Tomando después Juan la palabra, le dijo: Maestro, hemos visto a uno que andaba lanzando los demonios en tu nombre, que no es de los nuestros, y se lo prohibimos. No hay para qué prohibírselo, respondió Jesús , puesto que nadie que haga milagros en mi nombre podrá luego hablar mal de mí. Porque quien no está contra vosotros, por vosotros está. Y cualquiera que os diere un vaso de agua en mi nombre, atento a que sois de Cristo , en verdad os digo que no será defraudado de su recompensa. No se lo prohibais Marcos 9: 38-41; Lucas 9 49-50
Una lección de tolerancia
Como hemos visto una y otra vez, en los tiempos de Jesús todo el mundo creía en los demonios. Se creía que tanto la enfermedad mental como la física eran causadas por la influencia maligna de los espíritus malos. Ahora bien: había una manera muy corriente de exorcizarlos. Si uno podía llegar a saber el nombre de un espíritu todavía más fuerte, y le mandaba al demonio en ese nombre que saliera de -la persona, se suponía que el demonio era impotente contra el poder del nombre más poderoso. Esta es la clase de escena que se nos presenta aquí. Juan había visto a uno que usaba el nombre todopoderoso de Jesús para derrotar a los demonios, y había tratado de impedírselo, porque no pertenecía al grupo íntimo de los discípulos. Pero Jesús declaró que nadie podía realizar una acción benéfica de poder en Su nombre y ser Su enemigo. Entonces Jesús estableció el gran principio de que «el que no está en contra de nosotros está a favor de nosotros.»
Aquí tenemos una lección de tolerancia, y es una lección que casi todos nosotros tenemos que aprender.
(i) Cada cual tiene derecho a tener sus propias ideas, a pensarse las cosas por sí y a fondo hasta llegar a sus propias conclusiones y creencias. Y ese es un derecho que debemos respetar. Algunas veces estamos demasiado dispuestos a condenar lo que no entendemos. William Penn, el emigrante ortodoxo de dio su nombre a Pensilvania, dijo una vez: «Tampoco desprecies ni te opongas a lo que no entiendes.» Kingsley Williams, en El Nuevo Testamento en inglés corriente, traduce la frase de Judas 10 así: «Los que hablan en contra de todo lo que no entienden.»
Hay dos cosas que debemos recordar.
(a) Hay muchas más que una sola manera de llegar a Dios. «Dios -como decía Tennyson- Se hace real de muchas maneras.» Y Cervantes dijo en algún sitio: «Dios conduce a los Suyos al Cielo por muchos caminos.» El mundo es redondo, y dos personas pueden llegar al mismo sitio siguiendo diferentes direcciones, y hasta sentidos opuestos. Todas las carreteras, si las recorremos lo suficiente, conducen a Dios. Es algo terrible el que alguno o alguna iglesia crean que tienen el monopolio de la salvación.
(b) Es necesario recordar que la verdad siempre es mayor que la persona que la capta o proclama. No hay nadie que pueda aprehender toda la verdad. El fundamento de la tolerancia no es la perezosa aceptación de todo lo que sea. No es el sentimiento de que no podemos estar seguros de nada. El fundamento básico de la tolerancia es sencillamente el reconocimiento de la magnitud del orbe de la verdad. John Morley escribió: « La tolerancia quiere decir el respeto a todas las posibilidades de la verdad; el reconocimiento de que mora en diversas mansiones, se viste de muchos colores y habla distintas lenguas. Quiere decir respeto a la libertad de la conciencia interior frente a las formas mecánicas, los convencionalismos oficiales y la fuerza social. Quiere decir la caridad que. es mayor que la fe y la esperanza.» La intolerancia es señal tanto de arrogancia como de ignorancia, porque es señal de que se cree que no hay más verdad que la que uno abarca.
(ii) No solamente debemos conceder a todas las personas el derecho de pensar; también debemos concederles el derecho a expresarse. De todos los derechos democráticos, el más querido es la libertad de palabra. Ha de haber ciertos limites, por supuesto. Si uno está tratando de inculcar doctrinas calculadas para destruir la moralidad y destruir los cimientos de toda sociedad civilizada, hay que oponerse; pero la manera de oponerse no puede ser tratar de eliminarle por la fuerza, sino de demostrar que está equivocado. Una vez Voltaire estableció la concepción de la libertad de palabra en una sentencia emblemática: «Odio lo que dices -dijo-, pero daría la vida por defender tu derecho a decirlo.»
(iii) Debemos tener presente que cualquier doctrina o creencia se juzga a fin de cuentas por la clase de personas que produce. El doctor Chalmers lo expresó una vez concisamente: «¿A quién le importa lo más mínimo una iglesia si no es como instrumento de la bondad cristiana?» La cuestión tiene que ser siempre a fin de cuentas, no « ¿Cómo se gobierna una iglesia?» sino: « ¿Qué clase de personas produce?»
Hay una vieja fábula oriental, de un hombre que tenía un anillo mágico con un ópalo maravilloso, que hacía que el que lo llevaba puesto adquiriera un carácter tan dulce y sincero que todo el mundo le amaba. El anillo siempre se pasaba de padre a hijo, y siempre funcionaba. Con el paso del tiempo llegó a un padre que tenía tres hijos a los que amaba con un amor igual. ¿Qué podría hacer cuando llegara el momento de darle a uno solo el anillo? El padre hizo otros dos anillos exactamente iguales que el mágico de forma que nadie pudiera notar la diferencia. En su lecho de muerte llamó a cada uno de sus hijos, le dirigió unas palabras de amor y le entregó un anillo sin que los otros lo supieran. Cuando los tres hijos descubrieron que cada uno tenía un anillo surgió entre ellos una gran disputa en cuanto a cuál era el auténtico que podía hacer tanto por su dueño. Llevaron el caso a un juez sabio, que examinó los anillos y dijo: « No puedo decir cuál es el anillo mágico; pero vosotros mismos lo podéis comprobar.» « ¿Nosotros?» -preguntaron los tres, sorprendidos. « Sí -dijo el juez-, porque, si el anillo verdadero produce un carácter dulce al hombre que lo lleva puesto, entonces yo y toda la gente de la ciudad sabremos quién es el que posee el verdadero anillo por la bondad de su vida. Así que, marchaos cada uno a lo vuestro, y sed amables, sinceros, valientes, justos en vuestro trato, y el que viva así será el propietario del anillo verdadero.»
Aquí terminaba probablemente el cuento oriental; pero yo lo concluiría diciendo que los tres fueron tan igualmente sinceros y honrados y nobles que nadie supo nunca cuál era el que tenía el anillo original.
Nadie puede condenar creencias que le hacen a uno una buena persona. Si tenemos esto presente, seremos menos intolerantes.
(iv) Puede que odiemos las creencias de una persona, pero no debemos nunca odiar a la persona. Puede que quisiéramos eliminar lo que enseña, pero no debemos nunca querer eliminar al que lo enseña.
El trazó un círculo que me dejaba fuera y se puso a llamarme: « ¡Malvado, hereje, infiel!» Pero el amor y yo tuvimos la habilidad de ganar y trazamos un círculo que le incluyó a él.
Recompensas y castigos
El que os dé un vaso de agua sobre la base de que pertenecéis a Cristo, os aseguro que no se quedará sin su recompensa. Y el que le ponga un tropiezo en el camino a uno de estos pequeñitos que creen en Mí, mejor le fuera que le colgaran al cuello una gran piedra de molino y le arrojaran al mar.
La enseñanza de este pasaje es sencilla e indiscutible y saludable.
(i) Declara que cualquier amabilidad que se tenga, cualquier ayuda que se otorgue a los que son de Cristo no quedará sin su recompensa. La razón de ayudar es que la persona necesitada pertenece a Jesús. Cualquier persona en necesidad tiene un derecho a nuestra atención, porque Le es querida a Cristo. Si Jesús estuviera todavía aquí corporalmente, ayudaría a esa persona de la manera más práctica, y ahora nos ha transferido a nosotros el deber de ayudarla. Nótese lo simple que es la ayuda. Lo que se da es un vaso de agua fresca. No se nos pide que hagamos grandes cosas por los demás, cosas que estén más allá de nuestras posibilidades. Se nos dice que demos las cosas sencillas que puede dar cualquiera.
Una misionera cuenta una historia preciosa. Le había contado a una clase de alumnos de primaria en África esto del vaso de agua fría en nombre de Jesús. Estaba la misionera sentada en su terraza, y vio que llegaba a la aldea una compañía de cargueros nativos con unos bultos muy pesados. Estaban cansados y sedientos, y se sentaron a descansar un poco. Eran de otra tribu, y si le hubieran pedido a los nativos corrientes no cristianos que les dieran agua les habrían contestado que se fueran a buscarla por sí mismos, porque existe una barrera entre las tribus. Pero mientras los hombres estaban sentados allí, cansados, la misionera vio salir de la escuela una fila de chiquillas africanas diminutas, llevando en sus cabecitas cántaros de agua. Tímida y vergonzosamente se fueron acercando a los cansados cargueros, se arrodillaron y les ofrecieron sus cantarillos de agua. Sin poder casi reponerse de la sorpresa, los cargueros tomaron los cántaros, y bebieron, y se los devolvieron, y las chiquillas echaron a correr hacia la misionera. «¡Les hemos dado a los hombres sedientos agua fresca -dijeron en nombre de Jesús!»
Habían tomado y cumplido la historia y la obligación literalmente. ¡Ojalá lo hiciéramos más! Es un gesto de simple amabilidad lo que se necesita. Como dijo Mahoma hace mucho: «El dirigir a un viandante perdido al buen camino, el dar al sediento un trago de agua, el sonreír al hermano -eso también es caridad.»
(ii) Pero lo opuesto también es cierto. Ayudar es ganar una recompensa eterna. El ser la causa de que tropiece un hermano débil es ganarse un castigo eterno. El pasaje es serio a propósito. La piedra de molino que se menciona es una piedra muy grande. Había dos clases de molinos en Palestina. Estaba el molino de mano, que usaban las mujeres en la casa; y estaba el molino cuya piedra era tan grande que requería un asno para hacerla dar vueltas.
La piedra de molino que se menciona aquí es literalmente una piedra de molino de asno. El que le tiraran a uno al mar con una piedra así al cuello era no tener la más mínima esperanza de salir con vida. Este era de hecho un castigo y una forma de ejecución tanto en Roma como en Palestina. Josefo nos cuenta que, cuando algunos galileos tuvieron éxito en una revuelta «apresaron a los que eran del partido de Herodes, y los ahogaron en el mar.» El historiador romano Suetonio nos cuenta que Augusto, « porque el tutor y los que estaban al servicio de su hijo Gayo se aprovecharon de la enfermedad de su amo para cometer actos de arrogancia y codicia en la provincia, los mandó tirar al río con grandes pesos alrededor del cuello.»
Pecar es terrible; pero inducir a otro a pecar es infinitamente peor. O›Henry tiene una historia en la que nos cuenta que una chiquilla había perdido a su madre, y su padre solía llegar a casa del trabajo, y sentarse, y quitarse la chaqueta, y abrir el periódico, y encender la pipa, y poner los pies en la repisa de la chimenea. La chiquilla entraba, y le,pedía que jugara con ella un poquito, porque estaba solita. El le decía que estaba cansado, que le dejara en paz, que se fuera a jugar a la calle. Ella se iba a jugar a la calle, y así se acostumbró a estar en la calle. Pasaron los años, y murió. Su alma llegó al Cielo. Pedro la vio, y Le dijo a Jesús: «Maestro, aquí hay una chica que ha sido mala. Supongo que la mandaremos derechita al infierno.» « No -dijo Jesús tiernamente-, que entre, déjala entrar. -Y entonces se Le puso la mirada seria-: Pero buscad a un hombre que se negaba a jugar con su chiquilla y la mandaba a la calle, y mandadle a él al infierno.» Dios no es duro con el pecador, pero sí es severo con la persona que hace más fácil para otros el pecar, y cuya conducta, ya sea aposta o sin querer, pone un tropiezo en el camino de un hermano más débil.
En Palestina había muchos exorcistas, y todos pretendían ser capaces de echar demonios; parece que Juan veía un rival en ese hombre, y quería eliminarlo; pero Jesús no estaba de acuerdo.