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Sermón del monte

Al ver la multitud, Jesús subió al monte con ellos y se detuvo en un llano y se sentó. Se habían juntado allí muchos de sus seguidores y mucha gente de toda la región de Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y Sidón. Habían llegado para oir a Jesús y para que los curara de sus enfermedades. Los que sufrían a causa de espíritus impuros, también quedaban sanos. Así que toda la gente quería tocar a Jesús, porque los sanaba a todos con el poder que de él salía. Sus discípulos se le acercaron, y él tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: Dichosos los que tienen espíritu de pobres, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los que sufren, porque serán consolados. Dichosos los humildes, porque heredarán la tierra prometida. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque serán satisfechos. Dichosos los compasivos, porque Dios tendrá compasión de ellos. Dichosos los de corazón limpio, porque verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará hijos suyos. Dichosos los perseguidos por hacer lo que es justo porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos ustedes los que ahora lloran, pues después reirán. Dichosos ustedes, cuando la gente los insulte, los odie, cuando los expulsen, y los maltrate, cuando desprecien su nombre como cosa mala, y cuando por causa mía los ataquen con toda clase de mentiras. Alégrense mucho, estén contentos, llénense de gozo en ese día, porque van a recibir un gran premio en el cielo; pues así también los antepasados de esa gente persiguieron a los profetas que vivieron antes que ustedes.Pero ¡ay de ustedes los ricos, pues ya han tenido su alegría! ¡Ay de ustedes los que ahora están satisfechos, pues tendrán hambre! ¡Ay de ustedes los que ahora ríen, pues van a llorar de tristeza! ¡Ay de ustedes cuando todo el mundo los alabe, pues así hacían los antepasados de esa gente con los falsos profetas! Mateo 5:1-12; Lucas 6:17-26

Como ya hemos visto, Mateo tiene un esquema cuidadosamente preparado en su evangelio. En su relato del bautismo de Jesús nos Le muestra dándose cuenta de que ha sonado Su hora, de que Le ha llegado la llamada a la acción y que tiene que iniciar Su cruzada. En su relato de las tentaciones de Jesús nos Le presenta eligiendo deliberadamente el método que va a usar para llevar a cabo Su labor, y rechazando deliberadamente otros métodos que Él sabía que eran contrarios a la voluntad de Dios. Si uno asume una gran tarea necesita ayudantes, asistentes y personal; así es que Mateo pasa a mostrarnos a Jesús seleccionando los hombres que serán Sus colaboradores. Pero si los ayudantes y asistentes han de hacer su trabajo inteligente y eficazmente habrá que empezar por instruirlos. Y aquí, en el Sermón del Monte, Mateo nos muestra a Jesús instruyendo a Sus discípulos en el Mensaje que era Suyo y que ellos habían de transmitir a la humanidad.

En el relato de Lucas del Sermón del Monte esto aparece aún más claro. Sigue inmediatamente a lo que podríamos llamar la elección oficial de los Doce. Por esta razón, un gran investigador llamó al Sermón del Monte «El sermón de ordenación de los Doce.» De la misma manera que hay que presentarle su tarea a un joven pastor que está a punto de encargarse de su primer trabajo; así Jesús les dirigió a los Doce este sermón de ordenación antes de que salieran a realizar su labor. Por esa razón otros investigadores le han dado al Sermón del Monte otros títulos. Se ha llamado «El compendio de la doctrina de Cristo», «La Carta Magna del Reino», «El manifiesto del Rey». Todos están de acuerdo en que en el Sermón del Monte tenemos la esencia de la enseñanza de Jesús al círculo más íntimo de Sus seguidores.

El sumario de la fe

Es un hecho que esto es aún más verdad de lo que parece a primera vista. Hablamos del Sermón del Monte como si fuera un sermón determinado predicado en una sola ocasión. Pero es mucho más que eso. Hay buenas e indiscutibles razones para creer que el Sermón del Monte es mucho más que un sermón; que es, de hecho, una especie de epítome (Resumen o compendio de una obra extensa, que expone lo más fundamental o preciso de la materia tratada en ella. Figura que consiste, después de dichas muchas palabras, en repetir las primeras para mayor claridad) de todos los sermones que predicó Jesús.

(i) Cualquiera que lo oyera por primera vez en su forma actual estaría agotado mucho antes del final. Hay demasiado material en él para una sola audición. Una cosa es sentarse y leerlo, haciendo pausas o deteniéndose a pensar cuando se quiere, y otra escucharlo seguido por primera vez. Podemos leerlo a nuestro paso, reconociendo y saboreando cada palabra; pero oírlo por primera vez en su forma presente sería deslumbrarnos del exceso de luz mucho antes de que se terminara.

(ii) Hay algunas secciones del Sermón del Monte que surgen, por así decirlo, sin previo aviso; no tienen conexión con lo precedente ni con lo consiguiente. Por ejemplo: También se dijo: ‘Cualquiera que se divorcia de su esposa, debe darle un certificado de divorcio. (Mateo 5:31), y “Pidan, y Dios les dará; busquen, y encontrarán; llamen a la puerta, y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama a la puerta, se le abre. “¿Acaso alguno de ustedes sería capaz de darle a su hijo una piedra cuando le pide pan?  ¿O de darle una culebra cuando le pide un pescado? Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a quienes se las pidan! (Mateo 7:7-11) están desconectadas de su contexto. Hay una cierta dislocación en el Sermón del Monte.

(iii) Lo más importante es que, tanto Mateo como Lucas nos dan una versión del Sermón del Monte. En la versión de Mateo hay 107 versículos. De estos 107, 29 se encuentran juntos en Lucas 6:20-49; 47 no tienen paralelo en la versión de Lucas, y 34 se encuentran desperdigados por todo el evangelio de Lucas en diferentes contextos. Por ejemplo: el símil de la sal está en Mateo 5:13 y en Lucas 14:34; el símil de la lámpara está en Mateo 5:15 y en Lucas 8:16; el dicho de que no se omitirá ni un punto ni una tilde de La ley está en Mateo 5:18 y en Lucas 16:17. Es decir, que pasajes que son consecutivos en el evangelio de Mateo aparecen en capítulos ampliamente separados del evangelio de Lucas. Para tomar otro ejemplo: el dicho acerca de la mota en el ojo de nuestro hermano y la viga en el nuestro está en Mateo 7:1-8 y en Lucas 6:37-42; y el pasaje en que Jesús exhorta a pedir y buscar y encontrar está en Mateo 7:7-12 y en Lucas 11:9-13.

Ahora bien: como ya hemos visto, Mateo es esencialmente el evangelio de la enseñanza; su característica es que recoge la enseñanza de Jesús bajo ciertos epígrafes importantes; y es mucho más probable que Mateo agrupara las enseñanzas de Jesús en un esquema general, que suponer que Lucas tomara ese esquema y lo desmembrara, y dispersara sus piezas por todo su evangelio. El Sermón del Monte no es un sermón único que Jesús predicara en una ocasión determinada; es el sumario de Su enseñanza. Se ha sugerido que, después de escoger definitivamente a los Doce, puede que Jesús se retirara con ellos a algún lugar tranquilo durante una semana o más, y que durante ese tiempo les enseñara todo el tiempo; y el Sermón del Monte es la destilación de esa enseñanza.

La introducción de Mateo

De hecho, la frase introductoria de Mateo ya nos aclara esto considerablemente. Viendo las multitudes, Jesús subió a un monte; y Se sentaba, y Sus discípulos se Le acercaban, y Él abría Su boca y les enseñaba. En este breve versículo hay tres claves acerca del verdadero sentido del Sermón del Monte.

(i) Jesús se puso a enseñarles después de sentarse. Cuando un rabino judío estaba impartiendo su enseñanza oficialmente, se sentaba para hacerlo. Nosotros seguimos hablando de las cátedras de los profesores, y el que un papa hable ex cátedra quiere decir que lo hace desde el asiento de su autoridad. A menudo los rabinos enseñaban cuando estaban de pie o iban andando; pero su enseñanza oficial la daban cuando habían ocupado un asiento. Así pues, la misma observación de que Jesús se sentara es ya una indicación de que Su enseñanza era central y oficial.

(ii) Mateo sigue diciendo que, abriendo Su boca, les enseñaba. Esta frase abriendo Su boca no es simplemente una perífrasis decorativa para decir. Esta frase tiene en griego un doble significado.

(a) Se usa para un pronunciamiento solemne, grave y dignificado. Se usa, por ejemplo, del dicho de los oráculos. Es el prefacio natural para un dicho de importancia.

(b) Se usa de la manifestación de una persona que abre de veras su corazón y deja fluir su mente y sentimientos totalmente. Se usa de una enseñanza íntima y sin barreras entre maestro y discípulos. De nuevo el mismo uso de esta frase indica que el material del Sermón del Monte no es una pieza ocasional de enseñanza. Es el grave y solemne pronunciamiento sobre cosas centrales; Jesús abría y exponía aquí Su corazón y mente a los que habían de ser Sus hombres de confianza.

(iii) En griego hay, como en español, dos pasados simples: el aoristo, que corresponde a nuestro pretérito indefinido y que expresa una acción que tuvo lugar y se completó en el pasado; y el imperfecto, como el pretérito imperfecto nuestro, que describe una acción repetida, continua o habitual en el pasado. Compárese: «asistió a una conferencia una vez» (aoristo), con «asistía a clase regularmente (imperfecto). Ahora bien: la cosa es que el griego en esta oración que estamos estudiando no está en aoristo, sino en imperfecto, y por tanto describe una acción repetida o habitual, y podríamos traducirla: «Esto es lo que solía enseñarles.»

Mateo nos ha dicho en griego para mayor claridad que el Sermón del Monte no es un sermón de Jesús entre otros, sino la esencia de todo lo que Jesús enseñaba constante y habitualmente a Sus discípulos. El Sermón del Monte es aún más importante de lo que pensamos. Mateo, en su introducción, quiere hacernos comprender que se trata de la enseñanza oficial de Jesús; que en el .Sermón del Monte Jesús les abrió Su mente y corazón a Sus discípulos; que es el sumario de la enseñanza que Jesús solía impartir en Su círculo íntimo. El Sermón del Monte no es nada menos que la memoria concentrada de muchas horas de comunicación de corazón a corazón entre el Maestro y Sus discípulos. En nuestro estudio del Sermón del Monte vamos a colocar a la cabecera de cada bienaventuranza la traducción de la Reina-Valera; y luego, al foral de su estudio, expresaremos su significado en el lenguaje de hoy.

La suprema bienaventuranza

Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Antes de estudiar en detalle cada una de las bienaventuranzas hay dos hechos generales que debemos apuntar.

(i) En la primera parte de cada bienaventuranza no hay ningún verbo. Se podría esperar son después de la primera palabra, como aparece en las biblias inglesas, en cursiva para indicar que se ha añadido. ¿Por qué es así? Jesús no dijo las bienaventuranzas en griego; Él hablaba arameo, una lengua emparentada con el hebreo. Estas dos tienen una forma de expresión muy corriente, que es en realidad una exclamación y que quiere decir: «¡Oh la bienaventuranza de…!» Esa expresión (ashré en hebreo) es muy corriente en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, el primer salmo empieza en hebreo: «¡Oh la bienaventuranza del hombre que no anda en el consejo de los impíos!» (Salmo 1:1), que es la forma que uso Jesús en las bienaventuranzas. Es decir, que las bienaventuranzas no son simplemente afirmaciones, sino exclamaciones: «¡Oh la bienaventuranza de los pobres en espíritu!»

Esto tiene mucha importancia, porque quiere decir que las bienaventuranzas no son piadosas esperanzas de algo que puede ser; no son luminosas pero irreales profecías de alguna futura bienaventuranza; son felicitaciones de algo que ya se es. La bienaventuranza que pertenece al cristiano no se pospone a algún futuro reino de gloria; es una bienaventuranza que existe aquí y ahora. No es algo en lo que el cristiano entrará; es algo donde ya ha entrado. Es verdad que alcanzará su plenitud y su consumación en la presencia de Dios; pero a pesar de eso es una realidad presente que se disfruta aquí y ahora. Las bienaventuranzas dicen en efecto: «¡Oh la bendición de ser cristiano! ¡Oh el gozo de seguir a Cristo! ¡Oh la diáfana felicidad de conocer a Jesucristo como Maestro, Salvador y Señor!» La misma forma gramatical de las bienaventuranzas es una afirmación de la emoción jubilosa y la radiante dicha de la vida cristiana. Ante la realidad de las bienaventuranzas, un cristianismo triste y tenebroso es inconcebible.

(ii) La palabra bienaventurado que se usa en cada una de las bienaventuranzas es una palabra muy especial. Es la palabra griega makarios. Makarios es un término que se aplica especialmente a los dioses. En el Cristianismo se participa de la alegría de Dios. El sentido de makarios se puede comprender mejor por un uso particular de esta palabra. Los griegos siempre llamaban a la isla de Chipre hé makaria (la forma femenina del adjetivo), que quiere decir La Isla Feliz, porque creían que Chipre era tan preciosa, tan rica, y tan fértil que no habría necesidad de buscar más allá de sus costas para encontrar la vida perfectamente feliz. Tenía tal clima, tales flores y frutos y árboles, tales minerales, tales recursos naturales que contenía todos los materiales necesarios para la perfecta felicidad. Makarios, pues, describe ese gozo que tiene su secreto en sí mismo, ese gozo que es sereno e inalterable y autosuficiente, ese gozo que es completamente independiente de todos los azares y avatares de la vida.

La palabra española bienaventuranza delata su origen. Contiene la palabra ventura, que indica que es algo que depende de las circunstancias cambiantes de la vida, algo que la vida puede dar pero puede igualmente destruir. La bendición cristiana es totalmente inexpugnable e indestructible. «Nadie -dijo Jesús- os quitará vuestro gozo» (Juan 16:22). Las bienaventuranzas nos hablan de ese gozo que nos busca a través del dolor, ese gozo que la tristeza y la pérdida, el dolor y la angustia, no pueden afectar, ese gozo que brilla a través de las lágrimas, y que nada en la vida o en la muerte puede arrebatar.

El mundo puede ganar sus goces, y los puede igualmente perder. Los cambios de la fortuna, el colapso de la salud, el fracaso de un plan, la desilusión de una ambición, hasta un cambio atmosférico pueden llevarse el gozo frágil que el mundo puede dar. Pero el cristiano tiene el gozo sereno e inalterable que viene de caminar para siempre en la compañía y en la presencia de Jesucristo.

La grandeza de las bienaventuranzas es que no son vislumbres imaginadas de alguna futura belleza; no son promesas doradas de alguna gloria distante; son gritos triunfantes de bendición por un gozo permanente que nada en el mundo puede arrebatar.

La bendición de los indigentes

Parece una manera sorprendente de empezar a hablar acerca de la felicidad el decir: «¡Benditos los pobres en espíritu!» Hay dos enfoques para llegar al sentido de la palabra pobre. Como aparece en las bienaventuranzas en griego, la palabra que se usa para pobre es la palabra ptójos. Está la palabra pénes. Pénes describe a la persona que tiene que trabajar para ganarse la vida; la definían los griegos como la palabra que describe a un hombre como autodiákonos, es decir, el hombre que subviene sus propias necesidades con sus propias manos. Pénes describe al trabajador, que no tiene nada superfluo, que no es rico pero tampoco es un indigente. Pero, como ya hemos visto, no es pénes la palabra que se usa en esta bienaventuranza sino ptójos, que describe la pobreza absoluta y abyecta. Está conectada con la raíz ptóssein, que quiere decir encogerse o acobardarse; y describe la pobreza que golpea hasta poner de rodillas. Como se ha dicho, pénes describe al hombre que no tiene nada superfluo; ptójos describe al hombre que no tiene absolutamente nada.

Eso hace esta bienaventuranza aún más sorprendente. Bendito el hombre que está aquejado por una pobreza abyecta y absoluta. Bendito es el hombre que está absolutamente indigente. Como ya hemos visto también, las bienaventuranzas no se dijeron originalmente en griego, sino en arameo. Ahora bien, los judíos tenían una manera especial de usar la palabra pobre. En hebreo la palabra es `aní o ebyón. Estas palabras experimentaron en hebreo un desarrollo de cuatro etapas en su significado.

(i) Empezaron significando simplemente pobre.

(ii) Pasaron a significar, porque pobre, por tanto no teniendo influencia o poder o ayuda, o prestigio.

(iii) Pasaron a significar, por no tener influencia, por tanto avasallados y oprimidos por los hombres.

(iv) Por último pasaron a describir al hombre que, porque no tiene absolutamente ningunos recursos terrenales, pone toda su confianza en Dios.

Así es que en hebreo la palabra pobre se usaba para describir a la persona humilde e indigente que pone toda su con fianza en Dios. Es así como usa la palabra el salmista cuando escribe: «Este pobre clamó, y le oyó el Señor, y le libró de todos sus temores» (Salmo 34:6). De hecho es cierto que en los salmos el pobre, en este sentido del término, es el hombre bueno al que Dios ama. «La esperanza de los pobres no perecerá perpetuamente» (Salmo 9:18). «Dios libra a los pobres» (Salmo 35:10). «Por tu bondad, Dios, has provisto para el pobre» (Salmo 68:10). «Defenderá la causa de los pobres del pueblo» (Salmo 72:4). «Levanta de la miseria al pobre y hace multiplicar sus familias como a rebaños de ovejas» (Salmo 107:41). «A sus pobres saciaré de pan» (Salmo 132:1 132:15). En todos estos casos, el pobre es el humilde, la persona indefensa que ha puesto su confianza en Dios.

Ahora tomemos los dos lados, el griego y el arameo, y juntémoslos. Ptójos describe al hombre totalmente indigente, que no tiene absolutamente nada; `aní y ebyón describe al pobre, humilde e indefenso que ha puesto toda su confianza en Dios. Por tanto, «benditos los pobres en espíritu» quiere decir: ¡Bendita la persona que es consciente de su total indefensión, y que pone toda su confianza en Dios! Si una persona es consciente de su total destitución y ha puesto toda su confianza en Dios, entrarán en su vida dos cosas que son como las dos caras de la misma realidad. Estará totalmente desligado de las cosas, porque sabrá que las cosas no tienen la capacidad de dar felicidad o seguridad; dependerá totalmente de Dios, porque sabrá que sólo Dios puede darle ayuda, y esperanza, y fuerza. La persona que es pobre en espíritu se ha dado cuenta de que las cosas no quieren decir nada, y Dios quiere decir todo.

Debemos tener cuidado con pensar que esta bienaventuranza considera una cosa buena la actual pobreza material. La pobreza no es nada bueno. Jesús no habría llamado nunca bendito a un estado en que las personas viven en chabolas y no tienen suficiente de comer, y en que la salud se deteriora porque todo está en su contra. Esa clase de pobreza es un mal que el Evangelio trata de eliminar. Tampoco se refiere a ser pobres de espíritu en el sentido corriente de ser faltos de carácter. La pobreza que es bendita es la pobreza en espíritu, cuando la persona se da cuenta de su absoluta falta de recursos para enfrentarse con la vida, y encuentra su ayuda y fuerza solamente en Dios. Jesús dice que a tal pobreza pertenece el Reino del Cielo. ¿Por qué había de ser así?

Si tomamos las dos peticiones de la Oración Dominical y las ponemos juntas: Venga Tu Reino. Hágase Tu voluntad en la Tierra como en el Cielo, obtenemos la definición: El Reino de Dios es una sociedad en la que la voluntad de Dios se realiza tan perfectamente en la Tierra como en el Cielo. Eso quiere decir que sólo el que hace la voluntad de Dios es ciudadano del Reino; y sólo podemos hacer la voluntad de Dios cuando somos conscientes de nuestra absoluta indefensión, ignorancia e incapacidad para enfrentarnos con la vida, y cuando ponemos toda nuestra confianza en Dios.

La obediencia se funda siempre en la confianza. El Reino de Dios es la posesión de los pobres en espíritu, porque son ellos los que se han dado cuenta de su absoluta incapacidad aparte de Dios, y han aprendido a confiar y a obedecer. Así pues, esta bienaventuranza quiere decir: ¡Ah, la bienaventuranza del que es consciente de su propia y total indefensión, y que ha puesto toda su confianza en Dios porque sólo así puede rendir a Dios aquella perfecta obediencia que le hará ciudadano del reino del cielo la bienaventuranza del corazón quebrantado. (Mateo 5:4)

Bienaventurados los que lloran, porque recibirán consolación. Tenemos que notar desde el principio al estudiar esta bienaventuranza que la palabra para llorar que se usa aquí es la más fuerte que existe en griego. Es la que se usa para hacer duelo por los difuntos, para expresar el apasionado lamento por la muerte de alguien que se ha amado entrañablemente. En la Septuaginta, la versión griega del Antiguo Testamento, se usa del llanto de Jacob cuando dio por muerto a su hijo José : Entonces Jacob rasgó su ropa y se vistió de luto, y por mucho tiempo lloró la muerte de su hijo. (Génesis 37:34). Se define como la clase de pesar que se apodera de una persona y que no se puede ocultar. No es sólo un dolor que produce dolor de corazón, sino que hace incontenibles las lágrimas. Aquí tenemos una alucinante clase de bienaventuranza: ¡Bendito el que está de duelo como aquel al que se le ha muerto un ser querido!
Hay tres maneras de tomar esta bienaventuranza.

(i) Se puede tomar literalmente: ¡Bendita la persona que ha soportado el dolor más amargo que puede producir la vida! Los árabes tienen un proverbio: «La luz del sol produce un desierto.» La tierra sobre la que siempre brilla el sol acabará por convertirse en un lugar árido en el que no pueda crecer la vida.

Hay ciertas cosas que sólo la lluvia puede producir; y ciertas experiencias que sólo pueden germinar en el dolor. La aflicción puede hacer dos cosas por nosotros. Puede mostrarnos, mejor que ninguna otra cosa, la esencial amabilidad de nuestros semejantes; y puede mostrarnos, mejor que ninguna otra cosa, el consuelo y la compasión de Dios. Muchas y muchas personas a la hora del dolor han descubierto a sus semejantes y a Dios como nunca antes. Cuando todo nos va bien es posible vivir años en la superficie de las cosas; pero cuando llega la aflicción le hace a uno profundizar en las cosas de la vida y, si se acepta debidamente, produce una nueva fuerza y belleza en el alma.

Anduve con el Placer, y no hizo más que charlar, pero no me hizo más sabio lo que me llegó a contar. Anduve con el dolor y no pronunció palabra; ¡y hay que ver lo que aprendí en una breve jornada!

(ii) Algunos han considerado que lo que quiere decir esta bienaventuranza es: ¡Benditos los que están desesperadamente apenados por el dolor y el sufrimiento que hay en el mundo!

Cuando estábamos pensando en la primera bienaventuranza veíamos que siempre está bien desligarse de las cosas, pero no desligarse de las personas. Este mundo habría sido un lugar mucho más pobre si no hubiera habido en él personas que se interesaban intensamente por las angustias y los sufrimientos de los demás. El Lord Shaftesbury hizo probablemente más por los hombres y mujeres trabajadores y por los niños de lo que haya hecho nunca ningún otro reformador social. Todo ello empezó muy sencillamente. Cuando era un muchacho estudiando en Harrow, iba por una calle un día cuando se encontró con el entierro de un pobre. El ataúd era una caja fea y mal hecha. Lo llevaban en un carro de mano del que iban tirando cuatro hombres que estaban borrachos; mientras tiraban y empujaban iban cantando canciones indecentes y gesticulando y bromeando entre ellos. Cuando iban subiendo una cuesta con el carro, la caja que era el ataúd se cayó del carro, y se reventó. Algunas personas habrían pensado que todo el asunto era de risa; algunos se habrían vuelto, asqueados; algunos habrían movido los hombros y se habrían dicho que aquello no iba con ellos, aunque fuera una pena el que sucedieran esas cosas. El joven Shaftesbury lo vio y se dijo a sí mismo: «Cuando sea mayor voy a dedicar mi vida a que no sucedan cosas así.» Así que dedicó su vida a cuidar de los demás. El Cristianismo es cuidar de los demás. Lo que quiere decir esta bienaventuranza es: ¡Bendito el que se interesa intensamente por los sufrimientos, las angustias y las necesidades de otros!

(iii) Sin duda las dos ideas están en esta bienaventuranza, pero su principal pensamiento es: Bendita la persona que está desesperadamente dolorida por su propio pecado e indignidad.

Como ya hemos visto, el primer mensaje de Jesús fue: «¡Arrepentíos!» Arrepentirse quiere decir tener pesar por los pecados. Lo que realmente cambia a una persona es el encontrarse de pronto cara a cara con algo que le abre los ojos a lo que es el pecado y puede hacer el pecado.

Un joven o una joven pueden vivir a su manera sin pensar en los efectos o las consecuencias que puedan tener sus acciones; pero cuando algún día sucede algo y ven la tristeza dolorida en los ojos de su padre o su madre, entonces, de pronto, descubren lo que es el pecado.

Ese es el efecto que produce la Cruz en todos nosotros. Cuando miramos a la Cruz, no tenemos más remedio que decir: «Eso es lo que el pecado puede hacer. El pecado puede apoderarse de la vida más encantadora del mundo y aplastarla en una Cruz.» Uno de los grandes efectos de la Cruz es abrirle los ojos a hombres y mujeres al horror del pecado. Y cuando una persona ve el pecado en todo su horror, no puede por menos de experimentar intenso pesar por su pecado.

En cierta ocasión, hace muchos más años de los que quisiera acordarme, y que me perdonen aquellos para los que la distancia les resulte demasiado larga,  me encontraba jugando en el patio de mi casa con una honda, de aquellas que se hacían con una horqueta y tiras cortadas del tubo de una bicicleta tirándole a todo lo que veía, pero mi puntería era tan mala que no alcanzaba a darle a nada, hasta que uno de los garbanzos que tiraba rompió uno de los floreros de mi madre; por desgracia el que más ella apreciaba. Creí que nadie me había visto y que podía ocultar mi pequeño delito, pero cuando miré hacia la ventana de la casa, allí estaba mi hermana mirándome. Le hice jurarme que no le diría nada a mami y así lo prometió. Al próximo domingo se presentaba en el pueblo el Circo de los Hermanos Marcos con su caballo Palomo. Durante toda la semana ahorré los treinta centavos que costaba la entrada y cuando pedí permiso para ir mi hermana le dijo a mi madre que ella también quería ir. Mami le dijo que no tenía dinero y ella de una manera traviesa le dijo a mi madre que yo le había dicho que si mami no tenía el dinero yo le daría el mío para que ella pudiera ir con sus amigas; y se me acercó y susurróme al oído: acuérdate del florero. Esta escena se repitió casi a diario con diferentes motivos: barrer el patio, sacar la basura, fregar los platos, hacer los mandados y así hasta que no aguanté más y para terminar con el vil chantaje de mi hermana, llamé a mami y le dije que era yo quien había roto su preciado florero. Ya me dolía la espalda nada más de pensar en los correazos que me iban a dar. Pero para mi sorpresa mami me abrazó y me dio el más dulce de sus besos y mirándome a los ojos me dijo: ya lo sabía, como también sabía que en algún momento habrías de decírmelo. Me preguntaba hasta cuando ibas a ser preso de los caprichos de tu hermana, tan solo por no querer aceptar tu culpa al romper el florero.

Así somos nosotros; las más de las veces preferimos vivir presos del pecado a confesarle nuestras faltas al Señor Jesucristo el cual al igual que mi madre estoy seguro nos recibirá con sus brazos abiertos para darnos su perdón. El Cristianismo empieza por un sentimiento de pecado.

Bendita la persona que está intensamente apesadumbrada por su pecado, cuyo corazón se quebranta al pensar en lo que Le ha hecho a Dios y a Jesucristo, la persona que ve la Cruz y se siente oprimida por el estrago que ha causado el pecado. La persona que ha tenido esta experiencia será, sin duda, consolada; porque esa experiencia es lo que llamamos penitencia -del latín poenitere, dolerse, condolerse-, y al corazón contrito y humillado Dios no despreciará jamás: Las ofrendas a Dios son un espíritu dolido; ¡tú no desprecias, oh Dios, un corazón hecho pedazos! (Salmo 51:17). El camino que conduce al gozo del perdón pasa por el dolor desesperado del corazón quebrantado. El verdadero sentido de la segunda bienaventuranza es: ¡Ah, la bienaventuranza de la persona que tiene el corazón destrozado ante el sufrimiento del mundo y por sus propio pecados porque en su dolor encontrará el gozo del señor, la bienaventuranza de la vida bajo el control de Dios, Jesucristo y del Espíritu Santo.

Bienaventurados los mansos, porque recibirán la tierra por heredad. En el español actual la palabra manso no es una de las palabras honorables de la vida. Ahora conlleva la idea de servilismo, bajeza de carácter, consentimiento al mal e incapacidad o falta de voluntad para resistirse a una afrenta vergonzosa. Nos presenta el retrato de una criatura sumisa e ineficaz. Pero resulta que la palabra manso -en griego praüsera una de las grandes palabras éticas. Aristóteles tenía mucho que decir de la cualidad de la mansedumbre (praotés).

Aristóteles seguía un método para definir cualquier virtud que consistía en encontrar el término medio entre dos extremos. Por una parte estaba el extremo por exceso; y por la otra, por defecto; y entre ambos estaba la virtud misma, el término medio feliz.

Para dar un ejemplo: En un extremo se encontraría el pródigo, y en el otro, el tacaño; y entre ambos, la persona generosa. Aristóteles define la mansedumbre (praotés), como el término medio entre orguilotés, que quiere decir ira excesiva, y aorguésía, que quiere decir pasotismo. Praotés, mansedumbre, como veía Aristóteles, es el feliz término medio entre la ira excesiva, y la falta de ira. Así es que la primera traducción posible de esta bienaventuranza sería: ¡Bendito el que se indigna a su debido tiempo y por la debida causa, y no al contrario! Si nos preguntamos cuál es el debido tiempo y cuál el contrario diríamos que, por regla general, en la vida no se debe uno enfurecer por un insulto o una injuria que se le hace a uno personalmente; eso es algo que un cristiano no debe nunca tener en cuenta; pero se debe uno indignar por las injurias que se les hacen a otras personas. La ira egoísta es siempre un pecado; la ira limpia de egoísmo puede ser una de las grandes dinámicas del mundo.

Pero la palabra praüs tiene un segundo uso general en griego. Es la que se usa con referencia a un animal que ha sido domesticado, que está acostumbrado a obedecer la palabra de mando, que ha aprendido a obedecer las riendas. Es la palabra que se usa de un animal que ha aprendido a aceptar el control. Así que la segunda posible traducción de esta bienaventuranza sería: ¡Bendita la persona que tiene bajo control todos sus instintos, impulsos y pasiones! ¡Bendito el que se mantiene total y constantemente bajo su propio control! Pero en el momento en que decimos esto nos damos cuenta de que necesita un cambio. No se trata tanto de la bendición de la persona que se controla a sí misma, porque eso está fuera de la capacidad humana; sino más bien de la persona que está totalmente bajo el control de Dios, porque sólo en Su servicio encontramos la perfecta libertad, y en hacer Su voluntad, la paz. Pero hay todavía un tercer enfoque de esta bienaventuranza. Los griegos contrastaban siempre la cualidad que llamaban praotés, y que la Reina-Valera traduce por mansedumbre, con la cualidad que llamaban hysélokardía, que quiere decir altivez de corazón. En praotés se encuentra la verdadera humildad que destierra todo orgullo. Sin humildad no se puede aprender, porque el primer paso en el aprendizaje es ser conscientes de nuestra propia ignorancia.

Quintiliano, el gran maestro de oratoria hispanorromano, decía de algunos de sus alumnos: «No me cabe duda de que serían excelentes alumnos si no estuvieran convencidos de que ya lo saben todo.» No se le puede enseñar nada a una persona que cree que ya lo sabe todo. Sin humildad no puede haber tal cosa como amor, porque el verdadero principio del amor es el sentimiento de indignidad. Sin humildad no puede haber verdadera religión, porque toda verdadera religión empieza por un darse cuenta de la propia debilidad y necesidad de Dios. Una persona sólo alcanza su verdadera humanidad cuando es siempre consciente de que es una criatura y Dios es el Creador; y que sin Dios no puede hacer nada. Praotés describe la humildad, la aceptación de la necesidad de aprender y de la necesidad de ser perdonados. Describe la única actitud adecuada del hombre para con Dios. Así que la tercera posible traducción de esta bienaventuranza sería: ¡Bendito el que tiene la humildad de reconocer su propia ignorancia, debilidad y necesidad! Es esta mansedumbre, dice Jesús, la que heredará la Tierra. Es un hecho de la Historia que siempre han sido las personas que tenían este don de autocontrol, que tenían sus pasiones, instintos e impulsos bajo disciplina, las que han sido verdaderamente grandes. Números dice de Moisés, el más grande líder y legislador que ha conocido el mundo: «Moisés era un hombre muy manso, más que todos los hombres que había sobre la Tierra» (Números 12:3). Moisés no tenía un carácter aguado; no era una ameba que no pudiera erguirse y mantenerse firme; podía ponerse al rojo de ira; pero siempre era un hombre que tenía la ira en la tralla (Trencilla de cordel o de seda que se pone al extremo del látigo para que restalle. Látigo provisto de este cordel; fusta, vergajo, azote), soltándola sólo en el momento debido. El autor de Proverbios dice: «El que domina su espíritu es mejor que el que conquista una ciudad» (Proverbios 16:32). Fue la falta de esa misma cualidad lo que fue la ruina de Alejandro Magno que, en un ataque de genio incontrolado, en medio de una orgía, le arrojó una lanza a su mejor amigo y le mató.

Uno no puede guiar a otros a menos que sea dueño de sí mismo; ni puede servir a otros hasta que se haya sometido a sí mismo; ni estar en control de otros si no ha aprendido a controlarse a sí mismo. Pero la persona que se ha sometido al perfecto control de Dios obtendrá esta mansedumbre que de veras de permitirá heredar la Tierra. Está claro que esta palabra praüs quiere decir mucho más y otra cosa que lo que quiere decir ahora la palabra española manso; está claro, de hecho, que no hay ninguna palabra española que la traduzca perfectamente, aunque tal vez la palabra apacible sea la que más se le aproxime. La traducción completa de esta tercera bienaventuranza debería ser: jAh, la bienaventuranza del que se indigna siempre a su debido tiempo y por la causa debida, y no al contrario y que tiene bajo control a otros porque él mismo está bajó el control de Dios que controla todos los instintos, impulsos y pasiónes y que tiene la humildad de reconocer su propia ignorancia y debilidad: porque tal persona es soberana entre los seres humanos la bienaventuranza del espíritu hambriento.

Bienaventurados- los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Las palabras no tienen una existencia aislada; existen sobre el trasfondo de la experiencia y del pensamiento; y el significado de cualquier palabra está condicionado por el trasfondo de la persona que la pronuncia. Eso es particularmente cierto de esta bienaventuranza. Les causaría a los que la oyeron por primera vez una impresión totalmente diferente de la que nos hace a nosotros hoy. El hecho es que muy pocos de nosotros en las condiciones modernas de vida sabemos realmente lo que es tener hambre o sed. En el mundo antiguo era muy diferente. El salario diario de un obrero sería el equivalente a 10 pesetas; y, aun teniendo en cuenta la diferencia del valor adquisitivo del dinero, uno no se ponía gordo con tal sueldo. En Palestina, un obrero comía carne sólo una vez por semana; y en Palestina un trabajador o un jornalero nunca estaban muy lejos de la línea que marca la verdadera hambre y la muerte por inanición. Y esto era todavía más real en el caso de la sed. A la inmensa mayoría de la gente no le era posible abrir un grifo y recibir agua clara y fresca en su casa. Uno podía estar de viaje, y sorprenderle el viento cálido que traía tormentas de arena. No podía hacer nada más que taparse la cabeza con el blusón y ponerse de espaldas al viento y esperar mientras los remolinos de arena se le metían por la nariz hasta la garganta a punto de sofocarle y hasta que se apergaminaba todo de una sed imperiosa.

En las condiciones de la vida moderna de Occidente no hay nada parecido a eso. Así pues, el hambre que describe esta bienaventuranza no es el agradable apetito que se satisface con un bocadillo de media mañana; la sed de la que habla no se podía mitigar con una taza de café o bebida fresca. Era el hambre de la persona a punto de morir de inanición, o la sed del que se morirá si no bebe. En ese caso, esta bienaventuranza contiene realmente una pregunta y un desafío. En efecto demanda: «¿Hasta qué punto quieres la bondad? ¿La quieres tanto como quiere un hambriento la comida, o el agua el que se está muriendo de sed?» ¿Hasta qué punto es intenso nuestro deseo de bondad?

La mayoría de la gente tiene un deseo instintivo de bondad; pero ese deseo es imaginario y nebuloso más bien que agudo e intenso; y cuando llega el momento de la decisión no están preparados a hacer el esfuerzo y el sacrificio que demanda la bondad real. La mayor parte de la gente sufre de lo que llamaba Roben Louis Stevenson «la enfermedad, tan española, de la desgana.»

Sin duda implicaría una gran diferencia en el mundo el que deseáramos la bondad más que ninguna otra cosa. En primer lugar, hacemos constar que hemos traducido aquí la palabra original dikaiosyné por bondad o integridad en vez de por justicia, porque esta última sugeriría más bien, o exclusivamente, la idea de la justicia que debe reinar en la sociedad, y aun la que se nos debe como oprimidos. Naturalmente que es algo que debemos desear apasionadamente; pero en esta bienaventuranza creemos que se trata de una cualidad que uno desea poseer personalmente; no del deseo natural de que se nos haga justicia o de que haya justicia en el mundo, sino de que la justicia, la bondad de Cristo reine en nuestra vida.

En la biblia inglesa se usa en esta bienaventuranza y en otros muchos lugares con este sentido la palabra righteousness, no justice. Cuando enfocamos esta bienaventuranza desde este punto de vista es la más exigente, y hasta la más aterradora, de todas. Pero no sólo es la bienaventuranza más exigente; a su propia manera es también la más consoladora. Por detrás de ella está el sentido de que la persona que es bienaventurada no lo es necesariamente porque alcance esta bondad, sino porque la anhela con todo su ser. Si la bendición viniera solamente a la persona que alcanza su objetivo, entonces nadie sería bendito; pero la bendición alcanza a la persona que, a pesar de fallos y fracasos, todavía aspira con un apasionado amor a lo más alto.

H. G. Wells dijo en algún sitio: «Uno puede ser un mal músico, pero estar apasionadamente enamorado de la música.» Robert Louis Stevenson hablaba de los que han llegado hasta a hundirse en las simas más profundas y «llevan todavía adheridos restos de virtud en el burdel o en el cadalso.» Sir Norman Birkett, el famoso abogado y juez, una vez, hablando de los criminales con los que había estado en contacto en su trabajo, hablaba de eso inextinguible de cada persona. La bondad, «el implacable cazador», está siempre a nuestros talones. La peor de las personas está «condenada a alguna especie de nobleza».

Lo más maravilloso del hombre no es que es pecador, sino que aún en su pecado le acecha la bondad de tal manera que, hasta en el cieno, nunca puede olvidar del todo las estrellas. David siempre había querido construir el templo de Dios; nunca logró su ambición; se le negó y prohibió; Dios le dijo: «Bien has hecho en tener tal deseo» (1 Reyes 8:18). En Su misericordia, Dios nos juzga, no solamente por nuestros logros, sino también por nuestros sueños. Aunque un hombre nunca alcance la bondad, si toda su vida tiene esta hambre y sed de ella, no está excluido de la bendición.

Hay todavía otro detalle en esta bienaventuranza que aparece claramente en el original. Es una regla de gramática griega (y en esto coincide con la española) que los verbos que indican tener hambre o sed se construyen con el genitivo, que es el caso que se suele expresar en español con la preposición de; del hombre es el genitivo de el hombre. El genitivo que sigue a los verbos de hambre y sed se llama en gramática griega genitivo partitiva, porque indica que se tiene hambre o sed de una parte de aquello. Cuando se dice en griego, como es español: «Tengo hambre de pan», o: «Tengo sed de agua», ya se supone que no quiere todo el pan o el agua que exista, sino solo una parte.

Pero en esta bienaventuranza, lo más corriente es que justicia se ponga en acusativo directo y no en genitivo. Ahora bien: cuando un verbo de hambre o sed se pone en griego en acusativo en vez de en genitivo se hambrea toda aquella cosa. En el caso del pan quería decir todo el pan, y en el del agua, todo el cacharro que la contiene. Por tanto aquí, la traducción correcta sería: ¡Benditos los que tienen hambre y sed de verdadera y total integridad! Esto es de hecho lo que pocas veces se quiere. Nos contentamos con parte de la integridad. Un hombre, por ejemplo, puede que sea bueno en el sentido de que, por mucho que se le buscara, no se le podría encontrar ninguna falta moral. Su honradez y respetabilidad están fuera de duda; pero tal vez sería la clase de persona a la que uno no acudiría para desahogarse contándole algo muy íntimo; se congelaría si lo intentara.

Hay una clase de integridad que suele ir acompañada de dureza, intolerancia o falta de simpatía. Esa integridad no es más que parcial. Esta bienaventuranza nos dice que no hay que conformarse con una bondad parcial. Bendita la persona que tiene hambre desesperada y sed ardiente de la bondad que es total. Ni una gélida impecabilidad ni una sensiblera amabilidad bastan. Así es que la traducción de la cuarta bienaventuranza podría ser algo así: ¡Ah, la bienaventuranza del que anhela una integridad total como ansía el que está muriendo de hambre el alimento y el agua el que está pereciendo de sed porque tal persona alcanzará una completa satisfacción, la bienaventuranza de la perfecta simpatía.

Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia. Hasta así expresado, este es sin duda un gran dicho; y es la afirmación de un pensamiento que recorre todo el Nuevo Testamento, que insiste en que para ser perdonados tenemos que ser perdonadores. Como decía Santiago: «Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no muestre misericordia» (Santiago 2:13). Jesús termina la parábola del deudor que se negó a perdonar con la advertencia: «Eso es lo que hará Mi Padre celestial con cualquiera de vosotros si no perdonáis de corazón a vuestros hermanos» (Mateo 18:35). La Oración Dominical va seguida de dos versículos que explican y subrayan la petición: «Perdónanos nuestras deudas como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores.» «Porque si perdonáis a vuestros semejantes sus ofensas, también os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los demás sus ofensas, tampoco os perdonará vuestro Padre vuestras ofensas» (Mateo 6:12, 14).

La enseñanza inconfundible del Nuevo Testamento es que sólo se tendrá misericordia de los misericordiosos. Pero hay más que eso en esta bienaventuranza. La palabra griega para misericordioso es eleémón. Pero, como ya hemos visto repetidas veces, el griego del Nuevo Testamento tal como lo tenemos se remonta a un original hebreo o arameo. La palabra hebrea para misericordia es jésed; y es una palabra intraducible. No quiere decir simplemente simpatizar con una persona en el sentido popular de esta palabra; no quiere decir sólo darle a uno lástima de otro que lo pasa mal. Jésed, misericordia, quiere decir la capacidad de ponerse uno totalmente en el lugar de otro de manera que ve con sus ojos, piensa con su mente y siente con sus sentimientos. Está claro que esto es mucho más que una oleada emocional de lástima; exige un esfuerzo deliberado de la mente y de la voluntad. Denota una simpatía que no se da, por así decirlo, desde fuera, sino que viene de una deliberada identificación con la otra persona hasta el punto de ver y sentir como ella. Esto es lo que quiere decir literalmente la palabra simpatía. Simpatía de deriva de dos palabras griegas -syn, que quiere decir juntamente con, y pasjein, que quiere decir experimentar o sufrir- . Simpatía quiere decir etimológicamente experimentar las cosas juntamente con otra persona, pasar literalmente lo que está pasando. Esto es precisamente lo que muchas personas ni siquiera intentan jamás, y hasta lo evitan conscientemente.

La mayor parte de la gente está tan preocupada con sus propios sentimientos que no tiene gran interés en los de los demás. Cuando les da pena de alguien es, como si dijéramos, desde fuera; no hacen el esfuerzo consciente de meterse dentro del corazón y de la mente de la otra persona hasta el punto de ver y sentir las cosas como las ve y siente ella. Si hiciéramos de veras este esfuerzo deliberado, y si llegáramos a identificarnos -hacernos idénticas- con la otra persona, las cosas nos parecería muy diferentes.

(i) Nos salvaría de ser amables equivocadamente. Hay en el Nuevo Testamento un ejemplo sobresaliente de amabilidad instintiva y equivocada. Se encuentra en el relato de la visita que hizo Jesús a Sus amigos de Betania: Jesús siguió su camino y llegó a una aldea, donde una mujer llamada Marta lo hospedó. Marta tenía una hermana llamada María, la cual se sentó a los pies de Jesús para escuchar lo que él decía. Pero Marta, que estaba atareada con sus muchos quehaceres, se acercó a Jesús y le dijo: –Señor, ¿no te preocupa nada que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude. Pero Jesús le contestó: –Marta, Marta, estás preocupada y te inquietas por demasiadas cosas, pero solo una cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la va a quitar. (Lucas 10:38-42).

Cuando Jesús los fue a ver, la Cruz estaba ya esperándole a pocos pasos. Lo que más quería Jesús sería una oportunidad para descansar y relajarse de aquella terrible tensión un poquito de tiempo. Marta amaba a Jesús; Él era su huésped más bienvenido; y como Le amaba tanto, quería ofrecerle la mejor comida que pudiera preparar. Estaba yendo y viniendo entre el tintineo de platos y cacharros y cubiertos… que serían una tortura para los nervios tensos de Jesús, Que lo que más necesitaba era tranquilidad.

Marta quería ser amable… y no podría haber sido más cruel. Pero María comprendió que lo único que quería Jesús era paz. A menudo, cuando queremos ser amables, ofrecemos la amabilidad a nuestra manera, y la otra persona la tiene que aceptar así, quiéralo o no. Nuestra amabilidad sería doblemente amable, y evitaría mucha crueldad involuntaria, si nos tomáramos la molestia de introducirnos en el interior de la otra persona.

(ii) Nos haría el perdonar y la tolerancia mucho más fáciles. Hay un principio en la vida que olvidamos muchas veces: que siempre hay una razón para que una persona piense y actúe de cierta manera; y, si conociéramos esa razón, nos sería mucho más fácil comprender y simpatizar y perdonar. Si una persona actúa, según nuestra manera de pensar, equivocadamente, puede que sea porque ha pasado por experiencias que hacen actuar así. Una persona inquieta o descortés puede que se manifieste así porque está preocupada o sufriendo algún dolor. Si una persona nos trata mal, puede que sea por algo que tiene en la mente, equivocado… o no.

El proverbio francés puede que tenga razón: «Conocerlo todo es perdonarlo todo;» pero nunca llegaremos a conocerlo todo si no hacemos el esfuerzo determinado de meternos dentro del corazón y la mente de la otra persona.

(iii) En último análisis, ¿no fue eso lo que hizo Dios en Jesucristo? En Jesucristo, en el sentido más literal, Dios se introdujo en el interior de la persona humana. Vino como un hombre: viendo las cosas con ojos humanos, sintiéndolas con sentimientos humanos, pensándolas con una mente humana. Dios sabe cómo es la vida, porque Se introdujo hasta su interior más íntimo.

La reina Victoria de Inglaterra era muy amiga del rector Tulloch, de la universidad de Saint Andrews, y su esposa. El príncipe Albert murió, y la reina Victoria se quedó sola. Precisamente por el mismo tiempo murió el rector Tulloch, y la señora Tulloch se quedó sola. Sin previo aviso, la Reina vino a visitar a la señora Tulloch, que estaba descansando en su habitación. Cuando le anunciaron a la Reina, la señora Tulloch se dio toda la prisa que pudo para levantarse y hacer una reverencia. La Reina dio un paso al frente y le dijo: «Querida mía, no te levantes. Hoy no vengo como la Reina a una de sus súbditas, sino como una mujer que ha perdido a su marido a otra en la misma situación.»

Eso es precisamente lo que hizo Dios; vino a la humanidad, no como el Dios soberano, distante, remoto, aislado, mayestático; sino como un hombre. El ejemplo supremo de misericordia, jésed, es la venida de Dios al mundo en Jesucristo. Sólo los que muestren esta misericordia recibirán misericordia. Esto es verdad a nivel humano, porque es la gran verdad de la vida que veremos en otras personas el reflejo de nuestras actitudes. Si no tenemos interés por nadie, así serán ellos con nosotros. Si ven que nos preocupamos, su corazón responderá preocupándose. Y es absolutamente cierto en el lado divino, porque el que muestra esta misericordia ha llegado nada menos que a parecerse a Dios. Así que la traducción de la quinta bienaventuranza podría ser: ¡Ah, la bienaventuranza de la persona que se pone hasta tal punto en el lugar de los demás que puede ver con sus ojos y pensar con su mente y sentir con su corazón porque el que es así con los demás descubrirá que los demás hacen lo mismo con él y sabrá que eso es lo que dios ha hecho en Jesucristo la bienaventuranza del corazón limpio.

Bienaventurados los de limpio corazón, porque verán a Dios. Aquí tenemos una bienaventuranza que exige que toda persona que la lea se detenga, piense y haga un examen de conciencia. La palabra griega para limpio es katharós, que tiene una variedad de usos, cada uno de ellos con algo nuevo que añadir al sentido de esta bienaventuranza para la vida cristiana.

(i) En su origen quería decir simplemente limpio, y podía usarse, por ejemplo, de la ropa sucia que se había lavado para que volviera a estar limpia.

(ii) Se usa frecuentemente del trigo que se había aventado y cribado para dejarlo limpio de polvo y paja. En sentido figurado se usa de un ejército que se ha limpiado de soldados descontentos, cobardes o flojos, y que está formado exclusivamente de luchadores de primera categoría.

(iii) Suele aparecer corrientemente en compañía de otro adjetivo griego, akératos. Akératos se usa de la leche o el vino sin adulterar, y del metal que no tiene ni la más ligera aleación.

Así pues, el sentido básico de katharós es sin mezcla ni adulterio ni aleación. Es por esto por lo que esta bienaventuranza es tan exigente. Podría traducirse: ¡Bendita la persona cuyos motivos son siempre totalmente sin mezcla, porque verá a Dios! Rara vez se da el caso, hasta en nuestras acciones mejores, de que no haya la menor mezcla de motivos. Si nos entregamos total y generosamente a alguna buena causa, puede que nos quede en el corazón algún resto de propia satisfacción y aprobación, alguna complacencia en la gratitud y alabanza y crédito que cosechamos. Si hacemos algo bueno que requiere algún sacrificio por nuestra parte, puede que no estemos totalmente libres del sentimiento de que otros verán en nosotros algo heroico, y nos considerarán mártires.

Hasta un predicador que sea sincero no está totalmente libre del peligro de la propia satisfacción de haber predicado un buen sermón. ¿No fue Juan Bunyan el que le contestó tristemente a uno que le dijo que su sermón había sido muy bueno: «Sí, ya lo sé; ya me lo ha dicho el diablo cuando me bajaba del púlpito»? Esta bienaventuranza nos exige el más severo examen de conciencia. ¿Hacemos nuestro trabajo para aportar un servicio o para que nos lo paguen? ¿Cumplimos con nuestro trabajo por motivos de servicio o de paga? ¿Prestamos nuestro servicio por generosidad o por egoísmo? ¿Hacemos lo que hacemos en la iglesia para el Señor o para nuestro propio prestigio? ¿Vamos a la iglesia para encontrarnos con Dios o para cumplir con una costumbre o para que se nos considere respetables? ¿Es nuestra vida de oración y meditación inspirada por un deseo sincero de comunión con Dios o porque nos da un sentimiento agradable de superioridad? ¿Cultivamos la vida espiritual porque somos supremamente conscientes de nuestra necesidad de Dios en lo más íntimo de nuestro ser, o porque nos producen un sentimiento de comodidad y bienestar los pensamientos piadosos?

El examinar nuestros propios motivos produce inquietud y vergüenza, porque hay pocas cosas en este mundo que aún los mejores de nosotros pueden hacer sin tener motivos diversos y discutibles. Jesús pasó a decir que sólo los puros de corazón verán a Dios. Es uno de los simples hechos de la vida que vemos sólo lo que estamos dispuestos a ver. Y eso es verdad no solamente en el sentido físico, sino en todos. Si una persona corriente mira los cielos en una noche clara, no ve nada más que una inmensidad de puntitos de luz; ve sólo lo que está capacitado para ver. Pero en los mismos cielos un astrónomo podrá llamar a las estrellas y los planetas por sus nombres, y moverse entre ellos como entre amigos; y un marino podrá encontrar en los mismos cielos el medio para llevar su navío al puerto deseado por un mar sin caminos trazados. Francisco García Navarro nos cuenta su llegada a Jaca el 1de enero de 1932, donde le estaba esperando el pastor y maestro don Salvador Ramírez con sus hijos varones. «En el camino de la estación de Jaca -nos cuenta-, ya anochecido, la conversación emprendida por D. Salvador, más dirigida a sus hijos que a mí, consistió en una grata y eficaz lección planetaria, mientras nos hacía contemplar el firmamento tan pletórico de belleza como de estrellas rutilantes. Pura lección que corroboraba, decía, las palabras del Salmista: ‹Los cielos cuentan la gloria de Dios, y la expansión denuncia la obra de Sus manos› (Salmo 19:1). Fue para mí un placer escucharle en silencio, porque planteó la localización de estrellas y sus nombres, el movimiento y función de cada una, las constelaciones y su distinción, las galaxias y su formación, los años luz de distancia que nos separan de ellas y la perfección del Universo regido por leyes inalcanzables dictadas por el único Dios y Creador.»

Buen comienzo, pensó Francisco García Navarro, de los descubrimientos que había de hacer con tan sabio «ayo» en los caminos de la teología, la moral y la educación. Una persona corriente que vaya dándose un paseo por los caminos del campo no verá en los setos nada más que un amasijo de arbustos y espinos. Un botánico experimentado se fijará en cada cosa, llamándola por su nombre y conociendo su uso; y puede que hasta descubra algo de rareza y valor extraordinarios, porque tiene ojos para ver.

Si ponemos a dos personas en una habitación llena de cuadros antiguos, la que no tenga conocimiento ni habilidad no verá la diferencia que hay entre una pieza maestra y una copia sin valor, mientras que un experto crítico de arte descubrirá un valor incalculable en una pintura que otros pasarían de largo sin fijarse siquiera. Hay personas de mente sucia que ven en cualquier situación un material para una observación soez o un chiste sucio. En cualquier esfera de la vida, cada uno ve lo que está capacitado para ver. Así, dice Jesús, son solamente los puros de corazón los que verán a Dios. Es una seria advertencia para que recordemos que cuando mantenemos la limpieza de corazón por la gracia de Dios, o cuando lo ensuciamos por malicia humana, estamos capacitándonos o incapacitándonos para ver algún día a Dios. Así pues, esta sexta bienaventuranza podría leerse de la forma siguiente ¡Ah, la bienaventuranza de la persona cuyos motivos son absolutamente puros porque algún día estará capacitada para contemplar a Dios! la bienaventuranza de reconciliar a los desavenidos.

Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios. Debemos empezar el estudio de esta bienaventuranza investigando algunas cuestiones de significado de palabras.

(i) Primero, tenemos la palabra paz. En griego la palabra es eiréné, y en hebreo shalóm. En hebreo, paz no es nunca un estado negativo; nunca quiere decir exclusivamente la ausencia de guerra; siempre quiere decir todo lo que contribuye al bienestar supremo del hombre. En el Oriente cuando un hombre le dice a otro: ¡Salám! -que es la misma palabra- no quiere decir que le desea al otro solamente la ausencia de males; le desea la presencia de todos los bienes. En la Biblia, paz quiere decir no solamente liberación de todos los problemas, sino disfrutar de todas las cosas buenas.

(ii) Segundo, debemos fijarnos con cuidado en lo que nos dice esta bienaventuranza. La bendición es para los que hacen la paz que es lo que quiere decir etimológicamente pacificadores o apaciguadores- no necesariamente para los que aman la paz. Sucede a menudo que, si una persona ama la paz de una manera equivocada, conseguirá crear problemas y no paz. Puede que permitamos, por ejemplo, que se desarrolle una situación amenazadora y peligrosa, y que nuestra defensa sea no intervenir para mantener la paz. Hay mucha gente que piensa que eso es amar la paz, cuando lo que se está haciendo en realidad es amontonar problemas para el futuro, porque se rehuye arrostrar la situación y tomar las medidas que demanda. La paz que la Biblia llama bendita no viene de evadir las situaciones conflictivas, sino de arrostrarlas, tratarlas y conquistarlas. Lo que esta bienaventuranza demanda no es una aceptación pasiva de las cosas por miedo a los contratiempos que pueda traer el intervenir en ellas, sino el enfrentarnos activamente con las cosas y hacer la paz, aunque el camino de la paz pase por el conflicto.

(iii) La versión Reina-Valera dice que los pacificadores serán llamados hijos de Dios. Esto es lo que quiere decir literalmente la palabra griega hyioí. Esta es una expresión típicamente hebrea. El hebreo no es rico en adjetivos, y cuando quiere describir algo, a menudo usa, no un adjetivo, sino la frase hijo de… seguido de un nombre abstracto. De aquí que se llame a un hombre un hijo de paz en vez de una persona pacífica. A Bernabé se le llama hijo de consolación en vez de consolador y confortador.

Esta bienaventuranza dice: Benditos los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios; lo que quiere decir: Benditos los pacificadores porque realizarán una obra característica de Dios. El que hace la paz está involucrado en la misma obra que hace el Dios de paz: ¿Quién podrá acusar a los que Dios ha escogido? Dios es quien los hace justos. (Romanos 8: 33); Para terminar, hermanos, deseo que vivan felices y que busquen la perfección en su vida. Anímense y vivan en armonía y paz; y el Dios de amor y de paz estará con ustedes. (2 Corintios 13:11); Que Dios mismo, el Dios de paz, los haga a ustedes perfectamente santos, y les conserve todo su ser, espíritu, alma y cuerpo, sin defecto alguno, para la venida de nuestro Señor Jesucristo. (1 Tesalonicenses 5:23); Que el Dios de paz, que resucitó de la muerte a nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de las ovejas, quien con su sangre confirmó su alianza eterna (Hebreos 13:20). Se ha buscado el sentido de esta bienaventuranza por tres líneas diferentes.

(i) Se ha sugerido que, puesto que Shalóm quiere decir todo lo que contribuye al bien supremo del hombre, esta bienaventuranza quiere decir: Benditos los que hacen este mundo un lugar más idóneo para que viva en él toda la humanidad.

Abraham Lincoln dijo una vez: «Me moriré cuando sea, pero me gustaría que se dijera de mí que arranqué una ortiga y planté una flor donde pensé que podía crecer.» Según esto, ésta sería la bienaventuranza de los que han elevado un poco el mundo.

(ii) La mayor parte de los primeros estudiosos de la Iglesia tomaron esta bienaventuranza en un sentido puramente espiritual, y sostuvieron que quería decir: Bendita la persona que hace la paz en su propio corazón y alma.
En cada uno de nosotros hay un conflicto interior entre el bien y el mal, que tiran de nosotros en sentidos opuestos; todos somos hasta cierto punto una guerra civil en marcha. Feliz, por tanto, es el que ha ganado la paz interior en la que ha quedado superado su conflicto íntimo, y puede darle todo su corazón a Dios.

(iii) Pero queda todavía otro significado para esta palabra paz. Es un sentido sobre el cual les encantaba discurrir a los rabinos judíos, y es casi seguro el sentido que Jesús tenía en mente. Los rabinos judíos sostenían que la tarea suprema que una persona puede llevar a cabo es establecer relaciones correctas entre persona y persona. Eso era lo que Jesús quería decir.

Hay personas que son siempre centros tempestuosos de problemas y amargura y lucha. Dondequiera que están, están siempre metidos en peleas entre ellos o provocándolas entre los demás. Son personas que causan problemas. Hay muchas así en casi todas las sociedades e iglesias, que están realmente haciéndole al diablo su trabajo. Por otra parte -gracias a Dios- hay personas en cuya presencia no puede sobrevivir la amargura, personas que hacen de puentes, que cierran las grietas, que endulzan las amarguras. Tales personas hacen un trabajo semejante al de Dios, porque el gran propósito de Dios es hacer que haya paz para cada persona consigo misma y entre unas y otras personas. El que divide a las personas está haciendo la obra del diablo; el que une a las personas está haciendo la obra de Dios. Así pues, esta bienaventuranza podría leerse: ¡Ah, la bienaventuranza de los que producen relaciones como es debido entre las personas porque están haciendo algo que recuerda a Dios! la bienaventuranza de sufrir por Cristo.

Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados seréis cuando por mi causa os insulten, os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestra recompensa es grande en los cielos, pues así persiguieron a los profetas que vivieron antes de vosotros. Una de las cualidades sobresalientes de Jesús era su honradez diáfana. Nunca dejó a nadie en duda en cuanto a lo que le sucedería si escogía seguirle. Estaba seguro de que había venido «No para hacer la vida fácil, sino para hacer a la gente grande.» Nos cuesta darnos cuenta de lo que tuvieron que sufrir los primeros cristianos. Todos los compartimientos de su vida se desquiciaron.

(i) Su cristianismo descabalaría su trabajo. Supongamos que uno era mampostero. Esa parece una profesión bastante inofensiva. Pero supongamos que su empresa tenía un contrato para construir un templo de uno de los dioses paganos.

¿Qué haría ese hombre? Supongamos que un cristiano era sastre, y que encargaban en su taller túnicas para los sacerdotes paganos. ¿Qué haría ese hombre? En una situación semejante en la que los primeros cristianos se encontrarían, apenas existiría algún trabajo en el que un cristiano no tuviera conflicto entre sus intereses comerciales y su lealtad a Jesucristo. La Iglesia estaría sin duda donde estaba la obligación de la persona.

Más de cien años después de esto, un hombre le fue a Tertuliano con este mismo problema. Le hablo de sus dificultades comerciales. Acabó diciendo: «¿Qué puedo hacer? ¡Tengo que vivir!» «¿Estás seguro?», dijo Tertuliano. Si había que escoger entre la lealtad y la vida, un verdadero cristiano no dudaba nunca en escoger la lealtad.

(ii) Su cristianismo descabalaría sin duda su vida social. En el mundo antiguo, la mayor parte de las fiestas se celebraban en el templo de algún dios. En muy pocos sacrificios se quemaba todo el animal en el altar. A veces no se quemaban más que unos pelillos de la cabeza de la bestia como un sacrificio simbólico. Los sacerdotes recibían como gajes de su oficio parte de la carne, y otra parte se le devolvía al adorador. Con su parte, hacía una fiesta con sus parientes y amigos. Uno de los dioses más comentes era Serapis. Cuando la fiesta se celebraba en su templo, las invitaciones decían algo así: «Te invito a cenar conmigo a la mesa de nuestro señor Serapis.» ¿Podría un cristiano participar en una fiesta que se celebraba en un templo pagano? Hasta las comidas ordinarias en las casas empezaban con una libación, una copa de vino que se derramaba en honor de los dioses. Era como nuestro dar gracias a Dios por la comida. ¿Podía un cristiano participar en un gesto de culto pagano así?

De nuevo vemos que la respuesta cristiana era clara. Un cristiano tenía que desconectarse de sus compañeros antes que prestar su aprobación a tales cosas con su presencia. Uno tenía que estar dispuesto a quedarse solo para ser cristiano.

(iii) Lo peor de todo: su cristianismo podía llegar a traerle problemas en su vida familiar. Sucedía una y otra vez el que un miembro de la familia se hacía cristiano y los otros no. Una mujer se podía hacer cristiana y su marido no. Lo mismo podía suceder con un hijo o una hija. Inmediatamente surgía una división en la familia. A menudo se le cerraba la puerta en la cara para siempre al que había aceptado a Cristo. El cristianismo traía a menudo, no paz, sino una espada que dividía las familias. Era literalmente cierto que una persona tenía que amar a Cristo más que a su padre, madre, esposa, hermano o hermana.

El cristianismo suponía a menudo escoger entre las personas más queridas y Jesucristo. Además, los castigos que tenía que sufrir un cristiano eran terribles más allá de toda descripción. Todo el mundo sabe de los cristianos que se les echaban a los leones o se quemaban en el patíbulo; pero éstas eran muertes piadosas. Nerón envolvía a los cristianos en betún y les prendía fuego para usarlos como antorchas vivientes en sus jardines. Los cubría con pieles de animales salvajes y les lanzaba perros de caza para que los descuartizaran. Eran torturados en el potro; les arrancaban la piel con garfios; les echaban por encima plomo derretido; les fijaban planchas de bronce al rojo vivo en las partes más sensibles del cuerpo; les vaciaban los ojos; les cortaban partes del cuerpo y las asaban ante sus ojos; les abrasaban las manos y los pies mientras les echaban agua fría para prolongar su agonía.

No es agradable pensar en estas cosas; pero uno tenía que estar dispuesto a sufrirlas si estaba de parte de Cristo. Podríamos muy bien preguntarnos por qué perseguían los romanos a los cristianos. Parece algo extraordinario el que una persona que viviera la vida cristiana se considerara una víctima apropiada para la persecución y la muerte. Había dos razones.

(i) Se habían extendido algunas calumnias acerca de los cristianos, de las cuales los judíos eran responsables en no poca medida.

(a) Se acusaba a los cristianos de canibalismo. Las palabras de la última Cena -«Esto es Mi cuerpo» «Esta copa es el nuevo Testamento en Mi sangre»- se tomaban y tergiversaban para hacer creer que los cristianos sacrificaban a un niño para comérselo.

(b) Se acusaba a los cristianos de prácticas inmorales, y se decía que sus reuniones eran orgías indecentes. La reunión semanal de los cristianos se llamaba Agapé, la Fiesta del Amor; y ese nombre se interpretaba maliciosamente. Los cristianos se saludaban con el beso de la paz; y también esto se usó para construir acusaciones calumniosas.

(c) Se acusaba a los cristianos de ser incendiarios. Es verdad que hablaban del próximo fin del mundo, y revestían su mensaje con cuadros apocalípticos del mundo en llamas. Sus calumniadores tomaban esas palabras y las interpretaban como amenazas de terrorismo político y revolucionario.

(d) Se acusaba a los cristianos de deshacer los vínculos familiares. De hecho, por causa del Cristianismo se producían divisiones en las familias, como ya hemos visto; así que el Cristianismo se representaba como algo que causaba división entre marido y mujer, y que desarticulaba el hogar. Había suficientes calumnias inventadas por gente maliciosa.

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