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Los discípulos arrancan espigas en sábado

Por aquel tiempo, Jesús caminaba un sábado entre los sembrados. Sus discípulos sintieron hambre, y al pasar, comenzaron a arrancar espigas de trigo las desgranaban entre las manos y se comían los granos. Los fariseos lo vieron, y dijeron a Jesús: Oye, ¿por qué hacen tus discípulos algo que no está permitido hacer en sábado?. Él les contestó: ¿¿Nunca han leído ustedes lo que hizo David en una ocasión en que él y sus compañeros tuvieron necesidad y sintieron hambre? Pues siendo Abiatar sumo sacerdote, David entró en la casa de Dios y comió los panes consagrados a Dios, y dio también a la gente que iba con él, los cuales no les estaba permitido comer ni a él ni a sus compañeros, sino solamente a los sacerdotes. ¿O no han leído en la ley de Moisés que los sacerdotes en el templo no cometen pecado aunque no descansen el sábado? Pues les digo que aquí hay algo más importante que el templo. Ustedes no han entendido el significado de estas palabras: ‘Lo que quiero es que sean compasivos, y no que ofrezcan sacrificios. Si lo hubieran entendido, no condenarían a quienes no han cometido ninguna falta. El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado. Por esto, el Hijo del hombre tiene autoridad también sobre el sábado. Mateo 12:1-8; Marcos 2:23-28; Lucas 6:1-5 

En Palestina y en tiempos de Jesús, los campos de cereales y hortalizas estaban dispuestos en tiras largas y estrechas; y el terreno entre las parcelas era un camino de paso. Fue por uno de esos senderos entre los trigales por donde iban caminando Jesús y Sus discípulos cuando sucedió este incidente. No se hace ninguna insinuación de que los discípulos estuvieran robando. La Ley establecía expresamente que un viandante hambriento tenía derecho a hacer precisamente lo que hicieron los discípulos, siempre que no usara más que las manos para coger las espigas, y no una hoz: «Cuando entres en la mies de tu prójimo, podrás arrancar espigas con la mano, pero no aplicarás la hoz a la mies de tu prójimo» (Deuteronomio 23:25).

W. M. Thomson nos dice en La Tierra y el Libro que, cuando iba viajando por Palestina, había la misma costumbre. Uno de los platos favoritos de la tarde para un viajero era el trigo maduro. «Cuando iba viajando en el tiempo de la siega -escribe Thomson mis muleteros preparaban a menudo trigo tostado por las tardes después de montar la tienda. Tampoco se considera nunca como robo el recoger estas espigas verdes para tostarlas… También he visto a menudo a mis muleteros, al pasar entre los trigales, arrancar espigas, restregarlas en las manos, y comerse los granos sin tostar exactamente como se dice que hicieron los apóstoles.»

Para los escribas y los fariseos el delito de los discípulos no era coger espigas y comerse los granos, sino el haberlo hecho en sábado. La ley del sábado era muy complicada y minuciosa. El mandamiento prohibía trabajar el sábado; pero los intérpretes de la Ley no se daban por satisfechos con esa simple prohibición. Había que definir lo que era un trabajo; así que se especificaron treinta y nueve acciones básicas que estaban prohibidas en sábado, y entre ellas figuraban segar, trillar, aventar y preparar una comida. Los intérpretes no estaban dispuestos tampoco a dejar así las cosas. Había que definir cuidadosamente cada entrada en la lista de trabajos prohibidos. Por ejemplo, estaba prohibido llevar una carga. ¿Pero qué era una carga? Una carga era cualquier cosa que pesara tanto como dos higos secos. Estaba prohibida hasta la menor insinuación de trabajo; hasta cualquier cosa que se pudiera considerar simbólicamente como un trabajo. Posteriormente, el gran maestro judío cordobés Maimónides había de decir: «Arrancar espigas es una especie de siega.» En su acción los discípulos fueron culpables de mucho más que un sólo quebrantamiento de la Ley. A1 arrancar las espigas eran culpables de segar; al restregarlas con las manos eran culpables de trillar; al separar el grano de la paja, probablemente soplando, eran culpables de aventar; y en todo ese proceso eran culpables de preparar una comida en sábado, porque todo lo que se hubiera de comer en sábado había que prepararlo el día antes.

Los judíos ortodoxos tomaban la ley del sábado con suma seriedad. El Libro de los Jubileos tiene un capítulo (el 50) acerca de la observancia del sábado. El que se acuesta con su mujer, o se propone hacer algo en sábado, o tiene intención de hacer un viaje (hasta la planificación de un trabajo estaba prohibida), o se hace el plan de comprar o vender, o sacar agua o levantar una carga es culpable. Cualquier persona que haga cualquier trabajo en sábado (ya sea en su casa o en cualquier otro lugar), o hace un viaje, o labra una granja, cualquier persona que enciende un fuego o monta una cabalgadura, o viaja en barco por el mar, cualquier persona que golpea o mata algo, cualquiera que atrapa a un animal, un ave o un pez, cualquiera que ayuna o hace la guerra en sábado -la persona que haga estas cosas debe morir. El guardar estos mandamientos era cumplir la Ley de Dios; el quebrantarlos era quebrantar la Ley de Dios. No cabe la menor duda que, desde su punto de vista, los escribas y los fariseos estaban totalmente justificados al acusar a los discípulos de quebrantar la Ley, y a Jesús por permitírselo, si es que no los animó a hacerlo.

La exigencia de la necesidad humana

Para salir al paso de la crítica de los escribas y los fariseos Jesús presentó tres argumentos.

(i) Citó la acción de David cuando él y sus hombres estaban tan hambrientos que entraron en el tabernáculo -no en el templo, porque esto sucedió antes que se construyera el templo- y comieron el pan de la proposición, que sólo podían comer los sacerdotes: David se dirigió a Nob, a ver al sacerdote Ahimélec, que sorprendido salió a su encuentro y le dijo: –¿Cómo es que vienes solo, sin que nadie te acompañe? David le contestó: –El rey me ha ordenado atender un asunto, y me ha dicho que nadie debía saber para qué me ha enviado ni cuáles son las órdenes que traigo. En cuanto a los hombres bajo mis órdenes, los he citado en cierto lugar. A propósito, ¿qué provisiones tienes a mano? Dame cinco panes o lo que encuentres y el sacerdote le contestó: –El pan que tengo a mano no es pan común y corriente, sino que está consagrado. Pero te lo daré, si tus hombres se han mantenido alejados de las mujeres. David le respondió con firmeza: –Como siempre que salimos a campaña, hemos estado alejados de las mujeres. Y aunque este es un viaje ordinario, ya mis hombres estaban limpios cuando salimos, así que con más razón lo han de estar ahora. Entonces el sacerdote le entregó el pan consagrado, pues allí no había más que los panes que se consagran al Señor y que ese mismo día se habían quitado del altar, para poner en su lugar pan caliente. (1 Samuel 21:1-6)

El pan de la proposición se nos describe en Levítico 24:5-9: “Toma de la mejor harina y cuece doce tortas, de cuatro kilos y medio cada una, y ponlas sobre la mesa de oro puro que está ante el Señor, en dos hileras de seis tortas cada una. Pon en cada hilera incienso puro, que le servirá al pan como ofrenda de recordación quemada en honor del Señor. Esto deberá ser puesto sin falta ante el Señor cada sábado, como una alianza eterna por parte de los israelitas. Es la parte que les corresponderá siempre a Aarón y a sus descendientes, los cuales deberán comer ese pan en un lugar santo, porque de las ofrendas que se queman en honor del Señor, esta es una de las más sagradas. Eran doce panes que se colocaban todas las semanas en dos filas de seis en el lugar santo. Sin duda eran una ofrenda simbólica para dar gracias a Dios por el don de los alimentos. Estos panes se cambiaban todas las semanas, y los que se quitaban quedaban para los sacerdotes, que eran los únicos que los podían comer. En aquella ocasión, en su hambre, David y sus hombres tomaron y se comieron aquellos panes sagrados, y no cometieron ningún delito. Las exigencias de la necesidad humana tenían prioridad por encima de cualquier costumbre ritual.

(ii) Citó el trabajo del templo en sábado. El ritual del templo siempre implicaba trabajo -encender fuegos, matar y preparar animales, cargarlos para colocarlos encima del altar y un montón de cosas parecidas. Estos trabajos realmente se duplicaban los sábados, porque había doble número de ofrendas: En los sábados deberán ofrecer ustedes dos corderos de un año, sin defecto, y cuatro kilos de la mejor harina amasada con aceite como ofrenda de cereales, con su correspondiente ofrenda de vino. (Números 28:9). Cualquiera de estas acciones habría sido ilegal que la hiciera cualquier persona en sábado. Encender un fuego, matar un animal, ponerlo sobre el altar habría supuesto quebrantar la Ley, y por tanto profanar el sábado. Pero para los sacerdotes era perfectamente legal hacer estas cosas, porque el culto del templo tenía que proseguir. Es decir: el culto que se ofrecía a Dios tenía prioridad sobre todas las leyes y normas del sábado.

(iii) Citó la palabra que Dios le dio al profeta Oseas: «Porque misericordia quiero y no sacrificios» (Oseas 6:6). Lo que Dios desea mucho más que los sacrificios rituales es la amabilidad, el espíritu que no reconoce otra ley que la que impulsa a responder a la llamada de la necesidad humana haciendo todo lo posible por ayudar. En este incidente Jesús establece que la exigencia de la necesidad humana debe tener prioridad sobre todas las demás exigencias. Las exigencias del culto, del ritual, de la liturgia son importantes; pero la exigencia de la necesidad humana tiene prioridad sobre todas ellas.

Uno de los santos modernos de Dios es el padre George Potter, que de la ruinosa iglesia de San Crisóstomo en Peckham hizo un ejemplo luminoso de culto y de servicio cristiano. Para propiciar la obra fundó la Fraternidad de la Orden de la Santa Cruz, cuyo emblema era la toalla que se ciño Jesús para lavar los pies de Sus discípulos. No había ningún servicio que fuera demasiado vulgar para que los hermanos lo prestaran; su trabajo a favor de los marginados y de los chicos sin hogar con antecedentes delictivos o potencial criminal está por encima de toda alabanza. El padre Potter tenía la idea más elevada del culto; y sin embargo, cuando estaba explicando la obra de la Fraternidad, escribió que cualquiera que quisiera hacer el triple voto de pobreza, castidad y obediencia: «no debe amohinarse si no puede llegar a vísperas en la fiesta de San Termógeno. Puede que esté sentado en una comisaría esperando a un “cliente”… No debe ser de esos tipos que llegan a la cocina jipiando porque se le ha acabado el incienso… Ponemos la oración y los sacramentos en primer lugar. Sabemos que nos hacen falta para hacer las cosas lo mejor posible; pero de hecho tenemos que pasar más tiempo al pie del Monte de la Transfiguración que en la cima.» Cuenta que llegó un -candidato cuando él estaba a punto de darles a los chicos un tazón de cacao y meterlos en la cama. «Así es que le dije: “¿Quieres limpiar el cuarto de baño ahora que está mojado?” Se quedó tan alucinado que apenas pudo musitar: “¡Yo no esperaba tener que ir limpiando detrás de chicos sucios!” ¡Bien, bien! Su vida de servicio consagrado al Bendito Maestro duró sólo unos siete minutos. Ni siquiera deshizo las maletas.»

Florence Allshom, la gran directora del colegio de misioneras, habla del problema de la candidata que siempre descubre que su hora de devociones privadas es precisamente cuando hay que fregar cacharros grasientos con agua no muy caliente. Jesús insistía en que el mayor servicio ritual es el de la necesidad humana. Es extraño pensar que, con la posible excepción de aquel día en la sinagoga de Nazaret, no tenemos evidencia de que Jesús dirigiera nunca un culto en toda Su vida en la Tierra, y sí tenemos abundante evidencia de que alimentó a los hambrientos y consoló a los tristes y atendió a los enfermos. El servicio cristiano no consiste fundamentalmente en seguir una liturgia o un ritual; es el servicio de la necesidad humana. El servicio cristiano no consiste en retirarse a un monasterio; es involucrarse en todos los problemas y tragedias y demandas de la situación humana. -Eso es lo que queremos decir -o deberíamos querer decir- cuando decimos: «¡Vamos a servir al Señor!»

Señor aún del sábado

Queda en este pasaje otra dificultad que no se puede resolver con absoluta seguridad. Está en la última frase: «El Hijo del Hombre es Señor del sábado.» Esto puede querer decir una de dos cosas.

(i) Puede querer decir que Jesús se presenta como Señor también del sábado, en el sentido de que Él puede usar el sábado como estime conveniente. Ya hemos visto que la santidad del ministerio del templo sobrepasaba y desplazaba las reglas y las leyes del sábado; Jesús acababa de presentarse como Uno que era mayor que el templo; por tanto, Él tenía perfecto derecho a omitir las leyes del sábado y hacer lo que estimara conveniente en sábado. Esa podríamos decir que es la interpretación tradicional de esta frase, pero presenta algunas dificultades reales.

(ii) En esta ocasión Jesús no estaba defendiéndose a Sí mismo de nada que hubiera hecho en sábado; estaba defendiendo a Sus discípulos; y la autoridad que subraya aquí no es tanto Su propia autoridad como la de la necesidad humana. Y hay que notar que, cuando Marcos cuenta este incidente, introduce otro dicho de Jesús como parte del clímax: «El sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado» (Marcos 2:27). A esto debemos añadir el hecho de que en hebreo y arameo la frase hijo de hombre no es corrientemente un título, sino otra manera de decir un hombre. Cuando los rabinos contaban una parábola, solían empezarla: «Hubo una vez un hijo del hombre que…» El salmista escribe: «¿Qué es el hombre para que Te acuerdes de él, o el hijo del hombre para que le visites?» (Salmo 8:4). Una y otra vez Dios se dirige a Ezequiel como hijo de hombre: «Me dijo: Hijo de hombre, ponte sobre tus pies y hablaré contigo» (Ezequiel 2:1). En este caso, y en muchos otros, hijo de hombre, sin mayúsculas, quiere decir sencillamente hombre.

En los primeros y mejores manuscritos griegos del Nuevo Testamento, todo estaba escrito con mayúsculas. En estos manuscritos (llamados unciales precisamente por estar escritos con mayúsculas) no se puede decir cuándo se necesitan las mayúsculas. Por tanto, en Mateo 12:8: Pues bien, el Hijo del hombre tiene autoridad sobre el sábado, puede ser muy bien que hijo de hombre se deba poner con minúsculas, y que la frase no se refiera a Jesús, sino a cualquier hombre. Si consideramos que en lo que Jesús estaba insistiendo era en el derecho de la necesidad humana; si recordamos que no estaba defendiéndose a Sí mismo, sino a Sus discípulos; si recordamos que Marcos nos dice que el sábado fue hecho para el hombre y no el hombre para el sábado, entonces puede que concluyamos que lo que Jesús estaba diciendo era: «El ser humano no es el esclavo del sábado, sino su señor, y tiene derecho a usarlo para su propio bien.»

Puede que Jesús estuviera reprendiendo a los escribas y los fariseos por esclavizarse a sí mismos y a sus semejantes con un montón de leyes tiránicas; y muy bien puede ser que estuviera estableciendo aquí el gran principio de la libertad cristiana, que se aplica al sábado como a todo lo demás de la vida. Una vez más Jesús entró en conflicto con las reglas normas de los escribas. Cuando Él y Sus discípulos iban pasando por unos trigales en sábado, Sus discípulos se pusieron a arrancar espigas y a comerse los granos. Cualquier otro día de la semana aquello estaba totalmente permitido: Si entran en su trigal, podrán arrancar espigas con la mano, pero no cortar el trigo con una hoz. (Deuteronomio 23:25). Siempre que el viajero no usara una hoz, podía arrancar las espigas. Pero esto lo hicieron un sábado, y el, sábado estaba terminantemente prohibido hacer ningún trabajo. El sábado -les dijo- fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del sábado.» Era evidente: El ser humano fue creado antes de que se promulgaran las elaboradas leyes del sábado. El ser humano no fue creado para ser la víctima y el esclavo de las reglas y normas sabáticas, que se hicieron en un principio para hacerle la vida mejor y más fácil a las personas. El hombre no debe ser un esclavo del sábado, que existe realmente para su bien. Este pasaje nos enfrenta con algunas verdades esenciales que sería peligroso olvidar.

(i) El Cristianismo no consiste en cumplir normas y reglas. Vamos a referirnos a un asunto parecido al de este pasaje evangélico. La observancia del Día del Señor -es lo que quiere decir la palabra domingo- es importante; pero si el Cristianismo consistiera en no trabajar e ir a misa o al culto el domingo, rezar o leer la Biblia y abstenerse de ciertas cosas, ser cristiano sería muy fácil. Siempre que nos olvidamos del amor y del perdón y del servicio y de la misericordia que son el corazón del Cristianismo, y los sustituimos por el cumplimiento de reglas y normas, el Cristianismo ha perdido su esencia. Cristianismo siempre ha consistido mucho más en hacer cosas que en abstenerse de hacer cosas.

(ii) La primera obligación es la de atender a la necesidad humana. Es perfectamente legal en el Día del Señor el cumplimiento del deber y la práctica de las buenas obras y misericordia. Si la religiosidad de una persona no la mueve a ayudar a los que están en necesidad, su religión no merece nombre. La gente importa más que los sistemas; las persona son mucho más importantes que el ritual; la mejor manera honrar a Dios es ayudar a nuestros semejantes.

(iii) La mejor manera de usar las cosas santas es usarlas para ayudar a nuestros semejantes necesitados. En realidad, esa es, la única manera de dedicarle las cosas a Dios.

Una de las historias más encantadoras es la de El Cuarto Rey Mago. Se llamaba Artabán. Había decidido seguir la estrella, y llevaba un zafiro, un rubí y una perla de precio incalculable como regalos para el Rey. Iba cabalgando a toda prisa para encontrarse en el lugar convenido con sus, tres amigos Melchor, Gaspar y Baltasar. Iba con el tiempo justo; le dejarían atrás si llegaba tarde. Pero de pronto vio una figura confusa en el suelo por delante de él. Era otro viajero, que había contraído unas fiebres. Si Artabán se detenía a ayudarle, perdería a sus amigos. Y se detuvo a ayudar al necesitado hasta que se puso bueno. Pero ahora estaba solo. Necesitaba camellos y mozos que le ayudaran a cruzar el desierto, porque había perdido a sus amigos y su caravana. Tuvo que vender el zafiro para cubrir sus necesidades; Le dio pena que esa preciosa joya no fuera para su Rey. Siguió su viaje, y a su debido tiempo llegó a Belén; pero de nuevo era demasiado tarde. José y María y el Niño se habían ido. Entonces llegaron los soldados para cumplir las crueles órdenes de Herodes y matar a todos los niños. Artabán estaba en una casa en la que había un niño. Los soldados llegaron a la puerta. Se oía a las otras madres llorar su desconsuelo. Artabán se puso a la puerta, alto y oscuro de piel como era, con el rubí en la mano, y sobornó al capitán para que no entrara. Así se salvó el niño de la casa, y la madre estaba gozosa; pero Artabán ya no tenía el rubí para su Rey. Durante años vagó por todas partes buscando en vano a su Rey. Más de treinta años después llegó a Jerusalén. Había una crucifixión aquel día. Cuando Artabán se enteró de que era a Jesús al Que iban a crucificar, comprendió que era su Rey, y se dirigió a toda prisa al Calvario. Podría ser que su perla, la más maravillosa del mundo, pudiera comprar la vida del Rey. Calle abajo corría una joven huyendo de un grupo de soldados. «¡Mi padre tiene deudas -gritaba-, y me van a vender como esclava para pagarlas! ¡Sálvame!» Artabán vaciló un instante; pero en seguida sacó la perla, y se la dio a los soldados para comprar la libertad de la joven. De pronto los cielos se oscurecieron. Hubo un terremoto, y una piedra volante le golpeó a Artabán en la cabeza. Cayó medio inconsciente en el suelo, y la chica le sujetó la cabeza en su regazo. De pronto, él empezó a mover los labios: «No, Señor, ese no puedo ser yo; porque ¿cuándo Te he visto hambriento y te he dado de comer? ¿O sediento y Te he dado de beber? ¿Cuándo Te he recibido cuando eras forastero? ¿O desnudo y Te he vestido? ¿Cuándo he sabido que estabas en la cárcel y he ido a visitarte? Llevaba treinta y tres años buscándote; pero no había visto nunca Tu rostro, ni Te he prestado ningún servicio, mi Rey.» Y entonces se oyó una voz, como un susurro que llegara de muy lejos: « De cierto te digo, que en cuanto lo has hecho con Mis hermanos necesitados, Me lo has hecho a Mí.» Y Artabán sonrió al morir, porque supo que el Rey había recibido sus dones. La mejor manera de consagrarle cosas a Dios es usándolas para ayudar a los necesitados. Se ha sabido de niños a los que no se permitía entrar en una iglesia porque era un monumento y estaba llena de cosas valiosas. Desgraciadamente puede que una iglesia esté más preocupada por la solemnidad de su ritual que de ayudar a los humildes y aliviar a los pobres. Pero las cosas realmente sagradas se deben usar para remediar el dolo y la necesidad. Los panes de la proposición no fueron nunca tan sagrados como cuando se usaron para alimentar a unos hambrientos. El sábado no fue nunca tan sagrado como cuando se usó para ayudar a los necesitados. El árbitro final acerca de uso de todas las cosas es el amor y no la ley.

Los rabinos mismos decían: «El sábado se ha hecho para ti, y no tú para el sábado.» Es decir, que en sus mejores y más elevados momentos los rabinos reconocían que la necesidad humana abrogaba la ley ritual. Si era así, ¡cuánto más el Hijo del Hombre, con un corazón de amor y de misericordia, es el Señor del Sábado! ¡Cuánto más lo podrá utilizar para sus propósitos de amor! Pero los fariseos habían olvidado los derechos de la misericordia porque estaban inmersos en sus leyes y reglas. Es significativo que estaban observando a Jesús y a sus discípulos cuando iban por los campos de trigo. Está claro que los estaban espiando; y desde este momento estarían escudriñando con ojos hostiles y malévolos todos los actos de Jesús.

Este pasaje contiene una gran verdad general. Jesús les dijo a los fariseos: «¿Es que no habéis leído lo que hizo David?» La respuesta sería sin duda que sí; pero no se habían dado cuenta de lo que quería decir. Es posible leer las Escrituras meticulosamente, conocer la Biblia de cabo a rabo y poder citar literalmente capítulo y versículo, y no haberse enterado de su verdadero significado. ¿Por qué no lo habían captado los fariseos, y por qué sigue pasando tan a menudo?

(i) Porque no venían a la Escritura con una mente abierta. No venían a la Escritura para aprender la voluntad de Dios, sino para encontrar textos que confirmaran sus propias ideas. Con demasiada frecuencia los hombres han llevado su teología a la Biblia en vez de encontrar su teología en la Biblia. Cuando leemos la Escritura debemos decir, no «Escucha, Señor, porque tu siervo está hablando», sino «Habla, Señor, porque tu siervo está escuchando.»

(ii) No venían con un corazón necesitado. El que no viene con un sentimiento de su necesidad siempre se pierde el sentido más profundo de la Escritura. Cuando despertamos a nuestra necesidad, la Biblia es un libro nuevo.

Cuando el obispo Butler estaba en su lecho de muerte, estaba turbado. -¿Ha olvidado mi señor -le dijo su capellán- que Jesucristo es el Salvador? -Pero -le contestó el obispo moribundo-, ¿cómo puedo saber que es mi Salvador? -Escrito está -continuó el capellán-: «Al que a mí viene, no le echo fuera». Y Butler contestó: -He leído esas palabras mil veces, y nunca me había enterado de su significado hasta ahora. Ahora muero en paz.

El sentimiento de su necesidad le abrió el sentido de la Escritura. Cuando leemos el Libro de Dios debemos venir con una mente abierta y con un corazón necesitado: entonces será también para nosotros el libro más maravilloso del mundo.

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