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Jesús es el camino al Padre

No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino. Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto. Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras. De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré. Juan 14: 1-14

La promesa de la gloria

Al cabo de muy poco, se les iba a hundir la vida a los discípulos de Jesús. Su mundo se les iba a colapsar, y el caos los iba a cercar. Entonces no les quedaría más que aferrarse desesperadamente a Dios con entera confianza. Como había dicho el salmista: «¡Si no creyese que tengo de ver la bondad del Señor en la tierra de los vivientes!» (Salmo 27:13. R-V.09 añadía en cursiva para aclarar el sentido: hubiera yo desmayado). «Pero mis ojos miran hacia Ti, oh Señor Dios; en Ti busco refugio, ¡no me dejes indefenso!» (Salmo 141:8). Hay momentos en que tenemos que creer y aceptar aunque no podamos entender nada. Si, en la hora más oscura, creemos que, de alguna manera, hay un propósito en la vida, y que es un propósito de amor, hasta lo insoportable se hace soportable, y hasta en lo más denso de las tinieblas hay un rayo de luz.

Jesús añade algo. No dice solamente: «Creed en Dios.» Dice también: «Creed en Mí.» Si el salmista podía creer en la bondad final de Dios, mucho más nosotros. Porque Jesús es la prueba de que Dios está dispuesto a dárnoslo todo. Como decía Pablo: «Si Dios mismo no escatimó ni el dar a Su propio Hijo, sino que Le entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo vamos a pensar que no nos dará generosamente con El todas las cosas?» (Romanos 8:32). Si creemos que tenemos el retrato de Dios en Jesús, entonces, a la vista de un amor tan maravilloso, llega a ser, no fácil, pero sí posible, aceptar hasta lo que no podemos entender, y mantener una fe serena en medio de las tormentas de la vida.

Jesús siguió diciendo: «Hay muchas habitaciones en la casa de Mi Padre.» Con « la casa de Mi Padre» quería decir el Cielo.

Pero, ¿qué quería decir cuando dijo que había muchas habitaciones en el Cielo? La palabra para habitaciones es en el original mona¡, y sugiere tres cosas.

(i) Los judíos mantenían que en el Cielo hay diferentes grados de bendición que se concederán a las personas conforme a la bondad y fidelidad que hayan mostrado en la Tierra. En el Libro de los secretos de Enoc se dice: «En el mundo venidero hay muchas mansiones preparadas para los seres humanos: para los buenos, buenas; y malas para los malos.» La alegoría compara el Cielo con un palacio inmenso con muchas habitaciones, cada una asignada a cada persona conforme haya merecido en la vida.

(ii) El escritor griego Pausanias usa la palabra mona¡ con el sentido de etapas en el camino. Si es así como debemos tomarla aquí, quiere decir que hay muchas etapas en el camino al Cielo, y también en el mismo Cielo hay progreso y desarrollo. Por lo menos algunos de los primeros pensadores cristianos lo creían así. Orígenes era uno de ellos. Decía que, después de la muerte, el alma iba a un lugar que se llamaba el Paraíso, que estaba todavía en la Tierra. Allí recibía instrucción y preparación; y, cuando estaba lista, el alma ascendía al aire. Allí pasaba por varias mona¡, etapas, que los griegos llamaban esferas y los cristianos cielos, hasta que, por último llegaba al Reino celestial. A1 hacer todo aquello, el alma seguía a Jesús Que, como dijo el autor de Hebreos, «ha pasado los cielos» (4:14). Ireneo habla de cierta interpretación de la frase que explica que la semilla que se siembra produce a veces ciento por uno, a veces sesenta y a veces treinta (Mateo 13:8). Hay una diferencia en producción y, por tanto, en recompensa. Algunas personas serán consideradas dignas de pasar toda la eternidad en la presencia de Dios; otras se elevarán hasta el paraíso, y otras serán ciudadanas de « la ciudad». Clemente de Alejandría creía que había grados de gloria, recompensas y estados en relación con el nivel de santidad que hubiera alcanzado cada persona en esta vida.

Aquí hay algo muy atractivo. Hay un sentido en que el alma se resiste a lo que podríamos llamar un Cielo estático. Hay algo atractivo en la idea de un progreso que prosigue hasta en los lugares celestiales. Hablando en términos puramente humanos e inadecuados, a veces pensamos que nos deslumbraría el excesivo esplendor si se nos introdujera inmediatamente a la misma presencia de Dios. Pensamos que, hasta en el Cielo, necesitaremos ser purificados y ayudados hasta que podamos contemplar la mayor gloria.

(iii) Pero también puede ser que el sentido sea muy sencillo y encantador. «Hay muchas habitaciones en la casa de Mi Padre» puede que quiera decir sencillamente que en el Cielo hay sitio para todos. Las casas terrenales a menudo se abarrotan de personas; las posadas y los hoteles terrenales tienen que poner muchas veces el cartel de «Completo», «No hay habitaciones libres.» Pero en la casa del Padre celestial no pasa eso, porque el Cielo es tan grande como el corazón de Dios y hay sitio para todos. Jesús está diciéndoles a Sus amigos: « No tengáis miedo. La gente puede que os cierre las puertas de sus casas; pero nunca seréis excluidos del Cielo.»

La promesa de la gloria

Hay otras grandes verdades en este pasaje.

(i) Nos habla de la honestidad de Jesús. « Si no fuera así, ¿os habría dicho Yo que voy a prepararos un sitio?» Nadie podrá jamás reclamar que le proselitizaron fraudulentamente con promesas fantásticas para que se hiciera cristiano. Jesús les dijo claramente a Sus posibles seguidores que los cristianos tenemos que despedirnos para siempre de la comodidad (Lucas 9:57-58). Les advirtió acerca de la persecución, el odio, los oprobios que tendrían que soportar (Mateo 10:16-22). Les habló de la cruz que tendrían que sufrir (Mateo 16:24), aunque también les habló de la gloria que hay al final del camino cristiano.

Sincera y honradamente dijo a todos lo que podían esperar, tanto de dolor como de gloria, si se apuntaban como seguidores Suyos. Jesús no era uno de esos políticos que tratan de sobornar a la gente con promesas de un camino fácil; lo que quería era desafiarlos a alcanzar la grandeza.

(ii) Nos habla de la misión de Jesús. Él les dijo: «Voy a prepararos un sitio.» Uno de los grandes pensamientos del Nuevo Testamento es que Jesús va delante de nosotros, y nos abre el camino para que sigamos Sus huellas. Una de las grandes palabras que se usan para describir a Jesús es la palabra prodromos (Hebreos 6:20), que Reina-Valera traduce por precursor. Hay dos usos de esta palabra que iluminan el cuadro que contiene. En el ejército romano, los prodromoi eran las tropas de reconocimiento. Se adelantaban al cuerpo del ejército para trazar el camino y asegurarse de que el resto de la tropa podía seguir adelante. El puerto de Alejandría tenía un acceso muy peligroso. Cuando llegaban los grandes navíos que transportaban grano, se les mandaba una barcaza piloto para que los guiara por el canal hasta las aguas seguras. Aquella barcaza piloto se llamaba prodromos. Pasaba primero para que los demás pudieran pasar sin peligro. Eso es lo que ha hecho Jesús.

Ha abierto el camino que conduce al Cielo y a Dios para que Le sigamos a salvo.

(iii) Nos habla del triunfo final de Jesús. Él dijo: «Volveré.» La Segunda Venida de Jesús es una esperanza sobre la que no se suele predicar mucho; y lo curioso es que los cristianos, o la pasan por alto, o no piensan en otra cosa. Es verdad que no podemos decir ni el día ni la hora cuando sucederá, ni cómo sucederá; pero una cosa es segura: la Historia se dirige a una meta. Sin un clímax quedaría incompleta. La consumación de la Historia será el triunfo de Jesucristo. Y Él ha prometido que el día de Su triunfo recibirá en Su Reino a Sus amigos.

(iv) Jesús dijo: «Donde Yo esté, allí estaréis también vosotros.» Aquí tenemos una gran verdad dicha de la manera más sencilla. Para el cristiano, el Cielo es donde está Jesús. No tenemos por qué especular acerca de cómo es el Cielo. Nos basta con saber que estaremos ya siempre con Jesús. Cuando amamos a alguien con todo el corazón, sólo estamos vivos cuando estamos en su compañía. Eso nos pasa con Cristo. En este mundo, nuestro contacto con Él es impreciso, porque vemos la realidad como a través de un espejo imperfecto y espasmódico, porque somos pobres criaturas y no podemos vivir siempre en las alturas. Pero la mejor definición del Cielo es el estado en que estaremos siempre con Jesús.

El camino, la verdad y la vida

-Ya sabéis el camino adonde Yo voy – siguió diciéndoles Jesús. -Señor, ¡si no sabemos adónde vas! ¿Cómo vamos a saber el camino? -Le dijo Tomás; y Jesús le dijo: -Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida. No se puede llegar al Padre nada más que pasando por Mí. Una y otra vez Jesús les había dicho a Sus discípulos adónde se iba; pero, por lo que se ve, no Le habían entendido. «Estaré con vosotros un poco más de tiempo, y luego volveré al Que Me envió» (Juan 7:33).

Jesús les había dicho claramente que iba al Padre Que Le había enviado, con el Que era una misma cosa; pero ellos todavía no sabían de qué viaje se trataba. Y menos todavía se habían enterado de cuál sería el camino, que Jesús les había dicho que pasaba por la Cruz.

Para entonces, los discípulos ya estaban totalmente confusos. Había uno entre ellos que nunca podía decir que entendía lo que no entendía, que era Tomás. Era demasiado honrado y tomaba las cosas demasiado en serio para darse por satisfecho con piadosas vaguedades. Tenía que estar seguro; así es que expresó sus dudas, y lo maravilloso es que fue su confesión de no haber entendido lo que dio origen a una de las revelaciones más gloriosas que Jesús hizo nunca a Sus discípulos. Nadie debería avergonzarse de sus dudas; porque es sorprendentemente y benditamente cierto que, en las cosas espirituales, el que busca, al %n encontrará.

Jesús le dijo a Tomás: «Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida.» Eso nos parece una gran afirmación; pero aún lo sería más para un judío que la oyera por primera vez. En ella, Jesús tomó tres de las grandes concepciones básicas de la religión judía, e hizo la tremenda declaración de que en Él se habían hecho realidad.

Los judíos hablaban mucho del camino por el que había que andar, y de los caminos de Dios. Moisés le dijo al pueblo de parte de Dios: « No os apartéis a diestra ni a siniestra. Andad en todo el camino que el Señor vuestro Dios os ha mandado» (Deuteronomio 5:32-33). Y Moisés le dijo al pueblo: «Porque yo sé que después de mi muerte ciertamente os corromperéis y os apartaréis del camino que os he mandado» (Deuteronomio 31:29). También había dicho Isaías: «Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él» (Isaías 30:21). En el glorioso nuevo mundo habría una calzada y camino que se llamaría Camino de Santidad, por la que no irían los inmundos, y el mismo Señor estaría con ellos; y los viandantes, aunque fueran sencillos, no se perderían, ni los atacarían las fieras (Isaías 35:8). La oración del salmista era: «Enséñame, oh Señor, Tu camino» (Salmo 27:11). Los judíos hablaban del camino de Dios por el que hay que ir. Jesús dijo: «Yo soy el Camino.»

¿Qué quería decir? Figuraos que nos encontramos en un pueblo desconocido y preguntamos por unas señas. Supongamos que la persona a la que hemos preguntado nos dice: «Tome la primera a la derecha, y la segunda a la izquierda; cruce la plaza, pase la iglesia, tome la tercera a la derecha y la carretera que usted busca es la cuarta de la izquierda.» Lo más probable es que nos perdamos a mitad de camino. Pero supongamos que esa persona nos dice: «Vengan ustedes. Yo los llevaré.» En ese caso, esa persona es para nosotros el camino, y no nos podemos perder. Eso es lo que Jesús hace por nosotros. No Se limita a darnos consejos y direcciones, sino que nos lleva de la mano, y nos fortalece y nos guía cada día. No se limita a indicarnos el camino; Él es el camino.

Jesús dijo también: « Yo soy la Verdad.» El salmista había dicho: «Enséñame, oh Señor, Tu camino; caminaré yo en Tu verdad» (Salmo 86:11). «Porque Tu misericordia está delante de mis ojos, y ando en Tu verdad» (Salmo 26:3). «Escogí el camino de la verdad» (Salmo 119:30). Muchos nos habían dicho la verdad, pero ninguno llegó a encarnarla.

Hay una cosa de suprema importancia acerca de la verdad moral. El carácter de un profesor no afecta a su enseñanza de geometría o de gramática latina. Pero si se trata de un profesor de ética, su carácter influye decisivamente. Un adúltero que enseñara la necesidad de la fidelidad conyugal, un avaro que tratara del valor de la generosidad, un orgulloso que hablara de la belleza de la humildad, un violento que defendiera la calma, un sádico que exhortara al amor… no tendrían mucho éxito. La verdad moral no se transmite sólo con palabras; tiene que mostrarse en el ejemplo. Y es ahí donde el mejor maestro humano se quedará corto. Ningún maestro ha sido la personificación de la verdad que enseñaba -más que Jesús. Muchos podrán decir: «Yo os enseño la verdad;» pero sólo Jesús pudo decir: «Yo soy la verdad.» Lo más tremendo de Jesús es que la verdad moral no encuentra en Él simplemente su mejor expositor, sino su mejor realizador.

Jesús dijo también: « Yo soy la vida.» El autor de Proverbios había dicho: «Porque el mandamiento es lámpara, y la enseñanza es luz; y camino de vida las reprensiones que te instruyen» (Proverbios 6:23). «Camino a la vida es guardar la instrucción» (Proverbios 10:17). «Me mostrarás la senda de la vida» (Salmo 16:11). En último análisis, lo que la humanidad está siempre buscando es la vida. No busca tanto el conocimiento en sí, sino lo que hace que la vida valga la pena. Cierto novelista pone en boca de uno de sus personajes, que está enamorado: « o no sabía lo que era la vida hasta que la vi en tus ojos.» El amor le había descubierto la vida. Eso es lo que hace Jesús. La vida con Jesús es la auténtica.

Hay una manera de decir todo esto que incluye todas estas verdades. Jesús dijo: «No se puede llegar al Padre nada más que pasando por Mí.» Él es el único Camino que conduce al Padre. Solamente en Jesús podemos ver cómo es Dios; y Él es el único que puede conducirnos a la presencia de Dios sin vergüenza ni temor.

La visión de Dios

Jesús continuó diciéndoles: -Si me hubierais reconocido a Mí habríais conocido también a Mi Padre. Desde ahora en adelante estáis empezando a conocerle, porque Le habéis visto. -Señor -Le dijo Felipe-, déjanos ver al Padre, y ya no Te pedimos nada más. -Con todo el tiempo que llevo con vosotros, ¿y todavía no Me has reconocido, Felipe? -le contestó Jesús- . ¡El que Me ha visto a Mí ha visto al Padre! ¿Cómo puedes decir: Muéstranos al Padre? ¿Es que no crees que Yo estoy en el Padre y el Padre en Mí? Las palabras que Yo os hablo no tienen en Mí su origen, sino que es el Padre Que está en Mí el Que hace Sus propias obras. Creedme que Yo estoy en el Padre, y el Padre en Mí. Y si no lo podéis creer porque Yo os lo digo, creedlo por las mismas obras.

Bien puede ser que para el mundo antiguo esto fuera lo más alucinante que dijo Jesús. Para los griegos, Dios era esencialmente El Invisible; y los judíos estaban seguros de que a Dios nadie Le había visto jamás. Pero Jesús les dijo: « Si me hubierais reconocido a Mí habríais-conocido también a Mi Padre.»

Entonces Felipe pidió lo que le parecería un imposible. Tal vez estaba pensando en aquel tremendo día del pasado cuando Dios le reveló Su gloria a Moisés (Éxodo 33:12-32). Pero aun aquel gran día, Dios le dijo a Moisés: «Verás Mis espaldas; mas no se verá Mi rostro.» En tiempos de Jesús, los creyentes estaban fascinados y oprimidos por la idea de la trascendencia de Dios y de la distancia y diferencia insalvables entre Dios y la humanidad. Jamás se les habría ocurrido pensar que podían ver a Dios. Y entonces Jesús dijo con suprema sencillez: « ¡El que Me ha visto a Mí, ha visto al Padre!»

Ver a Jesús es ver cómo es Dios. Un escritor reciente dice que Lucas «domesticó a Dios;» es decir, que Lucas nos muestra a Dios en Jesús tomando parte en las cosas más íntimas y hogareñas. Cuando vemos a Jesús, podemos decir: «Este es Dios viviendo nuestra vida.» Si es así, podemos decir de Dios las cosas más hermosas.

(i) Dios Se introdujo en un hogar ordinario y en una familia normal y corriente. En el mundo antiguo se habría creído que, si Dios había de venir al mundo, vendría como rey a un palacio real con todo el poder y la majestad que el mundo considera grandeza; pero en Jesús, Dios santificó de una vez para siempre el nacimiento humano y el humilde hogar de la gente sencilla.

(ii) Dios no tuvo vergüenza en hacer el trabajo humano. Vino al mundo como un obrero. Jesús fue el carpintero de Nazaret. Nunca nos daremos cuenta suficientemente de lo maravilloso que es que Dios entienda nuestro trabajo cotidiano. Él sabe lo difícil que es muchas veces ganarse la vida y ajustarse a un salario, tratar con ciertos clientes y con los morosos. Conoció por propia experiencia las dificultades de la convivencia en el seno de una familia numerosa y los problemas que nos asedian en el trabajo de cada día. Según el Antiguo Testamento, el trabajo excesivamente duro e improductivo es una consecuencia del pecado (Génesis 3:19); pero en el Nuevo Testamento el trabajo ordinario se reviste de gloria porque Dios lo ha asumido en Jesús.

(iii) Dios sabe lo que es sufrir la tentación. La vida de Jesús nos presenta, no la serenidad, sino la lucha de Dios. Era fácil imaginarse a Dios viviendo en una serenidad y paz que no podían alterar las tensiones de este mundo; pero Jesús nos muestra a Dios pasando por todas nuestras angustias. Dios no es como un general que dirige a su ejército desde una posición cómoda y segura, sino que está con nosotros en primera línea.

(iv) En Jesús vemos a Dios amándonos. Cuando hay amor, se siente el dolor. Si nos pudiéramos mantener absolutamente distantes; si pudiéramos organizar la vida de tal manera que nada ni nadie nos importara, no habría tal cosa como tristeza, dolor o ansiedad. Pero en Jesús vemos a Dios preocupándose intensamente, anhelando relacionarse con la humanidad, sintiendo entrañablemente por y con las personas, amándolas hasta el punto de llevar en Su corazón las heridas del amor.

(v) En Jesús vemos a Dios en la Cruz. No hay nada más increíble en el mundo. Es fácil imaginarse a un dios que condena a la gente; y más aún a un dios que, si las personas se le oponen, las elimina. Nadie habría soñado con un Dios que eligió la Cruz para salvar a la humanidad.

« ¡El que Me ha visto ha visto al Padre!» Jesús es la revelación de Dios, por mucho que esa revelación inunde la inteligencia humana de sorpresa y de admiración increíble.

Jesús pasa a decir otra cosa. La absoluta unicidad de Dios era algo que los judíos nunca podrían olvidar. Los judíos eran monoteístas a ultranza. El peligro de la fe cristiana es colocar a Jesús como una especie de dios secundario; pero el mismo Jesús insistía en que lo que Él decía y hacía no era el producto de Su propia iniciativa y capacidad, sino que lo decía y hacía el mismo Dios. Sus palabras eran la voz de Dios hablando a la humanidad; Sus obras eran el resultado del poder de Dios fluyendo a través de Él para alcanzar a las personas. Él era realmente el canal por el que Dios venía a la humanidad.

Vamos a tomar dos analogías sencillas e imperfectas de la relación entre maestro y alumno. El doctor Lewis Muirhead decía del gran expositor cristiano A. B. Bruce que «la gente venía a ver en el hombre la gloria de Dios.» Un maestro tiene la responsabilidad de transmitir algo de la gloria de su asignatura a sus alumnos; y el que enseña acerca de Jesucristo puede, si es lo bastante consagrado, transmitir la visión y la presencia de Dios a sus estudiantes. Eso es lo que hacía A. B. Bruce; y, en un grado infinitamente mayor, es lo que hacía Jesús. El vino a transmitir a la humanidad la gloria y el amor y la presencia y la visión de Dios.

Y aquí tenemos otra analogía. Un profesor transmite a sus estudiantes, no sólo lo que sabe, sino, principalmente, lo que es, algo de sí mismo. Muchas veces descubrimos en el joven investigador o profesor la impronta del que fue clave en su formación; y lo mismo en el joven predicador, no sólo las ideas, sino también los gestos y formas de expresión del pastor al que ha amado y bajo cuyo ministerio se ha formado, hasta tal punto que a veces nos parece estar escuchando o viendo ministrar al pastor anterior. Y eso se nota tanto más cuanto más estrecha y entrañable haya sido la relación entre el profesor y el estudiante, o entre el pastor y el creyente. Y esto resulta mucho más fácil de detectar, como es natural, en el caso de padres y madres e hijos e hijas.

Esa fue y es la influencia de Jesús, pero en un grado incalculablemente mayor. Él trajo a la humanidad el acento y el mensaje y la mente y el corazón de Dios.

Debemos recordar de cuando en cuando que Dios está en todo. No fue una expedición que Él escogiera la que hizo Jesús al mundo. No lo hizo para suavizar el duro corazón de Dios. Vino porque Dios Le envió, porque de tal manera amó al mundo. Detrás de Jesús, y en Él, estaba Dios.

Jesús siguió haciendo una declaración y ofreciendo una prueba basada en Sus palabras y en Sus obras.

(i) Él proponía que se Le sometiera a la prueba de lo que decía. Es como si Jesús dijera: «Cuando Me escucháis a Mí, ¿es que no os dais cuenta en seguida de que lo que estoy diciendo es la verdad de Dios?» Las palabras de los genios son autoevidentes. Cuando leemos a un gran poeta no podemos decir en la mayoría de los casos por qué es tan bueno y por qué nos conquista el corazón. Puede que analicemos su técnica; pero, a fin de cuentas, hay algo que desafía al análisis pero que se puede reconocer inmediatamente. Eso y más es lo que nos sucede con las palabras de Jesús. Cuando las oímos o leemos, no podemos por menos de decirnos: « ¡Si todo el mundo viviera de acuerdo con estos principios, qué diferente sería el mundo! Y si yo pudiera vivir de acuerdo con estos principios, ¡qué diferente sería yo!»

(ii) Él proponía que se Le sometiera a la prueba de sus obras. Le dijo a Felipe: « Si no podéis creer en Mí por lo que Yo os digo, sin duda os dejaréis convencer por lo que Yo puedo hacer.» Esa era la misma respuesta que Jesús le envió a Juan el Bautista cuando éste Le envió mensajeros que Le preguntaran si era Él, Jesús, el Mesías, o si tendrían que seguir esperando a otro. « Id -les dijo Jesús-, y contadle a Juan lo que está sucediendo, y eso le convencerá» (Mateo 11:1-6). La prueba definitiva de que Jesús es el Que es es que ningún otro ha conseguido jamás hacer buenos a los que eran malos. Lo que Jesús le dijo a Felipe fue, en resumen: «¡Escúchame! ¡Mírame! ¡Y cree en mí!» Y todavía, la manera de llegar a ser cristiano no es discutir acerca de Jesús, sino escucharle y mirarle. Si así lo hacemos, Su impacto personal nos obligará a creer que Él es el Salvador del mundo, y nuestro propio y suficiente Salvador personal.

Las tremendas promesas

-Esto que os digo es la pura verdad-siguió diciéndoles Jesús a Sus discípulos- : el que crea en Mí hará las obras que Yo hago, y aun mayores que éstas; porque Yo voy al Padre, y haré todo lo que pidáis en Mi nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si pedís alguna cosa en Mi nombre, Yo la haré.

No es fácil encontrar promesas que sean mejores que las dos de este pasaje. Pero son de tal naturaleza que debemos tratar de entenderlas. Si no, la vida nos desilusionará.

(i) La primera es que Jesús dijo que Sus discípulos harían lo que Él hacía, y aun mayores cosas. ¿Qué quería decir?

(a) Está fuera de toda duda que la Iglesia Primitiva tenía poder para realizar curaciones. Pablo enumera entre otros dones que se daban en la Iglesia el de sanidad(] Corintios 12:9, 28, 30). Santiago exhortaba a que, cuando un cristiano estuviera enfermo, llamará a los ancianos de la iglesia para que oraran por él ungiéndole con aceite, y sanaría (Santiago 5:14). Pero está claro que no era eso solo lo que quería decir Jesús; porque, aunque se pudiera decir que la Iglesia Primitiva hacía las mismas cosas que Jesús, no se podría decir que las hacía aún mayores

(b) Conforme ha ido pasando el tiempo, la humanidad ha ido conquistando la enfermedad. Los médicos y los cirujanos tienen poderes que el mundo antiguo habría considerado milagrosos y hasta divinos. Los cirujanos con sus nuevas técnicas, los médicos con sus nuevos tratamientos y medicinas maravillosas pueden realizar ahora las curas más sorprendentes. Aún queda mucho camino por recorrer; pero, una tras otra, se han ido abatiendo las fortalezas del dolor. Lo más sorprendente de todo esto es que ha sido el poder y la influencia de Jesucristo lo que lo ha producido. ¿Por qué habíamos de esforzarnos en salvar a los débiles, a los enfermos y a los moribundos, a todos los que tienen el cuerpo dañado o la mente trastornada? ¿Por qué los intelectuales y los científicos se han sentido movidos, y hasta impulsados, a dedicar sus vidas y esfuerzos, muchas veces hasta arruinando su salud y perdiendo su vida, para encontrar curas para la enfermedad y remedios para el sufrimiento? La indudable respuesta es que, aunque no se dieran cuenta de ello, Jesús era el Que les estaba diciendo por medio de Su Espíritu: « Hay que ayudar y curar a estas personas. Tenéis que hacerlo. Es vuestra responsabilidad y vuestro privilegio el hacer todo lo que podáis por ellos.» Es el Espíritu de Cristo el Que ha estado impulsando la conquista de la enfermedad; y, en consecuencia, se pueden hacer cosas ahora que en tiempos de Jesús ni siquiera se habrían creído posibles.

(c) Pero todavía no hemos llegado al fondo. Recordad lo que Jesús hizo en los días de Su carne. No predicó nunca fuera de Palestina. Durante Su vida en la Tierra, el Evangelio no llegó ni a Europa. Él no conoció nunca la degradación moral de Roma. Aun Sus adversarios de Palestina eran hombres religiosos; los escribas y fariseos dedicaban sus vidas a la religión tal como ellos la entendían, y sin duda creían y practicaban la pureza de vida. No fue en Su tiempo cuando el Evangelio salió por un mundo en el que el matrimonio no se respetaba, el adulterio no era ni siquiera un pecado convencional y en los vicios más degradantes florecían como en una selva tropical.

Fue a ese mundo al que salieron los primeros cristianos, y lo ganaron para Cristo. Cuando el Cristianismo se convirtió en una cuestión de números e influencia y cambio de poderes, los triunfos del mensaje de la Cruz fueron todavía mayores que los de Jesús en los días de Su carne. Era de una regeneración moral y de una victoria espiritual de lo que Cristo estaba hablando. Y Él dijo que aquello sería porque El iba al Padre. ¿Qué quena decir con eso? Pues que, en los días de Su carne, estaba limitado a Palestina; pero, después de morir y resucitar, fue liberado de las limitaciones de espacio y tiempo, y Su Espíritu pudo obrar poderosamente por todas partes.

(ii) En Su segunda promesa, Jesús dice que cualquier oración que se haga en Su nombre será concedida. Esto es algo que nos interesa supremamente entender. Fijémonos con cuidado que Jesús no dijo que todo lo que pidiéramos se nos concedería, sino que todas las oraciones que hiciéramos en Su nombre se nos concederían. La prueba de una oración es: ¿Puedo hacerla en el nombre de Jesús? Nadie podría, por ejemplo, pedir una venganza, una ambición, algún objetivo indigno de un cristiano en el nombre de Jesús. Cuando oramos, debemos preguntarnos siempre: «¿Podemos hacer esta petición honradamente en el nombre de Jesús? La oración que supera esa prueba y que, al final dice, «Hágase Tu voluntad», siempre se contesta afirmativamente. Pero la que se basa en el yo no puede esperar que Dios la conceda.

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