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Jesús defiende lo que dice ser

Si yo diera testimonio en favor mío, mi testimonio no valdría como prueba. Pero hay otro que da testimonio en favor mío, y me consta que su testimonio sí vale como prueba. Ustedes enviaron a preguntarle a Juan, y él dio testimonio a favor de la verdad. Pero yo no dependo del testimonio de ningún hombre. Solo digo esto para que ustedes alcancen la salvación. Juan era como una lámpara que ardía y alumbraba, y ustedes quisieron gozar de su luz por un corto tiempo. Pero tengo a mi favor un testimonio más valioso que el de Juan. Lo que yo hago, que es lo que el Padre me encargó que hiciera, comprueba que de veras el Padre me ha enviado. Juan 5:31-47 

Testigos de cristo

De nuevo vemos a Jesús contestando las acusaciones de Sus oponentes, que Le habían demandado: «¿Qué evidencia puedes aducir en prueba de que Tus pretensiones son ciertas?» Jesús les contesta de una forma que los rabinos no podrían por menos de entender, porque usa sus propios métodos.

(i) Empieza por admitir el principio universal de que la evidencia exclusiva de una persona acerca de sí misma no se puede aceptar como prueba. Tiene que haber por lo menos dos testigos. «Por dicho de dos testigos, o de tres testigos, morirá el que hubiere de morir; no morirá por el dicho de un solo testigo» (Deuteronomio 17: 6). «No valdrá un testigo contra ninguno en cualquier delito, o en cualquier pecado que se cometiere; en el dicho de dos testigos, o en el dicho de tres testigos consistirá el negocio» (Deuteronomio 19:15). Cuando Pablo amenaza a los corintios con ir allí a reprender y a disciplinar a los culpables, les dice que todas las acusaciones se confirmarán por dos o tres testigos: Esta es la tercera vez que voy a vosotros.  Por boca de dos o de tres testigos se decidirá todo asunto. (2 Corintios 13:1 ). Jesús dice que, cuando un cristiano tiene alguna queja legítima contra otro hermano, debe llevar consigo a otros para confirmar su acusación: Mas si no te oyere,  toma aún contigo a uno o dos,  para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. (Mateo 18:16).
En la Iglesia Primitiva la regla era que no se admitían acusaciones contra un anciano a menos que fueran respaldadas por dos o tres testigos: Contra un anciano no admitas acusación sino con dos o tres testigos. (1 Timoteo 5:19). Jesús empezó por admitir plenamente la norma legal de los judíos acerca de la evidencia. Además, se mantenía universalmente que no se podía aceptar la evidencia de una persona acerca de sí misma. La Misná decía: «Nadie es digno de crédito cuando habla de sí mismo.» El gran orador griego Demóstenes estableció como principio de justicia que «Las leyes no permiten que una persona dé evidencia en su propio favor.» La ley antigua sabía muy bien que el interés propio producía un efecto en lo que dijera una persona acerca de sí misma. Así que Jesús está de acuerdo en que Su testimonio exclusivo acerca de Sí mismo no tiene por qué aceptarse como válido.

(ii) Pero tiene otros testigos. Dice que su testigo es «Otro», queriendo decir Dios. Volverá a ese punto; pero antes cita a Juan el Bautista, que había dado testimonio de Jesús en repetidas ocasiones: Este es el testimonio de Juan,  cuando los judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntasen:  ¿Tú,  quién eres? Confesó,  y no negó,  sino confesó:  Yo no soy el Cristo.  (Juan 1:19-20); Juan les respondió diciendo:  Yo bautizo con agua;  mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. (Juan 1:26): El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él,  y dijo:  He aquí el Cordero de Dios,  que quita el pecado del mundo. (Juan 1:29); El siguiente día otra vez estaba Juan,  y dos de sus discípulos. Y mirando a Jesús que andaba por allí,  dijo:  He aquí el Cordero de Dios. (Juan 1:35-36). Entonces Jesús hace el elogio de Juan, y desautoriza a las autoridades judías. Dice que Juan era una lámpara que ardía e iluminaba. Eso era un elogio perfecto que le hacía.

(a) Una lámpara da una luz prestada, que no le es propia: se enciende.

(b) Juan tenía un ardor, porque su mensaje no era el mensaje frío del intelecto, sino el mensaje ardiente de un corazón inflamado.

(c) Juan tenía luz. La función de la luz es guiar, y Juan guiaba a la gente al arrepentimiento y hacia Dios.

(d) Según la naturaleza de las cosas, una lámpara se agota; al dar luz se consume a sí misma. Juan iba disminuyendo mientras Jesús iba aumentando. El verdadero testigo se consume por Dios.

Al hacer el elogio de Juan, Jesús acusa a los judíos. Estuvieron dispuestos a complacerse con Juan por cierto tiempo, pero nunca le tomaron realmente en serio. Eran, como ha dicho alguien, «como mosquitos bailando en la luz,» o como chiquillos jugando al sol. Juan les producía una sensación agradable, y estaban dispuestos a escucharle mientras dijera lo que ellos esperaban, para abandonarle después tan pronto como dijera algo que no les convenía. Mucha gente escucha así la verdad de Dios; disfrutan de un sermón como de una representación. Un famoso predicador cuenta que una vez, después de predicar un serio sermón acerca del juicio, le saludaban diciéndole: «¡Qué majo ha sido hoy su sermón!» La verdad de Dios no es una cosa meramente divertida, sino algo que se ha de recibir en saco y ceniza de humildad y arrepentimiento. Pero Jesús no apeló a la evidencia de Juan. Dijo que no era la evidencia de hombres falibles la que iba a aportar en defensa de Sus credenciales.

(iii) Entonces aporta el testimonio de Sus obras. Eso había hecho también cuando el mismo Juan Le mandó a algunos de sus discípulos a preguntarle si era Él el Mesías. Entonces les dijo a los emisarios de Juan que volvieran a decirle lo que habían oído y visto : Respondiendo Jesús,  les dijo:  Id,  y haced saber a Juan las cosas que oís y veis. (Mateo 11:4) Y respondiendo Jesús,  les dijo:  Id,  haced saber a Juan lo que habéis visto y oído:  los ciegos ven,  los cojos andan,  los leprosos son limpiados,  los sordos oyen,  los muertos son resucitados,  y a los pobres es anunciado el evangelio; (Lucas 7:22). Pero Jesús cita ahora Sus obras, no para atraer la atención de nadie hacia Sí mismo, sino para señalar al poder de Dios que obraba en Él y por medio de Él. Dios era Su supremo Testigo.

Y también el Padre, que me ha enviado, da testimonio a mi favor, a pesar de que ustedes nunca han oído su voz ni lo han visto, ni dejan que su palabra permanezca en ustedes, porque no creen en aquel que el Padre envió. Ustedes estudian las Escrituras con mucho cuidado, porque esperan encontrar en ellas la vida eterna; sin embargo, aunque las Escrituras dan testimonio de mí, ustedes no quieren venir a mí para tener esa vida. Yo no acepto gloria que venga de los hombres. Además, los conozco a ustedes y sé que no tienen el amor de Dios. Yo he venido en nombre de mi Padre, y ustedes no me aceptan; en cambio, si viniera otro en nombre propio, a ese lo aceptarían.

El testimonio de Dios

La primera parte de esta sección puede tomarse de dos formas:,

(i) Puede que se refiera al testimonio invisible de Dios que está el corazón humano. En su primera carta escribe Juan: «El que; cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio (de Dios) en sí mismo» (1 Juan 5:9-10). Los judíos habrían insistido en que ninguna persona puede ver a Dios. Aun en la promulgación de los Diez Mandamientos, «oísteis la voz de Sus palabras, mas, a excepción de oír la voz, ninguna figura visteis» (Deuteronomio 4:12). Así es que aquí puede querer decir: «Es verdad que Dios es invisible; y también lo es Su testimonio, porque es la respuesta que surge en el corazón humano cuando la persona se ve confrontada conmigo.» Cuando nos vemos confrontados por Cristo, vemos en El al Que es supremamente amable y supremamente sabio; esa convicción es el testimonio de Dios en nuestro corazón.

Los estoicos mantenían que la forma suprema de conocimiento no viene por el pensamiento, sino por lo que ellos llamaban «impresiones irresistibles;» una convicción que se apodera de la persona como si alguien le hubiera puesto la mano en el hombro para arrestarla. Puede que aquí Jesús quisiera decir que la convicción de Su soberanía en nuestro corazón es el testimonio interior de Dios.

(ii) Puede ser que lo que Juan quería decir es que el testimonio que Dios da de Jesucristo se encuentra en las Escrituras. Para los judíos, las Escrituras eran el sumo bien. «El que ha adquirido las palabras de la Ley, ha adquirido la vida eterna.» «Al que tiene la Ley, le rodea un cinto de gracia en este mundo y en el mundo venidero.» «El que diga que Moisés escribió por su propia cuenta aunque sólo fuera un versículo de la Ley, es un despreciador de Dios.» «Este es el libro de los mandamientos de Dios y de la Ley, que dura para siempre. Todos los que se adhieren a él están destinados para la vida eterna; pero los que lo abandonan, morirán» (1 Baruc 4:1-2). « Si la comida, que te da la vida sólo para una hora, requiere una acción de gracias antes y después de tomarla, ¡cuánto más merece una acción de gracias la Ley, de la que depende el mundo por venir!» Los judíos escudriñaban la Ley y, sin embargo, no reconocieron a Cristo cuando vino. ¿Qué les pasó? ¿Cómo fue posible que los mejores estudiantes de la Biblia del mundo, que leían las Escrituras continua y meticulosamente, rechazaran a Jesús? ¿Cómo pudo suceder eso? Está claro que no leían las Escrituras como es debido.

(a) Las leían con la mente cerrada. No para buscar a Dios, sino para encontrar argumentos que apoyaran sus puntos de vista. No amaban a Dios de veras; amaban sus propias ideas acerca de Dios. Era tan probable que el agua penetrara en una roca, como que la Palabra de Dios penetrara en sus mentes. No aprendían teología humildemente en la Sagrada Escritura, sino que usaban la Escritura para defender una teología que habían compuesto ellos mismos. Todavía existe el peligro de someter la Biblia a nuestras creencias en lugar de viceversa.

(b) Cometían una equivocación todavía más grave: creían que Dios les había dado una revelación escrita. La revelación de Dios está en la Historia. No se trata de que Dios haya hablado, y nada más; Dios actúa. La Biblia misma no es Su revelación, sino el relato de Su revelación. Pero ellos adoraban las palabras de la Biblia. No hay más que una manera adecuada de leer la Biblia: como testimonio de Jesucristo. Entonces, muchas de las cosas que nos dejan perplejos, o que nos inquietan a veces, se ven claramente como etapas del camino, señalando anticipadamente a Jesucristo, Que es la suprema revelación, y a Cuya luz hay que poner a prueba toda otra revelación.
Los judíos adoraban a un Dios que escribía, más que a un Dios que actuaba; y, por tanto, cuando vino Cristo, no Le reconocieron. La misión de la Escritura no es dar la vida, sino señalar al Que la da. Aquí hay dos cosas supremamente reveladoras.

(i) En el versículo 34, Jesús había dicho que el propósito de Sus palabras era que ellos se salvaran. Aquí dice: Pero yo no dependo del testimonio de ningún hombre. Solo digo esto para que ustedes alcancen la salvación. «No busco la gloria que me puedan dar los hombres.» Es decir: «No estoy discutiendo porque quiero que se me dé la razón. No estoy hablando así porque quiero apabullaros y ganar vuestro aplauso, sino porque os amo y quiero salvaros.»
Aquí hay algo tremendo. Cuando se arma una controversia; ¿cuál es nuestra actitud fundamental? ¿Nos damos por ofendidos? ¿Nos picamos? ¿Nos sentimos heridos en la negra honrilla? ¿Queremos hacerles tragar a los demás nuestras opiniones porque los tenemos por tontos? Jesús hablaba como hablaba solamente porque amaba a las personas. Su tono podía ser serio; pero en esa seriedad dominaba el acento del amor anhelante; Le centelleaban los ojos, pero la llama era la del amor.

(ii) Jesús dice: «A1 que viene en su propio nombre, a ése sí le recibís.» Había habido una sucesión de impostores que pretendían ser el Mesías, y todos habían tenido seguidores: Porque vendrán muchos haciéndose pasar por mí. Dirán: ‘yo soy’, y engañarán a mucha gente. (Marcos 13:6); Pues vendrán falsos mesías y falsos profetas; y harán señales y milagros, para engañar, de ser posible, hasta a los que Dios mismo ha escogido. (Marcos 13:22); Porque vendrán muchos haciéndose pasar por mí. Dirán: ‘yo soy el Mesías’, y engañarán a mucha gente. (Mateo 24:5); Porque vendrán falsos mesías y falsos profetas; y harán grandes señales y milagros, para engañar, a ser posible, hasta a los que Dios mismo ha escogido. (Mateo 24:24). ¿Por qué sigue la gente a los impostores? Porque son «personas cuyos programas están de acuerdo con los deseos de los demás.» Porque la mayor parte de las personas buscan ideas y religiones que se acomoden a sus deseos. Los mesías impostores venían prometiendo imperios y victoria y prosperidad material; Jesús vino prometiendo una Cruz. La característica del impostor es que ofrece el camino fácil; Jesús ofrece a la humanidad un camino duro para ir a Dios. Los impostores perecieron; pero Cristo vive.

¿Cómo pueden creer ustedes, si reciben gloria los unos de los otros y no buscan la gloria que viene del Dios único? No crean que yo los voy a acusar delante de mi Padre; el que los acusa es Moisés mismo, en quien ustedes han puesto su confianza. Porque si ustedes le creyeran a Moisés, también me creerían a mí, porque Moisés escribió acerca de mí. Pero si no creen lo que él escribió, ¿cómo van a creer lo que yo les digo?”

La condenación definitiva

Los escribas y fariseos anhelaban las alabanzas de la gente. Se vestían de forma que todos los pudieran reconocer. Rezaban de manera que los pudieran oír. Les encantaban los primeros asientos de la sinagoga. Procuraban que los saludaran respetuosamente en las calles. Y precisamente por todo eso no podían escuchar la voz de Dios. ¿Por qué? Mientras uno no se compare nada más que con los demás, encontrará motivos para darse por satisfecho. Pero lo importante no es: «¿Soy mejor que mis vecinos?», sino: « ¿Soy tan bueno como el Señor?» «¿Qué opinión tiene de mí el Señor?»

Mientras nos comparemos con nuestros semejantes, siempre podremos encontrar algunos a los que consideremos inferiores y otro a los que consideremos superiores; y eso hace imposible la fe, que nace de un sentimiento de necesidad, como explicó tan claramente Jesús en la parábola del Fariseo y el Publicano (Lucas 18:9-14) Jesús contó esta otra parábola para algunos que, seguros de sí mismos por considerarse justos, despreciaban a los demás:  Dos hombres fueron al templo a orar: el uno era fariseo, y el otro era uno de esos que cobran impuestos para Roma. El fariseo, de pie, oraba así: ‘Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás, que son ladrones, malvados y adúlteros, ni como ese cobrador de impuestos. yo ayuno dos veces a la semana y te doy la décima parte de todo lo que gano.  Pero el cobrador de impuestos se quedó a cierta distancia, y ni siquiera se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: ‘¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador! Les digo que este cobrador de impuestos volvió a su casa y ajusto, pero el fariseo no. Porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido.. Cuando nos comparamos con Jesucristo nos vemos reducidos a nuestra estatura real, y entonces nace la fe, porque no podemos hacer otra cosa que confiar en la misericordia de Dios. Jesús acaba con una acusación que no podría por menos de impactar. Los judíos creían que los libros que creían que les había dejado Moisés eran la mismísima Palabra de Dios. Jesús les dijo: «Si hubierais leído esos libros como es debido, os habríais dado cuenta de que todos Me señalan a Mí.» Y prosiguió: «Vosotros creéis que, porque tenéis a Moisés como mediador, estáis a salvo; pero Moisés es el que os condenará. Podría ser que no tuvierais por qué creerme a Mí; pero estáis obligados a creer lo que os dijo Moisés, al que vosotros consideráis insuperable. Pues bien: él escribió acerca de Mí.» Aquí tenemos una verdad grande y aterradora. Lo que había sido el mayor privilegio de los judíos se convirtió en su mayor condenación. No se puede condenar a una persona que no haya tenido oportunidad; pero a los judíos se les había concedido un conocimiento superior, que ellos habían descuidado, y que se había convertido en su condenación. La responsabilidad es siempre la otra cara del privilegio.

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