Ministerio basado en principios bíblicos para servir con espíritu de excelencia, integridad y compasión en nuestra comunidad, nuestra nación y nuestro mundo.

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Jesús advierte sobre la tentación

¡Ay del mundo por razón de los escándalos!, porque si bien es forzoso, que haya escándalos; sin embargo, ¡ay de aquel hombre que causa el escándalo! Que si tu mano o tu pie te es ocasión de escándalo o pecado, córtalos y arrójalos lejos de ti; pues más te vale entrar en la vida eterna manco o cojo, que con dos manos o dos pies ser precipitado al fuego eterno. Y si tu ojo es para ti ocasión de escándalo, sácalo y tíralo lejos de ti; mejor te es entrar en la vida eterna con un solo ojo, que tener dos ojos y ser arrojado al fuego del infierno. Y al contrario, al que escandalizare a alguno de estos pequeñitos que creen en mí, mucho mejor le fuera que le ataran al cuello una de esas ruedas de molino que mueve un asno, y lo echaran al mar. Que si tu mano te hace pecar, córtala: mas te vale entrar manco en la vida eterna, que tener dos manos e ir al infierno, al fuego inextinguible, en donde el gusano que les roe, nunca muere, y el fuego nunca se apaga. Y si tu pie te hace pecar, córtalo: Más te vale entrar cojo en la vida eterna, que tener dos pies y ser arrojado al infierno, al fuego inextinguible, donde el gusano que les roe nunca muere, y el fuego nunca se apaga. Y si tu ojo te sirve de escándalo, arráncalo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que tener dos ojos y ser arrojado al fuego del infierno, donde el gusano que les roe, nunca muere, y el fuego jamás se apaga. Porque la sal con que todos ellos serán salados, es el fuego; así como todas las víctimas deben, según la ley, ser de sal rociadas. La sal es buena; mas si la sal perdiere su sabor, ¿con qué la sazonaréis? Tened siempre en vosotros sal de sabiduría y prudencia, y guardad así la paz entre vosotros. Mateo 18: 7-9; Marcos 9:42-50

Hay una cierta dificultad de interpretación en este pasaje que debemos tener en mente. Como hemos visto a menudo, Mateo tiene la costumbre de reunir la enseñanza de Jesús bajo ciertos grandes epígrafes; la coloca sistemáticamente. En la primera parte de este capítulo, está agrupando la enseñanza de Jesús acerca de los niños; y debemos tener presente que los judíos usaban la palabra niño en dos sentidos. La usaban literalmente de personas de muy poca edad; pero a los discípulos de un maestro se los llamaba corrientemente sus hijos o sus niños. Por tanto, un niño también quiere decir un principiante en la fe, uno que acaba de empezar a creer, uno que no es todavía maduro ni experimentado en la fe, uno que acaba de empezar en el buen camino y que todavía puede que se aparte. En este pasaje, el niño representa muy a menudo al de poca edad, y al principiante en el camino cristiano.

Jesús dice que todo el que reciba a un niño así en Su nombre, Le recibe a Él. La frase en Mi nombre puede querer decir una de dos cosas.

(i) Puede que quiera decir por amor de Mí. El cuidado de los niños es algo que se lleva a cabo solamente por amor a Jesucristo. Enseñar a un niño, educar a un niño en el camino que debe seguir, es algo que se hace, no solamente por amor al niño, sino por amor a Jesucristo mismo.

(ii) Puede querer decir con una bendición. Puede querer decir recibir al niño y, como si dijéramos, invocar el nombre de Jesús sobre él. El que trae a Jesús y la bendición de
Jesús a un niño está haciendo algo conforme al carácter de Cristo.

Recibir al niño es también una frase que puede tener más de un sentido.

(i) Puede que quiera decir, no tanto recibir a un niño como recibir a una persona que tenga esta cualidad infantil de la humildad. En este mundo altamente competitivo es muy fácil prestar la máxima atención a una persona que es luchadora, agresiva y llena confianza en sí misma. Es fácil prestar la máxima atención a la persona que, en el sentido terrenal del término, ha tenido éxito en la vida. Bien puede ser que Jesús estuviera diciendo que la gente más importante no son los que avanzan a empellones y alcanzan la cima arrollando o echando a la cuneta a todos los demás, sino las personas tranquilas, humildes y sencillas que tienen un corazón de niño.

(ii) Puede que quiera decir sencillamente recibir a un niño, darle el cuidado y el amor y la enseñanza que necesita para llegar a ser una persona cabal. El ayudar a un niño a vivir bien y a conocer mejor a Dios es ayudar a Jesucristo.

(iii) Pero esta frase puede que tenga otro sentido muy maravilloso. Puede querer decir ver a Cristo en el niño. El enseñar a niños inquietos, desobedientes y rebeldes, puede ser una tarea agotadora.

El satisfacer las necesidades físicas de un niño, lavarle la ropa, vendarle las heridas y hacerle las comidas puede parecer a menudo una tarea nada romántica; la cocina y la pila y la cesta de la ropa no tienen nada de ideales; pero no hay nadie en todo el mundo que ayude a Jesucristo más que el maestro de los párvulos y la madre agotada y oprimida en el hogar. Los tales encontrarán una gloria en la tarea si a veces intuyen en el niño a nada menos que al mismo Jesús.

La terrible responsabilidad

Pero la clave principal de este pasaje está en el terrible peso de responsabilidad que nos deja a cada uno de nosotros.

(i) Subraya el terror de enseñarle a otro a pecar. Es cierto que nadie peca sin que se le invite; y el portador de la invitación es a menudo un semejante. Una persona siempre tiene que enfrentarse con la primera tentación al pecado; siempre tiene que recibir la primera invitación a hacer lo que no debe; siempre tiene que experimentar el primer empujón hacia el camino de las cosas prohibidas. Los judíos tenían el punto de vista de que el más imperdonable de todos los pecados es enseñar a pecar a otro; y por esta razón: porque los pecados de una persona se le pueden perdonar, porque en cierto sentido tienen consecuencias limitadas; pero si enseñamos a otro a pecar, él puede enseñar a otro a su vez, y el tren del pecado se pone en movimiento hacia una meta imprevisible.

No hay nada en este mundo más terrible que destruir la inocencia de alguien. Y, si a uno le queda algo de conciencia, no hay nada que le pueda remorder más.. Alguien cuenta lo que le sucedió a un viejo que estaba muriendo; estaba claro que algo le turbaba profundamente. Por último, consiguieron que dijera qué. «Jugando con otros chicos -dijo-, un día cambiamos la posición de un indicador de direcciones en una encrucijada de manera que señalara en sentido contrario, y no he dejado de preguntarme a cuántas personas haría que tomaran una dirección equivocada.» El pecado más grave de todos es enseñar a otro a pecar.

(ii) Subraya el terror del castigo de los que enseñan a otro a pecar. Si una persona enseña a otra a pecar, mejor le sería que le colgaran al cuello una piedra de molino y la arrojaran a lo más profundo del mar.

La piedra de molino que se menciona aquí es una mylos onikós. Los judíos molían el grano entre dos piedras circulares. Esto se hacía en las casas; y en cualquier cabaña se podía ver un molino así.

La piedra superior, que giraba encima de la inferior, estaba equipada con una manilla, y era corrientemente de un tamaño que permitía que el ama de casa la manejara, porque era ella la que molía los cereales para el uso del hogar. Pero una mylos onikós era una piedra de molino de tal tamaño que tenía que moverla un bffrro (onos es la palabra griega para asno, y mydos es la palabra griega para piedra de molino). El mismo tamaño de la piedra de molino muestra lo terrible de la condenación.

Además, en griego se dice, no tanto que sería mejor para la persona hundirse en las profundidades del mar, sino que sería mejor que le tiraran a uno al fondo en alta mar. Los judíos temían al mar. Para ellos el Cielo era un lugar en el que ya no habría mar (Apocalipsis 21:1). El que enseñaba a otro a pecar estaría mejor si le hundieran en alta mar en el lugar más solitario de todos.

Más aún: La misma imagen de sumergir producía horror a los judíos. Sumergir era a veces un castigo romano, pero nunca judío. Para un judío era el símbolo de la destrucción total. Cuando los rabinos enseñaban que había que destruir completamente los objetos paganos y gentiles decían que había que «tirarlos a la mar salada.» Josefo (Antigüedades de los judíos 14.15.10) tiene un relato terrible de un levantamiento en el que los galileos apresaron a los partidarios de Herodes y los echaron al mar de Galilea. La misma frase contendría para los judíos un cuadro de destrucción total.

Las palabras de Jesús estaban cuidadosamente escogidas para mostrar el fin que aguardaba al que enseña a otro a pecar.

(iii) Contiene una advertencia que silencia toda evasión: Este es un mundo infectado de pecado y un mundo tentador; nadie puede pasar por él sin encontrarse las seducciones del pecado. Esto es especialmente cierto cuando se sale de un hogar protegido, en el que no se ha estado expuesto a ninguna mala influencia. Jesús dice: «Eso es absolutamente cierto; este mundo está lleno de tentaciones; son inevitables en un mundo en el que ha entrado el pecado; pero eso no disminuye la responsabilidad de la persona que es la causa de que haya una piedra de tropiezo en el camino de un joven o de un principiante en la fe.»

Sabemos que este es un mundo tentador; es por tanto el deber del cristiano quitar las piedras de tropiezo, nunca ser el causante de que aparezcan en el camino. de nadie. Esto quiere decir que no es solo un pecado poner una piedra de tropiezo en el camino de otro; también es pecado llevar a otra persona a una situación o circunstancia o ambiente en el que pueda encontrar una piedra de tropiezo. Ningún cristiano puede darse por satisfecho y en letargo en una civilización en la que las condiciones de vida y de hogar en que viven los jóvenes no les dejan posibilidad de escapar a las seducciones del pecado.

(iv) Por último, subraya la suprema importancia del niño: «Sus ángeles -dice Jesús- contemplan siempre el rostro de Mi Padre Que está en el Cielo.» En tiempos de Jesús, los judíos tenían uña angelología sumamente desarrollada. Cada nación tenía su ángel; cada fuerza natural, tal como el viento y el trueno y el rayo y la lluvia, tenía su ángel. Hasta llegaban a decir, muy poéticamente, que todas las hojas de hierba tenían su ángel. Así que creían que cada niño tenía su ángel de la guarda.

Decir que esos ángeles contemplaban el rostro de Dios en el Cielo quiere decir que siempre tenían el derecho de acceso directo a Dios. Se representa el Cielo como una gran corte real en la que solo los más favorecidos cortesanos y ministros y oficiales tienen acceso directo al Rey. A los ojos de Dios, los niños son tan importantes que sus ángeles de la guarda siempre tienen derecho de acceso directo a la presencia íntima de Dios.

Para nosotros, el gran valor de un niño depende siempre de las posibilidades que encierra. Todo depende de cómo se le enseñe y prepare. Las posibilidades puede que no se hagan realidad nunca; puede que se reduzcan o supriman; que lo que se podría haber usado para el bien se desvíe a los propósitos del mal; o que se desaten de tal manera que inunde la Tierra una nueva marea de poder. Allá por el siglo XI, el duque Roberto de Burgundia era uno de los grandes guerreros y de las grandes figuras caballerescas. Estaba a punto de emprender una campaña. Tenía un hijo que era su heredero; y, antes de partir, hizo que sus barones y nobles vinieran a jurar fidelidad al pequeño infante, en caso de que a él le sucediera algo. Llegaron con sus plumas ondulantes y el estruendo de sus cabalgaduras, y se arrodillaron ante el niño. Un gran barón se sonrió, y el duque Roberto le preguntó por qué, Él le contestó: «¡El niño es tan pequeñito!» « Sí -dijo el duque Roberto-, es pequeño, pero crecerá.» ¡Y vaya si creció! Porque aquel bebé llegó a ser Guillermo el Conquistador de Inglaterra.

En todo niño hay posibilidades ilimitadas para el bien o para el mala Es la suprema responsabilidad de los padres, de los maestros, de la Iglesia Cristiana, ver que se hagan realidad sus posibilidades dinámicas para el bien. Ahogarlas, dejarlas sin explorar, tergiversarlas al servicio del mal, es pecado.

La amputación quirúrgica

-Si tu mano o tu pie te resultan una piedra de tropiezo, córtatelos y tíralos. Mejor te es entrar en la vida manco o cojo, que te echen al fuego eterno con dos manos y dos pies. Y si tu ojo se te convierte en una piedra de tropiezo, sácatelo y tíralo. Mejor cuenta te trae entrar en la vida tuerto que te tiren a la gehena de fuego con los dos ojos.

Este pasaje se puede tomar en dos sentidos. Se puede tomar personalmente; puede estar diciéndonos que vale la pena cualquier sacrificio o renuncia para escapar del castigo de Dios.

Tenemos que entender con claridad lo que implica ese castigo. Aquí se llama perdurable, y esta palabra aparece con frecuencia en las ideas judías acerca del castigo. La palabra griega es aiónios. El Libro de Enoc habla del juicio eterno, del juicio para siempre, del castigo y tormento para siempre, del fuego que arde para siempre. Josefo llama al infierno una prisión perdurable. El Libro de los Jubileos habla de una maldición eterna. El Libro de Baruc dice que « no habrá oportunidad de arrepentirse, ni un límite a los tiempos.» Hay una historia rabínica de rabí Yojanán ben Zakkai, que lloraba amargamente ante la perspectiva de la muerte. Cuando le preguntaron por qué, respondió: «Tanto más lloro ahora porque estoy a punto de que me lleven a la presencia del Rey de reyes, el Único Santo, bendito sea, Que vive y permanece para siempre y por siempre y por siempre; Cuya ira, si estuviera airado, es una ira eterna; y si me apresara, sería para toda eternidad, y si me matara, su muerte es una muerte eterna; al Que no puedo aplacar con palabras, ni sobornar con riquezas.» En todos estos pasajes se usa la palabra niónios; pero debemos tener cuidado en recordar lo que quiere decir. Quiere decir literalmente lo que pertenece a las edades; no hay más que una Persona a la Que se puede aplicar la palabra aiónios con propiedad, y es Dios. Hay mucho más en aiónios que una simple descripción de lo que no tiene fin. El castigo que es aiónios es un castigo que corresponde a Dios imponer, y un castigo que solamente Dios puede imponer. Cuando pensamos en un castigo, solo podemos decir: « ¿Es que el Juez de toda la Tierra no juzgará correctamente?»

Nuestros bocetos humanos y nuestros esquemas temporales nos fallan; esto está en las manos de Dios.

Pero hay una clave que sí tenemos. Este pasaje nos habla de la gehena del fuego. Gehena era el valle de Hinom, un valle bajo la montaña de Jerusalén. Era un lugar maldito para siempre, porque había sido el lugar en que, en los días del reino, los judíos renegados habían sacrificado a sus hijos en el fuego al dios pagano Moloc. El rey Josías lo había convertido en un lugar maldito. En días posteriores llegó a ser el vertedero de Jerusalén, una especie de incinerador general. Siempre había basuras ardiendo allí, y un velo de humo y un fuego continuo lo rodeaba.

Así pues, ¿qué era esta gehena, este valle de Hinom? Era el lugar donde se tiraba y se destruía todo lo que era inútil. Es decir: el castigo de Dios es para los que son inútiles, para los que no contribuyen nada a la vida, para los que retienen la vida en lugar dejarla avanzar, los que arrastran la vida en lugar de elevarla, para los que son un tropiezo y no una inspiración para los demás. Una y otra vez el Nuevo Testamento enseña que la inutilidad invita al desastre. La persona que es inútil, la que es una mala influencia en las demás, la que no puede justificar el simple hecho de su existencia, corre peligro de recibir el castigo de Dios, a menos que ampute de su vida las cosas que le hacen ser el tropiezo que es.

Pero es también posible que este pasaje no haya de tomarse tanto personalmente como en relación con la iglesia. Mateo ya ha usado este dicho de Jesús en un contexto diferente en Mateo 5:30. Aquí puede que haya una diferencia. Todo el pasaje es acerca de los niños, y tal vez especialmente acerca de los niños en la fe. Este pasaje puede que esté diciendo: « Si en vuestra iglesia hay alguien que es una mala influencia, si hay alguien que es un mal ejemplo para los que son jóvenes en la fe, si hay alguien cuya vida y conducta están dañando al cuerpo de la Iglesia, debe ser desarraigado y expulsado:» Eso puede que sea lo que quiere decir. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo; si ese cuerpo ha de estar sano y de irradiar salud, lo que contiene las semillas de cáncer y de infección mortífera en sí debe amputarse hasta quirúrgicamente.

Una cosa es segura: En cualquier persona y en cualquier iglesia, sea cual fuere la seducción al pecado, debe suprimirse, por muy dolorosa que sea la escisión; porque si la dejamos florecer, la seguirá un castigo más severo. En este pasaje puede muy bien que se subraye tanto la necesidad de autorrenuncia en el cristiano individual como de disciplina en la iglesia cristiana.

Recompensas y castigos

El que os dé un vaso de agua sobre la base de que pertenecéis a Cristo, os aseguro que no se quedará sin su recompensa. Y el que le ponga un tropiezo en el camino a uno de estos pequeñitos que creen en Mí, mejor le fuera que le colgaran al cuello una gran piedra de molino y le arrojaran al mar.

La enseñanza de este pasaje es sencilla e indiscutible y saludable.

(i) Declara que cualquier amabilidad que se tenga, cualquier ayuda que se otorgue a los que son de Cristo no quedará sin su recompensa. La razón de ayudar es que la persona necesitada pertenece a Jesús. Cualquier persona en necesidad tiene un derecho a nuestra atención, porque Le es querida a Cristo. Si Jesús estuviera todavía aquí corporalmente, ayudaría a esa persona de la manera más práctica, y ahora nos ha transferido a nosotros el deber de ayudarla. Nótese lo simple que es la ayuda. Lo que se da es un vaso de agua fresca. No se nos pide que hagamos grandes cosas por los demás, cosas que estén más allá de nuestras posibilidades. Se nos dice que demos las cosas sencillas que puede dar cualquiera.

Una misionera cuenta una historia preciosa. Le había contado a una clase de alumnos de primaria en África esto del vaso de agua fría en nombre de Jesús. Estaba la misionera sentada en su terraza, y vio que llegaba a la aldea una compañía de cargueros nativos con unos bultos muy pesados. Estaban cansados y sedientos, y se sentaron a descansar un poco. Eran de otra tribu, y si le hubieran pedido a los nativos corrientes no cristianos que les dieran agua les habrían contestado que se fueran a buscarla por sí mismos, porque existe una barrera entre las tribus. Pero mientras los hombres estaban sentados allí, cansados, la misionera vio salir de la escuela una fila de chiquillas africanas diminutas, llevando en sus cabecitas cántaros de agua. Tímida y vergonzosamente se fueron acercando a los cansados cargueros, se arrodillaron y les ofrecieron sus cantarillos de agua. Sin poder casi reponerse de la sorpresa, los cargueros tomaron los cántaros, y bebieron, y se los devolvieron, y las chiquillas echaron a correr hacia la misionera. «¡Les hemos dado a los hombres sedientos agua fresca -dijeronen nombre de Jesús!»

Habían tomado y cumplido la historia y la obligación literalmente. ¡Ojalá lo hiciéramos más! Es un gesto de simple amabilidad lo que se necesita. Como dijo Mahoma hace mucho: « El dirigir a un viandante perdido al buen camino, el dar al sediento un trago de agua, el sonreír al hermano -eso también es caridad.»

(ii) Pero lo opuesto también es cierto. Ayudar es ganar una recompensa eterna. El ser la causa de que tropiece un hermano débil es ganarse un castigo eterno. El pasaje es serio a propósito. La piedra de molino que se menciona es una piedra muy grande. Había dos clases de molinos en Palestina. Estaba el molino de mano, que usaban las mujeres en la casa; y estaba el molino cuya piedra era tan grande que requería un asno para hacerla dar vueltas.

La piedra de molino que se menciona aquí es literalmente una piedra de molino de asno. El que le tiraran a uno al mar con una piedra así al cuello era no tener la más mínima esperanza de salir con vida. Este era de hecho un castigo y una forma de ejecución tanto en Roma como en Palestina. Josefo nos cuenta que, cuando algunos galileos tuvieron éxito en una revuelta « apresaron a los que eran del partido de Herodes, y los ahogaron en el mar.» El historiador romano Suetonio nos cuenta que Augusto, « porque el tutor y los que estaban al servicio de su hijo Gayo se aprovecharon de la enfermedad de su amo para cometer actos de arrogancia y codicia en la provincia, los mandó tirar al río con grandes pesos alrededor del cuello.»

Pecar es terrible; pero inducir a otro a pecar es infinitamente peor. O’Henry tiene una historia en la que nos cuenta que una chiquilla había perdido a su madre, y su padre solía llegar a casa del trabajo, y sentarse, y quitarse la chaqueta, y abrir el periódico, y encender la pipa, y poner los pies en la repisa de la chimenea. La chiquilla entraba, y le,pedía que jugara con ella un poquito, porque estaba solita. El le decía que estaba cansado, que le dejara en paz, que se fuera a jugar a la calle. Ella se iba a jugar a la calle, y así se acostumbró a estar en la calle. Pasaron los años, y murió. Su alma llegó al Cielo. Pedro la vio, y Le dijo a Jesús: «Maestro, aquí hay una chica que ha sido mala. Supongo que la mandaremos derechita al infierno.» « No -dijo Jesús tiernamente-, que entre, déjala entrar. -Y entonces se Le puso la mirada seria-: Pero buscad a un hombre que se negaba a jugar con su chiquilla y la mandaba a la calle, y mandadle a él al infierno.» Dios no es duro con el pecador, pero sí es severo con la persona que hace más fácil para otros el pecar, y cuya conducta, ya sea aposta o sin querer, pone un tropiezo en el camino de un hermano más débil.

La meta que vale cualquier pena

-Si tu propia mano te supone un tropiezo, córtatela; más cuenta te tiene entrar en la vida manco, que irte con las dos manos al infierno, al fuego que nunca se puede apagar. Y si tu pie te es un tropiezo, córtatelo; porque te trae más cuenta entrar cojo en la vida, que que te arrojen ala gehena con los dos pies. Y si tu ojo te resulta un tropiezo, sácatelo de ti; porque te trae más cuenta entrar en el Reino de Dios con un solo ojo que ser arrojado con los dos ojos a la gehena, donde sus gusanos no mueren, ni su fuego se apaga nunca.

Este pasaje establece gráficamente a la manera característica del Oriente la verdad fundamental de que hay una meta en la vida por la que hay que sacrificar cualquier cosa. En las cuestiones naturales puede que una persona tenga que sacrificar un miembro o una parte del cuerpo para conservar la vida. La amputación de un miembro o la escisión quirúrgica de alguna parte del cuerpo es a veces la única manera de conservar la vida. En la vida espiritual puede suceder la misma clase de cosa.

Los rabinos judíos tenían dichos basados en la manera en que las distintas partes del cuerpo se pueden prestar al pecado. «Los ojos y el corazón son los dos agentes del pecado.» «El ojo y el corazón son las dos criadas del pecado.» «Las pasiones moran solamente en aquel que ve.» « ¡Ay de aquel que va donde le llevan sus ojos, porque los ojos son adúlteros!» Hay ciertos instintos humanos y ciertas partes de la constitución física de la persona que sirven al pecado. Este dicho de-Jesús no ha de tomarse literalmente, pero es una manera gráfica oriental de decir que hay una meta en la vida a la que vale la pena sacrificarlo todo.

En este pasaje se hacen repetidas referencias a la guéenna. En el Nuevo Testamento se habla de la guéenna en Mateo 5:22, 29, 30; 10:28; 18:9; 23:15, 33; Lucas 12:5; Santiago 3: 6. Esta palabra se traduce generalmente por infierno. Es una palabra con historia. Deriva del hebreo de Antiguo Testamento, donde aparece como gué-hinnom, que quiere decir el valle de Hinnom, que era un torrente en las afueras de Jerusalén. Había tenido un pasado deplorable.

Fue el valle en el que Acaz, en la antigüedad, había instituido el culto del fuego y los sacrificios de niños en el fuego. «Quemó también incienso en el valle de los hijos de Hinom, e hizo pasar a sus hijos por fuego conforme a las abominaciones de las naciones que el SENOR había arrojado de delante de los israelitas» (2 Crónicas 28:3). Manasés siguió este terrible culto pagano (2 Crónicas 33:6). El valle de Hinnom, por tanto, fue la escena de una de las más terribles recaídas de Israel en las costumbres paganas. En sus reformas, Josías lo declaró lugar inmundo. «Asimismo profanó el Tofet, que está en el valle de los hijos de Hinom, para que ninguno pasara a su hijo o a su hija por fuego como una ofrenda a Moloc» (2 Reyes 23:10).

Cuando el valle se declaró inmundo y se profanó, se dedicó a basurero e incinerador de basuras de Jerusalén. En consecuencia, se convirtió en un lugar inmundo y asqueroso, en el que unos gusanos repulsivos se criaban en la basura, y que estaba siempre ardiendo y echando humo como un gran incinerador. La frase concreta acerca del gusano que nunca muere y del fuego que nunca se apaga viene de una descripción del destino de los enemigos de Israel en Isaías 66:24.

A causa de todo esto, la guéenna (en español gehena, D.R.A.E.) se había convertido en una especie de figura o símbolo del infierno, el lugar donde las almas de los malvados serían torturadas y destruidas. Así se usa en el Talmud: «El pecador que se resiste a las palabras de la Ley acabará por heredar la Guéenna.» Así que guéenna representa el lugar del castigo, y la palabra sugeriría a las mentes de todos los israelitas las ideas más tenebrosas y terribles.

Pero, ¿cuál era la meta por la que valía la pena sacrificarlo todo? Se describe de dos maneras. Dos veces se la llama la vida, y una vez el Reino de Dios. ¿Cómo podemos definir el Reino de Dios? Podemos encontrar nuestra definición en la Oración Dominical. En esa oración encontramos dos peticiones en paralelo. «Venga Tu Reino. Hágase Tu voluntad en la Tierra como en el Cielo.» El recurso literario más característico del estilo hebreo es el paralelismo. En él se colocan dos frases juntas, la segunda de las cuales, o repite lo de la otra o lo amplía, explica y desarrolla. Cualquier versículo de los salmos puede servirnos de ejemplo. Así pues, podemos considerar que en la Oración Dominical una petición es la explicación y ampliación de la otra.

Cuando las colocamos juntas obtenemos la definición de que « el Reino del Cielo es una sociedad en la Tierra en la que la voluntad de Dios se hace tan perfectamente como en el Cielo.» De ahí podemos pasar a decir sencillamente que el hacer perfectamente la voluntad de Dios es ser ciudadanos del Reino del Cielo. Y si lo tomamos así y lo aplicamos al pasaje que estamos estudiando ahora, querrá decir que vale la pena cualquier sacrificio y cualquier disciplina y cualquier autonegación el hacer la voluntad de Dios. Y solamente haciendo esa voluntad se posee la vida verdadera y una paz definitiva y que satisface plenamente.

Orígenes tomaba esto simbólicamente. Decía que puede que sea necesario cortar algún hereje o alguna mala persona de la comunión de la Iglesia a fin de mantener la pureza del Cuerpo de Cristo. Pero este dicho ha de aplicarse personalmente. Quiere decir que puede que sea necesario cortar algún hábito, abandonar algún placer, renunciar a alguna amistad, cortar y excluir alguna cosa que nos ha llegado a ser muy querida, a fin de ser totalmente obedientes a la voluntad de Dios. Esta no es una cuestión que ninguno puede tratar de aplicarle a otro. Es solamente un asunto de la competencia individual de cada persona; y quiere decir que si hay algo en nuestra vida que está interponiéndose entre nosotros y la perfecta obediencia a la voluntad de Dios, aunque haya llegado a ser parte de nuestra vida por hábito o costumbre, debe ser desarraigada. El desarraigo puede que sea tan doloroso como una operación quirúrgica, puede parecerse a cortar una parte de nuestro propio cuerpo, pero si hemos de conocer la vida real, la verdadera felicidad y la verdadera paz, hay que renunciar a aquello. Esto puede que suene serio y sombrío, pero en realidad consiste simplemente en enfrentarnos con los hechos de la vida.

La sal de la vida cristiana

-Cada uno ha de ser salado con fuego. -La sal es buena; pero, si pierde su sabor, ¿cómo se le devolverá? -Tened la sal necesaria en vuestra vida para vivir en paz unos con otros.

Estos tres versículos se encuentran entre los más difíciles del Nuevo Testamento. Los comentaristas aportan docenas de interpretaciones diferentes. La interpretación resultará más fácil si recordamos algo que ya hemos tenido oportunidad de advertir. Jesús dejaba caer a menudo dichos agudos que se grababan en la memoria de los oyentes de una manera indeleble.

Pero a menudo, aunque se recordaban los dichos, no se recordaba la ocasión en que se dijeron. El resultado es que tenemos a menudo una serie de dichos aislados de Jesús que se han puesto juntos porque así quedaron en la memoria del autor.

Aquí tenemos un ejemplo de eso. No descubriremos el sentido de estos dos versículos a menos que reconozcamos que aquí tenemos tres dichos de Jesús totalmente independientes, que no tienen ninguna relación entre sí. El compilador los agrupó en este orden porque todos contienen la palabra sal. Son una pequeña colección de dichos de Jesús en los que se menciona la sal de diversas maneras como metáfora o ejemplo. Es decir, que no debemos tratar de encontrar ninguna relación remota entre estos dichos; debemos tomarlos independientemente, e interpretar cada uno por sí.

(i) Cada uno debe ser salado con fuego. Según el Antiguo Testamento, había que echar sal a todos los sacrificios antes de ofrecerlos a Dios en el altar (Levítico 2:13). La sal de los sacrificios se llamaba la sal del pacto (Números 18:19; 2 Crónicas 13: S). Era la adición de aquella sal lo que hacía el sacrificio aceptable a Dios, y la ley del pacto la establecía como necesaria. Este dicho de Jesús querrá decir entonces: « Antes de que una vida cristiana llegue a ser aceptable a Dios debe ser tratada con fuego de la misma manera que se sazona cualquier sacrificio con sal.» El fuego es la sal que hace la vida aceptable a Dios.

¿Qué quiere decir esto? En el lenguaje corriente del Nuevo Testamento el fuego se relaciona con dos cosas.

(a) Se relaciona con la purificación. Es el fuego lo que purifica los metales bajos de ley; se les separan las aleaciones, y se deja el metal puro. Así que el fuego querrá decir cualquier cosa que purifica la vida: la disciplina, por la que una persona conquista su pecado; las experiencias de la vida, que purifican y fortalecen los nervios del alma. En este caso, esto querrá decir: «La vida que es aceptable a Dios es la que ha sido limpiada y purificada mediante la disciplina de la obediencia y de la aceptación de la dirección de Dios.»

(b) El fuego se relaciona con la destrucción. En este caso, este dicho tendría que ver con la persecución. Querrá decir que la vida que ha sufrido las pruebas y los peligros de la persecución es la que es aceptable a Dios. El que se ha enfrentado voluntariamente con el peligro de la destrucción de sus bienes y aun de su propia vida a causa de su lealtad a Jesucristo es el que Dios quiere.

Podríamos tomar este primer dicho de Jesús en el sentido de que la vida que se purifica mediante la disciplina, y que se ha enfrentado con el peligro de la persecución a causa de su lealtad es el sacrificio que es precioso para Dios.

(ii) La sal es buena; pero, si pierde su sabor, ¿cómo se le devolverá? Este es un dicho todavía más difícil de interpretar. No diríamos que no haya otras interpretaciones posibles, pero la que proponemos es la siguiente. La sal tiene dos virtudes características. La primera es que presta sabor a las cosas. Un huevo sin sal es una cosa insípida. Cualquiera sabe lo desagradables que son muchos platos cuando no se les ha echado la sal necesaria. Segundo, la sal fue el primero de todos los conservantes. Para evitar que una cosa se eche a perder, se le pone sal. Los griegos solían decir que la sal actuaba como una nueva alma en un cuerpo muerto. La carne muerta se echa a perder; pero sazonada con sal conserva su frescura. La sal parece que le infunde una especie de vida. La sal defiende de la corrupción.

Ahora bien, el cristiano es enviado a una sociedad pagana para hacer algo por ella. La sociedad pagana tenía dos características.

La primera, estaba aburrida y hastiada. Los mismos lujos y excesos del mundo antiguo eran una prueba de que en su agotamiento aburrido estaba buscando alguna emoción auténtica en una vida de la que habían desaparecido todas las emociones. A ese mundo aburrido y agotado vino el Cristianismo, y la tarea del cristiano era impartir un nuevo sabor y un nuevo encanto a la sociedad, como hace la sal cuando se usa con los alimentos.

Segundo, ese mundo antiguo estaba corrompido. Nadie lo sabía mejor que los mismos antiguos. Juvenal comparaba a Roma con una atarjea asquerosa. La pureza había desaparecido, y la castidad era desconocida. A aquel mundo corrompido llegó el Cristianismo, y la tarea del cristiano era aportar un antiséptico al veneno de la vida, una influencia limpiadora a toda esa corrupción. Exactamente lo mismo que la sal derrota la corrupción que ataca inevitablemente la carne muerta, así había de atacar el Cristianismo la corrupción del mundo.

Así que en este dicho Jesús le está presentando un desafío al cristiano. «El mundo -le decía- necesita el sabor y la pureza que solamente el cristiano puede aportar. Y si el mismo cristiano ha perdido el encanto y la pureza de la vida cristiana, ¿de dónde podrá sacar el mundo estas cosas?» A menos que el cristiano, por el poder de Cristo, derrote la fatiga y la corrupción del mundo, estas florecerán sin reservas.

(iii) Haya sal en vuestra vida para vivir en paz unos con otros. Aquí debemos tomar la sal en el sentido de pureza. Los antiguos declaraban que no había nada en el mundo más puro que la sal, porque esta procedía de las dos cosas más puras: el sol y el mar. La misma blancura resplandeciente de la sal era una señal de pureza. Así es que esto querría decir: «Haya en vuestra vida la influencia purificadora del Espíritu de Cristo; sed purificados del egoísmo y de la codicia, de la amargura y de la ira y del rencor; sed limpiados de la irritabilidad y del mal genio y del egocentrismo, y entonces, y solamente entonces, podréis vivir en paz con vuestros semejantes.» En otras palabras, Jesús está diciendo que es solamente la persona que ha sido limpiada del egoísmo y está llena de Cristo la que puede vivir en verdadera comunión con los demás.

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