De madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó y salió de la ciudad para ir a orar a un lugar solitario. Pero la gente lo buscó, y llegaron a donde él estaba. Simón y sus compañeros fueron en busca de Jesús, y cuando lo encontraron le dijeron: Todos te están buscando, quieren detenerte para que no te vayas. Pero él les contestó: Vamos a los otros lugares cercanos; también allí debo anunciar el mensaje, porque para esto he salido. Así que Jesús andaba por toda Galilea, anunciando el mensaje, enseñando en la sinagoga de cada lugar del país de los judíos y expulsando a los demonios. Anunciaba la buena noticia del reino y curaba a la gente de todas sus enfermedades y dolencias. Jesús recorría toda Galilea, Se hablaba de Jesús en toda la región de Siria, y le traían a cuantos sufrían de diferentes males, enfermedades y dolores, y a los endemoniados, a los epilépticos y a los paralíticos. Y Jesús los sanaba. Mucha gente de Galilea, de los pueblos de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la región al oriente del Jordán seguía a Jesús. Jesús bajó del cerro con ellos y se de tuvo en un llano. Se habían juntado allí muchos de sus seguidores y mucha gente de toda la región de Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y Sidón. Habían llegado para oír a Jesús y para que los curara de sus enfermedades. Los que sufrían a causa de espíritus impuros, también quedaban sanos. Así que toda la gente quería tocar a Jesús, porque los sanaba a todos con el poder que de él salía. Jesús predica por toda Galilea. Mateo 4:23-25; Lucas 4.42-44; Marcos 1.35-39
De madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó y salió de la ciudad para ir a orar a un lugar solitario. Pero la gente lo buscó, y llegaron a donde él estaba. Simón y sus compañeros fueron en busca de Jesús, y cuando lo encontraron le dijeron: Todos te están buscando, quieren detenerte para que no te vayas. Pero él les contestó: Vamos a los otros lugares cercanos; también allí debo anunciar el mensaje, porque para esto he salido.
Así que Jesús andaba por toda Galilea, anunciando el mensaje, enseñando en la sinagoga de cada lugar del país de los judíos y expulsando a los demonios. Anunciaba la buena noticia del reino y curaba a la gente de todas sus enfermedades y dolencias. Jesús recorría toda Galilea, Se hablaba de Jesús en toda la región de Siria, y le traían a cuantos sufrían de diferentes males, enfermedades y dolores, y a los endemoniados, a los epilépticos y a los paralíticos. Y Jesús los sanaba. Mucha gente de Galilea, de los pueblos de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la región al oriente del Jordán seguía a Jesús.
Jesús bajó del cerro con ellos y se de tuvo en un llano. Se habían juntado allí muchos de sus seguidores y mucha gente de toda la región de Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y Sidón. Habían llegado para oír a Jesús y para que los curara de sus enfermedades. Los que sufrían a causa de espíritus impuros, también quedaban sanos. Así que toda la gente quería tocar a Jesús, porque los sanaba a todos con el poder que de él salía.
De madrugada, Jesús salió para estar a solas con Dios. Podía responder a las insistentes necesidades humanas gracias a que antes buscaba la compañía de Dios. Una vez, en la guerra de 1914-18, estaba a punto de celebrarse una conferencia de los jefes, y ya estaban todos presentes menos el mariscal Foch, que era el general en jefe. Un oficial que le conocía bien dijo: -Creo que sé dónde podemos encontrarle. Y llevó a los demás a las ruinas de una capilla cercana al cuartel general; y allí, ante el altar derruido, estaba el gran soldado arrodillado en oración. Antes de encontrarse con los hombres tenía que encontrarse con Dios.
Jesús no dijo ni una palabra de queja o resentimiento cuando la gente invadió su soledad. La oración es algo muy importante, pero en última instancia la necesidad humana lo es más. La gran maestra misionera Florence Allshorn dirigía una escuela para preparar misioneros; conocía la naturaleza humana, y no disculpaba a los que de pronto se daban cuenta de que había llegado su momento de oración privada precisamente cuando había que fregar los cacharros. Hay que orar; pero la oración no debe ser nunca una evasión de la realidad. La oración no nos debe aislar del clamór, insistente de la necesidad humana, sino prepararnos para salirle al paso. Y algunas veces tendremos que dejar de estar de rodillas para ponernos en pie antes de lo que quisiéramos, y ponernos a hacer algo.
Jesús no dejaba hablar a los demonios. A menudo nos encontramos con que Jesús los mandaba callar. ¿Por qué? Por esta buena razón: los judíos tenían sus propias ideas populares acerca del Mesías; esperaban que fuera un gran rey conquistador que le pusiera el pie en el pescuezo al águila romana y barriera sus ejércitos de la tierra de Palestina. Todo el país estaba preparado para la gran conflagración. La revolución estaba siempre a flor de piel, y estallaba a menudo. Jesús sabía que si se corría la voz de que El era el Mesías, los revolucionarios se inflamarían. Antes de que le reconocieran como el Mesías tenía que enseñarles que el Mesías no era un rey conquistador, sino un siervo paciente. Mandaba callar a los demonios porque la gente no sabía todavía lo que era el carácter mesiánico, y si se lanzaban con sus ideas equivocadas pronto se producirían la destrucción y la muerte.
Aquí aparece por primera vez en el evangelio de Lucas la mención del Reino de Dios. Según Marcos, Jesús llegó predicando el Reino de Dios. Eso era la esencia de su mensaje. ¿Qué quería decir con el Reino de Dios? Para Jesús era tres cosas al mismo tiempo.
(a) Era pasado. Abraham, Isaac y Jacob estaban en el Reino, aunque habían vivido hacía siglos: Entonces vendrán el llanto y la desesperación, al ver que Abraham, Isaac, Jacob y todos los profetas están en el reino de Dios, y que ustedes son echados fuera. (Lucas 13:28).
(b) Era presente. «El Reino -decía Jesús- está dentro de vosotros, o entre vosotros»: No se va a decir: ‘Aquí está’, o ‘Allí está’; porque el reino de Dios y a está entre ustedes (Lucas 17:21).
(c) Era futuro. Era algo que Dios todavía tenía que dar y por lo que hemos de orar.
¿Cómo es posible que el Reino sea las tres cosas al mismo tiempo? Volvamos nuestra sabiduría al Padre Nuestro; en ella encontramos dos peticiones íntimamente relacionadas: Venga tu Reino, y Hágase tu voluntad en la Tierra como en el Cielo (Mateo 6:10). En la poesía hebrea, como se puede ver abundantemente en los Salmos, la misma idea se repetía dos veces con otras palabras; y la segunda explicaba, o desarrollaba, o completaba el sentido de la primera. Pongamos ahora juntas estas dos peticiones: Venga tu Reino – Hágase tu voluntad en la Tierra como en el Cielo. La segunda aclara la primera; por tanto el Reino de Dios es una sociedad en la Tierra donde la voluntad de Dios se hace tan perfectamente como en el Cielo. Si alguien del pasado ha cumplido la voluntad de Dios, está en el Reino; si alguien la cumple ahora, está en el Reino; pero todavía falta mucho para que toda la humanidad cumpla la voluntad de Dios de una manera perfecta, y por tanto la consumación está en el futuro. Por eso el Reino de Dios es pasado y presente y futuro al mismo tiempo.
Los hombres cumplen la voluntad de Dios a rachas, obedeciendo unas veces y desobedeciendo otras. Sólo Jesús la cumplió perfectamente. Por eso es el fundamento y la encarnación del Reino. Vino para capacitar a los hombres a hacer lo mismo. El cumplir la voluntad de Dios es ser ciudadano del Reino de Dios, es lo que nos da Carta de Ciudadanía en el Reino del Padre: Hacemos- bien en pedir: «Señor, venga tu Reino, empezando por mí.»
Jesús había escogido Galilea para empezar Su misión, y ya hemos visto lo bien preparada que estaba Galilea para recibir la semilla. Dentro de Galilea, Jesús escogió empezar Su campaña en las sinagogas. La sinagoga era la institución más importante de la vida judía.
Había una diferencia entre las sinagogas y el templo. No había más que un solo templo, el de Jerusalén, pero dondequiera que hubiese la más pequeña colonia de judíos, había una sinagoga. El templo existía exclusivamente para ofrecer sacrificios; allí no había predicación ni enseñanza. La sinagoga era esencialmente una institución docente. Las sinagogas se han definido como «las universidades religiosas populares de su tiempo.» Si un hombre tenía alguna enseñanza o ideas religiosas que quería propagar, la sinagoga era incuestionablemente donde debía empezar. Además, el culto de la sinagoga ofrecía al nuevo maestro una oportunidad. Constaba de tres partes. La primera eran oraciones. La segunda parte, lecturas de la Ley y de los Profetas, en las que tomaban parte miembros de la congregación. La tercera parte era la plática. El hecho importante y curioso era que no había una persona fija que hiciera la plática. No había tal cosa como un ministerio profesional. El presidente de la sinagoga se encargaba de los preparativos del culto. Se le podía pedir a cualquier forastero distinguido que hiciera la plática, y cualquiera que tuviese un mensaje que compartir se ofrecía voluntario para hacerlo; y, si el gobernador o presidente de la sinagoga le consideraba persona capacitada para hablar, se lo permitía. Así que, al principio, la puerta y el púlpito de la sinagoga estaban abiertos para Jesús. Empezó en la sinagoga porque era allí donde podía encontrar las personas más sinceramente religiosas de aquel tiempo, y se le ofrecía la oportunidad de hablarles. Después de la plática había un tiempo de coloquio, preguntas y discusión. La sinagoga era el lugar ideal para presentarle al pueblo una nueva enseñanza.
Pero Jesús no sólo predicaba; también sanaba a los enfermos. No nos sorprende que las noticias de lo que estaba haciendo se divulgaran, y acudieran multitudes a oírle, y a verle, y a beneficiarse de su piedad. Venían de Siria. Siria era la gran provincia romana de la que formaba parte Palestina. Se extendía hacia el Norte y el Nordeste, con la gran ciudad de Damasco como su centro. Eusebio nos transmite una de las leyendas más preciosas, que se remonta a este tiempo (Historia Eclesiástica 1: 13). Esta historia relata que había un rey llamado Abgar en Edesa que estaba enfermo. Así que, se dice, Le escribió una carta a Jesús: «Abgar, gobernador de Edesa, a Jesús el muy excelente Salvador Que ha aparecido en el país de Jerusalén: Saludos. He tenido noticias de Ti y de Tus curaciones, realizadas sin medicina ni hierbas; porque se dice que haces que los ciegos vean y los cojos anden, limpias a los leprosos, echas a los espíritus y demonios, sanas a los afligidos de enfermedades crónicas y levantas a los muertos. Ahora bien, como he sabido todo esto acerca de Ti, he llegado a la conclusión de que una de dos cosas debe ser verdad: O bien Tú eres Dios, Que, habiendo descendido del Cielo, haces estas cosas, o bien eres un hijo de Dios por lo que haces. Te escribo, por tanto, para pedirte que vengas a curarme la enfermedad que padezco. Porque he oído que los judíos murmuran contra Ti y conspiran males contra Ti. Ahora bien: Yo tengo una ciudad pequeñita pero excelente que es lo bastante grande para nosotros dos.» Se decía que Jesús le había contestado: «¡Bendito seas por haber creído en Mí sin haberme visto; porque está escrito acerca de Mí que los que Me han visto no creerán en Mí, mientras que los que no Me han visto creerán y serán salvos. Pero, en cuanto a tu invitación para que vaya allí, tengo que cumplir aquí todas las cosas para las que he sido enviado; y, después de cumplirlas, volver otra vez al Que Me envió. Sin embargo, después de ascender, te enviaré a uno de mis discípulos para que te cure de tu enfermedad y para daros vida a ti y a los tuyos.» La leyenda continúa diciendo que Tadeo fue a Edesa y curó a Abgar. Tal vez sea sólo una leyenda; pero muestra que se creía que hasta en la lejana Siria se había oído de Jesús y se anhelaba de todo corazón la ayuda y la sanidad que únicamente Él podía dar.
Naturalmente venían de toda Galilea; y las noticias acerca de Jesús se extendieron hacia el Sur hasta Judea y Jerusalén, y también de allí venían. Venían también de la región al otro lado del Jordán que se llamaba Perea, que se extendía desde Pela al Norte hasta Petra al Sur. También venían de Decápolis, que era una federación de diez ciudades griegas independientes, todas ellas, excepto Escitópolis, estaban al otro lado del Jordán.
Esta lista es simbólica, porque en ella vemos no sólo judíos sino también gentiles que acudían a Jesucristo por lo que sólo Él podía darles. Ya se estaban uniendo a Él los fines de la Tierra.
Las actividades de Jesús
Este pasaje tiene mucha importancia porque nos da un breve sumario de las tres grandes actividades de la vida de Jesús.
(i) Vino proclamando el Evangelio; o como dice la Reina Valera, vino predicando. Ahora bien: como ya hemos visto, la predicación es la proclamación de certezas. Por tanto, Jesús vino a derrotar la ignorancia humana. Vino a decirnos la verdad acerca de Dios, lo que nunca habríamos podido descubrir por nosotros mismos. Vino a poner el punto final al suponer y al andar a tientas, y a mostrarnos cómo es Dios.
(ii) Vino enseñando en las sinagogas. ¿Cuál es la diferencia entre enseñar y predicar? Predicar es la proclamación sin reserva de certezas; la enseñanza es la explicación de su significado y relevancia. Por tanto, Jesús vino para derrotar los malentendidos humanos. Hay veces cuando se conoce la verdad y se malinterpreta. Se conoce la verdad y se sacan conclusiones erróneas de ella. Jesús vino a revelarnos el sentido de la verdadera religión.
(iii) Vino sanando a todos los que tenían necesidad de sanidad. Es decir: Jesús vino para derrotar el dolor humano. Lo importante acerca de Jesús es que no se conformó con decirnos la verdad meramente en palabras; vino para poner la verdad en acción.
Florence Allshorn, la gran maestra misionera decía: «Un ideal no es nunca tuyo hasta que se te sale por la punta de los dedos.» El ideal no es nuestro hasta que se materializa en obras. Jesús hacía realidad Su propia enseñanza en obras de ayuda y sanidad.
Jesús vino predicando para derrotar toda ignorancia. Vino enseñando para derrotar todos los malentendidos. Vino sanando para derrotar todo dolor. Nosotros, también, debemos proclamar nuestras certezas; nosotros, también, debemos estar dispuestos a explicar nuestra fe; nosotros, también, debemos traducir el ideal a la acción y a las obras.
Aunque no se haga más que leer el relato de Marcos sobre las cosas que sucedieron en Cafarnaum, uno se da cuenta de que a Jesús no
Le quedaba ningún tiempo para Sí mismo.
Ahora bien, Jesús sabía muy bien que no podía vivir sin Dios; que, si había de seguir dando constantemente, tenía que recibir por lo menos algunas veces; que si había de consumirse por los demás, tenía que reponer Sus fuerzas espirituales de vez en cuando. Sabía que no podía vivir sin oración. En un pequeño libro titulado La práctica de la oración, el doctor A. D. Belden propone algunas grandes definiciones. «La oración se puede definir como el clamor del alma a Dios.» No orar es ser culpable de la increíble necedad de ignorar «la posibilidad de añadir a Diosa nuestros recursos.» «En la oración Le damos a la perfecta mente de Dios la oportunidad de alimentar nuestros poderes mentales.» Jesús sabía todo esto; Él sabía que si había de encontrarse con los hombres, primero tenía que encontrarse con Dios. Si la oración era algo necesario para Jesús, ¡cuánto más lo será para nosotros!
Hasta allí Le siguieron el rastro. Jesús no tenía manera de cerrar la puerta y aislarse. Una vez la novelista Rose Macaulay dijo que todo lo que le pedía a la vida era «una habitación que fuera suya propia.» Eso es precisamente lo que nunca tuvo Jesús. Un gran médico decía que la misión de la medicina es «algunas veces, curar; a menudo, aliviar, y siempre consolar.» Jesús siempre sentía ese deber. Se ha dicho que el deber de un médico es «ayudar a las personas a vivir y a morir» -y la gente no hace más que vivir y morir. Es propio de la naturaleza humana el tratar de levantar barreras para tener tiempo y paz para uno mismo; eso es lo que nunca hizo Jesús. Consciente como era de Su propio cansancio y agotamiento, todavía era más consciente del clamor insistente de la necesidad humana. Así es que, cuando Le encontraron, Se levantó de Sus rodillas para salir al encuentro del desafío de Su tarea. La oración nunca hará nuestro trabajo por nosotros; lo que sí hará es darnos las fuerzas y capacitarnos para el trabajo que tenemos que hacer.
Jesús hizo una campaña de predicación por las sinagogas de Galilea. En Marcos esta campaña se resume en un s versículo, pero debe de haber durado semanas y hasta meses. A Su paso, Él predicaba y sanaba. Hay tres pares de cosas que Jesús nunca separaba.
(i) Jesús nunca separaba las palabras de las obras. Y no creía que una labor estaba terminada cuando no se había hecho más que empezarla; Él nunca creía que había cumplido misión cuando había exhortado a la gente a volver a Dios, a la bondad. Siempre había que pasar de la afirmación y exhortación a la acción.
Se cuenta que un estudiante compró los mejores libros que pudo y el mejor equipo que pudo, y se hizo con una silla especial para estudiar con un atril especial para sostener el libro; y entonces se sentó en aquella silla, y se quedó dormido.
La personaque cultiva las palabras pero no las acciones hace algo parecido.
(ii) Jesús nunca separaba el alma del cuerpo. Ha habido tipos de cristianismo que hablaban como si el cuerpo no importara. Pero la persona se compone de alma y cuerpo; y tarea del Cristianismo es redimir la persona total, y no sólo un parte de ella.
Es, desde luego, benditamente cierto que una persona puede que esté muriéndose de hambre, viviendo en una cabaña de escasas proporciones y pobre construcción, en angustia y en dolor, y sin embargo tenga momento deliciosos de comunión con Dios; pero eso no es razón para que se la deje en tal estado. Las misiones a las razas primitivas no llevan solamente la Biblia; también llevan la educación la medicina; llevan la escuela y el hospital además de la iglesia. Es un absurdo hablar del evangelio social como si fuera un extra, o una opción, o hasta una parte separable del mensaje cristiano. El mensaje cristiano es uno solo, y se expresa e palabras y acciones para bien de los cuerpos tanto como de 1as almas.
(iii) Jesús nunca separaba la Tierra y el Cielo. Hay alguno que están tan preocupados con el Cielo que se olvidan de 1a Tierra, y se convierten en unos visionarios inútiles. También hay algunos que están tan preocupados con la Tierra, y se olvidan del Cielo, y limitan el bien a los bienes materiales.
El sueño de Jesús era un tiempo cuando la voluntad de Dios se haría en la Tierra como en el Cielo (Mateo 6:10) y la Tierra y el Cielo serían una misma cosa.
De madrugada, Jesús salió para estar a solas con Dios. Podía responder a las insistentes necesidades humanas gracias a que antes buscaba la compañía de Dios. Una vez, en la guerra de 1914-18, estaba a punto de celebrarse una conferencia de los jefes, y ya estaban todos presentes menos el mariscal Foch, que era el general en jefe. Un oficial que le conocía bien dijo: -Creo que sé dónde podemos encontrarle. Y llevó a los demás a las ruinas de una capilla cercana al cuartel general; y allí, ante el altar derruido, estaba el gran soldado arrodillado en oración. Antes de encontrarse con los hombres tenía que encontrarse con Dios.
Jesús no dijo ni una palabra de queja o resentimiento cuando la gente invadió su soledad. La oración es algo muy importante, pero en última instancia la necesidad humana lo es más. La gran maestra misionera Florence Allshorn dirigía una escuela para preparar misioneros; conocía la naturaleza humana, y no disculpaba a los que de pronto se daban cuenta de que había llegado su momento de oración privada precisamente cuando había que fregar los cacharros. Hay que orar; pero la oración no debe ser nunca una evasión de la realidad. La oración no nos debe aislar del clamór, insistente de la necesidad humana, sino prepararnos para salirle al paso. Y algunas veces tendremos que dejar de estar de rodillas para ponernos en pie antes de lo que quisiéramos, y ponernos a hacer algo.
Jesús no dejaba hablar a los demonios. A menudo nos encontramos con que Jesús los mandaba callar. ¿Por qué? Por esta buena razón: los judíos tenían sus propias ideas populares acerca del Mesías; esperaban que fuera un gran rey conquistador que le pusiera el pie en el pescuezo al águila romana y barriera sus ejércitos de la tierra de Palestina. Todo el país estaba preparado para la gran conflagración. La revolución estaba siempre a flor de piel, y estallaba a menudo. Jesús sabía que si se corría la voz de que El era el Mesías, los revolucionarios se inflamarían. Antes de que le reconocieran como el Mesías tenía que enseñarles que el Mesías no era un rey conquistador, sino un siervo paciente. Mandaba callar a los demonios porque la gente no sabía todavía lo que era el carácter mesiánico, y si se lanzaban con sus ideas equivocadas pronto se producirían la destrucción y la muerte.
Aquí aparece por primera vez en el evangelio de Lucas la mención del Reino de Dios. Según Marcos, Jesús llegó predicando el Reino de Dios. Eso era la esencia de su mensaje. ¿Qué quería decir con el Reino de Dios? Para Jesús era tres cosas al mismo tiempo.
(a) Era pasado. Abraham, Isaac y Jacob estaban en el Reino, aunque habían vivido hacía siglos: Entonces vendrán el llanto y la desesperación, al ver que Abraham, Isaac, Jacob y todos los profetas están en el reino de Dios, y que ustedes son echados fuera. (Lucas 13:28).
(b) Era presente. «El Reino -decía Jesús- está dentro de vosotros, o entre vosotros»: No se va a decir: ‘Aquí está’, o ‘Allí está’; porque el reino de Dios y a está entre ustedes (Lucas 17:21).
(c) Era futuro. Era algo que Dios todavía tenía que dar y por lo que hemos de orar.
¿Cómo es posible que el Reino sea las tres cosas al mismo tiempo? Volvamos nuestra sabiduría al Padre Nuestro; en ella encontramos dos peticiones íntimamente relacionadas: Venga tu Reino, y Hágase tu voluntad en la Tierra como en el Cielo (Mateo 6:10). En la poesía hebrea, como se puede ver abundantemente en los Salmos, la misma idea se repetía dos veces con otras palabras; y la segunda explicaba, o desarrollaba, o completaba el sentido de la primera. Pongamos ahora juntas estas dos peticiones: Venga tu Reino – Hágase tu voluntad en la Tierra como en el Cielo. La segunda aclara la primera; por tanto el Reino de Dios es una sociedad en la Tierra donde la voluntad de Dios se hace tan perfectamente como en el Cielo. Si alguien del pasado ha cumplido la voluntad de Dios, está en el Reino; si alguien la cumple ahora, está en el Reino; pero todavía falta mucho para que toda la humanidad cumpla la voluntad de Dios de una manera perfecta, y por tanto la consumación está en el futuro. Por eso el Reino de Dios es pasado y presente y futuro al mismo tiempo.
Los hombres cumplen la voluntad de Dios a rachas, obedeciendo unas veces y desobedeciendo otras. Sólo Jesús la cumplió perfectamente. Por eso es el fundamento y la encarnación del Reino. Vino para capacitar a los hombres a hacer lo mismo. El cumplir la voluntad de Dios es ser ciudadano del Reino de Dios, es lo que nos da Carta de Ciudadanía en el Reino del Padre: Hacemos- bien en pedir: «Señor, venga tu Reino, empezando por mí.»
Jesús había escogido Galilea para empezar Su misión, y ya hemos visto lo bien preparada que estaba Galilea para recibir la semilla. Dentro de Galilea, Jesús escogió empezar Su campaña en las sinagogas. La sinagoga era la institución más importante de la vida judía.
Había una diferencia entre las sinagogas y el templo. No había más que un solo templo, el de Jerusalén, pero dondequiera que hubiese la más pequeña colonia de judíos, había una sinagoga. El templo existía exclusivamente para ofrecer sacrificios; allí no había predicación ni enseñanza. La sinagoga era esencialmente una institución docente. Las sinagogas se han definido como «las universidades religiosas populares de su tiempo.» Si un hombre tenía alguna enseñanza o ideas religiosas que quería propagar, la sinagoga era incuestionablemente donde debía empezar. Además, el culto de la sinagoga ofrecía al nuevo maestro una oportunidad. Constaba de tres partes. La primera eran oraciones. La segunda parte, lecturas de la Ley y de los Profetas, en las que tomaban parte miembros de la congregación. La tercera parte era la plática. El hecho importante y curioso era que no había una persona fija que hiciera la plática. No había tal cosa como un ministerio profesional. El presidente de la sinagoga se encargaba de los preparativos del culto. Se le podía pedir a cualquier forastero distinguido que hiciera la plática, y cualquiera que tuviese un mensaje que compartir se ofrecía voluntario para hacerlo; y, si el gobernador o presidente de la sinagoga le consideraba persona capacitada para hablar, se lo permitía. Así que, al principio, la puerta y el púlpito de la sinagoga estaban abiertos para Jesús. Empezó en la sinagoga porque era allí donde podía encontrar las personas más sinceramente religiosas de aquel tiempo, y se le ofrecía la oportunidad de hablarles. Después de la plática había un tiempo de coloquio, preguntas y discusión. La sinagoga era el lugar ideal para presentarle al pueblo una nueva enseñanza.
Pero Jesús no sólo predicaba; también sanaba a los enfermos. No nos sorprende que las noticias de lo que estaba haciendo se divulgaran, y acudieran multitudes a oírle, y a verle, y a beneficiarse de su piedad. Venían de Siria. Siria era la gran provincia romana de la que formaba parte Palestina. Se extendía hacia el Norte y el Nordeste, con la gran ciudad de Damasco como su centro. Eusebio nos transmite una de las leyendas más preciosas, que se remonta a este tiempo (Historia Eclesiástica 1: 13). Esta historia relata que había un rey llamado Abgar en Edesa que estaba enfermo. Así que, se dice, Le escribió una carta a Jesús: «Abgar, gobernador de Edesa, a Jesús el muy excelente Salvador Que ha aparecido en el país de Jerusalén: Saludos. He tenido noticias de Ti y de Tus curaciones, realizadas sin medicina ni hierbas; porque se dice que haces que los ciegos vean y los cojos anden, limpias a los leprosos, echas a los espíritus y demonios, sanas a los afligidos de enfermedades crónicas y levantas a los muertos. Ahora bien, como he sabido todo esto acerca de Ti, he llegado a la conclusión de que una de dos cosas debe ser verdad: O bien Tú eres Dios, Que, habiendo descendido del Cielo, haces estas cosas, o bien eres un hijo de Dios por lo que haces. Te escribo, por tanto, para pedirte que vengas a curarme la enfermedad que padezco. Porque he oído que los judíos murmuran contra Ti y conspiran males contra Ti. Ahora bien: Yo tengo una ciudad pequeñita pero excelente que es lo bastante grande para nosotros dos.» Se decía que Jesús le había contestado: «¡Bendito seas por haber creído en Mí sin haberme visto; porque está escrito acerca de Mí que los que Me han visto no creerán en Mí, mientras que los que no Me han visto creerán y serán salvos. Pero, en cuanto a tu invitación para que vaya allí, tengo que cumplir aquí todas las cosas para las que he sido enviado; y, después de cumplirlas, volver otra vez al Que Me envió. Sin embargo, después de ascender, te enviaré a uno de mis discípulos para que te cure de tu enfermedad y para daros vida a ti y a los tuyos.» La leyenda continúa diciendo que Tadeo fue a Edesa y curó a Abgar. Tal vez sea sólo una leyenda; pero muestra que se creía que hasta en la lejana Siria se había oído de Jesús y se anhelaba de todo corazón la ayuda y la sanidad que únicamente Él podía dar.
Naturalmente venían de toda Galilea; y las noticias acerca de Jesús se extendieron hacia el Sur hasta Judea y Jerusalén, y también de allí venían. Venían también de la región al otro lado del Jordán que se llamaba Perea, que se extendía desde Pela al Norte hasta Petra al Sur. También venían de Decápolis, que era una federación de diez ciudades griegas independientes, todas ellas, excepto Escitópolis, estaban al otro lado del Jordán.
Esta lista es simbólica, porque en ella vemos no sólo judíos sino también gentiles que acudían a Jesucristo por lo que sólo Él podía darles. Ya se estaban uniendo a Él los fines de la Tierra.