Al salir Jesús de allí, dos ciegos lo siguieron, gritando: –¡Ten compasión de nosotros, Hijo de David! Cuando Jesús entró en la casa, los ciegos se le acercaron, y él les preguntó: –¿Creen ustedes que puedo hacer esto? –Sí, Señor –le contestaron. Entonces Jesús les tocó los ojos, y les dijo: –Que se haga conforme a la fe que ustedes tienen. y recobraron la vista. Jesús les advirtió mucho: –Procuren que no lo sepa nadie. Pero, apenas salieron, contaron por toda aquella región lo que Jesús había hecho. Mientras los ciegos salían, algunas personas trajeron a Jesús un mudo que estaba endemoniado. En cuanto Jesús expulsó al demonio, el mudo comenzó a hablar. La gente, admirada, decía: –¡Nunca se ha visto en Israel una cosa igual! Mateo 9: 27-33
La ceguera era -una dolencia angustiosamente corriente en Palestina. Procedía en parte del deslumbramiento que el sol oriental causaba a ojos sin protección, y en parte porque la gente no sabía nada de la importancia de la limpieza y la higiene. Particularmente las nubes de moscas sucias trasmitían infecciones que conducían a la pérdida de la vista.
El nombre que le dieron estos dos ciegos a Jesús fue Hijo de David. Cuando estudiamos los lugares en que se encuentra ese título en los evangelios encontramos que lo usó casi exclusivamente la multitud o personas que conocían a Jesús solamente, como si dijéramos, a distancia (Mateo 15:22; 20:30s; Marcos 10:47; 12:35ss). El término Hijo de David describe a Jesús según el concepto popular del Mesías. Los judíos llevaban ya siglos esperando al prometido libertador de la dinastía de David, el líder que no sólo les devolvería la libertad, sino que también los conduciría al poder y la gloria y la grandeza. Así era como estos ciegos consideraban a Jesús; veían en Él al obrador de maravillas que conduciría al pueblo a la libertad y a la conquista. Vinieron a Jesús con una idea muy inadecuada de Quién y de lo que era, y sin embargo Jesús los sanó. La manera como Jesús los trató es iluminadora.
(i) Está claro que no respondió a sus gritos inmediatamente. Jesús quería estar completamente seguro de que eran sinceros y querían en serio lo que Él pudiera darles. Podría muy bien ser que ellos hubieran adoptado un grito popular simplemente porque todos los demás estaban gritando y que, tan pronto como Jesús pasara, Le olvidaran completamente. Quería en primer lugar estar seguro de que la petición de ellos era genuina, y real su sentimiento de necesidad.
Después de todo tiene ventajas eso de ser mendigo; uno se libra de la responsabilidad de trabajar y de ganarse la vida.
Tiene ventajas el ser un inválido.
Hay personas que de hecho no quieren que se les rompan las cadenas. W. B. Yeats nos habla de Lionel Johnson, el poeta e investigador. Johnson era alcohólico. Tenía, como él decía, «un ansia que hacía clamar a cada átomo de su cuerpo.» Pero, cuando se le sugirió que se sometiera a un tratamiento para vencer esa ansia, su franca respuesta fue: «No quiero librarme de esto.»
No son pocos los que en lo más íntimo de su ser no les disgustan sus debilidades; y hay muchos que, si fueran sinceros, tendrían que decir que no quieren perder sus pecados. Jesús tenía que estar seguro antes de nada de que esos hombres deseaban sinceramente y en serio la sanidad que Él podía darles.
(ii) Es interesante observar que Jesús realmente obligó a estas personas a estar con Él a solas. Como no les contestó en las calles, tuvieron que acudir a Él en la casa. Es una ley de la vida espiritual que más tarde o más temprano uno tiene que enfrentarse con Jesús a solas. Está bien eso de hacer una decisión por Cristo en la marea emocional de alguna gran reunión; o en algún grupito cargado de poder espiritual. Pero después de estar con otros uno debe volver a casa y estar solo; después de estar en compañía uno debe volver al aislamiento esencial de toda alma humana; y lo que realmente importa no es lo que uno hace en la multitud, sino lo que hace cuando está a solas con Cristo. Jesús obligó a estos hombres a enfrentarse con Él a solas.
(iii) Jesús les hizo una sola pregunta: «¿Creéis que yo puedo hacer esto?» Lo único esencial para que se produzca un milagro es la fe. Aquí no hay nada misterioso ni teológico. Ningún médico puede curar a un enfermo que acuda a él con una actitud mental de absoluta desconfianza. Ninguna medicina le hará ningún bien a ninguna persona que piense que eso tendrá el mismo efecto que beberse un vaso de agua. El camino al milagro pasa por poner toda la vida de uno en las manos de Jesucristo y decir: « Yo sé que Tú puedes hacerme el que debo ser.»
Dos reacciones
Pocos pasajes nos muestran tan claramente como éste la imposibilidad de una actitud de neutralidad frente a Jesús. Aquí tenemos el retrato de dos reacciones ante Él: la de las multitudes era de sorprendida admiración; la de los fariseos, de odio virulento. Siempre ha de ser verdad que lo que el ojo vea dependerá de lo que el corazón sienta.
Las multitudes miraban a Jesús con admiración porque eran gente sencilla con un sentido intenso de necesidad; y veían que Jesús podía suplir su necesidad de una manera de lo más sorprendente.
Jesús siempre le parecerá maravilloso al que tiene sentimiento de necesidad; y cuanto más profundo sea el sentimiento de necesidad tanto más maravilloso parecerá Jesús.
Los fariseos veían a Jesús como uno que actuaba de acuerdo con los poderes del mal. No negaban esos poderes maravillosos; pero se los atribuían a Su complicidad con el príncipe de los demonios. Este veredicto de los fariseos era debido a algunas de sus actitudes mentales.
(i) Estaban demasiado afianzados en su posición para cambiar. Como ya hemos visto, por lo que a ellos respectaba no se podía añadir ni sustraer una sola palabra de la Ley. Para ellos todas las cosas grandes y maravillosas pertenecían al pasado. Para ellos, cambiar una tradición o un convencionalismo era pecado mortal. Cualquier novedad era errónea. Y cuando vino Jesús con una nueva interpretación de lo que era en realidad la religión, Le odiaron como habían odiado sus antepasados a los profetas de tiempo antiguo.
(ii) Estaban demasiado orgullosos de su propia autosuficiencia para someterse. Si Jesús tenía razón, ellos estaban equivocados. Los fariseos estaban tan satisfechos consigo mismos que no veían ninguna necesidad de cambiar; y odiaban a todo el que quisiera cambiarlos. El arrepentimiento es la puerta por la que todas las personas deben entrar al Reino; y el arrepentimiento quiere decir reconocer el error de nuestros caminos y darnos cuenta de que sólo en Cristo hay vida; y someternos a Él y a Su voluntad y poder, que es lo único que nos puede cambiar.
(iii) Tenían demasiados prejuicios para ver. Tenían los ojos tan cegados por sus propias ideas que no podían ver en Jesucristo la verdad y el poder de Dios. Uno que tenga sentimiento de necesidad siempre verá maravillas en Jesucristo. El que está tan seguro de su posición que no quiere cambiar, el que está tan orgulloso de su propia justicia que no se quiere someter, el que está tan cegado por sus prejuicios que no puede ver, siempre resentirá y odiará y tratará de eliminar a Jesucristo.