Algunos días después de esto, Jesús subió a una barca, pasó al otro lado del lago y volvió a entrar en Cafarnaúm, llegó a su propio pueblo. En cuanto se supo que estaba en casa, se juntó tanta gente que ni siquiera cabían frente a la puerta; y él les anunciaba el mensaje. Un día en que Jesús estaba enseñando, se habían sentado por allí algunos fariseos y maestros de la ley venidos de todas las aldeas de Galilea, y de Judea y Jerusalén. Y el poder del Señor se mostraba en Jesús sanando a los enfermos. Entonces llegaron unos hombres que llevaban en una camilla a uno que estaba paralítico. Querían llevarlo adentro de la casa y ponerlo delante de Jesús. Pero como había mucha gente y no podían acercarlo hasta Jesús, así que subieron al techo y entonces, entre cuatro quitaron parte del techo, abriendo un hueco entre las tejas, de la casa donde él estaba, y por la abertura bajaron al enfermo en la camilla en que estaba acostado. Y cuando Jesús vio la fe que tenían, le dijo al enfermo: Ánimo, hijo mío; tus pecados quedan perdonados. Algunos maestros de la ley, que estaban allí sentados, pensaron: ¿Cómo se atreve este a hablar así? “Lo que este ha dicho es una ofensa contra Dios.” Solo Dios puede perdonar pecados. Pero como Jesús se dio cuenta en seguida de lo que estaban pensando, les preguntó: ¿Por qué piensan ustedes así? ¿Por qué tienen ustedes tan malos pensamientos? ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico: ‘Tus pecados quedan perdonados’, o decirle: ‘Levántate, toma tu camilla y anda’? Pues voy a demostrarles que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados. Entonces le dijo al paralítico: A ti te digo, Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. El paralítico, a la vista de todos, se levantó en el acto, y tomando su camilla salió de allí, y se fue a su casa. Al ver esto, la gente tuvo miedo, todos se admiraron y alabaron a Dios, diciendo: Nunca hemos visto una cosa así. Hoy hemos visto cosas maravillosas. Alabaron a Dios por haber dado tal poder a los hombres. Mateo 9:1-8; Marcos 2:1-12; Lucas 5:17-26
Algunos días después, Jesús volvió a entrar en Cafarnaúm sabemos que este incidente tuvo lugar en Cafarnaum; y es interesante notar que para este tiempo Jesús había llegado a identificarse tanto con Cafarnaum que a éste se le podía llamar Su propio pueblo. En esta etapa de Su ministerio, Cafarnaum era el centro de Su obra.
Le trajeron a un paralítico, que llevaban unos amigos en una camilla. Aquí tenemos una escena maravillosa de un hombre que fue salvo por la fe de sus amigos. Si no hubiera sido por ellos, nunca habría podido llegar a la presencia sanadora de Jesús de ninguna manera. Bien puede ser que hubiera llegado a estar impotentemente resignado y derrotadamente desesperanzado, y que ellos le llevaran a Jesús casi contra su voluntad. En cualquier caso, lo que le salvó fue la fe de sus amigos.
W. B. Yeats, en su comedia El Gato y la Luna, tiene una frase: «¿Has conocido alguna vez a un santo que tuviera a un malvado por camarada y lo más querido a su corazón?» realmente característico de un verdadero santo el asociarse con una persona realmente mala o totalmente insensata, hasta traerla a la presencia de Jesús. Si uno tiene un amigo que no conoce a Cristo, o que no le interesa Cristo, o que es hasta hostil a Cristo, su deber como cristiano es no dejarle en paz hasta conseguir traerle a la presencia de Cristo.
No podemos obligar a una persona a aceptar a Cristo contra su voluntad. Coventry Patmore dijo una vez que no podemos enseñarle a otro la verdad religiosa; lo único que podemos es indicarle el camino por el que puede llegar a ella por sí mismo. No podemos hacer que una persona sea cristiana, pero podemos hacer todo lo posible para llevarla a la presencia de Cristo.
La techumbre de las casas de Palestina era plana, como terraza, que se usaba para estar tranquilos y para descansar así es que era corriente que hubiera una escalera exterior para subir. Los materiales de la cubierta se prestaban a lo que hicieron estos cuatro amigos decididos. La cubierta está formada por vigas planas que iban de una pared a otra cerca de un metro entre sí. El espacio entre las vigas se llenaba de cañizo y de tierra, y la superficie se alisaba por fuera. La mayor parte de la cubierta era de tierra, y no era que creciera la hierba en el tejado de la casa palestina. Fue cosa más fácil del mundo descubrir una parte del relleno en dos vigas, hacer un agujero suficientemente grande y bajar él al enfermo justamente a los pies de Jesús. Aquello no era un destrozo considerable, ya que sería fácil dejarlo como esta antes. Cuando Jesús vio la fe que se reía de los obstáculos, miró al hombre y le dijo: «Hijo, tus pecados se te han perdonado.»
La manera que tuvo Jesús de tratar a este hombre puede parecernos sorprendente. Empezó por decirle que sus pecados estaban perdonados. Había una doble razón para eso. En Israel era creencia universal que toda enfermedad era el resultado del pecado, y que ninguna enfermedad se podía curar nunca si no se perdonaba el pecado. Creían que si una persona esta sufriendo, sería porque había pecado. Ese era de hecho el razonamiento de los amigos de Job. «Piensa, a ver si recuerdas un solo caso de un inocente que haya sido destruido.» (Job 4:7).Rabí Ami dijo: « No hay muerte sin pecado, ni dolor sin trasgresión.» Rabí Alejandro dijo: «El enfermo no se levanta de su enfermedad hasta que se le perdonen los pecados.» Rabí Jiya ben Abba dijo: «Ninguna persona enferma se cura de su enfermedad hasta que se le perdonan todos sus pecados.» Esta relación inquebrantable entre el sufrimiento y el pecado era parte de la fe judía ortodoxa en tiempos de Jesús. Por esa razón, no cabe la menor duda que este hombre no podría nunca haber recuperado la salud hasta tener la seguridad de que sus pecados se le habían perdonado. Es sumamente probable que hubiera sido un pecador, y que estuviera convencido de que su enfermedad era el resultado de su pecado, y que además esa fuera la verdad; y sin la certeza del perdón, no podría haber recibido nunca la sanidad.
De hecho, la medicina moderna estaría totalmente de acuerdo en que la mente puede influir, y de hecho influye, en las condiciones físicas del cuerpo, y que una persona no puede nunca tener un cuerpo sano si su mente no está en un estado sano.
Paul Tournier, en El Diario de un Médico, cita un ejemplo precisamente de eso: «Había, por ejemplo, una chica a la que uno de mis amigos llevaba varios meses tratando de anemia, sin mucho éxito. En última instancia, mi colega decidió enviársela al inspector médico del distrito en que ella trabajaba, para obtener su permiso para enviarla a un sanatorio en las montañas. Al cabo de una semana la paciente trajo la respuesta del inspector. Éste demostró ser una buena persona y concedió el permiso, pero añadió: “Por el análisis de sangre, sin embargo, no llego a nada que se le parezca a las cifras que usted cita.” Mi amigo, bastante perplejo, tomó enseguida una muestra de sangre y la llevó a toda prisa a su laboratorio. Era verdad que las cifras habían cambiado repentinamente. “Si yo no hubiera sido una de esas personas que siguen meticulosamente la rutina del laboratorio -prosigue la historia de mi amigoy si yo no hubiera comprobado el análisis de cada uno de mis pacientes antes de su visita, podría haber creído que había cometido un error.” Se volvió a la paciente y le preguntó: “¿Le ha sucedido algo fuera de lo ordinario desde su última visita?” “Sí, me ha sucedido algo -replicó ella-. De pronto he sido capaz de perdonar a alguien al que le tenía un rencor sucio; ¡y de pronto me he dado cuenta de que podía por fin decirle sí a la vida!”» Su actitud mental había cambiado, y con ella cambió también el mismo estado de su sangre. Se le había curado la mente, y su cuerpo llevaba camino de alcanzar una curación total.
Este hombre de la historia evangélica sabía que era pecador; porque era pecador, estaba seguro de que Dios era su enemigo; porque creía que Dios era su enemigo, estaba paralítico. Una vez que Jesús le trajo el perdón de Dios supo que Dios ya no era su enemigo, sino su amigo, y por tanto se curó.
Pero fue la manera como se efectuó la cura lo que escandalizó a los escribas. Jesús se había atrevido a perdonar pecado; eso era prerrogativa exclusiva de Dios; por tanto, Jesús había insultado a Dios. Jesús no se puso a discutir. Trató la cuestión con ellos en su propio terreno. «¿Cuál de las dos cosas es más fácil decir -les preguntó-: “Tus pecados te son perdonados,” o decir: “Levántate y sal andando?» Ahora bien; recordemos qué estos escribas no creían que nadie pudiera levantarse y echar a andar a menos que se le perdonarán sus pecados. Si Jesús podía hacer que este hombre se levantará y anduviera, entonces eso era la prueba incontestable de que los pecados del hombre estaban perdonados, y de que el derecho de Jesús a perdonar pecados era legítimo. Así que Jesús demostró que era capaz de traer el perdón al alma de una persona y la salud a su cuerpo. Y sigue siendo eternamente verdad que no podemos estar como es debido físicamente hasta que lo estemos espiritualmente, que la salud del cuerpo y la paz con Dios van de la mano.
Paul Tournier escribe: «¿Es que no informan los misioneros de que la enfermedad es una deshonra a los ojos del salvaje? Hasta los que se convierten al Cristianismo no osan ir a la comunión cuando están enfermos, porque se consideran rechazados por Dios.» Para los judíos, un enfermo era alguien con quien Dios estaba enfadado. Es verdad que gran número de, enfermedades se deben al pecado; y más verdad todavía que vez tras vez se deben, no al pecado del que padecía enfermedad, sino de otros. Nosotros no establecemos la relación de causa a efecto que hacían los judíos; pero cualquier judío habría estado de acuerdo en qué el perdón de los pecados era condición previa y sine qua non para la curación.
Bien puede ser, sin embargo, que esta historia nos quiera decir más que eso. Los judíos establecían esa relación entre la enfermedad y el pecado, y bien puede ser que en este caso la conciencia del hombre estuviera de acuerdo, y bien puede ser que esa conciencia de pecado hubiera producido de hecho la parálisis. El poder de la mente, especialmente del inconsciente, sobre el cuerpo es sorprendente e innegable.
Los psicólogos citan el caso de una chica que tocaba el piano en un cine en los tiempos del cine mudo. Normalmente se encontraba bien; pero, en cuanto se apagaban las luces, y el local se llenaba del humo de los cigarrillos, empezaba a paralizarse. Ella trataba de combatirlo; pero la parálisis acabó por hacerse permanente, y había que hacer algo. Un examen reveló que no había ninguna causa física. Bajó hipnosis se descubrió que cuando era muy pequeña, una bebé de pocas semanas, estaba acostada en una de aquellas cunas antiguas muy elaboradas, con un lazo de tul por encima de la cara. Su madre se inclinó una vez hacia ella fumando un cigarrillo, y se prendieron los adornos de la cuna. El fuego se apagó inmediatamente, y ella no sufrió ningún daño físico; pero su mente inconsciente recordaba aquel terror. La oscuridad, además del olor del tabaco, actuaba en su inconsciente y le paralizaba el cuerpo -y ella no sabía por qué.
El hombre de esta historia puede ser que estuviera paralítico porque, consciente o inconscientemente, su conciencia le acusaba de que era pecador, y ese pensamiento le produjo la enfermedad que él creía que era la consecuencia inevitable del pecado. Lo primero que Jesús le dijo fue: «Hijo, Dios no está enfadado contigo. No te preocupes.» Era como hablarle con cariño a un chiquillo atemorizado en la oscuridad. La carga del terror de Dios y del alejamiento de Dios desaparecieron de su corazón, y aquel mismo hecho fue decisivo para su curación.
Es una historia preciosa, porque lo primero que Jesús hace por cada uno de nosotros es decirnos: »Hijo, Dios no este enfadado contigo. Vuelve a casa, y no tengas miedo.»
La prueba irrefutable
Jesús, como ya hemos visto, ya había atraído a las multitudes. En consecuencia, también había suscitado la atención de, los responsables oficiales-de los judíos. El Sanedrín era su: tribunal supremo, y una de sus funciones era ser guardián de la ortodoxia. Por ejemplo: uno de los deberes del Sanedrín era descubrirla los falsos profetas. Aquí parece que el Sanedrín había mandado un comando teológico para comprobar quién era Jesús; y allí estaban en Cafarnaum. Sin duda se habían reservado unos puestos honorables en primera fila, y estaban sentados observando críticamente todo lo que sucedía.
Cuando oyeron a Jesús decirle al paralítico que sus pecados estaban perdonados, aquello los escandalizó en extremo. Era una parte esencial de la fe judía que sólo Dios podía perdonar los pecados. El que una persona pretendiera perdonar pecados era por tanto una blasfemia, y el castigo del blasfemo era morir apedreado: Si ha hablado en contra del Señor será condenado a muerte y toda la comunidad debe matarlo a pedradas. Tanto los inmigrantes como los israelitas de nacimiento serán condenados a muerte cuando maldigan el nombre del Señor”. (Levítico 24:16). Inmediatamente se dispusieron a lanzarse al ataque en público, pero no le era difícil a Jesús ver lo que se les estaba pasando por la mente. Así es que Él decidió lanzarles un desafío y encontrarse con ellos en su propio terreno.
Era la firme creencia de ellos que el pecado y la enfermedad eran inseparables. Una persona enferma era una persona que había pecado; así es que Jesús les preguntó: «¿Qué es más fácil, decirle a este hombre: «Tus pecados están perdonados,» o decirle: «Levántate y anda»?» Cualquier charlatán podría decir: «Tus pecados están perdonados.» No habría posibilidad de demostrar si sus palabras eran verdad o no. Esa afirmación no se podía comprobar de ninguna manera. Pero el decir: «Levántate y anda,» era algo que se podía comprobar inmediatamente si era un farol o una manifestación de un poder más que humano. Así es que Jesús dijo: «¿Vosotros decís que Yo no tengo derecho a perdonar pecados? ¿Vosotros mantenéis como un artículo de fe que si este hombre está enfermo es porque es un pecador, y no se puede curar hasta que se le perdone? Pues bien, entonces, ¡fijaos en esto!» Entonces Jesús dio la orden, y el hombre fue curado.
A los maestros de la Ley les salió el tiro por la culata. Según sus propias creencias oficiales, el hombre no podía curarse a menos que se le perdonaran los pecados. Fue curado, Y por tanto, había sido perdonado. Por tanto, el derecho de Jesús de perdonar pecados tenía que ser auténtico. Jesús tiene que haberlos dejado totalmente boquiabiertos a aquellos maestros de la Ley; y, peor: tiene que haberlos dejado con rabia tanto mayor cuanto impotente. Ahí tenían un problema que tenían que resolver; si la cosa continuaba, toda su religión ortodoxa se colapsaría y destruiría. En este incidente Jesús firmó Su propia sentencia de muerte a sabiendas.
Por todo lo cual este es un incidente sumamente difícil ¿Qué quiere decir que Jesús puede perdonar el pecado? Hay tres posibles maneras de considerar esto.
(i) Podemos tomarlo en el sentido de que Jesús estaba comunicando a los hombres el perdón de Dios. Después de la reprensión de Natán, David reconoció su pecado con temor;: el profeta le dijo: «El Señor ha perdonado tu pecado; no morirás» (2 Samuel 12:1-13). Natán no le perdonó su pecado a David, sino le comunicó el perdón de Dios, y le dio como señal de la seguridad del perdón el hecho de que no moriría Así podemos decir que lo que Jesús hizo fue asegurarle al hombre el perdón de Dios, comunicándole algo que Dios y le había concedido. Esto es indudablemente cierto; pero no parece agotar toda la verdad.
(ii) Podríamos tomarlo como que Jesús estaba actuando como representante de Dios. Juan dice: «El Padre no juzga nadie, sino que ha dejado todo el juicio al Hijo» (Juan 5:22). Si se Le ha encargado del juicio a Jesús, también se Le tiene que haber encargado del perdón. Tomemos una analogía humana. Las comparaciones son siempre imperfectas, pero no podemos prescindir de ellas.
Una persona puede darle a otra unos poderes notariales. Eso quiere decir que le ha confiado sus bienes y propiedades. Está conforme con lo que su representante haga en su nombre, y que las acciones de su representante se consideren tan vinculantes como si fueran realizadas por él mismo. Podemos tomarlo como que eso es lo que Dios hizo con Jesús: delegar en Él Sus poderes y privilegios de tal manera que la palabra de Jesús no fuera menos que la palabra de Dios mismo.
(iii) Podemos tomarlo todavía en otro sentido. Toda la esencia de la vida de Jesús es que en Él se nos muestra claramente la actitud de Dios para con los hombres. Ahora bien, esa actitud era todo lo contrario de lo que la gente había pensado antes que era la actitud de Dios. No era una actitud de justicia hosca, severa, austera, ni una actitud de constante demanda. Era una actitud de perfecto amor de un corazón anhelante de perdonar.
Veamos de nuevo una analogía humana. Lewis Hind nos cuenta en uno de sus ensayos cómo descubrió realmente el amor de su padre. Él siempre había respetado y admirado a su padre; pero siempre le había tenido un poco de miedo. Un domingo estaba en la iglesia con su padre. Hacía un calor pegajoso. Él empezó a sentir cada vez más sueño, hasta el punto de que no podía mantener los ojos abiertos, y se le caía la cabeza hacia adelante. Las olas del sueño amenazaban anegarle totalmente. Vio levantarse el brazo de su padre hacia él, y creyó que le iba a zarandear o a golpear; y entonces vio a su padre sonreirle cariñosamente y rodearle con su brazo. Le estrechó con ternura para que pudiera descansar sin caerse de lado o hacia adelante, y le mantuvo así abrazado cariñosamente. Aquel día descubrió Lewis Hind que su padre no era como él había pensado, y que su padre le amaba. Eso es lo que Jesús hizo por nosotros y por Dios. Literalmente trajo a la humanidad el perdón de Dios. Sin Él, no habríamos tenido nunca ni la más remota idea acerca de Dios. «Yo os digo -nos dijo-, y os lo digo aquí y ahora en la Tierra, que estáis perdonados.» Jesús mostró perfectamente la actitud de Dios hacia la humanidad. Él podía decir: « Yo perdono,» porque en Él Dios estaba diciendo: «Yo perdono.»
¿Qué quiere decir este pasaje acerca del perdón de los pecados? Debemos tener presente que se consideraba que el pecado y el sufrimiento estaban íntimamente relacionados como causa y efecto. Se daba por sentado que, si una persona estaba sufriendo, sería porque había pecado; y por eso, el que sufría tenía a menudo un sentido de culpabilidad. Por eso Jesús empezó por decirle al paralítico que se le habían perdonado los pecados. De otra manera el hombre no habría creído que podía ponerse bueno. Esto nos muestra cómo fueron derrotados en la discusión los escribas y fariseos: ellos objetaban a que Jesús pretendiera poder perdonarle los pecados al hombre. Según ellos pensaban y creían, el hombre estaba enfermo porque había pecado; y si recobraba la salud, era señal de que se le habían perdonado los pecados.
La objeción de los escribas y fariseos se volvió contra ellos y los dejó sin argumentos. Lo maravilloso aquí es que lo que salvó a ese hombre fue la fe de sus amigos. Cuando Jesús se dio cuenta de la fe que tenían -la fe emprendedora de los amigos, que no se detenía ante nada que les impidiera traer a su amigo a Jesús para que le pusiera bueno-, aquella fe obtuvo la salud del paralítico. Esto sigue sucediendo.
(i) Hay quienes se salvan por la fe de sus padres. Carlyle solía decir que, a través de los años, volvía a él la voz de su madre: «Confía en Dios, y haz el bien.» Cuando Agustín de Hipona estaba viviendo una vida incontrolada e inmoral, su piadosa madre fue a buscar la ayuda de un obispo cristiano. «Es imposible -le dijo éste- que el hijo de tales oraciones y lágrimas se pierda.» Muchos de nosotros damos testimonio con gratitud y gozo de que le debemos todo lo que somos y seremos a la fe de nuestros padres.
(ii) Hay quienes se salvan diariamente por la fe de los que los aman. Cuando H. G. Wells hacía poco que se había casado y el éxito le exponía a nuevas tentaciones, decía: «Menos mal que detrás de las puertas del número 12 de Mornington Road dormía una mujer tan dulce y tan limpia que me resultaba inconcebible el presentarme miserable o borracho o vil.»
Muchos de nosotros habríamos caído en la desvergüenza si no fuera porque no habríamos podido enfrentarnos con- el dolor o la tristeza en los ojos de alguien que nos amaba. Gracias a Dios es parte de la trama de la vida y del amor que haya influencias preciosas que salvan las almas de los hombres.