Escuchad otra parábola. Érase un padre de familia que plantó una viña y la cercó de vallado; y cavando hizo en ella un lagar, edificó una torre, y la arrendó después a ciertos labradores, y se marchó lejos de su tierra por una larga temporada. Venida ya la sazón de los frutos, a su tiempo despachó un criado a los renteros para cobrar el fruto de la viña; mas los renteros, acometiendo a los criados, apalearon al uno, mataron al otro, y al otro le apedrearon y le despacharon con las manos vacías. Por segunda vez les envió otro criado, y a este también le descalabraron, cargándole de oprobios. Por tercera vez envió a otro, al cual mataron; tras este otros muchos, y les trataron de la misma manera, y de ellos a unos les hirieron, y a otros les quitaron la vida. Por último, dijo entonces el dueño de la viña: les enviaré a mi único hijo,- a quien amaba tiernamente-, diciendo para consigo: A mi hijo, por lo menos, le respetarán. Pero los renteros, al ver al hijo, dijeron entre sí: Este es el heredero; venid, matémosle, y nos alzaremos con su herencia. Y agarrándole le echaron fuera de la viña, y le mataron. Ahora bien, volviendo el dueño de la viña, ¿qué haré a aquellos labradores? Harán, dijeron ellos, que esta gente tan mala perezca miserablemente, y arrendará su viña a otros labradores que le paguen los frutos a sus tiempos. ¿Pues no habéis jamás leído en las Escrituras: La piedra que desecharon los fabricantes, esa misma vino a ser la clave del ángulo? El Señor es el que ha hecho esto en nuestros días, y es una cosa admirable a nuestros ojos. Por lo cual os digo que os será quitado a vosotros el reino de Dios, y dado a gentes que rindan frutos de buenas obras. Ello es, que quien se escandalizare o cayere sobre esta piedra, se hará pedazos; y ella hará añicos a aquel sobre quien cayere el día del juicio. Oídas estas parábolas de Jesús, los príncipes de los sacerdotes y los fariseos entendieron que hablaba por ellos; y queriendo prenderle, tuvieron miedo al pueblo; porque era mirado como un profeta y así dejándolo se marcharon. Mateo 21: 33-46; Marcos 12: 1-12; Lucas 20: 9-19
Al interpretar una parábola, lo normal es tener en cuenta el punto principal, y no hay que darle mucha importancia a los detalles. Normalmente, al tratar de encontrarle un sentido a cada detalle se comete la equivocación de tratar la parábola como si fuera una alegoría. Pero en este caso es diferente. En esta parábola los detalles tienen un significado, y los principales sacerdotes y los fariseos sabían muy bien lo que Jesús quería decirles con esta parábola.
Todos los detalles se fundaban en lo que, para los que la oían, eran hechos conocidos. La nación judía como la viña del Señor era una imagen profética familiar. «La viña del Señor de los Ejércitos es la casa de Israel» (Isaías 5:7). La valla era un seto de espinos muy cerrados para que no entraran ni los jabalíes que estropearían la viña ni los ladrones que pudieran robar las uvas. Las viñas grandes tenían su lagar, que consistía en dos surcos, ya fueran hechos en la roca o construidos de ladrillos; uno estaba algo más alto que el otro, y estaba conectado con este por un canal. Las uvas se pisaban en el irás alto, y el zumo pasaba al más bajo. La torre cumplía un doble propósito. Servía como atalaya de vigilancia, para que no entraran ladrones cuando las uvas estaban maduras; y servía también de refugio para los trabajadores.
Las medidas que tomó el propietario de la viña eran muy normales. En tiempos de Jesús, Palestina era un lugar dedicado a pequeños lujos; era por tanto muy familiar que los propietarios se ausentaran y dejaran sus propiedades a cargo de otros que se lo pagaban a su debido tiempo. La renta se podía pagar de cualquiera de tres maneras. Podía ser una cantidad fija de dinero, o una cantidad de frutos independientemente de cómo fuera la cosecha, o un tanto por ciento concertado de la cosecha.
Aun la actuación de los arrendatarios de la parábola no era del todo inaudita. El país estaba hirviendo de problemas económicos; los obreros eran rebeldes y causaban problemas muchas veces, y la acción de los arrendatarios al eliminar al hijo no era ni mucho menos imposible.
Como ya hemos dicho, sería fácil para los oyentes de esta parábola el hacer las identificaciones.
Antes de estudiar esta parábola en detalle, vamos a dejar sentadas estas identificaciones. La viña es la nación de Israel, y su propietario es Dios. Los labradores son los líderes religiosos de Israel, que estaban a cargo de mantener el buen estado de la nación. Los mensajeros que fue mandando el propietario sucesivamente son los profetas que Dios enviaba y que eran a menudo rechazados y asesinados. El hijo que llegó al final no era otro que Jesús mismo. Allí, en una historia verosímil, Jesús presentó al mismo tiempo Su destino y la condenación de Israel.
Privilegio y responsabilidad
Esta parábola tiene mucho que decirnos en tres direcciones.
(i) Tiene mucho que decirnos acerca de Dios.
(a) Dice que Dios confió en los hombres. El propietario de la viña se la confió a los labradores. No les estuvo vigilando todo el tiempo; se marchó del país, y los dejó a cargo de su tarea. Dios nos concede a los humanos el honor de confiarnos Su trabajo. Cualquier tarea en que nos ocupemos nos ha sido encomendada por Dios.
(b) Habla de la paciencia de Dios. El propietario mandó un mensajero tras otro. No se presentó repentinamente para vengarse cuando el primer mensajero fue maltratado. Les dio a los agricultores oportunidad tras oportunidad para que respondieran a su requerimiento. Dios tiene paciencia con las personas a pesar de sus pecados y no quiere descartarlas.
(c) Habla del juicio de Dios. Por último, el propietario de la viña se la quitó a los agricultores y se la entregó a otros. El juicio severo de Dios tiene lugar cuando nos quita la tarea que nos había encomendado. Una persona ha llegado a su más bajo nivel cuando ha dejado de serle útil a Dios.
(ii) Tiene mucho que decirnos acerca de las personas.
(a) Habla del privilegio humano. La viña estaba perfectamente equipada con la cerca, el lagar, la torre, cosas que les facilitarían la tarea a los agricultores, y les permitirían cumplirla bien. Dios no solamente nos da una tarea; también nos da los medios para realizarla.
(b) Habla de la libertad humana. El propietario dejó que los agricultores hicieran su tarea como quisieran. Dios no es un capataz tiránico; es como un comandante sabio que asigna sus servicios a sus hombres y confía en que los cumplan.
(c) Habla de la responsabilidad humana. A todas las personas les llega el día de rendir cuentas. Tenemos que responder de la manera en que hemos llevado a cabo la tarea que Dios nos ha asignado.
(d) Habla de la deliberación del pecado humano. Los labradores llevaron a cabo una táctica consciente de rebelión y desobediencia con el amo. El pecado es la voluntaria oposición a Dios; consiste en seguir nuestro propio camino cuando sabemos muy bien cuál es el camino de Dios.
(iii) Tiene mucho que decirnos acerca de Jesús.
(a) Nos habla de las credenciales de Jesús. Nos muestra con total claridad a Jesús colocándose por encima de la sucesión de los profetas. Los que habían venido antes que Él eran mensajeros de Dios; no se les podía negar ese honor; pero eran siervos. Él era el Hijo. Esta parábola contiene una de las más claras presentaciones que Jesús hizo nunca de ser único, de ser diferente hasta de los más grandes de los que Le habían precedido.
(b) Nos habla del sacrificio de Jesús. Deja claro que Jesús sabía lo que Le esperaba. En la parábola, las manos de los malvados mataron al hijo. Jesús no tuvo nunca la menor duda acerca de lo que Le esperaba. Él no murió porque no tuviera más remedio; fue a la muerte voluntariamente y con los ojos abiertos.
El símbolo de la piedra
La parábola concluye con la referencia a la piedra. Contiene realmente dos figuras.
(i) La primera está bien clara. Es .la figura de una piedra que los constructores rechazaron, pero que llegó a ser la más importante del edificio: La figura está tomada del Salmo 118:22: «La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser la cabeza del ángulo.» En un principio el salmista se refería en esta figura a la nación de Israel; que era la nación despreciada y rechazada. A los judíos los odiaba todo el mundo. Habían sido siervos y esclavos de muchas naciones; pero, a pasar de todo, la nación que despreciaba todo el mundo era el pueblo escogido de Dios. Puede ser que los hombres rechazaran a Cristo, y Le negaran, y trataran de eliminarle; pero llegará el día cuando descubran que el Cristo que rechazaron es la Persona más importante del mundo y de la Historia. El emperador romano Juliano el Apóstata trató de retrasar el reloj, de desterrar el Cristianismo y reinstaurar los viejos dioses paganos. Falló en toda la línea; y al final, un autor dramático le hace decir: « El desplazar a Cristo del pináculo más alto de la Historia no estaba a mi alcance.» El Hombre en la Cruz, ha llegado a ser el Juez y el Rey de todo el mundo.
(ii) La segunda imagen de la piedra está en el versículo 44, aunque ha de notarse que algunos manuscritos lo omiten. Es una figura más difícil, de una piedra que quebranta a una persona que tropieza en ella, y que reduce a polvo a una persona si cae sobre ella. Es una figura compuesta de tres pasajes del Antiguo Testamento. El primero es Isaías 8:13-15: «Al Señor de los Ejércitos, a Él santificad; sea Él vuestro temor, y Él sea vuestro miedo. Entonces Él será por santuario; pero a las dos casas de Israel, por piedra para tropezar, por tropezadero para caer y por lazo y red al morador de Jerusalén. Muchos de entre ellos tropezarán, caerán y serán quebrantados; se enredarán y serán apresados.» El segundo está en Isaías 28:16: «He aquí que Yo he puesto en Sión por fundamento una piedra, piedra probada; angular, preciosa, de cimiento estable.» El tercero está en Daniel 2:34,44, donde se nos presenta la figura extraña de una piedra, no cortada por manos humanas, que destroza a los enemigos de Dios.
La idea detrás de esto es que todas las figuras del Antiguo Testamento acerca de una piedra se resumen en Jesucristo. Jesús es la piedra fundamental sobre laque se construye todo, y la piedra angular que mantiene unido todo el edificio. Que el rechazar Su camino es golpear la cabeza contra los muros de la Ley de Dios. El desafiarle es a fin de cuentas quedar desintegrado. Por muy extrañas que estas imágenes nos parezcan, les resultarían familiares a todos los judíos que conocieran los Profetas.
Ya hemos dicho que no se debe entender una parábola como si fuera una alegoría, buscándole el sentido a cada detalle. Originalmente las parábolas de Jesús no eran para ser leídas, sino habladas, y su significado era el que aparecía evidente cuando se oía por primera vez. Pero, hasta cierto punto, esta parábola es una excepción. Es una especie de ejemplar literario híbrido, un cruce entre alegoría y parábola. No todos los detalles contienen un significado, pero sí más de lo corriente en parábolas. Y esto es debido a que Jesús estaba hablando en imágenes que eran parte integrante del pensamiento y de la imaginería de los judíos.
El propietario de la viña es Dios. La viña misma es el pueblo de Israel. Esta era una figura que les resultaba a los judíos perfectamente familiar. En el Antiguo Testamento la vemos claramente empleada en Isaías 5:1-7, un pasaje del que se toman algunos de los detalles y el lenguaje en este pasaje. A esta viña se la equipó con todos los detalles deseables. Tenía una pared que marcaba sus límites, que les impedía el paso a los ladrones y la defendía de los asaltos de los jabalíes. Tenía un lagar. En algunas viñas había lagares en los que se pisaba la uva. Por debajo del lagar estaba la tinaja adonde iba a parar el zumo extraído.
Había una torre, en la que se guardaba el vino, los labradores tenían su refugio y se vigilaba desde allí para que no entraran ladrones en el tiempo de la cosecha. Los labradores representan a los gobernantes de Israel a lo largo de toda la historia de la nación. Los siervos a quienes el propietario enviaba representan a los profetas. Siervo o esclavo del Señor era un título muy conocido. Así se llamaba a Moisés (Josué 14:7), y a David (2 Samuel 3:18). Este título aparece con frecuencia en los libros de los profetas (Amós 3:7; Jeremías 7: 25; Zacarías 1: 6). EL hijo es Jesús mismo. Aun en aquel momento, la audiencia habría hecho estas identificaciones, porque los pensamientos y las imágenes les eran todos totalmente familiares. La historia misma era lo que bien podría suceder en Palestina en tiempos de Jesús. El país tenía mucha inquietud laboral, y muchos propietarios estaban ausentes de sus fincas. El propietario de la viña podía ser un judío que hubiera encontrado una tierra más cómoda y segura que Palestina, o un romano que considerara la viña una buena inversión para su dinero. Si el propietario cumplía la Ley, la primera vez que se recolectara la cosecha sería cinco años después de plantar la viña (Levítico 19:23-25). En tal caso la renta se pagaba en especie. Podía ser un porcentaje concertado de la cosecha, o una cantidad fija independientemente de lo que se recogiera. La historia no es improbable de ninguna manera, sucedía algunas veces.
La parábola está tan llena de verdades que no podemos hacer casi nada más que enumerarlas.
Nos dice ciertas cosas acerca de Dios.
(i) Nos habla de la generosidad de Dios. La viña estaba equipada con todo lo necesario para que el trabajo de los labradores fuera fácil y productivo. Dios es generoso en la vida y en el mundo que da a las personas.
(ii) Nos habla de la confianza de Dios. El propietario se marchó, y dejó que los labradores llevaran la viña a su manera: Dios confía en nosotros lo suficiente como para darnos libertad para que vivamos la vida como queramos. Como ha dicho alguien: «Lo maravilloso de Dios es que Él nos deje hacer tantas cosas por nosotros mismos.»
(iii) Nos habla de la paciencia de Dios. No una vez o dos, sino muchas veces, el dueño les dio a los labradores la oportunidad de pagarle lo que le debían. Los trató con una paciencia que no merecían.
(iv) Nos habla del triunfo definitivo de la justicia de Dios. Las personas puede que se aprovechen de la paciencia de Dios; pero al final habrá de venir el juicio y la justicia. Dios puede que soporte mucho tiempo la desobediencia y la rebeldía, pero acabará por actuar al fin.
Esta parábola nos dice algo acerca de Jesús.
(i) Nos dice que Jesús Se consideraba a Sí mismo, no como un siervo, sino como el Hijo. Intencionadamente Se separa de la sucesión de los profetas, que eran siervos, mientras que Él era el Hijo. En Él había hablado Dios Su última y definitiva Palabra. Esta parábola era un desafío intencionado a las autoridades judías, porque contiene la presentación inconfundible de Jesús como Mesías.
(ii) Nos dice que Jesús sabía que había de morir. La Cruz no se fue para Él ninguna sorpresa. Sabía que el camino que había escogido no podía conducir a otro final. Con supremo coraje, aunque sabía adónde iba, sin embargo prosiguió adelante.
(iii) Nos dice que Jesús estaba seguro de Su triunfo final. Él sabía también que había de ser maltratado y muerto, pero también sabía que aquello no sería el fin, y que después del rechazo vendría la gloria.
Esta parábola nos dice algo acerca del hombre.
(i) No podía haber nada más que una razón para que los labradores pensaran que podían matar al hijo y entrar en posesión de la viña. Deben de haber pensado que el propietario estaba demasiado lejos para intervenir, o que estaba muerto, y por tanto no tenían que tenerle en cuenta. Muchos hay que siguen pensando que pueden actuar contra Dios y salirse con la suya. Pero Dios está totalmente vivo. Muchos tratan de negociar con su propia libertad y con la paciencia de Dios, pero llega el día de rendir cuentas.
(ii) Si uno se desmarca de sus privilegios y responsabilidades, pasarán a otra persona. La parábola contenía en germen lo que iba a suceder: el rechazo de los judíos y la transferencia de sus privilegios y responsabilidades a los gentiles.
La parábola se cierra con una cita del Antiguo Testamento que fue muy querida para la Iglesia Primitiva, acerca de la Piedra que fue rechazada; procede del Salmo 118:22s. La Piedra desechada había llegado a ser la piedra que ensamblaba las esquinas del edificio, la clave del arco, la piedra más importante de todas. Este pasaje fascinaba a los autores cristianos primitivos. Se cita o alude en Hechos 4: 11; 1 Pedro 2: 4, 7; Romanos 9:32s; Efesios 2:20. En su origen, aun en el mismo salmo, se refería al pueblo de Israel. Las grandes naciones que se tenían por los arquitectos de la estructura del mundo habían considerado al pueblo de Israel sin importancia ni honor; pero, como lo vio el salmista, la nación que se había considerado que no tenía ninguna importancia llegaría a ser algún día, en la economía de Dios, la nación más importante del mundo. Los escritores cristianos vieron en el sueño del salmista lo que se cumplió perfectamente en la muerte y la resurrección de Jesús.
Esta parábola estaba más clara que el agua para los primeros que la escucharon. La viña representa al pueblo de Israel (cp. Isaías 5:1-7). Los arrendatarios son los gobernantes judíos a los que se ha confiado la nación. Los siervos son los profetas que Dios envió, que fueron despreciados, perseguidos y muertos. El hijo es Jesús mismo. Y la sentencia es que el lugar que hubiera correspondido a Israel será dado a otros. La parábola misma indica lo que podía suceder, y sucedió. En los días de Jesús, Judea estaba en una agonía de problemas económicos y laborales. Había muchos terratenientes ausentes que arrendaban sus tierras como el de la parábola. La renta rara vez se pagaba en dinero; más corrientemente en especie, ya fuera una cantidad fija independientemente de cómo hubiera ido la cosecha, o una parte proporcional cada año.
En su enseñanza, esta es una de las parábolas más ricas. Nos dice ciertas cosas acerca del hombre:
(i) Nos habla del privilegio humano. Los arrendatarios no habían plantado la viña, y sin embargo, era como si fuera suya. El dueño no les hacía trabajar con el látigo, sino que se marchó y los dejó trabajar a su manera.
(ii) Nos habla del pecado humano. El pecado de los arrendatarios consistió en que se negaron a darle al dueño lo que legalmente le correspondía, y querían controlar lo que el dueño solo podía controlar. El pecado consiste en no darle a Dios lo que le pertenece, y en tratar de usurpar su poder.
(iii) Nos habla de la responsabilidad humana. Los arrendatarios pudieron actuar con libertad bastante tiempo; pero llegó el día del ajuste de cuentas. Más tarde o más temprano todos tendremos que dar cuenta de lo que se nos ha confiado.
La parábola nos dice ciertas cosas acerca de Dios:
(i) Nos habla de la paciencia de Dios. El dueño no castigó a los labradores a la primera señal de rebelión, sino que les dio una oportunidad tras otra para que se corrigieran. No hay nada más maravilloso que la paciencia de Dios. Si cualquiera de nosotros hubiera estado en su lugar, habría perdido la paciencia con la humanidad mucho antes.
(ii) Nos habla del juicio de Dios. Los labradores creyeron que podían contar con la paciencia del dueño y salirse con la suya. Pero Dios no ha abdicado. Por mucho que nos parezca que podemos hacer lo que nos dé la gana, llegará el día de rendir cuentas. Como decían los romanos: «La Justicia sostiene la balanza en un equilibrio perfecto y escrupuloso, y tiene la última palabra.»
La parábola nos dice ciertas cosas acerca de Jesús:
(i) Nos dice que Él sabía lo que iba a suceder. No fue a Jerusalén abrigando la esperanza de evitar la cruz; fue con los ojos y el corazón abiertos.
(ii) Nos dice que Jesús nunca puso en duda la victoria final de Dios. Por encima del poder de los malvados estaba la majestad invencible de Dios. La maldad puede dar la impresión de que va a prevalecer, pero no puede escapar al castigo.
«Dime, Padre común, pues eres justo, ¿por qué ha de permitir tu providencia que, arrastrando prisiones la inocencia, suba la fraude a tribunal augusto? ¿Quién da fuerzas al brazo que robusto hace a tus leyes firme resistencia, y que el celo que más las reverencia gima a los pies del vencedor injusto? Vemos que vibran victoriosas palmas manos inicuas, la virtud gimiendo del vicio en el injusto regocijo.» Esto decía yo, cuando riendo celestial ninfa apareció y me dijo: «¡Ciego!, ¿es la Tierra el centro de las almas?» Bartolomé Leonardo de Argensola 1562-1631).
(iii) Jesús presenta sus credenciales como Hijo de Dios de una manera irrefutable. Deliberadamente se separa de la sucesión de los profetas. Ellos eran siervos; Él es el Hijo. En esta parábola, Jesús se presenta abiertamente como el Rey Ungido de Dios. La cita de la Piedra que los constructores rechazaron está tomada del Salmo 118:22s, que la Iglesia Primitiva reconoció como profecía de la muerte y resurrección de Cristo (Hechos 4:11; 1 Pedro 2:7).