Jesús se fue de allí y entró otra vez en la sinagoga del lugar y comenzó a enseñar. Había en ella un hombre que tenía la mano derecha tullida; y los maestros de la ley y los fariseos espiaban a Jesús para ver si lo sanaría en sábado, y así tener de qué acusarlo, Pero él, que sabía lo que estaban pensando. Entonces le preguntaron: ¿Está permitido sanar a un enfermo en sábado? Jesús les contestó: ¿Quién de ustedes, si tiene una oveja y se le cae a un pozo en sábado, no va y la saca? Pues ¡cuánto más vale un hombre que una oveja! Por lo tanto, sí está permitido hacer el bien los sábados. Entonces le dijo a aquel hombre: Levántate y ponte ahí en medio. El hombre se levantó y se puso de pie. Luego dijo a los otros: Les voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido hacer en sábado: el bien o el mal? ¿Salvar una vida o destruirla? Pero ellos se quedaron callados. Jesús miró entonces con enojo a los que le rodeaban, y entristecido por la dureza de su corazón le dijo a aquel hombre: Extiende la mano. El hombre lo hizo así, la extendió, y le quedó tan sana como la otra. Pero cuando los fariseos salieron, se enojaron mucho y comenzaron a discutir y comenzaron a hacer planes con los del partido de Herodes para matar a Jesús. Mateo 12:9-14; Marcos 3:1-6; Lucas 6:6-11
Este incidente es un momento crucial en la vida de Jesús, en el que deliberada y públicamente quebrantó la ley del sábado; y el resultado fue una reunión de los dirigentes ortodoxos para buscar la manera de eliminarle. No entenderemos la actitud de los ortodoxos a menos que entendamos la sorprendente seriedad con que tomaban la ley del sábado. La ley prohibía todo trabajo el día del sábado, así que los judíos ortodoxos literalmente morirían antes de quebrantarla. En los tiempos del levantamiento bajo Judas Macabeo, algunos judíos buscaron refugio en las cuevas del desierto. Antíoco mandó un destacamento de hombres a atacarlos; el ataque se hizo en sábado; y aquellos insurgentes judíos murieron sin hacer el menor gesto de lucha o de defensa, porque a ellos no les estaba permitido pelear en sábado. Macabeos nos cuenta que las fuerzas de Antíoco «les dieron la batalla a toda prisa. A pesar de que ellos no reaccionaban, ni siquiera arrojándoles una piedra ni cerrando los lugares en los que estaban escondidos; sino dijeron: “Muramos en nuestra inocencia: el Cielo y la Tierra testificarán a nuestro favor, que nos habéis dado la muerte injustamente.” Así es que los atacaron en sábado, y los masacraron con sus mujeres y niños y ganado, un número como de un millar» (1 Macabeos 2:31-38). Hasta en una crisis nacional, los judíos no pelearían en sábado ni siquiera para salvar la vida ni para proteger a sus seres queridos. Fue por cumplir la ley del sábado los judíos por lo que Pompeyo pudo tomar Jerusalén. En la antigua técnica militar era costumbre que los atacantes erigieran una estructura imponente por encima de las fortificaciones de la ciudad sitiada, desde cuya altura atacaban las defensas.
Pompeyo construyó su terraplén un sábado, mientras los judíos se limitaban a mirar sin hacer nada para pararla: Josefo dice: «Si no hubiera sido por la costumbre, desde los días de nuestros antepasados, de descansar el séptimo día, ese terraplén no se habría completado nunca, por la oposición que los judíos habrían ofrecido; porque aunque nuestra ley nos daba permiso para defendernos contra los que empezaban a pelear contra nosotros y asaltarnos (esto era una concesión), sin embargo no nos permite oponernos a nuestros enemigos cuando están haciendo otra cosa» (Josefo: Antigüedades 14.4.2). Josefo recuerda la sorpresa del historiador griego Agatárquides por cómo se le permitió capturar Jerusalén a Tolomeo Lagos. Agatárquides escribió: «Existe un pueblo llamado los judíos, que vive en una ciudad de las más fuertes, que sus habitantes llaman Jerusalén, y que tienen costumbre de descansar cada séptimo día; ese día no hacen uso de sus armas, ni trabajan el campo, ni se ocupan de ninguno de los negocios de la vida, sino extienden sus brazos en sus lugares santos, y oran hasta la tarde. Ahora bien: Sucedió que cuando Tolomeo el hijo de Lagos llegó con su ejército a esa ciudad, aquella gente, cumpliendo su loca costumbre, en vez de guardar la ciudad permitieron que su país fuera sometido a un señor cruel; y se demostró claramente que su Ley les había impuesto una práctica estúpida. Este suceso enseñó a todos los hombres menos a los judíos a descartar tales sueños, y a no seguir semejantes sugerencias perezosas transmitida como una ley cuando en tal incertidumbre de razonamiento humano no saben lo que deben hacer» (Josefo Contra Apión 1:22).
La observancia rigurosa de la ley del sábado por los judíos les parecía a las demás naciones sencillamente una locura, puesto que podía conducirlos a derrotas y desastres nacionales tan sorprendentes. Era con esa actitud mental absolutamente inamovible con lo que se enfrentaba Jesús. La Ley prohibía expresamente curar en sábado. Es verdad que la Ley establecía expresamente que «todos los casos de peligro de muerte dejan en suspenso la ley del sábado.» Este era el caso particularmente de las enfermedades del oído, la nariz, el cuello y los ojos, pero aun entonces se establecía con igual claridad que se podían tomar medidas para que el paciente no se pusiera peor, pero no para mejorarle. Así es que se podía poner una venda en una herida, pero no se podían aplicar medicinas, etcétera. En este caso no era cuestión de que la vida del paralítico estuviera en peligro; tampoco se podía suponer que estuviera peor al día siguiente. Jesús conocía la Ley; sabía lo que estaba haciendo; sabía que los fariseos le estaban observando y acechando; y sin embargo sanó al hombre. Jesús no está dispuesto a aceptar ninguna ley que imponga el que una persona tenga que sufrir, aunque sea sin peligro de muerte, ni un momento más de lo necesario. Su amor a la humanidad sobrepasa su respeto a la ley ritual.
El desafío aceptado
Jesús fue a la sinagoga, y allí estaba el hombre con el brazo paralítico. Nuestros evangelios no nos dicen nada más acerca de este hombre; pero el Evangelio según los Hebreos, que fue uno de los primeros evangelios pero que no consiguió entrar en el Nuevo Testamento, nos cuenta que vino a Jesús con la petición: « Yo era mampostero, y me ganaba la vida con las manos. Te pido, Jesús, que me devuelvas la salud para que no tenga que mendigar mi comida con vergüenza.» Pero los escribas y los fariseos también estaban allí. No les importaba el hombre con el brazo paralítico; sólo les importaban las minucias de sus leyes y normas. Así es que le preguntaron a Jesús: « ¿Está permitido curar en sábado?» Jesús conocía perfectamente bien la respuesta oficial a esa pregunta; sabía que, como ya hemos visto, a menos que hubiera peligro de muerte, la atención médica estaba prohibida, porque se consideraba un trabajo. Pero Jesús era sabio. Si querían discutir acerca de la Ley, tenía habilidad para sustentarse con ellos en su propio terreno. «Decidme -les dijo-, supongamos que uno tiene una oveja, y se le cae a un pozo en sábado. ¿Es que no la va a sacar del pozo?» Ese era, de hecho, un caso que la Ley preveía. Si un animal doméstico se caía a un pozo en sábado, la Ley permitía llevarle comida, lo que por otra parte ya era llevar una carga y prestar asistencia. «Así que dijo Jesús- está permitido hacer una buena obra en sábado; y si está permitido hacerle un bien a una oveja, mucho más debe poder hacérsele a una persona, que es de mucho más valor que ningún animal.»
Jesús le dio la vuelta al argumento. «Si es legal hacer el bien en sábado -dijo-, entonces negarse a hacer bien está mal:» El principio básico de Jesús era que no hay tiempo que sea tan sagrado que no se pueda usar para ayudar a un semejante en necesidad. No se nos juzgará por el número de cultos a los que hayamos ido, ni de capítulos de la Biblia que hemos leído, ni siquiera por el número de horas que hemos dedicado a la oración, sino por el número de personas que hemos ayudado cuando su necesidad nos llamaba. A esto de momento, los escribas y los fariseos no podían contestar, porque su argumento les había rebotado en su contra. Así es que Jesús sanó al hombre, y al sanarle le dio tres cosas.
(i) Le devolvió la salud. Jesús está vitalmente interesado en los cuerpos de las personas. Paul Tournier, en su libro Diario de un médico, tiene algunas cosas importantes que decir acerca de la curación y de Dios. El profesor Courvoisier escribió que la vocación médica es «un servicio para el que, los que son llamados, por medio de sus estudios y los dones naturales con los que el Creador los ha dotado… están especialmente capacitados para atender a los enfermos y curarlos. Ya sea que se den cuenta o no, o sean o no creyentes, esto es fundamental desde el punto de vista cristiano: que los médicos son, por su profesión, colaboradores de Dios.» «La enfermedad y la curación -decía el doctor Pouyanne- son actos de gracia.» «El médico es un instrumento de la paciencia de Dios,» escribe el pastor Alain Perrot. «La medicina es una dispensación de la gracia de Dios, Que en Su bondad tiene piedad de las personas y provee remedios para las malas consecuencias de sus pecados.» Calvino describe la medicina como un don de Dios. El que cura a las personas está ayudando a Dios. La cura de los cuerpos humanos es una tarea dada por Dios lo mismo que la cura de las almas; y el médico en el ejercicio de su profesión es tan siervo de Dios como el pastor en su iglesia.
(ii) Al devolverle Jesús a este hombre la salud, le devolvió también el trabajo. Sin trabajo, uno es un medio hombre; en el trabajo uno encuentra su satisfacción y a sí mismo. A lo largo del tiempo la inactividad puede ser tan insoportable como el dolor; y si se tiene trabajo, hasta la aflicción pierde por lo menos algo de su amargura. Una de las cosas más positivas que se pueden hacer por los demás es darles trabajo.
(iii) A1 devolverle Jesús a este hombre la salud y el trabajo, le devolvió la dignidad. Podríamos añadir una nueva bienaventuranza: Bienaventurados los que devuelven a las personas la dignidad. Uno llega a ser otra vez una persona cuando, sobre sus dos piernas y con sus dos brazos, puede enfrentarse con la vida y subvenir con independencia sus propias necesidades y las de los que dependen de él.
Ya hemos dicho que este incidente era una crisis. A1 final de él los escribas y los fariseos empezaron a programar la muerte de Jesús. En cierto sentido, el mayor cumplido que se le puede hacer a una persona es perseguirla. Muestra que se la considera no sólo peligrosa, sino efectiva. La acción de los escribas y los fariseos es la medida del poder de Jesucristo. El verdadero Cristianismo se puede odiar, pero es algo que no se puede pasar por alto.
Este es un incidente crucial en la vida de Jesús. Ya estaba claro que Él y los líderes ortodoxos de los judíos tenían posturas irreconciliables. Para. Él, el volver a la sinagoga era dar muestras de un valor extraordinario. Era la acción de un Hombre que rehusaba buscar Su seguridad, y que estaba decidido a arrostrar una situación peligrosa. En la sinagoga se encontraba una delegación del Sanedrín. Eran inconfundibles, porque los primeros asientos eran los sitios de honor, y allí se encontraban. Uno de los deberes del Sanedrín era descubrir y pararle los pies a cualquiera que pudiera descarriar al pueblo apartándolo del camino correcto. Y eso era precisamente lo que aquella delegación consideraba que estaba haciendo Jesús. Lo que menos les interesaba era el culto o la predicación de la Palabra de Dios. Estaban allí para investigar las acciones y las palabras de Jesús con la intención de eliminarle.
En la sinagoga había un hombre con un brazo paralizado. La palabra griega indica que no era una incapacidad de nacimiento, sino el resultado de alguna enfermedad o accidente. Él sabía muy bien que el curarle en sábado era buscarse problemas. Estaba prohibido hacer ningún trabajo en sábado, y curar a un enfermo era un trabajo. La ley judía era definida y detallada en este punto. La atención médica se podía otorgar solamente si había peligro de muerte. Para dar algunos ejemplos: Se podía ayudar el sábado a una mujer que estuviera de parto; se podía tratar una infección de garganta; si se le caía un muro encima a alguien, se le podía descubrir lo suficiente para ver si estaba vivo; si estaba vivo, se le podía ayudar; pero si estaba muerto, se dejaba allí el cuerpo hasta el día siguiente. No se podía entablillar una fractura. No se podía echar agua fresca en una mano o en un pie dañados. Se podía vendar un corte con un vendaje sencillo, pero no se podía poner ungüento. Es decir: que como mucho se podía procurar que el enfermo o herido no se pudiera peor, pero no que se pusiera mejor. Nos es sumamente difícil comprender una actitud así.
La actitud judía ortodoxa para con el sábado era totalmente rígida e inflexible. Jesús lo sabía. La vida de aquel hombre no corría peligro en absoluto. Físicamente no estaría peor si se le hacía esperar hasta el día siguiente. Para Jesús esto era una prueba, y El se enfrentó con ella limpia y claramente. Le dijo al hombre que se levantara y se pusiera donde todos le pudieran ver. Probablemente eso lo hizo por dos razones. Una sería, para despertar la compasión de los presentes hacia aquel desgraciado mostrándoles a todos su desgracia. Y también porque Jesús quería dar aquel paso de tal manera que nadie pudiera por menos de verlo.
Y entonces les preguntó: «¿Es legal salvar una vida o destruirla?» Aquí Jesús estaba poniendo el dedo en la llaga. Él estaba haciendo lo posible para salvarle la vida a aquel hombre; ellos estaban programando acabar con Él. Se mirara como se mirara, no cabía duda de que era mejor pensar en ayudar a un hombre que pensar en matar a un hombre. ¡No nos sorprende que no pudieran contestarle!
Entonces Jesús, con una palabra de poder, sanó al hombre; y los fariseos salieron y trataron de urdir un complot con los herodianos para matarle. Esto muestra hasta dónde estaban dispuestos a llegar los fariseos. Ningún fariseos tendría nada que ver con un gentil o con un hombre que no guardara la Ley. Tales personas eran inmundas. Los herodianos eran los funcionarios de herodes.
Estaban relacionados permanentemente con los romanos. En todos los sentidos normales los fariseos los consideraban inmundos; pero ahora estaban dispuestos a entrar con ellos en lo que siempre les habría parecido una alianza impía. Tenían tal odio en el corazón que no se paraban ante nada.
Este pasaje es fundamental, porque muestra la colisión entre dos conceptos de religión.
(i) Para los fariseos religión era ritualismo. Consistía en obedecer ciertas reglas y normas. Jesús quebrantaba aquellas reglas, y ellos estaban genuinamente convencidos de que era una mala persona. Eran como el que cree que -la religión consiste en ir a la iglesia, leer la Biblia o rezar, dar gracias a Dios antes de las comidas, hacer el culto familiar o rezar el rosario, y llevar a cabo todos los actos externos que se consideran religiosos, y que sin embargo nunca está dispuesto a hacer nada por nadie, que no siente nunca compasión ni tiene ningún deseo de sacrificarse por nadie; que tiene bastante con su religiosidad, y que es sordo a la llamada de la necesidad ciego a las lágrimas del mundo.
(ii) Para Jesús religión era servicio. Era amar a Dios y a las personas. El ritual era irrelevante comparado con el amor en acción. Para Jesús la cosa más importante del mundo no era llevar a cabo correctamente un ritual, sino la respuesta espontánea al clamor de la necesidad humana.
Para este tiempo la oposición a Jesús iba concretándose. Hay un detalle interesante: si comparamos esta historia en Mateo 12:10-13, y Marcos 3:1-6, con la versión de Lucas, nos damos cuenta de que es sólo éste el que nos dice que era el brazo derecho el que tenía seco el hombre. Aquí habla el médico, interesado en todos los detalles del caso.
En este incidente, Jesús quebrantó abiertamente la ley tradicional. Curar era un trabajo, y estaba prohibido hacer ningún trabajo el sábado. Jesús estableció el gran principio de que, dijeran lo que dijeran las leyes y las reglas, siempre se puede hacer un bien en sábado.
En esta escena hay tres personajes.
(i) Está el hombre del brazo seco. Podemos decir dos cosas de él.
(a) En uno de los evangelios apócrifos, es decir, de los que no llegaron a formar parte del Nuevo Testamento, se nos dice que el hombre era mampostero, y vino a Jesús para pedirle ayuda y le dijo: «Yo era mampostero, y me ganaba la vida con las manos; te suplico, Jesús, que me devuelvas la salud para que no tenga que mendigar mi pan con vergüenza.» Era un hombre que quería trabajar. Dios siempre mira con aprobación al que quiere ganarse la vida decentemente.
(b) Era un hombre que estaba dispuesto a intentar lo imposible. No se puso a discutir cuando le dijo Jesús que extendiera el brazo inútil; lo intentó y lo consiguió, con las fuerzas que le dio Jesús. Imposible es una palabra que habría que desterrar del vocabulario del cristiano. Como ha dicho un famoso hombre de ciencia, «La diferencia entre lo difícil y lo imposible está sólo en que se tarda un poco más en hacer lo imposible.»
(ii) Está Jesús. Hay en esta historia una gloriosa atmósfera de desafío. Jesús sabía que le estaban espiando, pero no vaciló en sanar. Le dijo al hombre que se pusiera en medio: esto no se iba a hacer en un rincón. Se cuenta de uno de los primeros predicadores metodistas, que tenía el propósito de predicar en un pueblo hostil. Alquiló a un pregonero para que anunciara la reunión, y éste empezó a hacerlo en un susurro aterrado. Entonces el predicador le quitó de la mano la campana, la hizo sonar y tronó: -¡Mister Fulano de Tal predicará en tal y tal lugar a tal y tal hora de la noche y ese hombre soy yo! El verdadero cristiano despliega con orgullo la bandera de la fe, y desafía abiertamente a la oposición.
(iii) Estaban los fariseos. Aquí tenemos a unos hombres que siguieron el extraño camino de odiar a un hombre que acababa de curar a un paciente. Son el ejemplo sobresaliente de los que aman sus leyes y sus reglas más que a Dios.
Seguimos viendo esta actitud en las iglesias una y otra vez. Discusiones, no acerca de las grandes cuestiones de la fe, sino sobre cuestiones de gobierno eclesiástico y cosas por el estilo. Leighton dijo una vez: «Cómo se haya de gobernar la iglesia es indiferente; pero la paz y la concordia, la amabilidad y la buena voluntad son indispensables.»
Siempre está presente el peligro de poner la lealtad al sistema por encima de la lealtad a Dios.