo del pecador. Eran como un médico que se negara a tratar un caso de enfermedad infecciosa no fuera que la contrajera. Jesús era Uno que se olvidaba de Sí mismo en Su gran deseo de salvar a otros. C. T. Studd, el gran misionero de Cristo, tenía un epigrama de cuatro versos que le encantaba citar: Hay quienes quieren vivir en el radio que alcanzan las campanas de su iglesia; yo tengo mi servicio de rescate a un palmo del infierno.
El que tiene desprecio y miedo en el corazón no puede ser nunca pescador de hombres.
Jesús eligió a un cobrador de impuestos para que fuera apóstol.
(i) Lo primero que hizo Mateo fue ofrecerle una fiesta a Jesús, que era algo que sin duda podía pagar, invitando a sus compañeros de profesión y a sus amigos descastados para que le conocieran. La primera intención de Mateo era compartir la maravilla que había encontrado.
John Wesley le dijo una vez a alguien: «No hay tal cosa como ir al Cielo a solas; uno tiene que encontrar amigos, o hacérselos.» Otro dijo que tenemos que ir al Cielo «como las cerezas». Todo cristiano tiene el deber de compartir las bendiciones que ha encontrado o recibido.
(ii) Los escribas y fariseos criticaban. Los fariseos -los separados- no habrían dejado que el extremo de su túnica rozara a uno como Mateo. Jesús les dio la respuesta irrefutable. Les hizo notar que son precisamente los enfermos los que necesitan un médico; y personas como Mateo y sus amigos eran los que Le necesitaban más. No estaría mal que consideráramos al pecador más como un enfermo que como un criminal; y al que ha cometido un error, más que como alguien que merece desprecio y condenación, como alguien que necesita amor y ayuda para encontrar la rehabilitación.