Jesús llamó a sus doce discípulos, y comenzó a enviarlos de dos en dos, y les dio autoridad para expulsar a los espíritus impuros y para curar toda clase de enfermedades y dolencias. Estos son los nombres de los doce apóstoles: primero Simón, llamado también Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el que cobraba impuestos para Roma; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón el cananeo, y Judas Iscariote, que después traicionó a Jesús. Jesús envió a estos doce con las siguientes instrucciones: “No vayan a las regiones de los paganos ni entren en los pueblos de Samaria; vayan más bien a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Vayan y anuncien que el reino de los cielos se ha acercado. Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, limpien de su enfermedad a los leprosos y expulsen a los demonios. Ustedes recibieron gratis este poder; no cobren tampoco por emplearlo. “No lleven oro ni plata ni cobre ni provisiones para el camino. No lleven ropa de repuesto ni sandalias ni bastón, pues el trabajador tiene derecho a su alimento.
“Cuando lleguen ustedes a un pueblo o aldea, busquen alguna persona de confianza y quédense en su casa hasta que se vayan de allí. Al entrar en la casa, saluden a los que viven en ella. Si la gente de la casa lo merece, su deseo de paz se cumplirá; pero si no lo merece, ustedes nada perderán. y si no los reciben ni los quieren oír, salgan de la casa o del pueblo y sacúdanse el polvo de los pies para que les sirva a ellos de advertencia. Les aseguro que en el día del juicio el castigo para ese pueblo será peor que para la gente de la región de Sodoma y Gomorra. “¡Miren! yo los envío a ustedes como ovejas en medio de lobos. Sean, pues, astutos como serpientes, aunque también sencillos como palomas. Entonces salieron los discípulos y fueron por todas las aldeas, anunciando la buena noticia, a decirle a la gente que se volviera a Dios. También expulsaron muchos demonios, y curaron a muchos enfermos ungiéndolos con aceite. Mateo 10:1-16; Marcos 6:7-13; Lucas 9:1-6
Los mensajeros del Rey
Metódicamente, pero también dramáticamente, Mateo va desarrollando la historia de Jesús. En el relato del bautismo, Mateo nos muestra a Jesús aceptando Su misión. En el relato de las tentaciones, Mateo nos muestra a Jesús decidiendo el método que usará al embarcarse en Su tarea.
En el Sermón del Monte escuchamos las palabras de sabiduría de Jesús. En Mateo 8 vemos las obras de poder de Jesús. En Mateo 9 vemos la creciente oposición concentrándose contra Jesús. Y ahora vemos a Jesús escogiendo Sus hombres. Cuando un líder está a punto de embarcarse en una gran empresa, lo primero que tiene que hacer es escoger su personal. De ellos dependerá el efecto presente y el éxito futuro de su trabajo. Aquí Jesús está escogiendo Su equipo de personal, los hombres de Su mano derecha, Sus ayudantes en los días de Su humanidad, y los que continuarían Su trabajo cuando Él dejara la Tierra y volviera a Su gloria.
Advertimos dos cosas en estos hombres que no pueden por menos de sorprendernos inmediatamente.
(i) Eran personas normales y corrientes. No tenían riqueza; ni una educación académica; ni posición social. Los escogió de entre la gente, hombres que hacían las cosas ordinarias, que no tenían una educación especial ni compromisos sociales. Se ha dicho que Jesús .no busca tanto hombres extraordinarios como hombres corrientes que puedan hacer las cosas ordinarias extraordinariamente bien. Jesús ve en cada persona, no sólo lo que es, sino también lo que Él la puede hacer. Jesús escogió a estos hombres, no sólo por lo que eran, sino también por lo que podrían llegar a ser bajo Su influencia y por Su poder. Nadie tiene por qué pensar que no tiene nada que ofrecer a Jesús, porque Él puede tomar lo que Le pueda ofrecer la persona más corriente y usarlo en grande.
(ii) Eran la mezcla más extraordinaria. Ahí estaba, por ejemplo, Mateo, el ex-cobrador de impuestos. Todo el mundo le consideraría un colaboracionista; alguien que se había vendido por dinero a los invasores de su país, lo contrario de un patriota que amara a su país. Y con Mateo estaba .Simón el Cananita. Lucas (Lucas 6:16) le llama Simón Zélátés, que quiere decir Simón el Celota (Diccionario de la Real Academia Española).
Josefo (Antigüedades 8.1.6) describe a estos celotas; los llama el cuarto partido judío; los otros tres eran los fariseos, los saduceos y los esenios. Dice que tenían «una inviolable adscripción a la libertad,» y que decían que «Dios había de ser su único Gobernador y Señor.» Estaban dispuestos a arrostrar cualquier clase de muerte por su país y no se acobardaban al ver a sus seres queridos morir en la lucha por la libertad. Se negaban a darle a ningún hombre el nombre y el título de Rey.
Tenían una voluntad inamovible que podía soportar cualquier dolor. Estaban preparados hasta a cometer .asesinatos secretos para tratar de liberar a su país del dominio extranjero. Eran los patriotas par excellence entre los judíos, los más nacionalistas, que los romanos consideraban sencillamente terroristas.
Lo natural es que si Simón el Celota se hubiera encontrado con Mateo el Publicano en cualquier otro sitio que no hubiera sido la compañía de Jesús, le habría metido la daga en el cuerpo. Aquí tenemos la estupenda verdad de que hombres que se odian pueden aprender a amarse cuando ambos aman a Jesucristo. Demasiado a menudo la religión ha sido y es un medio para causar divisiones. Estaba diseñada para ser -y en la presencia viva de Jesús era- el- medio para unir a losque sin Cristo estarían irremisiblemente separados.
Podríamos preguntar por qué Jesús escogió doce Apóstoles especiales. La razón es probablemente porque había doce tribus; como en la antigua dispensación había habido doce patriarcas del pueblo de Dios, así en la nueva dispensación hay doce Apóstoles en el nuevo. Israel. El mismo Nuevo Testamento no nos dice gran cosa de estos hombres. Como dice Plummer: «En el Nuevo Testamento es la obra, y no los obreros, lo que se glorifica.» Pero, aunque no sabemos casi nada de ellos, el Nuevo Testamento es muy consciente de su importancia en la Iglesia, porque Apocalipsis nos dice que sus nombres están inscritos en las doce piedras fundacionales de la Santa Ciudad. (Apocalipsis 21.14). Estos hombres, hombres sencillos sin especial trasfondo, hombres de muchas esferas divergentes, fueron las mismas piedras fundacionales sobre las que se edificó la Iglesia. Es en la casta de hombres y mujeres normales donde se funda la Iglesia de Cristo.
El entrenamiento de los mensajeros
Cuando vemos juntos los tres relatos del llamamiento de los Doce (Mateo 10:1-4; Marcos3:13-19; Lucas 6:13-16) surgen algunos hechos iluminadores.(i) Jesús los escogió. Lucas 6:13 dice que Jesús llamó a Sus discípulos, y escogió de entre ellos a doce. Es como si Jesús hubiera recorrido con la mirada las multitudes que le seguían, y el grupo más pequeño que se quedaba con Él cuando se iba la mayoría, y como si todo el tiempo estuviera buscando los hombres a los que podía confiar Su obra. Se ha dicho: «Dios está siempre buscando manos para usar.» Dios está diciendo«¿A quién enviaré y quién irá por Nosotros?» (Isaías 6:8).Hay muchas tareas en el Reino: la tarea del que tiene que ir muy lejos y la del que tiene que quedarse en casa, la tarea del que tiene que usar las manos y la tarea del que tiene que usar lamente, la tarea que concentrará las miradas de todos en el que la realice y la tarea que nadie verá. Y siempre la mirada de Jesús está recorriendo las multitudes en busca de los que han de hacer Su obra.
(ii) Jesús los llamó. Jesús no obliga a nadie a hacer Su obra; ofrece trabajo. Jesús no impone;invita. Jesús no llama a filas; busca voluntarios. Como se ha dicho todos somos libres para ser fieles y libres para ser infieles. Pero a todos nos llega la invitación que podemos aceptar o rechazar.
(iii) Jesús los nombró. La palabra que traducimos por nombrar es la sencilla palabra griega poiein,que quiere decir hacer, pero que se usa a menudo con el sentido técnico de nombrar a una persona para un cargo. Jesús era como un rey que estuviera nombrando sus ministros; era como un general asignando sus puestos a sus oficiales. No se daba el caso de entrar casualmente en el servicio de Jesucristo; era el caso de ser nombrados expresamente para él. Una persona podría sentirse orgullosa si fuera nombrada para algún cargo público por algún rey terrenal; ¡cuánto más cuando el Que la nombra es el Rey de reyes!
(iv) Estos hombres fueron nombrados de entre los discípulos. La palabra discípulo quiere decir aprendiz. Las personas que Jesús necesita y desea son las que están dispuestas a aprender. Lamente cerrada no Le sirve. El siervo de Cristo debe desear aprender más cada día. Cada día debe estar un paso más cerca de Jesús y un poco más cerca de Dios.(v) Las razones por las que estos hombres fueron escogidos son igualmente significativas. Fueron escogidos para estar con Él (Marcos 3:14). Si habían de hacer Su trabajo en el mundo, tendrían que vivir en Su presencia antes de salir al mundo; tendrían que ir de la presencia de Jesús a la humanidad.
Se dice que en una ocasión Alexander Whyte predicó un sermón maravillosamente poderoso y conmovedor. Después del culto le dijo un amigo: «Hoy has predicado como si vinieras directamente de la presencia de Jesucristo.» Whyte respondió: «Tal vez fue así.» Ninguna obra de Cristo la puede hacer nunca más que uno que viene de la presencia de Cristo. Algunas veces, en la complejidad de las actividades de una iglesia moderna, estamos tan ocupados con juntas y comités y administración y haciendo que todo siga su curso que corremos peligro de olvidar que ninguna de estas cosas importa si las llevan a cabo personas que no han estado con Cristo antes de estar con los demás.
(vi) Fueron llamados para ser apóstoles (Marcos 3:14; Lucas 6:13). La palabra apóstol quiere decir literalmente uno que es enviado; es la palabra que se usa para un enviado o un embajador. Un cristiano es un embajador de Jesucristo a los demás. Sale de la presencia de Cristo llevando consigo la palabra y la belleza de su Maestro.
(vii) Fueron llamados para ser heraldos de Cristo. En Mateo 10:7 fueron enviados a predicar. La palabra original es kéryssein, que viene del nombre kéryx, que quiere decir heraldo. El cristiano es un heraldo de Cristo. Por eso debe empezar en la presencia de Cristo. El cristiano no está para presentar sus propias opiniones a la gente; lleva un mensaje de certezas divinas de Jesucristo -y no puede llevar ese mensaje a menos que lo haya recibido primero en la presencia de Cristo.
La comisión del mensajero del Rey
Jesús envió a estos doce, y estas fueron las instrucciones que les dio: No sigáis ningún camino que vaya hacia los gentiles, ni entréis en ninguna ciudad de los samaritanos, sino limitaos a las ovejas de la casa de Israel que están descarriadas. Por donde vayáis, haced esta proclamación: «¡El Reino del Cielo está cerca!» Sanad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los leprosos, expulsad a los demonios»
Aquí tenemos el principio de la comisión del Rey a Sus mensajeros. La palabra que se usa en griego para mandar Jesús a Sus hombres, o darles órdenes, es interesante e iluminadora. Es la palabra parangueLlein. Esta palabra tiene en griego cuatro usos especiales.
(i) Es la palabra corriente para las órdenes en el ejército; Jesús era como un general mandando a sus oficiales en campaña y dándoles las órdenes oportunas.
(ii) Es la palabra que se usa para llamar a los amigos de uno para que le ayuden. Jesús era como un hombre que tuviera un gran proyecto y reuniera a sus amigos para que le ayudaran a hacer que llegara a ser realidad.
(iii) Es la palabra que se usa de un maestro que les da reglas e instrucciones a sus alumnos. Jesús era como un maestro que mandara a sus estudiantes al mundo equipados con su enseñanza y su mensaje.
(iv) Es la palabra que se usa corrientemente para una orden o un decreto del emperador. Jesús era como un rey que estuviera enviando a sus embajadores al mundo a realizar su programa y hablar en su nombre. Este pasaje empieza con lo que a uno le parecería una instrucción muy difícil. Empieza prohibiéndoles a los Doce que fueran a los gentiles o a los samaritanos. A muchos les resulta muy difícil creer que Jesús dijera esto nunca. Este aparente exclusivismo no nos suena a Jesús; y hasta se ha sugerido que este dicho lo pusieron en Su boca los que en días posteriores querían reservar el Evangelio para los judíos, los mismos que se opusieron vigorosamente a Pablo cuando quería llevar el Evangelio a los gentiles.
Pero hay ciertas cosas que hay que recordar. Este dicho es tan opuesto a la actitud de Jesús que nadie lo podría haber inventado; tiene que haberlo dicho, así que tiene que tener alguna explicación. Podemos estar completamente seguros de que éstas no fueron unas órdenes permanentes. En los mismos evangelios vemos a Jesús hablando con gracia e intimidad con una mujer samaritana y revelándose a ella (Juan 4:4-42). Le vemos contando una de Sus historias inmortales acerca del Buen Samaritano (Lucas 10:30-37); Le vemos sanando a la hija de una mujer sirofenicia (Mateo 15:28); y Mateo mismo nos dice que la comisión final de Jesús a Sus hombre fue que fueran a todo el mundo y trajeran a todas la naciones al Evangelio (Mateo 28:19s). ¿Cuál es entonces la explicación?
Les prohibió a los Doce ir a los gentiles; eso quería decir que no debían ir a Siria al Norte, ni a la Decápolis al Este, que era una región mayoritariamente gentil. No podían ir a Samaria al Sur porque se lo prohibió. E1 efecto de esta orden era de hecho limitar los primeros viajes de los Doce a Galilea. Había tres buenas razones para esto.
(i) Los judíos ocupaban un lugar muy especial en el esquema divino de las cosas; en la justicia de Dios tenían que recibir la primera invitación del Evangelio. Es verdad que la rechazaron; pero la totalidad de la Historia estaba diseñada para concederles la primera oportunidad de aceptar.
(ii) Los Doce no estaban equipados para predicar a los gentiles. No tenían ni el trasfondo, ni el conocimiento, ni la técnica. Antes que el Evangelio pudiera ser presentado eficazmente a los gentiles tenía que surgir un hombre con la vida y la educación de Pablo. Un mensaje tiene pocas posibilidades de éxito si el mensajero está insuficientemente preparado para transmitirlo. Si un predicador o maestro es sabio, se dará cuenta de sus limitaciones y verá claramente lo que puede y lo que no puede hacer.
(iii) Pero la gran razón para esta orden es sencillamente la siguiente: Cualquier general consciente sabe que tiene que limitar sus objetivos. Tiene que dirigir su ataque a un punto determinado. Si dispersa sus fuerzas por aquí y por allá y por todos los frentes, disipa sus fuerzas y se arriesga a la derrota. Cuanto más limitadas sean sus fuerzas más limitados tendrán que ser sus objetivos inmediatos. Intentar atacar en un frente demasiado extenso es arriesgarse a la derrota. Jesús lo sabía, y por eso concentró esta primera campaña a Galilea, porque Galilea era, como ya hemos visto, la que más abierta estaba al nuevo mensaje del Evangelio (cp. Mateo 4:12-17). Esta orden de Jesús era coyuntural. Jesús era el sabio general que se negaba a desparramar Sus fuerzas, y concentraba Su ataque hábilmente a un objetivo limitado para obtener una victoria definitiva y universal.
Las palabras y las obras del mensajero del Rey
Había palabras y obras que los mensajeros del Rey tenían que decir y hacer.
(i) Tenían que anunciar la inminente llegada del Reino. Como ya hemos visto (cp. Mateo 6:l0s), el Reino de Dios es una sociedad en la Tierra en la que la voluntad de Dios se cumple tan perfectamente como en el Cielo. De todas las personas que han vivido en el mundo, Jesús era, y es, la única Persona que siempre hizo perfectamente, y obedeció, y cumplió, la voluntad de Dios. Por tanto, en El había venido el Reino. Es como si los mensajeros del Rey hubieran de decir: «¡Fijaos! Habéis soñado con el Reino, y habéis anhelado el Reino. Aquí está el Reino, en la vida de Jesús. Miradle a Él, y ved lo que quiere decir estar en el Reino.> En Jesús, el Reino de Dios había venido a la humanidad.
(ii) Pero. la tarea de los Doce no se limitaba a decir palabras: también implicaba realizar obras. Tenían que sanar a los enfermos, resucitar a los muertos, limpiar a los leprosos y expulsar a los demonios. Todas estas instrucciones hay que tomarlas en un doble sentido. Hay que tomarlas físicamente, porque Jesucristo vino a traer salud y sanidad a los cuerpos de las personas; pero hay que tomarlas también espiritualmente: describen el cambio que obra Jesucristo en las almas de las personas.
(a) Habían de sanar a los enfermos. La palabra que se usa para enfermos es muy sugestiva. Es una parte del verbo asthenein, cuyo sentido primario es ser o estar débil. Asthenés es el adjetivo normal para débil -cp. en español astenia, asténico y sus derivados y compuestos-. Cuando Cristo vine a una persona, fortalece la voluntad débil, fortifica la débil resistencia, infunde fuerza al débil brazo para la lucha, reafirma la débil resolución. Jesucristo llena nuestra debilidad humána con Su poder divino.
(b) Habían de resucitar a los muertos. Una persona puede estar muerta en el pecado. Puede tener quebrantada la voluntad para resistir; puede tener oscurecida la visión para el bien hasta haberla perdido del todo; puede estar desesperada e irremisiblemente en las garras del pecado, ciego para la bondad y sordo para Dios. Cuando Jesucristo viene a la vida de una persona, la resucita para la bondad, revitalizando la bondad en nuestro interior que había matado el pecado.
(c) Habían de limpiar a los leprosos. Como ya hemos visto, a los leprosos se los consideraba ritualmente impuros. Levítico dice: «Todo el tiempo que tenga las llagas será impuro. Estará impuro y habitará solo; fuera del campamento vivirá» (Levítico 13:46).2 Reyes 7:3s nos muestra a unos leprosos que sólo en circunstancias de hambruna desesperada se atrevieron a entrar en la ciudad. 2 Reyes 15:5 nos cuenta que el rey Azarías fue herido con lepra y tuvo que vivir hasta el día de su muerte en un lazareto real, separado de todos los demás. Es interesante que en la antigua Persia también se creía que los leprosos eran inmundos. Heródoto (1:138) nos dice que «si una persona tiene lepra en Persia no se la permite entrar en una ciudad ni tener relación con otros persas; debe de ser, dicen ellos, porque ha pecado contra el Sol.»
Así que los Doce habían de llevar la purificación a los contaminados. Una persona puede manchar su vida con el pecado, contaminar su mente, su corazón y su cuerpo con las consecuencias del pecado. Sus palabras, sus acciones, llegan a estar tan contaminadas que son una influencia inmunda sobre todo aquello con lo que se ponen en contacto. Jesucristo puede limpiar el alma que se ha manchado de pecado; puede traer a las personas el antiséptico divino contra el pecado; limpia el pecado humano con la pureza divina.
(d) Habían de expulsar a los demonios. Una persona poseída era una persona en las garras de un poder maligno; ese poder la tenía dominada. Una persona puede estar dominada por el mal; puede ser esclava de malos hábitos; el mal puede ejercer una fascinación esclavizante sobre ella. Jesús viene no sólo a cancelar el pecado, sino además a quebrantar su poder. Jesucristo trae a las personas esclavizadas por el pecado el poder libertador de Dios.
Equipamiento del mensajero del Rey
No os ha costado nada lo que habéis recibido, así es que dadlo de la misma manera. No os propongáis recibir oro o plata o bronce en vuestras carteras; no llevéis bolsa para el viaje, ni muda de túnicas, ni calzado, ni bastón. El obrero merece su sustento. Este es un pasaje en el que cada oración y cada frase les sonaría familiar a los judíos que lo escucharon. En él Jesús está dándoles a Sus hombres las instrucciones que daban los mejores rabinos a; sus estudiantes y discípulos.
« De gracia recibisteis -les dice Jesús-, dad de gracia.» Un rabino estaba obligado por la ley a dar su enseñanza gratuitamente y sin cobrar nada; al rabino le estaba prohibido terminantemente recibir dinero por enseñar la Ley que Moisés había recibido gratuitamente de Dios. Sólo en un caso podía un rabino aceptar que se le pagara: por enseñar a un niño, porque eso era la obligación de los padres, y a ningún otro se le podía exigir que dedicara tiempo y trabajo haciéndoles a los padres lo que era su obligación; pero la enseñanza más elevada tenían que darla sin dinero y sin precio. En la Misncí la Ley establece que si un hombre acepta dinero por actuar como juez, su sentencia no es válida; que si recibe una paga por dar evidencia como testigo, su testimonio no ha de tenerse en cuenta. Rabí Sadoc decía: «No hagas de la Ley una corona para engrandecerte, ni una azada con la que cavar.» Hil.lel decía: «El que hace un uso mundano de la corona de la Ley se desvanecerá. De ahí debes colegir que el que desea obtener un provecho material de las palabras de la Ley está contribuyendo a su propia destrucción.» Estaba establecido: «Como Dios le enseño a Moisés gratis, así hazlo tú.»
Se cuenta una anécdota de Rabí Tarfón. Al final de la recolección de los higos iba paseando por un huerto, y comió algunos de los higos que habían dejado por el suelo. Los vigilantes se le echaron encima y le golpearon. Él les dijo quién era, y como era un rabino famoso le dejaron ir en paz. Toda su vida tuvo remordimientos por haber usado su posición como rabino en su propio provecho. «Todos sus días se sintió avergonzado, porque decía: “¡Ay de mí, porque he usado la corona de la Ley en mi propio provecho!”»
Jesús les dijo a los Doce que no se les ocurriera recibir oro o plata o bronce para sus bolsas; la palabra griega quiere decir literalmente para sus cintos. El cinturón que llevaban los judíos a la cintura era más bien ancho; y era doble por los dos extremos, para llevar allí el dinero; así es que el cinturón era el equivalente del monedero o la cartera. Jesús les dijo también a los Doce que no llevaran bolsa para el viaje. Esto se puede referir a una de dos cosas. Puede que fuera como una mochila en la que se llevaban corrientemente provisiones; pero hay otra posibilidad. La palabra original es péra, que puede querer decir la bolsa de un mendigo; a veces los filósofos ambulantes recogían una colecta después de dirigirse al público.
En todas estas instrucciones Jesús no estaba imponiéndoles a Sus hombres incomodidades deliberadas y calculadas. Les estaba diciendo cosas que les sonarían familiares, como judíos que eran. El Talmud nos dice: «Nadie puede ir al recinto del templo con bastón, cinturón con dinero o pies polvorientos.» La idea era que, cuando se entraba en el templo, se tenía que haber dejado atrás todo lo que tuviera que ver con su trabajo o negocio u ocupación temporal. Lo que Jesús les estaba diciendo a Sus hombres era: «Tenéis que tratar todo el mundo como el templo de Dios. Si sois hombres de Dios, no debéis nunca dar la impresión de que sois hombres de negocios y vais buscando ganancias materiales.» Las instrucciones de Jesús quieren decir que un hombre o una mujer de Dios debe mostrar en su actitud hacia las cosas materiales que no le interesa nada más que Dios.
Para terminar, Jesús dice que el obrero merece su sustento. También esto les sonaría familiar a los judíos. Es verdad que a un rabino no se le permitía recibir salario por enseñar, pero también es verdad que se consideraba un privilegio y una obligación el mantener a un rabino si era de veras un hombre de Dios. Rabí Eliezer ben Yaqob decía: «El que recibe a un rabino en su casa, o como su huésped, y le deja disfrutar de sus posesiones, la Escritura dice que eso se le cuenta como si hubiera ofrecido el sacrificio continuo.» Rabí Yojanán estableció que era la obligación de todas las comunidades judías el mantener a sus rabinos, especialmente porque los rabinos suelen descuidar sus propios negocios para dedicarse a los negocios de Dios.
Así que aquí hay una doble verdad. El hombre de Dios no debe estar excesivamente pendiente de las cosas materiales, pero el pueblo de Dios no debe nunca faltar a su deber de asegurarse que el hombre o la mujer de Dios recibe un apoyo razonable. Este pasaje impone una obligación tanto en el obrero del Señor como en los que se benefician de su servicio.
La conducta del mensajero del Rey
Cuando lleguéis a una ciudad o aldea, informaos de quién hay que tenga buena fama, y quedaos en su casa hasta que salgáis de aquel lugar. Cuando entréis en una casa, dadle vuestro saludo. Si la casa es digna, que vuestra paz repose sobre ella; y si no lo es, que vuestra paz se vuelva a vosotros. Si nadie os recibe, ni quiere escuchar vuestras palabras, cuando salgáis de aquella casa o ciudad sacudid de vuestros pies el polvo de allí. Os aseguro que lo tendrá más fácil la tierra de Sodoma y Gomorra el Día del Juicio que esa ciudad. Aquí tenemos un pasaje lleno de consejos de lo más prácticos para los mensajeros del Rey. Cuando entraban en una ciudad o pueblo tenían que buscar una casa que fuera digna. La punta de esto está en que si se albergaban en una casa de mala reputación por su moral o por su conducta o por su gente eso dañaría seriamente su utilidad. No tenían que identificarse con nadie que pudiera suponerles un obstáculo. Eso no quiere decir ni por un momento que no debieran tratar de ganar a tales personas para Cristo, pero sí quiere decir que el mensajero de Cristo debe tener cuidado con quién se relaciona.
Cuando se albergaran en una casa tenían que quedarse allí hasta que pasaran a otro lugar. Esto es una cuestión de cortesía. Podrían estar tentados, después de ganar a algunos conversos o simpatizantes en un lugar, a mudarse a una casa que les ofreciera más comodidades, más lujo y mejor compañía. El mensajero de Cristo nunca debe dar la impresión de que busca a las personas para conseguir cosas materiales, y que lo que le dicta sus movimientos es la búsqueda de su propia comodidad.
El pasaje acerca de dar un saludo y de recibir la respuesta de rigor es típicamente oriental. En Oriente, una palabra que se dice se considera que tiene una especie de existencia activa e independiente. Salió de la boca como la bala de un arma de fuego. Esta idea surge regularmente en el Antiguo Testamento, especialmente en relación con las palabras que dice Dios. Isaías oyó decir a Dios: «Por Mí mismo hice juramento, de Mi boca salió palabra en justicia y no será revocada» (Isaías 45:23). «Así será Mi palabra que sale de Mi boca: No volverá a Mí vacía, sino que hará lo que Yo quiero y será prosperada en aquello para lo cual la envié» (Isaías 55:11). Zacarías ve el rollo volador y oye la voz: «Esta es la maldición que se extiende sobre la faz de toda la Tierra» (Zacarías 5:3). Hasta el día de hoy en Oriente, si una persona le da su bendición a un viandante y luego descubre que es de otra religión, vuelve a pedirle que le devuelva su bendición. Aquí la idea es que los mensajeros del Rey pueden enviar su bendición para que descanse sobre la casa; y si la casa es indigna de ella, pueden recuperarla.
Si se rechaza su mensaje en algún lugar, los mensajeros del Rey deben sacudirse el polvo de aquel lugar que se les haya pegado a los pies y seguir su camino. Para un judío, el polvo de un pueblo o de una carretera gentiles era contaminante; por tanto, cuando un judío cruzaba la frontera de Palestina y entraba en su patria después de un viaje por tierras gentiles, se sacudía el polvo de las carreteras gentiles de los pies para librarse hasta de la última partícula de contaminación. Así es que Jesús dijo: « Si alguna ciudad o pueblo no os recibe, debéis tratarlos como si fueran lugares gentiles.» De nuevo debemos tener claro lo que Jesús está diciendo. En este pasaje encontramos una verdad coyuntural y una verdad eterna.
(i) La verdad coyuntural es ésta: Jesús no estaba diciendo que hubiera que dejar a nadie fuera del mensaje del Evangelio y del alcance de la gracia. Éstas eran unas instrucciones como las que dio al principio acerca de no ir a los gentiles y a los samaritanos. Se referían a la situación en que se dieron. Esto se debía exclusivamente al factor tiempo; el tiempo era corto; todos los posibles debían oír la proclamación del Reino; así es que no había tiempo para discutir con los diletantes o para tratar de ganar a los testarudos; eso llegaría más tarde. De momento, los discípulos tenían que recorrer el país lo más rápido posible, y por tanto tenían que pasar a otro lugar cuando no se recibía el mensaje que llevaban.
(ii) La verdad permanente es la siguiente. Es uno de los grandes hechos básicos de la vida que la oportunidad llega a una persona una y otra vez -y ya no se presenta más. Para aquellas personas de Palestina llegaba la oportunidad dé recibir el Evangelio; pero si no la aceptaban, podría ser que no volviera nunca. como dice el proverbio: «Hay tres cosas que nunca vuelven: la palabra hablada, la flecha lanzada y la oportunidad perdida.»
Esto sucede en todas las esferas de la vida. En su autobiografía, Chiaroscuro, Augustus John cuenta un incidente y añade un comentario lacónico. Estaba en Barcelona: «Era hora de salir para Marsella. Había mandado mi equipaje por delante, e iba andando a la estación cuando me encontré a tres gitanas ocupadas en comprar flores en un puesto. Me impresionaron de tal manera su belleza y su elegancia deslumbrante que casi perdí el tren. Hasta cuando llegué a Marsella y me encontré con mi amigo, aquella visión me seguía fascinando, y no tuve más remedio que volver. Pero ya no encontré a las tres gitanas. Eso nunca pasa.» El artista estaba siempre buscando atisbos de belleza que trasladar al lienzo -pero sabía muy bien que si no pintaba la belleza cuando la encontraba, todas las probabilidades estaban en contra de que volviera a captar esa vislumbre otra vez. Lo más trágico de la vida es a menudo la oportunidad perdida.
Por último, dice que lo tendrán más fácil Sodoma y Gomorra en el Día del Juicio que los pueblos y aldeas que rechacen el mensaje de Cristo y el Reino. Sodoma y Gomorra se mencionan en el Nuevo Testamento como el arquetipo de la maldad (Mateo 11:23s; Lucas 10:12s; 17:29; Romanos 9:29; 2 Pedro 2:6; Judas 7). Es interesante y pertinente notar que precisamente antes de su destrucción Sodoma y Gomorra habían sido culpables de quebrantar grave y viciosamente las leyes de la hospitalidad (Génesis 19:1- I1). Ellas también habían rechazado a los mensajeros de Dios. Pero hasta en su peor momento, Sodoma y Gomorra nunca habían tenido la oportunidad de recibir el mensaje de Cristo y de Su Reino. Por eso es por lo que lo tendrían más fácil al final que los pueblos y aldeas de Galilea; porque siempre es verdad que cuanto más grande ha sido el privilegio mayor es la responsabilidad.
Entenderemos mejor todas las referencias que se hacen en este pasaje si sabemos cómo era la ropa de un judío de Palestina en tiempos de Jesús. Se componía de cinco artículos.
(i) La ropa interior era el jitón o sinddn, túnica. Era muy simple. No era más que una pieza larga de tela enrollada y cosida por un lado. Era lo suficientemente larga como para llegarle casi hasta los pies. Tenía agujeros por arriba para la cabeza y los brazos. Esa pieza se vendía corrientemente sin esos agujeros, como prueba de que no lo había usado nadie antes, y para que el comprador se hiciera el escote a su gusto. Por ejemplo: El escote era diferente para hombres y para mujeres. Llegaba más abajo en el caso de las mujeres para que pudieran darle el pecho a sus bebés. En su forma más sencilla era poco más que un saco con agujeros arriba y en las esquinas. Una forma más desarrollada se hacía con mangas, y algunas veces estaba abierto por delante y se podía abrochar.
(ii) La túnica exterior se llamaba himation. Se usaba como capa de día y como manta de noche. Estaba formado por un trozo de tela de dos metros de izquierda a derecha por uno y medio de arriba abajo. Medio metro a cada lado estaba remetido, y en el extremo superior de los dobleces se hacían los cortes para pasar los brazos. Así es que era casi cuadrado. Generalmente se hacía con dos tiras de tela, cada una de dos metros por menos de uno cosidas entre sí. La costura se ponía a la espalda. Pero un himation se podía tejer de una sola pieza, como la túnica de Jesús (Juan 19:23). Esta era la pieza principal de la ropa.
(iii) Estaba el cinturón. Se llevaba encima de las dos piezas ya descritas. Las faldas de la túnica se podían recoger hacia arriba del cinturón para trabajar o para correr, o para llevar cosas en el hueco de la ropa. El cinturón era corrientemente doble hacia la mitad de su longitud. La parte doblada formaba un bolsillo en el que se llevaba el dinero.
(iv) Estaba lo que cubría la cabeza. Era una pieza de algodón o de lino de un metro cuadrado. Podía ser blanco, o azul, o negro. Algunas veces se hacía de seda de colores. Se doblaba diagonalmente, y luego se colocaba en la cabeza de forma que protegiera la parte posterior del cuello, los pómulos y los ojos del calor y del deslumbramiento del sol. Se mantenía en posición con una rueda de una lana semielástica que se ponía alrededor de la cabeza.
(v) Estaban las sandalias. Eran simplemente unas suelas de cuero, madera o esparto. Tenían unas correas con las que se sujetaban a los pies.
La bolsa podía ser de dos clases.
(a) Podía ser un morral corriente de viaje. Se hacía muchas veces de piel de cabrito. Corrientemente se le quitaba la piel al animal entera, conservando toda su forma: ¡patas, rabo, cabeza y todo! Tenía una correa a cada lado, y se colgaba de los hombros. Allí llevaba el pastor, o el peregrino, o el viajero, pan y pasas y aceitunas y queso suficiente para dos días.
(b) Se ha hecho una sugerencia muy interesante. La palabra griega, péra, quiere decir la bolsa de la colecta. A veces en el mundo griego, los sacerdotes y los piadosos salían con estas cestas para recoger ofrendas de la gente para su templo o para sus dioses. Se los describía como «ladrones piadosos cuyo botín iba creciendo de pueblo en pueblo.» Hay una inscripción en la que un hombre que se llamaba a sí mismo esclavo de una diosa siria dice que «traía setenta bolsas llenas en cada viaje que hacía para su señora.»
Si tomamos el primer significado, Jesús quería decir que Sus discípulos no debían llevar provisiones para el camino, sino confiar en Dios para todo. Si se toma en el segundo sentido, quiere decir que no tenían que ser rapaces como los sacerdotes paganos. Tenían que ir a todas partes dando, y no recibiendo.
Hay otras dos cosas interesantes aquí.
(i) La ley rabínica decía que cuando uno entrara en los atrios del templo tenía que despojarse del bastón, el calzado y el cinto del dinero. Todas las cosas ordinarias tenían que dejarse a la entrada del lugar sagrado. Bien puede ser que Jesús estuviera pensando en eso, y que quisiera decir que Sus hombres tenían que considerar los humildes hogares en que entraran como tan sagrados como los atrios del templo.
(ii) La hospitalidad era un deber sagrado en Oriente. Cuando un forastero llegaba a una aldea, no era su obligación el buscar hospitalidad, sino la obligación de la aldea el ofrecérsela. Jesús les dijo a Sus discípulos que si se les negaba la hospitalidad, y si se les cerraban las puertas y los oídos, tenían que sacudir de sus pies el polvo de aquel lugar antes de marcharse. La ley rabínica decía que el polvo de un país gentil estaba contaminado, y que cuando uno entrara en Palestina viniendo de otro país tenía que sacudirse todas las partículas de polvo de la tierra inmunda. Era una repulsa formal y gráfica de que un judío pudiera tener ninguna asociación ni siquiera con el polvo de una tierra pagana. Es como si Jesús dijera: « Si se niegan a escucharos, lo único que podéis hacer es tratarlos como trataría un judío estricto la casa de un gentil. No puede haber ninguna relación entre vosotros y ellos.»
Así es que podemos ver que la señal del discípulo cristiano era la sencillez total, y la total confianza y la generosidad que siempre está dispuesta a dar y nunca a exigir.
El mensaje y la misericordia del Rey
Así es que los Doce fueron por ahí proclamando la llamada al arrepentimiento; y expulsaron a muchos demonios, y sanaron a muchos enfermos ungiéndolos con aceite. Tenemos aquí, en un breve resumen, el reportaje de la obra que llevaron a cabo los Doce cuando Jesús los envió.
(i) Llevaron al pueblo el mensaje de Jesús. La palabra que se usa quiere decir literalmente la proclamación de un heraldo. Cuando los apóstoles salieron a predicar, no crearon un mensaje; transmitieron un mensaje. No le decían a la gente lo que ellos creían y lo que consideraban probable, sino lo que Jesús les había encargado. No eran sus propias opiniones lo que llevaban a la gente, sino la verdad de Dios. Los profetas siempre empezaban su mensaje diciendo: «Así dice el Señor.» El que quiera llevar a otros un mensaje efectivo debe antes recibirlo de Dios.
(ii) Le comunicaban al pueblo el Mensaje del Rey; y el mensaje del Rey era: «¡Arrepentíos!» Está claro que aquel era un mensaje inquietante. Arrepentirse quiere decir cambiar de mentalidad, y seguidamente ajustar toda la vida a ese cambio.
Arrepentimiento quiere decir un cambio de corazón y de acción. No puede por menos de hacer daño, porque conlleva la amargura de darse cuenta de que el camino que se ha estado siguiendo era equivocado. No puede por menos de inquietar, porque supone una inversión total de la vida de arriba abajo. Precisamente por eso son tan pocos los que se arrepienten -porque lo que menos quiere la gente es que se la inquiete. Lady Asquith, en una frase lapidaria, habla de personas que «se deslizan perezosamente hacia la muerte.» Hay muchos que son así. Se resisten a toda actividad que requiera esfuerzo, y no sólo físico. La vida es para ellos «una tierra en la que siempre es la hora de la siesta.» En cierto sentido, es más atractivo, o menos repelente, el pecador positivo, activo, fanfarrón, que va lanzado hacia alguna meta que se ha propuesto, que el vago, negativo, nebuloso, que se deja arrastrar sin resistencia y sin dirección por la vida.
Hay un pasaje en la novela ¿Quo vadis? en el que Vicinio, el joven romano, se ha enamorado de una chica que es cristiana. Como él no lo es, ella no quiere saber nada de él. La sigue a una reunión nocturna secreta del pequeño grupo de cristianos; y allí, desconocido para todos, escucha el culto. Oye predicar a Pedro; y, cuando está escuchando, algo le sucede. «Sintió que, si quisiera seguir esa enseñanza, tendría que hacer un montón con todos sus pensamientos, costumbres y carácter, toda su vida hasta aquel momento, prenderle fuego y dejar que se redujera a ceniza, y entonces llenarse de una vida totalmente diferente y un alma totalmente nueva.» Eso es el arrepentimiento. Pero, ¿qué si uno no quiere más que que le dejen en paz? Lo que hay que dejar atrás no tiene que ser necesariamente asaltar, robar, asesinar, violar y otros pecados deslumbrantes. Puede que sea dejar una vida que es completamente egoísta, instintivamente exigente, totalmente inconsiderada; el cambio de una vida centrada en el yo a una vida centrada en Dios -y un cambio así duele. W. M. Macgregor cita un dicho del obispo de Los Miserables: «Yo siempre molestaba a algunos de ellos; porque, a través de mí, les llegaba el aire del exterior; mi presencia les hacía sentir como si se hubiera dejado abierta una puerta y estuvieran en la corriente.» El arrepentimiento no es nada sensiblero, sino algo revolucionario. Por eso son tan pocos los que se arrepienten.
(iii) Le llevaban al pueblo la misericordia del Rey. No sólo llevaban a las personas esa demanda inquietante; también llevaban ayuda y sanidad. Llevaban liberación a los pobres hombres y mujeres poseídos. Desde el principio, el Cristianismo se ha propuesto traer la salud al cuerpo y al alma; no sólo la salvación del alma, sino la salvación total. No sólo ofrecían una mano para salir del naufragio moral, sino una mano para elevarse del dolor y el sufrimiento físico. Es de lo más sugestivo que ungieran con aceite. En el mundo antiguo, el aceite se consideraba una panacea. El gran médico griego Galeno decía: «El aceite es el mejor de todos los medios para curar las enfermedades del cuerpo.» En las manos de los siervos de Cristo, las viejas curas adquirían una nueva virtud. Lo extraño es que usaran las cosas que el conocimiento parcial de la humanidad había sabido desde siempre; pero el Espíritu de Cristo daba al sanador un nuevo poder, y a la vieja cura una nueva virtud. El poder de Dios se ponía a disposición de la fe de las personas en las cosas ordinarias.
Así que los Doce llevaron al pueblo el mensaje y la misericordia del Rey, y esa sigue siendo la tarea de la Iglesia hoy y siempre y en todas partes.
En el mundo antiguo no había más que una manera eficaz de transmitir un mensaje, y era mediante la palabra hablada. No existían los periódicos. Los libros se tenían que escribir a mano, y un libro del tamaño de Lucas-Hechos costaría más de 10.000 pesetas por copia. La radio y la televisión no las había soñado ni la imaginación más fantástica. Por eso Jesús mandó en misión a los Doce. .Estaba limitado por el espacio y el tiempo; sus ayudantes tenían que ser bocas que hablaran por Él.
Tenían que viajar ligeros. Eso era simplemente porque, el que viaja ligero puede llegar más lejos y más pronto. Cuanto más depende uno de cosas materiales tanto más atado está a un lugar. Dios necesita un ministerio estable; pero también necesita personas dispuestas a dejarlo todo para emprender la aventura de la fe.
Si no los recibían, tenían que sacudirse de los pies el polvo que se les hubiera pegado al marcharse de aquel lugar. Cuando los rabinos llegaban a Palestina de un país pagano, se sacudían hasta la última partícula de polvo pagano de los pies. Una aldea o una ciudad que no recibiera a los mensajeros de Jesús tenía que ser tratada como los judíos estrictos tratarían a un país pagano. Había rechazado la oportunidad, y había quedado excluida.
Que la misión fue efectiva se ve por la reacción de Herodes. Sucedían cosas. Tal vez había llegado Elías, el precursor anunciado. Tal vez se trataba del gran profeta esperado (Deuteronomio 18:1 S). Pero, como ha dicho alguien, «la conciencia nos hace a todos cobardes», y Herodes se temía que Juan el Bautista, a quien él creyó haber eliminado, había vuelto del otro mundo a acecharle.
Una cosa del ministerio que Jesús les confió a los Doce se repite varias veces en este breve pasaje: predicar y sanar iban juntos. Une el interés en los cuerpos y en las almas. No se trataba sólo de palabras, por muy consoladoras que fueran, sino también de hechos. Era un mensaje que no se limitaba a dar noticias de la eternidad, sino que se proponía cambiar las condiciones de la Tierra. Era lo contrario del copio del pueblo» o del «paraíso de las huríes». Insistía en que la salud del cuerpo es parte tan integral del propósito de Dios como la del alma.
Nada ha hecho tanto daño a la iglesia como la repetida afirmación de «las cosas de este mundo no tienen importancia.» En la década de los 30 el paro invadió muchos hogares respetables y honrados. Al padre se le enmohecía el talento de no usarlo; la madre no podía hacer que las pesetas le cundieran como duros; los chicos no sabían más que tenían hambre. Todo el mundo estaba amargado. Decirle a gente así que las cosas materiales no importan era insultante e imperdonable, especialmente si el que lo decía vivía desahogadamente. Al General Booth del Ejército de Salvación le echaban en cara que ofrecía alimentos y comidas a los pobres en vez de predicarles el Evangelio, y el viejo guerrero devolvía la descarga diciendo: «Es imposible darle a la gente el consuelo del amor de Dios en el corazón cuando tienen los pies entumecidos de frío.»
Por supuesto que se puede exagerar la importancia de las cosas materiales; pero también se puede minimizar. La iglesia pagará muy caro el olvidarse de que Jesús empezó por mandar a sus hombres a predicar el Reino y a sanar, a salvar a la gente en cuerpo y alma.