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Jesús sana al criado de un oficial romano

Cuando Jesús terminó de hablar a la gente, se fue a Cafarnaúm. Al entrar, un capitán romano se le acercó para hacerle un ruego: tenía un criado al que estimaba mucho, el cual estaba enfermo y a punto de morir. Cuando el capitán oyó hablar de Jesús, mandó a unos ancianos de los judíos a rogarle que fuera a sanar a su criado. Ellos se presentaron a Jesús y le rogaron mucho, diciendo: Este capitán merece que lo ayudes, porque ama a nuestra nación y él mismo hizo construir nuestra sinagoga. Jesús les respondió: Iré a sanarlo. Jesús fue con ellos, pero cuando ya estaban cerca de la casa, el capitán mandó unos amigos a decirle: Señor, no te molestes, porque yo no merezco que entres en mi casa; por eso, ni siquiera me atreví a ir en persona a buscarte. Solamente da la orden, para que sane mi criado. Porque yo mismo estoy bajo órdenes superiores, y a la vez tengo soldados bajo mi mando. Cuando le digo a uno de ellos que vaya, va; cuando le digo a otro que venga, viene; y cuando mando a mi criado que haga algo, lo hace. Jesús se quedó admirado al oir esto, y mirando a la gente que lo seguía dijo: Les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe como en este hombre. y les digo que muchos vendrán de oriente y de occidente, y se sentarán a comer con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, pero los que deberían estar en el reino, serán echados a la oscuridad de afuera. Entonces vendrán el llanto y la desesperación. Luego Jesús dijo al capitán: Vete a tu casa, y que se haga tal como has creído. En ese mismo momento el criado quedó sano. Al regresar a la casa, encontraron que el criado ya estaba sano. Lucas 7:1-10; Mateo 8.5-13

El amor en acción

Mateo es el más ordenado de todos los evangelistas. Nunca presenta su material sin un plan. Si en Mateo un cosa está detrás de otra en una cierta secuencia, habrá una razón para esa colocación.

Y eso es lo que vemos aquí. En los capítulos 5, 6 y 7, Mateo nos ha presentado el Sermón del Monte. Es decir: en esos capítulos nos ha dado su versión de las palabras de Jesús; en el capítulo 8, nos da el relato de los hechos de Jesús. Los capítulos 5, 6 y 7 nos presentan la sabiduría de Dios en palabras; el capítulo 8 nos presenta el amor de Dios en acción.

En capítulo 8 nos relata milagros. Veamos esos milagros en conjunto antes de proceder a tratarlos en detalle. En este capítulo hay siete acontecimientos milagrosos.

(i) Está la curación del leproso: Cuando Jesús bajó del monte, mucha gente lo siguió. En esto se le acercó un hombre enfermo de lepra, el cual se puso de rodillas delante de él y le dijo: Señor, si quieres, puedes limpiarme de mi enfermedad. Jesús lo tocó con la mano, y dijo: Quiero. ¡Queda limpio! Al momento, el leproso quedó limpio de su enfermedad. Jesús añadió: Mira, no se lo digas a nadie; solamente ve y preséntate al sacerdote, y lleva la ofrenda que ordenó Moisés, para que conste ante los sacerdotes. (Mateo 8: 1-4).

Aquí vemos a Jesús tocando lo intocable. El leproso estaba desterrado de la sociedad; tocarle, y hasta acercarse a él, era quebrantar la Ley. Aquí vemos al amor de Dios abrazando con piedad y compasión a una persona que todos mantenían a una distancia prudencial.

(ii) Está la curación del siervo del centurión: Al entrar Jesús en Cafarnaúm, un capitán romano se le acercó para hacerle un ruego. Le dijo: Señor, mi criado está en casa enfermo, paralizado y sufriendo terribles dolores. Jesús le respondió: Iré a sanarlo. El capitán contestó: Señor, yo no merezco que entres en mi casa; solamente da la orden, y mi criado quedará sano. Porque yo mismo estoy bajo órdenes superiores, y a la vez tengo soldados bajo mi mando. Cuando le digo a uno de ellos que vaya, va; cuando le digo a otro que venga, viene; y cuando mando a mi criado que haga algo, lo hace. Jesús se quedó admirado al oír esto, y dijo a los que le seguían: Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel con tanta fe como este hombre. Y les digo que muchos vendrán de oriente y de occidente, y se sentarán a comer con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, pero los que deberían estar en el reino, serán echados a la oscuridad de afuera. Entonces vendrán el llanto y la desesperación. Luego Jesús dijo al capitán: Vete a tu casa, y que se haga tal como has creído. En ese mismo momento el criado quedó sano. (Mateo 8: 5-13).

El centurión era un gentil; y, por tanto, los judíos fanáticos habrían dicho que era leña para el fuego del infierno; estaba al servicio del gobierno extranjero, y era parte de la fuerza de ocupación; y, por tanto, los judíos fanáticos habrían dicho que se le podía asesinar, y no ayudar; su siervo era un esclavo, y un esclavo no era más que una herramienta viva. Aquí vemos el amor de Dios saliendo a ayudar a una persona que todos odiaban, y a un esclavo que todos despreciaban.

(iii) Está la curación de la suegra de Pedro: Jesús fue a casa de Pedro, donde encontró a la suegra de este en cama y con fiebre. Jesús tocó entonces la mano de ella, y la fiebre se le quitó, así que ella se levantó y comenzó a atenderlo. (Mateo 8: 14-15).

Este milagro tuvo lugar en una humilde cabaña de Palestina. No tuvo publicidad; ni una audiencia entusiasta: no estaban allí nada más que Jesús y aquella familia. Aquí vemos el amor infinito del Dios de todo el universo desplegando todo Su poder cuando no había nadie más que el círculo familiar que lo pudiera contemplar.

(iv) Está la curación de todos los enfermos que trajeron a la puerta de la casa por la tarde: Al anochecer llevaron a Jesús muchas personas endemoniadas; y con una orden expulsó a los espíritus malos, y también sanó a todos los enfermos. Esto sucedió para que se cumpliera lo que anunció el profeta Isaías, cuando dijo: «Él tomó nuestras debilidades y cargó con nuestras enfermedades. (Mateo 8: 16-17).

Aquí vemos la indudable universalidad del amor de Dios en acción. Para Jesús, nadie era nunca una molestia. No tenía horas cuando estaba de servicio y horas cuando estaba libre. Cualquiera podía venir a Él a cualquier hora, y recibir la ayuda voluntaria y generosa del amor de Dios.

(v) Está la reacción del escriba: Jesús, al verse rodeado por la multitud, dio orden de pasar al otro lado del lago. Entonces se le acercó un maestro de la ley, y le dijo: Maestro, deseo seguirte a dondequiera que vayas. Jesús le contestó: Las zorras tienen cuevas y las aves tienen nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza. Otro, que era uno de sus discípulos, le dijo: Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre. Jesús le contestó: Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos. (Mateo 8: 18-22).
Parecería que esta breve sección está fuera de lugar en un capítulo de milagros; pero este es el milagro de la personalidad. El que un escriba fuera movido a seguir a Jesús no es menos que un milagro. Extrañamente, este escriba olvidó su devoción a la ley tradicional; extrañamente, aunque Jesús contradecía todas las cosas a las que había dedicado su vida, vio en Jesús, no a un enemigo, sino a un Amigo; no un contrario, sino un Maestro.

Debe de haber sido una reacción instintiva. Negley Farson nos dice que, cuando era pequeño, no conocía la historia de su abuelo y de todo lo que había hecho; pero nos dice: «Todo lo que sabía era que hacía que se sintieran como chuchos todos los que estaban a su alrededor.» Aquel escriba vio en Jesús un esplendor y una magnificencia que no había visto nunca en ninguna persona. Sucedió un milagro, y al escriba se le salió el corazón al encuentro de Jesús.

(vi) Está el milagro de calmar la tempestad: Jesús subió a la barca, y sus discípulos lo acompañaron. En esto se desató sobre el lago una tormenta tan fuerte que las olas cubrían la barca. Pero Jesús se había dormido. Entonces sus discípulos fueron a despertarlo, diciéndole: ¡Señor, sálvanos! ¡Nos estamos hundiendo! Él les contestó: ¿Por qué tanto miedo? ¡Qué poca fe tienen ustedes! Dicho esto, se levantó y dio una orden al viento y al mar, y todo quedó completamente tranquilo. Ellos, admirados, se preguntaban: –¿Pues quién será este, que hasta los vientos y el mar lo obedecen? (Mateo 8: 23-27).

Aquí vemos a Jesús frente a las tempestades y olas que amenazan con anegar a las personas. Como dijo Pusey cuando murió su esposa: «Era como si hubiera una Mano debajo de mi barbilla manteniéndome en pie.» Aquí tenemos al amor de Dios trayendo paz y serenidad al tumulto y a la confusión.

(vii) Está la curación de los endemoniados gadarenos: Cuando Jesús llegó al otro lado del lago, a la tierra de Gadara, dos endemoniados salieron de entre las tumbas y se acercaron a él. Eran tan feroces que nadie podía pasar por aquel camino; y se pusieron a gritar: ¡No te metas con nosotros, Hijo de Dios! ¿Viniste acá para atormentarnos antes de tiempo? A cierta distancia de allí había muchos cerdos comiendo, y los demonios le rogaron a Jesús: Si nos expulsas, déjanos entrar en esos cerdos. Jesús les dijo: Vayan. Los demonios salieron de los hombres y entraron en los cerdos; y al momento todos los cerdos echaron a correr pendiente abajo hasta el lago, y allí se ahogaron. Los que cuidaban de los cerdos salieron huyendo, y al llegar al pueblo comenzaron a contar lo sucedido, todo lo que había pasado con los endemoniados. Entonces todos los del pueblo salieron a donde estaba Jesús, y al verlo le rogaron que se fuera de aquellos lugares. (Mateo 8: 28-34).

Aquí vemos el poder de Dios enfrentándose con el poder del diablo; la bondad de Dios invadiendo el dominio del mal, el amor de Dios presentando batalla a la malignidad y malevolencia del mal. Aquí vemos la bondad y el amor que salvan a las personas venciendo el mal y el odio que las destruyen.

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