Al día siguiente, Juan vio a Jesús, que se acercaba a él, y dijo: «¡Miren, ese es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo! A él me refería yo cuando dije: ‹Después de mí viene uno que es más importante que yo, porque existía antes que yo.› Yo mismo no sabía quién era; pero he venido bautizando con agua precisamente para que el pueblo de Israel lo conozca.»Juan también declaró: «He visto al Espíritu Santo bajar del cielo como una paloma, y reposar sobre él. Yo todavía no sabía quién era; pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: ‹Aquel sobre quien veas que el Espíritu baja y reposa, es el que bautiza con Espíritu Santo.› Yo ya lo he visto, y soy testigo de que es el Hijo de Dios.» Juan 1:29-34
Con esto llegamos al segundo día de aquella semana clave de la vida de Jesús. Ya entonces habrían tenido lugar el bautismo y las tentaciones de Jesús, Que estaría a punto de iniciar la labor para la que había venido al mundo. De nuevo nos introduce el Cuarto Evangelio a Juan presentando espontáneamente a Jesús al pueblo con el máximo respeto. Le da ese título sublime que se ha entretejido indeleblemente en- el lenguaje de la devoción: El Cordero de Dios. ¿Qué tenía Juan en mente cuando pronunció ese título? Hay por lo menos cuatro figuras que han contribuido por lo menos en parte.
(i) Es probable que Juan estuviera pensando en el cordero pascual. La fiesta de la Pascua estaba bastante próxima: Como y a se acercaba la fiesta de la Pascua de los judíos, Jesús fue a Jerusalén (Juan 2:13). La antigua historia de la Pascua decía que fue la sangre de un cordero inmolado la que protegió las casas de los israelitas la noche que salieron huyendo de Egipto: ya vestidos y calzados, y con el bastón en la mano, coman de prisa el animal, porque es la Pascua del Señor. Esa noche yo pasaré por todo Egipto, y heriré de muerte al hijo mayor de cada familia egipcia y a las primeras crías de sus animales, y dictaré sentencia contra todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor, lo he dicho. La sangre les servirá para que ustedes señalen las casas donde se encuentren. Y así, cuando yo hiera de muerte a los egipcios, ninguno de ustedes morirá, pues veré la sangre y pasaré de largo. (Éxodo 12: 11-13). Aquella noche, cuando el ángel de la muerte iba a pasar matando a los hijos mayores de los egipcios, los israelitas tuvieron que untar los lados de sus puertas con la sangre de un cordero inmolado para que, cuando la viera el ángel, pasara de largo. La sangre del cordero pascual los libró de la destrucción. Se ha sugerido que, cuando Juan el Bautista estaba viendo acercársele a Jesús, pasaban por allí camino a Jerusalén de las zonas rurales rebaños de corderos que iban a ser sacrificados en la fiesta de la Pascua. La sangre del cordero pascual libró de la muerte a los primogénitos israelitas en Egipto, y puede que Juan estuviera pensando: «Ahí tenéis al único Sacrificio que os puede librar de la muerte eterna.» Pablo igualmente se refirió a Jesús como el Cordero Pascual: Así que echen fuera esa vieja levadura que los corrompe, para que sean como el pan hecho de masa nueva. Ustedes son, en realidad, como el pan sin levadura que se come en los días de la Pascua. Porque Cristo, que es el Cordero de nuestra Pascua, fue muerto en sacrificio por nosotros. (1 Corintios 5: 7). Hay una liberación que sólo Jesucristo puede ganar para nosotros.
(ii) Juan era hijo de sacerdote, y conocería todo el ritual del templo y de los sacrificios. Todas las mañanas y todas las tardes se sacrificaba en el templo un cordero por los pecados del pueblo: Eso será para Aarón y sus hijos. Es una ley permanente para los israelitas: esta ofrenda será una contribución hecha por los israelitas como sacrificio de reconciliación al Señor. “La ropa sagrada de Aarón la heredarán sus descendientes cuando sean consagrados y reciban plena autoridad como sacerdotes. y el sacerdote descendiente de Aarón que ocupe su lugar y que entre en la tienda del encuentro para oficiar en el santuario, deberá llevar puesta esa ropa durante siete días. “Toma después el carnero de la consagración, y cuece su carne en un lugar sagrado. Aarón y sus descendientes comerán la carne del carnero y el pan del canastillo, a la entrada de la tienda del encuentro. (Éxodo 29:38-42). Mientras el templo estuvo en pie se hicieron estos sacrificios. Aun cuando la gente se moría de hambre en la guerra y el asedio, nunca se omitieron esos sacrificios hasta que el templo fue destruido totalmente el año 70 d.C. Puede que Juan quisiera decir: « En el templo se ofrece un cordero todas las tardes y las mañanas por los pecados del pueblo; pero en este Jesús está el único Sacrificio que puede librar al mundo del pecado.»
(iii) Hay dos grandes figuras del cordero en los profetas. Jeremías escribió: «Yo era como un cordero inocente que se lleva a degollar» (Jeremías 11:19). E Isaías nos presenta la gran escena profética de Uno «que fue llevado al matadero como un cordero» (Isaías 53:7). Ambos grandes profetas contemplaron proféticamente al Que, con Sus sufrimientos y Sacrificio soportados humilde y amorosamente, redimiría a Su pueblo. Tal vez Juan estaba pensando: «Nuestros profetas hablaron de Uno que había de amar y sufrir y morir por el pueblo; Ése es el Que ha venido.» Es indiscutiblemente cierto que, en tiempos posteriores, la profecía de Isaías 53 llegó a ser para la Iglesia uno de los más preciosos anuncios de Jesús en todo el Antiguo Testamento. Es probable que Juan fuera el primero que hiciera la identificación.
(iv) Hay una cuarta escena que debía de ser muy familiar a los judíos, aunque a nosotros nos resulta muy extraña. Entre el Antiguo y el Nuevo Testamento transcurrieron los días de las luchas heroicas de los Macabeos. En aquellos días el cordero, y más especialmente el carnero con cuernos, era el símbolo de un gran conquistador. Así se describe simbólicamente a Judas Macabeo, como sucedió con Samuel, David y Salomón. El cordero, aunque nos parezca extraño, representaba al campeón conquistador de Dios. Esta no era una imagen de debilidad e inocencia gentil, sino más bien de majestad y poder conquistador.
Jesús era el Campeón de Dios que luchó con el pecado y lo venció en combate singular.
Hay tesoros maravillosos en esta frase El Cordero de Dios. Vuelve a aparecer casi obsesivamente en el Apocalipsis, veintinueve veces. Se ha convertido en uno de los títulos más preciosos de Cristo. En una palabra resume el amor, el sacrificio, el sufrimiento y el triunfo de Cristo.
Juan dice que no conocía a Jesús. Eran parientes: También tu parienta Isabel va a tener un hijo, a pesar de que es anciana; la que decían que no podía tener hijos, está encinta desde hace seis meses. (Lucas 1:36), y es probable que se trataran en un tiempo. Lo que quiere decir Juan no es que no supiera quién era Jesús, sino que no sabía qué era Jesús. Se le había revelado de pronto que Jesús era en realidad el Hijo de Dios.
De nuevo Juan deja bien claro cuál era su única misión: señalar a Cristo. Juan no era nada, y Cristo lo era todo. Juan no pretendía ninguna grandeza ni ningún reconocimiento para él; era sólo el hombre que, como si dijéramos, descornó el telón y dejó a Jesús ocupar en solitario el centro de la escena.
La venida del Espíritu
Algo había sucedido en el bautismo de Jesús que le había convencido a Juan sin dejarle la menor duda de que Jesús era el Hijo de Dios. Como lo comprendieron los padres de la Iglesia hace muchos siglos, fue algo que sólo podía verse con los ojos del alma y de la mente. Pero Juan lo vio, y estaba convencido.
En Palestina, la paloma era un ave sagrada. No se cazaba ni comía. Filón se sorprendió del número de palomas que había en Ascalón, porque no se permitía cogerlas ni matarlas, y eran domésticas. En Génesis 1:2 leemos que el espíritu de Dios se movía sobre el agua. Los rabinos solían explicarlo diciendo que el Espíritu se movía y revoloteaba como una paloma sobre el antiguo caos, alentando en él orden y belleza. La figura de la paloma era una de las que los judíos usaban y amaban más.
Fue en Su bautismo cuando el Espíritu descendió sobre Jesús con poder. Debemos recordar que todavía no se había revelado la doctrina cristiana del Espíritu Santo. Tendremos que esperar hasta los últimos capítulos del evangelio de Juan y hasta Pentecostés para verla surgir. Cuando Juan el Bautista habla del Espíritu Santo lo hace desde la perspectiva del Antiguo Testamento.
¿Qué idea tenían entonces los judíos del Espíritu? La palabra hebrea para Espíritu es riiaj, que quiere decir también viento. Los judíos asociaban siempre la idea del Espíritu con tres ideas básicas: el Espíritu era poder, como el poder de la tempestad; el Espíritu era vida, la misma dinámica de la existencia humana; el Espíritu era Dios; el poder y la vida del Espíritu estaban más allá de los logros y las capacidades humanas; la venida del Espíritu a la vida de una persona era la venida de Dios. Sobre todo, era el Espíritu el que controlaba e inspiraba a los profetas. «Yo estoy lleno de poder, del Espíritu del Señor, y de justicia y fuerza para denunciar á Jacob su rebelión y a Israel su pecado» (Miqueas 3:8). Dios le dijo a Isaías: «El Espíritu mío que está sobre ti, y Mis palabras que puse en tu boca…» (Isaías 59:21). «El Espíritu del Señor Dios está sobre mí, porque el Señor me ha ungido; me ha enviado a predicar buenas nuevas…» (Isaías 61:1). «Un nuevo corazón os daré, y un espíritu nuevo pondré en vuestro interior… pondré Mi Espíritu dentro de vosotros» (Ezequiel 36:26-27). Podríamos decir que el Espíritu de Dios hacía tres cosas por la persona a la que viniera: Primera, traía a las personas la verdad de Dios; segunda, les daba la capacidad de reconocer esa verdad cuando la veían; tercera, les daba la habilidad y el valor de proclamar aquella verdad. Para los judíos, el Espíritu de Dios venía a la vida de las personas.
En Su bautismo, el Espíritu de Dios vino sobre Jesús de una manera diferente de la que había venido sobre otras personas.
Muchos profetas tenían lo que podríamos llamar experiencias aisladas del Espíritu. Algunos tenían momentos deslumbrantes, de poder extraordinario, de valor sobrehumano; pero esos momentos aparecían y desaparecían. Dos veces Juan anota específicamente que el Espíritu permaneció sobre Jesús. Juan también declaró: “He visto al Espíritu Santo bajar del cielo como una paloma, y reposar sobre él. 33 Yo todavía no sabía quién era; pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que el Espíritu baja y reposa, es el que bautiza con Espíritu Santo. (Juan 1: 32 y 33) No se trataba de una inspiración momentánea, sino que el Espíritu residió en Jesús con carácter permanente. Esa es también otra forma de decir que la Mente y el poder de Dios estaban en Jesús de manera exclusiva y única.
Aquí podemos aprender mucho de lo que quiere decir la palabra bautismo. El verbo griego baptizein quiere decir hundir o sumergir. Se puede decir de la ropa que se mete en tinte; o de un barco que se hunde bajo las olas; o de un borracho que está empapado de bebida. Cuando Juan dice que Jesús bautizará con el Espíritu Santo quiere decir que Jesús puede traer el Espíritu de Dios a nuestra vida de tal manera que todo nuestro ser quede inundado por el Espíritu.
Ahora bien, ¿qué quería decir este bautismo para Juan el Bautista? Su propio bautismo quería decir dos cosas:
(i) Quería decir limpieza. Quería decir que una persona era lavada de las impurezas que se le hubieran adherido.
(ii) Quería decir dedicación. Quería decir que entraba en una vida nueva, diferente y mejor.
Pero el bautismo de Jesús era el bautismo del Espíritu. Si recordamos la concepción judía del Espíritu podemos decir que cuando el Espíritu toma posesión de una persona suceden ciertas cosas.
(i) Su vida se ilumina. Viene a ella el conocimiento de Dios y de Su voluntad. Sabe cuál es el propósito de Dios, lo que quiere decir la vida y cuál es su deber. Algo de la sabiduría y de la luz de Dios ha venido a su vida.
(ii) Su vida se fortalece. El conocimiento sin poder es algo desazonador y frustrante. Pero el Espíritu nos da, no sólo el conocimiento de lo que es la voluntad de Dios, sino también la fuerza y el poder para obedecerla. El Espíritu nos da una triunfante idoneidad para enfrentarnos con la vida.
(iii) Su vida se purifica. El bautismo de Jesús con el Espíritu había de ser un bautismo de fuego …pero el que viene después de mí los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. (Mateo 3:11) …pero viene uno que los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. (Lucas 3:16).
La escoria de cosas malas, la aleación de cosas inferiores, la mezcla de impurezas se purifican en el crisol del bautismo del Espíritu Santo dejando a la persona limpia y pura.
A menudo nuestras oraciones sobre el Espíritu son una especie de formalidades litúrgicas y teológicas; pero cuando sabemos lo que estamos pidiendo esas oraciones se convierten en un clamor desesperado del corazón.