Estando aquí juntos los fariseos en el templo, Jesús, enseñando y razonando, les hizo esta pregunta: ¿Qué os parece a vosotros del Cristo, o Mesías? ¿De quién es hijo? Y le dijeron: De David. Les replicó: Pues como David en espíritu profético, inspirado del Espíritu Santo, le llama su Señor, cuando dice en el libro de los Salmos: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, mientras tanto que yo pongo tus enemigos por tarima de tus pies? Pues si David le llama su Señor, ¿cómo cabe que sea hijo suyo? A lo cual nadie pudo responder una palabra; ni hubo ya quien desde aquel día osase hacerle más preguntas. Mateo; 22.41-46; Marcos 12.35-37; Lucas 20.41-44
A nosotros puede que esto nos parezca una de las cosas más oscuras que dijo nunca Jesús.
Puede que lo sea, pero es una afirmación sumamente importante. Aun si, a primera vista, no captamos totalmente el significado, podemos presentir la atmósfera de terror y admiración y misterio que lo rodea.
Ya hemos visto que Jesús se negaba a permitir que, sus seguidores Le proclamaran Mesías hasta que Él les hubiera enseñado lo que quería decir el mesiazgo. Las ideas que ellos tenían del Mesías requerían el cambio más radical.
El título más corriente del Mesías era Hijo de David. Detrás de él se ocultaba la expectación de que algún día llegaría un gran Príncipe de la dinastía de David que derrotaría a los enemigos de Israel y conduciría al pueblo a la conquista de todo el mundo. Se pensaba en el Mesías corrientemente en términos de poder y de gloria nacionalista, política y militar. Este es otro intento que hace Jesús de alterar esa concepción.
Jesús les preguntó a los fariseos de quién entendían ellos que era hijo el Mesías; y contestaron como Él esperaba: « Hijo de David.» Jesús entonces les citó el Salmo 110:1: «El Señor dice a mi Señor: Siéntate a Mi diestra.» Todos estaban de acuerdo en que ese texto se refería al Mesías. En él, el primer Señor es Dios; y el segundo Señor es el Mesías. Eso supone decir que David llama Señor al Mesías. Pero, si el Mesías es hijo de David, ¿cómo pudo llamar David a su propio hijo Señor?
La conclusión obvia del razonamiento es que es inadecuado llamar al Mesías Hijo de David. No es el Hijo de David; es el Señor de David. Cuando Jesús sanó a los ciegos, ellos Le habían llamado Hijo de David (Mateo 20:30). Cuando entró en Jerusalén, la multitu Le saludó y aclamó como Hijo de David (Mateo 21: 9). Jesús está diciendo aquí: « No es bastante llamar al Mesías Hijo e David. No es bastante creerle un Príncipe de la dinastía de David y un conquistador terrenal, debéis ir más allá, porque el Mesías es el Señor de David.»
¿Qué quería decir Jesús? No podía querer decir más que una cosa: qué Su verdadera descripción es Hijo de Dios. Hijo de David no es un título adecuado; Hijo de Dios sí lo es. Y en ese caso, el mesiazgo no se ha de concebir en términos de conquistas davídicas; sino en términos de amor divino y sacríficial. Aquí, pues, Jesús presenta Sus mayores credenciales. En él vino, no un conquistador terrenal que repetiría los triunfos militares de David, sino el Hijo de Dios que demostraría el amor dé Dios sobre la Cruz.
Habría pocos aquel día- que captaran algo de la grandeza de lo que Jesús quería decir; pero cuando Jesús pronunció estas palabras, aun el más torpe de ellos sentiría el escalofrío de la presencia del misterio eterno: Tendrían el sentimiento sobrecogedor de que habían oído la voz de Dios; y por un momento; en este Hombre Jesús vislumbraron el rostro del mismo Dios.
Escribas y fariseos
Si una persona es característica y temperamentalmente una criatura irritable, de mal genio e irascible, propensa a entregarse a exabruptos incontrolados de ira apasionada, su ira no es ni efectiva ni impresionante. Nadie le presta mucha atención a la ira de una persona de mal genio. Pero cuando una persona que es característicamente mansa y humilde, cortés y amable, rompe de pronto en una ira ardiente, hasta la persona menos perspicaz se sorprende y lo toma en serio. Por eso es por lo que la ira de Jesús es un espectáculo tan sobrecogedor. Rara vez en la literatura encontramos una denuncia tan sostenida y descarnada como la que encontramos en este capítulo en el que la ira de Jesús se dirige contra los escribas y los fariseos. Antes de empezar a estudiar este capítulo en detalle, será conveniente que veamos brevemente lo que representaban los escribas y los fariseos.
Los judíos tenían un profundo y constante sentido de la continuidad de su religión; y la mejor manera de ver lo que representaban. los fariseos y los escribas será investigando cuándo entraron en el esquema de la-religión judía. Al principió de un tratado de la Misná que figura en todas sus liturgias, Pirqé Abót, Los Dichos de los Padres, leemos: « Moisés recibió la Ley en el Monte Sinaí, y se la transmitió a Josué; Josué a los ancianos; los ancianos, a los profetas; los profetas, a los hombres de la Gran Sinagoga.» Toda la religión judía está basada en primer lugar en los Diez Mandamientos, y luego en el Pentateuco, la Ley.
La historia de los judíos estaba diseñada para hacerlos el pueblo de la Ley. Como cualquier otra nación, ellos tenían sus sueños de grandeza; pero las experiencias de la historia habían hecho que ese sueño tomara una dirección característica. Habían sido conquistados por los asirios, los babilonios, los persas, y Jerusalén se había quedado desolada. Estaba claro que no podrían ser preeminentes en poder político. Pero, aunque el poder político era una imposibilidad obvia, ellos sin embargo poseían la Ley, y para ellos la Ley era la misma Palabra de Dios, la posesión más grande y preciosa del mundo.
Llegó un día en su historia cuando esa preeminencia de la Ley fue asumida públicamente; llegó lo que no se podría llamar sino un deliberado acto de decisión en el cual el pueblo de Israel llegó a ser en el sentido más exclusivo el pueblo de la Ley. Bajo Esdras y Nehemías, se le permitió al pueblo .volver a Jerusalén, y reedificar su ciudad en ruinas, e iniciar de nuevo su vida nacional. Cuando aquello sucedió, llegó un día en el que Esdras, el Escriba, tomó el Libro de la Ley y se lo leyó al pueblo; y allí sucedió algo que fue nada menos que una dedicación nacional de todo el pueblo a la observancia de la Ley (Nehemías 8:1-8).
Desde aquel día, el estudio de la Ley se convirtió en la más grande de todas las profesiones; y ese estudio de la Ley se confió a los hombres la Gran Sinagoga; los escribas.
Ya hemos visto cómo se desmenuzaban los grandes principios de la Ley en mil y miles de reglas y normas. Ya hemos visto que la Ley decía que no se debe trabajar el sábado, y cuánto habían trabajado los escribas para definir lo que es un trabajo, cómo establecieron hasta los pasos que se podían andar en sábado, y las cargas mínimas que se podían llevar, y las cosas que se podían o que no -se podían hacer. Para cuando esta interpretación de la Ley se terminó, hicieron falta más de sesenta volúmenes para contener la masa de preceptos resultantes.
La vuelta del pueblo a Jerusalén y la primera dedicación a la Ley tuvo lugar hacia el año 450 a.C., pero no fue hasta mucho después cuando surgieron los fariseos. Hacia el año 175 a.C., Antíoco Epífanes de Siria hizo un intento deliberado y brutal para erradicar la religión judía e introducir la religión y la forma de vida de Grecia. Fue entonces cuando surgieron los fariseos como un grupo separado. El nombre quiere decir los separados, y eran hombres que dedicaban toda su vida al cumplimiento detallado y minucioso de todas las reglas y disposiciones que los escribas habían desarrollado. A la vista de la amenaza que se cernía sobre ellos, decidieron dedicar toda su vida a una larga observancia del judaísmo en su forma más elaborada y ceremonial y legal. Eran hombres que aceptaron el siempre creciente número de reglas y normas religiosas extraídas de la Ley.
Nunca fueron muy numerosos; cuando más, no pasaron de los seis mil; porque el hecho escueto era que, si un hombre iba a aceptar y cumplir todas las reglas y normas de la Ley, no le quedaría tiempo para nada más; tenía que retirarse, que separarse de la vida ordinaria para dedicarse a guardar la Ley.
Así que los fariseos podían ser una de dos cosas. Primero, eran consagrados legalistas; la religión era para ellos la observancia de todos los detalles de la Ley. Pero, segundo -y esto es algo que no se debe olvidar nunca-, eran hombres que tomaban la religión desesperadamente en serio; porque nadie habría aceptado la tarea imposiblemente exigente de vivir una vida así, a menos que lo tomara absolutamente en serio. Podían, por tanto, desarrollar al mismo tiempo todos los defectos del legalismo, y todas las virtudes de una autodedicación completa. Un fariseo podría ser, o un legalista disecado, arrogante, o un hombre con una sincera y ferviente devoción a Dios.
El decir esto no es pronunciar un veredicto típicamente cristiano sobre los fariseos, porque los mismos judíos: expresaban. El Talmud distingue siete clases diferentes de fariseos.
(i) Estaba el fariseo del hombro. Era meticuloso en la observancia de la Ley, pero llevaba sus buenas obras siempre al hombro. Buscaba una reputación de pureza y bondad, verdad que obedecía la Ley, pero con la finalidad de que lo miraran y admiraran los demás.
(ii) Estaba el fariseo espera-un-poco. Era el fariseo que siempre podía presentar una disculpa legalmente válida paro aplazar una buena obra. Profesaba el credo de los fariseos más rigurosos, pero siempre tenía una disculpa para quedarse atrás en la práctica. Hablaba mucho, pero obraba poco.
(iii) Estaba el fariseo acardenalado y sangrante. El Talmud habla de la plaga de fariseos auto fastidiantes. Recibieron estos nombres por la siguiente razón. Las mujeres ocupaban el estrato más bajo en la escala social en Palestina. Ningún rabino que se apreciara sería sorprendido hablando con una mujer en público, aunque fuera su mujer o su hermana. Estos fariseos llegaban todavía más lejos; no se permitirían ni siquiera mirar a una mujer por la calle. Para evitarlo, cerraban los ojos y se chocaban con las paredes y las esquinas y todo obstáculo imaginable. Así era como se hacían los cardenales que les granjeaban una reputación de piedad extraordinaria.
(iv) Estaba el fariseo que se describía diversamente como el fariseo del mortero con su mano, o el fariseo de la joroba, o el fariseo tambaleante. Los tales andaban con tal apariencia de humildad que iban torcidos como la mano del mortero en el mortero, o como jorobados. Eran tan «humildes» que ni siquiera levantaban los pies del suelo, lo que los hacía tropezar en todos los obstáculos que se encontraran. Su humildad era una mankra de hacerse la publicidad ostentosamente.
(v) Estaba el fariseo siempre contabilizante o contador. Esta clase de fariseo siempre estaba llevando la cuenta de sus buenas obras, haciendo el balance entre sí mismo y Dios, y creía que a cada buena obra suya ponía a Dios un poco más en deuda con él. Para él la religión se había de valorar en términos de una cuenta de debe y haber.
(vi) Estaba el fariseo tímido o timorato. Siempre tenía miedo del castigo divino. Por tanto, siempre estaba limpiando lo de fuera del vaso y el plato, para parecer siempre bueno. Veía la religión en términos de juicio, y la vida en términos de una evasión aterrada de este juicio.
(vii) Finalmente estaba el fariseo temeroso de Dios. Era el fariseo que real y verdaderamente amaba a Dios y se deleitaba en obedecer la Ley de Dios, por muy difícil que fuera.
Esa era la clasificación que hacían de los fariseos los mismos judíos; y conviene notar que había seis tipos malos para solo uno bueno. No pocos de los que escucharon la denuncia que hizo Jesús de los fariseos estarían de acuerdo con cada una de Sus palabras.
A nosotros nos resulta difícil entender este pasaje, porque usa pensamientos y razonamientos que nos son extraños; pero no les resultaría nada difícil a los que lo oyeron en el recinto del Templo de Jerusalén, porque estaban acostumbrados a esa manera de razonar y de usar las Escrituras.
Podemos empezar por notar algo que nos aclara el pasaje. La versión Reina Valera traduce el versículo 35: « ¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es hijo de David?» En las partes más antiguas del Nuevo Testamento, Cristo no es un nombre propio, como ha llegado a ser hasta nuestro tiempo. De hecho, tiene el artículo definido delante en este pasaje, el Cristo. Jristós,
Mesías, son las palabras griega y hebrea respectivamente que quieren decir el Ungido. La razón para el uso del título es que en los tiempos antiguos se coronaban los reyes ungiéndolos con aceite -y todavía se usa algo así en muchas ceremonias de coronación. Jristós y Mesías quieren decir los dos el Rey Ungido por Dios, el que había de venir de parte de Dios para salvar a Su pueblo. Así es que, cuando Jesús pregunta: « ¿Cómo pueden los escribas decir que el Cristo es hijo de David?» Jesús no se está refiriendo explícitamente a Sí mismo. Lo que está diciendo en realidad es: «¿Cómo pueden decir los escribas que el Rey Ungido por Dios Que ha de venir es hijo de David?»
El razonamiento que presenta Jesús es el siguiente. Cita el Salmo 110:1 -«El Señor dice a mi Señor: «Siéntate a Mi diestra, hasta que ponga a Tus enemigos por estrado de Tus pies.»» Los judíos de aquel tiempo suponían que todo el salmo había sido escrito por el rey David. También mantenían que este salmo se refería al Mesías que había de venir. En este versículo, David se refiere al Mesías venidero como su Señor. ¿Cómo es que, pregunta Jesús, David le aplica el título de Señor, si es su hijo?
¿Qué está tratando de enseñarnos aquí Jesús? De todos los títulos que se le aplicaban al Mesías, el más corriente era Hijo de David. En todas las épocas, los judíos habían esperado al gran Libertador que Dios les suscitaría de la dinastía de David. (Isaías 9:2-7; 11:1-9; Jeremías 23:5ss; 33:14-18; Ezequiel 34:23ss; 37:24; Salmo 89:20ss). Fue por ese título como se dirigieron a Jesús algunos, y especialmente las multitudes (Marcos 10: 47ss; Mateo 9:27; 12:23; 15:22; 21:9,15). Por todo el Nuevo Testamento aparece la convicción de que Jesús era de hecho el Hijo de David en el sentido de la descendencia natural (Romanos 1: 3; 2 Timoteo 2: 8; Mateo 1:1-17; Lucas 3:23-38). Las genealogías de Jesús que aparecen en los pasajes de Mateo y Lucas que ya hemos citado tienen el propósito de mostrar que Jesús era de hecho del linaje de David. Lo que Jesús está haciendo no es negar que el Mesías fuera hijo de David, ni que Él mismo lo fuera; sino que Él es el Hijo de David -¡y mucho más que eso! No solamente el Hijo de David, sino el Señor de David.
El problema era que el título Hijo de David se había entremezclado inseparablemente con la idea de un Mesías conquistador, con esperanzas y sueños y aspiraciones y ambiciones políticas y nacionalistas. Jesús estaba diciendo que el título Hijo de David, tal como se usaba popularmente, era una descripción totalmente inadecuada de Sí mismo. Él era Señor. La palabra Señor (en griego Kyrios) era la traducción regular del tetragrámaton hebreo (Yavé, Jehová) en la traducción griega de las Sagradas Escrituras hebreas. Su uso hacía pensar a los creyentes judíos en Dios. Lo que Jesús estaba diciendo era que Él había venido, no para fundar un reino terrenal, sino para traer a Dios a los hombres, y a los hombres a Dios. Jesús está haciendo aquí lo que siempre estaba tratando de hacer. Quitarles a los hombres de la cabeza la idea de un Mesías guerrero y conquistador que hubiera de fundar un imperio terrenal, y poner en su lugar en sus mentes la idea de un Mesías Que sería el Siervo de Dios y traería a los hombres el amor de Dios.
Vale la pena estudiar por separado este breve pasaje, porque es difícil de entender. El título más popular del Mesías era Hijo de David. Así llamó a Jesús el ciego de Jericó (Lucas 18:38, 39), y también la multitud que presenció su entrada en Jerusalén (Mateo 21:9). Sin embargo, aquí parece que Jesús pone en duda la validez de tal título. La cita está tomada del Salmo 110:1, que es el versículo del Antiguo Testamento más citado en el Nuevo. Muchos salmos se atribuían a David, y éste se suponía que hablaba del Mesías. En él David dice que oyó que Dios le decía a su Ungido, el Mesías, que se sentara a su diestra hasta que todos sus enemigos estuvieran a sus pies; y en él David llama al Mesías mi Señor. ¿Cómo puede ser a la vez hijo y Señor de David?
Jesús hace aquí lo mismo que en otras ocasiones: corregir la idea popular acerca del Mesías como el Rey conquistador que haría del pueblo de Israel el más poderoso de la Tierra e iniciaría la Edad de Oro, idea que estaba inexplicablemente unida al título de Hijo de David.
En realidad, lo que Jesús dice aquí es: «Vosotros pensáis en el Mesías como el Hijo de David, y lo es; pero es mucho más.
Es Señor.» Estaba diciéndole a la gente que tenían que revisar sus ideas acerca de lo que quería decir Hijo de David. Tenían que abandonar esos sueños fantásticos de poder terrenal, y reconocer al Mesías como el Señor de los corazones y de las vidas de los hombres. Jesús les dice que tienen una idea demasiado pequeña de Dios. Siempre ha sido la tendencia humana el hacer a Dios a nuestra imagen, despojándole de su plena majestad.