Cuando ustedes ayunen no pongan cara triste, como los hipócritas, que aparentan tristeza para que la gente vea que están ayunando. Les aseguro que con eso ya tienen su premio. Tú, cuando ayunes, lávate la cara y arréglate bien, para que la gente no note que estás ayunando. Solamente lo notará tu Padre, que está en lo oculto, y tu Padre que ve en lo oculto te dará tu recompensa. Mateo 6:16-18
Hasta este día, el ayuno es una parte esencial de la vida religiosa en Oriente. Los musulmanes observan rigurosamente el ayuno en el mes de ramadán, que-es el noveno mes del año musulmán, en el que se conmemoran las primeras revelaciones que recibió Mahoma. Ese ayuno se mantiene desde la salida del sol -cuando hay bastante luz para distinguir un hijo blanco de uno negro- hasta la puesta del sol. En ese tiempo está prohibido comer, beber, bañarse, fumar, oler perfumes, y cualquier cosa que no sea esencial. Las mujeres que están criando o esperan bebés están exentas.
Los soldados en campaña y los que están de viaje también pueden dejar de cumplirlo, pero comprometiéndose a ayunar en otro tiempo durante un número equivalente de días. Si una persona tiene que tomar alimento por razones de salud, debe compensar el haber quebrantado el ayuno dando limosnas a los pobres.
Las costumbres de ayuno de los judíos eran exactamente las mismas. Hay que advertir que, como ya hemos dicho, el ayuno duraba desde la salida hasta la puesta del sol; fuera de ese tiempo se podía comer normalmente. Los judíos de tiempos de Jesús, como en nuestros días, no tenían más que un ayuno obligatorio: el del Día de la Expiación. Ese día, todos los hombres tenían que «afligir sus almas»: Día de reposo es para vosotros, y afligiréis vuestras almas; es estatuto perpetuo. (Levítico 16:31). La ley tradicional estipulaba: « El Día de la Expiación está prohibido comer, beber, bañarse, ungirse, llevar sandalias, y hacer uso del matrimonio.» Hasta los niños tenían que ser entrenados en cierta medida de ayuno el Día de la Expiación para que, cuando fueran mayores, estuvieran preparados para cumplir el ayuno nacional. Pero, aunque sólo había un día de ayuno general obligatorio, los judíos practicaban corrientemente los ayunos privados.
(i) Estaba el ayuno que se relacionaba con el luto.
Entre la muerte y el entierro de un ser querido, los que estaban de duelo se tenían que abstener de carne y de vino.
(ii) Estaba el ayuno que se hacía para expiar un pecado.
Se decía, por ejemplo, que Rubén ayunó siete días por su responsabilidad en la venta de José: «No bebió vino ni ninguna otra bebida alcohólica; no probó la carne ni ninguna otra cosa apetitosa» (Testamento de Rubén 1:10). Por la misma razón, «Simeón afligió su alma con ayuno durante dos días, porque había odiado a José» (Testimonio de Simeón 3:4). Por arrepentimiento por su pecado con Tamar, se decía que Judá, en su ancianidad, «no tomaba ni vino ni carne, ni se permitía ningún placer» (Testamento de Judá 15:4). Hay que decir que el pensamiento judío no le veía ningún valor al ayuno si no iba acompañado del arrepentimiento. El ayuno era la expresión externa de una aflicción interna. El autor del Eclesiástico (31:30) dice: « El que ayuna para librarse de sus pecados, y va y hace las mismas cosas otra vez, ¿quién tomará en serio su oración, y de qué le servirá el humillarse?»
(iii) En muchos casos el ayuno era un acto de penitencia nacional.
Así ayunó la nación entera después del desastre de la guerra civil con la tribu de Benjamín: Entonces subieron todos los hijos de Israel, todo el pueblo, y fueron a la casa de Dios. Lloraron, se sentaron allí en presencia de Jehová, ayunaron aquel día hasta la noche y ofrecieron holocaustos y ofrendas de paz delante de Jehová. (Jueces 20:26). Samuel hizo que el pueblo ayunara porque se habían extraviado tras Baal: Los israelitas se reunieron en Mispá, y allí sacaron agua y la derramaron como ofrenda al Señor. Aquel día ayunaron y reconocieron públicamente que habían pecado contra el Señor. Allí, en Mispá, Samuel se convirtió en caudillo de los israelitas. (1 Samuel 7:6). Nehemías hizo que el pueblo ayunara confesando sus pecados: El día veinticuatro del mismo mes, los israelitas se reunieron para ayunar; se vistieron con ropas ásperas y se echaron tierra sobre la cabeza, (Nehemías 9:1). A veces la nación entera ayunaba en señal de penitencia nacional delante de Dios.
(iv) En ocasiones el ayuno era una preparación para recibir una revelación.
Moisés ayunó cuarenta días y cuarenta noches en la montaña: Moisés entró en la nube, subió al monte, y allí se quedó cuarenta días y cuarenta noches. (Éxodo 24:15). Daniel ayunó esperando la Palabra de Dios: y dirigí mis oraciones y súplicas a Dios el Señor, ayunando y vistiéndome con ropas ásperas, y sentándome en ceniza. (Daniel 9:3). Jesús mismo ayunó esperando el enfrentamiento con el tentador:
Estuvo cuarenta días y cuarenta noches sin comer, y después sintió hambre. (Mateo 4:2).
Este era un principio sano; porque, cuando el cuerpo está más bajo control, es cuando las facultades mentales y espirituales están más alerta.
(v) Y a veces el ayuno era una llamada a Dios.
Por ejemplo, si faltaba la lluvia, y había peligro de que se perdieran las cosechas, se proclamaría un ayuno nacional para invocar la ayuda de Dios.
En el ayuno judío había tres ideas principales.
(i) El ayuno era un intento deliberado de llamar la atención de Dios.
Esta era una idea muy primitiva. El ayuno estaba diseñado para atraer la atención de Dios y hacer que Se fijara en la persona que se afligía voluntariamente.
(ii) El ayuno era un intento deliberado de demostrar que el arrepentimiento era auténtico.
El ayuno era la garantía de la sinceridad de las palabras y de las oraciones. A la vista está que aquí había un peligro; porque, lo que se suponía que era una prueba de arrepentimiento podía llegar a considerarse un sustituto del arrepentimiento.
(iii) Mucho del ayuno era vicario.
No estaba diseñado para salvar el alma de una persona tanto como para mover a Dios a salvar a la nación de sus angustias. Era como si los especialmente devotos dijeran: «Las personas corrientes no pueden hacer esto. Están inmersos en las tareas del mundo. Nosotros haremos este extra para compensar la necesaria deficiencia de la piedad de los demás.»
Cómo no ayunar
Aunque el ideal del ayuno fuera elevado, su práctica conllevaba ciertos peligros inevitables. El mayor peligro era que uno ayunara para hacer alarde de una piedad superior; que su ayuno fuera una demostración, no a Dios, sino a las gentes, de lo devoto y disciplinado que era. Eso era precisamente lo que Jesús condenaba aquí. Condenaba el ayuno que se usaba para hacer ostentación de piedad. Los días del ayuno judío eran el lunes y el jueves. Esos eran los días de mercado, y los pueblos y las aldeas, y especialmente Jerusalén, estaban abarrotados de gente del campo; el resultado era que los que ayunaban para presumir de piedad tenían esos días una audiencia más numerosa para ver y admirar su piedad. Había algunos que tomaban ciertas medidas para asegurarse de que la gente no pudiera por menos de darse cuenta de que estaban ayunando: se paseaban por las calles despeinados y macilentos, cuidadosamente descuidados en cuanto a la ropa; hasta llegaban a pintarse la cara de blanco para exagerar su palidez. Esos no eran gestos de humildad, sino de orgullo y presunción espiritual.
Los más sabios de los rabinos no habrían regateado esfuerzos para condenar esa actitud lo mismo que Jesús. Tenían muy claro que el ayunar por ayunar no tenía ningún valor. Decían que un voto de abstinencia era como el collar de hierro que les ponían a los presos; y que el que se lo imponía a sí mismo se parecía al que se encontraba un collar de esos por ahí, y metía la cabeza en él estúpidamente, sometiéndose a una esclavitud inútil. Una de las cosas mejores que dijeron los rabinos fue: «Uno tendrá que dar cuenta el Día del Juicio por todas las cosas buenas que habría podido disfrutar, y se pasó por alto.»
El doctor Boreham hace un relato que es un comentario sobre la idea equivocada del ayuno. Un viajero que iba por las Montañas Rocosas se encontró con un sacerdote católico muy anciano; y se sorprendió, naturalmente, al verle esforzarse por aquellos parajes difíciles y aun peligrosos. El viajero le preguntó al sacerdote: « ¿Qué está usted haciendo aquí?» Y el anciano sacerdote le contestó: «Estoy disfrutando de la belleza del mundo.» «Pero -le dijo el viajero-, ¿no lo ha dejado usted para un poco tarde?» Y entonces el sacerdote le contó su historia. Se había pasado casi toda la vida en un monasterio; no había salido nunca más allá de los claustros. Cayó muy enfermo, y tuvo una visión. Vio un ángel que estaba al lado de su cama. «¿Para qué has venido?» -le preguntó. Y el ángel le dijo: «Para llevarte a casa.» « ¿Y es muy bonito el mundo al que me llevas?» -preguntó el anciano. Y el ángel le contestó: «Es muy bonito el mundo que vas a dejar.» « Y entonces -siguió contándole el anciano al viajero- me di cuenta de que no había visto nada de este mundo más que lo que había dentro de las tapias del monasterio.» Así es que le dijo al ángel: «Pero yo no he visto casi nada del mundo que voy a dejar.» «Entonces -le respondió el ángel- me temo que vas a ver muy poca belleza en el mundo al que vas.» «Estaba confuso -siguió contando el anciano sacerdote-, y pedí que se me permitiera seguir otros dos años en este mundo. Se me concedió mi oración, y estoy gastando todo el dinero de que dispongo y todo el tiempo que me queda explorando la belleza del mundo. ¡Y la encuentro maravillosa!»
Toda persona está obligada a aceptar y disfrutar las maravillas del mundo. No tiene ningún mérito el ayunar por ayunar, y menos el ayunar para presumir de piadoso.
El ayuno auténtico
Aunque Jesús condenó la clase errónea de ayuno, Sus palabras implican que hay una forma auténtica en la que Él esperaba que Sus seguidores tomaran parte. Esto es algo en lo que muchos de nosotros, especialmente en las iglesias protestantes, rara vez pensamos. Hay muy pocas personas normales y corrientes de cuya vida forma parte el ayuno. Y sin embargo hay muchas razones por las cuales el ayuno sabiamente practicado es una cosa excelente.
(i) El ayuno es bueno para la salud.
Muchos de nosotros llevamos una vida en la que es fácil volverse blando y flojo. A veces es posible llegar al punto en que se vive para comer en vez de comer para vivir. A muchas personas les haría mucho bien físico practicar el ayuno más de lo que lo hacen.
(ii) El ayuno es bueno para la disciplina personal.
Es fácil llegar a pasarse de autocomplacientes. Es fácil llegar a un estado en el que no nos privamos de nada que podamos tener o adquirir. A muchas personas les haría un montón de bien el dejar por algún tiempo todas las semanas que sus deseos y caprichos fueran sus únicos señores, y ejercitarse en una autodisciplina severa y antiséptica.
(iii) El ayuno nos libera de ser esclavos del hábito.
No hay pocos que se permiten ciertos hábitos sencillamente porque les resulta imposible dejarlos. Han llegado a sernos tan esenciales que no los podemos quebrantar; desarrollamos tal dependencia de ciertas cosas que, lo que debería ser un placer, se convierte en una necesidad; y el vernos privados de lo que nos hemos acostumbrado a desear puede convertirse en un purgatorio. Si practicáramos un ayuno prudente, ningún placer se convertiría en una cadena, ni ningún hábito en un tirano. Seríamos los dueños de nuestros placeres, y no viceversa.
(iv) El ayuno protege la habilidad de pasarnos sin algunas cosas.
Una de las características que definen la vida de una persona es el número de cosas que ha llegado a considerar esenciales. Está claro que, cuantas menos sean, más independientes seremos. Cuando todas las cosas llegan a sernos esenciales, estamos a merced de los lujos de la vida. Es un buen ejercicio pasearse por una calle comercial, y mirar todas las cosas que se exponen en los escaparates sin las que uno se puede pasar perfectamente. Alguna forma de ayuno nos conserva la habilidad de pasarnos sin las cosas que nunca debiéramos permitir que nos parecieran esenciales.
(v) El ayuno nos permite apreciar las cosas mucho más.
Puede que haya habido un tiempo en la vida cuando algún placer se nos presentaba tan de tarde en tarde que nos suponía un placer extraordinario cuando llegaba. Puede que tengamos romo el apetito, y el paladar insensible, que hayan perdido su agudeza. Lo que era a veces un placer agudo se ha convertido en una droga sin la que no nos podemos pasar. El ayuno mantiene la emoción del placer haciendo que sea siempre nuevo y vivo.
El ayuno ha quedado excluido casi completamente de la vida de muchas personas normales y corrientes. Jesús condenó la clase equivocada de ayuno, pero nunca pretendió que el ayuno se eliminara totalmente de la vida y la práctica. Haremos bien en practicarlo cada uno a nuestra propia manera y según nuestra necesidad personal. Y la razón para hacerlo así es que «las bendiciones de la tierra sean nuestro guía, y no nuestra cadena,»