En una ocasión, estando Jesús caminando a orillas del Lago de Genesaret, se sentía apretujado por la multitud que quería oir el mensaje de Dios. Jesús vio dos barcas en la playa. Los pescadores habían bajado de ellas a lavar sus redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, también llamado Pedro, y de Andrés su hermano, y le pidió que la alejara un poco de la orilla. Luego se sentó en la barca, y desde allí comenzó a enseñar a la gente. Cuando terminó de hablar, le dijo a Simón: Lleva la barca a la parte honda del lago, y echen allí sus redes, para pescar. Simón le contestó: Maestro, hemos estado trabajando toda la noche sin pescar nada; pero, ya que tú lo mandas, voy a echar las redes. Cuando lo hicieron, recogieron tanto pescado que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros de la otra barca, para que fueran a ayudarlos. Ellos fueron, y llenaron tanto las dos barcas que les faltaba poco para hundirse. Al ver esto, Simón Pedro se puso de rodillas delante de Jesús y le dijo: ¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador! Es que Simón y todos los demás estaban asustados por aquella gran pesca que habían hecho. Pero Jesús le dijo a Simón: No tengas miedo; desde ahora vas a pescar hombres. Entonces llevaron las barcas a tierra, lo dejaron todo y se fueron con Jesús. Un poco más adelante, Jesús vio a otros dos hermanos: Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que estaban con su padre en una barca arreglando las redes. Jesús los llamó, y en seguida, al momento, ellos dejaron la barca, sus redes y a su padre, Zebedeo con sus ayudantes, y lo siguieron. Mateo 4:18-22; Lucas 5:1-11; Marcos 1:16-20
Toda Galilea se centraba alrededor del Mar de Galilea. Éste tiene veinte kilómetros de largo de Norte a Sur y catorce de ancho de Este a Oeste. El Mar de Galilea es por tanto pequeño, y es interesante el hecho de que Lucas, el gentil, que había visto mucho mundo, nunca lo llama mar (thalassa), sino siempre lago (limné). Tiene una forma ovalada, más ancho por arriba que por abajo. Se encuentra en una gran falla de la superficie de la Tierra por la que corre el valle del Jordán, y la superficie del Mar de Galilea está a doscientos diez metros bajo el nivel del mar. El hecho de encontrarse a esta profundidad en la superficie de la Tierra le da un clima muy cálido y hace la tierra de alrededor inmensamente fértil. Es uno de los lagos más encantadores del mundo. W. M. Thomson lo describe: «Visto desde cualquier punto de las alturas circundantes es una bella extensión de agua, un espejo bruñido engastado en un marco de colinas y de montañas abruptas que se erigen y ruedan hacia atrás y hacia arriba hasta donde cuelga el cuadro de Hermón sobre la bóveda azul de los cielos.»
En los días de Josefo había no menos de nueve ciudades populosas en sus orillas. En la década de los treinta, cuando H. V. Morton lo vio, sólo quedaba Tiberíades, que era poco más que una aldea. Hoy es la ciudad mayor de Galilea, y sigue creciendo.
En los días de Jesús, el Mar de Galilea estaba abarrotado de barcas de pesca. Josefo, en una cierta expedición, no tuvo dificultad para reunir doscientas cuarenta barcas de pesca para salir de Tariquea; pero ahora los pescadores son pocos y dispersos.
Había tres métodos de pesca. Estaba la pesca de anzuelo. Estaba la pesca con red. Esta solía ser circular y de unos tres metros de ancho. Se lanzaba hábilmente al agua desde la tierra o desde los bajíos al borde de la orilla del lago. Llevaba unas pesas de plomo alrededor de la circunferencia. Se hundía en el mar y rodeaba a los peces; entonces se tiraba de ella a través del agua como si se tratara de una tienda de campaña con forma de campana, en la que se cogían los peces. Esa era la clase de red que estaban manipulando Pedro y Andrés, y Santiago y Juan, cuando Jesús los vio. Se llamaba amfibléstron.
La red barredera se usaba desde una barca, o mejor desde dos. Se echaba al agua con cuerdas en las cuatro esquinas. Llevaba pesas en un lado; así que, como si dijéramos, se quedaba derecha de pie en el agua. Cuando las barcas iban remando con la red por detrás, ésta tomaba la forma de un gran cono, en el que cogían los peces y se traían a las barcas. Esta clase de red es la que se menciona en la parábola de la red; y se llamaba saguéné.
Jesús pasaba por la orilla del lago; conforme iba andando, llamó a Pedro y Andrés, y a Santiago y Juan. No tenemos que creer que era la primera vez que los veía, o ellos a Él. Según Juan el Evangelista, por lo menos algunos de ellos ya eran discípulos de Juan el Bautista: Al día siguiente, Juan estaba allí otra vez con dos de sus seguidores. (Juan 1:35). Sin duda ya habían hablado con Jesús y Le habían escuchado; pero fue en este momento cuando les llegó el desafío de una vez para siempre de asociarse con Él.
Los griegos solían contar cómo habían encontrado Jenofonte a Sócrates por primera vez. Sócrates se le encontró en una callejuela, y le cerró el paso con el bastón. Primero le preguntó si sabía dónde podía comprar esto y aquello, y si sabía dónde se hacía esto y lo otro. Jenofonte le dio la información requerida. A continuación Sócrates le preguntó: -¿Sabes dónde hacen a los hombres buenos y virtuosos? -No -le contestó Jenofonte. Y entonces Sócrates le dijo: -¡Pues sígueme y aprende! Jesús también llamó así a estos pescadores a seguirle.
Es interesante ver la clase de personas que eran. No eran gente de gran preparación intelectual, o influyente, o rica, o de posición social. Tampoco eran pobres. Eran simplemente trabajadores, sin una posición social especial y, seguro que cualquiera habría dicho, sin un gran futuro. Eran hombres normales y corrientes los que Jesús escogió.
Una vez acudió a Sócrates un hombre que no tenía nada especial, que se llamaba Esquines. -Soy un pobre hombre -le dijo-; no tengo nada más, pero me doy a ti. -¿Te das cuenta -le dijo Sócrates- de que me das lo que tiene más valor? Lo que Jesús necesita es gente corriente que se Le den a sí mismos. Jesús puede hacer cualquier cosa con personas así.
Además, estos hombres eran pescadores. Muchos investigadores han indicado que un buen pescador tiene que tener estas cualidades que le pueden hacer un buen pescador de hombres.
(i) Debe tener paciencia. Debe aprender a esperar pacientemente hasta que piquen los peces. Si es inquieto y no se puede estar quieto nunca hará un buen pescador. El buen pescador de hombres tendrá necesidad de paciencia. Rara vez obtenemos resultados rápidos en la predicación o en la enseñanza. Tenemos que aprender a esperar.
(ii) Debe tener perseverancia. Tiene que aprender a no desanimarse nunca, sino seguir intentando. El buen predicador y maestro no debe desanimarse cuando no parece que sucede nada. Siempre debe estar dispuesto a intentar otra vez.
(iii) Debe tener coraje. Como decía un viejo griego cuando rezaba por la protección de los dioses: «¡Mi barca es tan pequeña y el mar tan grande!» Debe estar dispuesto a arriesgarse y a arrostrar la furia de la mar y de la tempestad. El buen predicador y maestro debe ser consciente de que hay siempre un peligro en decirle a la gente la verdad. La persona que dice la verdad, más a menudo que lo contrario, se juega la reputación y la vida.
(iv) Debe tener vista para el momento oportuno. El pescador sensato sabe muy bien que hay veces que es inútil intentar pescar. Sabe cuándo echar la red y cuándo no. El buen predicador y maestro elige el momento. Hay veces que la gente recibe la verdad, y veces cuando la resiente. Hay veces que la verdad los mueve, y veces que la verdad los endurece en su oposición a la verdad. El predicador y maestro sensato sabe que hay un tiempo de hablar, y un tiempo de callar.
(v) Debe escoger el cebo de acuerdo con el pez. Un pez acudirá a un cebo, y otro a otro. Pablo decía que se hacía todo a todos para estar en condiciones de ganar a algunos. El predicador y maestro sensato sabe que el mismo enfoque no sirve para todas las personas. Puede que tenga que descubrir y reconocer sus propias limitaciones. Puede que tenga que descubrir que hay ciertos ambientes en los que puede trabajar y otros en los que no.
(vi) El pescador sensato tiene que mantenerse fuera de la vista. Si hace notar su presencia, o aun su sombra, seguro que los peces no picarán. El predicador y maestro sensato siempre tratará de presentarle a su audiencia, no su propia persona, sino a Jesucristo. Su objetivo es que la gente fije la mirada, no en él, sino en la Figura que está detrás.
La famosa extensión de agua de Galilea se llama de tres maneras: Mar de Galilea, Mar de Tiberíades y Lago de Genesaret. Tiene unos veinte metros de largo por trece de ancho. Está situado en una depresión de la superficie de la Tierra a 210 metros bajo el nivel del mar, lo que le da un clima casi tropical. En los días de Jesús tenía nueve poblaciones agrupadas en sus orillas, ninguna de menos de 15.000 habitantes. Genesaret es realmente el nombre de la hermosa llanura que está al Oeste del lago, y que es muy fértil. A los judíos les encantaba jugar con las etimologías, y le atribuían tres diferentes a Genesaret que destacaban su hermosura.
(i) De kinnor, que quiere decir arpa, ya fuera porque «sus frutos son tan dulces como el sonido del arpa», o porque «la voz de sus ondas es tan agradable como la voz del arpa».
(ii) De gan, jardín, y sar, príncipe; de ahí, «el príncipe de los jardines.»
(iii) De gan, jardín, y asher, riquezas; de ahí, «El jardín de las riquezas.»
Aquí nos encontramos con un cambio decisivo en la carrera de Jesús. La última vez que le encontramos predicando estaba en una sinagoga, y ahora se encuentra a la orilla del lago. Es verdad que volveremos a encontrarle en la sinagoga; pero se acerca la hora en que se le cerrará esa puerta, y su iglesia es ahora la costa o el camino abierto, y su púlpito, una barca. Irá adonde haya gente dispuesta a escucharle. John Wesley decía: «Los que formaron nuestras congregaciones eran los que iban vagando por las montañas oscuras, que no pertenecían a ninguna iglesia cristiana; pero despertaron a la predicación de los metodistas, que los habían seguido por los descampados de este mundo hasta los caminos y los vallados, los mercados y las ferias, los cerros y los valles; que habían puesto el estandarte de la Cruz en las avenidas y en los callejones de las ciudades, en las aldeas, en los pajares y en las cocinas de las granjas, etc.; y todo esto hecho de tal manera y hasta tal punto como no se había hecho nunca desde los tiempos de los apóstoles.» «Me gusta un salón amplio -dice en otro lugar-,con un buen cojín y un púlpito majo; pero la predicación en los campos salva almas.» Cuando se le cerraba la sinagoga, Jesús salió a los caminos abiertos. En esta historia encontramos lo que podríamos llamar una lista de condiciones para un milagro.
(i) El ojo que ve. No hay por qué creer que Jesús creó un banco de peces en aquella ocasión. En el Mar de Galilea había bancos fenomenales que ponían el agua como si estuviera hirviendo en grandes extensiones. Lo más probable es que la aguda vista de Jesús percibiera aquel banco de peces, y ahí estuvo el milagro. Necesitamos ojos que vean de veras. Mucha gente ha visto salir vapor por la tapadera de la cafetera, pero fue a James Watt al que se le ocurrió que se podía aplicar para hacer una máquina de vapor. Muchagente ha visto caer una manzana; pero sólo a Newton le sugirió aquello la ley de la gravedad. La Tierra está llena de milagros que esperan unos ojos que los vean.
(ii) El espíritu dispuesto a hacer un esfuerzo. Puesto que Jesús lo decía, Pedro estaba dispuesto a probar otra vez, aunque estaba muy cansado. El desastre de muchas vidas es que se rinden antes del último esfuerzo que podría cambiar las cosas.
(iii) El espíritu dispuesto a probar lo que parece inútil. La noche, que era el tiempo de la pesca, había pasado. Todas las circunstancias estaban en contra; pero Pedro dijo: «¡Sean las circunstancias las que sean, si Tú lo dices estoy dispuesto a probarotra vez!»
Muchas veces no hacemos nada porque nos parece que no es el tiempo oportuno. Pero, si esperamos a que las circunstancias sean ideales, jamás empezaremos nada: Si queremos un milagro, tenemos que fiarnos de la palabra de Jesús cuando nos dice que probemos lo imposible.
Tan pronto como Jesús hizo Su decisión y escogió Su método, Se puso a preparar Su personal. Un líder tiene que empezar en alguna parte. Tiene que conseguirse un grupo reducido de almas semejantes a quienes pueda descargar su propio corazón y en cuyos corazones pueda escribir su mensaje. Así es que Marcos nos muestra aquí a Jesús literalmente echando los cimientos de Su Reino y llamando a Sus primeros seguidores.
Había muchos pescadores en Galilea. Josefo, el gran historiador de los judíos, que fue gobernador de Galilea, nos dice que en su tiempo había trescientas treinta barcas de pesca en las aguas del lago. Las personas corrientes de Palestina rara vez comían carne, probablemente no más de una vez por semana. El pescado era su dieta diaria: “¿Acaso alguno de ustedes, que sea padre, sería capaz de darle a su hijo una culebra cuando le pide pescado (Lucas 11:11); ¿O de darle una culebra cuando le pide un pescado? (Mateo 7:10); Después de esto, los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Jesús les dijo: Vengan, vamos nosotros solos a descansar un poco en un lugar tranquilo. Porque iba y venía tanta gente, que ellos ni siquiera tenían tiempo para comer. Así que Jesús y sus apóstoles se fueron en una barca a un lugar apartado. Pero muchos los vieron ir, y los reconocieron; entonces de todos los pueblos corrieron allá, y llegaron antes que ellos. Al bajar Jesús de la barca, vio la multitud, y sintió compasión de ellos, porque estaban como ovejas que no tienen pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas. Por la tarde, sus discípulos se le acercaron y le dijeron: Ya es tarde, y este es un lugar solitario. Despide a la gente, para que vayan por los campos y las aldeas de alrededor y se compren algo de comer. Pero Jesús les contestó: Denles ustedes de comer. Ellos respondieron: ¿Quieres que vayamos a comprar pan por el equivalente al salario de doscientos días, para darles de comer? Jesús les dijo: ¿Cuántos panes tienen ustedes? Vayan a verlo. Cuando lo averiguaron, le dijeron: Cinco panes y dos pescados. Entonces les mandó que hicieran sentar a la gente en grupos sobre la hierba verde; y se sentaron en grupos de cien y de cincuenta. Luego Jesús tomó en sus manos los cinco panes y los dos pescados y, mirando al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los fue dando a sus discípulos para que los repartieran entre la gente. Repartió también los dos pescados entre todos. Todos comieron hasta quedar satisfechos; recogieron los pedazos sobrantes de pan y de pescado, y con ellos llenaron doce canastas. Los que comieron de aquellos panes fueron cinco mil hombres. (Marcos 6:30-44); Le dieron un pedazo de pescado asado (Lucas 24:42). Lo más corriente era salar el pescado, porque no había medios para transportarlo fresco. El pescado fresco era una de las golosinas de las grandes ciudades como Roma. Los mismos nombres de las poblaciones alrededor del lago muestran la importancia del negocio del pescado. Betsaida quiere decir Casa de pescado; Tariquea quiere decir Lugar del pescado salado, y era allí donde preparaba el pescado para exportarlo a Jerusalén y aun a la misma Roma. La industria del pescado salado era un negocio importante en Galilea.
(i) Sus primeros seguidores eran personas sencillas. No procedían de las escuelas ni de los colegios; no eran eclesiásticos ni aristócratas; no eran ni eruditos ni adinerados. Eran pescadores. Es decir: eran gente corriente y moliente. Nadie creyó tanto en las personas normales y corrientes como Jesús. Una vez dijo George Bemard Shaw: «No he sentido nunca ningún interés en las clases trabajadoras, excepto el deseo de acabar con ellas y reemplazarlas por personas sensatas.» En The Patrician -El Patricio- , John Galsworthy hace decir a Miltoun, uno de sus personajes: « ¡La masa! ¡Cómo me repugna! Aborrezco su mezquina estupidez, me repelen el sonido de su voz y sus gestos, ¡tan vulgares, tan insignificantes!» Una vez declaró Carlyle en un momento de mal genio que había veintisiete millones de personas en Inglaterra -¡la mayor parte, estúpidos! Jesús no tenía esa actitud. Lincoln decía: «Dios- tiene que querer mucho a las personas corrientes por eso ha hecho tantas.» Era como si Jesús dijera: «Dadme doce personas normales y corrientes, y con ella si se entregan a Mí, cambiaré el mundo.» Uno no debería pensar tanto en lo que es como en lo que Jesucristo puede hacer con él.
(ii) Debemos fijarnos en lo que estaban haciendo cuando los llamó Jesús. Estaban haciendo lo de todos los días, pescando y remendando las redes. Así había sucedido con muchos profetas. «No soy profeta ni hijo de profeta -decía Amós-, sino boyero y recogedor de higos silvestres, y el Señor me tomó de detrás del ganado, y me dijo: “Ve a profetizarle a Mi pueblo Israel”» (Amós 7:14s). La llamada de Dios le puede llegar a una persona, no solamente en la casa de Dios o en un retiro espiritual, sino en medio del trabajo diario. La persona que vive en un mundo que está lleno de Dios no puede nunca escaparse de Él.
(iii) Debemos fijarnos en cómo los llamó Jesús. La invitación de Jesús fue: « ¡Seguidme!» Jesús no les dijo: «Tengo un sistema teológico que Me gustaría que investigarais; tengo algunas teorías que querría que pensarais; tengo un sistema de ética que querría discutir con vosotros.» Jesús dijo: «¡Seguidme!» Todo empezó con una reacción personal a Jesús; todo empezó con ese impulso del corazón que engendra una lealtad inalterable.
Esto no es decir que no haya personas que lleguen al Evangelio por el camino del pensamiento; pero para la mayor parte de nosotros el seguir a Cristo es como enamorarse. Se ha dicho que «admiramos a las personas por ciertas razones; las amamos sin ninguna razón.» Simplemente sucede porque ellos son ellos y nosotros somos nosotros. «Yo dijo Jesús-,cuando Me levanten de la tierra, atraeré hacia Mí a todo el mundo» (Juan 12:32). Con mucho en la mayor parte de los casos uno sigue a Jesucristo, no por nada que Jesús dijera o hiciera, sino por todo lo que es Jesús.
(iv) Por último debemos notar lo que Jesús les ofreció. Ofreció una tarea. No los llamó a la inactividad, sino servicio. Como ha dicho Ortega y Gasset: «Descubrir, caer la cuenta de que la vida en su última sustancia consiste e tener que ser dedicada a algo, …tomar en vilo nuestra existencia entera y entregarla a algo, dedicarla…, esa es la averiguación fundamental del cristianismo, lo que indeleblemen ha puesto en la historia, es decir, en el hombre… Díganme ustedes qué otra cosa significa la frase tan repetida en casi todo el Nuevo Testamento la paradójica: “El que pierde su vida es el que la gana.” Es decir Da tu vida, enajénala, entrégala; entonces es verdaderamente tuya, la has asegurado, ganado, salvado» Jesús llamó a Sus hombres, no a una cómoda tranquilidad, ni, a un letargo inactivo, sino a una tarea en la que tendrían que gastarse y consumirse y, al final, morir por Él y por sus semejantes. Los llamó a una tarea en la que habrían de ganar algo por sí mismos solamente entregándose por completo a Él y a los demás.