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Jesús urge a los discípulos a orar por obreros

Jesús recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en las sinagogas de cada lugar. Anunciaba la buena noticia del reino, y curaba toda clase de enfermedades y dolencias. Al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Dijo entonces a sus discípulos: –Ciertamente la cosecha es mucha, pero los trabajadores son pocos. Por eso, pidan ustedes al Dueño de la cosecha que mande trabajadores a recogerla. Mateo 9:35-38

Aquí tenemos en una sola frase la triple actividad que era la esencia de la vida de Jesús.

(i) Jesús era el Heraldo. El heraldo es el que trae un mensaje del rey: Jesús era el Que traía un mensaje de Dios. La función del heraldo es la proclamación de certezas; la predicación siempre debe ser la proclamación de certezas. Una iglesia no se puede nunca formar con personas que están seguras, como si dijéramos, por delegación. No debe ser el predicador el único que esté seguro. Los miembros también.

No ha habido nunca una época en la que esta certeza se necesitara más que en nuestro tiempo. Geoffrey Heawood, director de un gran instituto inglés, ha escrito que la gran tragedia y el gran problema de esta edad es que estamos en una encrucijada, y se han caído las señales.

Beverley Nichols escribió una vez un libro de entrevistas con gente famosa. Uno de los entrevistados fue Hilaire Belloc, uno de los más famosos católicos ingleses. Después de la entrevista Nichols escribió: < A mí me daba pena Belloc porque me parecía que había puesto por lo menos algunas de sus banderas en un asta equivocada; pero todavía me dio más pena de mí mismo y de mi propia generación porque sabía que no tenemos banderas de ninguna clase que poner en ningún asta.»

Vivimos en una era de incertidumbre, una era en la que la gente ha dejado de estar segura de nada. Jesús era el Heraldo de Dios, Que vino proclamando las certezas por las que viven las personas; y nosotros también debemos poder decir: «Yo conozco a Aquel en Quien he creído.»

(ii) Jesús era el Maestro. No basta con proclamar las certezas cristianas, y dejar así las cosas; también debemos poder mostrar la diferencia que aportan esas certezas para la vida y la conducta.

La importancia y el problema de esto radica en el hecho de que enseñamos el Evangelio, no meramente hablando de él, sino viviéndolo. No es el deber del cristiano discutir el Cristianismo con los demás, sino más bien mostrarles lo que es el Cristianismo.

Un escritor que vivió en la India escribe lo siguiente: «Recuerdo un batallón inglés qué, como tantos otros, venía al culto en formación como era su deber, cantaba los himnos como quería, oía el sermón si le parecía interesante y pasaba de la iglesia el resto de la semana. Pero su labor de rescate en el tiempo del terremoto de Quetta impresionó de tal manera a un brahmán que pidió el bautismo inmediatamente, porque sólo la religión cristiana podía hacer que los hombres se condujeran de esa manera.»

Lo que le enseñó a aquel brahmán lo que era el Cristianismo fue verlo en acción. Para decirlo bien claro: nuestro deber no es hablarle a la gente de Jesucristo, sino mostrarles a Jesucristo. Se ha definido un santo como alguien en quien Cristo vive otra vez. Todo cristiano debe ser un maestro, y debe enseñarles a los demás lo que es el Cristianismo, no con palabras, sino con su vida toda.

(iii) Jesús era el Sanador. El Evangelio que trajo Jesús no se quedaba en palabras; se traducía en obras. Conforme vamos leyendo los evangelios vemos que Jesús pasó mucho más tiempo sanando a los enfermos, y alimentando a los hambrientos, y consolando a los afligidos, que meramente hablando de Dios. El traducía las palabras de la verdad cristiana en obras del amor cristiano. No seremos de veras cristianos hasta que nuestra fe cristiana desemboque en acción cristiana. El sacerdote habría dicho que la esencia de la religión es el sacrificio; el escriba, que la Ley; pero Jesucristo decía y mostraba que la esencia de la religión es el amor.

La compasión divina

Cuando veía las multitudes, Se conmovía de compasión hasta lo más íntimo de Su ser, porque estaban desconcertadas y abatidas como ovejas que no tuvieran pastor.

Cuando Jesús vio aquel gentío de hombres y mujeres normales y corrientes Se conmovió de compasión. La palabra que se usa en el original es splanjnistheis, la palabra más fuerte que hay en griego para la piedad. Procede de la palabra splanjna, que quiere decir las entrañas, así es que describe la compasión que le conmueve a uno en lo más íntimo de su ser. En los evangelios, aparte de algunas parábolas, sólo se usa de los sentimientos de Jesús (Mateo 9:36; 14:14; 15:32; 20:34; Marcos 1:41; Lucas 7:13). Cuando estudiamos estos pasajes vemos las cosas que conmovieron especialmente á Jesús.

(i) Se conmovía de compasión por el dolor del mundo. Se conmovía de compasión por los enfermos (Mateo 14:14); por los ciegos (Mateo 20:34); por los oprimidos por los demonios (Marcos 9:22). En todas nuestras aflicciones Él fue afligido. No podía ver a nadie padecer sin desear librarle de su padecimiento.

(ii) Se conmovía de compasión por el sufrimiento del mundo. Al ver a la viuda de Naín siguiendo hasta la tumba el cadáver de su único hijo, el corazón de Jesús se conmovió (Lucas 7:13). Le embargaba un deseo irreprimible de enjugar las lágrimas de todos los ojos.

(iii) Se conmovía de compasión por el hambre del mundo. El ver las multitudes cansadas y hambrientas era una llamada a Su poder (Mateo 15:32). Ningún cristiano debe darse por contento por tener de más cuando otros tienen de menos.

(iv) Se conmovía de compasión por la soledad del mundo. El ver a un leproso desterrado de la sociedad, llevando una vida que era una muerte continua de soledad y abandono universal era una llamada a Su compasión y a Su poder (Marcos 1:41).

(v) Se conmovía de compasión por el desconcierto del mundo. Eso fue lo que Le conmovió en esta ocasión. La gente normal anhelaba a Dios desesperadamente; y los escribas y los fariseos, los sacerdotes y los saduceos, los pilares de la ortodoxia de Su tiempo, no tenían nada que ofrecer. Los maestros ortodoxos no ofrecían ni dirección, ni consuelo, ni estímulo.

Las palabras que se usan para describir el estado de la gente corriente son gráficas. La que hemos traducido por desconcertados es eskylmenoi. Puede describir un cadáver despellejado y mutilado; algo que ha sido saqueado por gente rapaz, o vejado por gente sin piedad, o tratado con insolencia desenfrenada; alguien que está totalmente exhausto de un viaje que parece interminable.

La palabra que hemos traducido por abatidas es errimenoi. Quiere decir yacer postrado. Puede describir a una persona derribada por heridas morales.

Los líderes judíos, que deberían dar fuerza para vivir, estaban desconcertando a las personas con argumentos sutiles acerca de la Ley que no ofrecían ni ayuda ni consuelo. Cuando deberían estar ayudando a las personas a mantenerse en pie, estaban despegándolas bajo el peso insoportable de la ley de los escribas. Les ofrecían a las personas una religión que era un obstáculo en vez de un apoyo. Debemos recordar siempre que el Cristianismo existe, no para desanimar, sino para animar; no para doblegar a las personas con cargas, sino para hacer que se remonten con alas como de águilas.

La cosecha que espera

Entonces Jesús les dijo a Sus discípulos: La cosecha es abundante, pero hay pocos obreros. Así que pedidle al Señor de la cosecha que envíe obreros a Su cosecha. Aquí tenemos una de las cosas más características que dijo nunca Jesús. Cuando Él y los líderes religiosos de Su tiempo miraban a las multitudes de personas normales y corrientes, las veían de maneras completamente diferentes. Los fariseos veían a la gente normal como paja que no servía para nada más que para quemarla; Jesús los veía como una cosecha que había que recoger y poner a salvo. En su orgullo, los fariseos esperaban la destrucción de los pecadores; en Su amor, Jesús murió por la salvación de los pecadores.

Pero aquí tenemos también una de las verdades supremas y uno de los supremos desafíos cristianos. La cosecha no se siega sola, y hacen falta segadores que la sieguen. Es una de las verdades luminosas de la fe y de la vida cristiana que Jesucristo necesita personas. Cuando estaba en el mundo, podía alcanzar con Su voz a unos pocos. Nunca estuvo fuera de Palestina, y había todo un mundo que estaba esperando. Jesús sigue queriendo que la gente oiga la buena noticia del Evangelio, pero no podrán oírla a menos que haya quien se la dé. Quiere que todo el mundo oiga la Buena Noticia; pero nunca la oirá a menos que haya personas dispuestas a cruzar los mares y las montañas para llevársela.

La oración no es suficiente. Puede que alguien diga: «Voy a orar todos los días de mi vida para que venga el Reino de Dios.» Pero en esto, como en tantas otras cosas, la oración sin las obras es una cosa muerta. Martín Lutero tenía un amigo que pensaba como él acerca de la fe cristiana. Era otro fraile. Llegaron a un acuerdo: Lutero saldría al campo de batalla para que hubiera una Reforma, y su amigo se quedaría en el monasterio sosteniendo a Lutero en oración. Y así empezaron. Una noche, el amigo de Lutero tuvo un sueño: Vio un gran campo de trigo tan grande como el mundo, y a un solo hombre que estaba tratando de segarlo, una tarea imposible y descorazonadora. De pronto le vio la cara al segador solitario, y vio que era Martín Lutero. Y entonces el amigo se dio cuenta de todo. «Debo dejar la oración -se dijo- e ir a trabajar en el campo.»

Es el sueño de Cristo que todos y cada uno seamos misioneros y segadores. Hay algunos que no pueden hacer más que orar, porque la vida los ha dejado inútiles para ninguna otra cosa, y sus oraciones son la fuerza de los obreros. Pero esa no es la labor que nos corresponde a los más, los que tenemos fuerzas y salud física y mental. Ni siquiera el dar dinero es suficiente. Si se ha de segar la cosecha del mundo, cada uno de nosotros tiene que ser un segador, porque hay alguien a quien cada uno de nosotros puede -y debe- llevar a Dios.

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