En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
En una gran pieza de música, el compositor a menudo empieza exponiendo los temas que va a elaborar en el curso de su obra. Eso es lo que hace Juan aquí. Vida y luz son dos de las grandes palabras básicas sobre las que se construye el Cuarto Evangelio. Son dos de los temas principales que el Evangelio se propone desarrollar y exponer. Vamos a considerarlas en detalle.
El Cuarto Evangelio empieza y termina con la vida. En el mismo principio leemos que en Jesús estaba la vida; y en el mismo final leemos que el propósito de Juan al escribir su Evangelio era «que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en Su nombre» (Juan 20:31). Esta palabra está continuamente en los labios de Jesús.
Es Su sentido pesar que las personas no quieren venir a Él para tener vida (Juan 5:40). Es Su declaración que El vino para que los hombres tuvieran vida, y la tuvieran en abundancia (Juan 10:10). Él testifica que les da vida a las personas y que no perecerán jamás, porque nadie las podrá arrebatar nunca de Su mano (Juan 10:28). Se proclama el camino, la verdad y la vida (Juan 14:6). En el Evangelio la palabra vida (zóé) aparece más de treinta y cinco veces, y el verbo vivir o tener vida (zén) más de quince. Así pues, ¿qué es lo que quiere decir Juan con vida?
(i) Quiere decir sencillamente que vida es lo contrario de destrucción, condenación o muerte. Dios envió a Su Hijo para que todos los que creen en Él no se pierdan, sino tengan vida eterna (Juan 3:16). El que oye y cree tiene vida eterna, y no está sujeto a juicio (Juan 5:24). Hay un contraste entre la resurrección para la vida, y la resurrección para el juicio (Juan 5:29).
Aquellos a los que Jesús da la vida no perecerán jamás (Juan 10:28). Hay algo en Jesús que le da a uno seguridad en esta vida y en la por venir. Hasta que aceptamos a Jesús y le tomamos como nuestro Salvador y le entronizamos como nuestro Rey no se puede decir que vivimos. El que vive una vida sin Cristo existe, pero no sabe lo que es la vida. Jesús es la única Persona que puede hacer que valga la pena vivir, y en Cuya compañía la muerte no es más que el preludio de una vida más plena.
(ii) Pero Juan está completamente seguro de que, aunque Jesús es el que nos trae esa vida, el que nos la da es Dios. Juan usa la frase el Dios viviente como el resto de la Biblia. Es la voluntad del Padre que envió a Jesús que todos los que le ven y creen en Él tengan vida (Juan 6:40). Jesús es el que da la vida porque el Padre ha puesto Su propio sello de aprobación sobre Él (Juan 6:27). Él les da la vida a todos los que el Padre le ha dado (Juan 17:2). Dios está en todo ello. Es como si Dios estuviera diciendo: «Yo he creado a los seres humanos para que tengan la vida real; a causa de su pecado, han dejado de vivir y sólo existen; Yo les he enviado a Mi Hijo para hacerles saber lo que es la vida real.»
(iii) Debemos preguntarnos qué es esa vida. Una y otra vez el Cuarto Evangelio usa la frase vida eterna. Ya trataremos del sentido completo de esa frase más tarde; pero de momento notaremos esto: La palabra que usa Juan para eterna es aiónios. Está claro que, sea lo que sea la vida eterna, no es simplemente una vida que no se acaba nunca. Una vida interminable podría ser una maldición terrible; muchas veces hay personas que claman por una liberación de la vida. En la vida eterna tiene que haber algo más que su duración; tiene que haber también una calidad de vida.
No se desea la vida a menos que sea una cierta clase de vida. Aquí tenemos la clave. Aiónios es el adjetivo que se usa a menudo para describir a Dios. En el verdadero sentido de la palabra, sólo Dios es aiónios, eterno; por tanto, vida eterna es la vida de Dios. Lo que Jesús nos ofrece de Dios es la misma vida de Dios. La vida eterna es la que experimenta algo de la serenidad y el poder de la vida de Dios mismo. Cuando vino Jesús ofreciendo a los hombres la vida eterna, estaba invitando a todo el mundo a entrar en la misma vida de Dios.
(iv) Entonces, ¿cómo entramos en esa vida? Creyendo en Jesucristo. La palabra creer (pisteuein) aparece en el Cuarto Evangelio nada menos que setenta veces. «El que cree en el Hijo tiene vida eterna» (Juan 3:36). «El que cree -dice Jesús tiene la vida eterna» (Juan 6:47). La voluntad de Dios es que las personas vean al Hijo, y crean en Él, y tengan la vida eterna (Juan 5:24). ¿Qué quiere decir Juan con creer? Dos cosas.
(a) Quiere decir que debemos estar convencidos de que Jesús es real y verdaderamente el Hijo de Dios. Quiere decir que debemos hacer una decisión en relación con El. Después de todo, si Jesús no fue nada más que un hombre, no, hay razón para que Le demos la obediencia completa e implícita que Él demanda. Tenemos que pensarnos personalmente Quién era Jesús. Tenemos que mirarle, aprender acerca de Él, estudiarle, pensar en Él hasta llegar a la conclusión de que no es sino el Hijo de Dios.
(b) Pero es más que una convicción intelectual. Creer en Jesús quiere decir tomarle la palabra, aceptar Su programa como algo que nos obliga absolutamente, creer sin lugar a duda que lo que Él dice es verdad.
Para Juan, fe quiere decir la convicción de la mente de que Jesús es el Hijo de Dios, la confianza del corazón de que todo lo que dice es verdad y el fundamentar toda nuestra vida sobre la seguridad inquebrantable de que debemos tomarle la palabra. Cuando lo hacemos, dejamos de «existir» y empezamos a vivir. Nos enteramos de lo que quiere decir la Vida, con mayúscula.
La segunda de las grandes palabras clave de Juan que nos encontramos aquí es la palabra luz. Esta palabra aparece en el Cuarto Evangelio nada menos que veintiuna veces. Jesús es la luz de los hombres. La misión de Juan el Bautista era señalar a los hombres aquella luz que estaba en Cristo. Dos veces se llama Jesús a Sí mismo la luz del mundo (Juan 8:12; 9:5). Esta luz puede estar en los hombres (Juan 11:10), de manera que pueden llegar a ser hijos de la luz (Juan 12:36). «Yo he venido -dijo Jesús- como la luz al mundo» (Juan 12:46). Veamos si podemos entender algo de esta idea de la luz que trae Jesús al mundo. Hay tres cosas que sobresalen.
(i) La luz que trae Jesús es la que hace huir al caos. En la historia de la creación, Dios se movió sobre el caos oscuro e informe que había antes que empezara el mundo, y dijo: «Sea la luz» (Génesis 1:3). La recién creada luz de Dios derrotó al caos vacío al que vino. Así Jesús es la luz que brilla en la oscuridad (Juan 1:5). El es la única Persona que puede salvar la vida de convertirse en un caos. Dejados a nosotros mismos estamos a merced de nuestras pasiones y temores.
Cuando Jesús amanece en la vida, viene la luz. Uno de los miedos más antiguos del mundo es el miedo a la oscuridad. Hay una historia de un niño que tenía que dormir en una casa desconocida. Su anfitriona, creyendo ser amable, le ofreció dejar la luz encendida cuando él se acostara. Cortésmente declinó el ofrecimiento. «Creía -le dijo la señora- que podrías tener miedo de la oscuridad.» «Oh no -replicó el muchacho-, ¿sabe usted?, a lo que temo es a la oscuridad sin Dios.» Con Jesús la noche resplandece a nuestro alrededor como el día.
(ii) La luz que trae Jesús es una luz reveladora. La condenación consistió en que los hombres amaron más la oscuridad que la luz; y lo hicieron porque sus obras eran malas; y odiaban la luz porque no querían que expusiera sus obras (Juan 3:19). La luz que trae Jesús es lo que revela cómo son las cosas. Despoja de los disfraces y de los embozos; muestra las cosas en toda su desnudez, en su verdadero carácter y en su valor real.
Hace mucho, los cínicos decían que la gente aborrece la verdad porque es como la luz para los ojos irritados.
En el poema de Caedmon hay una escena extraña. Es un cuadro del último día, y en el centro de la escena está la Cruz; y de ella fluye una extraña luz rojiza como la sangre, y esa misteriosa calidad de luz es tal que muestra las cosas tal como son. Lo externo, los disfraces, las coberturas exteriores son descubiertos y despojados, y todo queda revelado en la desnuda y terrible soledad de lo que es esencialmente.
Nunca nos vemos hasta que nos vemos a través de los ojos de Jesús. Nunca vemos cómo son nuestras vidas hasta que las vemos a la luz de Jesús. Jesús a menudo nos conduce a Dios revelándonos a nosotros mismos.
(iii) La luz que trae Jesús es una luz que guía. El que no tiene esa luz anda en tinieblas y no sabe adónde va (Juan 12:36). Cuando uno recibe esa luz y cree en ella, ya no anda en tinieblas (Juan 12:46). Una de las características de las historias del Evangelio que no pueden pasar desapercibidas es el número de personas que vinieron corriendo a Jesús para preguntarle: «¿Qué es lo que tengo que hacer?» Cuando Jesús viene a una vida, se acaba el tiempo del suponer y del andar a tientas, el tiempo de la duda y de la inseguridad y de la vacilación. La senda que parecía oscura se vuelve luminosa; la decisión que estaba envuelta en una noche de incertidumbre se ilumina. Sin Jesús somos como los que van a tientas por una carretera desconocida en un apagón. Con Él, el camino es claro.