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La pregunta sobre el ayuno

Una vez estaban ayunando los seguidores de Juan el Bautista y los fariseos, y algunas personas se acercaron a Jesús y le preguntaron: Nosotros y los fariseos ayunamos mucho y hacemos muchas oraciones, ¿por qué tus discípulos no ayunan? ¿Por qué tus discípulos siempre comen y beben? Jesús les contestó: ¿Acaso pueden ayunar los invitados a una boda, mientras el novio está con ellos? ¿Acaso pueden estar tristes los invitados a una boda, mientras el novio está con ellos? Mientras está presente el novio, no pueden ayunar. Pero llegará el momento en que se lleven al novio; entonces cuando llegue ese día sí ayunarán. Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo para remendar un vestido viejo, porque el remiendo nuevo se encoge y rompe el vestido viejo, y el desgarrón se hace mayor. Ni tampoco se echa vino nuevo en cueros viejos, porque los cueros se revientan, y tanto el vino como los cueros se pierden. Por eso hay que echar el vino nuevo en cueros nuevos, para que así se conserven las dos cosas. Y nadie que toma el vino añejo quiere después el nuevo, porque dice: El añejo es más sabroso. Mateo 9:14-17; Marcos 2:18-22; Lucas 5:33-39

Para los judíos de tiempos de Jesucristo, la limosna, la oración y el ayuno eran los tres grandes pilares de la vida religiosa. McNeile sugiere que este incidente puede que tuviera lugar porque las lluvias de otoño no habían llegado y se había ordenado un ayuno público. Cuando le preguntaron a Jesús por qué no practicaban el ayuno –ni Él ni Sus discípulos–, respondió con una ilustración gráfica. Por lo menos desde la Biblia del Oso se hacía constar en una nota que los: «que están de bodas» –se decía en el original– «los hijos del tálamo nupcial», expresión de claro sabor semítico. Una boda judía era una ocasión de fiesta extraordinaria. Una de sus características era que la pareja de recién casados no se iba de su casa para pasar la luna de miel. Durante una semana después de la boda tenían la puerta abierta a sus visitantes; al -esposo y a la esposa se los trataba; y hasta se les dirigía la palabra; como a un rey y a una reina: Y durante esa semana sus amigos íntimos participaban con ellos de la alegría y de la fiesta; sus amigos íntimos se llamaban los hijos del tálamo nupcial.

En tales ocasiones tenía la gente pobre y sencilla una alegría; un regocijo, una fiesta, una abundancia, que a lo mejor no se les presentaban otra vez en la vida. Así que Jesús se compara a Sí mismo con el esposo y a sus discípulos como los amigos íntimos del esposo. ¿Cómo podría una compañía así estar triste y lúgubre? Esta no era una ocasión propicia para el ayuno sino para la mayor fiesta de la vida. Hay tres grandes ideas en este pasaje.

(i) Nos dice que estar con Jesús es estar de fiesta; nos dice que en la presencia de Jesús hay una preciosa efervescencia emocionante de vida; nos dice que un cristianismo sumido en la melancolía es un absurdo. El que camina con Cristo camina con un gozo radiante.
(ii) También nos dice que ninguna alegría dura para siempre. Para los discípulos de Juan había llegado un tiempo de aflicción, porque Juan ya estaba en la cárcel. Ese tiempo de dolor les llegaría inevitablemente a los discípulos de Jesús. Es una de las muchas cosas inevitables de la vida el que las alegrías más queridas lleguen a su fin.

Epicteto decía lúgubremente: «Cuando estás besando a tu niño, dite: “Tienes que morir un día.”» Por eso tenemos que conocer a Dios y a Jesucristo. Sólo Jesús es el mismo ayer, hoy y para siempre; sólo Dios permanece inmutable entre todos los azares y avatares de la vida. Las más preciosas relaciones humanas tienen que acabarse algún día; sólo el gozo del Cielo dura para siempre; y si lo tenemos en nuestros corazones, nada nos lo podrá quitar.

(iii) Aquí hay también un desafío. Puede que en aquel momento los discípulos no lo vieran, pero Jesús les estaba diciendo: «Estáis experimentando el gozo que produce el seguirme; ¿podréis también superar la prueba, la lucha, el sufrimiento de la cruz de un cristiano?»

La vida cristiana produce gozo; pero también conlleva sangre, sudor y lágrimas, que no pueden disipar. el gozo, pero que hay que arrostrar de todas maneras. Así que Jesús dice: «¿Estáis preparados para las dos cosas -el gozo cristiano y la cruz cristiana?»

(iv) Engastado en este dicho está el valor de Jesús. Jesús no se hacía nunca ilusiones; veía claramente al final del camino la Cruz que le estaba esperando. Aquí se descorre la cortina, y la mente de Jesús vislumbra algo. Sabía que para Él el camino de la vida era el camino de la Cruz, y sin embargo no se desvió ni un paso. Aquí tenemos el valor de Uno que sabe lo que cuesta el camino de Dios, y que sigue adelante. EL

Problema de la nueva idea

Nadie le pone un remiendo de paño que no se haya lavado nunca a una ropa usada; porque el remiendo que se pone para tapar el agujero rasgaría el paño, y el desgarrón sería peor que el de antes. Ni se pone el vino nuevo es odres viejos; porque se reventarían, y se derramaría el vino y se echarían a perder completamente los odres. El vino nuevo se pone en odres nuevos para que se conserven las dos cosas. Jesús era plenamente consciente de que había venido a la humanidad con nuevas ideas y con una nueva concepción de la verdad y se daba perfecta cuenta de lo difícil que es introducir una idea realmente nueva en las mentes humanas. Así es que usó dos ilustraciones que cualquier judío podría entender.

(i) «Nadie -dijo- pone un remiendo de paño nuevo en una ropa vieja. Porque si lo hace, a la primera que se moje la ropa, el remiendo nuevo encoge y rasga todo lo demás y se produce un desgarro peor que el del principio.» A los judíos les encantaba apasionadamente ver las cosas tal como son. La Ley era para ellos la última y definitiva Palabra de Dios. El añadirle o el sustraerle una sola palabra era pecado mortal. El propósito del trabajo de los escribas y fariseos era «construir una valla alrededor de la Ley.» Para ellos una nueva idea no era tanto un error como un pecado. Ese espíritu no ha muerto ni muchísimo menos.

Muy a menudo en una iglesia, si se sugiere una nueva idea o un nuevo método o cualquier cambio, enseguida surge la objeción: «Eso no lo hemos hecho nunca.» Una vez oí hablar entre sí a dos teólogos. Uno era joven y estaba intensamente interesado en todo lo que los nuevos pensadores tuvieran que decir; el otro era un hombre mayor, de ortodoxia rígida y convencional. El mayor escuchaba al más joven con una especie de tolerancia medio despectiva, y por último acabó la conversación diciendo: «Lo viejo es mejor.» A lo largo de toda su historia la Iglesia se ha aferrado a lo viejo.

Lo que Jesús está diciendo aquí es que llega un momento en que poner parches es una estupidez, y cuando lo único que se puede hacer es desechar definitivamente algo y empezar de nuevo. Hay formas de gobierno eclesiástico, de culto, de expresar nuestras creencias, que a menudo tratamos de ajustar y lijar para ponerlas al día; tratamos de remendarlas. Nadie está dispuesto a abandonar despiadada e insensiblemente lo que las generaciones anteriores encontraron útil y provechoso; pero sigue siendo verdad que éste es un universo en constante crecimiento y expansión; y llega un momento cuando los parches son inútiles, y cuando una persona y una iglesia tienen que aceptar la aventura de lo nuevo, o quedarse empantanadas dando culto, no a Dios, sino al pasado.

(ii) Nadie, decía Jesús, trata de meter vino nuevo en odres viejos. Hace tiempo se solía almacenar el vino en pellejos, y no en botellas. Cuando se echaba el vino nuevo en un pellejo el vino estaba todavía fermentando. Los gases que producía ejercían presión en el pellejo. En un pellejo nuevo había una cierta elasticidad, y no sufría ningún daño porque cedía a la presión. Pero un pellejo viejo ya se había quedado rígido y había perdido la elasticidad y, si se llenaba de vino nuevo en plena fermentación, no podía ceder y se reventaba.

Para traducirlo a términos contemporáneos: Debemos tener mentes suficientemente elásticas para recibir y contener nuevas ideas. La historia del progreso es la historia de la victoria sobre los prejuicios de una mente hermética. Todas las nuevas ideas han tenido que luchar por su existencia contra la oposición instintiva de la mente humana. El automóvil, el ferrocarril, el avión, se recibieron con suspicacia al principio. Simpson tuvo que luchar para introducir el cloroformo, y Lister para que se aceptaran los antisépticos. A Copérnico se le obligó a que se retractara de su afirmación de que la Tierra giraba alrededor del Sol y no viceversa. Hasta Jonas Hanway, que introdujo el paraguas en este país, tuvo que sufrir montones de misiles y de insultos que le arrojaban cuando iba paseando por la calle bajo su paraguas. Este rechazamiento de lo nuevo se da en todas las esferas de la vida.

Un experto en ferrocarriles, Norman Marlow, hizo muchos viajes en locomotoras. En su libro Fomplate and Signal Cabin -La plataforma del maquinista y la cabina de señales- cuenta un viaje que hizo no mucho después que se amalgamaran los ferrocarriles. Las locomotoras que se había estado usando en cada rama de ferrocarriles se probaron en las otras. Él estaba en la tarima de un expreso de Manchester a Penzance, un «Jubilee» clase 4-6-0. El conductor estaba acostumbrado a llevar locomotoras de la clase «Casfe,» y no hacía más que disertar con nostálgica elocuencia sobre la inutilidad de la máquina que iba conduciendo comparada con las «Castle.» Se negaba a usar la técnica necesaria para la nueva máquina, aunque le habían reciclado y la conocía perfectamente bien. Se empeñaba en conducir su «Jubilee» como si hubiera sido una «Castle,» y se iba quejando todo el camino de que no podía superar los 80 kilómetros por hora. Estaba acostumbrado a las «Castle,» y no le daba opción a ninguna otra. En Crewe cambiaron de maquinista; y el nuevo, que estaba dispuesto a adoptar la nueva técnica necesaria, pronto puso la « Jubilee» a 120 kilómetros por hora. Hasta para conducir locomotoras algunos rechazaban las nuevas ideas.

En la Iglesia, el resentimiento por todo lo nuevo es crónico, y el intento de poner las cosas nuevas en los moldes antiguos es casi universal. Tratamos de introducir las actividades de una congregación moderna en el edificio de una iglesia antigua que nunca se hizo para ellas. Tratamos de introducir la verdad de los nuevos descubrimientos en los credos basados en la metafísica griega. Tratamos de introducir la instrucción moderna en un lenguaje desgastado que no la puede expresar. Leemos la Palabra de Dios a hombres y mujeres ya casi del siglo XXI en el lenguaje de Cervantes, y tratamos de presentarle a Dios en oración las necesidades de hombres y mujeres de la era posneocontemporánea en un lenguaje que tiene medio milenio de antigüedad. Puede que nos hiciera bien recordar que cuando cualquier cosa viviente deja de crecer, empieza a morir. Puede que tuviéramos que empezar a pedirle a Dios que nos libre de la mente cerrada. Porque sucede que estamos viviendo en una época de cambios rápidos y tremendos.

El vizconde Samuel nació en 1870, y empieza su autobiografía con la descripción del Londres de su niñez. «No teníamos coches, ni autobuses, ni taxis, ni metro; no había bicicletas -excepto sus precursores los extraños biciclos-; no había luz eléctrica ni teléfonos, ni cines ni radio.» Eso era poco más de hace un siglo. Vivimos en un mundo en constante cambio y expansión. Jesús nos advierte que la Iglesia no se atreva a ser una institución que vive en el pasado.

Entre los judíos más estrictos, el ayuno era una práctica regular. En la religión judía había solamente un día de ayuno obligatorio, el del Día de la Expiación. El día que la nación entera confesaba su pecado y recibía el perdón era El Ayuno par excellence. Pero los judíos estrictos ayunaban dos días por semana, los lunes y los jueves. Conviene notar que el ayuno no era tan serio como parece, porque duraba desde las 6 de la mañana hasta las 6 de la tarde, y después se podía comer normalmente. Jesús no estaba en contra del ayuno como tal. En el Sermón del Monte lo incluyó entre los pilares de la piedad juntamente con la oración y la limosna. Hay muy buenas razones para practicar el ayuno. Uno puede abstenerse de cosas que le gustan por mor de la disciplina personal, para estar seguro de que las domina, y no ellas a él; para estar seguro de no llegar a depender~de ellas tanto como para no poder vivir sin ellas. Puede negarse por algún tiempo comodidades y cosas agradables para poder apreciarlas aún más. Una de las mejores maneras de aprender a apreciar nuestros hogares es tener que pasar algún tiempo fuera de ellos; y una de las mejores maneras de apreciar los dones de Dios es prescindir de ellos por algún tiempo. Estas son buenas razones para ayunar. Lo malo de los fariseos era que en demasiados casos ayunaban por exhibicionismo, para llamar la atención de la gente a su piedad. Llegaban hasta a pintarse la cara de blanco y al salir descuidaban sus vestidos los días de ayuno para que se pudiera notar que estaban ayunando, y para que todos observaran y admiraran su devoción. Era para llamar la atención de Dios a su piedad.

Creían que ese acto especial de piedad extra hacía que Dios se fijara en ellos. Su ayuno era un rito y un ritual exhibicionismo. Para tener algún valor, el ayuno no debe ser rito; debe ser la expresión de un sentimiento del corazón. Jesús usó una alegoría gráfica para decirles a Sus objeto por qué Sus discípulos no ayunaban. Los invitados a una boda estaban exentos de, ayunar. Este incidente nos dice que la actitud característicamente cristiana en la vida es la alegría. El descubrir a Cristo y el estar en Su compañía es la clave de la felicidad.

Hubo un famoso criminal japonés llamado Tockichi Ishii. Era un despiadado total y bestial. Había asesinado brutalmente a hombres, mujeres y niños en su carrera de crímenes. Le detuvieron y metieron en la cárcel. Dos señoras canadienses le visitaron en la prisión. No consiguieron hacerle hablar; solamente las observaba con un gesto de fiera. Cuando se marcharon le dejaron un ejemplar de la Biblia con la esperanza de que la leyera. El la leyó, y la historia de la Crucifixión de Jesús le hizo un hombre cambiado. «Más tarde, cuando llegó el carcelero a llevar al condenado a la ejecución, no encontró al bruto endurecido y hosco que esperaba, sino a un hombre con una sonrisa radiante. Porque el asesino había nacido de nuevo.» La señal de su nuevo nacimiento era una sonrisa radiante. La vida que se vive en Cristo no puede ser más que una vida de alegría. Pero el pasaje termina con un presagio nebuloso.

Sin duda cuando Jesús habló del día en que se les había de arrebatar el novio, sus amigos no Le entendieron en aquel momento. Pero aquí, tan al principio de Su carrera, Jesús ya veía la Cruz que Le esperaba. La muerte no Le pillaría desprevenido; ya Él había contado el precio y escogido el camino. Aquí tenemos el verdadero coraje en acción; aquí tenemos la figura de un Hombre que no se aparta del camino aunque al final de él Le espere una Cruz.

Nadie tuvo jamás un don comparable al de Jesús descubrir y utilizar ilustraciones hogareñas. Una y otra encuentra en las cosas sencillas caminos e indicadores apuntan a Dios. No ha habido nadie tan experto en guiar «aquí y ahora» al «allí y entonces.» Para Jesús «la Tierra es henchida de Cielo.» Jesús vivía tan cerca de Dios que todo hablaba de Dios. Alguien ha dicho que los sábados por la tarde solía ir a dar un paseo por el campo con uno de los más famosos predicadores escoceses. Tenían largas conversaciones. Hablando de ellas después, decía: «De cualquier tema en que empezara nuestra conversación, él siempre encontraba el atajo que conducía a Dios.» Dondequiera que Jesús fijaba la mirada veía un destello de Dios.

Llega un momento cuando ya no se pueden seguir poniendo parches y hay que plantearlo todo de nuevo. En los tiempos de Lutero ya no era posible remendar más los abusos de la Iglesia Católica Romana. Había llegado el momento de la Reforma. En tiempos de John Wesley, por lo menos para él, el tiempo de remendar la Iglesia de Inglaterra había pasado. No quería salirse, pero al final tuvo que hacerlo, porque sólo una nueva manera de vivir la vida cristiana podía bastar. Puede ser que haya veces que tratemos de poner parches, cuando lo que se necesita es prescindir totalmente de lo viejo y aceptar totalmente lo nuevo.

Es fatalmente fácil plantarse en las cosas viejas. J. A Findlay cita el dicho de uno de sus amigos: «Cuando llegas a una conclusión, estás muerto.» Lo que quería decir era que cuando nuestras mentes se fijan y establecen y adoptan posturas inmovilistas, cuando se vuelven incapaces de aceptar nuevas verdades y de contemplar nuevas posibilidades, puede que estemos físicamente vivos, pero estamos mentalmente muertos. Conforme nos vamos haciendo más viejos, casi todos desarrollamos un rechazo instintivo de todo lo que es nuevo y no nos resulta familiar. Nos volvemos reacios a hacer cualquier ajuste en nuestros hábitos y formas de vida. Lesslie Newbigin, que estuvo implicado en las discusiones que dieron origen a la Iglesia Unida de la India del Sur, nos cuenta que una de las cosas que más detenían las cosas era que algunos no hacían más que preguntar: «Pero, si hacemos eso, ¿adónde vamos a parar?» Al final, alguien tenía que decir tajantemente: «El cristiano no tiene derecho a preguntar adónde va.» Abraham salió sin saber adónde iba: Por la fe, Abraham obedeció la orden de Dios de ir a una tierra que iba a recibir como herencia y salió sin saber ni siquiera dónde quedaba ese lugar. (Hebreos 11:8). Hay un gran versículo en ese mismo capítulo de Hebreos: «Por la fe Jacob, al morir, bendijo a cada uno de los hijos de José y adoró apoyado sobre el extremo de su bastón» (Hebreos 11:21). Con el aliento de la muerte ya sobre él, el viejo viajero todavía tenía el bordón de peregrino en la mano. Hasta el fin del día, con el ocaso a la vista, seguía dispuesto a emprender el camino. Si vamos a ponernos de veras a la altura del desafío cristiano debemos conservar la mente aventurera. Yo recibí una vez una carta que terminaba: «Tu amigo de 83 años, todavía creciendo…» -Y con las inescrutables riquezas de Cristo por delante, ¿por qué no?

Lo que sorprendía y escandalizaba a los escribas y fariseos era que los seguidores de Jesús fueran tan normales. Collie Knox nos cuenta que una vez le dijo un muy querido capellán: «Joven Knox, no hagas de tu religión una agonía.» El judío religioso tenía la idea -que no ha muerto todavía del todo- de que para ser religioso uno tenía que pasárselo mal. Habían sistematizado las observancias religiosas. Ayunaban y a veces hasta lo consideraban un sacrificio: al ayunar, uno le estaba ofreciendo a Dios nada menos que su cuerpo. Y la oración también estaba reglamentada: se hacía a las 12 del mediodía, a las 3 y a las 6 de la tarde. Jesús estaba totalmente en contra de una religión así, y lo explica con una imagen de la vida real. Cuando se casaba una pareja en Palestina,; no se iban a otro sitio a pasar la luna de miel, sino que se quedaban en casa y tenían invitados toda la semana. Se ponían la mejor ropa que tenían; a veces, hasta se ponían coronas; esa semana eran los reyes, y su palabra era la ley. No volverían a tener una semana igual en toda una vida de trabajo.

(i) Es sumamente significativo que Jesús comparara la vida cristiana con una fiesta de bodas. La alegría debe ser la primera característica cristiana. Son demasiados los que creen que la religión los obliga a hacer todo lo que no quieren, y a no hacer lo que quieren. La risa se convierte en un pecado, en vez de -como la llamaba un famoso filósofo- «una gloria repentina.»

(ii) Al mismo tiempo Jesús sabía que llegaría el día en que el novio les sería arrebatado. La muerte no le pilló desprevenido. La cruz siempre estaba a la vista; pero aun en el camino de la cruz no le faltó el gozo que nadie le podía quitar: el gozo de la presencia de Dios.

Los religiosos tienen una pasión por lo antiguo. Nada se mueve más despacio que una iglesia. El problema de los fariseos era que todo lo de Jesús era tan absolutamente nuevo que, sencillamente, no lo podían asimilar. La mente acaba perdiendo la flexibilidad para aceptar ideas nuevas. Jesús da dos ilustraciones: «No se puede poner un remiendo de paño nuevo a una ropa vieja ni vino nuevo en odres viejos -dijo-. «No dejes que sé te ponga la mente como un odre viejo. La gente dice del vino que lo añejo es mejor. Puede que lo sea en un momento dado, pero olvidan que es un error el despreciar el vino nuevo, porque llegará el día en que haya madurado y sea el mejor de todos.»
En este pasaje Jesús rechaza la mente cerrada y recomienda que no despreciemos lo nuevo sólo porque lo es.

(i) No debemos tener miedo a la libertad de pensamiento. Si creemos en el Espíritu Santo, debemos estar dispuestos para que Dios nos guíe a nuevas verdades.

Fosdick pregunta en alguna parte: «¿Cómo estaría la medicina si los médicos no pudieran usar nada más que las medicinas y las técnicas que se conocían hace trescientos años?» Y sin embargo, nuestros parámetros doctrinales son mucho más antiguos. El que propone algo nuevo siempre tiene que luchar. Tengamos cuidado con rechazar todo lo nuevo, porque podría querer decir que hemos perdido la elasticidad mental. No eludamos la aventura del pensamiento.

(iii) No debemos tener miedo de nuevos métodos. El que algo se haya hecho siempre puede que sea la mejor razón para dejar de hacerlo. El que algo no se ha hecho nunca puede que sea la mejor razón para intentarlo.

No hay negocio que marche con métodos anticuados -y sin embargo la iglesia sigue intentándolo. Cualquier negocio que hubiera perdido tantos clientes como la iglesia habría tratado de renovarse hace mucho -pero la iglesia sigue rechazando todo lo nuevo.

Una vez Rudyard Kipling vio al General Booth del Ejército de Salvación subir a bordo de un barco para una gira alrededor del mundo, y le hicieron la despedida al son de panderetas y otros instrumentos, cosa que no le hizo ninguna gracia al alma conservadora de Kipling. Más tarde, cuando llegó a conocer al General le dijo que no le hacían ninguna gracia las panderetas y todo eso; y Booth se le quedó mirando y le dijo: «Joven: si yo creyera que puedo ganar algún alma para Cristo haciendo el pino y tocando la pandereta con los pies, aprendería a hacerlo.» Hay un conservadurismo sabio y otro que no lo es. Tengamos cuidado de no ser tradicionalistas reaccionarios en el pensamiento o en la acción cuando debemos ser, como cristianos, intrépidos aventureros.

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