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Jesús predica con gran autoridad

Jesús fue a Cafarnaúm, un pueblo de Galilea, y en el sábado Jesús entró en la sinagoga y comenzó a enseñar. La gente se admiraba de cómo les enseñaba, porque lo hacía y hablaba con plena autoridad y no como los maestros de la ley. En la sinagoga del pueblo había un hombre que tenía un demonio o espíritu impuro, el cual gritó con fuerza: ¡Déjanos! ¿Por qué te metes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo te conozco, y sé que eres el Santo de Dios. Jesús reprendió a aquel espíritu, diciéndole: ¡Cállate y deja a este hombre! Entonces el demonio, o espíritu impuro arrojó al hombre al suelo delante de todos, hizo que al hombre le diera un ataque, y gritando con gran fuerza salió de él sin hacerle ningún daño. Todos se asustaron, y se preguntaban unos a otros: ¿Qué es esto? ¿Qué palabras son estas? ¡Enseña de una manera nueva, y con plena autoridad! Con toda autoridad y poder este hombre ordena a los espíritus impuros que salgan, ¡y ellos salen, y lo obedecen! Y muy pronto la fama de Jesús se extendió por toda la región de Galilea. Y se hablaba de Jesús por todos los lugares de la región. Lucas 4.31-37; Marcos 1.21-28

Nos gustaría saber tanto de Cafarnaún como sabemos de Nazaret, pero aunque parezca extraño es que hasta hay dudas en cuanto al sitio exacto a orillas del Mar de Galilea en que estaba situada esta población en la que Jesús realizó tantas maravillas. Este pasaje es especialmente interesante porque es el primero de Lucas en el que nos encontramos con un caso de posesión de demonios. En el mundo antiguo se creía que el aire estaba poblado por una multitud innumerable de malos espíritus que estaban esperando la oportunidad para entrar en las personas.

A menudo entraban con la comida o la bebida. Eran ellos los que causaban las enfermedades. Los egipcios creían que había treinta y seis partes diferentes del cuerpo humano, y que en cada una de ellas se podía introducir uno de esos malos espíritus y llegar a controlarla. Había espíritus de sordera, de mudez, de fiebre; espíritus que le arrebataban a una persona la salud mental o el sentido; espíritus de mentira y de engaño y de inmundicia. Era uno de esos espíritus el que Jesús exorcizó aquí.
Para mucha gente esto es un problema. Por lo general, la mentalidad moderna considera que el creer en espíritus es algo primitivo y supersticioso que hemos dejado atrás en nuestro desarrollo. Sin embargo, parece que Jesús sí creía en ellos. Hay tres posibilidades.

(i) De hecho, Jesús creía en ellos. En este caso, por lo que se refiere a los conocimientos científicos, Jesús no estaba más adelantado que su época, sino con todas las limitaciones de los conocimientos médicos de su tiempo. No tenemos por qué rechazar esta conclusión, porque Jesús fue realmente un hombre, y tuvo los conocimientos que eran asequibles a los hombres de su tiempo.

(ii) Jesús no creía en ellos. Pero el paciente sí creía a macha martillo, y Jesús le podía curar solamente asumiendo que sus creencias en los demonios eran ciertas. Si una persona está enferma, y alguien le dice: «No te pasa nada», no la ayuda lo más mínimo. Hay que admitir la realidad del mal para poder efectuar la cura. Esas personas creían que estaban poseídas por un demonio, y Jesús, como sabio doctor, sabía que no podía curarlas a menos que asumiera que la idea que tenían de su mal era cierta.

(iii) El pensamiento moderno, ha estado vacilando hasta admitir que tal vez hay algo en la creencia en los demonios después de todo. Hay ciertos males para los que no se acaba de descubrir una causa corporal. No hay razón para que una persona esté enferma, pero lo está. Y ya que no hay una explicación física, algunos piensan ahora que debe de haber una causa espiritual, y que a lo mejor los demonios no son tan irreales después de todo.

La gente se quedaba atónita con el poder de Jesús, ¡y no nos sorprende! El Oriente antiguo estaba lleno de gente que pretendía poder exorcizar a los demonios. Pero tenían unos métodos fantásticos y maravillosos. Cierto exorcista le ponía un anillo al paciente debajo de la nariz, y recitaba largos encantamientos. Y entonces habría como una salpicadura en un barreño de agua que había colocado allí al lado, y el demonio salía «como por ensalmo». Una raíz que se llamaba baaras era especialmente efectiva. Cuando se le acercaba alguien, se hundía en el suelo a menos que se la agarrara a toda prisa, y el agarrarla era muerte instantánea. Así que cavaban el terreno alrededor de ella, le ataban un perro, que arrancaba la raíz con sus tirones, y moría el perro como un sustituto del hombre. ¡Qué diferencia entre toda esta parafernalia histérica y la tranquila y sencilla orden de Jesús! Lo que dejaba estupefactos a los espectadores era su simple autoridad.

La autoridad de Jesús era algo totalmente nuevo. Cuando los rabinos enseñaban, apoyaban todas sus afirmaciones con citas de otros. Decían: «El rabí Tal y Tal dijo…», «Hay una tradición que dice…» Siempre apelaban a autoridades reconocidas. Por su parte, los profetas decían: «Así dice el Señor». Tenían una autoridad delegada. Pero Jesús decía: «Yo os digo.» No necesitaba otras autoridades que le respaldaran; su autoridad no dependía de otras: era la autoridad hecha carne. Era un hombre que hablaba como el que sabía.

El experto en cualquier esfera tiene un aire de autoridad. Un músico cuenta que, cuando Toscanini se dirigía al atril, toda la orquesta sentía que de él fluía autoridad. Cuando nos hace falta consejo técnico, llamamos a un experto. Jesús es el experto en la vida. Cuando Él habla, todos sabemos que se trata de algo más allá de lo humano -es Dios.

La historia de Marcos se desarrolla en una serie de pasos lógicos y naturales. Jesús reconoció en el surgir de Juan el Bautista la llamada de Dios a la acción. Fue bautizado, y recibió el sello de la aprobación de Dios, y el equipamiento de Dios para Su tarea. Fue probado por el diablo, y escogió el método que había de usar y la manera a seguir. Escogió a Sus hombres para tener un círculo reducido de espíritus semejantes ‘para escribir Su mensaje en sus corazones. Y ahora tenía que lanzarse a la campaña sabiendo lo que hacía. Si un hombre tenía un mensaje de Dios que quería comunicar, el lugar al que se dirigiría naturalmente sería la iglesia en la que se reunía regularmente el pueblo de Dios. Eso fue precisamente lo que hizo Jesús. Empezó Su campaña en la sinagoga.

Hay algunas diferencias básicas entre la sinagoga de entonces y la iglesia de nuestros días.

(a) La sinagoga era primordialmente un institución de enseñanza. El culto de la sinagoga constaba solamente de tres cosas: oración, lectura de la Palabra de Dios, y exposición de ella. No había música, ni canto, ni sacrificios. Se podría decir que el Templo era el lugar de la adoración y de los sacrificios; la sinagoga era el lugar de la enseñanza y la instrucción. La sinagoga era con mucho más influyente, porque no había nada más que un templo, pero la Ley establecía que donde hubiera diez familias judías tenía que haber una sinagoga; y por tanto, dondequiera que había una colonia de judíos, había una sinagoga. Si uno tenía un mensaje que predicar, la sinagoga era el lugar normal para predicarlo.

(b) La sinagoga ofrecía la oportunidad para comunicar tal mensaje. La sinagoga tenía algunos responsables. Estaba el príncipe, o principal, o alto dignatario de la sinagoga, que de todas esas maneras se llama a Jairo en las diferentes revisiones de la Reina-Valera en Marcos 5:22. En esto llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, que al ver a Jesús se echó a sus pies… Era responsable de la administración de los asuntos de la sinagoga y de la organización de sus servicios. Estaban los encargados de las limosnas. Diariamente se hacía una colecta en dinero y en especie entre los que podían dar, y luego se distribuía entre los pobres. A los más pobres se les daban alimentos para catorce comidas a la semana. Estaba el jazzán. Era el que la Reina-Valera llama el ministro: Luego Jesús cerró el libro, lo dio al ayudante de la sinagoga y se sentó. Todos los que estaban allí tenían la vista fija en él… (Lucas 4:20). Era responsable de sacar y guardar los rollos de las Escrituras; de la limpieza de la sinagoga; de tocar la trompeta de plata para anunciar la llegada del sábado y de la educación elemental de los niños de la comunidad. Lo que no tenía la sinagoga era un predicador o maestro realmente. Cuando se reunían para el culto, el principal podía llama a cualquier persona competente para que hiciera el sermón, la exposición. No existía tal cosa como un ministerio profesional. Por eso le fue posible a Jesús empezar Su campaña en las sinagogas. Todavía no se había endurecido la oposición hasta convertirse en hostilidad. Se sabía que Jesús tenía mensaje, y por esa razón la sinagoga de cualquier comunidad ponía a Su disposición un púlpito desde el que podía instruir y llamar a la gente.

Cuando Jesús enseñaba en la sinagoga, la totalidad de Su método y la atmósfera de Su enseñanza eran toda una revelación.

Él no enseñaba como los escribas, los maestros de la Ley ¿Quiénes eran estos escribas? Para los judíos, la cosa más sagrada de este mundo era la Torá, la Ley. La esencia de la Ley se contenía en los Diez Mandamientos, pero por Ley se entendía los primeros cinco libros del Antiguo Testamento, el Pentateuco. Para los judíos esta Ley era totalmente divina. Creían que se la había dado Dios directamente a Moisés. Era absolutamente santa y totalmente vinculante. Decían: «El que diga que la Torá no es de Dios, no tiene parte en el mundo futuro.» «El que diga que Moisés escribió un solo versículo por sí mismo, niega y desprecia la Palabra de Dios.»

Si la Torá era tan divina, eso tenía dos consecuencias. La primera, tenía que ser la regla suprema de fe y de conducta; y la segunda, tenía que contener todo lo necesario para guiar y para dirigir la vida. Si así eran las cosas, la Torá exigía dos cosas. La primera: había de dársele el máximo cuidado y el estudio más meticuloso. La segunda: la Torá contiene grandes principios generales; pero si se supone que contiene directrices para toda la vida, lo qué está implícito en ella tiene que hacerse explícito. Las grandes leyes deben convertirse en reglas y normas particulares. Así se razonaba.

Para darse a este estudio y suplir este desarrollo surgió una clase de investigadores, los escribas, los maestros de la Ley. Los más grandes entre ellos recibían el título de Rabbí. Los escribas tenían tres cometidos.

(i) Extraer de los grandes principios morales de la Torá las normas y reglas para cada situación concreta de la vida. Esta era una tarea sin fin. La religión judía empezó con grandes leyes morales, y acabó con un sinnúmero de normas y reglas. Empezó siendo una religión, y acabó siendo un legalismo.

(ii) La misión de los escribas era transmitir y enseñar la Ley y su desarrollo. Las reglas y normas que se deducían y extraían de la Ley no se escribían nunca; se las conocía por el nombre de La Ley Oral. Aunque no estuvieran escritas se las consideraba aún más vinculantes que la Ley Escrita. Se enseñaban y se guardaban en la memoria de los escribas de generación en generación. Un buen estudiante tenía una memoria que era como «un pozo bien encalado que no pierde ni una gota.»

(iii) Los escribas tenían la obligación de dar el veredicto en casos individuales; porque era un hecho que cualquier caso individual tenía que plasmarse en una nueva ley.

¿Por qué era la enseñanza de Jesús tan diferente de la de los escribas? Porque Jesús enseñaba con autoridad personal. Ningún escriba daba nunca un veredicto por sí mismo. Siempre empezaba diciendo: «Hay una enseñanza de que…» Y entonces citaba todas sus autoridades. Si hacía una afirmación, la respaldaba con esta y esa y aquellas citas de los grandes maestros legales del pasado. Jamás se le ocurriría emitir un juicio personal. ¡Qué diferente era Jesús! Cuando Él hablaba, no necesitaba citar ninguna autoridad fuera de Sí mismo: Hablaba con una independencia absoluta. No citaba autoridades ni mencionaba a expertos. Hablaba con la autoridad de la voz de Dios. Para los que Le escuchaban era como percibir una brisa del Cielo. La seguridad tremenda y positiva de Jesús era la antítesis de las cuidadosas citas de los escribas. La nota de autoridad personal resonaba en todas Sus palabras -y esa es la nota que capta la atención de todas las personas.

La primera victoria sobre los poderes del mal

Si las palabras de Jesús habían sorprendido a la gente de la sinagoga, Sus obras los dejaron alucinados. En aquella sinagoga había un hombre al que tenía dominado un espíritu inmundo. Este armó una gran confusión, y Jesús le sanó.

En los evangelios nos encontramos constantemente cono personas que tenían espíritus inmundos y que estaban poseídas por demonios o diablos. ¿Qué había detrás de todo eso?

Los judíos, y por supuesto todos los pueblos de la antigüedad, creían firmemente en los demonios y los diablos. Como dijo Harnack: «Todo el mundo y la atmósfera que lo circundaba estaban llenos de diablos; no solamente la idolatría, sino todas las fases y las formas de la vida estaban gobernadas por ellos. Se sentaban en los tronos, jugueteaban en las cunas. La Tierra era literalmente un infierno.»

El doctor A. Rendle Short cita un hecho que muestra la intensidad con que el mundo antiguo creía en los demonios. En muchos cementerios antiguos se han encontrado cráneos trepanados; es decir, en los que se había hecho un agujero. En un cementerio, seis cráneos de ciento veinte estaban trepanados. Con la técnica quirúrgica limitada de que disponían, aquella no era una operación fácil. Además, estaba claro que los habían trepanado en vida porque el hueso había crecido después de la operación. También estaba claro que el agujero del cráneo era demasiado pequeño para tener ninguna utilidad quirúrgica; y se sabe que el disco de hueso que se extraía se llevaba colgado al cuello como un amuleto. La razón para estas trepanaciones era permitir que el demonio escapara del cuerpo de la persona. Si los cirujanos primitivos estaban dispuestos a realizar tal operación, y las personas dispuestas a sufrirla, la creencia en la posesión diabólica tiene que haber sido real. ¿De dónde procedían los demonios? Se proponían tres respuestas a esa pregunta.

(i) Algunos creían que eran tan antiguos como la misma creación.

(ii) Algunos creían que eran los espíritus de hombres malos que ya habían muerto, y que seguían llevando a cabo su obra maligna.

(iii) Los más, por lo menos entre los judíos, relacionaban a los demonios con la vieja historia de Génesis 6:1-8. Cuando los hombres comenzaron a poblar la tierra y tuvieron hijas, los hijos de Dios vieron que estas mujeres eran hermosas. Entonces escogieron entre todas ellas, y se casaron con las que quisieron. Pero el Señor dijo: “No voy a dejar que el hombre viva para siempre, porque él no es más que carne. Así que vivirá solamente ciento veinte años.” Los gigantes aparecieron en la tierra cuando los hijos de Dios se unieron con las hijas de los hombres para tener hijos con ellas, y también después. Ellos fueron los famosos héroes de los tiempos antiguos. El Señor vio que era demasiada la maldad del hombre en la tierra y que este siempre estaba pensando en hacer lo malo, y le pesó haber hecho al hombre. Con mucho dolor dijo: “Voy a borrar de la tierra al hombre que he creado, y también a todos los animales domésticos, y a los que se arrastran, y a las aves. ¡Me pesa haberlos hecho!” Sin embargo, el Señor miraba a Noé con buenos ojos. Comparémoslo con. 2 Pedro 2:4: Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que los arrojó al infierno y los dejó en tinieblas, encadenados y guardados para el juicio.

Los judíos elaboraban la historia de la siguiente manera. Hubo dos ángeles que vinieron a la Tierra atraídos por la belleza de las mujeres mortales. Se llamaban Assael y Shemaisai. Uno de ellos volvió a Dios; el otro se quedó en la Tierra para satisfacer su concupiscencia; y los demonios son las criaturas que engendró, y sus descendientes.

El término colectivo para demonios en hebreo es mazziquim, que quiere decir los que hacen daño. Eran seres malignos entre Dios y la humanidad que trataban de hacer daño. Los demonios, según la creencia judía, podían comer y beber y engendrar hijos. Eran aterradoramente numerosos. Según algunos, había siete millones y medio de ellos; todas las personas tenían diez mil a su mano derecha y otros diez mil a su izquierda. Vivían en lugares inmundos tales como tumbas y sitios en los que no había agua para limpiarlos. Vivían el desierto, donde se podían escuchar sus aullidos. De ahí expresión «un desierto aullante.» Eran especialmente peligrosos para los viajeros solitarios, para las mujeres que estaban de parto, para la novia y el novio, para los niños que estaba fuera de casa después de ponerse oscuro y para todos los que iban de viaje por la noche. Estaban especialmente activos en el calor del mediodía y entre la puesta y la salida del sol. Había un demonio de la ceguera, y un demonio de la lepra, y un demonio de las enfermedades de corazón. Podían pasarles a las personas sus dones malignos. Por ejemplo, el mal de ojo, que podía dar mala suerte y en el que todos creían, se lo transmitía los demonios a ciertas personas. Realizaban su obra utilizando ciertos animales -la serpiente, el toro, el asno y el mosquitos Los demonios machos se llamaban shedim, y las hembras lilin; de Lilith. Las hembras tenían el pelo largo, y eran las enemigas de los niños. Por eso los niños necesitaban a sus ángeles de la guarda : No desprecien a ninguno de estos pequeños. Pues les digo que en el cielo los ángeles de ellos están mirando siempre el rostro de mi Padre celestial. (Mateo 18:10).

No importa que creamos o no en todo esto; no viene a cuento si es verdad o no. De lo que no cabe duda es de que los que vivían en los tiempos del Nuevo Testamento sí creían. Todavía conservamos muchas expresiones, como ¡pobre diablo!, andar el diablo suelto, darse al diablo, llevársele a uno los demonios, tener el diablo en el cuerpo, ponerse uno hecho un demonio… amplio repertorio en el Diccionario de la Real Academia Española, que son reliquias de unas creencias no tan distantes. Cuando una persona creía que estaba poseída, era «consciente de sí misma y al mismo tiempo de otro ser que la obligaba y controlaba desde dentro.» Esto explica por qué los posesos de Palestina gritaban a menudo cuando se encontraban con Jesús. Sabían que el Reinado del Mesías sería el fin de los demonios; y la persona que se creía poseída hablaba como un demonio cuando se encontraba en la presencia de Jesús.

Había muchos exorcistas que pretendían poder expulsar a los demonios. Tan real era esta creencia que el año 340 d.C. La iglesia Cristiana tenía de hecho una orden de exorcistas. Pero había una gran diferencia entre los exorcistas ordinarios judíos o paganos que usaban conjuros o ensalmos o fórmulas mágicas, y Jesús, Que con una sencilla palabra de autoridad personal echaba al demonio de la persona. Aquello era algo inaudito. El poder no estaba en el ensalmo, sino en Jesús mismo, y la gente se quedaba alucinada.

¿Qué podemos decir de todo esto? Paul Tournier dice en su Libro de casos de un médico: «No cabe duda de que hay muchos médicos que en su lucha contra la enfermedad han tenido, como yo mismo, la impresión de que estaban enfrentándose con un enemigo listo e ingenioso.» El doctor Rendle Short sugiere la conclusión de que «las cosas que suceden en este mundo, de hecho, y sus desastres morales, sus guerras y maldad, sus catástrofes físicas y sus enfermedades, pueden ser parte de una gran guerra entre fuerzas tales como las que vemos en el Libro de Job, la malicia del diablo por una parte, y los límites impuestos por Dios por la otra.»

Este es un tema en el que podemos caer en el dogmatismo. Podemos adoptar tres posiciones diferentes.

(i) Podemos relegar todo el asunto de la posesión diabólica a la esfera de la mentalidad primitiva, y decir que era la manera de explicar los fenómenos en un tiempo cuando no se sabía gran cosa acerca de los cuerpos y de las mentes.

(ii) Podemos aceptar la posesión diabólica como un hecho de nuestro tiempo como en los tiempos del Nuevo Testamento.

(iii) Si adoptamos la primera posición tenemos que explicar la actitud y las acciones de Jesús. O bien Él no sabía más acerca de este asunto que la gente de Su tiempo -lo cual podemos aceptar fácilmente, porque Jesús no era ningún hombre de ciencia ni vino para enseñarnos cosas de la ciencia-; o Él sabía perfectamente bien que no podía curar a una persona que tuviera estos problemas a menos que asumiera lo que el paciente consideraba la causa de su enfermedad. Esa era la realidad para la persona, y tenía que ser tratada como tal, o no se curaría nunca. Hay cuestiones cuya razón desconocemos.

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