«También han oído que se dijo: ‹Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. ‹Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, y oren por quienes los persiguen. Así ustedes serán hijos de su Padre que está en el cielo; pues él hace que su sol salga sobre malos y buenos, y manda la lluvia sobre justos e injustos. Porque si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué premio recibirán? Hasta los que cobran impuestos para Roma se portan así, y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? Hasta los paganos se portan así. Sean ustedes perfectos, como su Padre que está en el cielo es perfecto. Mateo 5:43-48
El investigador judío C. G. Montefiore llama a ésta «la sección central y más famosa» del Sermón del Monte. Es indudablemente cierto que no hay ningún otro pasaje en el Nuevo Testamento que contenga una expresión tan concentrada de la ética cristiana de las relaciones personales. Para cualquier persona normal, este pasaje describe el Cristianismo esencial en acción, y hasta la persona que no pisa jamás el umbral de la iglesia sabe que Jesús dijo estas cosas, y muy a menudo condena a los cristianos profesantes por quedarse muy cortos en el cumplimiento de sus demandas.
Cuando estudiamos este pasaje, debemos en primer lugar tratar de descubrir lo que Jesús estaba realmente diciendo, y lo que demandaba de Sus seguidores. Si vamos a tratar de vivirlo de veras, obviamente debemos antes de nada estar completamente seguros de lo que se nos pide. ¿Qué quiere decir Jesús con amar a nuestros enemigos?
El griego es una lengua rica en sinónimos; sus palabras tienen a menudo matices que no posee el español. En griego hay cuatro palabras diferentes para amor.
(i) Está el nombre storgué, con el verbo correspondiente storguein. Estas palabras son las más características de la familia amor.
Son las que describen el amor de los padres a los hijos, y de los hijos a los padres. « Un hijo -decía Platón ama (storguein) y es amado por los que le trajeron al mundo.» «Dulce es un padre a sus hijos -decía Filemón- si les tiene amor (storgue).» Estas palabras describen el afecto familiar.
(ii) Está el nombre erós, con el verbo correspondiente eran. Estas palabras describen el amor entre un hombre y una mujer; siempre conlleva pasión y es siempre amor sexual.
Sófocles describía erós como «un anhelo terrible.» En estas palabras no hay nada esencialmente malo; simplemente describen la pasión del amor humano; pero, con el paso del tiempo empezaron a ensuciarse con la idea de la concupiscencia, y no aparecen nunca en el Nuevo Testamento.
(iii) Está filía, con el verbo correspondiente filein. Éstas son las palabras griegas más cálidas y mejores para el amor.
Describen el amor verdadero, el verdadero afecto. Hoi filuntes, el participio de presente, es la palabra que describe a los amigos más auténticos e íntimos de una persona. Es la palabra que se usa en el famoso dicho de Menandro: «El que los dioses aman, muere joven.» Filein puede querer decir acariciar o besar. Es la palabra que indica la clase más sublime de amor, el afecto cálido y tierno.
(iv) Está agapé, con el verbo correspondiente agapan. Estas palabras indican una benevolencia inconquistable, una buena voluntad invencible.
Agapé es la palabra que se usa aquí en este pasaje. Si miramos a una persona con agapé, esto quiere decir que no importa lo que esa persona nos haga, o cómo nos trate; no importa que nos insulte o injurie u ofenda: No dejaremos que nos invada el corazón ninguna amargura contra ella, sino la seguiremos mirando con esa benevolencia inconquistable y esa buena voluntad que no procurará sino su bien supremo. De aquí surgen algunas cosas.
(i) Jesús no nos ha pedido nunca que amemos a nuestros enemigos de la misma manera que amamos a nuestros íntimos y próximos.
La misma palabra es ya diferente; amar a nuestros enemigos de la misma manera que amamos a nuestra familia no sería posible ni justo. Ésta es una clase de amor diferente.
(ii) ¿Dónde está la diferencia?
En el caso de nuestros familiares, no podemos evitar amarlos. Hablamos de enamorarnos; es algo que nos sucede sin buscarlo; es algo que nace de las emociones del corazón. Pero en el caso de nuestros enemigos, el amor no es algo solamente del corazón; es también algo de la voluntad. No es algo que no podemos evitar; es algo que tenemos que estimularnos a hacer. Es, de hecho, una victoria sobre lo que le sucede instintivamente al hombre natural.
Agapé no quiere decir un sentimiento del corazón, que no podemos evitar, y que nos sucede sin quererlo ni buscarlo; quiere decir una decisión de la mente mediante la cual conseguimos esta inconquistable buena voluntad aun para los que nos hacen daño u ofenden. Agapé, ha dicho alguien, es el poder para amar a los que no nos gustan y a los que no gustamos. De hecho, sólo podemos tener agapé cuando Jesucristo nos permite conquistar nuestra tendencia natural a la ira y al resentimiento, y lograr esta buena voluntad invencible para con todo el mundo.
(iii) Es totalmente obvio que lo que no quiere decir agapé, el amor cristiano, es que dejemos a la gente hacer absolutamente lo que les dé la gana, sin nuestra más mínima intervención.
Nadie diría que un padre ama de veras a su hijo si le deja hacer y vivir como le dé la gana. Si miramos a una persona con una invencible buena voluntad, a menudo esto querrá decir que tenemos que castigarla, reprimirla, disciplinarla y protegerla contra sí misma. Pero también querrá decir que no la castigaremos para satisfacer nuestro deseo de venganza, sino para que se realice como persona. Querrá decir que toda disciplina y todo castigo cristiano debe proponerse, no la venganza, sino la cura. El castigo no debe ser nunca meramente retributivo; tiene que ser curativo.
(iv) Hay que notar que Jesús estableció este amor como la base para las relaciones personales.
La gente usa este pasaje como una base para el pacifismo y como un texto en relación con las relaciones internacionales. Por supuesto que lo incluye todo, pero lo primero y principal es que se refiere a nuestras relaciones personales con nuestra familia y con nuestros vecinos y con las personas que encontramos en nuestra vida diaria. Es mucho más fácil ir por ahí declarando que no debería haber tal cosa como guerra entre las naciones, que vivir una vida en la que nunca permitamos que las desavenencias invadan nuestras relaciones con los que tratamos a diario. En primer lugar y principalmente, este mandamiento de Jesús se refiere a nuestras relaciones personales.
Es un mandamiento del que tenemos que decir en primer lugar y principalmente: «Esto va por mí.»
(v) Debemos notar que este mandamiento es sólo posible para un cristiano.
Sólo la gracia de Jesucristo puede capacitar a una persona para tener esta inconquistable benevolencia y esta buena voluntad invencible en sus relaciones personales con otros. Sólo cuando Cristo vive en nuestros corazones llega a morir la amargura y brota este amor a la vida. Se dice a menudo que este mundo sería perfecto con que sólo la gente viviera según los principios del Sermón del Monte; pero el hecho escueto es que nadie puede ni empezar a vivir según estos principios sin la ayuda de Jesucristo.
Necesitamos a Cristo para que nos capacite para obedecer el mandamiento de Cristo.
(vi) Finalmente -y esto puede que sea lo más importante de todo- debemos notar que este mandamiento no solamente no implica dejar que la gente haga lo que quiera con nosotros; también implica que nosotros debemos hacer algo por ellos.
Se nos manda orar por ellos. Nadie puede orar por otra persona y seguir odiándola. Cuando se presenta ante Dios con la otra persona que tiene la tentación de odiar, algo sucede. No podemos seguir odiando a nadie en la presencia de Dios. La manera más eficaz de acabar con la amargura es orar por la persona que estamos tentados a odiar.
Ya hemos visto lo que quería decir Jesús cuando nos mandó tener este amor cristiano; y ahora debemos pasar a ver por qué nos demandó que debíamos tenerlo. ¿Por qué, entonces, demanda Jesús que una persona tenga este amor, esta benevolencia inconquistable y esta buena voluntad invencible? La razón es muy sencilla y tremenda: Es que ese amor hace que la persona se parezca a Dios.
Jesús señalaba la acción de Dios en el mundo, que es la de la benevolencia inconquistable. Dios hace que Su sol salga sobre los buenos y sobre los malos; envía Su lluvia sobre los justos y los injustos. Rabí Yoshua ben Nehemiah solía decir: «¿Te has fijado que la lluvia caiga en el campo de aquel, que es justo, y no en el campo de aquel, que es injusto? ¿O que el sol salga y brille sobre Israel, que justo, y no sobre los gentiles, que son malvados? Dios ,hace que Su sol brille tanto sobre Israel como sobre las naciones, porque el Señor es bueno con todos.» Hasta a este rabino judío le conmovía e impresionaba la prístina benevolencia de Dios, lo mismo con los santos que con los pecadores.
Hay una leyenda rabínica que cuenta la destrucción de los egipcios en el Mar rojo. Cuando las aguas los cubrieron, así dice la historia, los ángeles iniciaron un himno de alabanza; pero Dios dijo tristemente: «La obra de Mis manos está sepultada en el mar, ¿y vosotros queréis cantar delante de Mí?» El amor de Dios es tal que no puede complacerse nunca por la destrucción de ninguna de las criaturas que han formado Sus manos. El salmista decía: «Los ojos de todos esperan en Ti, y Tú les das su comida a su tiempo. Abres Tu mano y colmas de bendición a todo ser viviente» (Salmo 145:15s). En Dios hay esta benevolencia universal hasta para con los que han quebrantado Sus leyes y Su corazón.
Jesús dice que debemos tener este amor para llegar a ser «hijos de nuestro Padre que está en el cielo.» El hebreo no es rico en adjetivos; por esa razón usa muchas veces hijo de… con un nombre abstracto donde nosotros usaríamos un adjetivo. Por ejemplo: un hijo de paz es una persona pacífica; un hijo de consolación es un hombre consolador. Así que un hijo de Dios es un hombre que se parece a Dios. La razón por la que debemos tener esta benevolencia y buena voluntad inconquistable es que Dios las tiene; y, si las tenemos llegamos a ser nada menos que hijos de Dios, personas que se parecen a Dios.
Aquí tenemos la clave de una de las frases más difíciles del Nuevo Testamento: La frase con que termina este pasaje. Jesús dijo: «Por tanto, tenéis que ser perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.» A primera vista, esto suena como un mandamiento que no es posible que se refiera a nosotros. No hay nadie que considere que podemos ni acercarnos a la perfección de Dios.
La palabra griega para perfecto es teleios. Esta palabra se usa a menudo en griego en un sentido muy especial. No tiene nada que ver con lo que podríamos llamar perfección abstracta o metafísica. Una víctima que es apta para el sacrificio a Dios, que no tiene defecto, es teleios. Un hombre que ha alcanzado su plena estatura es teleios en contraposición a un chico que está creciendo. Un estudiante que ha alcanzado un conocimiento maduro de su asignatura es teleios en oposición a otro que no ha hecho más que empezar y que todavía no ha captado suficientemente las ideas.
Para decirlo de otra manera: La idea griega de la perfección es funcional. Una cosa es perfecta si cumple plenamente el propósito para el que fue pensada, diseñada, y hecha. De hecho, ese sentido se implica en los derivados de esta palabra. Teleios es el adjetivo que se forma del nombre telos.
Telos quiere decir fin, propósito, objetivo, meta. Una cosa es teleios, si cumple el propósito para el que fue planificada; una persona es perfecta si cumple el propósito para el cual fue creada. Tomemos una analogía muy sencilla. Supongamos que tenemos un tornillo suelto en casa y queremos ajustarlo. Echamos mano de un destornillador, y vemos que se ajusta perfectamente a la mano y a la cabeza del tornillo. No es ni demasiado grande ni demasiado pequeño, ni demasiado áspero ni demasiado suave. Lo ajustamos a la muesca del tornillo, y nos damos cuenta de que encaja perfectamente. Le damos las vueltas necesarias y el tornillo queda fijo. En el sentido griego, y especialmente en el del Nuevo Testamento, ese destornillador es teleios, porque cumple perfectamente el propósito para el que lo necesitábamos.
Así pues, una persona es teleios si cumple el propósito para el que fue creada. ¿Con qué propósito fue creada la persona humana? La Biblia no nos deja en la menor duda en esto. En la antigua historia de la creación hallamos a Dios diciendo: «Hagamos al hombrea Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza» (Génesis 1:26). El hombre fue creado para parecerse a Dios. La característica de Dios es esta benevolencia universal, esta inconquistable buena voluntad, este constante buscar el bien supremo de cada criatura. La gran característica de Dios es Su amor al santo y al pecador por igual. No importa lo que los hombre Le hagan: Dios no busca nada más que su bien supremo. Eso es lo que ve en Jesús.
Cuando se reproduce en la ‹vida de una persona la benevolencia incansable, perdonadora, sacrificial de Dios, esa persona se parece a Dios, y es por tanto perfecta en el sentido de la palabra en el Nuevo Testamento. Para decirlo de una manera todavía más sencilla: La persona que se interese más por los demás será la persona más perfecta.
La enseñanza de la Biblia es unánime en decir que realizamos nuestra humanidad solamente pareciéndonos a Dios. Lo único que nos hace semejantes a Dios es el amor que nunca deja de preocuparse por los hombres, le hagan lo que le hagan. Realizamos nuestra humanidad, alcanzamos la perfección cristiana, cuando aprendemos a perdonar como Dios perdona, y a amar como Dios ama.