Llevaron al que había estado ciego a presencia de los fariseos. El día en que Jesús había hecho el barro y le había abierto los ojos había sido un sábado, así es que los fariseos le interrogaron acerca de cómo había recuperado la vista. Y él les contestó: -ÉL me puso barro en los ojos, y me lavé, y ahora ya puedo ver. -Ese no puede ser de Dios -dijeron algunos de los fariseos- , porque no observa el sábado. -Pero -decían otros-, ¿cómo es posible que un hombre pecador haga tales señales? Y hubo una división de opiniones entre ellos. Luego le dijeron al que había estado ciego: -¿Tú qué opinas de Él, puesto que te abrió los ojos? -Pues que es un profeta -contestó él. Juan 9:13-16
Prejuicio y convicción
Aquí surge el inevitable problema. Era un sábado el día en que Jesús hizo el barro y curó al ciego. No cabía duda de que Jesús había quebrantado la ley del sábado que los escribas tenían tan sistematizada, y de tres maneras diferentes.
(i) Al hacer el barro había sido culpable de trabajar en sábado, porque la cosa más sencilla constituía un trabajo ese día.
Veamos algunas de las cosas que estaba prohibido hacer en sábado: «No se puede llenar un cacharro de aceite y ponerlo al lado de una lámpara y meter la mecha en él.» « Si se apaga una lámpara el sábado para ahorrar lámpara o aceite o mecha, se comete pecado.» «Uno no puede salir el sábado con sandalias reforzadas con clavos.» (El peso de los clavos constituiría una carga, y el llevar cargas era quebrantar el sábado). Uno no podía cortarse las uñas, ni el pelo de la cabeza o de la barba. Estaba claro que a los ojos de una ley así, hacer barro era quebrantar el sábado.
(ii) Estaba prohibido curar en sábado. Se podía prestar atención médica solamente si la vida estaba en peligro; pero, aun entonces, tenía que limitarse a mantener vivo al paciente o evitar que se empeorara, sin hacer nada para mejorarle. Por ejemplo: uno que tuviera dolor de muelas no podía sorber vinagre entre los dientes. Estaba prohibido entablillar un miembro roto. « Si uno se disloca la mano o el pie, no le puede echar agua fría.» No cabía duda de que el que había nacido ciego no estaba en peligro de muerte, así es que Jesús quebrantó el sábado al curarle.
(iii) Estaba establecido específicamente: «En cuanto a la saliva de la mañana, no se permite ni ponerla en los párpados.» Los fariseos eran el ejemplo típico de esas personas que, en cualquier generación, condenan a todos los que tienen una idea de la religión distinta de la suya. Pensaban que la suya era la única manera de servir a Dios. Pero había algunos entre ellos que pensaban de otro modo, y declaraban que nadie que hiciera las cosas que hacía Jesús podía ser un pecador.
Llevaron al que había estado ciego toda la vida, y le interrogaron. Cuando le preguntaron qué opinión tenía de Jesús, contestó sin la menor vacilación: para él, Jesús era un profeta. En el Antiguo Testamento, a un profeta se le sometía a prueba exigiéndole que realizara algún milagro. Moisés dio prueba al Faraón de que era un mensajero de Dios con las señales y maravillas que realizó (Éxodo 4:1-17). Elías demostró que era profeta del Dios verdadero haciendo cosas que los profetas de Baal no pudieron hacer (1 Reyes 18). No hay duda que el pensamiento de aquel hombre iba por este camino cuando dijo que no tenía la menor duda de que Jesús era un profeta.
Entre otras cosas, este hombre era un valiente. Sabía muy bien lo que los fariseos pensaban de Jesús. Sabía muy bien que, si se ponía de Su parte, le excomulgarían. Pero dio su testimonio y adoptó su postura. Era como si dijera: « Yo no tengo más remedio que creer en Él y que estar de Su parte, después de lo que ha hecho por mí.» En esto es un auténtico ejemplo para nosotros.
El desafío a los fariseos
Ahora bien: los judíos se negaban a creer que aquel hombre había estado ciego y había llegado a poder ver, hasta que llamaron a sus padres y los interrogaron: -¿Es éste vuestro hijo? ¿Y decís que nació ciego? Entonces, ¿cómo es que puede ver ahora? -Estamos seguros de que éste es nuestro hijo, y sabemos que nació ciego; pero no sabemos cómo ha llegado a poder ver, ni Quién ha sido el Que le ha abierto los ojos. Preguntádselo a él, que ya es mayor de edad y puede responder por sí mismo. Sus padres dijeron eso porque les tenían miedo a los judíos; porque los judíos ya se habían puesto de acuerdo en excomulgar de la sinagoga al que reconociera a Jesús como el Ungido de Dios. Por eso fue por lo que sus padres dijeron: «Ya es mayor de edad. Preguntádselo a él. »
Llamaron por segunda vez al que había estado ciego, y le dijeron: -¡Da gloria a Dios! ¡Sabemos que ese Hombre es un pecador! -Si es o no pecador, yo no lo sé -contestó el hombre- ; yo lo único que sé es que antes estaba ciego, y ahora veo. -¿Qué te hizo?- le preguntaron- . ¿Cómo te abrió los ojos? -Ya os lo he dicho -les contestó- y no habéis querido escucharme. ¿Por qué queréis que os lo vuelva a contar? ¿Es que queréis haceros Sus discípulos vosotros también? Los judíos le lanzaron toda clase de insultos, y le dijeron: -¡Su discípulo lo serás tú! ¡Nosotros no somos discípulos más que de Moisés! A Moisés sabemos que le habló Dios; pero Ése, no sabemos de dónde ha salido. -¡Lo que es alucinante es que vosotros no tengáis ni idea de dónde ha salido, y a mí me abrió los ojos! Todo el mundo sabe que Dios no les hace caso a los pecadores; pero que, si una persona es piadosa y hace Su voluntad, a esa sí la escucha. Desde que el mundo es mundo no se había oído de nadie que le abriera los ojos a uno que hubiera nacido ciego. Si este Hombre no fuera de Dios, no podría haber hecho lo que ha hecho.
-¿Tú, que has nacido lleno de pecado de pies a cabeza, nos vas a enseñar a nosotros? – le replicaron. Y le mandaron que se fuera de allí. Juan 9:17-34
No hay galería de retratos más gráfica que ésta en ninguna literatura. Con diestras y reveladoras pinceladas, Juan da vida ante nosotros a los distintos personajes.
(i) Está el ciego mismo. Empezó molestándose por la insistencia de los fariseos. «Vosotros diréis lo que queráis de este Hombre -les dijo-; yo lo único que sé es que me dio la vista.» Es el sencillo hecho de la experiencia cristiana que muchos creyentes puede que no sepan expresar en lenguaje teológico correcto lo que creen de Jesús, pero pueden testificar de lo que Jesús ha hecho por sus almas. Hasta cuando uno no puede entender con la inteligencia, sin embargo puede sentir con el corazón. Es mejor amar a Jesús que amar las teorías que se han formulado acerca de Su Persona.
(ii) Están los padres del ciego. Está claro que no querían colaborar, pero era porque tenían miedo. Las autoridades de la sinagoga disponían de un arma terrible, que era la excomunión, por la que se excluía de la sociedad del pueblo de Dios a una persona. Allá por los tiempos de Esdras, leemos un decreto que se promulgó diciendo que al que no obedeciera las órdenes de las autoridades, « se le confiscara toda la hacienda, y él mismo quedara excluido de la congregación» (Esdras 10:8). Jesús advirtió a Sus discípulos que sus nombres serían obliterados como cosa mala (Lucas 6:22). Les dijo que los expulsarían de las sinagogas (Juan 16:2). Muchos de los funcionarios de Jerusalén creían realmente en Jesús, «pero a causa de los fariseos no Le confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga» (Juan 12:42).
Había dos clases de excomunión. Una era la proscripción, el jérem, que suponía la expulsión de la sinagoga de por vida. En tal caso se le anatematizaba públicamente, maldiciéndole en presencia del pueblo y excluyéndole de Dios y de la sociedad.
Había otra sentencia de excomunión que podía durar un mes u otro período establecido. Lo terrible de tal situación era que se apartaba a la persona, no sólo de la sinagoga, sino hasta de Dios. Por eso los padres de este hombre respondieron que su hijo ya era suficientemente mayor para dar testimonio ante la ley y cuenta de sí mismo. Los fariseos estaban tan envenenados de odio contra Jesús que estaban dispuestos a llegar a lo peor que han llegado las autoridades eclesiásticas algunas veces; es decir, a usar el procedimiento eclesiástico para hacer prevalecer sus propósitos.
(iii) Están los fariseos. En un principio no se habían creído que el hombre había estado ciego; es decir: que habían sospechado que aquello había sido un «milagro» amañado entre Jesús y él. Además, estaban al tanto de que la misma Ley reconocía que un falso profeta podría realizar falsos milagros para confirmar sus propios falsos fines (Deuteronomio 13:15 advierte contra el peligro del falso profeta que realiza falsos milagros para apartar al pueblo tras dioses extraños). Así es que los fariseos empezaron por tener sospechas. De ahí pasaron a intimidar al hombre: «¡Da gloria a Dios! -le dijeron-. ¡Sabemos que ese Hombre es un pecador!» « ¡Da gloria a Dios!» era la frase que se usaba en los interrogatorios con el sentido de: «¡Di la verdad, en la presencia y en el nombre de Dios!» Cuando Josué interrogó a Acán acerca del pecado que había traído la derrota a Israel, le dijo: « ¡Hijo mío, da gloria al Señor Dios de Israel, y dale alabanza; y declárame ahora lo que has hecho; no me lo encubras» (Josué 7:19).
Se pusieron furiosos porque no podían oponer nada al razonamiento del hombre, que estaba de acuerdo con la Escritura: «Jesús ha hecho una obra maravillosa; esto demuestra que Dios Le oye; Dios no oye nunca las oraciones de los malos; por tanto, Jesús no puede ser malo.» El hecho de que Dios no oye la oración de una mala persona es una de las ideas fundamentales del Antiguo Testamento. Hablando del hipócrita, dice Job: « ¿Oirá Dios su clamor cuando la tribulación viniere sobre él?» (Job 27:9). El salmista dice: «Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado» (Salmo 66:18).
Isaías oye a Dios decirle al pueblo pecador: «Cuando extendáis vuestras manos -los judíos oraban con los brazos extendidos y las palmas de las manos vueltas hacia arriba-, Yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo, cuando multipliquéis la oración,
Yo no oiré; porque vuestras manos están llenas de sangre» (Isaías 1:15). Ezequiel dice del pueblo desobediente: «Aunque Me griten en los oídos, no los oiré» (Ezequiel 8:18). Por el contrario, creían que Dios oye siempre la oración de los que son buenos.
«Los ojos del Señor están sobre los justos, y atentos Sus oídos al clamor de ellos» (Salmo 34:15). «Cumple el deseo de los que Le temen; oye asimismo el clamor de ellos y los salva» (Salmo 145:19). «El Señor está lejos de los impíos; pero Él oye la oración de los justos» (Proverbios 15:29). El que había estado ciego hizo un razonamiento que los fariseos no podían contradecir.
Ante aquellas razones, fijaos lo que hicieron. Primero, le lanzaron toda clase de improperios. Luego pasaron a insultarle, acusándole de haber nacido en pecado, lo que equivalía a acusarle de pecado prenatal. Y en tercer lugar, recurrieron a las amenazas. Le dieron orden de que se marchara de su presencia; es decir que, como no le podían rebatir, le echaron.
A menudo tenemos diferencias con los demás, y es natural y hasta bueno que sea así. Pero cuando se llega a las ofensas, los insultos y las amenazas, la cosa deja de ser una discusión y se convierte en una contienda envenenada. Si nos enfadamos y recurrimos a las palabras ofensivas y a las amenazas violentas, demostramos que nuestras razones son extremadamente débiles e indefendibles.